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Locus amoenus por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

¡Sí, al fin terminé este capítulo! Traigan el licor y las putas, tengo que festejar(?)

Hola. Sé que hace como un mes que no actualizo, soy un desastre. Me disculpo por eso y no tengo excusa en realidad. Sólo que me resultó difícil escribir este capítulo. Es demasiado estúpido, en serio lo es. Perdón, de verdad les pido perdón a todos los que vaya a leerlo porque es... No entiendo cómo subo estas cosas. Basta, tengo que dejar de quejarme.

Nada más que decir aquí. Estupideces, visitas, nada, joda loca. Ni siquiera sé cómo quedó tan largo. En fin, disfruten lo que puedan.

Saint Seiya, Saint Seiya The Lost Canvas no me pertenece, es propiedad de Masami, Teshirogi, Toei, Tinelli, el Chueco Suar, Grupo Clarín(?), etc.

Masticó aquel helado con el mayor placer del mundo. ¿Qué importaba que ya comenzara a hacer frío por el otoño? Eso no le iba a impedir comerse ningún helado, siempre era buen momento para uno y específicamente ese era muy bueno para Kardia. ¿Por qué? Simple. Era sábado, así que no le tocaba trabajar y Milo no estaba en casa, por lo tanto podía estar a sus anchas haciendo lo que quisiera. Incluso se había encontrado ese helado de palito dentro del refrigerador y todo parecía ser tan perfecto. Demasiado quizá. En todo ese rato que estuvo ahí, Kardia no se cuestionó lo extraño que resultaba que Milo no estuviera en casa. Se acomodó más en el sillón, donde se encontraba despatarrado y mordió un pedazo de ese helado. Su hermanito se encontraba en la casa de enfrente, jugando el pequeño vecino nuevo que tenían.

Por primera vez, se paró a pensar en lo extraño que era eso. ¿Ahora ese niño se había convertido en el mejor amigo de su hermano? No, claro que no, pero era evidente que se llevaban mejor. No le parecía extraño. Milo era un niño simpático y, por lo general, solía caerle bien a la gente. Incluso en la escuela, por más que se portara mal o hiciera travesuras, conseguía convencer a los maestros o directivos de que le dieran otra oportunidad y, si la astucia de Milo no alcanzaba, Kardia se encargaría de interceder por él. Eso era algo que ambos tenían en común, pero la situación no dejaba de parecerle cómica.

Milo mucho no le comentaba al respecto, pero era obvio que se veía mucho más animado e iba a visitar al otro niño por voluntad propia. Incluso en las mañanas cuando los llevaba a la escuela, le hablaba animadamente. Camus no era muy conversador, pero se veía mucho más relajado y respondía a la mayoría de las estupideces que Milo le comentaba. Con Kardia casi ni hablaba, se ve que aún no le tenía confianza o tal vez no quería decirle nada simplemente. Él no se preocupaba mucho por ese detalle de todas formas, no pretendía andar simpatizando con un niño, quizá con el que no vendría mal hacer un poco de sociales sería con el hermano mayor. En ese instante, sonrió mordiendo parte de la cubierta de chocolate de ese helado. Tampoco hablaba mucho con Dégel, más que lo habitual, pero tenía la ligera sospecha que éste le miraba con un aire diferente. Posiblemente todo era parte de su retorcida imaginación, impulsada por lo atractivo que era su vecino, pero Kardia estaba casi seguro que no. Esto que maquinaba no nacía solo de él. Quizá fuera bastante idiota o despistado para otras cosas, pero para estas justamente no.

A su mente llegó una frase que Manigoldo le solía decir mucho: "Loco de mierda" y la pensó porque estaba seguro de que su amigo le diría eso si estuviera ahí. Sí, está bien. Kardia admitía que en parte estaba loco, pero su lado cuerdo le indicaba claramente que Dégel tenía cierto interés. La forma de mirar, movimientos sutiles, y alguna que otra sonrisa imperceptible de más. Bueno, quizá Kardia lo observaba mucho cada vez que lo veían, lo suficiente para notar esto detalles que, según él, existían evidentemente.

Cuando terminó el helado se quedó masticando un poco el palito de madera y apagó la televisión, ya no encontraba nada que lo entretuviera. Debería buscar otra cosa que hacer con su sábado libre. No alcanzó a pensar en qué porque la puerta sonó. Tres golpes se escucharon a través de la madera vieja y en ese instante, Kardia recordó algo que, con claridad, había olvidado. Dejó el palito olvidado en la sala y se levantó.

—¿Quién es? —preguntó acercándose a la puerta, aunque ya sabía quién era—. En esta casa no aceptamos biblias, así que ni se moleste.

—Con una biblia es con lo que te debería golpear —oyó que le decían mientras abría la puerta. Ahí lo vio, igual que siempre, a Manigoldo quien le sonrió animadamente—. ¿Qué tal te va, bicho rastrero?

—Mejor que a ti, seguramente —saludó de la misma forma extraña. Ambos se dieron un abrazo, ya que hacía algo de tiempo que no se veían—. ¿Cómo entraste? —Al instante de preguntar eso, una respuesta se le vino a la mente, pero esperó a que el otro le confirmara.

—Tu vecina, la vieja de abajo me dejó pasar —contestó Manigoldo entrando a su casa.

—¿La bruja?

—No, la de planta baja —aclaró—. El ex amor de tu vida.

—Ah, esa —Claro, no le llamaba la atención en lo más mínimo. Kardia jamás, en todo el tiempo que vivía ahí, le había abierto la puerta a alguien que lo venía a visitar. Siempre aquella anciana dejaba pasar a todo el mundo—. Creo que ella dejaría pasar hasta un terrorista si dice que vine a verme.

—Hablando de bombas —Manigoldo entró a la sala mientras se quitaba el abrigo—. ¿Albafica aún no llega?

—¿Albafica viene? —Kardia alzó una ceja ante esa sorpresa— Así que lo encontraste, ¿qué le pasó?

—No sólo lo encontré, fui hasta su trabajo —Manigoldo se sentó en el sillón de la sala y Kardia lo hizo a su lado, expectante a que le cuente. La historia de esos dos era mejor que cualquier telenovela que pasasen por la televisión pública—. ¿Qué crees que pasó?

—Te partió una maceta en la cabeza —dijo lo primero que se le ocurrió.

—Yo también creí que haría eso cuando me vio, pero no. Estaba completamente tranquilo y me recibió bien —Aunque fuera extraño, las palabras de Manigoldo cargaban cierta decepción al contar su historia, cosa que confundía a Kardia—. ¿Te das cuenta? Es un jodido manipulador, porque se desaparece cuanto quiere y no da señales de vida. Luego, me tomo la molestia de ir a buscarlo y cuando quiero insultarlo de arriba abajo, me trata bien; y yo soy tan idiota que me olvido de estar enojado.

Kardia guardó silencio unos instantes, mirando sin una clara expresión a su amigo, para luego echarse a reír sin poder contenerlo. ¿Y qué se supone que había de nuevo en eso que le contaba?

—De repente vi tu cara transformándose en una falda mientras hablabas —Kardia estiró las manos y agarró las mejillas de su amigo, de la misma forma en que haría una señora mayor con un niño. Hasta le hablaba de forma melosa a propósito—. ¡Qué lindo perro faldero! ¿Quieres un hueso o prefieres que venga Albafica a dártelo?

—¡Quítate, estúpido de mierda! —Lo empujó y se acarició los cachetes recién tironeados, cosa que hizo aumentar la risa de Kardia.

—Ya, ya —trató de tranquilizar a Manigoldo y a sí mismo, para dejar de reír, porque el otro ya estaba con ganas de querer golpearlo. Le estaba costando, pero trató de que no se le escaparan más carcajadas, aunque la sonrisa no podía borrársele—. ¿Por qué fue que de repente no apareció?

