Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Celos por Ariisa

[Reviews - 11]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Llega el lunes y Kagami debe hacer su mejor esfuerzo para fingir que todo está bien. Y debe hacerlo porque, en el fondo, se lo prometió a Kuroko. Y si hay algo que esté al nivel o que odie incluso más que todo aquello que lo ha tenido mal hasta ahora, es ver al muchacho de cabellos celestes irremediablemente triste y decepcionado. Así que él no va a ser la causa de eso, al menos.

Intenta actuar como siempre y espera que, mientras finge que todo ha retomado su curso, aquellos pensamientos y sentimientos indebidos que esconde también desaparezcan.

 

 

 

 

Kuroko sabe que Kagami se está esforzando, o forzando más bien. Y le hace feliz que intente cumplir su palabra, pero es bastante ridículo de su parte pensar que la misma persona que incluso puede predecir todos sus movimientos durante un partido no vaya a ser capaz de percibir que no está siendo del todo sincero. Tampoco es como si no se esperara algo así, ya que el hecho de que el pelirrojo no haya querido hablar sobre el trasfondo del problema fue una clara señal de que no estaban más que encubriendo la situación en lugar de solucionarla. Al menos el chico de actitud fiera ya no busca alejarse de él, aunque está visiblemente incómodo en su presencia.

 

Cuando termina la práctica, Kuroko no puede evitar notar que su compañero está mucho más agitado que lo usual. Pero sabe que si lo menciona, Kagami únicamente le dirá que se está preocupando por tonteras. Sin embargo, el muchacho de ojos claros sabe que debe confiar en su instinto, y cuando su luz no aparece al día siguiente en clases, se confirman sus sospechas. Aunque desde que lo conoce jamás ha visto al pelirrojo enfermo, sabe que el muchacho debe estar en cama con una fiebre altísima en esos precisos instantes. Y se arrepiente un poco de no haberlo mencionado, aunque probablemente haberle advertido no hubiese cambiado nada.

 

 

 

 

El joven As de Seirin había olvidado lo que se sentía estar enfermo. Hacía años que nada afectaba su salud y, de un momento a otro, sentir como sus extremidades dejaban de hacerle caso le tomó por sorpresa. Ahora tiene frío y calor a partes iguales, lo que le está enloqueciendo.

Oye el timbre de la casa. ¿Qué hora será? Ni siquiera se ha preocupado. Mira a su alrededor y piensa que debe ser tarde. No ha comido nada y está completamente desorientado.

Suena el timbre nuevamente y vuelve al presente. Quizás sea algún vecino, se aburrirá pronto y se irá, por lo que se gira en la cama.

La tercera vez que suena Kagami recién empieza a pensar que puede que se trate de alguien conocido.

Hace uso de su fuerza de voluntad y se levanta, arrastrando los pies hasta la entrada. Siente que se ha encogido al menos 20 centímetros y que lleva un cargamento en la espalda. Abre la puerta y los impasibles ojos de Kuroko lo observan de vuelta.

Debió haberlo supuesto.

 

—   Permiso —dice el menor, entrando en la casa, mientras el más alto cierra la puerta.

—   ¿Qué haces aquí? —pregunta, aunque le gustaría sonar menos rudo y más amable.

—   Vuelve a la cama, Kagami-kun. Te traje almuerzo —ante esas palabras y la actitud confiada de Kuroko, que pasa directo a la cocina, no hace otra cosa que mirarlo impresionado—. No te preocupes, lo cocinó mi mamá —agrega, como suponiendo que el silencio del pelirrojo se debe a la incredulidad.

 

El jugador estrella quiere decir algo, pero no sabe qué. Así que sólo guarda silencio y se devuelve a la cama. A los minutos, Kuroko toca la puerta de su cuarto, pidiendo permiso de pasar.

Recibe el plato que le ofrece y recién recuerda que no ha comido nada en todo el día.

 

—   Gracias —dice, apenas.

—   Debiste haber avisado, Kagami-kun. La entrenadora estaba furiosa cuando no apareciste. Te tiene juradas 20 vueltas extra para cuando vuelvas.

