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~ Casado con un hombre ~ por Monnyca16

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Capítulo 5

 

“No soy marica”

 

El miércoles sin lugar a dudas había llegado. Hacía sol, pero sólo un poco y por la tarde.

 

Los orbes de Salomón se llenaron de alegría cuando Nicolás le envió en mensaje al celular.

 

“Hoy iremos a comprar las ropas para la ceremonia. Me he decidido y a lo mejor es lo que necesitaba, pienso ceder, pero sólo un poco hasta saber bien de lo que puede ser capaz ese tal Oliver”

 

“Es buena persona, lo conozco bien, es duro, pero es lo que necesitas”

Mandó.

 

El mensaje ya no tuvo una respuesta, pero el sabor dulce seguía en la lengua del padre pelirrojo. Al pesar  que los dos compartían la  misma casa, que nunca se mantenían comunicados… lo hicieron temblar. Esa fue la primera vez  que Nicolás le mandó un mensaje a su padre. La primera vez en tantos años.

 

 

—¤(`a94;a94;´)¤—

 

 

La mañana estaba por acabarse, las doce del mediodía llegaron como de rayo y como buen hombre comprometido, Oliver llegó a tiempo para recoger a su pequeño animalillo enojón. Al verlo de nuevo con esos aretes en los labios, renegó. La primera vez no le había dicho nada, pero ahora no se le escaparía.

—Quítatelos —le exigió.

—No quiero. —Se negó rotundo y poco después de negar con la cabeza, lo esquivó con un sencillo rose de pieles.

 

Inmediatamente, Oliver lo alcanzó, lo tomó del brazo y sin tener miedo a ser golpeado, puso las manos en el rostro de su queridísimo pequeñín. Apretó fuertemente su barbilla  y trató de quitarle esos cochinos aretes que lo hacían ver cero elegante. Los odiaba, no le gustaban para nada y Nicolás tenía que comprenderlo y hacerle caso.

 

—No quiero quitármelos, aún no somos nada, ¡recuérdalo! — lo apartó con un fuerte empujón. Oliver como respuesta, simplemente le sacó una sonrisa macabra.

 

—Cuando sea viernes te los quitare con los dientes. —Se atrevió a amenazó.

—Tal vez no te deje —dijo Nicolás al mismo tiempo que comenzaba a caminar por su propia cuenta y lo dejaba cada vez más atrás.

 

Al llegar a la camioneta, abrió la puerta por sí solo, en esta ocasión no dejó que Oliver lo hiciera por él. Se sentó sin esperar a que el mayor lo guiara, ni mucho menos le tratara como una princesa.

 

Se encontraba lo suficientemente molesto como para patearle los huevos, pero se detuvo; no quería ocasionar problemas.

 

Yael sintió el enojo de su pequeño gatito, lo miró con seriedad y le abrochó el cinturón sin pedirle permiso. Al sentir las enormes manos del pelinegro, Noah se estremeció. No era un bebé, y ese tipo… ese hijo de puta lo trataba como a uno.

 

Casi al terminar de ponerle el cinturón de seguridad, Nicolás lo apartó de su precioso cuerpo. Oliver lo miró con coraje, este día no era el mejor, tal vez el peor de la semana por el exceso de trabajo y ese animal rastrero con cabellera pelirroja le estaba jodiendo. Claro estaba que para Oliver no parecía ser justo y menos en tiempos como esos, así que conteniendo su estado molesto, prosiguió. A la fuerza, volvió a entrometerse en el cinturón del pequeño y se lo terminó de abrochar a como pudo. No estaba para soportar niñerías y ese mocoso tenía que comprenderlo aunque fuera un poquito.

 

—Hoy no vengo de humor, Nicolás —le avisó desde el principio.

 

Encendió el auto y arrancó con rumbo a la mejor casa de trajes.

 

—Yo tampoco vengo de humor. —Lo miró desde su asiento—. Me vale una mierda que no vengas de humor, no tengo la culpa —arremetió, descargando su ira. Se recargó y esperó a que el estúpido aquel lo llevara hasta donde tenían planeado comprar sus trajes de esposos, algo que para el pequeño era demasiado vergonzoso.

