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Locus amoenus por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Sí, logré publicar algo hoy. Mi cumpleaños. Felicidades a mí. Quiero agradecer principalmente a mí, a mí mamá por parirme, a Masami por hacer Saint Seiya, a Teshirogi por hacer milagros, a mis amigos por inspirarme sin saberlo, al amor de mi vida que aún no acepta que se quiere casar conmigo(?, pero principalmente a mí. Gracias, yo. Escorpiano, con carácter de mierda, egocéntrico, y mal hablado que soy.

Bueno, no tengo mucho que decir a parte. El capítulo es lo que quería que fuera. Raro. Siempre es raro. Se parece a mí(?). Disfrútenlo.

Saint Seiya, Saint Seiya The Lost Canvas no me pertenece a mí, es de Masami, Teshirogi, Toei, mi vieja(?, etc.

Bostezó mientras abría la puerta de su casa y la cerraba luego de salir. Milo bajó antes de que él lo hiciera, con su habitual energía extra. Ese pequeño monstruo nunca se cansaba, ni en días nublados. Con paso rezagado, Kardia bajó hasta la entrada del edificio. Odiaba con todo su ser levantarse temprano, jamás en su vida se iba a acostumbrar a tener que hacerlo. Masajeó su cuello, recordando lo pésimo que estaba durmiendo últimamente. Sus sueños estaban plagados de imágenes escabrosas y desfiguradas que sólo le azolaban durante la noche, trayéndole cosas en las que no quería pensar evidentemente. La idea de que tal vez debería tomar pastillas para dormir llegó a su mente, pero en seguida la rechazó. No lo haría, por más que estuviera tentado, cualquier tipo de pastillas le traían malos recuerdos y no quería meditar sobre situaciones que no valían la pena.

Llegó junto con Milo al instante y abrió la puerta. Silbó sorprendido mirando el cielo, completamente cubierto por nubes y amenazando con ruidosos relámpagos. Estaba por llover y era una suerte que habían decidido bajar con paraguas. Kardia tenía la costumbre de mirar hacia afuera por la ventana antes de salir y, al ver esa inevitable tormenta, supuso que sería buena opción llevarlos. Milo tenía un paraguas algo más pequeño y rojo, a diferencia del suyo que era azul oscuro. Hacía años que lo tenía y guardaba muchísimas historias. Aunque, si lo pensaba bien, todo a su alrededor tenía una historia resguardada.

Hoy el día tenía un aire extraño, no sabía cómo describirlo, pero sentía una inestabilidad en el ambiente y no estaba seguro de qué forma explicarlo. Al instante, un par de personas aparecieron detrás de ellos. Ya se estaba volviendo costumbre en realidad esto que hacía, dos semanas en las que se dedicaban a cuidar a sus pequeños hermanos junto a su vecino. Camus lo saludó con educación y se acercó a Milo para hacer lo mismo. Kardia fijó su mirada en Dégel, quien iba ataviado como siempre con su semblante fresco y elegante.

—Buenos días —saludó aquel francés.

—Hola —dijo Kardia sin demasiados ánimos. Realmente no se sentía con ganas de expresarse mucho, incluso sonaba un poco abatido, pero no tenía razón de esto. Simplemente no era un buen día y lo sabía.

Dégel pareció notar aquel estado que presentaba, pero no mencionó nada. Le pareció raro, ya que ese hombre parecía llevar una sonrisa divertida y una osada mirada a donde quiera que fuera, por lo que le llamó la atención ahora verlo un tanto decaído. Una pequeña chispa de curiosidad le nació por un instante, pero la ignoró por completo. No era su asunto. Todos tenían problemas, era normal deprimirse de vez en cuando y a él no le incumbían las cuestiones a las que se enfrentaba el otro. Tenía que irse pronto. Sin embargo, en el momento en que Dégel asomó la cabeza y observó el cielo, detuvo sus pasos. Parecía que se les iba a venir un diluvio encima pronto, no le importaba mucho mojarse, pero no era de su total agrado.

Por su parte, Kardia observó el gesto descontento de Dégel y casi se le escapó una risa. Al parecer, su vecino había salido sin fijarse el clima. Ni siquiera un buen impermeable o capucha tenía su abrigo. Hasta él era más cuidadoso en ese detalle, cosa bastante extraña, pero se había vuelto así por circunstancias a las que se enfrentó. En el pasado, para él un día de lluvia podía ser decisivo, pero no tenía ganas de pensar en eso.

Suspiró al momento que le extendió el paraguas que traía. Dégel, por lo visto, no le prestó atención, así que tuvo que hablarle.

—Tómalo —dijo y el otro le miró confundido—, si no te mojarás.

Aquel gesto le desconcertó, más que nada porque no entendía el fundamento. Dégel miró a Kardia, luego al paraguas y después nuevamente a Kardia. Lo atrapó desprevenido, tanto que no supo qué contestar de inmediato.

—No, por favor —articuló, negando con la mano—. Es tuyo, además tú te mojarás si no lo llevas.

—Aún no llueve —Kardia se encogió de hombros y echó una rápida mirada al cielo, antes de volver a posar los ojos en su vecino y sonreírle—. Además, recorres un trayecto más largo y el agua te agarrará si no te apuras —Volvió a extenderle el paraguas—. Anda, tómalo, luego me lo devuelves.

Dégel aún lo miraba atónito y con la boca levemente entreabierta, como si quisiera seguir refutándole. Ese tipo de reacciones sin duda agrandaban el ego de Kardia y le satisfacían de una forma inexplicable, porque el poder arrancarle un gesto diferente a ese francés o sacarlo de su continuo eje de aparente tranquilidad se estaba volviendo un vicio para él.