—Dijo que estuvo con mucho trabajo y su teléfono se averió —contestó—. ¿Sabes qué me dijo en el momento en que le pregunté por qué no llamó de todos modos? "El único teléfono que me sé de memoria es el de la casa de Kardia y el imbécil no atiende ni porque le paguen".

Ahora sí, Kardia no pudo contenerse y la carcajada que largó fue muy sonora. ¡Cómo quería a ese desgraciado de Albafica! Aunque fuera un amargado, siempre le sacaba una risa, aunque esa no fuera su intención. Lo cierto era que su teléfono fijo era muy fácil, pero nadie lo llamaba ahí y casi ni lo usaba, sólo para cuando llamaban indeseables. Por ese motivo, no contestaba también.

—¿Pero ya se amigaron y tuvieron sexo al aire libre de reconciliación? —preguntó alzando las cejas de forma sugestiva.

—¿Por qué debería contestarte eso si ni siquiera quisiste hablar de tu nueva niñera? —Al decir eso, Manigoldo notó algo importante. Estaba con Kardia, en la casa de éste, pero ningún duende había ido a saltarle encima para saludarlo—. Oye, hablando de eso, ¿y Milo?

—Enfrente, jugando con un niño que se mudó hace poco —Alzó el puño y señaló con el pulgar en dirección donde se encontraba el departamento vecino.

—¿Alguien se quiso mudar a esta pocilga y tiene un hijo? —Kardia asintió con la cabeza y al instante, Manigoldo comenzó a sacar conclusiones. Vecinos nuevos, con un niño, Milo se había vuelto amigo de éste, al mismo tiempo que habían conseguido una niñera nueva. Esto sólo podía tener una explicación: el bicho venenoso se estaba tirando a su nueva vecina. Tan pronto se le ocurrió eso, abrió los ojos grandes y le sonrió con picardía a su amigo—. Qué hijo de puta, te estás comiendo a la madre.

Aquella sentencia, lejos de ofender, sacó una risa de Kardia. Casi, casi, le atinaba, pero no.

—No, idiota —contestó y luego sopesó sobre sus palabras, corrigiéndose—. No exactamente.

—¿Al padre? —Lo creía totalmente capaz.

—Hermano.

—Oh —pronunció y meditó sobre aquellos nuevos datos—. ¿Son dos hermanos solos, a uno te lo tiras y el otro es un niño amigo de Milo?

—No me tiré a nadie —aclaró— aún.

—Qué extraño viniendo de ti —ironizó a medias. Sabía que Kardia era una persona bastante simplista, que gustaba de ir directamente al grano con cualquier asunto, pero podía llegar a ser atento si algo le interesaba de verdad. Esto parecía estar tomando un rumbo peculiar—. ¿Está bueno?

—Pff, si lo vieras —Se mordió los labios y entrecerró los ojos.

Aquella expresión lujuriosa fue suficiente. Aunque nunca supo el concepto de "bueno" para Kardia. Le entraba a cualquier cosa, literalmente, y cuando decía cualquier cosa era cualquier cosa. Ahora le había picado más curiosidad por conocer a la nueva niñera de su amigo.

Luego de hablar un poco más y ponerse al corriente con un par de cuestiones, una idea se les vino a la mente. Milo no estaba en casa y Albafica aún no llegaba, era el momento perfecto para hacer eso que nunca podían con los otros dos ahí: ¡Jugar videojuegos sin que les importe nada! Lo cierto era que, una vez, Albafica les había hecho un escándalo sobre la forma que tenían ellos de jugar y que un niño como Milo no tenía por qué verlos. En parte, admitieron que tenía razón, pero seguía importándoles un carajo. El problema en cuestión era que, cada vez que jugaban, la emoción se les subía y acababan gritando un millón de groserías para todos lados. Por lo tanto, daban un mal ejemplo al niño.

Acordaron no jugar más en presencia de los otros dos o hacerlo de forma moderada, pero era prácticamente imposible. Sobre todo con ese juego que Kardia puso en la consola. Quizás era un poco extraño, simple, estúpido; pero sumamente adictivo.

—¡No! —exclamó Kardia al perder su última vida—. ¡Ese unicornio de mierda y la puta madre! ¡Yo apreté el botón!

—¡Este juego es una mierda! —Manigoldo estaba igual de indignado—. Pero no me va a ganar el hijo de puta, no importa cuántas veces me mate al unicornio.

—Esta va a ser una tarde larga.

Y así lo sería. ¿Qué? Dos adultos jugando un juego de unicornios que vuelan por el espacio, rodeados de arcoíris y brillos, aplastando estrellas y asteroides; era algo totalmente normal y masculino. Bueno, justo masculino quizá no, pero tampoco era tan raro. Kardia había obtenido ese juego una vez que consiguió una caja con varios juegos usados y, entre los de zombis, pelea, fantasía y guerra; estaba el juego del unicornio espacial. ¿Quién diría que un juego tan rosa sería así de divertido? Obviamente ellos no, pero nunca habían podido terminarlo. Era como una meta.

Pasó aproximadamente una hora desde que ambos se sentaron y ninguno quiso largar el juego. Luego de unas cuantas derrotas, ya comenzaban a tomarle la mano de vuelta al maldito. Tal vez, y sólo tal vez, ahora podrían llegar a un nivel superior o incluso terminarlo. Era el momento indicado para hacerlo. Nada podía distraerlos, más que sus propios insultos cada vez que se equivocaban o perdían, hasta que eso también se volvió automático.

Kardia perdió su última vida y estuvo a punto de estrellar algo contra el televisor mientas decía que iba a demandar a la compañía creadora del juego, por ser unos bastardos hijos de puta y crear un juego de mierda donde ni siquiera se puede mantener vivo a un estúpido unicornio; pero un sonido a parte lo detuvo. Provino de la puerta, alguien estaba golpeando. Miró a Manigoldo un segundo y éste le devolvió el gesto, extrañado por esa irrupción.

—Seguro es tu novia —mencionó y antes de que el otro pudiera decir algo, agregó—: Alba, La Fea.

Aquel comentario provocó que Manigoldo lo golpeara en el brazo, riéndose sin poder evitarlo.

—Idiota, se va a transformar en un dragón si te oye —bromeó, aunque no del todo. Albafica era muy sensible al tema de su aspecto, además de que tenía una paciencia moderada y un puño bastante pesado. Si lo sabrían ellos dos.

—Pero eso es lo divertido —contestó con una sonrisa ladina, para luego levantarse y dirigir sus pasos a la puerta. En efecto, era él—. ¡Albita, qué sorpresa verte por aquí! —exclamó con exagerada felicidad y sólo recibió una mirada de fastidio por parte del otro muchacho.

—Kardia, ¿cuántas veces te he dicho que dejes de llamarme así?

—No las suficientes —contestó y se hizo a un lado para dejarlo entrar—. ¿Te abrió la vieja de abajo?

—No les digas así, es muy amable —se quejó entrando al apartamento—. Hasta me dijo que te mande saludos y que luego pases a verla.

—Lo sé, me ama —Aunque quizá debería decirle que deje de hacer pasar a cualquiera, sólo porque dice que vienen a verlo a él. Con sus amigos no importaba, pero algún día podría pasar algo que lamentaría. Kardia podía imaginarse escenarios incluso peores que el del terrorista.

Al instante de que entraron, apareció Manigoldo a recibirlo.

—Así que viniste, Alba —dijo, claramente fingiendo desinterés. Kardia no tenía que ser ningún experto para notarlo, aunque ciertamente era bastante experto en ese par.

—¿Qué opción tenía? —comentó quitándose el abrigo, con una expresión resignada—. Era venir a soportarlos a ustedes o estar en casa con la visita de mi tío y mi adorable primito.