 

Las tripas de Nico estaban hablando, los rugidos lo torturaban y aunque no se escucharan, él los sentía y le daba coraje. No había comido nada en la escuela y en esa ocasión no fueron a comer después de clases, así que  su estómago sólo resintió la falta de alimento que el pelinegro le acostumbró a dar en dos días seguidos.

 

—Tengo hambre —el pequeño le avisó sin temor a ser ignorado.

 

Al inquirir, Oliver se negó con rapidez.

—Yo no —Se detuvo en el pequeño estacionamiento exclusivo del lugar y se bajó cuidadosamente. Esta vez no esperó a que Nicolás se bajara primero, ya no le importaba… realmente no estaba de humor ese día.

— ¿Entonces si tú no tienes hambre, yo no comeré? —Enarcó las cejas ante su propio cuestionamiento...

—Así es —añadió. Entró al lugar a sabiendas de la gran hambruna que su querido Nicolás se cargaba y comenzó a ver la variedad de ropa.

 

Noah quiso irse de ahí, ese tipo realmente estaba pasándose del renglón y le dolía ya estar acostumbrado a la mano ligera de Yael. Dos días antes lo trató como a una princesa y esta vez estaba siendo tratado como un niño malcriado, algo que notoriamente no le gustaba para nada.

 

Por su falta de atención, se quedó parado frente a la camioneta, inspeccionó todo y pensó en irse caminando hacia otro lugar, por suerte en su cartera traía dinero suficiente para comprarse unos tacos o cualquier cosa que se encontrara por ahí. Aprovechándose de que Oliver se había metido por su propia cuenta al lugar ya citado, se escapó. Caminó hacia un seven7 y se compró un hot dog jumbo. Se lo comió ahí mismo.

— ¿Qué mierda haces? —Un horrendo gruñido se escuchó poco después de haberse tragado la porción que previamente masticó.

Oliver por fin lo encontró. Tenía aproximadamente diez minutos buscando el culo de su prometido y le ardía la cara de puro coraje que Nicolás se fuera sin decirle nada y peor aún, sin pedirle permiso para comer.

 

—Estoy en un Seven7, comiendo —musitó con la boca llena.  Levantó el perro caliente y le dio la espalda.

—No me gusta que me reten, Nicolás —le advirtió como si fuera la primera vez, aunque ciertamente no era la primera en ese día.

—A mí tampoco. —Se dio la media vuelta para verle—. Tenía hambre, vine a comer… esperaba que comiéramos como hace dos días atrás, por eso no compré nada en la cafetería de la escuela. —Tragó saliva, claramente irritado por el sin fin de malos ratos que ese canalla le hacía pasar —. No tienes humor para nada, pero yo tampoco tengo humor para soportarte.

—Termínatelo —le ordenó al mismo tiempo que se recargaba en el mostrador.

 

Después de aproximadamente cinco minutos de comerse su enorme Hot dog, el pequeño sacó la cartera para pagar, pero el otro lo impidió. Oliver sacó un billete y quiso pagar por los preciados alimentos de su futuro esposito, pero el minino se negó.

 

Nicolás no lo podía permitir, tampoco estaba de humor para dejarle salirse con la suya, «que se joda el psicópata sexual». Apartó el billete de la mano de su prometido y le volvió a ofrecer el suyo a la señorita que  por cierto, miraba con trauma la escena.

 

Parecían dos casados en plenas peleas maritales.

 

— ¿Cuál debo tomar? —preguntó ella al ver que los dos deseaban pagar por un perro caliente de aproximadamente treinta pesos.

—El mío —dijeron al mismo tiempo.

 

Se miraron con rabia y eso causó que  la mujer  se indignara y no tomara  ningún dinero.

 

—Es gratis. —Se rindió, alzándose de hombros—. Lo pagaré yo —exclamó dejándolos con la boca abierta.

