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El alfa de lomo blanco. por Layonenth4

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Capítulo IV

A primera vista.

 

Dean no recordaba cuantos días ha estado corriendo, pero definitivamente ya no sentía nada debajo de las patas, tampoco sus extremidades y para ser sinceros no veía nada con claridad.

 

La noche era tormentosa, al menos ya había pasado el límite de todo lo que conocía hace mucho tiempo. Ya no había tierra debajo sino arena, ninguna zona verde ni mucho menos agua, había pasado las tardes bajo mucho calor y ahora la noche parecía que lo enterraría bajo los cristales blancos de la nieve.

 

La brisa no era cálida, dejo de sentir a sus antepasados apoyándolo con el viento, los pesares pesaban más que cada pisada que lo dejaba en la deriva. No ha bebido ni comido nada desde que sobrepaso las tierras al este del Rin. Pensaba pedir refugió con el clan del río, Agron, era buen amigo y líder, pero no quería meterlos en su conflicto, mucho menos que los cazadores de su aldea lo siguieran ahí. Aunque siendo sinceros, no quiso que Agron se enterará de lo que paso. Su amigo sólo le llevaba dos años y era un gran alfa y jefe de su tribu más aparte su reciente unión con su Omega.

 

¿Con qué cara se presentaba ahí?

 

Moriría por su orgullo, pero tal vez era porque siempre se glorifico que él sería igual o mejor líder; siempre creyendo que lo tenía todo solucionado, por el destino lo  tendría regalado porque era su lugar. Pero ahora, tantos días vagabundeando por un mundo que no conocía, por lugares que jamás se visualizó pisar, ahora efectivamente se daba cuenta que no estaba ni cercas de ser quien se creía.

 

Lleno de egocentrismo, orgullo, una gloria inexistente, queriendo cargar todos los problemas del mundo porque se creía capaz de superar todo aquello y mucho más, se veía a si mismo capaz de terminar una guerra de cien años cuando una sola arpía se encargó de arruinarle toda su vida.

 

No salvo a Ash, Ava, Andrew, su padre, no protegió a Adam, su hermano por el que daba todo jamás confió en él y prefirió a una paria, ni siquiera fue capaz de hacer más por salvar la vida de su madre. Pequeñas batallas y luchas sin lógico no valían nada comparado con todo lo que ha perdido hasta ahora.

 

Que tan débil y miserable era eso.

 

Ahora no sabía qué hacer, no tenía idea de a donde ír o como proceder, sólo sabía que todo lo que conocía no volvería a él, nada sería igual, ni siquiera estaba seguro de sobrevivir a esa noche.

 

Cansado y débil, sin ningún sentido de nada y con más partes de su anatomía congeladas de las que podía saber tener, se dejó caer sobre la nieve entre la arena y ni siquiera la sintió. La brisa congelaba su pelage, sus parpados se obligaban a cerrar en la oscuridad, despidiéndose del mundo en la forma más patética que podía esperar de un guerrero. La correcta para un don nadie. Genial, la muerte te volvía hasta dramático.

 

Cuando bajo sus parpados, cuando sus ojos se cerraron y las pestañas se cocieron en la helada para jamás abrirlos de nuevo, imagino ver una última vez aquellos trozos de cielo con los que siempre soñaba, brindándole una paz y calidez fantasiosa. Un par de ojos tan azules que ya no extrañaba no haberse despedido del cielo de sus tierras, porque esos iris habían venido a dormirlo con calma.

 

Claro que de haber estado consiente, se hubiera dado cuenta que una persona realmente estaba frente a él, enrollando su pelaje en una manta gruesa y mirándolo con curiosidad.

.

.

.

 

Un Lycan despedía sin prisas los cuerpos de sus jefes de clan, todo el pueblo lo despedía dejando un presente en su lecho y después se cremaba su cuerpo con una noche de completas oraciones y canciones de llanto. El funeral de John había sido conmemorado con siete días de luto donde no hubo labores ni celebraciones, nada de caza o música que escuchar, sólo durante las noches se prendió la fogata y los miembros del concejo narraron todas las hazañas del gran líder, la gente del pueblo escuchaba en silencio y después se retiraban a sus casas.