Al instante, los otros dos ya sabían de quién hablaba, ni siquiera fue necesario el énfasis en las palabras.

—No —Manigoldo tenía una mueca entre sorprendida y graciosa—. No me digas que vino ese pequeño demonio.

—Sí —asintió, por mucho que le pesara— y prefiero no estar ahí.

—¿Ese enano que vimos en tu casa y le hizo ojitos a Manigoldo sólo para molestarte?

Albafica cerró los ojos y contuvo la molestia que le surgió por el comentario de Kardia. Pocas veces ellos habían ido a su casa, pero en una de esas ocasiones había estado su primo ahí presente. Apenas era un niño, sólo tenía diez años y se parecía bastante a Albafica, en físico, porque tenía una personalidad completamente distinta. Afrodita no era un niño con maldad, sólo un poco ególatra quizás y bastante competitivo. Lo cierto era que ese chiquillo poseía una belleza singular y era plenamente consciente de esto, tanto así que gustaba de resaltar éste atributo y se fascinaba cuando otros los halagaban. Aquello era perfecto para el pequeño, pero éste círculo vicioso de perfección se rompía cada vez que se cruzaba con Albafica. Quizá porque tuvieran personalidades tan opuestas, la diferencia de edad o vaya a saber uno por qué; el niño había instalado una especie de rivalidad con él, por quién era más bello. Claro que esta cuestión nunca le había importado nada a Albafica. Él se ocupaba de sus asuntos y dejaba que su primo siguiera con sus ideas locas. Esto fue así hasta que Afrodita transformó esa rivalidad, unilateral, en una especie de guerra fría.

Albafica intentó tener paciencia, pero ya cuando el niño trató de cortarle el cabello mientras dormía, llenarle la botella de shampoo con contenido de dudosa procedencia o pintarle la cara con acrílico negro; casi lo mata.

Manigoldo y Kardia lo había visto en vivo y en directo, aquel demonio en acción. Quizá no fuera odio lo que lo guiaba, pero estaba claro que tenía algo en contra de Albafica. Tanto que al enterarse de que eran amigos de su primo, el niño trató de simpatizar con ellos y los había mirado con un aprecio exagerado, y quizá demasiado sugerente para un niño, más que nada a Manigoldo. Tuvieron que llevarse a Albafica antes de que hiciera alguna masacre.

—Ya te dije —continuó hablando Manigoldo—. Enciérralo en el ático cada vez que va, seguro tu tío hasta te lo agradece.

—Cada vez lo considero más —confesó. Se le estaba haciendo demasiado difícil ignorar a ese pequeño y no cumplía con sus deseos por respeto a su tío, que si no ya habría actuado hace mucho. Aunque presentía que su paciencia pronto colapsaría.

En el momento en que se adentraron a la sala, Albafica vislumbró el televisor y el juego que se encontraba en pausa. ¿Era en serio lo que veía? Se volteó hacia los otros dos.

—¿Otra vez están con el unicornio? —preguntó, aunque no necesitaba una respuesta. Por un momento dudó si no hubiera sido mejor quedarse en su casa.

—Vamos, Alba —Se adelantó Manigoldo—. Deberías probarlo antes de criticarnos.

—Es cierto —secundó Kardia—. Además Milo no está aquí, no tienes con qué detenernos.

—¿Milo no está? —Al oír aquello, notó que el niño no aparecía por ningún lado. Su rostro mostró cierta preocupación—. Dime la verdad, Kardia —pronunció con dificultad—. ¿Volviste a perderlo como cuando fuimos al parque acuático?

Por más que Albafica hablara en serio, solamente logró sacar risas de parte de los otros dos por hacerlos recordar esa ocasión.

—¡Oye, eso fue culpa de Manigoldo! —se defendió al instante—. Estaba muy ocupado andándote atrás y no es capaz de mirar a un niño.

—Es tu hermano, desgraciado. ¡Cuídalo tú!

—¡Estaba tirándome de los toboganes! ¿Cómo pretendías que lo cuidara, idiota? ¡Un favor te pedí solamente!

Antes que empezaran a pelear, Albafica los detuvo. Aquella vez había sido todo un drama cuando no encontraban a Milo. Una tarde tranquila, que pretendían pasar en el parque acuático. Kardia no había parado de tirarse en los juegos y, en un descuido, Milo desapareció. Luego lo encontraron, haciendo la fila para un tobogán, pero en el momento había sido preocupante.

—¡Que no lo perdí! —aseguró Kardia y luego agregó—: de nuevo —Cuidar a un niño no era fácil y eso él lo sabía bien. Incluso sus amigos habían tenido que padecer las penas y desgracias, como aquella vez en el parque, la cual no fue la única—. Está enfrente, jugando con un niño nuevo.

—¿Alguien se mudó aquí? —dijo Albafica con cierto asombro. En aquel viejo edificio no vivía casi nadie y escuchar de personas que se mudaran ahí era bastante peculiar.

—Sí —Manigoldo se adelantó a contestar— y Kardia se quiere trincar al hermano mayor.

Albafica abrió los ojos y arqueó las cejas ante esas palabras, pero realmente no le sorprendía, porque se trataba de Kardia.

—Tampoco es un hecho —Más o menos lo era. Estaba entre en un decir y un hecho.

—No me extrañaría —admitió, concordando con Manigoldo.

En ese instante, Kardia no supo si sentirse afortunado porque sus amigos los conocieran tanto o triste debido al concepto que tenían éstos de él. Le importaba poco de todos modos.

—Ya, vayan a sentarse —indicó mientras se dirigía a la cocina—. Pónganse románticos mientras les hago un café.

Ninguno rechistó ante sus palabras. Los dejó solos mientras se dirigía a la cocina y preparaba el café. Oyó, sin mucho esfuerzo, cómo Manigoldo discutía con Albafica en la sala por el juego o al menos eso supo interpretar a la distancia. Sonrió un poco, divertido. Kardia siempre la pasaba bien con ese par, desde que eran niños se conocían y todavía podían mantener esa amistad a pesar del tiempo, la cual suponía que seguirían manteniendo. Aunque esos dos no eran los únicos amigos que todavía tenía de cuando era chico, faltaban varios dentro de ese grupo.

Calentó el agua mientras se quedó un momento pensativo en la cocina. ¿Por qué de repente había tanto silencio? Si hace un segundo estaban discutiendo, ¿qué había pasado para que se callaran así? Kardia, por un momento, se imaginó lo peor.

—¡Hey, fue broma eso de que se pusieran románticos! —vociferó dirigiéndose a la sala, con la horrible idea que aquel par de idiotas podría estar haciendo algo en su sillón. No. El único que hacía cosas ahí era él, ni siquiera Milo tendría el permiso algún día de hacer nada ahí—. ¡No en mi casa!

Cuando llegó a la sala simplemente quedó mudo. Manigoldo lo miró y le hizo una seña para que no dijera ninguna palabra, pero eso no hizo falta. Se había quedado sin habla y respiración, lo que veía era muy impresionante. Albafica, sentado, mirando la pantalla del televisor con suma concentración y un control del videojuego entre sus manos. ¡Para colmo iba ganando!

Pasada una media hora, tanto Manigoldo como Kardia estaba atónitos mirando cómo Albafica jugaba y cada tanto se preguntaban cómo era posible. Un don, algo concedido por los dioses, seguramente se tratara de eso. Porque no encontraban otra explicación para lo que veían sus ojos. Ninguno respiraba, sólo se permitía pasar aire cuando el nivel era superado. Estaba por terminar ese horrible juego del unicornio, esto iba a ser histórico. Cuando el penúltimo nivel fue superado y Albafica estuvo a punto de enfrentarse al dragón final, los otros dos estallaron a gritos.

