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El Chico del Cuy por Ariisa

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Notas del fanfic:

(Siento que) Hacía siglos que no subía algo. Pero hay una razón para ello: llevo tiempo escribiendo otro fic, aparte de éste, que tiene demasiados capítulos, por lo que digamos llevo dos años trabajando en él. Avanzo lento. Muuuy lento.

En fin, esta historia tendrá aproximadamente 10 capítulos, pueden ser menos, pueden ser más, pero ése es mi número ideal xd

CREO que actualizaré una vez por semana.

¡Espero les agrade!

 

Cuy: Cobaya, Conejillo de Indias, Cuyo o Chanchito de Indias, etc.

Notas del capitulo:

El inicio es lento, ¡pero espero les guste!

Capítulo 1: Amenaza.

 

Federico tipeaba los códigos bastante concentrado.

Se alejó un poco de la pantalla, sacándose los lentes y acariciándose el puente de la nariz. Estaba un poco aburrido, y aunque podía ser que su trabajo no requiriera tanta concentración continua como el de un cirujano o tanto esfuerzo físico como el de un jardinero, sin duda pasar tantas horas sentado frente al ordenador sí que cansaba.

 

Miró al reloj de la pared, 19:20 hrs.

 

Como sólo faltaban diez minutos para marcharse, se puso las gafas nuevamente y comenzó a cerrar los archivos y guardar todos los datos con la respectiva copia de seguridad.

Apagó el computador y estaba guardando todas sus cosas en su maletín, cuando sonó su celular.

 

—  ¡Fred! —escuchó la alegre voz de Paola al otro lado de la línea— ¡Tengo excelentes noticias!

—  Hola, Pao. ¿Qué sucedió? —preguntó, en tanto tomaba su bolso y chaqueta, y se dirigía al elevador. Se despidió de sus compañeros con un gesto de mano.

—  ¡Haaa! —soltó un gritito de emoción que hizo sonreír al chico de cabellos negros— ¡Por fin! Ya me designaron el lugar de mi práctica y… ¡adivina cuál es!

—  ¿La clínica que querías…? Esa, con el nombre de una flor, ¿no?

—  Se llama Clínica Crisantemos, ¡y sí! Quedé allí. Estoy tan, tan feliz.

—  Eso es muy bueno, Pao —dijo, contento por la chica— ¿Cuándo empiezas?

—  Mañana. Así que… ¿qué tal si desayunamos juntos y me acompañas a la clínica? Después de todo, queda como a tres cuadras de tu casa.

—  Tienes razón.

—  Entonces, ¿te molesto si llego a las siete y media? Porque entro una hora después.

—  Claro que no. Nos vemos mañana entonces.

—  ¡Sí! Te quiero mucho, Fred. Nos vemos. ¡Byeee! —y colgó.

 

El joven subió al ascensor y marcó un botón.

 

Paola era su novia, aunque la mayoría pensara que eran hermanos o sólo amigos. Y parecía que las cosas fueran así, porque más de una vez él mismo había pensado que su relación daba más para ser “amigos con derechos” que la pareja estable que eran en verdad.

 

Al salir a la calle, la brisa refrescó su rostro. Tomó un taxi, puesto que quería llegar pronto a su casa luego de ese día tan horrible. Estaba en verdad harto del autobús, pero se consolaba pensando que quedaba bastante poco para poder comprarse un auto. Bueno… poco, poco no era. Pero sólo unos cuatro meses más si es que no pasaba nada que requiriera un gran gasto extra. Llegó pronto, debido a que la oficina no quedaba tan lejos, y subió al quinto piso, en el cual estaba su departamento.

 

 

 

Poco a poco estaba logrando independizarse por completo, aunque su madre seguía llamando día por medio. Al menos tenía la suerte de que existiera Jorge, su hermano menor, y gracias a ello su mamá no hacía el drama de que no le quedaran hijos en casa, y bla bla bla…

Pero… debía admitir que extrañaba los desayunos y almuerzos en casa, porque eso de no saber ni hacer un huevo frito lo estaba matando. Tanta comida recalentada y tantos brunches le estaban pasando la cuenta.

 

Dejó las divagaciones para después cuando se encontró frente a su puerta. Oh, eso del subconsciente sí que funcionaba.

 

Pero algo extraño sucedió antes de abrir la puerta.

Según lo que había leído una vez, la visión periférica del ser humano puede abarcar hasta 180º. ¿Por qué recordaba eso? Porque algo había pasado rápidamente por su lado y podía asegurar que era un animal, pero demasiado pequeño para ser un perro o un gato.

