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El Chico del Cuy por Ariisa

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Cuando Darren volvió a su propio departamento por la noche, antes se acercó a él para despedirse y actuó como si no le hubiese dicho nada hacía unas horas atrás. Se llevó a Randy, que se resistía aferrándose a un cojín que quedó deshilachado, y lo dejó solo, con el silencio aplastante como compañía.

 

Federico no quería ser cruel, realmente no quería. Y suponía que, a pesar de ello, sí que lo estaba siendo. El hecho de permitirle al doctor adentrarse en su vida era una forma de darle esperanzas… posiblemente falsas.

Darren era simpático y lo pasaba muy bien en su compañía, podía bromear con él como no lo hacía con nadie más y se sentía escuchado, incluso a veces comprendido por él. ¿Pero le gustaba? ¿Sentía algo por él con intenciones románticas? ¿Se imaginaba alguna vez ser su… novio?

Suspiró.

 

Debía tomar una decisión y ser franco con él antes de que la situación pasara a mayores y terminara por hacerle daño al rubio. Si era verdad que éste le quería tanto como hacía ver, se merecía ese gesto por su parte.

 

 

 

El domingo despertó más temprano que la hora acostumbrada. Se sentía mejor, por lo que se fue a duchar y se vistió, pensando en ir en busca de Randy a casa del doctor dentro de poco. Darren se le adelantó, reapareciendo por su casa. Venía sonriente, como siempre, y traía algunas cosas para el desayuno.

 

—  Ya te ves mejor —le dijo, a modo de saludo.

—  Sí, me siento un poco mejor.

—  Pero no te descuides, es fácil recaer.

 

Tomaron desayuno prácticamente en silencio, pues el rubio había puesto la televisión y miraba interesado un documental con alguna temática científica a la que Fred no había prestado atención.

Randy estaba en su regazo y no tenía intenciones de apartarse de allí.

Cuando el programa terminó, apagó la tele y se volvió hacia él.

 

—  Lo siento, es que nunca logro verle el final —se excusó.

—  No hay problema, en serio. De hecho…—se ganó una mirada tan atenta por parte de su interlocutor que hasta hubiese preferido el documental fuera más largo—, ya me siento bien. No tienes que quedarte con Randy hoy. Debes tener cosas que hacer.

—  Mn… no realmente. Aunque mi hermana quiere que vaya a almorzar a su casa —admitió.

—  Deberías ir.

—  ¿Sobrevivirás sin mí? —preguntó, medio en serio y medio en broma, gracias al tono socarrón.

—  Sí, lo haré —le sonrió.

—  Me gusta cuando haces eso —dijo Darren de pronto y Fred no pudo evitar una cara confundida y que una alarma se disparara en su cabeza. Mierda, mierda, mierda… aquí vamos, otra vez.

—  ¿Qué cosa?

—  Cuando me sonríes y me dedicas esa cara de “eres un idiota Darren, pero me agradas”. Al menos te agrado, ¿no? —Federico carraspeó y puso una expresión más seria. El médico lo percibió y se sentó más derecho sin rehuir a su mirada. El gato también percibió el cambio de ambiente y, descontento, saltó de las piernas del moreno, no sin antes maullar disconforme.

—  Creo que debo ser sincero contigo. La verdad es que estoy muy confundido, de repente me siento parte de, no sé, un show televisivo. Jamás me imaginé que algo así me podría suceder. Sí, me agradas Darren, posiblemente más que el 95% de las personas que he conocido en mi vida. Pero… no sé si tiene sentido que esperes algo más de mí. Yo…, yo no logro imaginarme…—las palabras se le atoraron en la garganta, pues todo lo que se le ocurría decir hacía que su estómago se apretase y la vergüenza asumiera control de él. “No logro imaginarme de la mano contigo, abrazándonos, dándonos un beso…”.

—  Pero no me detestas. Y tu primera reacción no es alejarme o alejarte, aunque tampoco logras imaginarnos juntos como pareja, ¿es así? —preguntó, con tal cara de seriedad que el corazón de Federico dio un vuelco.

—  Sí.

—  Entonces no le des más vueltas al asunto. Deja que me acerque hasta que ya no quieras. Estoy seguro que te haces problemas porque piensas que estás jugando con mis sentimientos, pero no soy un adolescente. Ni tú ni yo lo somos. Sé en qué me estoy metiendo cuando me intereso en alguien que no me corresponde, que es posible que no sea capaz de corresponderme. Te pones nervioso cada vez que lo menciono, pero…—le sonrió de medio lado, con una actitud casi infantil—, me gustas tanto que aunque decidieras cortar nuestros lazos ahora y no después, seguro sufriría lo mismo. Al menos dame la oportunidad de jugar mis cartas mientras pueda.