—¡Ese es mi Alba-chan!

—¡Vamos, Albita! ¡Piensa que el dragón es Manigoldo y mátalo!

—¡Oye!

Sorpresivamente, el consejo funcionó. Pronto ganaría a este paso.

Sus gritos y festejos eran tan estridentes que llegaron al departamento de enfrente. Milo estuvo mirando la película de los gatitos junto con Camus, pero esta vez lo hicieron en francés. Dégel se quedó junto a ellos e iba explicando los diálogos, que obviamente Milo no entendía, pero eso no detenía al niño en ver la película o preguntar más significados de palabras en francés. Realmente era un idioma muy difícil. El teléfono de Dégel sonó en ese momento y tuvo que dejar a los niños solos, ahí fue cuando escucharon los gritos.

Camus se desconcertó, más que nada por la cara de alegría que puso Milo al oír esos alaridos.

—¡Manigoldo y Alba-chan están en casa! —pronunció con felicidad y ni siquiera le dio tiempo a Camus de preguntar de qué demonios hablaba. Tomó su mano y comenzó a arrastrarlo a la entrada—. ¡Vamos!

—¡Espera! —lo detuvo, haciendo que lo soltara—. ¿A dónde quieres ir? No podemos salir así como así.

—Vamos a mi casa —explicó—. Están los amigos de mi hermano y ellos son muy graciosos.

—Pero yo no los conozco —le recordó.

—No importa, te caerán bien —Volvió a tomar la mano del niño para animarlo—. Manigoldo siempre hace chistes divertidos y Albafica suele traer cosas dulces —contó emocionado—. Además puedo mostrarte mi cuarto, ahí tengo muchos juguetes y televisión, ¿quieres ir?

No supo cómo contestar eso. ¿De dónde salía tanta amabilidad? Hacía ya unos días que ellos se llevaban mejor y compartían más momentos juntos, incluso se hablaban en la escuela, pero era la primera vez que Milo lo invitaba a su casa y estaba dispuesto a compartirle su espacio de esa forma. Camus no sabía cómo tomárselo o qué responder a las palabras del impaciente niño. Ahí apareció Dégel, extrañado por el comportamiento de ambos niños.

—¿Qué ocurre? —les preguntó.

—¿Camus puede venir a mi casa? —dijo Milo en dirección al adulto y éste también se mostró sorprendido. Miró a su hermanito, pero éste parecía dudar en qué decir.

—Bueno… —meditó—. Si Camus quiere ir, no veo ningún impedimento.

—¡Genial! ¡Vamos!

Milo ni siquiera esperó que el otro niño dijera algo y volvió a arrastrarlo fuera del apartamento. Cruzaron el pasillo y abrieron la puerta de la casa de enfrente. Kardia nunca dejaba la llave puesta cuando él estaba y era de día, eso resultaba útil en ese momento para los niños. Cuando entraron, los griteríos se hicieron más fuertes y Camus meditó si debía volver a su casa, pero Milo se lo impidió, llevándolo a la sala donde se suscitaba el evento.

—¡Casi, casi, casi, casi! —gritaban al unísono Manigoldo y Kardia, sin despegar la vista de la pantalla, mientras Albafica, en el medio de ellos, no dejaba de jugar. Estaban en la recta final, un poco más y ganaría. Cuando dio el último golpe y ganó la habitación estalló a gritos—. ¡SÍ, GANAMOS!

Quizá fuera una estupidez, pero ellos lo sentía como algo importante. Abrazaron a Albafica como si acabara de salvar el mundo y Manigoldo lo tomó en brazos para alzarlo, sin importa que éste se quejara.

—¡El domador de dragones espaciales! —vociferó Kardia.

—¡El destructor de estrellas! —continuó Manigoldo.

—¡Jinete de arcoíris!

—¡Nuestro Albafica!

—¡All hail the King!

Los tres rieron y Albafica siguió el juego también, dejándose llevar un poco y dando un saludo, agradeciendo los halagos y fingiendo ser de la realeza. Luego se pusieron a saltar mientras Manigoldo y Kardia cantaban su nombre reiteradas veces. El festejo duró hasta que los adultos notaron la presencia de los niños a unos metros de ellos.

Todos se quedaron estáticos y lo único que cortó el ambiente fue Albafica golpeando a Manigoldo mientras le decía "Bájame, idiota". En ese momento, Milo corrió y se tiró encima de Manigoldo, como si hiciera años que no lo veía.

—¡Manigoldo!

—¡Enano, tanto tiempo! —Lo saludó de la misma forma— No creces más, eh.

—Claro que creceré y seré más alto que tú —aseguró.

—Ya quisiera, duende.

Milo se separó de él y le sacó la lengua, para luego ir a saludar al otro muchacho.

—¡Alba-chan! ¡Tú también viniste!

Albafica no era la persona más afecta a los niños, ni a las personas tampoco, pero admitía que a Milo lo quería, porque el niño mismo se hacía querer. Era muy dulce y se habían acabado encariñando con él sin poder evitarlo. Acarició la cabeza del pequeño y le sonrió.

—Vinimos de visita —le dijo y al instante miró a otra persona detrás de él—. ¿Quién es tu amigo?

Ahí fue cuando todos los ojos de esa sala cayeron sobre Camus, quien se había quedado aparte, sin entender nada de lo que ocurría. La escena de esas personas gritando y saltando había sido de lo más extraña y ahora se encontraba ahí, quieto, sin saber a dónde correr. Por un momento, creyó que tal vez no debería estar en ese lugar, pero ya era tarde para arrepentirse o huir.

—Él es Camus —explicó Milo y le hizo una seña para que se acercara. En un principio, Camus dudó si hacerle caso o no, pero finalmente lo hizo. Con timidez caminó junto al otro niño—. Ellos son Manigoldo y Albafica, de los que te hablé.

—Así que él es el hermano menor —comentó Manigoldo agachándose para ver al niño más de cerca, tratando de darse una imagen mental de cómo sería la presa de Kardia a partir de ese pequeño.

—¿Conoce a mi hermano? —dijo Camus retrocediendo un poco ante la mirada invasiva.

—No hemos tenido el placer —Albafica se apresuró a contestar antes que Manigoldo dijera otra cosa inapropiada. Le fulminó con la mirada para que se callara.

—¿Qué pasa que vinieron aquí, mocoso? —intervino Kardia, preguntándole directamente a su hermano menor.

—Quería saludar —Milo hizo un puchero por esa forma despectiva en que lo llamaba el otro— y mostrarle unos juegos a Camus.

—Bueno, vayan y no molesten que acá estos dos me tienen que contar sus problemas románticos y esos no son temas de niños.

Aquel comentario recibió como respuesta un golpe de Albafica y, a raíz de eso, una risa de Manigoldo. A los pequeños realmente no les interesaba saber sobre tales cuestiones, así que sólo se retiraron sin decir más. Aunque Milo le preguntó a Alba si traía de esas cosas dulces que a él le gustaban, a lo que el adulto sonrió y les regaló unos chocolates que traía siempre consigo. ¿Qué? Cada tanto le gustaba comer algo dulce y siempre se los regalaban de aquí y allá.

Pasó un rato largo, donde ya la euforia por el juego había pasado y los tres volvieron a ser personas normales, dentro de lo que podían. Hablaron bastante, desde trivialidades, hasta temas un poco más complejos. Nunca se quedaban sin qué conversar y menos cuando hacía tiempo que no se veían. Tampoco hablaron de temas amorosos en sí, pero cada tanto saltaban ciertas cosas y Kardia tenía que intervenir como mediador entre sus amigos, quienes no eran dos huesos fáciles de roer. ¿Por qué iban a discutir a su casa? ¿No tenían un lugar propio acaso? Incluso la calle estaría mejor, pero así era la amistad. Si no los quisiera tanto ya los habría tirado de la ventana hacia rato.

