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Locus amoenus por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Hola, acá, desempolvando la cuenta(?) En fin, sé que pasó mucho, pero yo dije que no abandoné mi historia, sólo... cosas(?)

En fin, aquí está el capítulo. Espero que lo disfruten. Siento que pasan muchas cosas jaja.

Saint Seiya, Saint Seiya The Lost Canvas no me pertenecen, son de Masami, Teshirogi, Toei, etc.

 

El silencio que se estaba forjando en esa habitación era demasiado peculiar y, hasta el momento, nadie lo había notado. Dégel estaba ocupado revisando algunas cuestiones de su trabajo y unos pequeños imprevistos que acaban de aparecerle, tanto que no notó la extraña situación que se daba en la sala de su casa. Era viernes en la tarde y estaba cuidando a los niños, siguiendo el acuerdo estipulado con su vecino de enfrente. Sin embargo, aquel par de infantes se encontraban viviendo un día diferente, uno de ellos estaba diferente en realidad.

Camus, en un principio, no se fijó en los detalles, porque sinceramente no le interesaba, pero llegó un punto donde no pudo evitar notar que algo faltaba. Ya estaba acostumbrado a que, cuando Milo iba en las tarde a su casa, le hablase, jugara o hiciera alguna clase de ruido. Le costó, pero se había acostumbrado a la personalidad hiperactiva de ese niño. Sin embargo, hoy no estaba como siempre. Dejó que sus ojos cayeran en él y Camus meditó si ese sería realmente Milo. Aquel niño estaba sentado junto a él, ambos en el suelo, frente a una mesa pequeña, muy baja, hecha de madera y colocada sobre una alfombra. Camus escribía en su cuaderno de la escuela mientras que Milo dibujaba algunas hojas blancas o al menos fingía que lo hacía. Se veía completamente distraído, callado, pensativo, perdido en alguna parte de su mente, tanto como para consumir su gran energía.

Arqueó una ceja mientras miraba la hoja del otro niño, repleta de líneas y garabatos sin sentido. Milo nunca dibujaba ese tipo de cosas y dudaba que estuviera practicando alguna especie de arte moderno. No, en definitiva algo le pasaba.

—Milo —llamó al otro, pero éste no le contestó, incluso ni parecía que lo había escuchado—. Milo… ¡Milo!

A su tercer llamado, un poco más exigente, el otro niño lo miró con los ojos bien abiertos y una expresión que casi parecía que lo había despertado de un fuerte letargo.

—¿Qué? ¿Qué ocurre? —preguntó mirando a Camus con atención.

—Estás rayando la mesa —respondió señalando los bordes del dibujo de Milo, donde la mesa estaba pintada con crayón.

—Ah, sí… Lo siento.

Esa respuesta le hizo juntar las cejas a Camus, confundido. ¿Qué supone que era esa reacción? Incluso vio al otro tratando de limpiar sus errores de dibujo con tranquilidad, luego de disculparse. No necesitó más pruebas, algo andaba mal.

—¿Qué te pasa?

—¿Mmh? —Regresó sus ojos a Camus y lo miró como si no entendiera la pregunta—. Nada.

—¿Nada? Llevas un rato largo haciendo garabatos sin decir una palabra y te saliste de la hoja. Tú no haces eso —expuso y Milo lo observó con sorpresa. Camus sabía que, por más desastroso que fuera Milo, ese comportamiento era anormal en él. Llevaban tiempo suficiente conviviendo para tener esa certeza—. Algo te pasa.

—¡No me pasa nada! —dijo con hastío por tanta exigencia—. Además, ¿qué te importa si me pasa algo? No lo entenderías.

Esas palabras le resultaron fastidiosas e hirientes, pero Camus era un niño lo suficientemente racional e inteligente para no volver a dejarse llevar por los arrebatos de Milo. Una vez cayó, de nuevo no. Hacía falta más para provocarlo. Sólo tomó su lápiz y regresó la vista a su cuaderno.

—Bien, no me cuentes si no quieres.

Las palabras tajantes y frías fueron casi como un puñal adentrándose en la piel del pequeño. El silencio volvió a reinar en el ambiente. Camus no alcanzó a escribir una oración de la tarea porque Milo había vuelto a hablar.

—¡Es que Aioria es un tonto!

Una satisfacción que casi le hizo sonreír lo llenó. Había estado seguro de que el otro le hablaría y terminaría contándole qué le pasaba. Era increíble que, con el tiempo que llevaban juntos, haya logrado conocer cómo funcionaba Milo. De hecho era un niño bastante transparente y simple, pero eso no lo hacía aburrido o malo. En realidad era peculiar o así lo pensaba. Ya Camus había aceptado que, en una forma indefinible, Milo le agradaba.

—¿Se pelearon? —preguntó sin demostrar mucho interés. Durante la escuela había visto a Milo algo envalentonado hablando con ese niño y otros más en el recreo; desde entonces se había quedado en esa actitud enojada y autista.

—Todo el día estuvo alardeando de que ahora que es novio de Marin ya es mayor y no va a ser más mi amigo porque sólo soy un niño —relató sintiéndose cada vez más molesto al rememorar el momento—. ¡Y Saga y Kanon le dieron la razón! Todo porque no tengo novia ni nunca besé a nadie —Recargó su rostro en una de sus manos y su expresión molesta se transformó en un puchero.

—No deberías afectarte lo que ellos te digan —Camus sabía a la perfección que tenía razón, pero no creía que sus palabras surtieran efecto en el otro.

—¿Y tú qué sabes? —repuso mirándolo de mala manera—. Seguro tampoco has dado ni un beso.

Los ojos de Camus se abrieron de forma exagerada, en una expresión que pareció divertir a Milo.

—Eso no te incumbe —contestó volteando su rostro. Había intentado ayudar pero ya se había arrepentido—. ¿Qué tiene de importante? Sólo te molestan, siempre lo hacen.

—¡Sí, pero tienen razón! Sólo soy un niño que ni eso ha podido hacer. Voy a cumplir diez y ni siquiera di un beso. Quiero ser grande y…

Mordió sus labios antes decir lo que quería. Deseaba ser mayor y poder concretar algunos objetivos. Además de que la persona que le gustaba se fijara en él. ¡Pero sólo era un niño! ¿Quién lo vería diferente a este paso? Nadie, mucho menos Dégel.

Un pequeño fastidio se dejó ver a través de los ojos de Camus. Él realmente no entendía por qué tanto escándalo, pero no era sólo cosa de Milo, todo el mundo hacía escándalo por ese tipo de cosas: Novios, citas, el primer beso. Quizá se debiera a que él tenía otro tipo de intereses, por lo que esas circunstancias no llegaban a llamarle la atención. Incluso creía que podría vivir tranquilamente sin que le afectase, pero aún seguía siendo niño, por lo que cierta curiosidad sobre qué tenía de especial le surgía inevitablemente.

Resopló bajito ya harto de esa situación y se volteó a mirar a Milo sin cambiar su semblante calmo en ningún momento.

—Cierra los ojos —pidió de una forma que sonó casi imperativa y hasta Milo lo sintió así.