 

Pero era la séptima noche, según las tradiciones era la hora donde el sucesor tomaba el puesto del nuevo jefe y era posible y aún no estaba comprometido, la mano de su pareja para la unión.

El concejero daría unas palabras, el sucesor debía poner la marca en la pared de roca para dar inicio a una nueva generación en sus aventuras y finalmente se le reconocería como el nuevo amo y señor de sus territorios.

 

Y ahí estaba Sam. Sentado en el lugar privilegiado frente a los concejales, a su derecha estaba Adam pálido y enfermo pero con su quijada tensa y la espalda erguida, a su izquierda Jessie y Cole.

 

De alguna forma toda esa situación se la había imaginado siempre diferente. Para empezar, quien debería estar dando el discurso de sucesión debería ser Bobby, no Rufus. Cole y Jessie eran sus amigos y siguientes guardianes ahora, pero en su mente eran Jo y Benny los que merecían ese cargo. Adam no tendría que parecer muerto en vida, tampoco en el sitio como su concejero personal. De hecho ese último lugar era al que Sam estuvo designado toda su vida y en donde debería de seguir, pero ahora supuestamente sus fantasías eran realidad.

 

Vaya mierda.

 

Todo se sentía tan incorrecto, tan mal. Sam quería vomitar ahora. Él no debería de ocupar ese lugar, ¡su padre no debía morir aun! Pero todo salió tan, tan mal.

 

Su hermano. Dean. ¿Cómo pudo hacerlo? De la noche a la mañana sus últimos temores se habían vuelto realidad, resultando que al fin de cuentas el rubio tenía tantas ganas de poder y gloria que cometió algo tan cruel. Aun no lo podía creer, no lo comprendía en nada, aunque no se permitió caer en engaños, tal como le advirtió Ruby. Hablando de la susodicha, ya llevaba días de no verla y su necesidad de sangre era alta, aunque se suponía que solo bebía lo suficiente para ser más fuerte.

 

Pero ahora estaba ahí enfrente, ahora en el presente, y por primera vez sentía una presión horrible cayendo en sus hombros. Cierto, que siempre tuvo el insensato deseo de ser tomado en cuenta para la sucesión, pero su hermano siempre parecía tan fuerte, feroz y autoritario y tenía el orgullo total de su padre. Su padre. Otra vil mentira.

 

Por supuesto que John jamás lo vio como potencial candidato, ahora podía comprender un poco más porque siempre se llevaban la contraria, porque John no lo veía como veía a Dean, porque jamás lo escuchaba.

 

¿Pero podía estar enojado con un difunto? Hace siete días se había armado de valor para enfrentar a su padre y hermano frente a varios testigos, pero no llego ni a ver su ultimo respiro, porque su hijo de sangre pura lo había asesinado. Que tan horrible podía sonar la situación.

 

— ¿Sam?

 

El mencionado levantó la mirada cuando escucho su llamado, dándose cuenta que Rufus ya había terminado con el discurso y ahora todos lo estaban esperando para que diera el último paso. Tragó grueso cuando los tambores resonaron.

 

Se puso de pie y caminó a paso lento donde Rufus tenía preparado un cuenco con tinta negra, listo para ponerle los símbolos de los dioses que “bendecirían” su camino antes de poner su marca en la pared de roca. El hombre moreno comenzó a trazar líneas y soles, mientras tanto él pensaba que realmente vomitaría sobre él mismo.

 

Giró su mirada a Bobby, su mentor y segundo padre, ni siquiera le estaba mirando. Missouri y el pastor Jim le daban sonrisas tristes en un intento de animarle. Ellen y Pamela ni siquiera estaban en sus nuevos lugares del concejo, sino a sus espaldas con el pueblo sujetando a Benny, Jo y todos los cazadores que le juraron lealtad a Dean y ahora la cambiaban a regañadientes a él.