Por más que se hubiera levantado sin ganas de hacer nada esa mañana, Kardia sintió una emoción sin precedentes cuando Dégel extendió su mano para tomar aquel paraguas. Su poder de convencimiento era muy grande o quizás el otro lo hizo para dejar de escucharlo y que le permitiera marchar de una vez. Sea como sea, logró su cometido. Dégel lo miró con cierta resignación y suspiró mientras él sólo podía sonreír.

—Está bien —dijo finalmente—. Gracias.

Ese gesto, por más súbito, le había parecido encantador. Kardia siempre era muy espontáneo, ya lo había notado con creces, pero le costaba acostumbrarse. Por más desalineado o tosco que pudiera parecer, tenía esos gestos que sin duda eran cautivadores. Incluso se encontró sonriéndole también y ambos se miraban, absolutamente concentrados en el otro.

—¿Nos podemos ir? —Interrumpió Milo repentinamente. Su hermano se estaba tardando mucho ya. ¿No se supone que debían apurarse antes de que se largara a llover?— No quiero mojarme y andar así todo el día.

Kardia le gruñó casi de forma imperceptible por haber cortado el momento. Meditó la posibilidad de que, quizá, debería educarlo de otra forma, porque el enano se estaba volviendo tan desubicado e irreverente como él. Eso no le importaba mucho, pero cuando le arruinaba sus asuntos definitivamente sí.

Por más que se molestaba, sabía que su hermanito tenía razón. Dégel se despidió de ellos y cuando éste se perdió de vista, Kardia cambió su expresión. Aquello alteró a Milo, tanto que lo miró con cierto horror y Camus no entendió por qué. Llevaba mucho tiempo viviendo con Kardia y después de tantas vicisitudes, le conocía a la perfección todos los gestos y definitivamente ése no le gustaba. El adulto se volteó a los niños en aquel instante y mencionó algo sobre que tendrían que jugar a algo muy divertido en el camino. Por supuesto que no hubo nada diversión. Tuvieron que correr hasta la escuela entre la lluvia, que comenzó a largarse repentinamente.

Eran una cuantas gotas, no lo suficientemente abundantes, pero Kardia lo hizo más por conveniencia. No quería mojarse mucho, hacía un frío que le estaba congelando hasta los huesos y le atravesaba la ropa empapada. Milo le compartió su paraguas a Camus y los niños corrieron esquivando charcos por la calle, ellos casi no se mojaron. Luego de dejarlos en el establecimiento fue que se largó la tormenta con total fuerza y Kardia acabó hecho sopa. Cuando llegara se bañaría con agua hirviendo de ser necesario para recuperar el tacto en su congelado cuerpo.

-O-o-o-o-O-

—¡Basta, Milo! —se quejó Camus, pero eso no funcionó. Los alaridos y reproches sólo estimularon más al niño frente a él.

Milo volvió a estirarse y, con la mayor habilidad que consiguió, metió la galleta entre sus manos en el vaso de leche de Camus, el cual era cuidado celosamente por éste. Llevaban así un rato. Milo se había dado cuenta que eso molestaba mucho a ese niño y no podía evitar hacerlo. Metía la galleta en su vaso y la sacaba al instante para comérsela entre risas.

—¡Deja de hacer eso! —gruñó nuevamente, tapando con su mano la parte superior del vaso—. ¡Hazlo en el tuyo!

Otra vez volvió a reír mientras veía la cara furiosa de Camus. No se había vuelto a pelear fuerte, pero Milo le había agarrado el gusto por molestarlo. ¿Por qué? No sabía. Simplemente le causaba gracia cómo el otro se enojaba tan fácilmente. Camus se quejaba y lo miraba furioso, cosa que sólo provocaba risas en Milo. Era demasiado divertido.

—No te entiendo, Camus —dijo controlando su risa y tomando otra galleta—. Lo más rico es mojar las galletas en la leche. No entiendo por qué no lo haces.

—No me gusta que queden las migas dentro del vaso —respondió. Ya lo había dicho y se cansaba de explicarlo, pero no le gustaba. Le enervaba ver los pequeños trozos flotando en el líquido. No podía soportarlo. Aunque ahora era tarde, debido a que el otro niño se había inmiscuido en su merienda.

Resopló resignado porque igual se tomaría aquella leche, por más molesto que estuviera, pero no dejaría que el otro siguiera malográndosela con miguitas. Milo creía que eso era algo maniático, pero no lo comentó. Era demasiado divertido molestarlo. Ya se distraería de nuevo.

En ese instante, Dégel apareció con una taza de café y se sentó con ellos. Al instante, Milo cambió su semblante y dejó su tarea de enfadar a Camus. Se sentó como debía y comenzó a hablarle a Dégel animadamente. Estas acciones llamaron la atención del otro niño. ¿Acaso estaba tratando de quedar bien con su hermano mayor? Eso fue lo primero que pensó, pero Milo no le parecía esa clase de niño, aunque no estaba del todo seguro. Lo miró un poco extrañado, pero no le dio mucha importancia. Era raro en su opinión.

—¿Así que les fue bien? —dijo Dégel, refiriéndose al trabajo que entregaron como castigo.

—¡Sí! —contestó Milo emocionado—. Hasta nos dijeron que estuvo genial.

—Hacen buen equipo —comentó el adulto y Camus arqueó una ceja. ¿Buen equipo? Si había sido algo completamente fácil. Prácticamente sólo dijeron qué les gustó de la película y no mucho más que contar el argumento—. Camus me mostró los dibujos que hiciste —Milo alzó la cabeza, observando bastante atónito a Dégel. Le había prestado al otro niño sus dibujos para que los agregara a la parte que él tenía de la tarea, pero no creyó que se los mostraría—. Eran increíbles, tienes mucho talento, Milo.