Milo le mostró a Camus su habitación y el niño se quedó sorprendido al ver que era bastante diferente a la suya, aunque tampoco tenía nada fuera de lo común. Juguetes, la cama, una televisión, incluso había dibujos pegados en la pared. Esto quizá fue lo que más le llamó la atención y preguntó si los había hecho él, a lo que Milo contestó que sí, que le gustaba bastante dibujar y le divertía. Camus no sabía mucho del tema, pero admitía que el niño lo hacía bastante bien.

—Mira —le indicó y empezó a buscar entre sus cajones, Camus se acercó con curiosidad por ver lo que hacía. Milo sacó un cuaderno, empezando a hojearlo. Había muchos dibujos y se detuvo en uno en particular—. Hice esto para el trabajo que tenemos que entregar —explicó y le tendió el cuaderno—. Este eres tú y este soy yo —señaló dentro de la hoja y Camus la inspeccionó, sorprendiéndose de lo que veía.

Claramente eran dibujos de gatos, con alguna referencia a la película que había visto hacía poco y que se supone que tenía que usar de tema para el trabajo impuesto como castigo. Eran dos gatitos pequeños los que le señaló, el que se supone que era Milo tenía el cabello todo revuelto y estaba siseando torpemente, a lo que el gatito de Camus lo miraba confundido. Era una imagen bastante graciosa y le sorprendió el detalle que tenía, además de bastante dedicación, algo que no creía que ese niño pudiera tener. Sin embargo, eso no era lo único dentro del dibujo.

—¿Ellos son Dégel y Kardia? —preguntó señalando los gatos más grandes detrás de los pequeños y Milo asintió. Aunque no era muy difícil notarlo, el Kardia-gato sonreía de una forma bastante burlona mientras que Dégel se mantenía con una postura recta y hasta le había dibujado los lentes sobre su rostro felino. Era algo realmente impresionante—. Es genial —comentó con sinceridad y una sonrisa escapó de los labios del otro niño. No supo por qué, pero que a Camus le gustara su dibujo le hacía sentir contento de una forma especial.

El resto del día lo pasaron jugando y acabaron viendo en la televisión una caricatura sobre un perro, la cual sorpresivamente les causó muchísima gracia a ambos. Camus había olvidado hace cuando no venía televisión y lo divertido que era poder hacerlo. Se había acostumbrado a leer libros más que nada, sobre todo porque Dégel le leía continuamente desde que tenía memoria. Adoraba la lectura, pero un momento para distraerse con algo animado también era placentero.

Cuando quisieron darse cuenta, ya era de noche. Ni siquiera notaron el paso tan rápido del día. Antes de que Camus pudiera decir que se iba, ya Milo lo estaba invitando a quedarse a cenar y sin siquiera preguntarle a Kardia primero, porque sabía que éste le diría que sí. Desde que había comenzado a hacer amigos era así. En el primer grado todos los días, a la salida, siempre invitaba a algún amigo a jugar a su casa, Aioria o Mu eran los que más iban; hasta que Kardia le dijo que dejara de joder con eso de invitar cada día a alguien, que lo hiciera sólo de vez en cuando. Ahora con Camus no era diferente, lo consideraba su amigo, por lo tanto quería que se quedara.

Aquella amabilidad desconcertaba mucho al otro niño. No sabía cómo tomar las acciones de Milo, lo confundía bastante esa confianza que el niño le comenzaba a tener y le costaba reaccionar. Aunque esta sensación de sorpresa estaba desapareciendo poco a poco. Admitía que se divertía con Milo. Era un niño bastante ocurrente y no le gustaba aburrirse, además de que no tenía problemas en arrastras a los demás a sus juegos o travesuras. Ya lo había visto en la escuela y en los momentos que estaban solos. También lo había aceptado dentro de su grupo de amigos y parecía estar conforme con esto. Increíblemente, habían congeniado más de lo esperado. Era algo que le asombraba, pero no era desagradable. Al contrario, la idea de tener un amigo así empezaba parecerle interesante.

Salieron de la habitación para interrumpir la conversación de los adultos, quienes por cierto aún no se habían marchado de la casa.

—¡Kardia! —llamó Milo a su hermano y éste se giró al instante.

—¿Qué? —dijo de mala forma.

—¿Camus puede quedarse a comer? —Por más de que sabía que diría que sí, fue a preguntar. Al menos así haría buena letra con su hermano y los amigos de éste.

Kardia le miró con una ceja arqueada por aquel pedido. ¿Tan amigos se habían vuelto ese par? Bueno, mejor para él. Que se pelearan sólo le traería problemas con los que no deseaba cargar.

—Sí, que se quede —contestó, aunque no tenía idea de qué comerían. Miró a los otros dos ahí presentes—. ¿Ustedes también se quedan?

—Por mí no hay problema —dijo Manigoldo— ¿y tú, Alba-chan?

—Lo que sea por no llegar antes —Realmente estaba deseoso de no llegar a su casa mientras hubiera visitas.

Kardia le dijo a Manigoldo que llamara a algún lugar y pidiera una pizza o lo que sea, porque no tenía ánimos para cocinar ese día. Al instante, miró al par de niños junto a él, más específicamente a Camus. Una idea escabrosa se le cruzó por la mente y la sonrisa que se aventuró en sus labios lo dejó en evidencia, pero al parecer nadie lo notó.

—Deberías avisarle a tu hermano que te quedarás —le indicó al pequeño y éste le miró expectante como si acabara de recordar ese detalle, pero antes de que los niños dijeran algo, prosiguió—. Es más, dile que venga también.

—¿Eh? —pronunció Camus, como si no entendiera qué le dijo.

—¡Sí, es una gran idea! —espetó Milo contento y, antes de que el otro chico pudiera decir algo, ya lo estaba arrastrando a la salida—. ¡Vamos a convencerlo!

Aquel anunció y el sonido de la puerta cerrándose le dio una increíble satisfacción a Kardia. Manigoldo lo miró orgulloso, mientras que Albafica rodó los ojos con cierto fastidio.

—Eres diabólico —le dijo.

—También te quiero, Albita.

—¡Oye, es mío!

Los niños no pudieron escuchar cómo Manigoldo se quejaba con Kardia, ellos estaban muy ocupados golpeando la puerta de enfrente. Dégel salió al instante y no se sorprendió mucho de verlos a ellos.

—Estaba por irte a buscar, Camus —indicó mirando a su hermanito—. ¿Algo pasó?

—¡Ven a cenar con nosotros! —Aquel pedido había sonado más como una exigencia cargada de mucha emoción, la cual dejó sin palabras a Dégel. Miró a Camus en busca de una explicación más detallada y el niño al instante lo entendió.

—Él me invitó —expuso— y su hermano dijo que te invitáramos también.

Por más que ahora entendiera la situación, no supo qué contestar de inmediato. ¿En serio también lo invitaron a él a cenar? ¿Por qué harían algo así? No hacía falta en lo más mínimo.

—Gracias, pero no creo que sea lo indicado —Trató de ser cordial para rechazar aquel pedido, pero eso no pareció convencer a Milo.

—Anda, ven —reiteró, haciendo un puchero y arqueando las cejas, lo suficiente para verse completamente enternecedor—. Mi hermano me dijo que te invitara y además están sus amigos.

—Con más razón —repuso Dégel, pareciéndole bastante divertido aquel mohín para convencerlo—, no quiero molestarlo con sus invitados.

—No lo molestaras y ellos te caerán —aseguró Milo— Manigoldo es gracioso y Albafica es así como tú, inteligente y…

Estuvo a punto de decir "lindo", pero se detuvo justo ahí. La cara del pequeño se enrojeció un poco por la vergüenza y su falta de atención al hablar. ¡Casi se había dejado en evidencia! Justo cuando Dégel estuvo a punto de decir nuevamente que no, la puerta de enfrente se abrió, asomándose Kardia por ahí.