 

Cole y Jessi junto a otros diez eran sus propios cazadores, pero fuera de ellos Sam tenía la sensación de que al menos la mitad de todo su ejército quería su cabeza en bandeja de plata. No que lo odiaran, de hecho aun estando Dean como notable autoridad, también le pedían su concejo a él, pese a que la mayoría de las veces era subestimado. Lo realmente malo era que se negó rotundamente a dar explicaciones del porqué su hermano huyo, del cómo supo que fue él el culpable, del por qué paro su captura.

 

Sam realmente quería contarles a todos la verdad, pero sabiamente pensaba que sí mencionaba siquiera a Ruby, se armaría todo un escándalo casi imposible de parar. Mejor evitarse los dramas y soportar por un tiempo malas miradas.

 

Pero no contaba con voltear los ojos y chocar miradas con Bobby, el hombre de ojos grises lo estaba observando con algo peor que la acusación, que el enojo y la rabia con la que defendió a su hermano desde un inicio, ni la lastima con la que todo el pueblo ahora lo miraba. Los ojos de Bobby eran peores a los de Adam al darle las terribles noticias, estaban más que oscuros, sobrepasando  todo el amor que llegaron a reflejar ese iris gris: era la tristeza y la decepción juntas.

 

Entonces Bobby sabía toda la verdad, o al menos lo de Ruby, con eso bastaba para Sam para saber que estaba haciendo todo incorrecto.

 

— Rufus espera. — lo dijo tan rápido que perdió el aire de golpe, pero el hombre moreno se detuvo.

 

Sam seguía dudando de su hermano, no confiaba en él ni en nadie que hablara a su favor, pero tampoco recibiría un título que tanto ansió y respeto en su pasado, manchando todas las expectativas de terminar con la guerra de una forma diplomática.

 

Pero las cosas debían ser como mandaba la conciencia.

 

Expectantes  y sorprendidos por sus palabras, todos los ojos del pueblo estaban sobre él, observando como con su mano alejaba el cuenco de pintura con los símbolos a medio terminar. Se giró sobre su sitio y pasó su visión por toda su gente que merecía lo mejor y no más mentiras, no más muertes ni dolor.

 

Miró a Bobby una vez más antes de hacer la tontería que estaba por hacer, pero cuando el hombre sabio asintió con la cabeza animándolo con total fe, Sam sólo pudo dar un suspiro largo y encontrar la manera de decir que él aún no sería el nuevo líder.

 

Ruby iba a matarlo.

.

.

.

 

Definitivamente no era de sus mejores descansos, pero sentía el cuerpo tan adolorido que cualquier cosa suave que estaba percibiendo era más que bienvenido en sus sueños, combinados con olores dulzones y una temperatura muy cálida. No era su habitación, tampoco el prado donde solía pasar sus ratos tranquilos, mucho menos en casa de alguna de sus compañías favoritas, porque el aroma no indicaba feromonas ni sexo, sino a algo mucho más natural, intacto en su esencia pura.

 

Pero meh, estaba calientito por fin en días.

 

Minuto. Eso estaba muy mal.

 

¿Ya habrá muerto? ¿Era el paraíso? ¿Alucinaba todavía? Seguro alguna hierba lo estaba intoxicando o algún animal lo enveneno para ser su merienda, eso también justificaría porqué sentía tan cansado el cuerpo que ni los parpados podía abrir.

 

Debía insistir, con ganas, porque estaba empezando a creer que sentía algo mucho más pesado sobre su abdomen. Comenzó apretando los ojos, o eso intentaba, y fruncir el ceño en su desesperación. Fue entonces cuando supo que en verdad estaba muy envenenado si escuchaba risas infantiles y voces muy agudas.

 

— ¡El loco intenta despertar! — gritó una voz chillona muy entusiasmado

 

— Desorientado. — corrigió otra más aguda, pero con el tono de listilla.

 

Después de al menos un minuto en intentos fallidos y según sus testigos, caras graciosas, por fin pudo ir contra su pesadez y dolor corporal, abriendo los ojos para encontrarse bajo sus pestañas tres carillas infantiles bastante cercas de su rostro y sentados sobre él.

