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Lo que Haga Falta por jotaceh

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Notas del capitulo:

Zdravo!

Hola todos!!!

Espero que hayan tenido unas excelentes fiestas de fin de año y que este 2015 sea muy provechoso para ustedes...

 

Bueno, cada vez nos acercamos más al final de la historia... Este es nuestro penúltimo capítulo... Espero que les guste y que esperen con ansias el final... Muy pronto lo subiré :D

 

A leer!!!

CAPITULO XXXIX: El secuestrador.

 

Los intentos por dar con el paradero de Daniel no se han detenido, la policía por su parte, como sus padres por otro, buscan desesperados al pequeño rubio, el tiempo sigue su curso y cada día que transcurre sin saber de él se vuelve más doloroso.  Antonio camina por aquel bosque sintiéndose impotente, incapaz de tener de vuelta aquello que más adora en este mundo. Aun siendo la persona más poderosa de la nación, de tener la fortuna más cuantiosa de un país entero, no ha podido lograr aquello que se propone, y es que pareciera que a su hijo se lo ha tragado la tierra. Ha recorrido cada lugar imaginable en el cual puedan haber rastros de Daniel, pero todo ha sido infructuoso. Aquel bosque es una de sus últimas esperanzas, luego de eso quizás deberá pensar en buscar en un radio más amplio, en otras regiones e incluso iniciar una investigación internacional. Toca un tronco seco, acaricia su corteza como si te tratase del mismo pequeño a quien busca. Lo dejó cuando apenas era un bebé, pero el amor de padre es tan fuerte en su interior, que no pudo dejar de amarle y tal vez, jamás lo haga. No les une ningún lazo sanguíneo, ni siquiera una historia común, pero eso no es impedimento para que su alma se estremezca tan solo al recordar aquel cabello claro y sus ojos azules tan intensos.

 

-Tienes que tener fe, pronto lo encontraremos.- Escucha de pronto a su espalda, al mismo momento que una mano poderosa se posa en su hombro. Aquella voz pertenece a quien le ha acompañado en esta misión desde hace algunos días, desde aquella jornada en que sus labios se volvieron a unir después de tanto tiempo. Antonio acaricia aquellos dedos con la delicadeza de su rostro, manteniéndolos prisiones en aquella cavidad que se crea en su cuello. ¿Cómo impedir que tantos sentimientos afloren de pronto? Es algo que ninguno de los dos puede, pero la razón hace su trabajo tercamente, poniendo en una balanza tanto el amor como la gratitud. –No podemos seguir así… Esto no puede ser. Javier no se lo merece…- Pronuncia el castaño mientras se separa de Guillermo, dándole aun la espalda e intentando huir. –No puedes estar con alguien a quien no amas… Por mucho que te haya ayudado durante estos siete años, no debes jugar con sus sentimientos… Dile la verdad y seamos felices por fin…- El hombre de ojos azules voltea a su enamorado, para tratar de convencerle mirándole fijamente. Ya no puede aguantar un segundo más alejado de Antonio, desea con todo su ser gritarle al mundo entero que jamás ha dejado de amarle. Desde aquel encuentro en el mirador, toda su vida se ha transformado. No puede estar del todo dichoso debido a la desaparición de Daniel, pero el hecho de saberse querido por quien fue por muchos años su enemigo, le ha regresado las ganas de vivir; su cabello resplandece como antaño, con aquella claridad y brillo que hace mucho había perdido; su piel ha recobrado el rubor y ya no se presenta decadente. Parece un hombre nuevo, eso es lo que puede crear en alguien el sentimiento más puro y desinteresado del universo.

 

Toma con ambas manos su delicado rostro, aquellas facciones que por tantos años observó viviendo bajo el mismo techo. Antonio tal vez no ha sido su primer amor, pero si el más poderoso que ha sentido jamás. Sus pupilas buscan aquel delicioso brillo en las de su amado, no demorándose mucho para encontrarlo. Aquella conexión dura un largo momento, y podrían permanecer así por la eternidad. Sin saber las acciones de su cuerpo, poco a poco se acerca a aquellos suculentos labios. Anuncia su llegada rosando delicadamente aquella piel rojiza, creando un fuerte estremecimiento en aquel cuerpo amado. Sin medir el tiempo, ni siquiera percatándose de su existencia, incursiona en su boca, deleitándose con su sabor y con su textura, tratando se recordar cada sensación, guardarla en el pedazo más importante de su memoria, para que así no pueda olvidarle jamás.