Al instante, una caricia en su cabeza lo sobresaltó. Dégel le pasó la mano por el cabello, en un gesto cariñoso y le sonrió. Milo se puso nervioso ante esto y un sonrojo vistoso le cubrió el rostro. Sintió un confuso revoloteo en su interior, lo que le hizo ponerse más nervioso.

—¡Gra-Gracias! —tartamudeó sin querer, sintiéndose aún más cohibido ante la mirada de Dégel, pero aquella felicitación le hizo sentir indescriptiblemente feliz.

Camus tuvo ganas de golpearse la cabeza viendo esa escena. ¿Qué había sido todo eso? Ni siquiera quería saberlo. No dijo nada y siguió comiendo su merienda. Prefería no entender aquello. Milo era su amigo, ya lo había aceptado como tal, pero no pretendía entenderlo todo el tiempo. Ya se había dado cuenta que eso era inútil, aquel niño era un caso imposible y no planeaba razonar con ello.

Un rato después, Kardia apareció para buscar a su hermano. Había tenido un día terrible y agotador. Estaba empezando a casarse de ese trabajo, tenía que comenzar a planear qué hacer al respecto, porque no era su objetivo permanecer toda la vida en ese lugar. Kardia iba con la ropa desaliñada y el cabello revuelto, aunque siempre lo traía así. Se pasó las manos por la melena mientras esperaba a que alguien abriera la puerta. Dégel enseguida le atendió y le dijo que Milo saldría en cualquier momento. Ambos permanecieron ahí unos instantes, viéndose y esperando a que el pequeño hiciera acto de presencia.

—Espero que no te hayas mojado mucho —comentó Dégel, cosa que sorprendió a Kardia. Aquel muchacho estaba queriendo comenzar una conversación con él, algo bastante inesperado, pero ese detalle le sacó una sonrisa.

—Casi nada —mintió claramente, porque había quedado como si acabara de meterse al mar con ropa y todo, pero no diría aquello.

—Me alegro. —Dégel permaneció un momento callado y luego agregó—: Gracias por la ayuda.

—Tengo la idea de que toda acción tiene su recompensa —Un pequeño doble sentido se dejó entrever en sus palabras y tuvo la ligera sensación de que el otro captó a la perfección a qué se refería.

Sin embargo, Dégel no mencionó nada sobre eso ni se mostró sorprendido. Parecía estar pensando otra cosa y se veía un poco inquieto, cosa que llamó la atención de Kardia aún más. ¿Qué podría estar perturbando a ese francés tanto para que lo exteriorizara de esa forma? Se encontraba intrigado completamente.

—Había algo que yo quería comentarte —Aquellas palabras, pronunciadas de una manera suave, como si dudara en decirlas o no, llegaron a sus oídos y generaron cierta conmoción. ¿Será que tendría una retribución tan pronto? Por lo visto, los dioses estaban de buenas con él en ese día de mierda.

—Di lo que quieras, no hay problema —Su voz sonó algo más sugerente y, de una forma sutil, se acercó un poco más. Se recargó en el marco de la puerta y sonrió con la mitad de la boca. Dégel no se alejó ni tampoco se mostró incómodo por sus actos, incluso Kardia llegó a pensar que le seguía el juego.

—No lo sé —continuó—. Has sido muy amable conmigo y no quiero abusar.

—No, yo tampoco —Por supuesto que él no estaba pensando en la misma clase de "abuso", pero se moría de ganas por saber qué era lo que quería hablarle—. Ya, dilo.

—Bien —un suspiro leve salió de sus labios y Kardia pensó que estaba muy enfermo, porque eso le pareció una evidente provocación—. Me preguntaba si tenías planes para este fin de semana.

Internamente, pegó un grito incrédulo, pero su gesto no cambió para nada. ¡Sí, sí, sí! ¡Estaba totalmente hecho! Él, el increíble Kardia, lo había conseguido de nuevo y eso que no tuvo que hacer mucho esfuerzo. No había puesto empeño casi, tampoco había prestado la atención merecida al asunto, hasta incluso creyó que ese francés sería alguien duro de conquistar, pero con qué sorpresas le venía ahora. Por más asombrado que estaba, intentó mantenerse relajado.

—Podría cancelarlos —mencionó, haciéndose un poco el interesante. Era algo bastante automático, ni siquiera lo notó, las palabras salían solas de su boca.

—No quiero importunarte —Al decir aquello, Dégel se corrió un mechón de su largo cabello detrás de la oreja y ese delicado gesto se sumó a la lista que Kardia estaba comenzando a armar. Lo estaba haciendo a propósito, lo sabía y también le encantaba.

—¿Tú? —arqueó las cejas y tuvo gana de lamerse los labios—. Lo dudo —Era divertido ese jueguito, pero la ansiedad comenzaba a subírsele y nunca fue una persona con mucha paciencia—. ¿Por qué quieres saber?

—Tenía la idea de hacer un viaje.

—Me gustan los viajes —Era verdad, su mente divagaba mucho con esa idea.

—Y no tengo quién cuide a Camus —dijo Dégel y, increíblemente, el instante se rompió. ¿Qué había dicho el francés?

—¿Eh? —articuló algo confundido. ¿No se estaban insinuando cosas con posible contenido sexual? Al menos eso había entendido.

—Serán menos de dos días —continuó explicando—. No puedo llevarlo y tengo que resolver unos asuntos. ¿Podría dejarlo contigo?