 

— ¿Que eres? — fue lo primero que dijo una criatura diminuta, a lo mucho cinco años, rubio y con unos ojos azules oscuros, muy redondos.

 

Los otros dos monstruillos parecían niñas, ambas pelinegras pero una con los ojos mieles y la tez más bronceada, la otra era de ojos gris y de piel pálida.

 

— ¿Qué eres tú? — por su olor lo distinguió a los tres rápidamente como cachorros de Lycan, pero con esos enormes ojos redondos del pequeño no sabía si fiarse. ¿Los niños tenían así los ojos?

 

— Soy un niño. — vaya, pues que ojos tan grandes según los parámetros normales de Dean.

 

— ¡Bobo! — la niña de piel palida le metió un buen golpe en la cabeza al hombrecito, uno que hasta le dolió a Dean — ¡Este tipo está loco!

 

— Desorientado. — corrigió la última de ellas con los ojitos oscuro y un poco rasgados.

 

— Lo que sea. — rodaron ambos pares de ojos claros, viéndolos desde ese punto, se parecían mucho.

 

Dean no entendía nada, tenía un leve dolor de cabeza y en el cuerpo, sin contar que esos tres seguían sobre él. Necesitaba un adulto con urgencia.

 

— ¿Quiénes son? ¿Y sus padres? 

 

— Yo me llamó Samandriel. Ellas son Ambriel y Hael. — el niñito señaló primero a la que tenía cara de sabionda de ojos miel y después a la que tenía cara de amargada con los ojos claros.

 

— No podemos hablar con extraños locos. — la tal Hael volvió a pegarle a Samandriel y este hizo una mueca graciosa

 

— Si nos presentamos ya no somos extraños, Hael. Además, ¡el loco parece buena persona!

 

— Desorientado.

 

— Se debe presentar o seguirá siendo un extraño, señor loco. — Samandriel ignoró por completo la corrección y la cara de enojada que llevaba Hael.

 

— Desorientado. — Ambriel los volvió a corregir y los otros dos rodaron los ojos en desesperación. Tal parecía que iba a empezar una pelea si no intervenía.

 

— Dean, me llamó Dean.

 

— Mucho gusto Dean. — contestaron los tres cachorritos.

 

— ¿Eres un Lycan? — volvió a preguntar el niñito curioso, pero Dean vio venir otro golpe en la cabeza.

 

— Eres un bobo, ¡claro que es un Lycan! ¿No lo hueles?

 

— ¡Es para iniciar converseción!

 

— Conversación.

 

— ¡Ya callensé! — el grito de guerra que dio Ambriel determino pelea, y Dean se hubiera divertido, siempre lo hacía cuando veía niños así, pero no cuando el campo de luchas era sobre él.

 

Entre gritos, golpes en sus costillas en su cabeza, patadas en su mentón y en su zona intima de gran valor, se vio forzado a pedir refuerzos cuando la batalla se veía más que alargada, sin contar que ya llegaron a las mordidas y por alguna razón le tocaban unas a él. — ¡Ayuda!

 

 

— ¿Pero qué…?  ¡Niños! — una voz femenina pero completamente de adulto respondió a sus suplicas, y logró ver a su salvadora cuando pudo quitar la cadena de cachorros pequeños que se colgaban uno del otro.

 

Una omega de cuerpo delicado y pelirroja con un parecido extremo en la amargadita y el preguntón, tal vez un poco mayor que él mismo fue quien le quito a esos engendros del inframundo de encima, ayudándolo a respirar nuevamente con plenitud.

 

— ¿Te encuentras bien?  —  ella se acercó de nuevo a él agachándose a su altura, con los niños perfectamente sentados en hilera y caritas inocentes.

 

— Sí, gracias. — contestó con algo de dificultad, porque si era sincero, los temblores en su cuerpo eran mucho más fuertes de lo que quisiera admitir.

 

 Pero necesitaba estar despierto, necesitaba respuestas, así que exhalo en grande y volteo a mirarla, dándose cuenta que a su lado ella preparaba algo entre sus manos pero no lograba enfocarlo. — ¿Qué me ocurrió?

