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Camino de Colores por Steel Mermaid

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Junjou Romantica y sus personajes son total propiedad de Shungiku Nakamura. Yo escribo acerca de sus bellísimas creaciones por ser no más que una admiradora común y silvestre.

Advertencias: Posible aunque no intencional OoC por el curso común de la historia; modificación ligera de la apariencia de Nowaki aunque manteniendo lo mejor posible su personalidad.

Pareja: Junjou Egoist; Nowaki/Hiroki.

Notas: Experimentar con la idea contraria a "qué hubiese pasado si Hiroki en realidad jamás olvidó a Akihiko". Ya ustedes comprenderán.

Notas del capitulo:

En la primera parte hay una pequeña dosis de Junjou Minimum. Lo menciono para que no se espanten (?)

«Sólo nosotros sabemos estar distantemente juntos.»

—Julio Cortázar.

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I.- Dreams

Su infancia siempre se había visto rodeada de deberes y libros, ambos clasificados de acuerdo a su tipo y a su fecha, cuyo orden siempre se le hizo imperturbable más por su obstinación a no parecer débil que por la imposición de sus padres o maestros. Desistir de ellos era impensable por su propia exigencia, odiaba no ser bueno en algo.

Pero la diferencia entre ambos era algo más que el nombre del primer concepto: los libros siempre significaron para él mundos maravillosos, escapes fantásticos o incluso su mismísimo futuro. Tenía muchos en casa y papá no presentaba objeción al momento en que Hiroki quería uno nuevo, mientras mamá sonreía dulcemente indicándole dónde ubicarlo para que se viera ordenado. Por los primeros días de su posesión, Hiroki los tenía sobre la mesa a un lado de la cama, cuando devoraba cada una de sus páginas en completa concentración. Luego el libro volvía al estante, donde se quedaba allí para siempre.

Resultaba curioso cómo es que su afición a la lectura jamás fue de real influencia en alguna de sus actividades oficiales. Ni siquiera la caligrafía se le acercaba, siendo de materias aparentemente similares. Su madre se lo mencionó muchas veces, pero Hiroki lo prefería así, la idea de mezclar los deberes con los pasatiempos era como mezclar peras con manzanas y no quería terminar viendo llaves de Kendo en algún libro ilustrado.

Se sentía cómodo, a pesar de todo, con esa clase de vida. Estaba convencido plenamente de que si sus padres se la daban era por su bien y porque quería que fuera alguien de provecho para la sociedad. Totalmente estatizada y organizada, la disciplina era la base de todo su mundo y salirse de los rangos era algo fuera de lugar, una locura. Mucha actividad, muchos retos, y distintas formas de superarse. Así, sus cinco sentidos se centraban en su persona y su familia, y nadie tenía la autorización para atravesar esa pared.

Entonces, con una vida tan activa hacia adentro, impensable era la introspección de un extraño a ese mundo individual que arrastraba hacia donde fuera, ya sea en casa o al final de ese túnel verde que visitaba cada cierto tiempo, cuando el colapso emocional era más fuerte que el orgullo de alcanzar un nivel superior en caligrafía, natación o sus clases de piano.

Lo encontró una tarde cualquiera, luego de un arranque cualquiera. Estaba durmiendo sobre el suelo y no parecía perturbado por la posible percepción de su presencia, y la sorpresa inesperada de verlo le secó las lágrimas de los ojos inmediatamente. Había quedado en el olvido la frustración.

Un intercambio de frases entre ambos luego de que el intruso abriera los ojos y se sentara en el suelo mientras se fregaba los ojos. Ninguno de los dos les tomó el peso real a la discusión, no tenía ningún sentido.

Entonces, cuando se lo pidió "por favor", los límites de su burbuja y la de Akihiko se hicieron muy difusos, casi invisibles. Con el tiempo, los encuentros inesperados pasaron a ser citas en ese túnel verde y esas citas hicieron nacer una amistad inesperada.

