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Trilogía por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

Quiero pedir disculpas por la demora. Me había desinflado un poco con respecto a éste fic. Y también me dediqué mucho a "Algo de Él"

Espero disfruten la lectura.

No se veía preocupado. Por el contrario, su desapego al hecho de que su hermano desapareciera, era escalofriante. Aioros lo conocía, sentía lo que Saga sentía, veía lo que Saga veía… y a Saga no le interesaba buscar a Kanon.

 

¿Por qué se tendría que molestar él entonces? No lo reconocería abiertamente, claro que no. Pero era un alivio, un peso enorme sacado de encima.

 

«Es un hombre grande Aioros, sabe cuidarse, es más listo que cualquiera… y un jodido manipulador. Estará bien»

 

Su mente se lo decía. Y vaya Zeus a saber por qué, pero su corazón no se quedaría tranquilo hasta verlo y saber sus motivos para huir tan cobardemente.

Del otro lado de la mesa Saga lo observaba sin mucho interés, su rostro sereno, era signo de mal augurio.

 

—Creo que deberíamos buscarlo…—Lo único que obtuvo por respuesta fue la ceja ligeramente enarcada de Saga.—Saga… Kanon es impulsivo y nunca se sabe que puede estar planeando, deberíamos…

 

—Es lo suficientemente inteligente para no cometer estupideces nuevamente… estará bien.

 

¡Joder que lo sabía! Pero le molestaba enormemente su desaparición, su ausencia.

Los ojos filosos del gemelo mayor se  clavaron fijos en su persona. Aioros se preguntó si incluso Saga era capaz de leer sus pensamientos. El silencio imperó siniestro sobre los dos, vistiendo la habitación de dudas y resentimiento. El castaño rascó su cabeza algo incómodo, prefiriendo prestar atención a cualquier punto sobre el suelo que a los inquisidores ojos del peli azul, últimamente enfrentar los reveladores ojos pardos de su compañero y amante era cada vez más difícil.

 

—Si tú lo dices…

 

—En todo caso—la voz de Saga cobró intensidad, agravando su timbre—.Si tanto te importa como para estar en ese estado de lamentación—escupió cual arpía—, ve y síguelo, tráelo de vuelta y calma tus…

 

—No es lo que piensas—arremetió antes de que terminara de hablar y ambos lo lamentaran en serio.

 

Sus ojos se entrecerraron tornando su rostro de seriedad. Comprendía en parte a Saga y es que su rostro a pesar de todo reflejaba un agotamiento enorme y que toda la fachada de guerrero imponente que aún conservaba, no era más que eso… una débil y resquebrajada coraza. Lejos había quedado el ser indomable, ese griego soberbio, lleno de sabiduría y bondad. Lejos, manchado primeramente por los oscuros confines de su mente, arrastrando consigo la vida de tantos a la oscuridad – incluida la suya – luego, fue la pudrición del mundo mismo y la increíble velocidad en que Saga absorbió toda esa pútrida  sugestión.

 

Nadie había quedado bien librado.

 

Y los años sólo contribuyeron a aumentar la desidia. Pero huir no era la solución ¡no! Si había que acabar con todo el yerro de su existencia mal habida, era necesario hacerlo como hombres, de frente.

 

—Da igual, ya no me importa lo que haga—y fue Saga quien dio el primer paso.

 

—No digas eso.

 

—Lo es, estoy harto de él, de mí, de Aioria… de ti.

 

No lo miró. No podía porque largar todo lo que venía atorándosele en la garganta, asfixiándolo poco a poco, era sin dudas algo que le costaba, algo que traía consigo desde siempre. Porque también fue un tipo raro…siempre.

 

—Yo igual.

 

Aioros dejó caer la máscara para al fin develar aquello que le quitaba parte de su vida, pero estaba seguro que de continuar, pronto también le arrebataría todo la existencia que le quedaba.

Había llegado el momento que lo que debían quitarse era los sentimientos malsanos guardados en su interior y no las ropas.

 

—Te amo—pero Saga no se la dejaría fácil.

 

Su cuerpo fue envuelto por la fragilidad hecha hombre. Por la oscuridad hecha luz y por su voluntad… hecha añicos.

