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Algo de Él por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

¡Hola! Otra vez tengo que disculparme por mi demora... que fea costumbre, en verdad lo lamento.

Pero como he comenzado a trabajar en joranda completa, no me queda nada de tiempo, y sinceramente llegando a casa, sólo quiero descansar. Por suerte ya estoy acostumbrándome y acomodando mis tiempos.

Otro punto a aclarar, o otra disculpa más, es que había dicho en alguna nota anterior, ahora no me acuerdo bien en qué capítulo, que la Guerra contra Poseidón no iba a ser tema importante, pero estos capítulos, en el fondo del mar son inevitables, traté dedarle mis puntos de vista y no aburrir demasiado, espero sinceramente que les guste.

Sin más, disfruten de la lectura.

Forcejeaban con atropello, acometidos por la situación, donde kilómetros de suelo blanco les hacían de testigo.

¡Por todos los Dioses que ese día quiso golpearlo! Como nunca, y él mismo ya se estaba sintiendo enfermo de la situación. Sintió sus puños dolerles por la presión que ejercía, incapaz de dar una palabra concreta que ayude a su compañero. Le dolía el pecho también, mientras Camus se revolvía con una violencia poco digna de él, entre sus brazos, dispuesto a arrojarse nuevamente al mar helado.

 

—¡Ya detente Camus!

 

Lo arrastró a la orilla, empujándolo contra el hielo con ferocidad. Estaba irreconocible, jamás en su vida había pensado que Camus podía llegar a ser tan frágil, y no era que todo lo que acontecía no le afectara, le dolía y si escarbaba en su interior, podía jurar que deseaba golpear a Hyoga con todas sus fuerzas, pero verlo actuar de esa manera tan irracional lo enfurecía.

 

—Aléjate, no te metas, ¿qué haces aquí?

 

Milo observó casi impotente como las lágrimas de Camus dejaban pequeñas huellas en el hielo, mientras golpeaba el blanco suelo una y otra vez  con sus puños, arrodillado, en una imagen lamentable de un hombre que hasta ese momento nunca había demostrado siquiera compasión por los demás.

No era que para Milo, Camus fuera una persona sin sentimientos, él sabía perfectamente que los tenía, pero también sabía que Camus siempre supo utilizar la razón.

 

Era la primera vez que lo observaba como un ser humano, con sentimientos expuestos. Diferente, y esa faceta del francés lo dejaba fuera de lugar, sin saber cómo proceder. Había algo más, claro, Milo lo conocía a la perfección.

 

—Llevas horas en ese mar helado, por muy Santo de hielo que seas, tu cuerpo no resistirá—intentó acercarse pero el cuerpo y cosmos tensos de Camus se lo impidió.

 

—Debo hallarlo—sus uñas se enterraban en las palmas haciéndolas sangrar—Debo hallarlo…—volvió a repetir.

 

Al fin había levantado el rostro para observar a Milo, quien no podía creer la expresión de infinita frustración que quebraba su inmunidad.

Habían llegado a la velocidad de la luz cuando el desesperado llamado de Hyoga les advirtió de la tragedia. Milo no quiso escuchar las excusas de Camus para desistirlo de acompañarlo, llegó junto a él, siendo testigo del progresivo derrumbamiento del Santo más indiferente y frío de todos.

 

Al fin comprendía esa otra razón – más egoísta – que impulsaba a Camus a ser tan absurdo. El fracaso del que el francés nunca atestiguó, se alzaba ante él, causándole más frustración de la que pudo haber experimentado en cualquier otra circunstancia, en toda su vida.

 

—Fue una accidente, no podrías haberlo previsto… no es tu…

 

—¿Mi culpa?—el delgado cuerpo de Camus se irguió, mientras su mirada se ensombrecía—.Lo sientes, ¿verdad, Milo? El cosmos de Isaac ha desaparecido por completo, he fracasado…

 

No tuvo tiempo de reflexionar. Milo dio un salto hacia atrás, estirando su brazo para desviar el golpe congelante del Polvo de Diamantes. No había sido enviado con mucha fuerza.