Necesitó un momento para recuperarse de aquel golpe, porque así lo había sentido. Casi y por poco se había imaginado dejando a los enanos tirados por ahí mientras él escapaba para tener algún viaje con Dégel, lleno de locuras y sexo. Hasta incluso se vino a su mente la imagen de él dejando a los niños al cuidado de Manigoldo. Ellos en la puerta de la casa de su amigo, con una nota que decía que no volverían en un mes y que no molestaran. Después todo en su mente era placer en la playa y un radiante sol. Qué perfecta fantasía, pero tenía que arruinársele.

Estuvo tentado a decir que no, más que nada por la frustración que le invadió, pero se contuvo. Ya se vengaría por esto. El francés estaba jugando con él, eso lo sabía. Porque esos gestos y miraditas que le echaba las reconocía perfectamente. Esta vez lo dejaría aprovecharse, pero la próxima sería él quien tomaría la ventaja.

—¿Y a dónde irás? —preguntó. Por lo menos así se distraería un poco, mientras volvía a la realidad. Tan cómodo que estaba en su fantasía.

—A Francia —contestó—. Si no puedes…

—Tráelo —lo cortó antes de que siguiera hablando—. Algo haremos.

—Gracias —dijo Dégel, pero eso no era suficiente.

—Esta me la tendrás que pagar, francesito —Esas palabras dejaron perplejo al otro, pero Kardia las había dicho en serio.

La conversación acabó ahí. Se fue a su casa, luego de que su hermanito apareciera junto a ellos. ¿Ahora cómo le explicaría al enano que pasarían unos días con el niño de enfrente? No era tan grave. Aunque Kardia sentía como si se hubieran burlado de él y no veía la hora de cobrarse esa.

-O-o-o-o-O-

Ese sábado la lluvia también cayó sinuosa. Qué pésimo día para tomar un avión, pero olvidó decírselo a Dégel en el momento que se fue. Sólo había ido a dejar al niño con él y diciendo que volvería pronto. Camus parecía completamente reacio a quedarse ahí y dejar que su hermano se marchaba. No lloro, hizo berrinches ni nada por el estilo, pero en su mirada se notaba que no quería que el otro se fuera. Incluso lo abrazó y Kardia sintió un poco de pena por ese pequeño, más que nada porque se quedaría con ellos. Esperaba que sobreviviera, pero tampoco eran unos salvajes, no tanto. Si ese fuese el caso, quizá Dégel no lo habría dejado con ellos o quizás estaba tan desesperado por conseguir quién lo cuide que no le importó.

No interesa cómo ni por qué, Dégel se fue de todos modos. Un presentimiento extraño le inundó, y Kardia no supo si se debía al día tormentoso o algo más. No era bueno para interpretar ese tipo de cosas, pero sí se consideraba alguien perceptivo y sabía que estaba ocurriendo alguna cosa.

El día pasó tranquilo, para su suerte. Milo se encargó de entretener al otro niño, pero Camus no estuvo muy animado. No era el pequeño más carismático del mundo, pero por lo general conversaba y se unía a los juegos de su hermano. Le pasaba algo, evidentemente. Quizás estaba deprimido porque extrañaba a Dégel. La sensación de que el niño hubiese preferido que le llevase al viaje en lugar de quedarse ahí se instaló en su cabeza. Kardia sonrió para sí mismo, divertido porque también le hubiera gustado acompañar a su vecino, aunque de una forma distinta. Tendría que empezar a tomarse eso más en serio, ya el asunto se estaba volviendo más personal que casual.

No tenían otra cama ni colchón y no lo iba a dejar durmiendo en el sillón, pero aún guardaba una bolsa de dormir de cuando era más joven. Era grande y completamente abrigada. Sabía que el pequeño dormiría bien cómodo ahí dentro, él mismo lo había experimentado millones de veces. Dejó la bolsa en la habitación de Milo y permitió que los niños se durmieran tarde. No era muy estricto con Milo al respecto. El enano sabía que tenía que dormirse y que sería su culpa si en el día estaba cansado, porque no lo dejaría faltar. No solían tener problemas en general.

Sin embargo, Kardia era una persona con ciertos inconvenientes para dormir. Siempre los tuvo. Poseía un sueño muy ligero y cualquier cosa lo despertaba. Por más que se acostaba temprano, siempre se despertaba a la misma hora en la madrugada. Miró el reloj. ¿3:30 am eran? ¿Por qué su cerebro volvía a tener ganas de funcionar a esas horas? No lo comprendía y en parte pensaba que tal vez debería ir al médico, pero después recordaba que los detestaba.

Se levantó entre la penumbra de la casa y bostezó cansado. Comería unas manzanas para que le bajara el sueño, no tenía nada que ver una cosa con la otra, pero él quería una jodida manzana. No hay excusa y siempre es buen momento para una. Caminó hacia la cocina y, al encender las luces, se pegó el susto de su vida.

—Ay, enano de mierda y la puta madre —espetó golpeándose la frente. Exasperado y con el corazón latiéndole galopante—. ¿Qué haces aquí? Casi me matas.

Camus no le contestó, ni siquiera lo miró. ¡Le había pegado tremendo susto y lo ignoraba! Kardia aún no estaba decidido si entrar o no en la cocina. Él no creía en fantasmas ni tampoco les temía, pero entrar en esa habitación y ver una persona, un niño, sentado en el suelo abrazando sus piernas y ocultando la cara en ellas, mataría de un paro cardíaco a cualquiera.