 

Sus cabellos castaños reposan sobre el césped húmedo y salvaje que crece en aquel bosque maravilloso. Su respiración se detiene al ver en las pupilas de Guillermo la pasión de antaño, el deseo de consumar un amor perpetuo.  Los rayos del sol se cuelan débilmente por las frondosas ramas de los árboles, terminando en la piel lozana y nívea de Antonio, decorándola magistralmente, aumentando la hermosura de su desnudez, la delicadeza de sus trazos y la armonía de sus facciones. -¿Cómo puede ser que sigas siendo el mismo muchacho de siempre? Pareciese que el tiempo no transcurre en ti…. Eres un ser celestial, un ángel caído en las llamas de este infierno, una hermosura jamás igualada ni olvidada… La razón de todas mis locuras, de todas mis acciones… de todos mis pensamientos…- Susurra al viento el rubio, mientras se deleita con aquel ensueño.

 

Inicia en los pies, recorriendo sus piernas y asentándose en sus muslos. Trata de besar cada centímetro de su piel, pero se detiene en aquel lugar dónde sus labios provocan un suspiro embelesado. El sonido inunda la boca de Antonio y se expande por el lugar como una ola en el mar. Su cuerpo se estremece ante los placeres entregados por Guillermo. El sudor inunda su frente, mientras un vendaval inimaginable de emociones colma su corazón. Siente como la lengua del rubio juguetea con su sexo, lamiéndolo y estimulándolo con paciencia, con esmero, dedicándose a entregarle el mayor de los placeres. Sus piernas delgadas se estremecen de pronto, sus labios se contraen y todo su ser se concentra en un solo lugar, allí donde la pasión explota, donde un torrente sucumbe a la tempestad e inunda ferviente su piel blanquecina. Sus labios se derriten en gemidos, sus ojos se cierran ante tal conmoción, mientras que su pecho se expande y repleta de sudor. No mucho después, el vendaval es sofocado gracias a los besos delicados de Guillermo, quien se dedica a contemplar aquel rostro sereno, a buscar el brillo latente en esos ojos del paraíso.

 

Rodea aquel cuerpo fino con sus brazos poderosos, le comparte su calor y el latir incesante de su corazón le proporcionan la más gozosa de las melodías. Sus labios no paran de besar el cuello de Antonio, mientras juguetea con sus pies, haciéndole cosquillas y logrando que su cuerpo se estremezca de una forma diferente. El césped bajo sus pieles sigue húmedo y el sol prosigue con su ronda alrededor del firmamento, escabulléndose de vez en cuando por las rendijas que dejan las hojas de los árboles. De forma natural, continuando con lo que han iniciado y sin decir palabra alguna, Guillermo introduce delicadamente su falo en el interior de ese cuerpo sudado. Poco a poco comienza a repletar aquella cavidad, con cada avance logra sentir el estremecimiento en Antonio, por lo cual le besa el lóbulo de la oreja para compensar aquel momento. Ambos cuerpos se funden en uno solo, la unión es poderosa. Los movimientos del rubio inician pacíficamente, restregando sus vellos en la tez pálida del castaño, mientras le repleta con su respiración la espalda. Sintiendo la contracción de su miembro, logra producir un fuerte gemido que dan inicio a embestidas cada vez más poderosas. Su piel se nutre de un sudor ligero, que transita por su espalda grande y fornida, bajando tiernamente hasta sucumbir en sus glúteos, los que se mueven al compás del sexo.

 

De pronto el hombre de ojos azules interrumpe el coito, se separa de su amado para dejarlo tendido en el verde césped del bosque. El menor de los Palmer siente de pronto el frío de la soledad, la respiración congelarse en unos segundos, pero aquel impacto se amortigua cuando aquel que decía ser su primo se posiciona sobre él. Aun con la calidez de su falo erecto, decide mirarle detenidamente a los ojos, quiere que contemple la cúspide del éxtasis reflejado en sus ojos, enseñarle al castaño que solo él puede realizar aquel milagro en su vida, que tan solo a él puede amar.

 

Siguiendo con el acto, y sin siquiera decir algo para anunciarlo, Guillermo levanta las piernas de Antonio para así introducir nuevamente su miembro en aquel calor magnánimo que le llena de placer. Esta vez ambos se observan mientras los movimientos se convierten en vendavales. No hace falta un beso, o un “te amo”, tan solo aquella conexión con sus miradas es necesaria para remecer sus emociones. El final de aquel momento se acerca y el castaño puede darse cuenta, ya que las manos del rubio aprietan cada vez más fuerte sus piernas, evidencia inequívoca de la conmoción provocada en sus cimientos. De pronto, la voz del mayor se convierte en un gemido larguísimo, provocando la misma sensación en Antonio que el líquido que repleta por completo su interior, escurriendo temerario por sus piernas. Todo él comienza a impregnarse de la materia de Guillermo, su aroma se empapa en su tez y sus labios con sus besos. Entre un fuerte abrazo, comparten respiraciones entrecortadas, pieles sudorosas y corazones palpitantes. El castaño se refugia en el pecho protector de su amado, mientras este le acaricia con su aliento en el cabello. En medio de la conmoción, pequeñas gotas mueren inquietas en aquel pecho, asustando a su dueño, quien confundido levanta el mentón de aquel rostro fabricante de las lágrimas. No puede dar crédito que el hombre más poderoso del país, quien puede lograr hasta lo impensado, ahora esté sollozando entre sus brazos, mas no de pena, sino que de alegría, de emoción por volver a oír el corazón salvaje de su siempre amado primo.

