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Algo de Él por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

¡Uff! Siento que hace siglos no actualizaba u.u En verdad me disculpo por la demora. Me sucedieron un par de cosas que me imposibilitaron de hacerlo, primero mi pc (otra vez) se descompuso y en verdad traté de escribir en mi tablet, pero me es frustrante...

Y despúes, me lastimé la mano, estuve una semana sin poder moverla, y siendo la izquerda (soy zurda) no podía hacer casi nada.

Espero poder compensar la demora, ahora actualizando en unos días, ya que este capítulo es un tanto de transisión entre los conflictos y su acercamento definitivo. Espero no les resulte aburrido!

Hablando de otra cosa... ¿No murieron de ternura con el peque Shura? Awww ♥ ¡Larga vida al fanservice!! XD si hasta me dieron ganas de un Shura x Aioria jajaja! Amo como va la historia en Soul of Gold, pero tambien espero que la situación con Camus cambie, porque hasta ahora su papel en la saga es mediocre...

Y no supero que Milo haya muerto ¡No es justo! T-T

Buen, sin más, los dejo con la lectura mientras yo sigo deprimiendome por mi bichejo...

Majestuoso. El siglo XX era simplemente majestuoso. Con un deje de satisfacción podía decir al fin que, lo difícil ya había quedado atrás. En retrospectiva, también debía admitir que se avergonzaba de no haber descubierto por sí solo el botón que encendía la lámpara y los demás que funcionaban para iluminar todo el Templo... la maravilla de la electricidad. La cocina si fue un reto, no porque fuera algo imposible de comprender, sino, porque a decir verdad, Dégel jamás en su vida había siquiera hecho una fogata. En el pasado, tenía a las doncellas y los escuderos que se encargaban de todo eso y de niño, a pesar de la austeridad en la que vivían con el viejo Krest, uno de los “lujos” – sino el único – que tenían, era una señora mayor que se encargaba de alimentarlos y los quehaceres. El siglo XX era impresionante si dudas, pero él fácilmente podía adaptarse a las nuevas costumbres. Lo mejor eran los libros. Vaya si Camus tenía un gusto exquisito en la lectura.

VerneBaudelaire y aquel que portaba como nombre: Camus… y tantos más que aún no leía. Todos franceses, al parecer el joven había tenido predilección por su tierra, tanto así que en un estante había una colección de libros que le quitarían – o alarmarían – el pudor de cualquiera; autoría de Marques de Sade. Tendría que leerlos más tarde, la curiosidad le ganaba.

 

Un mes y algunos días más habían transcurrido desde su arribo al “futuro”. Athena había partido a Japón nuevamente, era increíble que se tomara la búsqueda de alguna cura para el griego tan personal. Dégel dudaba que llegasen a hallarla. A pesar de que la medicina había avanzado (y mucho) no creía posible que algún medicamento, sea pastilla o vacuna, pueda contrarrestar una fiebre que en el más leve de los casos asciende a ochenta grados… y pueden ser más, muchísimos más. El ser humano no es capaz de albergar tanto fuego en su interior, ellos, como seres alcanzados por el poder de las estrellas, son capaces de sopórtalo, pero todo tiene su límite.

¿Athena estaría investigando usar su cosmos como vacuna? Era una posibilidad un tanto surrealista, pero vaya que en ese siglo todo le parecía falaz.

 

Si bien, dentro de la situación a la que se enfrentaban, los contratiempos habían sido escasos, le asombraba la capacidad de Milo para adaptarse a las situaciones adversas, controló mejor de lo que hubiera imaginado la enfermedad, teniendo dos episodios complicados después de aquel encuentro. Dégel nunca mencionó lo de esa noche y Milo simplemente lo ignoró, por lo que el francés se sintió aliviado… No llevaban una relación especialmente tranquila, sino todo lo contrario, el griego parecía evitarlo el mayor tiempo posible y dado que Dégel no salía de su Templo sino para buscar alimento y atender a Milo, pretender que no existía era fácil.