Estuvo a punto de preguntar, pero no lo hizo por alguna razón. Sólo cerró sus ojos, quedando vulnerable a lo que sea que su amigo quisiera hacer. Camus no era malo como Saga, Kanon o Aioria, por lo tanto sabía que no le haría alguna broma tonta; pero también ese pedido era muy extraño.

Sus pensamientos se cortaron cuando sintió una leve presión en sus labios, muy suave y rápida, junto con un pequeño ruido, que sonó casi como un chasqueo. Abrió los ojos con gran asombro observando a Camus, quien no le miraba y parecía nuevamente concentrado en su tarea, pero con la cara levemente sonrosada. Se llevó los dedos a la boca un momento, palpando sus labios con cuidado. ¿Acaso Camus había hecho…?

—Camus… —le llamó sin saber realmente qué preguntar, pero el otro niño no lo dejó seguir hablando.

—Te dije que no era nada importante —sentenció sin mirarlo, escribiendo en sus hojas quién sabe qué.

Milo guardó silencio otra vez, pero ya no era porque se sintiera abrumado, sino porque no había nada más que decir al respecto. Camus tenía razón, era algo simple, sin importancia, pero internamente se sintió feliz de ya poder decir que dio su primer beso. Ahora no tendrían con qué molestarle sus tontos amigos. Sin embargo, una pequeña duda lo asaltó nuevamente.

—Oye —le llamó y Camus apenas levantó los ojos—, si me preguntan si alguna vez besé a una niña, ¿también cuenta?

Al oír semejante argumento, el pequeño golpeó su frente con la palma de su mano prácticamente, arrepintiéndose un poco de lo que había hecho momentos antes. Milo era un tonto, pero por alguna razón no le molestó hacer aquello. Quizá fuese porque se trataba justamente del niño que se había vuelto su amigo cercano… o porque realmente no era algo importante.

No contestó a esa pregunta porque era algo obvio y Milo también llegó a la misma conclusión. Ninguno era niña, pero ya habían dado su primer beso. Era estúpido pensar si contaba o no.

El tiempo pasó ágilmente, sin que ninguno de los niños se diera cuenta. Hablaron y jugaron un poco más, sin volver a comentar lo ocurrido antes, hasta que Kardia llegó a buscar a Milo. El pequeño fue al encuentro con su hermano después de despedirse de Camus y Dégel le abrió la puerta. Ladeó la cabeza al saludarlo, confundido por su expresión; Kardia estaba más serio de lo normal y eso era raro. Por lo general, para que estuviera así, era porque se encontraba muy metido en sus pensamientos o preocupado por algo. Milo se sintió responsable al instante, pensando que su hermano mayor seguía molesto porque le había roto el celular sin querer. Bajó la cabeza y no dijo nada.

Lo que Milo desconocía era que la verdadera razón de la seriedad de Kardia era Dégel. Después de la tensión íntima que habían compartido en su último encuentro, su relación se había vuelto distante, casi como si existiera un abismo entre ellos. ¿Por qué?, tenía muchas ganas de preguntar, pero nunca parecía ser el momento de hacerlo. Sus hermanos siempre estaban con ellos y no podía ponerse a discutir cosas semejantes delante de un par de niños que nada tenían que ver.

La indiferencia con la que Dégel lo miraba no pasaba desapercibida para él. Moría de ganas por enfrentarlo y decirle qué le pasaba. ¿Acaso ellos no se estaban llevando bien hasta el momento? Hablaban y se hacían favores, casi como dos amigos. ¿Por qué de repente se había creado esta distancia? La única respuesta que Kardia tenía era que todo lo que había pensado en ese tiempo no era su imaginación; Dégel sí lo veía con otros ojos. Porque, si no fuese así, no estaría haciendo esto ni tampoco se hubiera dejado llevar hasta casi besarse la otra noche. Había deseo entre ambos, sin duda. Se gustaban. Sin embargo, ¿qué era lo que los alejaba ahora? No tenía ni idea. Confusión, inseguridad, estupidez; vaya a saber uno qué y él estaba perdiendo cada vez más el interés en arreglarlo.

—Kardia —No iba a mentir que se sorprendió cuando la voz de Dégel lo llamó justo cuando se estaba yendo. ¿Qué quería ahora? Se dio vuelta sin mostrar su curiosidad a través de sus facciones—. Mañana… —dijo con un poco de duda, cosa que le hizo entrecerrar los ojos. En esa semana Dégel apenas le había hablado, sólo para saludarse, así que le intrigó mucho qué le diría—. Mañana tengo que trabajar —completó su frase finalmente—. ¿Podrías cuidar a Camus?

Ah, claro. Eso era. Mañana era sábado y Kardia no tenía que trabajar, extraño que Dégel sí, pero no preguntó.

—Sí, llévalo —contestó simplemente y se fue. Él no era del tipo que rogaba o forzaba algo que no funcionaría. Kardía sabía que si podía darse así sería.

No hubo más palabras ni pedidos aquel día. Tampoco quiso pensar más al respecto de ese tema, demasiado con que tuvo que recordar cómo usar el teléfono fijo para llamar a Manigoldo. Al menos uno o dos números era capaz de recordar por sí mismo sin el celular.

Kardia se acostó a dormir esa noche, cansado de trabajar y pensar tanto sobre cosas que parecían no valer la pena, cuando algo en su habitación le sorprendió. Milo se había metido en la cama con él y lo estaba abrazando, escondiendo la cara en su pecho. Esto le llamó la atención, más que nada porque el enano hacía mucho tiempo que no tenía ese tipo de impulsos. Abrazó a su hermano y le acarició la cabeza, sabiendo que eso podría calmar cualquier cosa que tuviera.

—¿Qué pasa, enano? —preguntó en un susurro cansado—. ¿Tienes miedo?

Muchas veces, Milo se había metido en su cama en busca de refugio y protección. Aún lo hacía en realidad, pero en ocasiones esporádicas, cuando se asustaba por una pesadilla o una película de terror; por lo que creyó que ahora pasaría algo así.

—Perdón —mencionó Milo sin quitar la cabeza de su pecho—. No quise romper tu celular, perdón…

Esas palabras le sorprendieron hasta el punto de quedarse mudo unos instantes, hasta que sonrió y abrazó a su hermanito con más fuerza. Sí, un poco se había enojado, pero tampoco tanto. Le llamó mucho la atención que el enano se preocupara por eso, era un monstruo con sentimientos. Un pequeño monstruito que quería mucho a su hermano monstruo mayor y no quería que siguiera enojado. Eso, en cierta forma, le causó ternura.

—No te preocupes —le aseguró calmado mientras pasaba su mano por la espalda del pequeño, transmitiéndole tranquilidad y cariño, en la medida de lo posible—. Sólo era un teléfono, Milo. No importa. Ahora duerme.

No obtuvo ninguna respuesta ni tampoco la esperó. Milo se quedó dormido ahí con él, rindiéndose ambos ante el cansancio. A la mañana siguiente despertó temprano, más por deber que por gusto, y obligó a Milo a levantarse también, cosa que produjo un par de quejas del enano sobre por qué debía madrugar un sábado. Kardia no contestó, la respuesta tocó la puerta unos instantes después.