 

Lo abrazó también, enterró su rostro en el espacio entre su cuello y su hombro, dejándose acariciar por la manta de cabellos azules, preguntándose hasta cuándo. Y porqué amaba a Saga de esa manera tan nociva. Dentro de todo el laberinto entretejido por sus propias falencias, por la desdicha de ser incapaz de lastimar.

 

Claro, ahí estaba la luz al final del camino: Aioros jamás fue capaz de lastimar. Sólo bastaba recordar su lucha pasada con Shura, de haberlo querido, de haber tenido la entereza del guerrero que se supone debía ser, tendría que haberlo acabado. Pero el español era un niño engañado.

 

Sacudió su cabeza, ya ni sabía por qué recordaba eso. Saga lo apretó más contra su cuerpo, buscando los labios que rendidos – cual condenado – le abrieron paso una vez más a la calma que sólo en el sexo obtenían.

 

Se sorprendió cuando fue el propio Saga quien concluyó el íntimo roce. Comprendió que aguardaba una respuesta, que Saga necesitaba imperiosamente oírla. ¿La tenía? ¿Lo amaba?

Retrocediendo en su vida, recordando cada vivencia, encontró que Saga estuvo allí. Siempre. Quien le sujetó la mano cuando su madre murió y tuvo que hacerse cargo del recién nacido Aioria. Saga había sido un ejemplo y modelo a seguir por todos en el Santuario ¡y maldita sea! que por él también, siempre vivió tratando de que la luz de Saga también lo bendijera. Sin darse cuenta que Saga fue quien vivió tratando de ser digno para él.

Y que aquella luz de la que hablaba, era generada por y para él.

 

Luego de tanto suspenso, de tanta mierda y tensión, Aioros sonrió. De nada servía pensarlo mucho.

 

—Yo también Saga. Te amo.

 

Saga quiso sonreír también. Hubiera dado todo de sí para hacerlo y para que la situación sea distinta. Pero ambos estaban tan manchados por la vergüenza y pesar de la sangre ajena. Le era difícil recordar a esos infantes hambrientos de gloria y destino. Era escalofriante ver en qué se habían convertido.

 

¿Y de quién era la culpa?

 

El dedo acusador de Aioria se le vino a su mente, como flecha dispuesta a travesarlo. Sucedieran las cosas que sucedieran, pasaran los años que pasaran; para Aioria el único culpable siempre sería él.

Kanon era cómplice y el cerebro en todo, pero fue su puño quien casi mata a su Diosa, fue su puño quien encerró a Kanon y lanzó el mortal rayo contra un Aioros desprotegido y con la bebé en brazos.

 

Y sobre todo para Aioria; él era su eterno rival por el amor de Aioros.

 

Mentiroso. Y no había peor insulto y peor verdad.

 

Aioria, alguna vez le dijo mentiroso. Tan simple como devastador. Acusándolo de sus propias fallas, porque el León era incapaz de aceptar que durante todos esos años, fue engañado por él. Era incapaz de aceptar que su odio hacia Aioros se basaba en una mentira… y que todos esos años se había estado revolcando con Saga vestido de Patriarca.

 

—¿En qué piensas?—Saga parpadeó.

 

Aún se hallaba envuelto en los fornidos brazos del castaño. Aioros seguía manteniendo su sonrisa. Le parecía increíble, fascinante que en esos momentos, que ninguno tenía todavía muy en claro qué sucedería a partir de la huida de Kanon, el castaño pudiera sonreír con tal sinceridad.

 

—En tu hermano, y en lo bueno que sería que él también desapareciera.

 

Aioros no dijo nada, no temía por la integridad de Aioria. Después de todos esos años, si Saga hubiera querido eliminarlo, ya lo habría hecho. Tenía la fuerza suficiente para hacerlo.

El hecho de que Saga dijera algo así, le hacía pensar que en realidad el gemelo albergaba sentimientos más fuertes por su hermano…

 

—Aioria no es cobarde.

 

—Créeme… Kanon tampoco lo es. 

Notas finales:

Espero lo hayan disfrutado. Gracias por leer.


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