—   Ah… lo siento —dice, en tanto se acerca un bocado a la boca. No importa mucho quién hubiese hecho el almuerzo, mientras no fuera Riko, pues sus papilas gustativas se fueron de vacaciones y casi no percibe los sabores—. Mi celular se descargó y me quedé dormido.

—   ¿Estás bien? ¿No deberías ir al doctor mañana? —pregunta el chico a su lado y él se siente ligeramente conmovido por su preocupación. Pero no lo demuestra.

—   Se me pasará —es todo lo que se le ocurre decir.

 

Siente algo frío contra la piel ardiente de su frente y para el momento que se da cuenta que se trata de la mano de Kuroko, ya es tarde para evitar avergonzarse. Gracias al destino, la fiebre debe encubrir por completo el rubor en sus mejillas.

 

—   ¿Qué haces? —pregunta, más arisco de lo que le gustaría. Aunque no hace nada por terminar aquel contacto.

—   Tienes mucha fiebre, Kagami-kun.

 

El chico enfermo se pregunta si podría culpar a la fiebre de hacer alguna estupidez, como tomar a Kuroko y obligarlo a meterse a la cama con él y quedarse allí hasta que se sienta mejor. Lo único que lo detiene es que no desea que el muchacho a su lado enferme también. Eso y la poca cordura que le queda. Pero no es la suficiente para evitar que tome a Kuroko por la muñeca y acerque su helada mano a sus acaloradas mejillas. Es refrescante.

No levanta la vista para no saber de qué modo su sombra lo está mirando.

 

—   ¿Será porque estabas incubando un virus que te comportabas tan extraño, Kagami-kun?— pregunta suavemente el más bajo.

—   No sé —evita el tema, concentrándose en la agradable sensación térmica que le produce la mano de Kuroko en su rostro, quien no la ha retirado aún.

—   Debes comer un poco más —le advierte, y el pelirrojo suspira, dejando ir el agarre.

 

El muchacho de presencia débil se queda a su lado mientras come, conversándole de lo que sucedió hoy en clases y en el entrenamiento, y aunque él no termina de consumir todo, le sonríe cuando le devuelve el plato. Kagami finge que son los escalofríos y no esas sonrisas lo que le hacen temblar.

 

 

 

 

 

Kuroko se queda a su lado hasta que el dueño de casa se queda dormido. Por suerte lo obligó a tomarse un analgésico que él mismo llevó antes que eso sucediera. Se pregunta si estará mejor al día siguiente. Sabe que es ridículo esperar que pueda asistir a la práctica de mañana, pero el día de hoy se sintió bastante extraño sin Kagami cerca. Ya ha pasado antes. Jugar básquetbol sin el pelirrojo cerca se siente… mal.

Suspira mientras observa el rostro dormido del As de Seirin.

Debería irse ya, pues su madre no le permitió quedarse. Aunque no le gusta la idea de dejar al muchacho solo, especialmente estando enfermo. Decide que pasará a verlo antes de la escuela, en la mañana, para asegurarse que, al menos, no haya empeorado.

 

—   Te tienes que recuperar, Kagami-kun… No me puedes dejar solo. Es aburrido— piensa, en tanto se levanta y ordena un poco las mantas que cubren al enfermo.

 

Kuroko sabe que ha repetido el mismo error. Y se siente estúpido. Pero Kagami es directo, de mente simple, es sincero, es amable a su manera, y es muy confiable. Nunca lo ha dejado solo. Kagami siempre le presta su apoyo. ¿Cómo no iba a aferrarse a él? ¿Cómo no se iba a acostumbrar a su presencia, a su compañía…? ¿Cómo no querer ser su sombra?

Puede que Kuroko sepa lo que es encontrar un buen amigo y comenzar a creer que él estará siempre a su lado, y luego comprender que eso no sucederá; lo que es nuevo es desear que esa persona no sólo esté siempre allí para él, si no… única y exclusivamente para él. Para nadie más.

Se pregunta si Kagami, aún con lo amable que es, no sentiría asco de él si se enterara de la clase de pensamientos que han dado vueltas en su mente en los últimos días. Y es que, en algún punto, todo lo relacionado con él comenzó a tener una connotación distinta.

 

Lo observa dormir, acomoda el cabello que tiene pegado a la frente y se marcha en silencio.