Camus lo saludó como siempre y entró a su casa, Dégel sólo dijo que pasaría más tarde por él y Kardia no le buscó conversación como normalmente haría. Quizás una buena forma de romper con esa escarcha que se había formado en su relación sería hablando, pero en ese momento no sintió ganas. ¿Estaba haciendo lo correcto? No, él sabía lo que hacía. Tenía una corazonada, la cual le decía que evocara a su poca paciencia y esperara. Kardia confiaba en sus instintos, aunque a veces creía que no tenía sentido eso.

La mañana pasó nublada y rápida, hasta que alguien nuevo tocó la puerta cerca del mediodía. Los característicos golpes le dijeron al instante de quién se trataba.

—Menos mal que me dijiste "paso temprano" hace horas que te estoy esperando, imbécil —se quejó abriendo la puerta, encontrándose a Manigoldo del otro lado.

—No es mi culpa que en tu pequeño cerebro no alcance para entender el doble sentido de una frase —mencionó excusándose—. Qué mal agradecido y yo que vengo a ayudarte.

Kardia suspiró. Sí, él había hablado con Manigoldo por si no le sobraba un teléfono para remplazar, por el momento, el que le rompió Milo. Había tenido suerte, su amigo estaba por irse de viaje.

Estuvo a punto de dejarlo entrar cuando algo a los pies de Manigoldo llamó su atención.

—¿Qué es eso? —preguntó señalando al perro junto a Manigoldo.

—Un perro, idiota —contestó con naturalidad—. ¿O acaso ya te olvidaste cómo eran? —Manigoldo alzó al pequeño perro hasta la cara de Kardia e hizo que lo lamiera—. ¿Ya te olvidaste de Duky? Saluda al tarado de Kardia, Duky.

El perro estuvo un rato lamiéndole la cara y Kardia lo apartó de su vista. Recordaba bien a ese cachorro con manchas negras y marrones, casi igual a un perro salchicha pero más gordo.

—Sé quién es —mencionó irritado—. Mi pregunta es: ¿Qué hace aquí?

Ahora que lo pensaba, ¿cómo había subido Manigoldo sin que él le abriera? Tendría que hablar con esa vieja de planta baja para que no dejara pasar más gente que venía a "visitarlo". Un día lo lamentaría sin duda.

—Ah —expresó Manigoldo dejando al perro en el suelo—. Lo traje para que lo cuides —dijo con tranquilidad y Kardia alzó una ceja sin entender—. Albafica se viene conmigo y su papá también sale, así que nadie puede cuidarlo.

—¿Y yo que culpa tengo de que te quieras ir a joder por el mundo con tu novio? Llévenlo con ustedes.

—Ya me esperaba que fueras así de mierda —dramatizó un poco mientras Kardia rodaba los ojos fastidiado—. Yo me preocupo por ayudarte siempre y una vez que te pido un favor te lavas las manos, qué bicho traidor.

—Oye, oye, tampoco es para que te pongas a exagerar —Lo detuvo, sin poderse creer que esto estaba pasando—. No importa lo que digas, esa cosa que hace caca no va a entrar en mi casa, ya suficiente con Milo.

—Bien, es tu decisión —dijo con resignación que, a ojos de Kardia, era fingida—. La próxima vez que necesites algo pídele ayuda a la rubia, al tarado de Sísifo o a las fotocopias gruñonas; a mí ya no me busques.

Comenzó a irse y Kardia suspiró mientras lo veía caminar hacia la escalera con el cachorro, como si se dirigiera a un matadero. ¿Por qué tenía que tener esta clase de amigos? ¿Y qué le pasaba a todo el mundo que le habían visto cara de niñera? Al parecer debería cambiar de trabajo según las señales que le estaba dando el universo.

—Espera —Lo detuvo antes de que bajara más de dos escalones—. Está bien, te cuido a la máquina de caca, pero esto te va a salir más caro que un celular.

Esas palabras alcanzaron para que Manigoldo lo estrechara en un fuerte abrazo y casi le besara la boca, pero omitieron eso último, mientras el perro ladraba contento junto a ellos. Kardia no quiso oír más a su amigo y entró con el perro, dedicándole una última frase a Manigoldo de "que te vaya a abrir la vieja" cuando se negó a bajar a abrirle.

Alzó al pequeño animal entre sus manos, el cual se removió alegre y le besó la cara de nuevo. Qué asco. Ahora tenía dos máquinas productoras de desechos y una le llenaba de baba. No es que le desagradaran los animales, sólo que en su mente significaba más trabajo.

—¡Milo! —gritó para que el enano fuera hasta él.

—¿Qué? —Su monstruo, en vez de ir, sólo le devolvió el grito.

—¡Ven aquí, enano! —Eso parecía conversación de locos y Kardia supo que debía ser el héroe que se dirigiera a la montaña, o al bicho, era lo mismo.

Milo no tenía los mejores hábitos definitivamente. ¿Será que hacía algo mal en su crianza o no le daba comida balanceada en su dieta? Llevaba muy poco tiempo con el perro como para empezar a ver a su hermano como una mascota también. No eran lo mismo, sólo tenían algunas cosas en común: Comer, dormir, ensuciar, joder. La única diferencia era que uno hablaba para insultarlo y al otro podía hacerlo dormir en la cocina... No, el niño no podía dormir en la cocina, aunque se porte mal, pero sí implementaba otro tipo de tácticas.

El enano apareció delante de sus ojos al fin, seguido de su amiguito. Cierto, hoy estaba de super niñera. ¿En serio debería cambiar de trabajo? Podría considerar eso de anotarse en una agencia, seguro habría niñeras jóvenes y lindas, no como las gordas de esos programas horribles de la televisión.

—Ten —le entregó el perro a Milo, quien lo recibió muy emocionado.

—¡Duky! —espetó el niño cuando reconoció al cachorro y éste lo saludó eufórico.

—Estará con nosotros unos días —explicó Kardia sin muchos ánimos—. Es tu tarea vigilar que no destruya nada —Sus ojos se posaron en Camus, quien miraba curioso al animal—, de los dos —agregó sin importarle en absoluto qué le dijera ese niño. Ahora era la figura de autoridad y como tal no pensaba andar atrás de un perro, para eso estaba su hermano menor.

Camus ladeó la cabeza, confundido al oír esa declaración, sintiéndose absolutamente ajeno a aquella "orden" que les proporcionó Kardia y, a sus ojos, no se veía como lo que en su mente la figura de autoridad era. En la mente del pequeño, Kardia sólo era ese ser que estaba para brindarle seguridad durante la corta ausencia de su hermano, aunque Camus no creía que fuera necesario, pero tenía que aceptarlo por su corta edad y porque Dégel no accedería a dejarlo solo tan fácilmente con lo responsable que siempre había sido.

Más allá de que se sintiera lo suficientemente capaz de valerse por sí mismo, Camus seguía siendo un niño y como tal podía encantarse fácilmente por una mascota.