 

— Anoche mi hermano te encontró perdido en las fronteras del desierto negro y te trajo aquí. Yo soy Ana. — su voz era totalmente agradable cuando no estaba regalando a los traviesos detrás de ella, sumándole a la sonrisa, Dean se sintió tranquilo por primera vez.

 

— Dean.

 

— A estos diablillos ya los conociste. — le sonrió en forma de disculpas y el aceptó tratando de devolvérsela, observando a los niños que lo miraban de reojo y avergonzados; realmente le gustaban los niños revoltosos, por supuesto no los golpes.

 

Entonces había sido salvado. Por todos los dioses, ¿no podían dejarlo podrirse en paz? Ahora le debía la vida a alguien a quien no conocía, lo cual no era de su agrado ni una cosa ni la otra. Por otro lado no estaba muerto ni tampoco todo eso fue una pesadilla, realmente ha ocurrido todo y él ciertamente no tenía ganas de enfrentarse a esa realidad.

 

Fue sacado de sus pensamientos cuando ella le tendió un botecillo con agua según su olfato, y su boca se lo pedía a gritos.

 

 — ¿Quién es tu hermano? — preguntó después de beberse casi todo el líquido que paso como pétalos sobre su garganta, aunque un caso curioso era que de pronto sentía mucho sueño.

 

— Ya lo conocerás. — la voz de Ana se estaba perdiendo en el fondo, y no fue hasta que perdía la vista y el uso de razón que entendió que lo habían dormido otra vez. — Ahora descansa.

.

.

.

Sam no sólo estaba lidiando con la guerra en movimiento ni contestando cada pergamino de condolencias llegada por otros clanes amigos, sino con todas las demandas de su gente; que el sembradío, que la pesca, las hierbas medicinales, faltas esto, falta aquello, no tenemos esto, ve por eso, que durante las rondas ha habido cosas sospechosas, sin mencionar las rondas que debían hacerse casi diario por todo el territorio junto a los centinelas.

 

No, él estaba lidiando con cosas más importantes como que Ruby no se ha aparecido en casi diez días, pensar en cómo capturar a Azazel para desarrollar de una vez por todos sus planes para parar la guerra, ni que la imagen de su hermano aún rondaba en su cabeza. Lo único bueno que podía sacar de todo eso era el hecho de que los cazadores al menos ya no lo miraban con ganas asesinas y que Jo y todos sus amigos trataban de no mencionar a su hermano por nada de mundo.

 

O bueno, eso intentaba.

 

Ahí tirado en el piso frente al trono de pieles, suspiró como por centésima vez en un vano intento de concentrarse en las cifras que estaba viendo. Su padre parecía hacer tantas cosas de una manera tan sencilla, y no es que no haya hecho el control de cifras antes, pero ahora sin la supervisión de aquella mirada dura como la roca sentía que haría algo mal.

 

No se sentaría en ese trono hasta sentirse digno de él.

 

— ¿Largo día? — escuchó la voz femenina detrás y  no evitó levantar la mirada sorprendido de ver a la persona

 

— ¡Ruby! — Se puso de pie tan rápido como pudo para acercarse a ella.

 

Dio zancadas largas en su dirección hasta abrazarla y cubrirla con su cuerpo, mirando un lado a otro por si alguien pasaba y la veía ahí. Ubicar a un wargo por sus trapos que llevaban para cubrir su cuerpo humano era algo bastante obvio, y él tenía muchos auxiliares en casa como para que la rubia pase desapercibida tan fácil.

 

— ¿Cómo entraste aquí? — habló en susurros con algo de apuración, pero ella simplemente río con picardía y algo de burla.

 

— ¿No confías en mi agilidad?

 

— No deberías estar aquí.

 

— Pensé que necesitabas un poco de mí. — con su inocencia levanto la mirada con una sonrisa tierna, y Sam realmente no pudo negar que sí la había echado de menos.