 

—   Nos vemos mañana, Kagami-kun.

 

 

 

 

 

¿Sincero, directo? Son adjetivos que todos asocian a él. Pero es una mentira. El pelirrojo es sólo otro mentiroso más. Puede que le cueste más que a otros, pero también puede fingir. Por ejemplo, finge que no observa la pálida piel del esbelto cuello de Kuroko. Finge que no se siente inquieto cuando su sombra, descuidadamente, se sienta a su lado, demasiado cerca. Finge que no dedica cada segundo libre a pensar en él y que, luego, no se reprocha el ser el peor amigo que ha existido nunca. Finge que puede ser quien Kuroko cree que él es. Pero está llegando a ese punto en que fingir cuesta demasiado.

 

Han pasado dos semanas y media desde que se enfermó y el chico de ojos claros cuidó de él. Retomó las prácticas con calma y eso sirvió para justificar muchos de sus abruptos cambios de humor. O eso quiere creer.

 

Ahora, sábado en la tarde, está todo el equipo metido en su departamento, de nuevo, y se pregunta cómo es que esto se ha convertido en casi una tradición luego de los juegos más estresantes.

 

—   Gracias por recibirnos y por la comida, Kagami-kun —dice Riko, dispuesta a dar por finalizada la “reunión” y que cada uno vuelva a su propia casa.

—   No hay problema.

—   ¿Dónde está Kuroko? —pregunta Hyuuga, acercándose a los dos, con cara de preocupación.

—   Está dormido, en el sillón —responde Izuki, acercándose a la puerta, dispuesto a marcharse— Está como-…

—   No, Izuki-kun. Suficiente bromas por hoy —le corta la entrenadora, antes de que diga nada.

—   Mitobe intentó despertarlo, pero nos dio pena y al final no pudimos —agrega Koganei, con cara de disculpa.

 

El chico de cabellos celestes está profundamente dormido en el sillón. Y no está solo. Nigou duerme en su regazo, lo que triplica lo adorable de la escena. ¿Qué alma malvada se atrevería a perturbar su sueño?

 

—   Hacía tiempo no teníamos dos juegos el mismo día. Y contra rivales muy fuertes, además —comenta el capitán.

—   Sí, y Kuroko-kun jugó más de dos cuartos en cada uno, así que es bastante para él, aunque ha mejorado mucho su resistencia. Aún así, no podemos dejarlo aquí —Riko lo mira sonriendo.

—   ¿Lo despierto? —cuestiona Furihata.

 

En eso despierta Nigou, se remueve y le lame la mano a su dueño. Lejos de despertarse, Kuroko sólo se desliza y termina estirado en el sillón. Furihata se ríe quedamente y toma al Husky en brazos.

 

—   ¿Qué hago con Kuroko? —insiste el castaño.

—   Pues…

—   Déjalo —interviene el dueño de casa, suspirando—. De todos modos vive cerca, si es que despierta y se quiere ir solo, no será un problema.

—   Me llevaré a No.2 conmigo, pues es mi turno, así que te encargo a Kuroko-kun —dice la entrenadora—. Chicos, ya vámonos. Kagami-kun también debe descansar.

 

El equipo de Seirin se va, dejando a su jugador fantasma atrás. Kagami lo observa, no muy seguro de por qué no fue más firme y prefirió que Furi despertara al chico. Ahora esto es mucho más peligroso para él. Pero su rostro apacible realmente le parece… tierno. Despertarlo parecía una idea muy cruel.

 

—   ¿Y ahora en qué estás pensando, imbécil? —se reprocha, pasándose la mano por la cara.

 

Decide llevar a Kuroko a su habitación y él dormir en el sofá. Se pregunta si su compañero despertará si lo toma en brazos y, de ser así, si preferirá irse a casa o quedarse de todos modos. Pero cuando lo levanta, el chico sólo sigue dormido. O está fingiendo o está cansado de verdad; por el ritmo acompasado de su respiración, asume lo segundo.

Lo deja en su cama, lo que innecesariamente le genera emociones encontradas, y toma algunas de sus pertenencias para ir a ducharse.

