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Algo de Él por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

Como lo prometí, actualicé rapidito. Es que ya lo tenía escrito y sólo me faltaba corregir. Si me tomaré unos dias más para el próximo.

Pero mientras tanto disfruten de este, que viene cargadito ;) ¡A lo que vinimos!

Disfruten de la lectura.

«Mátame»

 

Defteros había arriesgado su vida al adjudicarse la desaparición de las pitonisas. Por su hermano, por salvarlo, por el amor que guardaba en él.

 

Había olvidado – o querido olvidar – el momento en que su mirada se abrió para reflejarle su interior. El dolor y frustración, el confinamiento impuesto, por todos, pero también por él mismo. Hasta ese entonces sólo había escuchado de la sombra por el Patriarca, recordaba su reticencia a los presagios del oráculo, pero que desde tiempos inmemoriales había sido así, que Sage no tenía el poder para cambiar la situación y tal vez no quería hacerlo, sea por miedo o algo que no llegaba a entender.

La fascinación que sintió al verlo luchar de igual a igual contra él, que llevaba puesta su Armadura, había sido casi tan grande a la que sentía por Kardia. Lo consideraba un milagro, algo verdaderamente excepcional y que no debería considerarse maldito o profano.

 

Defteros era un milagro.

 

Luego de la batalla contra los fantasmas de la arena de combate, aquellos feroces guerreros que alguna vez sirvieron al Dios Ares, Dégel había tomado una decisión que cambiaría todo. Ahora su presente estaba en tiempo suspendido, hacía poco que el atentado de Aspros había ocurrido, hacía poco que Defteros se había refugiado en la isla de Kanon… hacía tan poco que había probado sus labios…

 

¿Cómo llegó a suceder? ¿Cómo se rindió a la abrasante presencia del gemelo? Defteros le había devuelto parte de su confianza, le había devuelto algo que creía enterrado, su sentir. No lo amaba, Dégel sabía muy bien que le era imposible hacerlo y dudaba que algún día llegara a amar a Defteros como sí lo había hecho con Kardia. Era justamente eso lo que lo atormentaba cada día. El griego de rasgos salvajes y hermosos, le había otorgado algo que incluso nunca se lo permitió ni a Asmita, o a su propio hermano; su amor. Su corazón de hombre.

 

Porque Dégel lo sabía y el propio griego se lo había hecho saber; Defteros lo amaba. Lo ama…

 

«Soy quien ha de estar a tu lado, con miradas esquivas que transcribe mi voluntad a amarte en silencio, a adorarte en mi fuero interno. Pues no soy quien ha de profanar tu indiferencia, y convertir tu virtud en vergüenza. En lágrimas tatuadas en mi piel, por mis pecados cometidos»

 

Pero sí se había entregado a él.

 

Sí se había dejado guiar hasta el final, mientras los labios de Defteros marcaban su piel y le recordaban que él podía sentir, que podía gozar. Habían sido sus manos, al recorrer su cuerpo, al tocarlo con adoración, las que despertaron la dormida pasión en su interior. Se había entregado a Defteros deseoso de volver a sentirse vivo… para demostrarle que su virtud también era la de sentir.

 

Sí lo quería, lo respetaba y admiraba, por eso había sido incapaz de levantar un puño contra él… Había pagado un precio muy alto por su accionar.

 

Cargaba el convaleciente cuerpo de Milo en sus brazos mientras descendía la temperatura a su alrededor e insuflaba su frío cosmos en el corazón del griego. La respiración de Milo volvía a acompasarse, pero había caído inconsciente, como tantas otras veces. Él no estaba en tan buenas condiciones tampoco, el golpe había sido peor de lo que pensaba, pero ahora, eso era lo de menos.

Como había adivinado, entre la llegada del General y su desaparición junto a Athena, sólo habían transcurrido unos pocos minutos. Milo debió haber estado cerca, tal vez buscándolo para calmar la fiebre. Dégel apretó sus puños y sus ojos, al sentir el cosmos de todos los Dorados acercarse. Debía dar explicaciones de su descuido.

 

—¿Qué ha sucedido?—levantó la vista viendo a todos allí, Dorados y los Santos de Bronce. Aquel a quien había reconocido como Tenma fue quien habló.

 

El agua caía con  fuerza sobre sus cuerpos, pero a ninguno parecía importarle, Dégel los observó sin inmutar su rostro, a pesar de saberse responsable, debía mantener la calma, ahora todo dependía de pensar con claridad.