Milo acercó al pequeño perro y se lo tendió a Camus. Acarició la cabeza del animal mientras oía a su amigo decir un montón de palabras sobre que era el perro de Albafica y Manigoldo, era muy bueno, que lo conoció cuando acababa de nacer, pero Alba le puso un nombre demasiado raro.

—Durandarte —comentó Camus y Milo le miró como si acabase de hablar en otro idioma—. Eso dice la placa del perro, que se llama Durandarte.

—¿Sí? —Miró asombrado el collar del perro y comprobó que era verdad—. Vaya, tienes razón. No la tenía antes, qué nombre tan raro.

—Así se llamaba la espada del héroe de La Chanson de Roland —recordó muy fácilmente ese poema. Dégel lo tenía entre sus libros y solía darlo en sus clases de literatura francesa o medieval. Sin embargo, Milo casi sintió que le estaba revelando una verdad ancestral o un secreto de magia.

—¿En serio? ¿Un héroe? ¿Así como de espadas y dragones? —Camus no recordaba haber oído de ningún dragón en la Chanson pero aun así asintió—. Qué increíble, no sabía que eso significara su nombre —mencionó Milo rascando su nuca—. Recuerdo que Kardia y Manigoldo se quejaban porque tenía un nombre difícil, así que ellos lo nombraron Duky.

—Sin duda es más fácil —concordó inclinándose para acariciar al perrito de nuevo.

—Pero conoces el nombre de verdad. Eres muy inteligente, Camus.

Aquellas palabras, pronunciadas como un halago, le dejaron algo desorientado. No era la primera vez que Milo se lo decía. Estaba acostumbrado a recibir halagos de su hermano mayor, pero que una persona ajena a su familia lo hiciera era raro. Sin embargo, le agradaba. Que Milo le hiciera un pequeño cumplido era agradable de una forma peculiar. Tal vez debería hacer lo mismo.

—¡Vamos a jugar con él! —espetó Milo tomando al perro para llevarlo a su cuarto—. Oye, recién hablaste en francés, ¿qué fue lo que dijiste?

A Camus aquella pregunta en realidad no le pareció extraña. Lo raro allí fue que le produjera sonreír casi sin notarlo.

Ese día, Kardia no tenía ningún plan. Llamar a sus amigos era algo que no le provocaba. Tampoco podía salir si le surgía la oportunidad, todavía estaba siendo niñera. Aunque, en su opinión, no sería un buen trabajo de tiempo completo, por más que hubiera mujeres lindas para conocer. Era una pésima niñera, ni siquiera sabía dónde estaban sus productos a cuidar, su único sensor activado en ese momento funcionaba por si el departamento comenzaba a incendiarse. Si había fuego o algo de magnitud proporcional, se levantaría, pero aún no pasaba.

¿Qué hacían las personas aburridas, sin amigos y con niños? Inevitablemente se imaginó como un abuelo y no hacía mucho pasó los veinte años. Por más que no quisiera pensarlo, aún tenía una idea estúpida rondando por su cabeza: Dégel. Se dijo a sí mismo que no haría nada ni pensaría en eso, pero era inevitable.

Un gruñido fastidioso salió de su boca, creyendo que su fijación por Dégel ya se estaba extralimitando. Posiblemente porque cuando Kardia ponía su interés en algo no se detenía hasta conseguirlo y a veces creía que las fuerzas del universo conspiraban para ayudarlo, aunque ahora dudaba mucho de eso.

Repentinamente, la voz de Manigoldo sonó en su cabeza, diciendo que se dejase de joder y saliera de eso, que él no era ese tipo de idiota que se dejaba ahogar en un vaso de Whisky tan fácil. Posiblemente no vendría con alcohol el consejo, pero le sonó algo que su amigo diría para ayudarlo, con más groserías de por medio, palabras inentendibles, más tragos y quizás finalizara con ambos vomitando en la calle. Sin duda algo memorable.

La voz de Manigoldo en su cabeza tenía razón, tenía que dejar de preocuparse. Olvidaría a Dégel y sus extrañas formas. Quizá lo que le hiciera falta fuera salir con alguien, ya ni se acordaba la última vez que dejó a Milo con el primero que se le ocurrió y fue a cazar algo por ahí. Sí, un poco de sexo le faltaba.

Una mano en su hombro le llamó la atención. Alzó la vista para encontrarse con sus productos a proteger, quienes al parecer buscaban su atención.

—¿Podemos ir a pasear a Duky? —preguntó Milo con una gran sonrisa, la cual claramente decía que por favor dijera que sí.

Odiaba la idea de pasear al perro, pero en ese momento supo que era lo mejor que podía hacer. Ya habían almorzado con los enanos y sacarlos a hacer ejercicio sonaba bien.

Kardia suspiró mientras se levantaba del sillón y estiró su cuerpo con pereza.

—Vayan a buscar la correa.

Suerte que Manigoldo trajo todas esas cosas del cachorro, porque aunque Kardia pareciera un mal hermano nunca le puso una correa a Milo. Lo pensó, pero no lo hizo. Necesitaría mínimo tres correas para atar a sus tres monstruos a cargo, así que se resignaría a que sólo el perro fuera atado.

En algún momento sabía que debía sacar a pasear al animal y ahora sí se estaba refiriendo al perro. Lo bueno de tener niños, era que ellos sí parecían interesados en llevar al perrito, al menos más que él. Por lo que decidió que ellos llevaran la correa. Caminaron hasta el parque que quedaba a pocas calles de su casa. Milo corrió junto a Camus, jugando con el cachorro a pocos metros de él. Intentó no perderlos de vista, pero los enanos sí que eran escurridizos.

Un sonido extraño le llamó la atención. Kardia se palpó los bolsillos, sacando su nuevo celular prestado y supo de dónde había provenido ese ruido. Aún no se habituaba a ese aparato. Jamás fue muy amigo de la tecnología ni era algo que le interesase mucho, incluso casi no usaba internet, por lo que ese teléfono tenía un par de misterios que todavía no se había molestado en entender. Sólo era un mensaje de Manigoldo, informando que todo iba bien en su viaje de "luna de miel" y le preguntaba qué estaba su hijo. No pudo evitar reírse al leer eso, pensando que seguramente lo escribió sin que Albafica lo viera.

Apenas escribió dos palabras para contestar cuando un horrible escalofrío le recorrió la espalda y el aire tranquilo se volvió gélido a su alrededor. Alzó la vista buscando a los niños y lo que vio le desencajó el rostro. Kardia siempre confiaba en sus instintos, pero esto era ridículo. Una gran mancha oscura con filosos dientes corrió como una ráfaga furiosa hacia ese perrito que su hermanito abrazó celosamente junto a su amigo. No pensó nada en esos cortos segundos, Kardia sólo corrió, interponiéndose entre los pequeños y ese maldito perro gigante. Su cabeza caliente no le dejó pensar mucho, sólo alcanzó a ver sangre y no le importó en absoluto que la escena se tiñera de ese color.

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.

.

En definitiva, Dégel no recordaba la última vez que se sintió tan apurado, nervioso y preocupado. Cuando se fue a trabajar esa mañana no creyó que tuviera que salir corriendo hacia un hospital al final del día. Apenas estaba saliendo cuando recibió una llamada de un número que no conocía. Reconoció a la perfección la voz de su hermanito al otro lado del aparato, pero algo extraño no podía dejar de notarse.