Tras unos minutos, vuelve a su habitación a dejar algunas cosas. Observa a Kuroko y entonces recuerda que debería avisar a su familia antes que se preocupen por él. Comienza a buscar el celular del chico, pues lo necesita para obtener el número de su mamá y poder mandarle un mensaje. Revisa su chaqueta, la que le quitó para que durmiese más cómodo, y encuentra el dichoso aparato. Lo abre y lo primero que encuentra es un texto.

 

[  Claro que puedes invitarlo, Kurokocchi~… ヾ( a07;▽a07;)ツ  ].

 

Argh… Kise. Pone mala cara y sus cejas se juntan. Busca el número de la mamá de Kuroko y le envía un mensaje sencillo. Luego deja el celular de su compañero en la mesita de noche.

 Y suspira.

 

Kuroko duerme tranquilo y Kagami no sabe cómo es que se resiste de meterse a la cama con él. Seguro dormirían perfectamente bien. Incluso podría apoyar su mentón en la cabeza de Kuroko, por la diferencia de estaturas. Siempre se siente tentado de hacerlo, aunque, obviamente, ni siquiera lo ha intentado. Es consciente de que al chico de ojos color cielo le molesta cuando, indirectamente, le saca en cara la diferencia de alturas. Aunque no diga nada al respecto.

 

Está sentado en el suelo y siente como el cansancio se va apropiando de su cuerpo, así que apoya su barbilla en la cama mientras lo observa dormir. Uf, si despertara, ¿cómo diablos le explicaría algo tan psicópata…? Hasta él se da miedo a veces. Esto, ni nada parecido, jamás le había pasado antes. Aunque supone que no es tan descabellado una vez empieza a razonar que jamás ninguna chica le gustó. Y que Alex le abrazara, besara o anduviese desnuda por casa sólo le avergonzaba y molestaba.

Kuroko le atrae por razones ajenas a su físico, de cualquier modo, aún si últimamente no para de fijarse en cosas que pasó por alto durante mucho tiempo, como su pálida y a la vista suave piel. Sus preciosos ojos claros. Esas pequeñas sonrisas que obtiene cada vez más seguido. Su figura menuda y a la vez esbelta. Su cuello. Sus mejillas. Sus labios... Apoya toda la cara sobre el colchón, alejándose de esas terribles ideas que le vienen a la mente.

Lo que le gusta de Kuroko es que ama el baloncesto tanto como él, que trabaja duro, que odia perder, que se esfuerza como nadie más y no se da por vencido fácilmente, que es confiable y que está allí cuando crees que nadie más lo estará. Le gusta que sea su compañero, su amigo, su sombra.

 

El pelirrojo siente que fue mala idea quedarse allí, pues ya no sabe si llegará al sillón o se quedará dormido en el piso. Ve que Kuroko se remueve y, con gran esfuerzo, levanta la cabeza. El chico de piel blanquecina se encorva, ocupando cada vez menos espacio en la cama y parece buscar calor. No hace frío, piensa Kagami, pero su cuarto puede que sea más helado que el de su compañero. O que tenga menos cobijas que las que acostumbra.

Entonces hace aparición en su mente una de esas ideas que sólo se le ocurren cuando está al 3% de energía, a 7.8 segundos de quedarse dormido y colapsar por, al menos, 8 horas y media… ¿Por qué no duerme un rato con Kuroko? Tal, el chico está dormido como una piedra, ni siquiera despertó cuando lo cargó. Sólo serán unos minutos y volverá a la sala, a dormir al no-tan-cómodo-ni-tan-cálido-como-al-lado-de-Kuroko sillón. El cronómetro interno ya va en 5.6 segundos antes de las vacaciones de su cerebro, así que se levanta como puede -se arrastra, más bien-, y se ubica en la cama, sobre las mantas. El muchachito a su lado apenas ocupa espacio, así que cómodamente se estira.

 

Sí, así está muy bien. Sólo cinco minutos.