Luego de recuperarse de su pre-ataque al corazón, Kardia se adentró en la cocina y comenzó a considerar lo extraño que era aquel instante. El niño no le dijo nada tampoco en ese instante, sólo levantó un poco la cara y se refregó el rostro. ¿Estaba llorando? Ahí comprendió un poco más la situación. No había entrado en buen momento por lo visto y el pequeño se lo demostró, ignorándolo de una forma bastante hostil a su parecer. Kardia no mencionó nada, sólo agarró una manzana y se acercó al niño. Ciertos pensamientos invadieron su mente y una sensación conocida le llenó el pecho. No era la primera vez que experimentaba esto. Ya había vivido esta misma realidad y la recordaba perfectamente.

Se sentó en el suelo, junto al niño, y éste ni se movió o hizo nada, como si él no existiera en ese momento. Qué actitud tan cerrada y gélida para un mocoso, no se quería imaginar de dónde había obtenido tales virtudes. Mordió la manzana y sintió cierto alivio cuando el jugo de esa fruta le llenó el paladar. Siempre le hacía sentir mejor comerse una, pero dudaba que eso funcionara con todo el mundo.

—Sabes —continuó hablando, tratando de llamar la atención del niño—, aquí hace bastante frío. Si te enfermas seguro tu hermano me matará.

Era una tontería, pero al menos trató de romper ese ambiente depresivo y triste. Sabía que ese pequeño no congeniaba bien con él, pero ahora estaba bajo su cuidado y no le agradaba verlo en un mal estado. Dio un par de mordiscos más a su manzana, esperando alguna reacción, pero no obtuvo nada.

—¿Lo extrañas? —Aquella pregunta pareció crispar a ese pequeño y eso le alegró en cierta forma. Por ahí venía el asunto, pudo identificar. Era normal, supuso. Después de todo, se la pasaban todo el tiempo juntos y ahora lo habían dejado en lo más cercano a una jaula de mandriles o eso asumía que el niño pensaba—. Tranquilo —dijo nuevamente—, pronto volverá y podrás irte del manicomio.

Por más que intentó bromear, no le sacó ninguna risa. Los únicos ruidos que se oyeron en esa cocina fueron los sonidos que él hacía al masticar y unos leves sollozos, los cuales eran tan bajos que tuvo que parar el oído para escucharlos. Un poco de impresión le generó esto y Kardia comenzó a creer que algo más ocurría.

—Oye, oye, tranquilo —susurró con una voz suave. Era pésimo para los consuelos, pero intentaría hacer lo que mejor sabía o algo parecido. Llevó una mano a la cabeza del niño y la acarició, esperando que eso le calmara. Camus se negaba a darle la cara, pero podía imaginarse cómo estaba—. No llores, sólo son unos días y vendrá.

—No es eso… —le oyó murmurar y tuvo el deseo de preguntar a qué se estaba refiriendo, pero no lo hizo. Camus levantó la cabeza para verlo. Tenía los labios apretados y la cara malograda en lágrimas.

Una imagen del pasado se le vino a la mente, más concretamente la de su hermano menor. Muchas veces había visto a Milo así de triste o más, unos años atrás. Cuando recién comenzaron a convivir solos, Milo lloraba casi todas las noches y no lo culpaba, apenas tenía cuatro años y había vivido situaciones terribles. Kardia tuvo que aprender cómo lidiar con esos asuntos, pero resultó que no era la persona más comprensiva del universo. Sin embargo, hizo lo mejor que pudo y, con un poco de esfuerzo, su hermanito había salido adelante.

Ahora, viendo a ese niño, recordó aquellas cosas que había vivido e hizo lo que siempre solía hacer con Milo. Acercó a ese pequeño a él y lo abrazó. Camus se tensó al principio, pero luego no pudo contenerse más. Se dejó ir un poco. Apretó la ropa de Kardia con sus manos y lloró amargamente. No le gustaba llorar ni que le vieran hacerlo, pero en ese instante se vio en la necesidad y aquel hombre le dio la confianza para hacerlo. Tenía tantas cosas guardadas dentro, que se le hacía imposible contenerlas todas. Kardia le acarició la espalda y un ambiente pacífico se fue cerniendo sobre ellos poco a poco. Cuando el pequeño finalmente se tranquilizó fue que se permitió suspirar. No era fácil consolar a un niño o a una persona en general, pero al menos sabía que un abrazo siempre calmaba a su hermano y pareció funcionar también con este pequeño.

Sintió el cabello del niño hacerle cosquillas en el mentón y se preguntó qué podía tenerlo tan atormentado. Algo le decía que el motivo tenía que ver con el regreso del hermano mayor a Francia, pero sospechaba que el pequeño no le diría nada. Si era algo que le causaba dolor dudaba que quisiera comentarlo. No era importante de todos modos, sólo le interesaba que ahora se sintiera mejor.

—Nada es para siempre, enano —dijo posando la mano en la cabeza de Camus nuevamente—. Eso es lo divertido de la vida —Aquellas palabras, al parecer, generaron cierta intriga en el niño, porque se apartó un poco para verlo a los ojos. No lloraba ya, pero los tenía irritados y la cara roja por el esfuerzo—. Si existieran las cosas eternas, la vida sería aburrida.

Siempre había pensado de esa forma y nunca cambiaría sus ideas simplistas, pero verdaderas. Aprovechar los momentos era lo mejor que se podía hacer, bien que lo había hecho y seguiría haciendo hasta el día que muriera. Muerte que imaginaba siempre en escenarios completamente diversos, que no se iba a parar a rememorar.

Camus asintió con la cabeza en aquel instante, sintiéndose bastante mejor para su sorpresa. Se volvió a pasar el dorso de la mano por los ojos, borrando cualquiera rastro de su reciente llanto.