Nicolás no podía creerlo, no le gustaba para nada salir con Oliver ya que éste le sacaba canas verdes, además lo hacía sentirse como una esposa desobediente.

— ¿Viste lo que provocaste? —reclamó el mayor al salir del lugar.

—Tú lo viste. —Se burló —. Eso fue realmente gracioso—le confesó a su prometido.

Aunque de principio se molestara, Noah al final lo añadió como una experiencia graciosa. A pesar de su no humor, Wolff Rudel tenía su estado carismático después de todo.

 

Al verse ya bien comido y a punto de llegar al lugar donde se probarían trajes, Nicolás quiso cruzar la calle en verde, pero esta cambio sin que se diera cuenta.

—Espera —siseó, agarrándole inmediatamente el brazo con fuerza.

Nicolás miró el semáforo y retrocedió un paso más. Sin quererlo reconocer, Oliver le había salvado casi la vida, eso le asqueaba… pero esa también sería la primera vez de tantas que le salvaría, ya que como buen esposo, le correspondería cuidar bien de él.

 

Sin decir nada, al ver el verde de la parada, cruzaron juntos la avenida.

—Eres muy descuidado —lo reprendió—, necesitas ver bien por dónde vas, puede pasar algún accidente.

—De acuerdo —dijo el pecoso. Caminó más rápido para ya no escuchar a Yael, haciéndose el sordo. Entró primero al lugar y notó que había una gran variedad de ropas. No  lo podía creer, hasta había ropas de noche para hombres… asco. Ni muerto se pondría una tanga para seducir al pasional empresario.

— ¿Ya lo encontró? —La señorita sonrió de oreja a oreja al ver al pequeño gatito. Lo miró de arriba abajo y notó que tenía buen cuerpo para lucir un traje elegante.

—Sí, ya lo encontré —contestó y  le jaló el brazo a Nicolás para que comenzara a seguir a la señorita. Noah se zafó, le dolía el agarre de Yael, tanto, que  deseaba golpearle la cara en esos momentos.

—No estoy de Humor —le dijo nuevamente, buscando la atención necesaria.

Noah se burló.

—Yo tampoco estoy de humor, Oliver —caminó por si solo hasta alcanzar a la señorita que pretendía atenderlos.

La castaña se detuvo en una enorme habitación. Los miró con atención y le pidió a Nicolás que se acercara para poder sentirle los hombros.

—Eres pequeño de cintura —dijo ella. Nico asentó levemente con la cabeza.

—Para el que sea algo juvenil —pidió el pelinegro.

— ¿Qué color? Tenemos blanco, gris, negro…

—No lo sé, un color perla sería bueno, no quiero que traiga saco.  —Lo miró de re ojo —, sólo quiero que vista con unos pantalones, un chaleco y que se vea bien.

— ¿Dices  que no puedo verme bien? —protestó el enano; se sintió un adefesio. Por unos segundos le interesó lo que decía Oliver, y es que el pendejo de su semental no podía dudar de su presencia para usar un buen traje juvenil.

—A lo mejor no te quedan las ropas elegantes. —Oliver se atrevió a molestarlo.

 

Fue hasta Nicolás, lo tomó de la cintura y le apretó fuerte para poder escoger un buen chaleco para él. El pelirrojo se sintió morir, las enormes manos de Oliver le estaban tocando y no lo soportaba.

 

Se negó, él no se pondría lo que él le escogiera, claro que no.

 

Miró hacia una esquina y muy escondido y a lo lejos, se encontró con una camisa con estampado ligero en cuadriculas casi no visibles, sólo se miraba el hermoso estampado de acuerdo a los movimientos que la persona que lo vistiera hiciese. La hermosa camisa se encontraba adornada  con una corbata, esta prenda estaba en una textura diferente a la camisa, era lista, y su decorado la caracterizaban trazos en rayas verticales de acuerdo a la anchura de esta.

 

Se miraba precioso. Ambas cosas lucían bellísimas.

 

—Eso es perfecto para mí. —Señaló las ropas escondidas.