 

 

 

 

No despierta del todo, está demasiado cómodo tal y como está como para intentar moverse, así que sólo entreabre los ojos un poco. Está oscuro, así que debe ser medianoche o muy de madrugada. Las sábanas y mantas están tibias y mullidas, por lo que no pretende hacer nada excepto volver a dormir, pero pronto siente el sonido calmado y acompasado de otra respiración. Con algo de esfuerzo, se da cuenta que un bulto duerme a su lado. Está tan cansado que ni siquiera se perturba. ¿Quién es, Alex? No, ella ni siquiera está en el país. Observa unas hebras de cabello que se asoman bajo las mantas. No sabe de qué color son, pero debe ser algún tono claro.

Kuroko. Nadie más podría ser tan pequeño.

Siente que debería entrar en pánico, pero no recuerda haber llegado allí, ni nada de lo que pasó. Eso quiere decir que es un sueño, ¿no? Bueno, ya qué, sueño o no, no quiere pensar, sólo dormir. Pero ya que están así… Estira los brazos y atrae al otro chico. Kuroko está durmiendo con el rostro hacia su lado, por lo que no es complicado que se acomoden. El muchacho de ojos claros lo abraza medio dormido. Definitivamente es un sueño.

 

 

 

 

Cuando vuelve a abrir los ojos, empieza el mismo dilema, otra vez. No parece un sueño, porque se siente bastante real, pero definitivamente debe ser un sueño, porque Kuroko está abrazado a él, aún dormido, y tiene un rostro apacible, incluso feliz. Ya hay luz que se cola por la ventana y toda la escena hace que su corazón se pare algunas milésimas de segundo. Decide, o más vale decir no decide, mover su mano libre para tocar el cabello del chico aferrado a él. Es tan suave como siempre. Luego mueve su mano para tocar su rostro. La piel de sus mejillas es tersa y sólo le invita a continuar la exploración. Se da cuenta que Kuroko abre sus ojos como a cámara lenta y termina observándolo directo a los ojos. Kagami no se mueve, no aparta a vista, no pestañea, no respira.

El muchacho de ojos celestes está igual de quieto, aunque debido a su inexpresividad habitual, es difícil saber si está asustado, impactado, congelado o simplemente despierto. Cierra sus ojos nuevamente y lejos de hacer algún tipo de escándalo, sólo se acerca más a Kagami y vuelve a abrazarlo, como si estuviera dispuesto a continuar durmiendo. El pelirrojo, entonces, no hace otra cosa que hundirse un poco en la cama para que queden más o menos al mismo nivel, aprisiona a Kuroko contra él con el brazo derecho y con la mano izquierda continúa su cometido, acariciando el rostro del menor. Tal, el Kuroko de sus sueños prácticamente le está dando permiso al comportarse como si nada de otro mundo pasara –ahora está seguro que una situación tan inverosímil no puede ser real-.

Es difícil controlarse, por lo que termina acariciando insistentemente el labio inferior de la boca del chico de ojos celeste con la yema del dedo. A estas alturas Kagami ya no siente ni pizca de sueño. Kuroko vuelve a abrir los ojos, aunque no parece muy molesto al respecto, y le mira como diciéndole “Tú te lo buscaste”. Entonces le muerde el dedo pulgar. Pero no duele, es casi como una caricia. Kagami sabe que si tenía alguna posibilidad de escape o disculpas, ya la perdió.

Aparta su mano, la que posiciona en la cintura de su compañero, y acerca su boca al rostro del chico de piel blanquecina. Besa su mejilla sin cerrar sus ojos, para observar atentamente la reacción del otro. Kuroko apenas cierra un ojo, como si tampoco quisiera perderse la vista de Kagami. Luego está demasiado concentrado moviendo y disfrutando sus labios sobre la piel de la persona que ama como para tener los ojos abiertos. Kuroko es suave y agradable. Le dan ganas de morderlo. Y… ¿por qué no? Suena como una idea excelente en su mente. Así que muerde suavemente su quijada, apenas rozándole con los dientes, mientras se mueve hacia su cuello. Escucha como la respiración tranquila de su “víctima” lentamente se irregulariza. Oye suspiros y pequeños gemidos que son apenas audibles. Su propio corazón está demasiado inquieto. Entonces llega a la zona perfecta en el cuello de Kuroko y decide probar suerte, mordiendo más fuerte. Quiere marcarlo. Le urge la necesidad de dejar una marca que demuestre que Kuroko es suyo.