 

Despertó cuando el sol aún no aparecía. Estiró su brazo al lado opuesto acariciando el espacio vacío… una total soledad. La cama simulaba la inmensidad de su soledad, de su dolor, aquel que lastima en silencio. Nadie sabe cómo hiere en su alma, el veneno de un amor perdido.  Nadie sabe cómo hiere el tenerlo y a la vez no ser el mismo. Solo, claro que se sentía solo, tanto como la solitaria lágrima que resbaló por sus ojos. La limpió con rapidez diciéndose que no podía permitirse caer, mientras aún permanecía consigo la promesa que en su tumba, le hizo a Kardia. Obligó a su voluntad incorporarse.

 

Las ropas de un muerto… eso era lo que tenía puesto, y aunque fuera un pensamiento mezquino y morboso, no podía apartarlo, era la realidad. Él vestía las ropas que alguna vez le pertenecieron a Camus.

 

«Debo hacerlo, por ti… por mí»

 

Debía ser uno más con sus compañeros.

 

Cuando llegó al salón principal de su Templo se sorprendió al ver a un joven parado en medio. Parecía perdido, su mirada era tan triste que se sintió compungido. Caminó con sigilo esperando no alterarlo. Ahora que recordaba lo había visto aquella vez en el salón del Patriarca, era uno de los Santos de Bronce.

 

—Hola…—calló al ser atravesado por los enormes y conmovidos ojos verdes del niño.

 

—Disculpe—Shun se refregó los ojos eliminado cualquier resto de lágrimas en ellos—.No quise ser inoportuno, Milo me ha dicho varias veces, que dejé de pasearme por aquí. Mi nombre es Shun, no había tenido el gusto de conocerlo.

 

—¿Por qué estás aquí?—Shun esbozó una hermosa sonrisa.

 

—Hace poco perdí a alguien importante para mí, justo en este Templo, vengo hasta aquí porque puedo sentir su presencia aún, habitando sus paredes, reconfortándome…

 

—¿A Camus?—preguntó algo temeroso. Shun volvió a sonreír.

 

—No… a su alumno, Hyoga era… bueno es alguien a quien quise mucho.

 

El silencio se prolongó por unos momentos, Dégel no sabía muy bien cómo actuar ante el joven.

 

—Yo también lo he sentido—Shun lo observó—, no he querido preguntar, Milo y Aioria me han prohibido indagar en lo ocurrido… pero lo he sentido.

 

No dijeron más nada. No había nada que decir de igual manera, Dégel se despidió del japonés, había decidido ir a entrenar.

 

••

 

Uno a uno los peldaños desaparecían a su espalda. Las casas vacías transmitían un aura de nostalgia y muchas veces tristeza que lo hacía estremecer, desde Acuario hasta Escorpio, no había habitantes, y Sagitario portaba de todas, el aura más fuerte, como si su guardián aún merodeaba por sus columnas, observando el paso de sus visitantes. Se le había prohibido preguntar por los desaparecidos Santos, pero sentía una honda curiosidad. Aioria, con quien más había entablado conversación, le remarcó que el Santuario había transitado épocas de incertidumbre y que sólo la llegada de Athena puso fin a los conflictos internos. No necesitaba ser muy sabio, para darse cuenta que la ausencia de los Santos se debía a dicho conflicto, del cual, al parecer, Camus no había salido bien parado.

Con sus pensamientos a cuesta, llegó al octavo Templo, sintiendo que su guardián ya había abandonado el refugio, seguramente se hallaba en el Coliseo, le había oído mencionar que el entrenamiento se efectuaba en las mañanas… como siempre. Virgo tampoco estaba en su Casa.

 

El corazón se le aceleró a medida que llegaba a ese Templo, oscuro y olvidado. Podía sentir desde Acuario sus vibraciones; soledad, tristeza, sufrimiento, incluso arrepentimiento… la piel se le erizó mientras caminaba. Sintió nostalgia, a él nunca le había parecido tan siniestro, por el contrario, era cálido y reconfortante… protector. Sacudió su cabeza cuando se percató de que ya lo había cruzado, volvió su cabeza para observar una vez más la fachada y siguió camino, esos recuerdos tampoco eran muy gratos y a pesar de lo reconfortantes que podían llegar a ser, también lo inundaban de culpas.