 

La noche ha caído de improviso, las luces inundan los hogares en la gran ciudad, aunque no en una habitación, no en un pequeño espacio abandonado y entristecido. Sobre aquella cama yace el cuerpo inmóvil de Michel, quien ya no parece ser el mismo moreno que secundaba en sus acciones a Guillermo. Se le ve demacrado, con la piel oscura como la noche, pero sin el brillo de una luna protectora. Sus ojos no resplandecen, sus labios no hablan y sus oídos no escuchan. Pueden verse sus huesos a través de la piel, y es que no ha ingerido alimentos en días, pareciese que solamente busca la muerte. A aquel lugar ingresa quien más ha sufrido con tal decisión. Jaime intenta nuevamente alimentar aunque sea a la fuerza a su amado extranjero. Deposita la bandeja en la cama y toma cuidadosamente el plato que contiene una delicada sopa. Busca atraer la atención del moribundo, pero como ya se le ha hecho costumbre, no logra hacerlo interesar por la comida. Busca abrirle la boca, cerrarle la nariz y obligarle a tragar el líquido, pero en el intento pierde más de la mitad del contenido. Tal vez ha ingerido un poco, pero nada que pueda asegurarle su supervivencia. Le mira con resignación mientras abandona el cuarto.

 

No transcurre mucho tiempo, antes que el hombre ingrese nuevamente a la habitación. –No puedo soportar más esta incertidumbre… Hace un par de días debíamos escapar del país, tenía todo planeado, pero ¿cómo huir con un cadáver? Tuve que desistir de la idea por tu estado… Aun no mejoras y lo peor de todo es que no sé cómo ayudarte, porque tampoco tengo ni idea de la razón de  tus pesares… ¿Qué hiciste con Daniel? ¿Dónde lo tienes? Acaso… acaso ¿fuiste capaz de matarlo? ¡¡Respóndeme de una maldita vez!!- Ya no pudiendo contener la desesperación, Jaime sucumbe ante la ira y toma aquel cuerpo maltrecho para zamarrearlo y sacarle a como dé lugar aquella información que tanto le acongoja. Le aprieta los brazos con furia, logrando ver reacciones en el rostro del moreno. De pronto sucede lo impensado, sacando fuerzas desconocidas, Michel se quita de encima a su agresor y se levanta de la cama, pero su estado es tan lamentable que termina cayéndose estrepitosamente. – ¡No me ayudes! ¡No me toques!- Grita el extranjero cuando su amante intenta recogerle. Postrado en el suelo, comienza a gritar y a proferirle insultos, buscando exteriorizar todo el horror que ha guardado durante aquel letargo. –Yo no lo maté… Ni siquiera sé dónde está…- Dice finalmente, dejando aún más intrigado a Jaime.

 