 

Se volteó de a poco y encontró un cuy en medio del pasillo que lo miraba atentamente con sus ojos cafés y su cabello punk. Movió su rosada nariz y siguió olisqueando algo en el piso.

 

Su cara era indescriptible.

¿¡Qué mierda hacía un conejillo de Indias en medio del pasillo!?

¿Por qué nadie le había advertido de los efectos secundarios de pasar tantas horas frente a la pantalla del computador? ¿Desde cuándo alucinaba con animales con complejos estéticos? ¿Y por qué ahora le daba por hacerse tanta pregunta estúpida, una tras otra, sin poder responderlas?

 

No, debía pensar. Debía haber una explicación lógica.

 

Y vaya que sí, su lógica explicación tenía cabello rubio y apareció tras una puerta al fondo del pasillo. El alto joven caminó concentrado por el corredor, mirando con detenimiento el piso y con una expresión de fastidio evidente en el rostro. Vio al ser peludo que se movía de a pequeños tramos y, cuando estuvo a menos de un metro del peludo animal, se acercó con cautela y rápidamente lo tomó con ambas manos.

 

Cuando lo tuvo frente a su cara, y el conejillo movía sus patitas desesperado por verse libre, dijo:

 

—Sólo das problemas, bola de pelos —los ojos de color miel observaron con hastío al pequeño animal y fue entonces que, en segundo plano, vio la difuminada silueta del otro joven.

 

Fred seguía en la misma posición hacía un minuto, aproximadamente, con la mano en el pomo de la puerta y su cabeza ladeada, mirando por sobre el hombro hacia la derecha.

Su cara no había cambiado, seguía mirando con sorpresa la rarísima escena.

 

El que sostenía al cuy lo enfocó con la mirada y guardaron silencio unos segundos, observándose.

 

—  Ehhh… ¿Hola? —dijo el rubio, mirándolo un poco desorientado.

—  Hola —respondió Fred.

—  Yo… bueno... —dejó al animal en una sola mano y, girando un poco el torso, señaló con la mano libre la última puerta al final del pasillo— Amn… llegué aquí hace una semana.

—  Ah —fue su escueta reacción.

—  El punto es que creo que seremos vecinos —repuso.

—  Ah, claro —respondió, como saliendo de un trance— Me llamo Federico.

—  Yo Darren, un gusto —pero Fred no podía evitar fijar sus ojos en el peludo animal en las manos del chico.

—  Y esto…— Darren tomó al velludo ser de una manera que, a simple vista, se veía un poco sofocante para el pequeño—. Es de mi sobrina.

—  ¿No le molesta que lo tomes así? —cuestionó, un poco preocupado.

—  No. Hay que hacerlo así para darles soporte, además, son terriblemente huidizos—explicó.

 

El nuevo vecino sonrió, iluminando así su rostro. Vestía camisa blanca y jeans, era bastante alto y el cuy parecía pequeño en sus grandes manos. Tenía el cabello de un rubio dorado y sus ojos eran del color de la miel.

 

—  Supongo que ésta no fue la mejor de las presentaciones, pero… no quiero que me recuerdes como “el chico del cuy” a partir de hoy, jaja —sus dientes blancos relucieron.

—  No, descuida… Darren— pronunció su nombre con cuidado de no decirlo mal, ya que no era común.

 

Fred se decidió a dejar el maletín apoyado en la puerta, aún cerrada, y guardó las llaves en su bolsillo. Se acercó al otro y acarició al conejillo de Indias.

 

Cuando era pequeño había pasado cinco años esperando a un perro que nunca llegó, luego otros tres esperando un hámster y ahora no tenía tiempo para cuidar una mascota. Pero siempre había adorado a los animales, eran algo así como su afición secreta. Y es que la mayoría pensaba que alguien tan escueto como Fred, a quien incluso le costaba demostrar cariño por sus más cercanos, no tendría la capacidad de enternecerse por un animal.

 

—  Si no te molesta responder, ¿cómo llegó al pasillo? —al subir su vista descubrió a Darren observándolo con detenimiento, con sus llamativos ojos ambarinos.

—  Fue un descuido. Limpiaba su “casa” y lo dejé dentro de una caja baja. Tenía la bolsa con basura y la iba a dejar fuera, por lo que abrí la puerta, pero recordé otra que tenía en la cocina y me devolví —la mirada dorada del chico era tan intensa, que Fred prefirió no mirarlo más a los ojos—. Y, créeme, comienzo a creer que éste pertenece a la Fuerza-G —el rubio sonrió, esperando alguna reacción por parte del otro, pero definitivamente Fred no había entendido el chiste. Tal vez debía dejar de ver tanta película infantil junto a su sobrina—. Nada, olvídalo, fue un comentario estúpido.