—Enano, ¿por qué tardan tanto? —expresó y al instante sus ojos se posaron en su vecino. Una sonrisa le cubrió los labios—. ¿Aún no te convencen?

—Es difícil decir que no a dos niños —contestó y Kardia se sintió un poco más entusiasmado al verlo.

—Anda —insistió también—. Es sólo una pizza, así no tendrás que cocinar después.

Hubo unos instantes donde no dijo nada y sólo pensó. Dégel no esperaba tal invitación, mucho menos en ese momento y de parte de esa persona. No creía que fuera algo indicado, pero tampoco estaba mal, ¿verdad? Apenas se conocían, pero ese gesto de gentileza le pareció bastante halagador. Miró a su hermanito un segundo. La verdad era que se alegraba porque Camus se estuviera adaptando a la vida en ese edificio y en parte era por la compañía de Milo. Tener un amigo le había hecho bien a su hermano menor y quizás acompañarlo ahora no sería tan incorrecto. Cerró la puerta tras de sí y eso fue suficiente respuesta para los demás ahí presentes. Iría un rato y, si algo no resultaba bien, podría volver a su casa. Las ventajas de vivir enfrente.

Caminó junto con los niños y, al llegar a la casa de su vecino, compartió una rápida mirada con éste. Dégel no era ingenuo ni mucho menos y sabía qué clase de miradas eran las que el otro le dirigía, pero no se dejaba llevar por esto. Varias veces ya le había pasado de encontrarse con ese tipo de cosas y en parte se encontraba acostumbrado, pero eso no quería decir que le agradaba. Había tenido que parar a más de uno con actitudes desagradables y recurrir a la frialdad para que ciertas circunstancias no se descontrolaran. Más allá de esto, por más que no le diera importancia a esos detalles, de Kardia no le parecían tan molestos. No se explicaba por qué. Tampoco se iba a parar a pensarlo, era algo irrelevante después de todo. Sin embargo, al verse ahí, dentro de esa casa ajena y con aquellas personas se preguntó qué tan irrelevante sería.

Lo condujeron hasta la sala finalmente y le presentaron a los otros invitados. Manigoldo compartió una mirada furtiva con Kardia, y una sonrisa que sólo su amigo supo cómo interpretar.

—Dégel, ellos son Manigoldo y Albafica —señaló Kardia. Luego apoyó una mano en el hombro de Manigoldo—. Y por si lo estás pensando, sí. Es un vagabundo que recogimos en la calle y con Alba hacemos caridad para él.

—¿A quién llamas así, desgraciado? Si el que tienen más pinta de pordiosero eres tú.

—Cállate que sabes que es verdad —Se giró a Dégel, quien miraban la escena entre expectante y confundido—. En realidad es Albafica quien hace la caridad. Yo no lo toco ni borracho al feo este.

Como era de esperarse, ambos comenzaron a pelear. Por su parte, Albafica sólo suspiró y se acarició una de las sienes para no exasperarse. No entendía cómo esos dos no tenían vergüenza de comportarse así, más enfrente de una persona que no los conocía. No se extraña de todas formas, siempre pasaba lo mismo. Ni quería llevar cuanta de las veces que habían tenido problemas por esos motivos, ni mucho menos las idas que tuvo que hacer a la comisaría cada vez que ellos armaban pleito. Sin embargo, Kardia y Manigoldo eran los mejores amigos. Extraño. Tampoco se iba a poner a analizar eso.

—Discúlpalos —dijo sin saber realmente qué otra cosa mencionar. Aunque, en opinión de Albafica, esos dos no tenían disculpa alguna—. Me gustaría decirte que no se comportan así todo el tiempo, pero tampoco me da la cara para mentirte la primera vez que nos vemos.

Lejos de sentirse más incómodo, Dégel se relajó con esas palabras. Aquel joven se veía completamente distinto a aquellos individuos, quienes seguían discutiendo con un tono infantil. El tal Albafica se veía sereno, elocuente y hasta agradable a simple vista, tanto que le generó cierta confianza. Tampoco pudo evitar notar los rasgos tan singulares que poseía. Qué amigos tan contrarios tenía Kardia.

—Está bien, gracias por la advertencia —mencionó con tranquilidad y una suave sonrisa se vio en el rostro de Albafica—. Soy Dégel.

—Albafica.

Ambos se presentaron y empezaron a conversar un poco, charla a la cual acabaron sumándose los otros dos individuos cuando terminaron con su riña.

—Te dije que se caerían bien —le susurró Milo a Camus. Éste le miró con algo de sorpresa porque tenía razón. Dégel por lo general no era una persona mal llevada para tratar con otros, pero no era quien le dedicara mucho tiempo a las amistades. De hecho, ni siquiera recordaba haberlo visto hacer amigos abiertamente. Su hermano mayor siempre parecía estar ocupado en otras cosas, por lo que este momento fue bastante peculiar a sus ojos.

Las charlas siguieron y tampoco pararon luego de que la comida llegara. Dégel se asombró un poco por la velocidad con la que comía Kardia y más aún al ver que Milo comía igual de desaforado. Manigoldo no era un caso muy diferente, incluso le robaba las aceitunas de la pizza al pequeño niño y se burlaba de éste cuando se quejaba junto con Kardia. Una parte de él se preguntó para qué ponían los platos y los cubiertos si iban a comer así de salvajes. Esa idea fue de Albafica quien, obviamente, no tenía ese tipo de costumbres. Ignorando esos detalles, la comida estaba siendo agradable. La pizza estaba rica, era abundante y daba ganas de comer más de un par de porciones. Habían elegido una buena casa de comida rápida.

Después que se acabaron las dos primeras cajas, fue que el hambre descendió un poco y se permitieron comer a un ritmo normal. Dégel se entretuvo conversando con Albafica, quien le contaba sobre el trabajo o lo que hacía cada uno de su vida. Al menos así no se aburría, porque mucho para charlar no tenía, ya que no conocía a las personas ahí presentes. Kardia hablaba con Manigoldo de distintos temas. Nunca se quedaban sin qué conversar, y a veces también se ponía a recordar. Tenían muchas historias juntos y siempre era gracioso hablar sobre las vivencias experimentadas. Sin embargo, Albafica paró el oído en seguida y los miró de una forma tajante cuando supo de qué hablaban los otros dos.

—¿Es necesario que siempre hablen de lo mismo cuando nos vemos? —espetó sin poder creerlo realmente.

—Oye, no siempre recordamos eso —se defendió Kardia.

—Es verdad. Además tú estuviste ahí, Alba. No puedes negar que fue gracioso —sonrió petulante Manigoldo, sacando un bufido del otro.

—Yo no digo eso, sólo creo que ya es suficiente de esas anécdotas.

—A ti no te gusta recordarlo porque te avergüenza que hablemos de las locuras que hacías borracho.

Ante eso, Albafica quiso ahorcar a Manigoldo. Claro que no le gustaba recordar eso. Era joven y estúpido, había hecho cosas tontas como todos, pero a diferencia de ellos, a él no le gustaba recordar esas cosas. Si no estuvieran un par de personas ajenas a ellos ahí, ya lo habría matado.

—Oh, pero qué bien la pasábamos en la casa del chino —comentó Kardia con cierta nostalgia. En seguida miró a Dégel, quien observaba todo sin comprender mucho. Ahí se dio cuenta de esto y le pareció justo explicarle, así él también comprendería. Lo había invitado para que la pasara bien, no para excluirlo—. Cuando íbamos a la secundaria teníamos un amigo con el que siempre armábamos fiestas en su casa. Hemos hecho cada desastre.