Se quedó observando la dirección donde los cristales de hielo se estrellaban por unos segundos, antes de volver la mirada y todo su cuerpo al General, que se encontraba en la misma impávida posición desde hacía momentos. Sonreía, Isaac sonreía con malicia, casi deformando su rostro, el griego abrió sus ojos aún más grandes al percatarse del increíble cosmos que poseía el alguna vez alumno de Camus.

 

¿Qué significaba todo esto?

 

—No esperaba menos de ti—Isaac sonrió mientras avanzaba unos pasos, volviendo a acortar la distancia entre ambos.

 

—¿Qué significa esto? Se supone que estabas muerto ¡¿Qué haces aquí?!

 

—Demasiadas preguntas irrelevantes, Milo. Lo único que debes saber es que estás ante el General Marina custodio del Pilar del Océano Ártico, tu rival… y tu tumba.

 

—Tu ojo…—Donde se suponía estaba el ojo izquierdo del joven, sólo había una cuenca vacía, con una cicatriz atravesándole ese lado del rostro por completo—.¿Qué te sucedió?

 

—¡Oh! ¿Esto?—dijo señalándose la cicatriz—ocurrió ese día… al fin y al cabo mi esfuerzo fue inútil—apretó con rabia sus puños—, quise salvar a Hyoga ¡que ingenuo!... él ya estaba condenado por su debilidad, al igual que Camus… ambos me dan asco. Ahora tengo en claro mis convicciones y que gracias a Poseidón ¡puedo cumplir con mi verdadero destino!

 

—¡¿Tu destino es asesinar a gente inocente?! ¿Por qué estás del lado de Poseidón?

 

—En la guerra los sacrificios son inevitables, para limpiar al mundo corrupto habrán de morir personas inocentes también… es el pequeño precio a pagar por la paz en el mundo… y el Emperador es el único capaz de cumplir con esa utopía.

 

—Isaac…

 

Milo no podía creerse lo que escuchaba. Desde que había conocido al joven peli verde, siempre había admirado la fortaleza que poseía y el gran altruismo de protección hacia los demás, amaba la justicia, a pesar de su corta edad, era un niño con fundamentos firmes, al cual admiraba. Milo siempre creyó que quien sucedería a Camus sería Isaac, era el mejor preparado, y obtener la Armadura de Cisne era casi un hecho… y Camus también pensaba así, pero algo dentro de él le instaba a esforzarse por Hyoga, el rubio generaba en el Santo de Acuario una contradicción, un enigma que estaba dispuesto a descifrar. Un instinto que crecía a medida que pasaban los años… y una vez más la razón había caído a favor de Camus, pero Milo sabía que la suerte – e infortunio – de la tragedia que se había cobrado la vida de Isaac, había influenciado mucho.

 

Ahora ya no estaba tan seguro de ello.

 

La piel se le erizó por completo. El cosmos de Dégel pareció explotar en la distancia, algo en su interior se contrajo al percibir la angustia que emanaba. Luego desapareció. Su cuerpo se tensó, queriendo correr para comprobar que el francés se encontraba bien.

Isaac también lo había sentido, desde el instante que Dégel había descendido al fondo del mar, se había percatado de su presencia, era tan parecida a la de su maestro que le daba escalofríos.

 

—Concéntrate Milo, estás en campo de batalla…—torció sus labios en una mueca mordaz—Pero no te preocupes, pronto de reunirás con él. ¿No es eso lo que te preocupa? Ese sujeto que tiene el mismo cosmos que Camus.

 

Suspiró. Isaac tenía razón, no le importaba que en el pasado haya sido alumno de Camus, ahora era un enemigo y como tal, debía acabarlo.