—Gracias —dijo finalmente y Kardia le revolvió el cabello. Miró a aquel sujeto aun sintiéndose admirado y muy sorprendido. Un poco entendió a Dégel en ese momento. Por lo visto, su hermano mayor había notado en aquel hombre algo que él no pudo percibir en las primeras instancias. Se trataba de una buena sensación, una certidumbre que generaba y era completamente evidente. Kardia le agradaba, para ser una persona bastante rara, definitivamente era afable. Nunca se hubiera esperado que su compañía le fuera tan grata. Algo completamente inesperado.

Vio cómo el adulto se levantó al instante y Camus lo siguió con la mirada por inercia. Kardia dejó atrás su manzana, de la cual sólo quedaba el hueso, y se puso a buscar entre la alacena. Sacó algunos recipientes, bolsas y pequeñas cajas, hasta que encontró lo que buscaba. Una sonrisa se le escapó mientras volvía a acercarse al niño.

—No le digas esto a Milo —mencionó agachándose a la altura del pequeño. Camus vio cómo desenvolvía un gran chocolate, cortaba una barra y se la extendía—. Es capaz de dar vuelta toda la casa si sabe que se lo escondo.

Ese comentario, para su sorpresa, sacó una sonrisa de aquel serio infante. Lo vio asentir y aceptar el chocolate. Eso le dejó conforme. En el pasado, siempre usaba una táctica similar con su hermanito. Cuando Milo lloraba, lograba contentarlo distrayéndolo con chistes y algo de chocolate. Era lo mejor que se le ocurría y al parecer aún era un truco efectivo.

—Será un secreto —aseguró mordiendo él también un pedazo de ese chocolate. Camus lo miró un segundo, con una mueca que Kardia no fue capaz de identificar, quizá porque ese niño no era la cosa más expresiva del mundo y le impresionaba descubrir que él también poseía la capacidad de gesticular.

—No diré nada si me da otro —El pequeño extendió su mano y señaló dulce.

Kardia largó una suave carcajada. ¿Aquel mocoso lo estaba extorsionando? ¿Acaso vivía enfrente de una familia de manipuladores? No le importó eso realmente. Esa acción le había parecido divertida incluso, tanto que accedió a las exigencias de ese pequeño. A él también le caía bien el enano, por lo menos no era insufrible como un par de los amiguitos de Milo, los cuales tenían prohibida la entrada esa casa.

Al instante, le ordenó que volviera a dormir porque ya era tarde. Camus obedeció luego de terminar aquel dulce, el cual le había proporcionado un esquicito alivio. Aunque le pareció extraño que Kardia lo ocultara, ¿será que todos los hermanos hacían eso? ¿Dégel también le ocultaría cosas por el estilo? No lo imaginaba. De hecho, no se sentía capaz de recordar nada de su hermano mayor en ese momento sin sentirse deprimido. Quizá se debiera a su ausencia y el motivo por cual éste viajó. Camus no quería pensar en eso, no le agradaba. Le causaba dolor y él no quería exponer eso, mucho menos frente a Dégel, quien ya tenía suficientes problemas como para preocuparse por él.

No podía evitarlo, ya se había acostumbrado a llevar esa actitud. No decía nada, tampoco se quejaba y era obediente. Así, suponía, ayudaba en cierta forma. Siempre había visto a Dégel tan cansado, atareado y rodeado de inconvenientes. Sin embargo, su hermano mayor no había dejado de cuidarlo y preocuparse por él un solo día. Por eso no quería importunarlo ni le gustaba llorar delante de él, ni de nadie, aunque a veces era complicado de evitar. Muy pocas veces le ocurría y siempre era Dégel quien le abrazaba diciendo que todo estaría bien, eso le hacía sentir culpable, pero también muy tranquilo porque sabía que estaba a su lado. Ahora, sin siquiera imaginarlo, Kardia fue quién le brindó esa seguridad que de vez en cuando anhelaba y sobre todo en esas épocas difíciles que aún le costaba asimilar. Había sido cálido, raro, reconfortante y hasta gracioso. No se parecía casi a lo que Dégel solía transmitirle, pero era igual de reparador. Tanto así que no se lamentaba por eso que ocurrió, pero, como dijo Kardia, esperaba que fuera un secreto.

Entró a la habitación de Milo con mucho cuidado y a hurtadillas, para no despertar al otro niño. Le resultó un tanto extraño cuando le dieron una bolsa de dormir para pasar la noche, pero se sorprendió de que fuera muy cómoda y abrigada, además de gigante. Nunca había ido de campamento, así que dormir ahí le hizo pensar cómo sería ir a uno. Luego de meterse dentro de aquella bolsa notó que algo no estaba bien, había una cosa que no estaba antes ahí.

—Milo, ¿qué haces aquí? —preguntó sin importarle el tono alto de voz, aunque no despertó al otro, por lo que tuvo que moverlo un poco. ¿Por qué se había metido a su bolsa? ¡Se supone que él debía dormir ahí!

Mmm… ¿Camus? ¿Volviste? —Le costó abrir los ojos y enfocar la vista para distinguir a su amigo en la penumbra. Se refregó y parpadeó varias veces.

—¿Por qué te acostaste aquí? Tienes tu propia cama —informó echando una rápida mirada al lecho abandonado ahí junto a ellos.

—Tenía frío y aquí está muy calentito —Milo se acurrucó un poco más entre aquellas telas—. ¿A dónde fuiste? —preguntó, sintiendo que Camus se había marchado hace horas.

—Sólo tomé un poco de agua.

—Creí que le tenías miedo a los truenos.