 

Cruzar por Tauro y Aries fue fácil. Dejó la estampa de los Templos zodiacales, para comenzar a vislumbrar le enorme Coliseo. Al parecer había llegado en el momento de mayor algarabía, pues los bullicios se sentían con intensidad.

 

Incómodo.

 

Sí, avergonzado tal vez. Y es que a penas poner un pie sobre las gradas, el silencio había arrasado con todos los habitantes del Santuario, observándolo como si de un fantasma se tratase… y a fin de cuentas, podía decirse perfectamente que lo era.

Observó la arena, donde segundos atrás habían estado enfrentándose dos jovencitos, uno era de cabellos castaños, piel morena y ojos azul verdosos, el otro se le parecía bastante, pero a diferencia del primero, tenía los ojos color café.

 

Tenma.

 

—Señor Dégel, que sorpresa encontrarlo aquí, por favor, acompáñenos—giró para encontrarse con un joven que le sonreía amablemente. No pudo evitar dirigir su vista a los ornamentos que llevaba por cejas.

 

Un Muviano. Claro, lo había visto en contadas ocasiones, como aquella donde fue presentado ante todos. Sonrió, buscando con la vista a quienes acompañaban al joven de cabellos lilas. Sólo y tan sólo para hallar unas inquisitivas turquesas que le perforaban la razón. Milo estaba ahí, como era de esperarse.

Se sintió abrumado por los destellos de furia que comenzaban a evaporarse en sus ojos. Dégel sabía cuánto odiaba el griego que usara las vestimentas que le pertenecieron a Camus, a él también le incomodaba, pero hasta que no le consiguieran nuevas, no tenía opción.

 

—Muchas gracias—caminó detrás del Santo, mientras las actividades seguían su curso y el  bullicio volvía a apoderarse del Coliseo.

 

Realmente era surreal observar a esos jóvenes, tan parecidos y a la vez distintos de sus compañeros.

 

—Es un honor realmente que pueda estar con nosotros—.Ese había sido el saludo del más grande de entre todos.—Mi nombre es Aldebarán, Santo de Tauro, espero y su estadía esté resultando cómoda.

 

El Toro siempre tenía una sonrisa para todos, más allá de lo que podía llegar a aparentar. Aioria sonrió, lo mismo que Mu. Milo resopló y desvió su mirada hacia el centro de la arena, fingiendo interés por el combate entre Pegaso y Unicornio.

 

—Ha costado adaptarme, ya  comienzo a entender un poco mejor el funcionamiento de las cosas, gracias—sonrió—.Te pareces mucho a mi compañero, por lo que sé, cada Santo portador de la Armadura de Tauro ha de cambiarse el nombre a su estrella más brillante, Aldebarán me habló de ello.

 

El brasileño se llevó una mano detrás de su nuca mientras largaba una carcajada.

 

—Sí, es cierto, tengo un nombre, pero quedó en mis recuerdos nada más, mi nombre a mucha honra es Aldebarán.

 

—Estoy seguro de que sí.

 

Desviaba su vista al ausente griego que seguía empecinado en la “interesante” batalla más abajo, suspiro imperceptiblemente. Todos los trataban como si fuera alguien mayor y sabio, alguien que cargaba centenares de años encima, pero no era así. A pesar de lo irónico, él era menor que todos ellos.

 

—Me alegra que decidieras comenzar a formar parte de nosotros Dégel—Aioria le extendía una mano, mientras sonreía. La estrechó sin dudarlo.

 

—No negaré que es un tanto confuso tenerlos a ustedes y ver el parecido con sus antecesores. Excepto tú—dijo señalando a Mu—, pero me doy a una idea de porqué. Eres Muviano al igual que lo fue Shion, además portas la Armadura que le perteneció a él. Su raza se caracteriza por vivir muchos más años que un humano común, no me sorprendería que Shion siguió viviendo hasta estos días… y me atrevo a arriesgar que fue él, quien  dirigió el Santuario después de la Guerra.