¿Dégel, podrías venir? Tuvimos un accidente.

Camus sonó increíblemente tranquilo y claro al decir esas palabras, pero Dégel sintió que casi se ahogó con su respiración. Más allá de la voz de su hermano, oyó un llanto y mucho ruido de fondo. Por más que el niño insistiera en que no pasó nada grave, él quiso saber, pero Camus sólo contestó "Debo colgar, ven pronto".

Ahí estaba, extenuado y tratando de mantener la calma, buscando saber qué pasó y dónde estaba su hermano. Cuando finalmente lo halló fue en un pasillo poco transitado, se dirigió a toda velocidad hacia su pequeño niño, acompañado de Milo y había alguien más junto a ellos, pero lo pasó por alto.

—¡Camus! —mencionó encontrándolo sentando en unas sillas contra la pared y se inclinó para verlo bien—. ¿Qué pasó? ¿Por qué no quisiste decirme por teléfono? ¿Están bien?

Eran muchas preguntas de repente, lo sabía, pero necesitaba respuestas. Camus parpadeó un par de veces, como si estuviese sorprendido y quizás abrumado por ese apresurado interrogatorio.

—Te dije que sí —dijo el niño, refiriéndose a cuando aclaró que estaba bien por teléfono—. A Kardia lo mordió un perro y lo están cosiendo.

Por más que le había dicho que estaba bien, no se tranquilizó. ¿Cómo ocurrió algo semejante? Dégel miró el rostro de su hermanito, notando que estaba levemente sucio con tierra, pero el que más le impresionó fue el de Milo. Aquel pequeño tenía la cara roja y los ojos hinchados, evidenciando que había llorado un largo rato y posiblemente era el llanto que escuchó cuando Camus le llamó. Ambos niños estaban aferrados a una mochila deportiva grande, esforzándose por detener el peso entre ambos y parecían muy decididos a no soltar las correas de la bolsa. Sin embargo, lo que más sorprendió a Dégel fue ver una cabeza de perro salir de ahí dentro. Permaneció estupefacto, sin entender absolutamente nada, aún con la vista fija en el animal, como si ese cachorro fuera a explicarle la insólita situación, pero no sería así. Ese animalito que protegían los niños no podría ser el que mordió a Kardia.

—¿Y ese…? —No completó su frase porque un ruido más fuerte atrajo su total atención.

¡Qué alejes esa cosa de mí! —Oyó con claridad ese alarido fuerte. Sin duda era Kardia y parecía estar peleando con alguien dentro de una de las habitaciones.

¡Quédate quieto! —exigió otra voz, igual de enojada, pero a Dégel se le hizo muy conocida—. Demonios, deja de comportarte como un jodido niño.

¡No vas a meterme nada, pervertido de mierda! No, aleja eso de mí… ¡Voy a denunciarte por mala praxis, desgraciado!

Los gritos continuaron un poco más, dejándolo desconcertado. Aunque la parte más extraña fue cuando el griterío cambió por un canto, no muy agraciado, pero ahora estaban cantando. Simplemente no podía explicarse qué estaba pasando con su vecino y creía que nadie lo entendía o querría entender.

—Siempre son así —Dégel casi pegó un respingo al escuchar que alguien le hablaba y notó que era la persona junto a los niños. Ahora que lo miraba bien, quién era y qué hacía con ellos. ¿Por qué todo era tan raro?—. A Kardia le cuesta venir a hospitales, pero todo está bien.

Bien, al parecer el implicado conocía a Kardia y posiblemente podría explicarle mejor qué ocurrió. Se irguió, aún mirándolo, tratando de hacer un escáner rápido. No, definitivamente no lo conocía.

—Disculpa, pero podrías decirme qué pasó —pidió ya harto de tanta confusión— y quién eres, si no te molesta.

No quería ser descortés, pero él era un desconocido y toda la situación era tan rara que dejar un poco las formalidades era una buena opción. Aquel hombre lo miró como si hubiese olvidado algo importante y se paró junto a él, extendiendo su mano.

—Soy Deuteros —dijo con simpleza y Dégel aceptó su saludo, esperando más explicaciones—. A Kardia lo mordió un perro en el parque y mi hermano lo está atendiendo, tuvieron que hacerle unos puntos en el brazo, pero vivirá. Ignora los gritos, creo que él sólo lo hace para lograr que Aspros se cabree más.

Esa explicación lo confundió un poco, pero recordó ese nombre. Aspros, una vez habló con ese médico cuando Kardia se enfermó y seguramente se trataba del mismo. Eso al menos tenía sentido y al fin comenzó a sentirse más aliviado.

—Ya veo —contestó casi en un suspiro—. Son amigos —mencionó pensando que era lógico que, mientras curaban a Kardia, dejaran a los niños con alguien de su confianza—. Gracias por cuidarlos. Soy Dégel, por cierto.

—Lo sé, me han hablado de ti.

Aquellas palabras no tuvieron nada de especial, pero le perturbaron de alguna forma. Le dio curiosidad saber quién le había hablado y de qué a esa persona que apenas conocía. Si era amigo de Kardia, vaya a saber uno qué le habría dicho, pero también cabía la posibilidad de que Camus o Milo le comentaran quién era en ese rato que estuvieron en el hospital.

Decidió tomar el lugar de Deuteros y sentarse junto a los niños. Milo también tenía la cara algo sucia y los ojos brillantes. No entendía por qué, aunque posiblemente siguiera asustado por lo que pasó.

—¿Qué ocurre? —le preguntó al pequeño, pero éste sólo hizo una mueca, angustiado. Dégel le acarició la cabeza y sonrió intentando transmitirle tranquilidad—. No hay de qué preocuparse. ¿Oíste? Todo estará bien.

—Es mi culpa —la voz quebrada de Milo le interrumpió y apretó más la correa que sostenía la mochila donde escondían al perro—. Yo quise ir a pasear a Duky, si no hubiera dicho nada ese perro no habría aparecido y Kardia no estaría…

Simplemente no pudo seguir. Las lágrimas volvieron a descender por su rostro y Dégel sintió que su pecho se comprimía. Ya había visto a ese niño llorar por su hermano mayor, sin duda le profesaba un gran cariño. Sólo atinó a abrazarlo, acariciando su pelo y buscando que se calmara. ¿Qué otra cosa podía hacer? No podía verlo sufrir así. Por más que supiera que todo estaba bien, Milo se sentía tan culpable como si hubiese sido él quien mandó al perro a morder a Kardia. Le causaba una indescriptible ternura, pero también mucha pena. Era difícil que los niños pequeños entendieran determinadas circunstancias. Ellos en sus infantiles mentes hilaban los sucesos con inocencia y sentimientos puros. Milo sólo deseaba que su hermano estuviera bien, que no se enojara y se quedara a su lado; al igual que Camus con Dégel por más que no lo demostrase de forma tan evidente como el otro niño. Eran muy parecidos los dos.