 

—Veamos qué puedes hacer—el griego sonrió mientras el cielo se estremecía y la tierra retumbaba ante la caída del primer Pilar, Seiya lo había logrado—.Ahora es mi turno…

 

«Resiste Dégel…»

 

En su interior, unos grados más de temperatura presagiaban la tempestad.

 

••

 

Tenía un mal presentimiento. Una sensación que lo invadía a cada momento, emergiendo desde la boca de su estómago, para correr cruelmente por sus venas.

 

Estaba seguro de que había tomado el camino correcto, pero por más que corriera y corriera, sentía que lo estaba haciendo en círculos. El lugar no se veía como el bello paisaje que contempló al despertar, sino todo lo contrario, era sombrío y desértico, una espesa bruma cubría toda la extensión dificultándole la visión. Se sentía frío por momentos, para luego aumentar la temperatura considerablemente, como si se hallara en el interior de un volcán, cada vez que eso ocurría, un pesado escalofrío le recorría el cuerpo.

 

Dégel.

 

El peli verde se detuvo ipso facto, había tenido la impresión de que alguien lo llamaba. Había sido tan lejano que, por momentos pensó que era sólo su imaginación. Se observó las manos, le sudaban y temblaban ligeramente.

 

«Es Athena quien mantiene la paz en el mundo, es a ella a quien debemos proteger.»

 

Shun tenía razón.

 

Merde! No tengo tiempo que perder.

 

Reanudó su recorrido agudizando sus sentidos, temía que al final de la neblina no hubiera nada, que un sólo paso en falso lo mataría. Algo definitivamente no andaba bien, el presentimiento le comprimía el pecho a medida que avanzaba, era un horrible pálpito que le helaba – si podía aún más – la sangre, tanto que apretó el puño sobre el peto de su Armadura ¿Qué estaba sucediendo?

 

Dégel.

 

Ahí estaba otra vez, pudo escucharlo con claridad, una voz demasiado conocida le llamaba. Una gota de sudor helado resbaló por su sien a medida que – ahora a paso lento – se acercaba a la figura de un enorme Pilar.

 

—Al fin.

 

La neblina se acentuaba sobre la plataforma que precedía al Pilar, a los pies de éste se encontraba su guardián.

 

—Te he estado esperando Dégel…

 

La neblina fue esfumada con un soplo de cosmos ardiente. En el ambiente sólo quedaron ráfagas de cosmos rojizos y el cuerpo inmóvil del francés. Dégel movió con lentitud sus labios mientras sus ojos crecían en amplitud y sus pupilas se dilataban oscureciendo la mirada.

 

Ni una sola palabra salió de su garganta.

 

Escuchó una pequeña risa, socarrona, algo mordaz y en el fondo, como sólo él sabía; inocente.

Lo sintió avanzar, mientras su cuerpo cobraba rigidez y su rostro palidecía.

 

—No estés tan tenso… soy yo Dégel.

 

Silencio. Tanto que podía escuchar su propio corazón comenzar a golpetear con fuerza, arrítmico, desfigurando así también su respiración,  todo se esfumaba detrás de los pasos del hombre que avanzaba hacia él, todo desaparecía a su alrededor, mientras el sonido del corazón se intensificaba, mientras la respiración comenzaba a fallarle… y el juicio mucho más.

 

Mil y tal vez más razones por la que debió considerar todo aquello como una ilusión, un espejismo o la cruel broma de su rival. Pero en ese momento, Dégel no atinó a pensar en nada…

Su cuerpo, su mente… su corazón, no halló otra respuesta más que creer en lo que sus incrédulos ojos observaban. La postura defensiva que había adoptado, se desvaneció en un segundo, todo su cuerpo se relajó, sus brazos colgaron a ambos lados de su cuerpo, sintiendo con violencia la inminente ansia de llorar, incapaz de poder mantener la compostura por más tiempo.

La temperatura del lugar volvió a aumentar, justo como era cuando él estaba cerca.

 

Y sus ojos se humedecieron.