—  Eso no es cierto, Darren, las cosas no funcionan así. Mientras más tiempo pase…

—  ¿Entonces lo que deseas es que me aleje de ti ahora mismo? —lo interrumpió, formulando la pregunta del siglo.

 

¿Era eso lo que quería?

 

¿Quería dejar de ver a Darren para siempre? ¿Deseaba evitar sus palabras melosas y envolventes como carnada fresca para una presa fácil? ¿Prefería dejar de sentirse, por primera vez, estúpidamente importante para alguien más? ¿Lo quería Darren como lo hacía ver o sólo estaba jugando con sus palabras o se autoconvencía o…?

 

Cerró los ojos con fuerza.

Sólo no quería ser cruel.

 

—  Creo que lo mejor que podríamos hacer, por ambos, …—se armó de valor para decirlo, aunque una vocecita que provenía de algún lugar desconocido le gritaba que no lo hiciera, que no fuera estúpido, que el rubio sabía lo que hacía y no sería cruel dejarlo intentarlo si conocía las consecuencias. No seas idiota, quédate callado, deja que él decida qué hacer, déjalo, déjalo… Pero…

—  No me hagas esto —la voz de Darren, suave y ronca, sutil y apenas audible, la sintió tan cerca que se sorprendió. El vaho caliente que provenía de su boca alcanzó la piel de su oreja y parte de su cuello. Y todos sus pensamientos se detuvieron en seco. No era necesario abrir los ojos para saber que el rubio se había parado y se había acercado hasta estar junto a él, demasiado cerca.

 

Lo que seguramente pretendía ser un beso en la mejilla, más bien le pareció se un beso en el cuello. El calor y la ansiedad volvieron rápidamente a apoderarse de su cuerpo. Esto no era jugar limpio. Se sentía idiota, como si estuviera siendo controlado, como la víctima de una araña, que ha tejido su trampa con tiempo y dedicación.

 

Darren lo abrazó y aunque abrió entonces los ojos para volver a la realidad, no fue capaz de ver nada.

Su corazón estalló en latidos cada vez más rápidos. Se sintió débil. El calor de la vergüenza le sobrepasaba. Todo parecía irreal, distorsionado. No lograba escuchar nada. ¿Cuánto tiempo había pasado? No lograba moverse para apartarse, ni siquiera sabía si lo estaba intentando. Y allí donde Darren había posado sus labios sobre su piel expuesta, ardía y sentía cosquillas.

 

¿Qué era todo esto? ¿Era la gripe? Jamás se había sentido así.

 

—  Dame una oportunidad, Fred; si realmente no quieres ser cruel conmigo, dame una oportunidad al menos —su voz empleaba el mismo tono de nuevo, y estaba tan cerca que decir que lo atontaba era quedarse corto de palabras.

 

No supo ni entendió nada, hasta que percibió claramente una de las manos de Darren en su nuca y otra que lo apretaba por la cintura, con tal fuerza que podría doler, pero sólo provocaba sensaciones extrañas. Darren jaló de él para dejar sus cuerpos pegados, de modo que resbaló del taburete sin estar seguro si su pies llegaron a tocar el suelo.

 

¿Dónde estaban sus brazos? ¿Acaso se había congelado?

 

Lo cierto era que aunque tuviera perfecto control sobre su cuerpo, no tenía idea de qué hacer.

 

La respiración agitada del rubio alcanzó sus oídos al tiempo en que sus labios fueron reclamados con deseo y fuerza. Darren mordió suavemente su labio inferior mientras su mano jalaba de los cabellos negros sin la misma delicadeza. No había ocupado su lengua aún.

 

—  Gri…pe —le recordó Fred, y ni siquiera supo por qué justamente había decidido decir eso de entre todo lo que podría haber dicho. Cuando claramente pudo gritar “basta, para, no, detente” y otras cuantas palabras más.

 

Darren soltó una risita, pero no se apartó ni un milímetro de él.

 

—  No puedo creer que eso sea lo que te preocupe —comentó luego, antes de adentrarse en su boca con ánimo de recorrerla por completo.