—No es así —dijo con una voz suave, intentando tranquilizar al niño—. No es tu culpa, sólo fue un accidente. Ya no llores, Milo —pidió dándole un pequeño beso en la coronilla de la cabeza—. Cuando Kardia salga, vas a tener que darle un abrazo y él no querrá verte llorar. Te ves encantador sonriendo.

Al decir esas palabras, creyó que los lastimeros sollozos fueron disminuyendo y eso le conformó. Incluso el perrito salió de su bolsa para besarle el rostro a Milo, cosa que hizo reír hasta a Camus. Había visto a su hermanito levemente inquieto por la situación, pero permanecía en control. Era un niño muy sereno, seguramente había sido él quien ayudó a tranquilizar al otro pequeño antes de que llegara. Dégel no sabía exactamente qué harían ahora, pero no mintió al decirle esas cosas a Milo. Sonreía de una forma adorable todo el tiempo y verlo llorar le partía el corazón, aunque tuvo el ligero pensamiento de que Milo sonreía igual a Kardia.

Pasó un ligero rato, el suficiente para calmar todos los ánimos descontrolados, y una puerta muy cercana a donde estaban se abrió. Ése debía ser Aspros, sobre todo porque era muy parecido, por no decir idéntico, al tal Deuteros y se dirigió a éste, visiblemente ofuscado.

—¿Puedes creer que el imbécil me obligó a cantar como Britney para ponerse la antitetánica? —mencionó indignado hasta la punta de los cabellos. Deuteros sólo se rió y le hizo una señal de que no estaban solos, por lo que Aspros volvió a su pose profesional—. Oh… —Se acomodó lo mejor que pudo, por más que sabía que estaba desaliñado por su pelea con Kardia—. Un placer, Dégel. Soy Aspros, hemos hablado por teléfono.

Ya no le sorprendía que supieran exactamente quién era o el trato tan familiar que se presentaba a su alrededor. Por más extraño que pareciera, ya se estaba acostumbrando.

—Sí —se levantó dejando a los pequeños en las sillas y poder pararse frente a ese doctor—. ¿Todo está bien?

—Afortunadamente no hubo necesidad de atarlo a la cama para que coopere, pero estuvimos a punto —explicó cuál era la opción real, pero Aspros había cedido ante el ridículo pedido musical, aunque ya era tarde para arrepentirse—. Puedes pasar a verlo si quieres.

—¿Podemos entrar? —preguntó Milo emocionado y tuvo el impulso de pararse, pero recordó al cachorro que escondían. No podían dejarlo en otro lugar y en el hospital no permitían animales, pero Deuteros tuvo esa pequeña idea que hasta el momento funcionó.

—No creo que debas… —mencionó Deuteros y buscó ayuda en su gemelo, como si éste pudiera entenderle con una mirada.

—¿Por qué? —El niño decepcionado volvió a hacer un triste puchero.

—Porque no pueden entrar muchas personas de golpe —aclaró Aspros muy convencido de lo que decía, por más que supiera que él podría incluso hacer entrar una orquesta a la habitación si quería –aunque quizás eso fuera excesivo–, pero había entendido bien las intenciones de su hermano menor—. Es contra las reglas, así que deberás esperar, pero será poco.

Dégel no entendió con qué propósito debería ir él primero a la habitación, pero antes que pudiera decir algo ya lo estaban prácticamente empujando para que se fuera.

—Ve, nosotros los cuidaremos —aseguró Deuteros con una sonrisa que mostraba un diente que le sobresalía. Cuando pudieron convencerlo se sintió más aliviado. Sabía que Kardia se pondría contento de verlo, ya que todos estaban enterados de los intereses mudos que existían entre esos dos, al menos los que Kardia tenía con su vecino. Se veía como buena persona, ojalá funcionase. Por otra parte, miró a su gemelo con una mueca un tanto bribona y finalmente dijo lo que quería—. ¿Fue la de Toxic o alguna otra?

Aspros lo miró con ganas de querer arrancarle la cabeza y aseguró que nunca lo sabría, porque las paredes del hospital eran lo suficientemente gruesas como para que no se distinguiera la canción. Sin embargo, Deuteros no pararía hasta saber el tema y que su hermano le cantara también, eso no se la negaría nadie.

Por su parte, Dégel escuchó la risa de ese par de clones y la ignoró siguiendo su camino. ¿Por qué había aceptado semejante propuesta? Él no era nada de Kardia, más que un vecino. Si no se había ido aún con su hermano era para no dejar a Milo solo. No es que no confiara en esos gemelos, aunque no tenía por qué ya que no los conocía, pero quería asegurarse de que el pequeño estuviera bien, se había encariñado un poco con él sin duda. Sin embargo, por más que quisiera convencerse de esas cosas, sabía que había más detrás de todo eso.

Dentro de su cabeza, se repetía que era estúpido en su totalidad seguir negando. La realidad era que quería ver a Kardia y comprobar con sus ojos que estaba bien porque, por más que se lo hayan dicho, necesitaba verlo. Al venir estuvo preocupado por Camus, Milo y también por Kardia. Había querido alejarlo de su mente, pero volvía a reincidir. Los dedos de Dégel acariciaron el picaporte de aquella puerta de hospital y muchas imágenes pasaron por su cabeza en los pocos segundos que tardó en abrir. Todos los favores, risas, historias y momentos que no quiso pensar. Cuando se ofreció a cuidar a su hermanito, cuando arreglaron hacerlo juntos, la vez que tuvo fiebre, las comidas que compartieron, la noche que se cortó la luz, las cosas que hablaron y sobre todo eso que no llegó a pasar.

Allí lo encontró, sentado en una cama, observando su brazo envuelto ee blanco y con la cara más serena de lo que esperó. Cuando Kardia posó los ojos en él no dijo nada, casi como si no entendiera por qué estaba ahí o si aún tratase de procesarlo, y Dégel sólo permaneció parado en el umbral de la puerta sin proponérselo. Ambos se observaron un momento, como si no lo hicieran hace bastante o como si no lo hicieran de esa forma hace tiempo.

—Hola… —dijo acercándose más y tratando de recordar cuál fue el motivo que lo llevó hasta esa habitación—. ¿Estás bien? —preguntó refiriéndose al accidente y Kardia parpadeó como si acabara de despertar, cosa no muy alejada de la realidad.

—Hola —También lo saludó, sintiéndose un tonto por eso. Ni la primera vez que lo vio se sintió así de idiota al decir esa simple palabrita—. Sí, no fue nada —mencionó restándole importancia a sus heridas mientras se encogía de hombros, pero eso le provocó un tirón de dolor no muy agradable, aunque pudo disimularlo—. Se ve que los animales no me quieren tanto.

Una pequeña risa se le escapó al decir ese comentario tan imbécil. ¿Por qué de repente sentía que no sabía cómo hablar con Dégel? Quizá porque hacía algo de tiempo que no mantenían una conversación real y ya se había olvidado cómo hacerlo. Aunque Kardia creía que las asperezas entre ellos eran lo que limitaba la fluidez de las palabras, cosa que le exasperaba.