Dégel asintió ante esa ambigua información y alzó un poco las cejas, intentando mostrarse interesado. El relato era gracioso, aunque se imaginaba todo de una forma abstracta y mucho no podía aportar. Manigoldo rió por las palabras de Kardia, con imágenes del pasado dándole vueltas en la cabeza.

—Siempre terminábamos rompiendo algo —comentó—. No entiendo cómo nos dejaban volver.

—Pobre Dohko —habló esta vez Albafica con cierto pesar—, le causábamos muchos problemas a su familia.

—Pero si ellos nunca estaban y el chino la pasaba mejor que nosotros —En ese instante, Kardia se dio cuenta de algo que hasta el momento no le había llegado a la mente—. Oye, ¿cómo está él? Siento que hace siglos no lo veo —dijo viendo a Manigoldo, a quien le pareció más propenso a tener noticias sobre Dohko—. ¿Y el rubio? ¿Aún siguen siendo nuestra parejita feliz?

—Dudo que alguna vez lo dejen de ser —rió por el comentario de su amigo y se puso a pensar un segundo al respecto—. A veces nos vemos, últimamente poco. Me veo más que nada con Shion cuando voy de visita a la casa del viejo.

Kardia no necesitó ninguna aclaración para saber que con "el viejo" se refería a Sage y por ende también a Hakurei. Un poco extrañaba a éste último, el anciano era increíble. Si les habrá dado consejos a él y a Manigoldo en la juventud. Sabía de mujeres y de cómo conquistarlas mejor que nadie. Además de creían que el viejo cabaretero se conocía cada motel del país. Era genial tener una charla con él.

—¿Shion? —La voz de Dégel, que había estado completamente ausente hasta el momento, llamó la atención de los presentes.

—Sí, Shion —contestó Albafica—. Es un amigo nuestro.

—Ah, es que un compañero de trabajo también se llama así —explicó y dudaba que muchas personas tuvieran un nombre similar.

—¿Trabajas en la Universidad de Atenas? —preguntó Manigoldo bastante sorprendido y Dégel asintió—. ¿Rubio, sin cejas y bastante obsesivo con su trabajo? —Con cierta inseguridad, Dégel asintió de nuevo. Esas características le habían sonado bastante extrañas—. ¡Es nuestro Shion!

—¿En serio lo conoces? —A Kardia también le costaba creerlo.

—Compartimos dos cátedras juntos —contestó, pensando en que era bastante casualidad.

—También es nuestro profesor de lengua y literatura —Milo fue quien esta vez acotó a la conversación y luego se giró a Camus—. ¿Lo recuerdas? —le preguntó—. Ese que tiene los puntitos en la frente —dijo y al instante el otro niño pareció entender—. También es el papá de Mu.

Esa información sí que no la sabía. Camus lo miró bastante sorprendido y, ahora que se lo decía, tenía sentido. Mu se parecía bastante al profesor, por no decir mucho. Esos detalles no le habían llamado la atención antes, así que no le dio importancia.

—¿En serio? —preguntó y Milo asintió.

—Sí, ¿no lo habías notado? —Camus negó con la cabeza—. Y el profesor de deportes es su novio, el otro papá de Mu. Dohko, de quien estaban hablando recién.

Bien, ese último dato había sido bastante fuerte. Tanto que el niño se quedó perplejo y Dégel, quien escuchaba la conversación de los niños, también. Al parecer sí era mucha coincidencia junta, quizá demasiada para una noche. Kardia, por su parte, observó atento la situación y casi no pudo contener la risa. La cara de esos otros dos fue única en aquel instante.

Pasó un rato más hasta que Manigoldo y Albafica se marcharan, dejando a los otros dos solos. Dégel, por cortesía, se ofreció a ayudarlo a lavar la vajilla, la cual era poca cantidad, pero creyó que era lo mínimo que podía hacer por la invitación. Kardia bajó junto con sus amigos para abrirles la puerta de entrada al edificio, a esa hora no creía que estuviera la vieja de abajo despierta, y, antes de que éstos dos se fueran, Manigoldo le guiñó un ojo y le dijo que no haga nada indecente al menos enfrente de los niños. Albafica lo reprendió llevándoselo casi a rastras. Ellos siempre eran todo un espectáculo, cosa que le hacía recordar por qué aún eran amigos y no creía que dejaran de serlo en el futuro.

Cuando entró a su casa de nuevo, oyó la voz de Milo en su habitación, gritando emocionado por vaya a saber qué cosa. Seguramente, su hermano se había llevado al otro niño a jugar o ver la televisión mientras ellos ordenaban. Una sonrisa se formó en la mitad de su boca, apenas creyendo lo conveniente que era esa situación y ni siquiera se había molestado en planearla. Albafica estaba equivocado, él no era diabólico, sólo que las cosas a su alrededor se daban de tal forma que pareciera que sí. Dirigió sus pasos a la cocina, la cual estaba a un par de metros de la puerta de entrada, y ahí divisó a su vecino. Dégel lavaba las cosas con tranquilidad, incluso ya casi estaba terminando. Se giró al sentir que estaba ahí detrás y Kardia agitó la mano para saludarlo.

—Qué casualidad —suspiró prácticamente mientras se acercaba, colocándose de espaldas a la mesada, viendo al otro muchacho. Dégel lo miró sin entender el porqué de sus palabras—. Me refiero a que conozcas a Shion.

—Ah —asintió mientras tomaba un trapo de cocina para secar la vajilla—. Sí, es bastante casual.

Qué exasperante era sacarle conversación a ese muchacho. Dégel no hablaba mucho, ya lo había notado, pero eso para Kardia no era un problema, porque él hablaba hasta por los codos. No se daría por vencido.

—¿Tampoco sabías que su hijo es compañero de Milo y Camus? —Claro que no lo sabía, ya se había dado cuenta de esto, pero tenía que buscar algo para que no muera la charla.

—Ni siquiera estaba enterado que tenía familia —contestó dejando un par de platos a un costado. No sabía dónde iban las cosas, así que simplemente las colocó sobre la mesada. No tenía grandes pláticas con sus compañeros de trabajo, sólo lo justo y necesario, pero nunca hablaban de sus vidas personales. Así que era lógico que él no supiera nada al respecto.

—Ya los conocerás —aseguró Kardia. Tenían un claro presentimiento de que así sería—. Dohko es una buena persona y el mocoso es malditamente adorable —Recibió una mirada extraña por parte de Dégel, debido a las formas peculiares en las que se expresó—. ¿Qué? Es cierto. Si hasta Manigoldo lo quiere, y eso que a él no le gustan los niños, pero como es el padrino.

—¿Ah sí? —Un poco de sorpresa se dejó ver a través de sus ojos. Podía hacer un diagrama en su mente, pero aquella información nueva era bastante inesperada.

—Lo sé, yo tampoco entiendo cómo alguien puede poner de padrino de su hijo a Manigoldo, pero como son parientes.

—¿Él y Shion? —preguntó para seguir la conversación y Kardia asintió.

—Primos, hermanos, primos hermanos o segundos, una cosa así. Nunca lo recuerdo —Tampoco tenía mucha importancia, aunque sí conocía bien a esa familia, quizá desde que tenía memoria—. El pequeño le cae bien hasta a Albafica y él es igual de arisco con los niños… con todo en realidad.

Una pequeña sonrisita se escapó de los labios de Dégel. Le había causado cierta gracia la cara que puso Kardia mientras hablaba, como si pensara en algo que le causaba cierta extrañeza. Era una persona que exteriorizaba todo lo que le pasaba a través de sus gestos y Dégel, muy por el contrario, era más de sentir las cosas por dentro, por costumbre en realidad. Aunque Kardia se alegraba cada vez que le podía sacar alguna mueca diferente, lo veía como un progreso. Al menos verlo sorprendido o sonriendo le recordaba que no estaba lidiando con ningún ser extraterrestre o autómata.