Siente cómo el chico de cabellos celestes se inquieta y entonces la burbuja de rompe.

 

—   Kagami-kun, no puedes dejar una marca. Se verá en los entrenamientos —se queja el menor, aunque con voz afectada y apenas fuerzas o ganas de que le haga caso.

 

Qué. Mierda. Está. Haciendo.

¿Quémierdaestáhaciendo? ¿¡¡QUÉMIERDAESTÁHACIENDO!!?

 

Kagami sale del trance y se da cuenta que realmente está sobre Kuroko, besándolo, ¡y mordiéndolo! De verdad es él. ¿Y ahora qué hace? No tiene escapatoria. No hay excusa válida. No hay… ¡¡nada!! Está perdido, eso o finge un derrame cerebral, lo que no es tan mala idea, pero no… no puede. Ya no hay vuelta atrás.

Al instante se aleja, rojo hasta las raíces del pelo, mirando con una cara de espanto digna de un retrato al muchacho que, para entonces, y no sabe cómo, está debajo de él.

 

Ante tal reacción, Kuroko lo mira confuso.

 

Pasan unos cuantos segundos antes de que sea capaz de hablar. Y no comienza bien.

 

—   Ku… ¡Kuroko!, tú… cómo, por qué… ¿¡por qué no me golpeaste!? —cuestiona, histérico—. ¡Debiste haberme parado, estaba casi dormido! ¿¡Por qué no lo hiciste!?

 

Por el modo en que su sombra lo observa de vuelta sabe que acaba de hacerlo enojar, o al menos lo ha molestado.

 

—   Esa es una pregunta muy, muy estúpida, Kagami-kun. Por favor piensa y date cuenta —replica, imperturbable.

 

El pelirrojo siente que el corazón le va a estallar. ¿Cuándo fue que el piloto automático tomó el control de su actuar? ¿Cómo diablos fue que terminó en esto?

 

 

 

 

 

 

Al ver que Kagami se encuentra demasiado confundido, prácticamente en estado de shock o algo, como siempre es Kuroko quien debe tomar las medidas drásticas. Y pensar que quien inició todo fue el pelirrojo, para terminar él mismo casi con un colapso nervioso. Aunque, por algún extraño motivo, también le parece adorable que una persona tan decidida, fuerte, independiente y segura de sí misma sea tan vergonzosa y lenta en lo que a relaciones afectivas se refiere.

 

Coloca sus manos en las mejillas de Kagami y suavemente tira de él, hasta que sus bocas se encuentran a escasos milímetros una de otra. El chico sobre él respira ajetreado, pero está tan sorprendido por lo que él está haciendo que no parece que lo vaya a detener. Kuroko lo mira con intensidad, gesto que es devuelto por su luz, y lo besa.

 

 

 

 

Aún con tantas inseguridades, por parte de ambos, no pasan más de dos segundos antes de que el instinto se haga cargo de la situación. Aunque su mente es un caos, Kagami no es tan imbécil como para dejar pasar la ocasión de disfrutar de la boca de Kuroko, algo con lo que, ahora se da cuenta, ha estado fantaseando desde hace mucho tiempo. Mueve sus labios buscando el momento exacto, la oportunidad, y entonces su lengua entra en contacto con la de Kuroko. La sensación es perfecta, adictiva. Ya no piensa en nada. Sólo desea disfrutar lo máximo posible de ese momento, que ojalá fuese eterno.

Por su parte, el menor se sorprende con la actitud repentinamente agresiva y demandante del pelirrojo. Pasa de estar inmóvil, casi asustado consigo mismo, a controlar la situación. De todos modos a Kuroko no le molesta. Se siente bien pensar y sentir cuánto Kagami le desea. Y para él es más cómodo dejarse llevar. Confía en él. Y también desea sentirlo muy cerca.