¿Truenos? Claro, estaba lloviendo aún, pero con menos fuerza ya. No, ese tipo de cosas no le asustaban, pero tampoco le dijo nada al otro. Dejó caer su cabeza en la almohada, esperando a que éste se vaya, pero parecía muy cómodo ahí.

—¿Planeas dormir aquí?

—Anda, no seas malo —pidió, sin estar dispuesto a moverse.

—Entonces puedo irme yo.

—Ambos cabemos aquí —dijo antes de que él otro niño se levantara—. Quédate, Camus, tengo frío.

Un suspiro hastiado salió de sus labios, pero se quedó. Tampoco era para hacer un escándalo. Era cierto, los entraban cómodamente ahí y estaban bien abrigados. Camus no recordaba haber compartido el lecho de esa forma con otro niño o con alguna persona que no fuera de su familia, pero asumía que siempre hay una primera vez. Dejó la cabeza recostada, con la cara enfrentada a la de Milo y ambos se miraron un momento antes de dormir. Estuvo a punto de cerrar los ojos, pero el otro se acercó demasiado a él y eso le pareció extraño.

—¿Qué? —espetó Camus.

—Hueles a chocolate —afirmó luego de olfatear cerca de su boca y lo miró con los ojos entrecerrados—. ¿Dónde lo conseguiste?

—No he comido nada —Por más que sonara convincente, Milo no le creyó.

—¡Dime! —exigió—. ¿Encontraste dónde Kardia lo esconde? Estoy casi seguro que está dentro del frasco de harina, pero siempre lo cambia de lugar.

Camus se encontró sorprendido por aquellas palabras. Al parecer, su amigo no era tan despistado y torpe como parecía. Sin embargo, no planeaba decir nada. Lo había prometido.

—No sé de qué hablas —Volvió a decir y al instante se giró, dándole la espalda al otro niño—. Me voy a dormir. Buenas noches.

—¡Eso no es justo, Camus!

Por más que se quejara, no obtuvo respuesta. Lo dejaría por el momento, pero ya descubriría dónde Kardia escondía los dulces, casi los encontraba. Ambos se quedaron en silencio un rato, pero Milo no se pudo dormir al instante ni Camus tampoco. Aunque estuviera dándole la espalda a Milo, sintió cómo se movía para acomodarse y se acercaba un poco más a él.

—¡Milo! —espetó al instante—. ¡No me toques, tienes los pies helados!

—¡Pero tengo frío!

No importó cuánto luchara, no consiguió que se apartara de él. Milo le obligó a calentarle los pies y hasta lo abrazó para dormir. Fue algo chocante, en un principio, pero no tanto. Camus sintió la cara del otro niño contra su espalda y el brazo de éste rodeándole. Se sentía agradable, de una forma un tanto peculiar. Nunca se imaginó encontrar confort de ese par de personas tan extrañas, porque Milo también le había ayudado a olvidar un poco esa angustia que lo aquejaba. Durmió muy tranquilo esa noche, por más de que su amigo le hubiera babeado un poco la espalda.

A la mañana siguiente, los niños despertaron cerca del mediodía y fueron en busca del supuesto adulto responsable que los estaba cuidando. Kardia estaba durmiendo con la cabeza colgando de la cama, roncando y con un hilo de saliva cayéndole por la mejilla. Milo mencionó que seguro había dormido bien, porque siempre solía encontrarlo así los fines de semana. Ambos niños tuvieron algo de dificultad para despertar al hombre, quien parecía muerto de no ser por esos sonidos que expelía de su boca.

—¡Kardia, despierta ya! —gritó Milo ya harto de que nada funcionara. En eso se parecían ambos, dormía bastante profundo. El niño meditó si tal vez sería bueno tirarle un poco de agua fría, pero su hermano despertó antes de que pudiera decidir si llevar a cabo o no su plan.

—¿Ah? —Abrió un poco los ojos y vislumbró a su hermano, aunque estaba de cabeza. ¿Sería que el niño estaba de cabeza o él? No era capaz de razonarlo por lo dormido que estaba—. Enano… —susurró parpadeando un poco—. ¿Qué día es?

—Domingo —contestó.

—¿De qué año? —deliró un poco por el sueño.

—¡Kardia, despierta! —volvió a exigir—. Tenemos hambre.

¿Tenemos? ¡Ah, sí! Cierto que no estaban ellos solos. Ahí divisó al otro niño detrás de él, mirando la escena con evidente desconcierto. Kardia suspiró en aquel momento y se levantó de su extraña postura limpiándose la cara. Un pensamiento rápido sobre que nunca tendría hijos llegó a su mente. No sería un buen padre, era un pésimo hermano mayor, pero prefería ser esto último. Ya al menos se estaba acostumbrado a serlo y Milo también se acostumbró a él.

Bien, se haría cargo de la situación. Porque era fin de semana y no planeaba pasarla mal, en ningún momento. Luego de despertar y lavarse un toque la cara, ya se sentía listo para comerse al mundo, o un buen desayuno/almuerzo. Caminó hasta la cocina, con los niños siguiéndole el paso, examinó qué cosas tenían para cocinar. Su primera idea fue que debería ir al supermercado pronto, pero odiaba hacer las compras, aunque si no lo hacía después morirían de hambre con el enano. Cocinó con lo que tenía e hizo algo que hace mucho no preparaba: panqueques de manzana. Era la perfecta combinación para él. Aunque cualquier cosa que tuviera manzanas era buena en su opinión.