 

Guardaron silencio por un tiempo, hasta que el moreno se decidió a entrar de una vez a su casa.

 

—  Tendrás que tener cuidado entonces, porque si la señora Julieta lo ve, te aseguro  que lo matará a “escobazos”. Como sea… espero te agrade el lugar. Nos vemos luego —en cuanto el otro le respondió, sacó las llaves del bolsillo nuevamente, recogió su maletín, abrió la puerta de su departamento y entró.

 

Olvidó el extraño incidente en cuanto su estómago rugió. Sin duda, tenía un desastre con los horarios de las comidas y éstas mismas. Dejó todo en el sillón y fue a lavarse las manos. Luego abrió el mueble de la cocina en busca de algo comestible y fácil de preparar.

 

 

 

 

Un cuarto para las ocho de la mañana del día siguiente, Paola y Fred estaban de camino a la Clínica donde la muchacha haría la práctica.

La chica estaba estudiando para ser Tecnóloga Médica y quería la mención de Hematología y Banco de Sangre. Por eso trabajar en el Clínica Crisantemos, que contaba con uno de los mejores laboratorios, la hacía sumamente feliz. En todo el camino no había parado de hablar de instrumentos y medicamentos que, para Fred, sólo eran un montón de complicadas palabras.

 

—  Fred, ¿está todo bien con tu trabajo? —preguntó ella, para crear un tema de conversación.

—  Sí —respondió.

 

Fred no era una persona que hablara mucho, más bien era bastante escueto para conversar, incluso tratándose de sus seres queridos. Era una persona que prefería reservarse la mayoría de sus comentarios al suponer que no eran relevantes. No se entrometía en asuntos que no le concernieran y no le interesaba enterarse de lo que sucediera con la vida de los demás, a menos que fuesen asuntos importantes relativos a gente que estimara.

A menudo confundían su introversión con falta de interés absoluta por la humanidad, con depresión o con arrogancia, al opinar: “se cree demasiado bueno para prestarnos atención”. Mas no era que él se desligara del resto de los mortales a causa de la inferioridad de éstos, ni nada por el estilo. Era así porque no podía fingir interés en cosas que no le interesaban, porque no tenía la capacidad de disimular y simular, porque simplemente había nacido así… pero a veces se preguntaba por qué. ¿Por qué había tenido que nacer con esa suma falta de carisma y/o simpatía por los demás?

Bueno, tal vez se debiera a que cuando pequeño había pasado sus primeros años solo, hasta que naciera su hermano, puesto que sus padres trabajaban mucho y lo dejaban a cargo de una nana que nunca lo trató con cariño. Además, vivían en un lugar un poco apartado por lo que no había otros niños con los que jugar.

 

De todos modos, ya no había mucho que hacer con su personalidad, así que no valía demasiado la pena psicoanalizarse a su edad. Y lo más importante de todo era que él se sentía cómodo con quien era. No obstante eso, debía admitir que se consideraba a sí mismo una persona con ‘gusto a nada’. Probablemente debía ser aburrido pasar mucho tiempo con él…

 

— Estamos desarrollando un software de oficina que nos encargaron en la compañía hace poco —agregó después de unos segundos, para darle a entender a Paola que la escuchaba y que, si no entraba en detalles, era porque no había mucho que decir.

 

El principal problema era que siempre que Fred se esforzaba por mantener una conversación, por darse a conocer un poco más, era cuando encontraba que lo que decía se hacía aún más aburrido y que, en el fondo, a nadie le importaba y terminaban preguntando sólo por cortesía.

 

—Ajá —fue tofo lo que recibió a modo de respuesta.

 

Fred también se preguntaba por qué había terminado saliendo con Paola.

Por su parte, le gustaba escucharla, ya que era una muchacha con muchas ideas interesantes y que hablaba bastante, lo que, en cierto modo, le evitaba un par de problemas. Era una chica linda e inteligente, además. Pero ella… ¿qué veía ella en él?

 

 

 

 

Paola se dio la vuelta antes de atravesar las puertas de cristal. El viento otoñal meció un poco sus cabellos marrones. Le sonrió.

 

—  ¡Gracias por acompañarme, Fred! —le dijo, con voz emocionada— Estoy algo nerviosa, pero… no puede ser muy difícil, ¿cierto?

—  No lo creo. Yo me preocuparía por lo contrario. Si tienes suerte, no te enviarán a buscar café—le sonrió tiernamente.

—  Jejeje… espero que no —la muchacha se acercó un par de pasos, se apoyó de los hombros de él y estaba acercándosele, con la clara intención de besarlo, cuando se vieron interrumpidos.