 

Se acercó a ella y le planto un beso en los labios, pero pese a que su intención era disfrutar un poco de aquella ternura, la rubia como siempre se aburría de sus actos tranquilos y le exigía con mordidas y lambidas un poco más. Siempre excitándolo, siempre provocando a probar un poco más de ella, por lo que dejo aquellos labios pálidos y carnosos, hasta llegar con sus labios al cuello.

 

— No, no. — dijo ella juguetona, jalándolo de su piel por medio de su cabello, sonriendo con travesura mientras pasaba su lengua por sus labios disfrutando un sabor amargo.

 

Su cara de confusión debió ser obvia, porque ella rodó los ojos y le tendió una cantinflera de piel bastante pesada. — Tómala, es tu regalo.

 

— ¿Y esto?

 

— Ambos sabemos que si empiezas a morderme no pararás ahí. — tuvo la descencía  de sonrojarse y ella de burlarse — Además, así va ser más fácil dejarte satisfecho en lo que controlas las cosas por aquí.

 

— Eh, sí. Sobre eso.  — bueno, hora de la verdad.

 

— ¿Ya eres el líder, no? — habló con cada spalabra dividida, como si fuese fuego se alejo de él, y como si fuese su enemigo, lo miraba con cautela

 

— No. Al menos no oficialmente.

 

— Teníamos un acuerdo Sam.

 

— Ya lo sé, pero no es tan fácil.

 

— ¡Eres el líder, debería ser fácil!

 

— No grites.

 

No era lo que ella quería escuchar. No, ella deseaba saber que ciertos wargos podían encontrar refugio en sus tierras, como uno más de ellos y que después de eso, podrían unirse como pareja frente a todos.

 

A veces Sam pensaba que ella pedía mucho por tan poco, porque era cierto que su forma de enfrentar a Azazel, su verdadero padre, era mostrándole que él tenía la fuerza, confianza y lealtad tanto de una raza como de otra, pero ese camino lo veía muy difícil con los suyos y con las hienas refugiadas.

 

— Mi familia está muriendo Sam, sólo recuérdalo mientras te alimentas de mí. — con desdén y asco ella le termino de aventar la cantinflera contra el pecho y después simplemente dio media vuelta para irse entre las sombras.

 

— Ruby — intentó llamarla, pero ella simplemente desapareció por los arbustos de su patio.

.

.

.

Dean se veía a si mismo sobre una montaña de roca gigante, con un pico que mostraba el horizonte y el sol contra las dos lunas de Terranium se asomaba por el cielo. Por un lado podía visualizar los bosques Winchester, pero por el otro veía copas de árboles más pequeños y más densos, pero de cierta forma combinaban de forma adorable con sus propias zonas verdes.

 

Estaba en paz, el viento era cálido una vez más, ya no aventurero, al contrario le daba una armonio y la esencia de hogar, por segundos sintió el olor floreado de su madre, pero entonces descubrió que el tono era más fresco y menos colorido.

 

Se giró para investigar bien de dónde provenía aquel aroma tan exquisito, pero no reconoció la silueta que estaba de pie frente a él, nuevamente solo centrándose en las gotas derramadas del firmamento en esos ojos. Tan azules, tan hermosos. Pero se tuvo que concentrar cuando una voz desconocida salió de aquella silueta: “despierta”.

 

No, no quería despertar.

 

De pronto sintió los tímpanos dolerle y un fuerte golpe en la mejilla. — ¡Despierta, por favor!

 

Tuvo que abrir los ojos más rápido que al principio con sorpresa y algo perdido, pero el rostro lloroso de ¿Ambriel? estaba frente a él exigiéndole que le pusiera atención.

 

— ¿Qué ocurre?

 

— ¡Ayuda a mi mami, la quiere matar! — hipó la pequeña pero fue entendible, y aunque Dean de verdad no entendía nada de lo que pasaba, se puso de pie tan rápido como sus sentidos se lo permitieron y por fin pudo notar donde estaba.

 

Una tienda de campamento grande, con una caja únicamente al lado de donde estaba acostado y lo demás esparcido con pieles para dormir. Aunque ahí adentró olía a rastros de omega y cachorros, por entre las aberturas le llegaba la esencia al miedo, peligro y llanto, sin contar gritos de los otros dos infantes.