—Eso aún no sale a la venta señor, es apenas un diseño que sólo tiene tres colores.

—Lo quiero —musitó el pelirrojo, dirigiéndose rápidamente  hacía la camisa para verla de cerca.

Oliver tenía que aceptar que el chico tenía  buenos gustos, hasta a él le pareció hermoso, demasiado,  que le dieron ganas de comprarse ropas iguales para su boda.

— ¿Tiene en blanco? —el pequeño preguntó al sacar la camisa.

—Sí, hay con camisa en blanco, claro seria la misma corbata —le mostró el trozo de tela. Se sentía riquísimo poder acariciar unas telas tan carísimas.

—El negro se le miraría bien señor. —La castaña se refirió a Yael.

El pelinegro se avergonzó, esta chica lo miraba con una coquetería extraña.

— ¿En serio? —preguntó siguiéndole la corriente, buscaba críticas acerca de la ropa que se ajustaba a su figura y al parecer, la señorita le estaba ayudando como se debía.

—Sí. —La mujercilla asentó.

—Yo no lo creo. —Nicolás le miró de re ojo—. Creo que se te miraría mejor el azul. —espetó, sacando lentamente la camisa azul que estaba escondida muy en el fondo.

Al mostrársela, Yael lo ignoro.

 

—Entonces compraremos la negra y  la banca ¿tiene de nuestras tallas? —Oliver se decidió.

 

«Gillipollas, se miraría mejor el azul en ti», gruñó entre pensamientos el gatito de ojos azules.

 

—Creamos de las tallas más pedidas en la tienda —añadió ella.

—Sólo faltarían pantalones, necesito unos pantalones que no sean tan aguados. —Nicolás pidió atención.

 

Ya cuando la mujer les dio un par de pantalones pegados a los dos, unos zapatos cómodos y las camisas correspondientes, se fueron al vestidor. Ambos se metieron a un cuartito diferente ya que por supuesto, Nicolás requería privacidad.

 

— ¿Y bien? —la mujer les habló diez minutos después.

Se mantenía parada frente a los vestidores, necesitaba verificar los problemas y todo ese sinfín de situaciones que caracterizaban su empleo. A los pocos segundos, el mayor salió. Sencillamente increíble. La camisa le quedaba pegada a su piel, haciendo que su espectacular cuerpo torneado lo delineara con sensualidad. El negro le iba bien, demasiado bien para ser un simple color. Los pantalones le hacían ver sexy, se podía notar que tenía un gran pene ahí dentro y también unas piernas bien largas y proporcionadas.

 

Después de mirarse por unos minutos más al espejo, salió Nicolás. Al dar un paso hacia afuera, el pelinegro se dio la media vuelta para verlo con atención. El chiquillo también tenía un buen cuerpo, la camisa blanca le quedaba espectacular, además hacía que su cabellera roja sobresaliera más. Los pantalones le quedaban increíbles, aunque el pequeño no tuviera una buena estatura, le quedaban muy bien los pantalones de vestir. Oliver fue hasta el menor, le quitó la corbata de las manos y se la acomodó en el cuello. Nicolás no sabía cómo ponerse el corbatín y sólo por esa ocasión requería ayuda, sin decir nada más, dejó que Yael lo terminara de poner guapo.

 

En esos instantes sintió cómo el techo le aplastaba la cabeza. No le agradaba sentirlo cerca y le daba asco, sí… claro que le daba asco, pero en estos momentos se sintió cómodo. La única persona que le había puesto atención había sido Oliver, en todo este tiempo el empresario había sido el único en llevarlo a comer, en ponerle una corbata, en llevarlo al hospital y regañarlo con un toque sexy  por sus groserías.

—Ya está —musitó al terminar de acomodarle la prenda que le estaba poniendo.

 

Noah fue hasta el espejo y se miró con atención. La verdad le gustaba mucho, demasiado como para dejarlo. Esa ropa no necesitaba de ningún saco, el estupendo brillo y textura que tenía la tela hacía la vestimenta muy provocativa y hermosa. Se sintió bien, al parecer la ropa ya estaba bien escogida.