 

Se funden en ese beso demandante, demasiado intenso, y al mismo tiempo descubren que no sólo se sincronizan perfectamente jugando básquetbol. Sólo con dejarse llevar ambos disfrutan al máximo. Es una lástima que no puedan quedarse así por siempre. El aire escasea y es necesario que se separen. Cuando lo hacen, Kagami se separa apenas unos centímetros y respira agitado. Observa muy atento al chico bajo él. Está confundido, pero le parece más importante ver las reacciones de Kuroko. Sus mejillas pálidas están cubiertas de rubor. Sus labios están más rojos. Su pecho sube y baja mientras intenta regularizar su respiración. Y le mira con ojos vidriosos, esperando el siguiente movimiento del pelirrojo. Kagami aún desea morderlo. Es más, ahora quiere morderlo más que antes. Pero como ya ha recibido una advertencia, decide volver a besarlo y morder suavemente sus labios en lugar de su cuello. Kuroko responde a sus caricias y, además, apoya sus manos en la nuca de Kagami, jalando apaciblemente de su cabello. Al dueño de casa ni siquiera le molestaría que fuera más rudo.

Hay muchas más caricias y besos en los siguientes minutos, manos inquietas, abrazos, gemidos entrecortados, respiraciones pesadas y, en especial, corazones que laten desenfrenados. Y es que parece mucho más importante disfrutar de todo aquello que preguntarse qué está pasando. La noche anterior eran simples compañeros de equipo, amigos, y ahora son… ¿qué?

Cuando finalmente la ansiedad decrece un poco, se observan intensamente y, se quedan en blanco. O Kagami al menos. No sabe qué decir y se siente estúpido.

 

—   Te quiero, Kagami-kun —Kuroko, como siempre, se le adelanta y le dice eso mientras lo abraza y esconde su rostro. El pelirrojo siente su rostro arder y se da cuenta que siempre puede avergonzarse aún más. Su pulso, por otro lado, está por los cielos.

 

Ama a Kuroko, ama a Kuroko, ama a Kuroko. Realmente… es amor. O es una obsesión, o algo demasiado loco e intenso que no había sentido jamás. Lo quiere sólo para él, para siempre. Quiere que se queden así. Ama a Kuroko. Pero decirlo es complicado. Verbalizarlo le parece imposible y se da cuenta que es más cobarde de lo que creía, aún cuando el chico de cabellos celestes está siendo sincero con él. Traga duro y aprovecha que el muchacho no lo está mirando a la cara. Debe decir algo.

 

—   Y yo te adoro, Kuroko. Like… really adore you.

 

Ambos están demasiado rojos y avergonzados como para ser capaces de mirarse a la cara, por lo que se quedan abrazados. Kagami deja caer su peso sobre Kuroko, pero al mismo tiempo lo obliga a girarse, para no aplastarlo, así que quedan de lado. No se separan, aunque comienza a ser asfixiante. Porque sólo estar así es suficiente. Sólo estar juntos, muy juntos, hace que aquellos problemas que parecían no tener solución se disuelvan.

Ambos saben que aún hay tanto que decir, tanto que responder y tanto que hacer, pero no hay apuro cuando todo lo que deseas es asegurarte que esa persona está allí, junto a ti, y te quiere. ¡También te quiere!

 

Cuando la vergüenza ha menguado lo suficiente, el pelirrojo se arriesga a besar la mejilla de Kuroko otra vez. El chico se deja, visiblemente complacido. Y a él le gusta la idea de que el muchacho de ojos celestes se deje mimar, sólo por él. Pero pronto aquel tipo de caricia tan inocente vuelve a ser insuficiente. Realmente quiere marcarlo. Y antes de que se de cuenta, está de nuevo mordiendo suavemente el cuello de su sombra. Se detiene al instante y mira al chico, como esperando una reprimenda.

 

—   Está bien, Kagami-kun. Sólo… por esta vez —le dice Kuroko, aunque no lo mira a la cara y sus mejillas están rosadas.

 

No necesita ningún otro tipo de incentivo. Muerde, succiona, acaricia; se deleita dejando una marca sobre la blanquecina piel de aquél a quien ama. Su marca.

Tetsuya intenta reprimir sus gemidos, pero incluso cuando los dientes de Kagami no le están haciendo daño, es la intensidad del deseo del pelirrojo lo que le inquieta. Pero también le gusta.

Cuando su ansiedad se ha calmado, Kagami observa la piel enrojecida y sonríe un poco, con orgullo. Porque ahora Kuroko es suyo.