 

Silencio. Milo se giró sorprendido por las deducciones, completamente verídicas del francés. No por nada lo habían llamado el hombre más sabio de su generación. Dejó de lado su rabia por verlo ataviado con las prendas que él celosamente había guardado de Camus. Rabia y conmoción, de no ser por su cabello, estaba seguro de que veía un espejismo de Camus. Y no sólo Milo, el silencio anterior, se debió a la misma turbación que él padeció.

 

—Tan perspicaz a cómo te recordaba, mi buen compañero.

 

Dégel y el resto de los Santos giraron a ver al hombre que caminaba a paso lento, ayudado de un bastón. Con su ropa raída de estilo oriental y el sombrero de cono que le cubría toda la cabeza.

 

—Cuando supe que estabas aquí, decidí venir a ver con mis propios ojos, lo que el caprichoso Chronos ha hecho, tanto tiempo Dégel—levantó su rostro regalándole una sonrisa al sorprendido acuariano.

 

Dégel tardó unos segundos en reaccionar, después de todo, su aspecto había cambiado drásticamente con los años, transformándolo en un ser completamente distinto.

 

—¡Do-Dohko! ¿Eres tú? —No podía confundirse, a pesar de su apariencia, su cosmos y sus vivaces ojos verdes seguían siendo los mismos.

 

—Así es amigo mío.

 

—Es increíble, así que tú también sobreviviste… que grata sorpresa.

 

Dégel sonrió ampliamente, ya no se sentiría tan sólo, al menos, por lo que restara del día.

 

••

 

La ambición exhortada con convicción. A lo lejos, el sol comenzaba a caer, pero no por darle paso a la luna y sus estrellas. A lo lejos el sol caía con el abrazo de una ambición formada por trece años de rencor y dolor, a lo lejos el cielo comenzaría a llorar por su infortunio.

Desde abajo los matices que la tristeza del astro reflejaba se convertían en un cielo verdusco y apagado. Oscurecía, el mundo oscurecía ante la voluntad de un Dios manipulado. El cielo se cubría de lágrimas que dejó caer sin compasión en la Tierra que protegía.

 

La agitación de los océanos, desataba en tierra firme olas de destrucción, olas de purificación que los humanos no pidieron. La redención de los pecadores, que ahogaban en un grito, la desgracia del hijo que moría en sus brazos, ahogaba en su interior, la furia de una vida inconclusa.

 

Kanon observó a lo lejos la destrucción de las aguas que en olas de vida propia, arrebataba las de miles de personas. Pronto el verdusco cielo marítimo se tornó completamente gris, arrastrando hasta sus oídos, las plegarias de mujeres y hombres atemorizados por el fin de su mundo corrupto. Allí abajo todo era calmo, todos aguardaban en su Pilar, las ordenes de su General al mando, él que traía la palabra misma de Poseidón y transmitía mediante su voluntad, las ordenes de un niño sin control.

 

Todos, menos uno.

 

No le sorprendió observarlo entre los barrancos, desplegando patadas y puños, congelando todo a su alrededor. Kanon sonrió al percatarse que su cosmos había crecido considerablemente y que sin dudas podía combatir de igual a igual con un Santo Dorado. Era un alivio tenerlo de su lado.

Caminó por los intrincados acantilados de coral, dejándose envolver poco a poco por el frío que Isaac transmitía. Algo en su interior disfrutaba de esa brutal temperatura. Se paró a escasos metros, con los brazos cruzados y su casco ocultándole siempre el rostro.

 

—He dado la orden de permanecer en sus Pilares…

 

Isaac no lo observó, incluso pareció ignorarlo, mientras sus puños se enfrascaban en un combate sin oponente. Cuando se supo satisfecho, descansó su cuerpo, quitándose la capa de sudor en su rostro. Kanon sonrió imperceptiblemente, ¿Quién podía sudar con tanto frío alrededor? Sin dudas era un muchacho especial.