— ¿Está bien? —Oliver le preguntó al pequeño gatito. Éste solo asentó.

Se volteó hacia él y le pasó por un lado para irse a cambiar de nuevo, pero el agraciado cabrón que lo acompañaba en esa tarde,  lo tomó del brazo para detenerlo. Nicolás se aceleró.

—Está bien —detonó con resentimiento al sentirse reprendido—. Nos queda bien, sólo que te has copiado de mis ropas y aunque a mí se me ve mejor, te dejaré llevarlo a la boda.

— ¿Boda? — la castaña preguntó.

Los dos hombres la miraron con atención. El pequeño había metido la pata, pero en realidad no sabía cómo lo presentaba Oliver ante todos. Definitivamente no sabía que a Oliver no le daba vergüenza divulgar sobre su compromiso.

—Es mi prometido —Oliver le contó a la mujer. La castaña tragó saliva, ¿Cómo un hombre tan guapo y con dinero podía casarse con un chamaco inmaduro? Se sintió celosa, una persona asquerosa y hasta  pensó que no era atractiva como mujer.

— ¿Su qué? —un hilillo de voz chillona se le salió

—Cállate, puede que no nos vendan las ropas —el pequeño por fin habló con un simple susurro.

—Nosotros nos casaremos —el alto  le respondió con un toque muy característico en su ronca voz.

 

«Jefecito de mierda», el menor maldijo mentalmente.

 

La señorita se encogió de hombros, los miró de arriba abajo y se asqueó por un instante. No se lo podía creer. Nunca antes se había topado, ni mucho menos le había gustado un tipo homosexual de buen ver.

 

Después de observar la tremenda cara pálida de la castaña, Nicolás fue a cambiarse, no deseaba saber nada sobre el tema, tampoco pensaba echar bronca con nadie.

Seguido del pelirrojo, Yael se fue a cambiar. Por supuesto, el pelinegro salió antes que su pequeño prometido, como siempre. El mayor aun no comprendía el porqué de la tardanza del pequeño adolescente, así que fue hasta su cubículo. Abrió la puerta de un sólo jalón y a su frente se encontró con un Nicolás confundido. El malcriado chiquillo estaba desnudo por la parte de arriba y con unos cuantos rasguños en el pecho y hombros.

— ¿Qué te pasó? —El mayor se acercó.

 

Nico retrocedió un paso, tomo su playera y se la puso con rapidez.

 

—Me picó algo y me he rascado —le dijo con un poco de vergüenza.

— ¿Por qué tienes un arete en el ombligo? ¿Te gustan tanto esas porquerías?

—Pensé que no lo habías visto —se excusó, ignorándolo  por unos instantes.

 

Oliver lo tomó de la cadera, le subió la playera, y le observó el piercing con dedicación.

—Arruinaste tu ombligo con eso, también la lengua y los labios. —Lo regañó como siempre lo hacía.

—Aún falta otro por ver —le aviso mientras apuntaba su entrepierna.

— ¿Tienes un piercing en las pelotas?

—No, como crees… —farfulló, pasándole por un lado.

— ¿En serio tienes uno ahí? —le quiso tocar, pero el pequeño retrocedió.

—No, sólo estaba bromeando —habló con la verdad.

 

La mirada gris del mayor se relajó. Noah ya tenía suficientes aretes como para tener uno en las pelotas. Obviamente no sería capaz de perforarse su hermoso pene ni mucho menos los testículos, ni cualquier carnosidad ligera que le hiciera estremecer.

 

—Entonces nos lo llevamos. —Oliver sintió a Nicolás a su lado, lo miró de re ojo mientras él seguía rascándose los hombros.

—Ahora vamos por una pomada para que no te de comezón —con una voz más delicada, Oliver quiso mantenerse al tanto de sus extrañas sensaciones y hasta enfermedades.

—Gracias, pero puedo rascarme.

—Tu piel se pondrá fea.