 

Fred se descubrió gimiendo entremedio del beso, ya sea porque no lograba respirar bien o porque Darren no estaba teniendo piedad alguna con su pobre mente confusa. Aunque eso no equivalía a corresponderle el beso. Al menos el doctor no parecía mucho mejor, pues lograba percibir su ansiedad y desesperación a cada instante, en el toque de su labios y su lengua traviesa, en sus manos y la forma en que todo su cuerpo se abalanzaba sobre él.

 

Se separaron porque fue necesario. Y cuando Federico logró situarse a sí mismo nuevamente en su cocina y descubrió que sus manos se aferraban a la camisa celeste del hombre que aún lo mantenía prisionero entre sus brazos, no tuvo tiempo de pensar qué hacer. Darren apoyó su cabeza en su hombro muy sutilmente.

 

El hombre de ojos verdes se sentía abrumado. Jamás había tenido una experiencia en la que, casi literalmente hablando, no tenía consciencia de lo que ocurría realmente. No podía hacer otra cosa que dejarse llevar pues no era capaz de formular un pensamiento coherente.

 

Fred apenas podía regularizar su respiración. Y la única pregunta que no pretendía irse era, ¿qué había pasado?

De un minuto a otro había pasado de estar pensando en pedirle a Darren que lo mejor sería que se apartaran a sentir que su cerebro se convertía en una horrible vorágine de calor, sentimientos encontrados, necesidad, frustración y un sinfín de emociones que desconocía y no sabía clasificar.

 

Y no lo había apartado.

 

No había encontrado ni fuerzas ni razones para alejar a Darren de él, pero seguía sin creer que también le gustaba.

 

Soy un pésimo ser humano, pensó.

 

¿Pero cuánto había pasado? Podrían haber sido minutos enteros, pero estaba seguro que apenas hacía dos segundos que el rubio había apartado por fin sus labios de su piel y ahora apoyaba su frente en el hombro de Fred.

 

—  Lo siento —fue lo primero que dijo, levantó la vista y le dedicó una mirada seria—. Pero de todos modos, no me arrepiento.

 

Federico sintió pánico de que el doctor decidiera asaltar su boca nuevamente, no por repulsión específicamente, más bien su miedo se resumía a no ser capaz de vislumbrar qué podría suceder ahora si lo hacía.

 

—  Si quieres hablar conmigo aún después de esto, siempre te recibiré en mi casa —usaba de nuevo su voz tersa y empalagosa, pero no hubo siquiera un atisbo de sonrisa. La seriedad mostrada por sus ojos dejaban helado al ingeniero, que aún estaba entre sus brazos—. Pero, a estas alturas, no voy a mentirte y decir que no intentaré hacerte esto de nuevo. O incluso más.

 

Esta vez sí le dio un beso en la mejilla como corresponde y se fue, dejándolo completamente confundido. Su corazón un manojo de nervios escandalizados y su mente un puré de incoherencias.

 

¿Y por qué mierda Darren siempre se iba, dejándole una montaña de preguntas a cuestas… escapando de su responsabilidad de atormentar su, hasta entonces, monótona y predecible vida?

 

 

 

 

 

Federico necesitó de quince minutos para hacerle frente a la realidad. Había besado a otro hombre por primera vez en su vida y había tardado un cuarto de hora en enterarse. ¡Un hombre! Peor aún, el mismo hombre por que cual su exnovia lo había “cambiado”. ¿Y qué había hecho él? Convertirse en roca y dejar que el otro hiciese lo que quisiera sin replicar siquiera. Esto era terrible.

 

Su corazón no lograba tranquilizarse, cada rememoración de lo ocurrido lo sumía de nuevo en un estado de intranquilidad. Pero el punto era otro, ¿qué había sentido?

 

Su cerebro no había funcionado como debía, eso seguro. Había percibido todo como cinco veces más fuerte de lo que seguramente fue en realidad. Los labios de Darren en su cuerpo casi literalmente le habían quemado, aunque sabía eso era imposible, y al pasar la mano por la curva de su mandíbula, donde el beso había sido depositado, sentía algo muy parecido a escalofríos. ¿Se estaba volviendo loco? O, aún más terrible, pues tenía menos de metafórico y más de realidad, ¿se estaba volviendo gay?

 

No tenía sentido mentirse a sí mismo, era hora de responder las preguntas importantes: ¿Sintió asco o deseos de apartarlo? Asco… no. Aunque se desesperó intentando recuperar el dominio de su mente y cuerpo, eso se debió a las intensas y novedosas emociones que Darren le había provocado con ese simple gesto. Era demasiado abrumador como para resistirlo. Y aún así no había sido capaz de apartarlo. ¿Se debía eso a que lo tomó demasiado por sorpresa o que, en alguna parte de su ser, en realidad no había deseado evitar ese contacto? No le quedaba muy claro, pero entendía que el rubio no le causaba repulsión.