 

—Lo sé, pero creo que mientras traes a Athena hasta aquí, podía aprovechar mi tiempo—curvó sus labios ante el claro gesto de asombro en Kanon. No podía ver su rostro, pero sintió la tensión en su cuerpo—¿Está por suceder, no es así? ¿La Guerra? —Kanon frunció el ceño.

 

—Poseidón ha dado la orden, su voluntad está cubriendo la Tierra en estos momentos, a partir de ahora, la Guerra será inevitable, Athena, ni los Santos se quedaran impasibles mientras esto sucede… es momento de demostrar nuestro poder y lealtad, ¿estás listo Isaac?

 

Silencio. Isaac levantó su brazo al tiempo que salía despedido hacia el griego, Kanon sonrió mientras bloqueaba el golpe y a su vez levantaba su brazo izquierdo para golpear a su compañero. Como lo supuso, el peli verde bloqueó su ataque con increíble facilidad. Se sonrieron.

 

—Una vez mi maestro me dijo que para triunfar como guerrero, era necesario dejar los sentimientos y el pasado en el olvido, liberarse de las ataduras, de las emociones que oprimen a los humanos—dio un salto hacia atrás, regresando a una postura relajada. Kanon lo imitó—, a pesar de que él fue un Santo, tomaré su enseñanza y la emplearé.

 

Kanon mantuvo su sonrisa mientras llevaba sus manos al casco y se lo retiraba. Nunca había sentido temor porque descubrieran su rostro o su identidad. Sabía que las Marinas conocían lo acontecido en el Santuario, pero dudaba de que supieran quién había sido su hermano. Sabían su nombre, pero no su rostro.

Isaac abrió su ojo sano al contemplar al imponente hombre frente suyo. Se le hacía familiar, sus cabellos azules y rebeldes le recordaban un poco a él. A Milo, el amante de su maestro. Tal vez tenía que ver el hecho de que Dragón del Mar también era griego.

 

—¿Quién fue? ¿Quién fue tu maestro?

 

—Camus de Acuario…

 

Acuario…

 

••

 

La lluvia lo había tomado desprevenido. Había arrecido con fuerza mientras él se limitaba a observar circunspecto las nubes cubrir todo el cielo de gris… de Guerra.

Lo había sentido minutos antes; la electricidad en el ambiente, una tensa calma antes de la tempestad.

Todos habían abandonado ya el Coliseo, incluso Milo quien apenas y le dedicó un escueto saludo cuando se marchó. Había pasado el día ignorándolo, pero Dégel había sentido la tensión en su cosmos, algo le molestaba. Dohko también había abandonado ya el Santuario, después de tener una larga y amena charla junto al chino, se sintió más relajado, incluso para conocer a quienes eran en esos momentos sus compañeros.

 

Ahora la noche casi caía en las tierras de su Diosa, y con ella, un manto de incertidumbre, como una lúgubre capa de desesperación. Algo estaba por ocurrir… Dégel observó hacia el cielo, mientras el viento traía consigo el olor inconfundible a sal del mar. Su piel se erizó cuando a lo lejos, el humo provocado por el volcán, le trajo la imagen de la isla de Kanon.

 

—¿Qué te preocupa Dégel?

 

Tan sólo era una niña, una joven que guardaba milenarios secretos dentro de su ser. Una niña que luchó desde los albores de los tiempos, protegiendo la vida que en esa Tierra nacía. En esos momentos, cuando la lluvia se escurría por su cuerpo y pegaba los largos cabellos a su frágil figura, no era en esos momentos, la imagen de una Diosa, sino, tan sólo de una niña. Asustada y preocupada.

Dégel la observó antes de acercársele, cubriéndola con la capa que había estado cubriendo sus hombros hasta ese momento.

 

—Athena… esta lluvia…

 

En el cielo, un relámpago surcó su superficie iluminando de repente, como si del mismo sol se tratase, todo el Santuario, luego la oscuridad absorbió lo que quedaba del día, despertando en el ambiente, la tensión y en sus cuerpos la incertidumbre.

 

Para cuando sintió el golpe, Dégel ya había sido estrellado contra un pilar cercano. Le costó incorporarse, el golpe sin dudas había tenido toda la intensión de dejarlo fuera de combate. Su cosmos se disparó cuando vio a Athena inconsciente, en el suelo encharcado. Su vista siguió el recorrido. De pie, a su lado, estaba un hombre con una Armadura extraña.