—Supe que te pasó por interponerte para salvar a… ¿Duky? —Dégel ladeó la cabeza y arqueó una ceja sin estar seguro si ese era el nombre del cachorro, pero eso pareció provocar una risa en Kardia.

—Sí —contestó—. La maldita bestia quería devorarlo y podría haberle hecho algo a los enanos. Suerte que apareció su dueño o le carneaba a su bolsa negra de sebo, pero no se fue sin que lo insultara a él y a toda su descendencia.

—¿No vino hasta aquí? —preguntó creyendo lógico que el dueño del animal se responsabilice.

—Sí, pero Deuteros habló con él porque yo sólo le grité y hasta lo escupí —contó con mucho orgullo esa asquerosa hazaña, lo que sorpresivamente le sacó una pequeña risa a Dégel y fue suficiente para que Kardia pensase que no todo estaba perdido entre ellos, quizá.

—Qué intrépido —dijo Dégel mirándolo a los ojos. En serio pensaba que Kardia había sido valiente al interponerse por los niños y el cachorrito. No estaba enojado con él por lo que pasó. Muy por el contrario, se sentía feliz porque los haya protegido de esa forma, aunque saliera herido. A lo largo del tiempo que llevaban conociéndose, se convenció de que dejaba a Camus en buenas manos, pero ahora no tenía dudas—. Gracias por cuidar a mi hermano.

Un aturdimiento extraño le sofocó al oírlo decir esas palabras. Dégel había sonado tan sincero e incluso le estaba sonriendo de esa forma. En un momento creyó que lo mataría por su descuido y poner en peligro a los pequeños, también esperó que no le dijera nada, pero esto sí que fue algo que no vio venir. Compartió la misma expresión que él, sintiendo un gran alivio recorrerle al verlo bien, como si el peso que traía días atrás fuese desvaneciéndose.

—No es nada, sé que hubieras hecho lo mismo por Milo, y Camus me agrada —No estaba seguro cómo calificar su estima hacia ese pequeño apático, pero era bueno, se portaba bien, no contestaba y hasta hacía caso. Suficiente para que lo quiera.

—Milo estaba muy triste por lo que pasó.

—Ese enano llorón —murmuró al aire y acabó dando un suspiro cansado para luego levantarse de la cama—. No importa, verás que después de un helado lo solucionaremos.

No mencionó nada sobre su método para arreglar los problemas y su forma poco ortodoxa, pero sí a él le funcionaba estaba bien con eso. Aunque sabía que en esa propuesta del helado él no estaba incluido ni su hermano. Cuando saliesen cada quien debía tomar su camino y volver a la rutina. Por más que fuese complicado, era lo mejor.

—Dégel —Kardia le llamó cuando lo vio con intenciones de salir y se acercó un poco más a él—. Hay algo que quiero decirte.

Esa forma, aquellas palabras, esa mirada; todo junto sólo le daba una posibilidad y era lo que menos deseaba.

—No —contestó tajante y certero, volviendo a poner la misma expresión dura como hielo que había llevado regiamente todos esos últimos días.

—¡Ni siquiera sabes qué voy a decir!

—Lo que sea, la respuesta es no.

—¿Por qué?

—Porque no y se acabó —sentenció dando fin a esa conversación tan corta—. Vámonos que nos están esperando —Dirigió sus pasos a la puerta, pero Kardia no estaba dispuesto a terminar así. Se colocó frente a él, con la intención de enfrentarlo.

—Dime por qué —exigió nuevamente, sintiéndose molesto, tanto que el dolor en su brazo se le olvidó e incluso la vacuna que le puso Aspros en el trasero pasó a segundo plano—. ¿Por qué no?

—Hablo en serio, Kardia, ya basta.

—Yo también y nunca lo hice tan en serio —espetó sin ganas de callar nada. Estuvo guardando mucho y ahora dejaría que todo estalle en la cara de su vecino, las consecuencias le tenían sin cuidado—. ¿Por qué eres así? Tan cerrado, más que el monedero del viejo Sage —Quiso reírse de esa broma que dijo sin pensar, pero no era el momento. Ahora tenía que exponer sus pensamientos—. No te entiendo, Dégel. Si me dijeras que no te pasa nada lo entendería, pero es obvio que sería una mentira porque los dos sabemos que pasa todo.

Kardia jamás había sido un buen orador e incluso le costaba darse a entender en muchas situaciones, pero creía que ahora había sido bastante claro y conciso, tanto para dejar mudo al otro. ¿Qué más necesitaba hacer para que rompa un poco el maldito cascarón? Incluso ya creía ser capaz de ver un poco a través de la crisálida helada que recubría a Dégel, pero esa idea cada vez le parecía más abstracta.

No tenía en sí forma de negar las palabras de Kardia porque los últimos hechos no se lo permitían y todo entre ellos daba a entender que pasaba algo más que una posible amistad. Sin embargo, no estaba dispuesto a admitirlo. Dégel no quería tener ningún tipo de affaire o aventura con su vecino por razones que, quizá, no fueran muy contundentes pero sí las veía importantes. Era más fácil ser amigos, más práctico. Ayudarse, compartir un poco pero no demasiado, y disfrutar de la amena relación que compartían sus hermanos menores. Dégel sabía que un romance sólo lo complicaría, sobre todo si las cosas no salían bien entre ellos, algo que era evidente. Aprendieron a llevarse bien, a pesar de sus grandes diferencias; pero un par de amigos o vecinos eran capaces de lograrlo. No funcionaría de intentar algo más y Dégel no era del tipo de persona que se acostara con otros por placer, lo que asumía que era el motor de las intenciones de Kardia. No quería ser injusto, pero así lo veía y no le interesaba.

—Soy así porque no quiero involucrarme en algo que sólo acabará como trivialidad, esas cosas no son para mí —dijo esperando que eso contestara sus preguntas, pero supo que debía ser más asertivo—. No soy como tú, Kardia. No me interesa.

Eso sí que fue un golpe bajo, porque lo comprendió a la perfección. Sin embargo, Kardia consideraba que las palabras de Dégel estaban mal, porque no planeaba que fuera algo trivial y tampoco le creía cuando decía que no le interesaba. Había muchas señales que le decía que no, por más que su vecino creyera que era mejor cortar el problema de raíz, sabía que eso no podía ser posible. No lo dejaría.

—¿Y si no fuera así como piensas? —preguntó de forma inesperada y con convicción brillando en sus ojos—. Si te demuestro que puede ser diferente, ¿vas a romper el jodido hielo?

Aquello le hizo arquear una ceja, pero también entendió que no podría detenerlo hasta que lo deje probar su punto. En todo ese tiempo juntos, Dégel no podía negar que Kardia era agradable y le gustaba estar con él, bastante en realidad. Por más que no lo dijera a viva voz, él ya había roto un poco su hielo, como le dijo.

Si seguía negándose, todo acabaría mal. Si aceptaba, también acabaría mal… o quizá no. Tampoco tenía forma de probarlo en ese instante. No quería que la agradable relación que se había creado entre ellos se rompiera o perjudicara a sus hermanos, pero sin duda había en él ciertas ganas de arriesgarse. Por más que no esperara nada de su vecino, éste tenía algo que lo incitaba y convencía aunque se negara. Posiblemente fuera ese mutuo interés del que hablaba Kardia hace un momento y el placer que le generaba experimentar eso que creyó olvidado hace tiempo.