 

¿Qué haría si volvía a suceder algo así?

 

De sólo pensarlo sentía su cuerpo reaccionar inquieto. No podía fingir que por el solo hecho de decidir qué hacer, en el momento dado sabría qué hacer. La verdad era que no tenía ni idea qué haría si el doctor se decidiese a acariciar su boca con la suya nuevamente.

 

“Un beso, demonios, me dio un beso… en la boca… con lengua…”

 

Federico soltó un quejido frustrado mientras apretaba un cojín sobre su cara, estirado en la cama. Lo alejó del rostro y suspiró, mirando el techo blanco.

 

Bien. Sería valiente y diría que no le molestaría repetir el gesto de nuevo, aunque sólo fuese por curiosidad y por las sensaciones violentas que aquello le provocaba, sin hacer referencia a con quién. Pero era ridículo, pues bien comprendía que había sido Darren quien provocó toda esta reacción absurda en él. No había sucedido antes con chicas, y con otros hombres, pues… no le interesaba comprobarlo tampoco.

 

“Sí, dejaría que me besara de nuevo… sólo… sólo un poco…”

 

Le daba vergüenza hasta admitirlo sólo para sí mismo, pero suspiró. Era el paso más grande e importante. Besarse con Darren sería algo que… haría de nuevo, eventualmente. Podía aceptarlo.

 

Pero las cosas no eran tan sencillas así. El hombre de ojos ambarinos hablaba de amor, de relación, de… noviazgo. Eso implicaba mucho más que sólo besos.

 

Rodó para quedar boca abajo en la cama, frustrado por sentirse avergonzado hasta para pensar en el asunto.

 

Una relación significaba convivencia. ¿Cómo sería aquello con Darren?

Sería divertido, admitió. Trabajaría cada uno por su cuenta todo el día y se juntarían en las tardes o… en la noche. Y comerían juntos siempre en la cena, o tomarían desayuno juntos. Y los fines de semana quizás saldrían, seguro Darren gustaba de hacer planes sorpresa. E irían en su auto y conversarían alguno de los muchos temas triviales que ya habían conversado antes, pero sería relajado y agradable. Aunque mucho de ello no podría darse en público.

 

¿Se estaba imaginando una publicidad, o qué? ¿Qué demonios era esa visión tan optimista que surgía al imaginarse tal situación…?

 

Como fuese, una relación también implicaba tomarse las manos, abrazarse y besarse constantemente… o algo así.

No le parecía algo tan loco, no después de admitir que no le molestaría repetir la experiencia. Tomarse de la mano era un asunto mínimo en comparación a sentir sus labios y reconocer la textura y sabor de su lengua. Abrazarse sería como fundirse en su brazos, pero no le aterraba… demasiado.

 

Inspiró con dificultad.

 

Una relación establecida conllevaba… sexo.

Ok, ahí sí que su mente se negaba a procesar información. Saltaban las alarmas y su corazón rogaba por cambiar de tema. Se sentía incómodo y abrumado, pero debía hacerlo. Debía decidir qué haría a partir de ahora, pues era el único modo de evitar más dolor para ambos. No quería equivocarse.

 

Las relaciones sexuales entre hombres implicaban escoger una posición, pasiva o activa. Hasta allí lo sabía poco menos que por cultura general o lo que fuese. ¿Qué po-…? ¿Cuál sería la suy-…? ¿Se dejaría-…?

 

No pudo terminar siquiera la frase en su mente, pero ésta, a cambio, se llenó de toda clase de imágenes que en realidad no deseaba imaginar aún, y tuvo que tragar con dificultad mientras intentaba apartarlas. Aquello era demasiado para él.

 

No podía imaginarse llevando las riendas de la supuesta relación imaginaria que estaba creando, pero definitivamente no se veía a sí mismo cediendo ante Darren, ofreciéndole su cuerpo para adentrarse y posee-…

 

“¡¡AHHHH!! ¡BASTA! ¡Basta!”

 

Miró el techo una vez más.

 

“¿¡Qué me hizo este imbécil!?”

Notas finales:

Bueno, quedan sólo dos capítulos más para el final.

Gracias a aquellos que aún se toman la molestia de comentar :)

Arisa.


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