Después de recordar cómo se cocinaban y un par de atropellos con la preparación. Estuvieron listos. Milo se comió como cinco panqueques y esperaba más el pequeño barril sin fondo. Siempre tenía tanta energía y de algún lado tenía que sacarla seguramente. Camus se sorprendió de lo rica que era aquella comida, deliciosa y dulce. Para ser un almuerzo era bastante extraño, pero muy rico.

—¿Puedo comer otro? —preguntó Milo extendiéndole su plato a Kardia.

—Ya para, enano tragón —dijo molesto, pero aun así le sirvió uno más—. El último.

—Es que están ricos y casi nunca los haces —habló Milo, contento de haberlo convencido. No, demasiado que desperdiciaba sus preciadas manzanas en una comida, por supuesto que lo iba a hacer una vez cada tanto.

—¿Tú quieres otro? —le dijo a Camus, quien sólo había comido un panqueque y el niño asintió.

—¿Por qué a él sí lo dejas comer y a mí no? —se quejó Milo viendo cómo su hermano le servía al otro niño sin molestarse.

—Porque él no es una bestia que se come todo lo que tenga enfrente.

Aquellas palabras provocaron un puchero en el pequeño, pero no por eso dejó de comer. Kardia no hablaba tampoco tan en serio, le costaba dejar ir sus manzanas, pero cocinar le agradaba. Había tenido que aprender sin objeción y con un par de trucos se quedó.

—¿Te gustan? —preguntó Kardia a Camus. Sabía que sí, pero como ese niño hablaba poco le quería sacar conversación para que se sintiera más distendido entre ellos. Se había quedado un poco pensativo con lo ocurrido el día anterior, pero no lo planeaba mencionar, aunque la curiosidad le seguiría carcomiendo.

—Sí —contestó—. Nunca los había comido.

—¿Tu hermano no cocina?

—Sí lo hace, aunque poco —recordó levemente—. Hace muy ricos omelettes.

—Me gustaría probarlo.

Kardia no se había referido a probar la comida, claramente; pero los pequeños no notaron ese detalle.

Cuando estuvieron terminando la comida, Kardia escuchó su celular sonando. Se levantó para buscarlo en el desastre que era su cuarto y, sorpresivamente, lo encontró antes de que se cortara la llamada.

—Diga —contestó sin fijarse quién era.

—Kardia, soy yo —Conocía esa voz, tanto que le sacó una sonrisa.

—Francesito —dijo con un tono un tanto taimado—. ¿Cómo va el regreso a la patria? Supongo que aburrido y me extrañas tanto que tuviste que llamar.

—Casi —Dégel ignoró la mayoría de sus palabras porque no tenía mucho tiempo para hablar—. Llamaba para saber cómo está todo.

—Perfecto, ya comimos y estábamos a punto de incendiar la casa —bromeó casi sin poder evitarlo, ya era natural en él—. Tranquilo, todo está bien. Tu hermano se porta mucho mejor que el mío, ¿qué te parece si hacemos un cambio?

—Podemos conversarlo cuando regrese —Aquellas palabras le dieron una gran satisfacción a Kardia. Cuando Dégel le seguía la broma, aunque fuera levemente y casi de forma imperceptible, le fascinaba—. Dile a Camus que pronto volveré, ¿él está bien?

Kardia recordó lo ocurrido en la madrugada y las dudas volvieron a su cabeza, pero no preguntó nada. No supo qué lo retenía, pero tenía la idea de que no era el mejor momento para indagar. Una de las pocas cosas que había aprendido a lo largo de su rara vida, además de la forma en que deseaba vivirla, era que para todo había un momento y asumía que ahora era algo parecido.

—Está bien —aseguró—. Aunque te extraña.

—¿En serio?

—Por supuesto, está viviendo con dos posibles pacientes psiquiátricos. El enano quiere escapar ni bien pueda.

Una suave risita se escuchó al otro lado de la línea. Por lo menos lo hacía reír, aunque sea un poco o por compromiso. No era verdad lo que decía y, por más que sonara extraño, Dégel parecía entenderlo bien. Tenían buena química, definitivamente.

—Bueno, volveré mañana.

—Bien, los llevaré a la escuela.

—Gracias y perdón por las molestias, Kardia.

—No hay problema —afirmó y al instante su sonrisa se ensanchó—, pero recuerda que me la tendrás que pagar.

Dégel cortó la llamada luego de despedirse y no supo por qué, pero aquellas palabras le generaron una rara sensación. Como si hubiera hecho un trato con el diablo o algo parecido. ¿Será que de eso se trataba? Posiblemente, pero él no le asustaba lidiar con ningún problema o enfrentarse a quién sea, ya había pasado por cosas suficientemente fuertes como para asegurar tales afirmaciones.

Notas finales:

Son cosas que tienen que pasar. Seh. Nada ocurre de un día para el otro. Yo quiero que Kardia se lo tome en serio y que Dégel también, aunque cuando pase seguro ni ellos se dan cuenta. Creo que no me explico bien. El caso es que ya avanzarán. Además quiero que Dégel quiera un poco más a Milo y lo mismo espero que ocurra con Kardia y Camus. Que haya buena relación. Así que bueno, cosas locas.

Tengo tres horas para dormir antes de levantarme y cumplir con compromisos de cumpleaños que detesto. Así que después contestaré los review que me dejaron, que amo con todo mi ser y son hermosos, los agradezco un montón y los besaría a todos. Pero estoy muy cansada, me esforcé mucho para tener este capítulo hoy y ya no me da el cerebro para más. Seguro tiene un montón de errores que pasé por alto, perdón por eso, hice mi mejor esfuerzo. Quería hacer el de Shion y Dohko para hoy, pero esos dos son difíciles. En fin, los re amo.

Besos en la cola!


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