 

—Athena…ha sido secuestrada por un General de Poseidón…

 

La lluvia arreció con furia, al igual que los corazones de todos allí.

 

••

 

También había previsto el despertar violento del Escorpión. Milo apretó su cuello, crujiendo sus dientes, largando chispas de fuego en su mirada. Odio, no transmitía nada más, sólo odio.

 

Estaban en la habitación del griego, Milo había despertado de sobresalto al verlo a su lado acariciando su rostro con gesto conmovido, que para el griego, fue casi una burla.

Ahora estaba entre la pared y el cuerpo aún caliente del peli azul, tratando de liberar los brazos que apresaban su respiración.

 

—Mi…Milo…

 

—¿Qué mierda fue todo aquello?—los dientes rechinaban tanto que sentía a sus encías doler.

 

Lo soltó. Claro que lo soltó. Arrojó el cuerpo de Dégel como si de un trapo viejo y sucio se tratase. El francés fue a parar al otro extremo de la habitación deteniendo su recorrido estrepitosamente contra la cama. No lo observó, sus manos frotaron la zona de su nuca y cuello adolorido, mientras recuperaba su respiración normal. La temperatura en la habitación parecía una lucha entre el Flegetonte y el Cocytos. Entre el fuego y el hielo.

 

Entre el odio y la culpa.

 

Milo volvió a quemarlo con sus ojos, no lo dejó incorporarse, el dolor punzante de una aguja clavándose en su hombro lo obligó a arquearse de nuevo en el suelo, dejando escapar un jadeo, un gemido mezcla de dolor y frustración.

 

—Milo…—volvió a repetir, tratando de ordenar su consciencia.

 

Reacomodando las memorias de lo ocurrido recientemente, de las emociones.

 

—Ese maldito se llevó a Athena y tú… ¡tú!—lo señalo dispuesto a seguir esparciendo su veneno en aquel frágil cuerpo—¿Qué fue todo aquello?—la voz cambió, Dégel se desconcertaba ante tanta emoción junta recorriendo el rostro heleno—¿Quién es Defteros?

 

Claro que lo había escuchado y sintió asco al ver los ojos abrirse en sorpresa, al saberlo descubierto ante un secreto guardado con celo. Dégel no se movió, apretó sus labios en respuesta, no podía dar explicaciones porque aún no entendía qué había ocurrido realmente ¿Era Defteros en verdad?

 

—Antes de responder a tu pregunta, deberás aclararme y decirme la verdad sobre lo que ha sucedido en éste Santuario—sus ojos violáceos volvieron a oscurecerse como aquella vez, tornándose azules, produciéndole escalofríos.

 

—Creo que no estás en posición de negociar—una segunda aguja se clavó esta vez cerca del centro de su pecho, Milo no pensaba vacilar.

 

Largó un grito ahogado entre sus dientes fuertemente apretados, mientras llevaba su mano a la zona afectada, calmando con su frío el ardor.

 

—Milo… ¿Dónde están los gemelos de Géminis?—Dégel tampoco vacilaría, a pesar de no atacarlo, encontraría la verdad.

 

—¿Gemelos?—bajó su brazo confundido ¿se refería a la Armadura?—¿De qué hablas?

 

Lo suponía. Tampoco sabían aquí de la existencia del segundo. Era una suposición, porque tampoco podía asegurar que en esta época hayan nacido gemelos protectores de Géminis… aunque, el destino siempre lo había impuesto de esa manera, no creía que justamente aquí no se hallaran con el conflictivo segundo gemelo.

Lo que debía averiguar ahora, era porqué la reencarnación de Defteros estaba del lado de Poseidón y qué había sucedido con el mayor.

 

—Tú no sabes de la existencia de la sombra, el segundo. El maldito… Milo, ¿qué sucedió aquí?

 

Sombra…segundo…maldito…

 

—Dicen que una de las estrellas está maldita. Que quien nace bajo su protección está condenado al ocultamiento, en el Santuario ha corrido por siglos el mito del segundo…

 

Observó a su amigo. Habían estado prácticamente toda la noche sobre el techo de Acuario contemplando las estrellas, y en ese momento las gemelas Cástor y Pólux brillaban con intensidad.

 

—¿Segundo?

 

—Es una leyenda, el oráculo presagió que uno de los gemelos traería desgracia, por eso el Santuario lo confinó al exilio de las sombras…—volteó su rostro para observar la consternación del griego—pero bueno, es sólo una leyenda y Saga es el único portador de la Armadura de Géminis.