Una pequeña duda se instaló en la cabeza de Dégel, aunque ya la tenía hacía un rato largo, pero no sabía si era indiscreto preguntar.

—¿Y él es hijo de…?

—No tengo idea —contestó Kardia, cortando sus palabras, como si le leyera la mente, cosa que le dejó impresionado—. Yo me fui un tiempo y cuando volví el niño ya estaba. No tengo idea de dónde salió —Sin darse cuenta, se puso a divagar, llevando una mano a mentón y mirando hacia nada en particular, con un aire pensativo—. Lo cierto es que ves a Mu y te das cuenta que es idéntico a Shion, pero luego miras sus ojos, el color que tienen y te recuerdan a… Prefiero no pensar en esas cosas.

Dégel esta vez sí rió con un poco más de ganas e incluso sacó una risa en Kardia. No, realmente era mejor no pensar en eso. Tampoco había querido preguntarle a Manigoldo nunca. La idea de que quizás, en la adolescencia, había faltado a alguna de las clases de educación sexual y se perdió la parte de cómo nacen los bebés se instaló en su cerebro desde entonces, y no tenía intenciones de recuperarla por el momento. Era suficiente con lo que sabía. Aquella resignación se vio bastante divertida, al menos para el francés, quien se encontró increíblemente relajado junto con Kardia, para hablar e incluso para reír. Le generaba confianza sin notarlo.

Ya casi acababa de secar las cosas, sólo le faltaban los cubiertos. Aunque eran pocos, ya que sólo él, Camus y Albafica los habían usado, los otros comían con las manos. Uno de los tenedores se escapó de sus manos en un descuido y terminó estrellándose contra el suelo. Cuando se agachó a recogerlo, no notó que Kardia también descendió para tomarlo y casi se golpean, pero se dieron cuenta en el momento exacto.

—Lo siento —se disculpó mientras se paraba con el tenedor en la mano. Lo enjuagó y, mientras lo secaba, Kardia se acercó a él. Le miró fijamente a la cara, tan próximo que hasta le provocó cierta inquietud—. ¿Qué…?

—¿Por qué hoy no llevas lentes? —preguntó, desconcertando bastante al otro. ¿Qué clase de pregunta era esa? Una inesperada, claro está.

—No los uso siempre —contestó simplemente. Por más que sabía que debería, a veces los dejaba. Ya después se quejaría cuando tuviera que ver algo de lejos o leer letra pequeña.

Aunque contestó la duda, Kardia no se apartó, cosa que resultaba bastante confusa para Dégel. Tanto así que pensó en retroceder, retirarse, pero la voz del otro le distrajo.

—Tus ojos —dijo— tienen un color extraño.

Inevitablemente, sus cejas se juntaron un poco y abrió levemente la boca, como si fuera a decir algo, pero nada salió. Dégel no tenía idea de qué decir. ¿Qué se supone que debía contestar a eso? Ya había entendido que ese otro muchacho era una persona bastante impredecible, pero esas palabras y la forma tan analítica en que lo miraba le estaba poniendo nervioso.

—Camus también los tiene así —espetó, esperando zanjar la conversación con eso, cosa que no logró.

—No —continuó Kardia—. Son diferentes, pero no sé cómo —Se había acercado más sin darse cuenta, tanto que Dégel se vio obligado a retroceder. ¿Cuándo lo había acorralado contra esa mesada? Ninguno había notado aquel detalle—. Me gustan.

No dijeron nada más en aquel instante, sólo se miraron fijamente. Lo que Kardia decía era verdad, no había visto nunca unos ojos así y le llamaron mucho la atención, sobre todo la forma en que brillaban en ese momento. Incontables estalactitas fulgurantes perdiéndose en aquel iris. Se vio bastante hipnotizado sin quererlo realmente. Dégel no se sintió capaz de procesar aquellas palabras, ni mucho menos la situación. Se había quedado perplejo, pero, para su sorpresa, no sintió ganas de huir. Tampoco estaba pasando nada malo, sólo algo bastante extraño.

Ambos se encontraban quietos y sin quitarse la mirada de encima. Admirando cada rasgo de la persona que tenían enfrente. Quizás era la primera vez que se observaban de tal forma desde que se conocieron y muchos de los pensamientos que tuvieron esa semana se vieron acentuados aquel instante. No mencionaron ninguna palabra, pero Dégel tuvo la impresión de que la distancia que lo separaba con Kardia se iba reduciendo. No supo si era cierto o impresión suya, tampoco fue capaz de razonar al respecto porque un ruido aparte los despertó de aquel ensueño donde estaba metidos vaya uno a saber hace cuánto tiempo.

Un estruendo fuerte, como si algo bastante frágil se rompiera, se escuchó por toda la casa. Ahí fue cuando, por lo visto, Kardia recordó quién era y dónde estaba. Se apartó de Dégel y fue a buscar la causa de aquel ruido.

—¡¿Qué hiciste, mocoso?! —se escucharon los gritos al instante.

—¡Fue un accidente! —Milo se defendió rápidamente.

Dégel pudo oír algo sobre el control del televisor destruido o algo así, pero no mucho más. Cuando Kardia se apartó de él, fue que volvió en sí también. ¿Qué había sido todo eso? No sabía, pero al instante notó cómo su corazón latía bastante rápido y le pesaba un poco la respiración. Ese momento había resultado bastante extraño.

Luego de reponerse, fue a buscar a Camus para volver a su casa. Compartió una rápida mirada con Kardia antes de salir, quien por un segundo se olvidó de gritarle a su pequeño hermano para despedirse de él. Aquel pequeño desliz que tuvieron no tenía explicación aparente y esperaba que quedara en el olvido, o al menos eso creía Dégel. Era evidente que ambos poseían buena química y había cierta atracción especial, pero de ahí a que algo más se concretara faltaba un largo techo que aún no sabían si sería recorrido.

Notas finales:

Voy a aclarar un par de cositas antes de ponerme a divagar: Me preguntaron sobre los colores de pelo de Camus y Milo, algo que olvidé aclarar antes. Estoy muy enterada de que siempre hay como una pequeña disyuntiva por los colores del manga o los que poseen en el anime. Aquí nunca especifiqué el color porque yo prefiero que cada uno, cuando lee, los imagine como más le guste. Porque considero bastante chocante que alguien esté leyendo, imaginándose las cosas de una forma y de repente te lo cambian con una simple palabrita, quizá suena vago pero es algo abrupto en mi opinión. Así que fue por eso que nunca lo dije. Sin embargo, diré ahora que cuando yo escribo este fanfic los imagino con el color que tienen en el anime, más que nada porque me parece lo más indicado debido a que están emparentados con Kardia y Dégel, quienes tienen esos colores locos, así se pueden parecer un poco más. No me disgustan los colores del manga, pero para este caso me parecen mejor los otros. Además yo no soy de dar muchos detalles físicos porque considero de que los que vienen a leer fanfics ya conocen los detalles de la fisonomía de los personajes y es innecesario especificarlos de nuevo.

Dejando esto de lado, voy a decirles gracias a todos aquellos que leyeron. Perdón por todo y gracias por tanto. Prometo que vendrán cosas más... más... No sé, mejores espero. Este fanfic se hace solo, yo lo sigo no más, él va para donde quiere(?

No voy a decir cuándo vuelvo porque ya vieron que soy un desastre. Cuando pueda el capítulo estará, mientras escribiré algunas cosas más que tengo que terminar. Tengo un Shion/Dohko bien dulcecito, relleno de mermelada, que me está esperando(?) Así que nos vemos pronto.

Besitos!


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