 

 

 

 

 

 

 

Han pasado algunos días y su relación ha cambiado, al mismo tiempo en que sigue igual que siempre. Es extraño. Ahora interactúan como antes de que las inseguridades atacaran al retornado norteamericano, pero, a solas, todo es nuevo entre ellos. Se están acostumbrando, se lo están tomando con calma. En lo que pueden.

 

Riko suspira aliviada el lunes. Al parecer los dos muchachitos por fin aclararon lo que sea que les tenía mal. A veces se pregunta si alguno de ellos realmente considera tan estúpidos o despistados a sus senpai. Es tanta su química que es muy fácil darse cuenta cuando algo va mal entre ellos. Pero todo está bien ahora, por lo que puede relajarse o, mejor dicho, enfocarse en el equipo. Está decidida a ir por el bicampeonato.

 

Para Kagami falta algo aún. Sabe que entre él y Kuroko todo se da naturalmente, pocas veces deben hablar, la mayor parte del tiempo llegan a acuerdos mutuos sin necesidad de verbalizarlo. Pero esto no lo puede dejar pasar. Incluso si se arriesga a que el chico de cabellos claros se burle de él por ser “romántico” y esas bobadas. No es que lo sea, o eso cree él. Pero necesita pedirle a Kuroko que sea… bueno, eso… ¿no? Su novio.

Sólo para que quede claro. Nada más.

 

El protagonista de sus pensamientos aparece frente a él. Ya está listo y sonriente, a su manera. Kagami siente un dejá vù.

 

—   Kagami-kun, hoy me reuniré con Kise-kun, Aomine-kun, Midorima-kun, Murasakibara-kun y Akashi-kun —le dice, completamente ajeno a lo que está pasando por la mente del pelirrojo en esos instantes.

 

Kagami no sabe si reír desconsolado, llorar alegremente, soltar una risotada histérica, irse al rincón a dibujar círculos con la mano o mandar cartas de amenaza. Finalmente, sólo suspira. Kuroko le quiere. Es suficiente. Tiene que aprender a controlar sus celos, aunque aún le cueste referirse a esos molestos sentimientos con ese nombre. Celos.

 

—   Está bien —responde, cabizbajo. Aún no es tan bueno como su compañero con eso del pokerface.

—   ¿Quieres venir conmigo? —inmediatamente alza la mirada. Los ojos celestes de la persona que adora le miran con cariño—. Ellos te esperan. Y Aomine-kun no para de decir que te ganó el último uno-a-uno, así que deberías pedir una revancha. Porque eres partes del mejor equipo de Japón, ¿no?

 

Kagami siente que le duele el pecho.

Asiente.

Kuroko le dedica una de esas sonrisas especiales, que son tan raras y, por lo mismo, tan valiosas. Sólo para él.

 

Kuroko es sólo para él.

 

 

 

 

 

 

 

 

Riko los ve irse juntos, aparentemente como siempre, e insiste en preguntarse si ellos realmente consideran tan estúpidos o despistados al resto de los miembros del equipo.

Sonríe, animada incluso a triplicar el plan de ejercicios semanales.

 

 

 

 

 

 

 

—   Kuroko, ahora que lo pienso, no recuerdo haberme metido bajo las mantas.

—   Desperté en la noche y estabas sobre mí, aplastándome, Kagami-kun. Y estabas con ropa muy liviana sobre la cama. Hubiese sido muy malo que volvieras a enfermarte.

—   ¿¡¡Eh!!? ¡Ugh!, eh… ¡Debiste haberme despertado! …Aún así, ¿qué diablos hiciste?

—   Eres muy obediente cuando estás medio-dormido, Kagami-kun.

—   ¡¡…!!

Notas finales:

Debo decir que no sé si Kuroko y Kagami viven cerca o no, pero como siempre se van juntos, sólo lo asumo (?).

También sé que tengo la manía de hacer que Kagami se pseudo-declare en inglés, pero creo que es algo típico de él: soltar comentarios en inglés cuando está muy nervioso, impresionado o avergonzado.

En fin, ¡espero les haya gustado la historia!

Lamento cualquier error o dejo de OoC, pues la historia sigue sin ser beteada xD

¡Nos leemos en otro fic!

Arisa.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).