 

Dégel siempre fue un hombre fuerte, educado, decidido e inteligente. Sus compañeros lo tenían en una muy alta estima e incluso, había estado en consideración por el Patriarca para sucederlo. Dégel era un Santo poderoso, uno de los más fuertes de su generación, parecía siempre mantener la calma ante cualquier situación, buscando siempre utilizar la lógica contra sus enemigos, analítico e imperturbable, así lo veían los demás.

Y a pesar de ello, de todo eso… él también tenía una debilidad, que nunca pudo ocultar.

 

—Kardia.

 

Ni sus ojos defectuosos le privaron de reconocer la espléndida sonrisa que portaba el – hasta ahora – difunto Santo de Escorpio.

 

—Así es… he vuelto por ti…

 

••

 

Golpe tras golpe, levantaban escombros y acumulaban heridas, una aguja era contraatacada con el ataque cada vez más frío de Isaac. Nunca se hubiera imaginado la evolución que había sufrido su ex protegido, su cosmos claramente podía hacerle frente a cualquier Santo Dorado. Sonrió.

 

—Tu fuerza es increíble, me has dejado sorprendido—dijo mientras limpiaba un hilo de sangre que comenzó a brotar de sus labios.

 

Isaac entrecerró sus ojos. El combate desde un inicio parecía parejo, pero, sentía que Milo hacía esfuerzos enormes para seguirle el ritmo y por más que se sentía seguro de ganar, le sorprendía que ello pasara. En el pasado, cuando Milo solía pasar tiempo en Siberia y entrenar con ellos, Isaac jamás fue capaz de vencerlo.

Vio como limpiaba con su antebrazo el exceso de sudor, y trataba de llenar sus pulmones con enormes bocanadas de aire. Algo estaba sucediendo. También estaba ese extraño calor sofocante que había comenzado a sentirse desde que el Escorpión había llegado.

 

Milo lo sabía, por eso  y es que desgraciadamente estaba sonriendo con ironía. La fiebre había levantado temperatura muy rápido, y su cuerpo comenzaba a pesarle, si no acababa con todo, pronto el acabado sería él.

 

—No te estás tomando el combate en serio ¡deja de luchar como si estuviéramos en Siberia!

 

—Créeme Isaac, no lo hago, no me interesa el pasado, tú ahora eres un enemigo—sonrió ante la confusión que comenzaba a experimentar el menor—, es una verdadera lástima, pero me alegra haber podido luchar contigo una vez más, eres un guerrero excepcional.

 

Elevó su cosmos, al mismo tiempo su corazón aceleraba su pulso y la sangre hirviendo circulaba por su cuerpo como una corriente de alto voltaje. Se quejó, no iba a lograrlo, su vista estaba borrosa, y el aplomo no dejaba mover sus extremidades con libertad.

 

—No puedo decir lo mismo de ti, me has decepcionado…—el finlandés alzó sus manos—¡te acabaré con mi técnica más poderosa!—Esa era su luz verde. Tenía que arriesgarse o moriría sin remedio—¡Muere Milo! ¡Aurora Boreal!

 

El inmenso cosmos del General se masificó en una bola gélida que arrasaba todo a su paso. Aguardó hasta el último segundo antes de bajar la guardia, Isaac abrió sus ojos casi sin creérselo, no entendía como Milo era tan estúpido para querer recibir el ataque de lleno sin defensa alguna. Apretó sus dientes, se estaba burlando de él… el muy maldito.

El impacto fue peor de lo que esperaba, en verdad que Isaac tenía un poder monstruoso. El ataque lo arrastró por los cielos, de no haber sido por su Armadura, seguramente su cuerpo habría volado en mil pedazos. Pero había funcionado, el cosmos de Isaac, comenzó a inmiscuirse en su ardiente corazón, bajando así la temperatura, estabilizando todos sus órganos.