Hiroki se sintió feliz de haber encontrado algo mucho mejor que soledad para llorar en ese pequeño rincón del cielo.

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La situación se tornó mucho más compleja de lo que pensaba, sucediendo antes de que se diera cuenta: se había enamorado de Akihiko. Cuando cumplió los dieciocho años, luego de una celebración sencilla en la que no participó más gente que él, su padre, su madre y su amigo, arrastró a Akihiko hasta una habitación lejana de su casa, donde le dijo desde principio a fin todo lo que le sucedía.

En menos de un segundo recibió un abrazo, un beso efusivo y unas manos toqueteándolo bajo la camiseta. El torbellino se expandió a través de su cuerpo y la felicidad reinó en cada uno de sus sentidos, pero prefirió detener el contacto.

—No es bueno aquí—dijo, tan risueño que era imposible de creer.

El otro se lo confirmó con un movimiento de cabeza y ambos volvieron a la sala no sin antes arreglarse un poco el pelo y la ropa.

Akihiko era hábil con las manos.

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Iniciaron una suerte de noviazgo a escondidas de los padres de Hiroki. Era divertido, y la adrenalina hacía de cada encuentro amoroso algo más que movimientos románticos o gestos inocentes. Pero luego de dos años así, aquello no era suficiente.

Akihiko se había armado de valor para hablar con sus suegros y aclarar todo ese asunto. Hiroki no tardó en sonrojarse al máximo cuando sus padres mencionaron la sensación de extrañeza que les generaba esas salidas nocturnas y las tardes completas de su hijo en la casa de enfrente, o las miraditas cómplices que la mujer percibía en el castaño aunque éstas fueran completamente discretas.

—Soy tu madre, y lo sé todo—espetó, orgullosa.

No fue fácil convencer al señor Kamijou, pero éste cedió de todas formas. Prefería eso a poner la felicidad de su hijo en juego, aunque sonara cursi.

Así, la relación se formalizó un poco más y, dentro de seis meses, Akihiko y Hiroki comenzaron a vivir juntos.

La idea de tener que alejarse de sus padres no era agradable pero Hiroki sentía que era necesario. Mas la mujer no se resistió a abrazarlo con fuerza por la espalda cuando salió de la casa con sus maletas, deseándole toda la felicidad del mundo.

Hiroki tampoco se hizo el de piedra y volteó a abrazarla. Realmente era difícil salir de la burbuja.

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La llegada al nuevo departamento fue ajetreada, cansadora y latera. Les llevó más de dos días ordenar los más de ciento cincuenta libros, siendo aquello lo que más requería de sus atenciones. Akihiko insistió en quemar algunos y dejar los mejores, total no le faltaría dinero para comprarlos de nuevo, cuando se fueran adecuando más.

—Eres un derrochador—le soltó el castaño. No le gustaba la idea.

Pronto sus vidas se fueron uniendo paso a paso, siendo un poco complicado al principio ya que vivir con esa persona no es lo mismo que verla de vez en cuando durante las noches, caminar por un momento y luego volver a casa. Llevó más tiempo del que ambos creían, considerando que el estilo de vida era muy diferente uno de otro: Akihiko era bastante solitario y un tipo que no reparaba en gastos al momento en que veía algo en las vitrinas, aunque a los diez minutos ya ni siquiera se acordara para qué lo había comprado. Hiroki estaba demasiado acostumbrado al orden, a hacer un presupuesto por más minúsculo que fuera y a cotizar en varios lugares. Recibía constantes risas de Akihiko por eso, pero no tardaba en contestarle con voz ronca y bestial que las cosas no eran tan sencillas como creía, y que debía aprender que el dinero no lo regalaban. No en su caso, al menos.