 

—Sí, él no tiene hermano, sino lo sabríamos…

 

Tragó saliva. Ese recuerdo de su pasado con Camus le había traído la historia de los gemelos nuevamente.

 

—Saga no tenía un gemelo—habló pausado—estaba atormentado entre dos personalidades fuertemente marcadas y terminó quitándose la vida ante Athena.

 

—¿Dos personalidades?

 

—Nadie nunca lo supo—Milo parecía ignorarlo mientras perdía su vista en lejanos y no tan lejanos recuerdos—, siempre se mostró como una persona bondadosa…yo, yo siempre quise ser como él, lo admiraba tanto y cuando desapareció… cuando Aioros murió… nadie nunca lo supo—calló.

 

Incapaz de continuar con algo que estaba muy fresco, que todavía pesaba y dolía. Dégel escuchó. A él algo no le cerraba. Alguien debió manipular aquellas personalidades, alguien que conociera bien al Géminis, alguien con ambiciones malignas… Dégel ahora estaba seguro de que ese General era Defteros, al menos parte de su alma lo era.

 

—Es probable de que ese hombre al que llamas Saga, tenga un gemelo del que nadie estaba enterado. Las reglas del Santuario así lo dictaminan.

 

Un silencio se prolongó por la habitación mientras ambos se perdían en los engranajes de su mente. Milo no olvidaba lo ocurrido y era su turno de saber ese interés por el supuesto gemelo.

 

—Eso no es lo importante ahora—afiló sus ojos mientras Dégel continuaba en el suelo—¿Quién es Defteros?—volvió a preguntar sin más.

 

—Defteros es el hermano menor de Aspros de Géminis, es el gemelo que fue condenado a vivir en las sombras del Santuario.

 

Por supuesto que no se iba a quedar con ese simple verso. Si Dégel había sido capaz de reconocer a esa persona en aquel maldito, entonces había algo más que el francés le estaba ocultando. Buscó sus ojos, si bien Dégel se esmeraba en ocultar cualquier rastro que evidenciara su estado de ánimo, su mirada era mucho más fácil de leer que la de Camus. Él había perfeccionado la barrera impenetrable de indiferencia bajo el eterno azul gélido de sus pupilas.

 

Retrocedió con brusquedad.

 

Y allí estaba lo que no hubiera querido ver. Milo no era estúpido y para infortunio del francés, había aprendido hacía tiempo leer con precisión lo que se esconde detrás de una simple declaración, tal vez no era maestro en leer miradas u ocultarlas en caso contrario, como si lo había sido Camus, pero si algo había aprendido junto al misterioso galo, era leer más allá – ente líneas – y  allí estaba la prueba. Dégel sentía aprecio por ese hombre. Y no lo ocultaba muy bien.

 

Fiel prueba es haberlo dejado ir junto con Athena.

 

Su sangre hirvió lanzándose al primitivo instinto de asesino que corre en las venas de un ponzoñoso como él, matar luego razonar. Dégel no se quedó atrás, devolviendo con igual intensidad los golpes comprobando así su falta de tacto para ocultar las emociones, que una vez desbordadas, terminan por orillarlo al nulo razonamiento.

 

Al fin y al cabo, ninguno era capaz de razonar cuando una emoción desboca su juicio. Ya luego todo fue confusión. Aún más. Desgarradoramente mayor.

 

Ninguno iba precisar cuando terminó el golpe y comenzó el beso.

 

Los labios del griego lo apresaron con rabia, marcando los suyos como plancha de hierro. Quiso apartarse pero Milo lo sujetó de las muñecas, clavando sus muslos a cada lado de su cadera, inmovilizándolo con el peso de su cuerpo. Su mirada no variaba su intensidad, pero sus labios dieron tregua, desacelerando el ritmo, permitiendo así que Dégel se acomodara a sus molduras, a su sabor y se rindiera sin resistencia alguna a su calor.

 

La fiebre agravó su temperatura, mixturando su calor con Dégel, experimentando un estado de trance, semiinconsciente y salvaje. Debían detenerse, debían calmar su fuego, su furia y rescatar a su Diosa. Pero en esos momentos no quería pensar en nada más. Sólo quería internarse en ese hombre y calmar su lumbre.

 

Se apartó de los labios ya enrojecidos e hinchados, cocinando la tierna piel del cuello galo con el calor de su boca, ampliando las zonas rojas por todo su cuerpo.  Sus manos dejaron de luchar con las de Dégel, permitiendo así que las blancas manos del francés viajaran a su pecho, calmando así el fuego interno, pero no su ansia, esa sólo se calmaría cuando lo tuviera a su merced, cuando su cuerpo sea uno con él, buscando llenarse del aroma que inconscientemente estaba evocando.