 

Isaac no se movió de su lugar cuando el cuerpo de Milo cayó produciendo un gran cráter, mucho menos cuando lo vio emerger del mismo con apenas unos raspones.

 

—Ese ataque sí que me dolió, pero déjame decirte una cosa Isaac…tú nunca podrás vencerme.

 

—¿Qué…? ¿Qué dices?—apretaba sus puños con fuerza e impotencia—¡deja de alardear!

 

—Olvidas algo importante… yo conozco a la perfección los movimientos de Camus.

 

Y él había sido su alumno, tenía su técnica y estilo, su aura, sus ataques.

 

••

 

—No… no puede ser.

 

¿Qué hacia Kardia allí?

 

Cada paso que daba acercándose, podía sentir como todo a su alrededor comenzaba a desaparecer, trayendo a su mente recuerdos pasados, dibujando en su mente una y otra vez el día en que lo conoció, el día en que le dio aquel torpe primer beso, el día que se entregó a Kardia sin dudas y las veces que le había jurado amor.

También estaba esas otras imágenes, esas donde Kardia se moría en sus brazos, respirando por última vez su nombre, despidiéndose con aquel te amo, que le había matado en vida.

 

¿Qué hacia Kardia allí?

 

«Razona Dégel. Razona. Serénate y usa la razón…»

 

El pálpito insomne dentro de su pecho crecía con cada paso. Sin darse cuenta él mismo había comenzado a avanzar hacia Kardia. Las manos habían dejado de temblarle, su sudor se había convertido en fina escarcha sobre sus palmas, pero las lágrimas no pudo contenerlas.

 

Lo sintió acariciarle, limpiándolas, sus manos eran tan cálidas como las recordaba, con aquella ligera aspereza de un hombre curtido por el combate. Y lloró más.

 

«Razona Dégel… tienes que razonar»

 

Sus sentimientos le ganaban una vez más la batalla a su consciencia, imposibilitando todo lo que gritaba y estallaba en su cabeza. Quería librarse de esas manos y pedir explicaciones a lo inverosímil que estaba viviendo.

Golpear a ese sujeto por atreverse a tomar la forma de Kardia, pero entonces sus emociones lo traicionaban, dejándolo sin fuerzas siquiera para levantar el puño.

 

—No llores, he venido a buscarte. Para irnos lejos de todo esto.

 

—Kardia…—volvió a susurrar. Abrazándolo mientras el llanto parecía reírse de él, por haber perdido la batalla.

 

Lo sabía. Kardia jamás diría algo así, jamás huiría de una Guerra contra un Dios.

 

Lo sabía.

 

Por eso apretó sus puños cuando sintió el filo de la mano atravesarle el cuello, descomponiendo así todo a su alrededor, mientras el cielo y la tierra se teñían de sangre y burla.

 

¿Aún la noche perduraba? ¿La luna estará brillando? O es que el sol por fin había aparecido…

En la superficie todo era gris, un gris brillando de modo extraño, el cielo parecía llorar ¿en quién buscará consuelo?

 

Se sentía tan débil. Inútil.

 

Estiró su mano tratando de alcanzar la imagen de Kardia, pero ésta se perdía, se alejaba… se moría.

 

Dégel se estaba muriendo, castigándose a sí mismo por haber obrado otra vez, con debilidad. Lamentaba haber llegado a esa época, haber conocido a Milo, haberlo querido… usado, buscando rearmar algo que ya estaba roto hacía siglos atrás, como su alma, como su cuerpo. Lo comprendió, algo que se ha roto, jamás volverá a ser igual, a armarse.

 

—Perdóname Milo, Defteros… Athena.

 

Ya no lloraría, no valía la pena hacerlo.

 

Tanto Milo como Kanon lo sintieron. Una horrible opresión en el pecho, difícil de describir. Esas almas dormidas habían comenzado a doler…

Notas finales:

Espero hayan disfrutado de la lectura. Será hasta el próximo capítulo.

Gracias por leer.


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