 

Ambriel seguía llorando pero Dean no pudo prestarle más atención a lo que le pedía, él salió de la tienda y no dejo que los rayos soleados de la tarde lo cegaran, simplemente con sus agiles oídos de cazador ubico el problema.

 

Samandriel y Hael estaban detrás de una roca enorme a pocos metros de la tienda, ambos aventando piedras con mucha dificultad pero en su mayoría atinándole a la fuente de peligró. Felinos negros, dos para ser exactos; grandes gatos salvajes de piel lisa y naranja con ojos violeta y cola felpuda, bastantes delgados pero tal parecía que eso los hacía más agiles y rápidos. Dean no había visto nunca uno de ese color, tal vez debido a la diferente zona de ubicación.

 

Esas bestias eran astutas y sólo atacaban cuando creían tener la posibilidad, claramente una omega y tres cachorros no les presentaban mucha dificultad. Aun así, Ana en su forma Lycan de pelaje castaño le estaba dando buena pelea a ambos, pero en ella se podían ver ya varios golpes y uno que otro rasguño inofensivo. Aún que jamás dudase de un Omega protegiendo a sus crías, la desigualdad de número, fuerza y rapidez era mucha, sin contar que un felino parecía estarla entreteniendo y el otro intentaba subir por los niños.

 

Con eso en mente, su estado alfa tomo posesión de su razonamiento y se lanzó al ataque.

 

Antes que nada y en un acto muy propio de su imprudencia, se transformó en los aires para aterrizar con sus garras bien puestas sobre el felino que intentaba subir por los niños, rodando así cuesta abajo por las rocas picudas. No tomó en cuenta que la zona estaba por completo desértica y bastante dura, así que tal vez unos golpes por aquí y por allá molestarían un poco.

 

No le importó cuando el felino intentaba retorcerse bajo su cuerpo cuando aterrizaron, lo único que logró fue que él le encajara más la pata en su carótida y está casi se ahogara. La otra que estaba atacando a Ana se le aventó encima también, logrando salvar a su compañera.

 

Dean se puso en cuatro patas rápidamente, observó gruñendo y mostrando los colmillos al mismo tiempo que proporcionaba su fuerza en las patas traseras para impulsarse. Los felinos querían pelea y él se las daría si eso buscaban. Mas sin embargo no se movió hasta que supo que Ana estaba arriba y a salvo con los pequeños. Entonces sí, se fue contra esos dos gatos enormes.

 

La pelea entre bestias no duro mucho, sinceramente muy apenas se igualaba con la fuerza de un wargo o con la agilidad de una anaconda subterránea, y sin necesidad de matarlos estos salieron huyendo lastimados y con la cola entre las patas.

 

Dean olfateo el lugar para cerciorarse que no hubiera más de esas cosas sueltas para poder convertirse en hombre nuevamente, pero apenas piso con sus dos pies el suelo y daba el aviso de que todo era seguro, al girarse, se topó con los ojos más azules que alguna vez haya visto, tal vez solo en sueños, pero esta vez venían acompañados con… nunca lo supo.

 

No lo supo porque el mismo individuo lo golpeo muy fuerte con la rama quemada de un sauce, esas cosas sí que estaba duras.

 

Cayó sin dignidad al suelo, babeando tal vez, perdido nuevamente en el mundo de los sueños.

 

— ¡Tío Castiel, lo mataste! — gritó Samandriel desde su sitio, las dos niñas y Ana se taparon la boca espantadas por tal acción, aunque en realidad la pelirroja se estaba tragando la risa.

 

— ¿Ups?  — fue lo único que dijo el moreno sin saber que más hacer o decir. En su defensa, el tipo se veía sospechoso y le hizo sentir un-no-se-que en el estómago.

Notas finales:

El próximo capítulo sera más Sabriel que Destiel... o la verdad ya ni sé, pero sólo sé que quiero a Gabe, ¡YA!

 

NOS VEMOS!


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