— ¿Y qué? ¿No querrás tocarme así? —alzó la voz frente a la encargada de la tienda.

Ya sin ninguna vergüenza, se retiró del lugar y recargado en la camioneta, esperó a su arrogante Yael.

 

Estudió todo su alrededor  para seguirse rascando, tomó una bocanada de aire y suspiró profundo. Ese día había sido pesado y sin muchas cosas divertidas después de todo, tenía unas enormes ganas de echarse un porro, de follar, bailar, cantar, tocar la batería, la guitarra…

 

Eran tantas cosas que hasta se sentía desesperado…

 

Con ayuda de su mano derecha, se desnudó el hombro izquierdo para verse los piquetes de mosquitos, se espantó al verse todo rojo aparte de las pecas. Enarcó una ceja y se sobó con ayuda de los dedos, acarició la bola que hacía notar la picadura más grande de mosquito y al escuchar unos pasos acercándose a él, se quedó en blanco y con su pequeño hombro encuerado.

 

Se trataba de Oliver: el desgraciado de su prometido. Lo observó con atención y se miró el hombro de nuevo. Sin esperarlo de él, Nicolás pudo sentir como  lo tomó con suavidad para besarle la picadura. La lengua del ojigris recorrió la parte roja y afectada, no se lo esperaba. Un precioso color se le vino a la cabeza, alcanzando las orejas también.

 

¿Oliver besándole el hombro? ¿Con pasión? «Hijo de su puta madre…»

 

Oh, joder… Nicolás odiaba los actos maricas de su acompañante. ¿Cómo un hombre tan guapo podía chupar el hombro de un indefenso y sumiso pequeño de apenas dieciséis? ¿Cómo era esto posible?

 

— ¿Qué se supone que haces chupándome el hombro? —Se quedó congelado, mirando hacia las paredes de cristal del departamento de ropa más cercano. Temía que alguien los viera, lo hacía y lo más controversial era que el canijo chupa hombros aún no se apartaba de él.

 

Con una enorme furia, movió el hombro para apartar a su prometido, lo tomó del pecho y le quiso dar un empujón, pero no pudo. Como siempre, Yael tomó posesión de su cuerpecillo blanquecino y, con un abrir y cerrar de ojos tuvo para besarlo en los labios. El asco volvió, Nicolás no era marica, no sería un marica sólo por Oliver… lo odiaba.

 

Los latidos de su corazón no eran precisamente de amor, el órgano  bombeaba más sangre por el exceso de malestar, de enojo. El pequeño se encontraba demasiado cabra por los actos estúpidos de su futuro esposo, así que  le golpeó la cabeza con las manos y respiró tomando  aire con la boca abierta, al toque Oliver por fin lo liberó por completo.

 

—Nunca lo vuelvas a hacer, me das asco —Le advirtió, mirándolo con mucha seriedad.

 

Escupió directo hacia el suelo y esperó a que Oliver abriera la camioneta. El pelinegro se encogió de hombros, no encontraba una buena razón para comprender lo que ahora sucedía ¿Cómo antes Nicolás se había dejado? ¿Por qué ahora escupía con asco cuando lo besaba? ¿Por qué demonios lo confundía aún más?

 

—No vengo de humor, Nicolás. —Se atrevió a agarrarlo con brusquedad el brazo izquierdo y lo aventó con fuerza hacia las puertas de la Audi, lo observó con resentimiento y lo apartó con furia de la puerta del copiloto para darle paso a adentrarse en el cómodo asiento de piel.

—Yo tampoco vengo de humor, Oliver —pronunció con coraje reprimido y con esa chispa carismática que siempre le daba al ver la cara de angustia que Yale ponía cuando no cooperaba con algo que él le  pidiera.

 

Rodó los ojos y al paso de los minutos combinados con seriedad y aburrición, miró a su alrededor y se dio cuenta que ya se encontraba en casa de Oliver, una gran mansión, con alberca incluida y por supuesto, personal de servicio esperándole en la puerta para darle la bienvenida.  


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