Aquel olor humano y fresco de su amante perdido. El tacto suave y el contraste casi divino con sus pieles. Camus debía aparecer en algún momento, no importaba cuánto debía buscar…

 

Dégel gimió, estaba más consciente que Milo, pero ya no quería detenerse. Preso de un torbellino aciago de emociones que congelaban su voluntad a diestra y siniestra. Era un maldito soñador, un romántico… y si Milo deseaba hallar en él algo de Camus, al menos quería permitirse profanar el alma del griego, escarbando para sonsacar el resto de Kardia que aun habitaba en él.

 

Un encuentro nefasto donde nada se daría a voluntad. Tomarían aquello por la fuerza, donde buscaban calmar sus propias culpas.

 

Le desgarró la camisa, luego, cuando cayera en cuenta, sabría que había arruinado una prenda de Camus. Maniático acumulador de objetos de un muerto. Sí, pero su muerto.

 

Dégel no pretendía dejarle todo bajo su control, movió su cuerpo para ubicarse mejor en el suelo, apoyando su espalda contra la cama, mientras retiraba, sí con suavidad, la camisa de Milo y sin demora recorrer con sus labios el cuerpo griego. ¿Cuántas veces ya lo había visto sin camisa? Y era la primera vez que se permitía contemplarlo con descaro.

 

No. No era como Kardia, era más pequeño, sin vellos y más moreno. Su lengua se paseó por los surcos de sus músculos, levantó su cadera golpeando así a su rival donde sabía, era débil y lo escuchó gemir. Milo tiró su cabeza hacia atrás y sus cabellos rozaron las piernas de Dégel. Era momento de quitarse lo que quedaba de sus prendas. Deslizó sus manos por la espalda, el frío tacto erizaba la piel, pero aliviaba el ardiente calor en el cuerpo, convulso de placer.

 

Lo detuvo, Milo lo observó con ojos oscuros, incorporándose rápidamente para arrojarlo con brusquedad a la cama, retirando a velocidad los atavíos estorbosos y dedicarse a recorrer con sus dientes plegue tras plegue de musculo, piel tras piel se iba calentando, marcando y dejando huellas imborrables, con uñas casi rojas.

Dégel cerró sus ojos al sentirlo respirar sobre su miembro enhiesto. La vibración del veneno que aún recorría sus venas producto de la Aguja Escarlata, electrificaba cada extremidad elevando su cuerpo a una temperatura que jamás experimentó, la boca era una caldera donde sumergía su voluntad a gemidos exacerbados de lujuria. Mientras las manos recorrían cuanto podían. Unas, sus muslos, las suyas los cabellos, la cabeza.

La lengua  del griego salió a lamer sus muslos incorporándose poco a poco, entre besos buscando por fin quebrantar el poco hielo que quedaba en Dégel.

El peli verde buscó sus labios, brindándole consenso a su acción, abriendo sus piernas sin resistencia… clavando sus uñas en la espalda de su verdugo de turno.

 

Y si faltaba alguna prueba de su flagelo, las lágrimas se encargaron de envilecer su debilidad. Milo no detuvo sus movimientos, pero al fin también se rindió a la amarga realidad de saber que él no era la persona que amaba. Que podía llegar a tergiversar su realidad por un momento, donde sus gemidos iban en composé con los de Dégel, que sus labios murmuraban susurros de disculpas y verdades ocultas, y que mientras apresaba aún más el frágil cuerpo, friccionando así las últimas medidas por mantenerse en lo irreal, terminarían en el epítome de un grito unísono, regresando así, a la realidad detrás del orgasmo.

 

Se permitieron minutos de zozobra y letargo. Un par de abrazos lánguidos y besos furtivos al igual que balsámicos. Luego debían regresar a lo real.

 

Ya no había tiempo para lo paradójico, lo agridulce de ser imperfecto.

 

Milo salvaría a Athena cueste lo que cueste. Dégel pensaba en cómo salvarla sin dañar a Defteros.

 

La Guerra era inminente.

Notas finales:

¿Y, qué les pareció?

No fue un encuentro tierno, dada las condiciones y las razones de ambos. 

Veremos ahora cómo me las arreglo para ntroducir la Guerra y todo mientras evito que se maten entre sí XD

Hasta la próxima, gracias por leer,


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