-Antonio había salido de prisión, Guillermo me había dejado… En aquel momento de desesperación destruí mi última arma sin siquiera notarlo, le revelé que no era un Palmer durante la discusión y eliminé la oportunidad de sacarle provecho a aquella información… Pronto vendría aquel estúpido de Antonio para destruirme y no tendría con qué defenderme, estaba perdido… hasta que se me ocurrió que mi mejor protección sería Daniel. Me dirigí hasta el hotel donde se estaban hospedando, lo esperé a la salida y cuando lo encontré, lo maniaté para ingresarlo a la fuerza a mi automóvil. Todo iba a la perfección, había encontrado unas bodegas abandonadas a las afueras de la ciudad, me dirigía hacia aquel lugar, cuando de repente el mocoso se zafó y se bajó del coche andando. Lo vi correr por unas callejuelas a las afueras de la ciudad, pero no pude ir a buscarle ya que me encontré de frente con la policía… todo sería muy sospechoso… Así es como me quedé sin ninguna arma en contra de Antonio, estoy desprotegido… Perdí la fortuna de Guillermo y a él también… Estoy en el mismo punto en el cual partí, en el mismo agujero que cuando debía acostarme con hombres borrachos en Haití para poder mendigar un poco de pan mohoso… ¿Qué más da si muero ahora o después? Mi final será el mismo…- Confiesa por fin el moreno. Jaime le escucha con detenimiento, pero por sobre todo con confianza y es que no se nota que esté mintiendo, realmente aquel hombre está mal porque no tiene con qué defenderse, ha llegado al final del juego y ahora tan solo le queda perder. –No tienes por qué terminar así… No volverás al abismo en el cual te criaste… Estoy a tu lado. Michel, te amo y quizás soy la única persona en este mundo que verdaderamente lo ha hecho… Déjame demostrarte que puedo hacerte feliz.- Dice el hombre mientras abraza al extranjero, pero es como si estuviese aferrado a un palo, a un ser inerte sin vida. –No eres más que un perdedor. Nunca tendrás lo que quieres y menos podrás entregármelo a mí… Saca esas ideas de tu cabeza y resígnate a caer bajo el yugo de Antonio nuevamente. Ya no tenemos salvación…- Finiquita mientras se desenreda de aquel abrazo, se levanta a tientas y vuelve a recostarse sobre la cama. ¿Realmente hay algo que Jaime pueda hacer por su amado? Si el no desea su ayuda, muy difícilmente podrá recuperarse. Tal vez ya no tenga la intriga por no saber si el haitiano había asesinado a Daniel, pero ahora una desesperación le invade, la duda de si logrará retener aquella vida o si nuevamente se quedará solo en este mundo, amando a alguien imposible.

 

El calor sofoca su cuerpo, la humedad le empapa, el viento transita raudo por las ruinas de una ciudad devastada. Un pequeño moreno camina solo por entre los escombros. Sus ropas están rasgadas, su familia muerta y su estómago vacío. Lleva la mirada perdida, no tiene rumbo y solo transita por costumbre, para que las ánimas del infierno se den cuenta que sigue con vida y no le busquen para llevárselo con ellas. De repente se topa con un soldado americano, uno de los tantos apostados en las calles luego del terremoto que destruyó Puerto Príncipe. Observa con curiosidad al muchacho, teniendo una botella de ron en la mano izquierda y un pedazo de pan en la derecha. –I´m not hungry… Eat my leftovers…- Dice el militar a Michel mientras le lanza al suelo polvoriento el pedazo mordisqueado de pan. Las risas afloran en el uniformado al ver la desesperación del pequeño, quien se traga sin compasión los restos sucios de comida, postrado en el suelo como si se tratase de un animal. La perversión se apodera de las pupilas del americano, quien al ver al pequeño postrado en el suelo, apoyado sobre sus manos, decide destrabar su cinturón, bajando sus prendas y dejando a entrever sus genitales. Se agacha para tomar de sorpresa a Michel por la espalda. Sin poder defenderse, debe oler el nauseabundo aliento del hombre mientras le habla al oído. – You´ve pay my help with your ass- Y sin más, rasga sus precarias prendas para dejar libre sus glúteos. Un grito ensordecedor inunda la escena, mas nadie socorre al desdichado, a ninguna persona le importa lo que le pueda suceder a un pobre huérfano.

 

Los recuerdos afloran en la mente del moreno mientras sigue postrado en la cama. Este suceso ha sido reproducido por su memoria cada día de aquel letargo interminable. Aquel fue el inicio de su pesadilla, la misma que ahora vuelve a gestarse. ¿Acaso hubiese sido mejor morir en la Isla y no seguir viviendo una vida lamentable? Ya nada tiene sentido en su vida, nunca ha conseguido un logro, nunca ha tenido nada propiamente tal, no hay nada que lo ate a esta vida, por lo que la mejor decisión tal vez sea morir.

 

Su cabello rubio resplandece bajo la luz de la luna, sus ojos azules la contemplan detenidamente. De pronto un fuerte viento llega hasta aquella terraza. La casona está ubicada en medio del campo, es una construcción antigua, de adobe y tejas que se ve fue abandonada hace mucho tiempo, pero que desde hace poco ha sido habitada por aquella persona. Sus manos buscan proteger su gorra de aquel viento. Ya se ha hecho tarde y es hora de dormir. –Daniel…- Escucha su nombre detrás de él, por lo que gira su pequeño cuerpo para ver de quién se trata. El pequeño queda sorprendido al ver el rostro de quien le llama, el único que sabe su escondite, aquel que le ha llevado hasta allí: Javier. Ambos se miran con detención, pero ninguno pronuncia palabra alguna, solo se dejan bañar por la elegante luz de la luna.

Notas finales:

Y en bosnio es Hvala!

Muchas gracias por leer, espero encontrarme con sus comentarios :)

 

Doviđenja!

Hasta pronto!!!


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