 

Su corazón sintió una pequeña opresión pero no le dio tiempo a reflexionar, su cuerpo se tensó tomando una postura de defensa.

 

Kanon no las tenía todas consigo. No había movido un dedo después de haberlo golpeado, completamente paralizado – y de igual manera – horrorizado, porque su cuerpo no le respondía, y porque la angustia que había sentido todo ese tiempo, se intensificó sobremanera al llegar al Santuario, al ver a ese hombre frente suyo.

Sus dudas se esfumaron cuando el brillo inconfundible de la Armadura Dorada envolvió el cuerpo de aquel frágil hombre, confiriéndole aires de Dios, o al menos, a sus ojos, así fue.

 

Acuario… Dégel…

 

—Dégel de Acuario…

 

El nombre salió de sus labios sin pensarlo. Dégel no varió su expresión, a pesar de sentir añoranza por ese desconocido hombre.

 

—¿Quién eres?—dio un paso adelante, con la vista fija en su Diosa inconsciente.

 

—Soy Dragón del Mar, General Marina de Poseidón.

 

La historia volvía a juntar ese nombre y a Dégel (aunque él no lo supiera aún) queriendo así que transcriba lo que aquella vez no pudo hacer. Pero Dégel se sabía un animal débil, una presa fácil de la fragilidad emocional, pues fracasaría, como en aquel momento… fracasaría.

 

Kanon elevó su cosmos decidido a ignorar lo que ese hombre le producía… los gritos que su mente producía.

 

Todo sucedió tan rápido que Dégel, por un momento dudó si había pasado en realidad.

 

—¡Restricción!

 

Kanon no había sentido la presencia de Milo hasta que fue demasiado tarde, debatiéndose entre las voces internas que le pedían que no lastimara a Acuario ni a Athena. Su cuerpo fue presa de una electricidad que lo paralizaba, sintiendo como cada musculo se entumecía. Dégel parpadeó desviando su vista al Santo que se sujetaba el pecho y respiraba profusamente… todo sucedió tan rápido…

 

—¡Dégel! ¡Atácalo!

 

Milo corrió en dirección a su Diosa. Los brazos del francés se congelaron a sus costados, imposibilitado de lastimar al dueño de ese cosmos… levantó su vista hacia el griego mayor y por un momento pudo ver los azules cabellos escapando de la protección del casco y unos intensos ojos del mismo color observándolo tan estupefacto como él.

 

—¡Maldita sea Dégel!

 

Milo luchaba para resistir a la creciente fiebre, utilizando el poco cosmos que aún quedaba de Dégel en él. Agradecía en esos momentos a la lluvia que aliviaba su cuerpo ardiente.

 

Uno, dos segundos en el que el tiempo pareció congelarse a su alrededor. Donde la inmensidad del tiempo mismo se redujo al hombre que luchaba por alcanzarlos y a quien tenía enfrente a sus ojos, estático y confundido. Era su cosmos, no tenía duda. Buscó explicaciones, pero los intensos ojos azules de Kanon se habían cerrado para él.

 

Un instante donde sólo estaban él, Kardia y…

 

—Defteros…—lo nombró.

 

Milo abrió sus ojos horrorizado cuando el cosmos de ese hombre se elevó, distorsionando todo a su alrededor. El portal no duró ni un segundo. Para cuando su magullado cuerpo llegó a ellos, ya habían desaparecido. Cayó de rodillas ante el francés, con lágrimas de impotencia y odio.

 

Dégel había fracasado una vez más.

Notas finales:

¿Y, qué les pareció?

Espero hayan disfrutado de la lectura. A quienes me han leído, saben que me gusta el Defteros x Dégel. Y en este capítulo por fin dejé bastante en claro eso XD. No era casualidad que la venida de Dégel al presente haya sucedido un año despues de la muerte de Kardia. Pero aclararé todo en el próximo capítulo.

Sin más, gracias por leer.


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