—¿Y qué planeas hacer para demostrarlo? —Como dijo antes, no esperaba nada, pero Kardia se mostró tan seguro que le generó intriga.

Tragó saliva por un momento y supo que era ahora o nunca. Un pequeño ápice de luz había iluminado su posición, dándole una oportunidad o al menos eso fue lo que entendió. Sin embargo, no tenía una respuesta. Kardia se quedó sin un argumento convincente y no tuvo ganas de elaborar otro, por lo que concluyó lo que hacía tiempo tenía ganas. Con un andar muy decidido, se acercó a Dégel y éste no lo rechazó ni se vio sorprendido. Parecía incluso como si supiese cuáles serían sus movimientos y qué planeaba hacer. Aquellos ojos, los cuales se mostraban en todo su esplendor sin ningún vidrio que los cubra, lo siguieron y se clavaron a los suyos de forma casi hipnótica. Un par de veces creyó que Dégel tenía el poder de ver más allá de él a través de sus ojos y eso le generaba un escalofrío placentero.

El corazón le golpeó contra el pecho, provocando que sonriera emocionado. Tuvo el tiempo suficiente para que sus dedos le acariciaran el rostro un segundo y rozaran algunos de los mechones de cabello. Sí, justo así todo era perfecto. Quería sentirlo más, que esos bellos ojos descubrieran lo que había dentro de su mente y sus respiraciones se mezclaran cada vez más notorias. Cuando sus labios al fin se tocaron tuvo temor de que algo pasara, pero no fue así. El hospital no colapsó, no hubo un terremoto y el mundo siguió girando, por más que ellos tuvieran la leve sensación que el tiempo se detuvo.

Lo primero que pensó fue en algo suave, húmedo y delicioso; ¿manzanas con caramelo? No, era mejor. Una manzana la podía conseguir todos los días, pero esto era algo que, en ciertos momentos, pensó que le sería imposible. Lo más sorprendente fue que Dégel no se alejó de él, sino que lo siguió y aceptó el ímpetu de los movimientos de sus bocas cuando la situación se tornó ligeramente más intensa. No era su plan, en realidad no tenían un plan, pero sentir cómo se besaban y la forma en que lo dejaba adentrarse en su boca le supo a gloria definitivamente. Kardia era bueno besando, lo suficiente como para convencerlo y creía estar haciéndolo bien. Por su parte, Dégel aún no podía decir que aceptaba, porque su concentración estaba puesta en ese intenso y exquisito baile que compartieron. No recordaba la última vez que le dio un beso, pero sin duda nunca supo lo atractivo y vigoroso que podía ser hasta el momento. Incluso sus manos jugaron un papel importante, abrazándose y atrayéndose mutuamente, demostrando que eso era algo mucho más fuerte de lo que se veía en la superficie.

Estuvieron demasiado pendientes en el otro, compartiendo esos anhelados toques y sin querer decir qué pasaría más adelante. Quedaría ahí todo o tal vez no, todavía no podían decirlo. Sin embargo, un pequeño par de ojos vislumbraron esa escena de forma incrédula. Camus no se animó a entrar, sólo vio por un pequeño espacio desde la puerta y su expresión permaneció pasmada. No quería ver más, por lo que se alejó y volvió rápido a donde estaba. Su hermano besándose con Kardia era lo que menos deseaba ver en ese instante y más de esa forma. No porque le molestase, sino porque era extraño. Ahora entendía algunas cosas y muchas otras cobraban sentido. Conocía lo suficientemente bien a Dégel como para notar que Kardia significaba algo diferente, pero ahora entendía cuál era esa diferencia. Era extraño, no molesto, pero extraño. Querría a Dégel sin importar nada, pero estaba seguro en que no quería volver a verlo besándose con nadie.

Volvió a sentarse junto a Milo y los gemelos hablaban no muy lejos de ellos, vaya uno a saber qué era lo que no querían que escucharan. Camus era pequeño, pero no tonto.

—¿Y? —dijo Milo impaciente cuando regresó— ¿Preguntaste si podíamos ir?

Claro, por eso fue que se levantó. Milo cuidaba al perro mientras iba a preguntar.

—No… Aún no se puede —explicó por obvias razones que no podía dar—. Debemos esperar a que nos digan para entrar.

Milo pareció decepcionado al oír eso y Camus se preguntó cómo se tomaría la relación entre sus hermanos mayores. No sabía si había una, pero lo que vio le indicaba que sí. Recordó que a Milo le gustaba Dégel por lo que posiblemente no estuviera contento, pero quizás así entendería que no había forma alguna de que estuviera con una persona así de mayor y más siendo su hermano.

—Oye, Camus —Volteó al oír cómo le llamaba, pero Milo estaba concentrado en acariciar a Duky—. Gracias por todo hoy, pero no le digas a nadie que lloré. Sabes lo pesados que son los chicos.

Aquello le sacó una pequeña risa, cosa peculiar en él, pero ya se acostumbró a que Milo le provocara ese tipo de reacciones. Dégel podía y él también, su amigo.

—No es la primera vez que te veo llorar —recordó un par de episodios donde eso ocurrió y el otro niño lo miró enfadado—. Está bien, prometo no decir nada.

—Gracias —murmuró contento y sus ojos se encontraron con los de Camus, ambos compartiendo verdaderos sentimientos a través de sus miradas. Cariño, comprensión, compañerismo, amistad y cosas que incluso no sabía explicar bien. En un movimiento fugaz, se estiró un poco y le dio un beso pequeño, igual al que compartió con Camus en su casa. Esa vez se lo dieron porque él quería saber cómo era dar uno, pero este no tenía una clara razón de ser. Simplemente quiso hacerlo.

El estremecimiento que le recorrió no tuvo nombre y tampoco pudo explicarse por qué Milo hizo eso. Le había devuelto el beso que le dio. No era para tanto, como dijo la primera vez, pero posiblemente lo que acababa de ver con sus hermanos mayores lo había dejado algo turbado. Tanto que ahora no sabía cómo reaccionar.

—¿Beso de agradecimiento? —mencionó Milo al ver su confusión. No supo si reír o quejarse por esa tontería que inventó para solventar lo que había hecho, pero a Camus le pareció perfecta.

—Beso de agradecimiento, sí —concordó como si con eso sellaran un pequeño pacto silencioso.

Kardia y Dégel tenían sus secretos y ellos también, pero todo iba a terminar surgiendo a la luz en algún momento.

Notas finales:

Bueno, ya llegamos al final del capítulo. Les aviso que aún no tengo nada pensado para el próximo capítulo, pero algo saldrá, supongo. Siempre sale algo.

Ahora un amigo descubrió mi cuenta, así que me siento vigilada, seré breve(?) En fin, nos veremos la próxima con cositas locas.

Muchos besitos, perdón por la tardanza y gracias por su paciencia, por leer, y por todo. Nos vemos la próxima!


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