—  ¿Vecino? —ambos se giraron y encontraron a un rubio observándolos.

—  Darren… hola —saludó el moreno. ¿Qué hacía su vecino allí? Bueno… era una clínica, tal vez sólo iba a hacerse unos exámenes. Aunque pronto distinguió un delantal blanco que llevaba bajo el brazo. ¿Médico?

—  No me digas que estás enfermo, —dijo el de ojos amarillos, mientras su espontánea sonrisa adornaba su rostro— porque no te aseguro obtener un descuento para ti.

—  No, descuida. Acompaño a Paola —sólo entonces el recién llegado pareció fijarse más en ella. La chica, por su parte, lo observaba detalladamente. ¡Ese tipo parecía un actor de cine! Era tan guapo…—Hará su práctica acá.

—  Oh, un gusto —dijo Darren, inmediatamente saludando a la muchacha con un beso en la mejilla, que a todo esto se había separado de Fred hacía unos segundos— Soy Darren… y si no mal recuerdo, hoy llega un practicante al laboratorio. Así que creo que trabajaremos juntos.

—  ¿En serio? —Paola sonrió con gran entusiasmo, sin dejar de mirar al rubio, cosa que no pasó desapercibida por su novio.

 

Pero, ¿tener celos de un recién conocido? Eso no sería sensato... Más bien; ¿“celos”? ¿Qué era eso? Fred nunca había sido celoso.

 

—  ¿También eres tecnólogo? —preguntó ella.

—  No, soy médico especialista en Toxicología, pero estoy realizando un estudio en el Laboratorio en estos momentos. Como sea, todos los que me conocen dicen que tengo más vocación para ser un vago, jajaja—su forma de reír era tan natural que contagiaba su alegría.

—  ¡Para nada! —respondió ella, sonriendo de igual forma.

 

El moreno permanecía callado y observaba a los otros dos con sus ojos verde esmeralda, pacientemente.

 

Allí mismo, fuera del edificio, el rubio le hacía preguntas a la practicante y ésta respondía con la mejor de las disposiciones.

 

Fred revisó su reloj de pulsera. Se le iba a hacer tarde para llegar al trabajo.

 

—  Pues…—los otros le prestaron atención inmediatamente— Se me hace tarde, pero ya veo que les irá bien. Suerte, Paola —se despidió de ella con un beso en la mejilla— Hasta luego, Darren.

—  Ah, claro… Que te vaya bien a ti también —respondió el chico.

—  Chao Fred, hablamos más tarde.

 

El Ingeniero Informático se dirigió hacia la parada de autobuses más cercana, pronto desapareciendo de la vista de los otros.

 

—  ¿Qué son ustedes? —preguntó Darren, en tanto ambos se adentraban en las instalaciones de la clínica.

—  Novios —dijo ella.

—  Oh, bien.

—  ¿Y ustedes? ¿De dónde se conocen? —se vio de pronto confundida.

—  Somos vecinos, me mudé hace poco.

—  Ahhh… por eso Fred dijo “Hasta luego” —sacó sus conclusiones.

—  Supongo que sí... Por cierto, ¿todos lo llaman Fred?

—  Creo que sí. Sé que otras personas le dicen Fede también, pero nunca ha dicho que prefiera uno u otro.

—  Ya veo.

 

 

 

 

Paola lo había llamado en la tarde y, aunque ella misma no se diera cuenta, sólo había hablado de lo genial que iba a ser trabajar con Darren. Que el rubio era, sin dudas, la persona más genial con quien podría haberle tocado trabajar. Que, además, era súper simpático y absolutamente TODO lo que decía era interesante.

 

Fred sólo la escuchaba. Al menos la muchacha iba a pasar un tiempo agradable durante su práctica, no como él, cuya práctica lo dejó más que traumatizado debido a la jefa acosadora que había tenido. De sólo recordarlo le daban escalofríos. Pero, volviendo a Paola, iba a ver cómo se daban las cosas. Quizás la chica sólo estaba ilusionada y emocionada con esta nueva vida a la que se estaba adentrando. Tal vez no era más que la fascinación que se tiene al conocer cosas o personas nuevas.

 

Pero algo lo decía que no.

El nuevo vecino era, cuanto menos, una amenaza para su relación. Lo había notado en cómo ella lo miraba, aunque ella, probablemente, ni se había dado cuenta.

Al colgar, Fred se quedó pensando.

¿Qué debía hacer ahora?

Notas finales:

Si les gustó, agradecería mucho me lo hicieran saber a través de un review, para no desanimarme :D No lo consideren un chantaje emocional, no... *Finje que silva, porque no sabe*

Gracias por leer hasta aquí.

¡Nos leemos!

Arisa.


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