Otro asunto que a Hiroki le llevó tiempo (muchísimo) era el hecho de llegar a casa luego de clases y no tener una cena esperándolo. Solía suspirar bastante seguido los primeros días, sin poder acostumbrarse. Aunque nunca faltaba el trozo de pan y el poco arroz del día anterior y no era cosa de que se fuera a morir de hambre, así que no le quedaba más opción que tragarse el pan con cuatro bocados y al arroz hacerlo desaparecer en menos de lo que canta un gallo.

Fue un período de tiempo de adaptación que incluso le sacó lágrimas frustradas. Akihiko siempre estaba a su lado, prestándole un hombro cuando a Hiroki se le antojaba beber los fines de semana y le contaba sobre los recuerdos de su infancia y le decía abiertamente que estaba feliz de estar con una persona como él. Akihiko decía que lo entendía, en lugar del castaño, él también estaría feliz.

Kamijou lo golpeaba cada vez que decía esas cosas tan mata-pasiones. Luego le sonreía y recibía un beso. Con el tiempo comprendió que por más que las cosas hayan cambiado, el sacrificio valió la pena.

Akihiko tenía planeado dedicarse de lleno a la escritura, viviendo de ella. No tardó mucho en hacerse conocido y reconocido. Sus libros se vendían como pan caliente y Hiroki se sentía feliz por él, pues el hecho de que su novio haya pasado su infancia entera acompañado de un cuaderno y un lápiz, gritaba que era su destino y todo se le estaba dando muy fácil. No todos corren la misma suerte, claro, pero qué más daba.

Hiroki se dio cuenta rápidamente, luego del auge de Akihiko, que éste no era un hombre que vivía para trabajar. Incluso se daba los lujos de no presentar los manuscritos a tiempo y meter a los editores en enormes problemas. A él no parecía importarle, y el asunto pasó a tomar más importancia para Hiroki que para el mismo Akihiko, así que lo regañaba constantemente, como si el tiempo le sobrara.

Al final los dos le restaban importancia y terminaban jugueteando en el sofá, con un Hiroki rojo de risa por las cosquillas.

Fuera de todo eso, la relación fue en los primeros años maravillosa. De pronto la situación se volvió un poco extraña cuando Akihiko pasaba demasiado tiempo fuera de casa, y más rara se tornó todavía cuando ya no le avisaba a nadie sobre sus salidas, cosas sospechosas para Hiroki quien se cuestionaba qué tan importante eran sus obligaciones si nunca le importó ninguna realmente.

Entonces, los años fueron pasando y la relación atravesaba altos y bajos. Luego de un noviazgo medio extraño, una conversación tensa y una despedida, Hiroki comenzó a sentirse demasiado expuesto frente a un completo extraño. Más que una noche que pasó en su casa cuando eran niños, no sabía mucho más, y quiso averiguarlo.

Le preguntó sobre su familia. Akihiko se hizo el tonto y Hiroki se enfureció. Lo agarró del brazo y le exigió que no le diera la espalda cuando le hablaba, que si había algo que detestaba era que lo ignoraran, más aún si se trataba de su pareja. El más alto lo quedó mirando con una expresión imperturbable y se alejó.

Había sido el primer golpe bajo luego de tres años de una relación maravillosa.

Esa misma noche, durante la cena, Hiroki fue el primero en abrir la boca para decirle que sentía lo de la tarde y que quizás se había excedido un poco. Akihiko le replicó que ya no tenía importancia.

Nada tenía importancia.

—No es que no quiera hablarte de ellos, no es nada personal—le dijo tranquilamente. Hiroki mantuvo su mirada fija sobre él y arrugó la nariz—, es sólo que no me gusta.

—Bueno, por eso te digo que lo siento. No quise incomodarte.

—Ya pasó—hizo un gesto con la mano restándole importancia.

Pero lo cierto era que para Hiroki la tenía, más de lo que Akihiko creía. No le gustaba estar en desventaja con nadie y el hecho de que su pareja conociera hasta el último rincón de su historia lo hacía vulnerable. Quería saber más de él, porque lo que ya sabía le seguía pareciendo insuficiente.

Los días pasaron, las semanas, los meses y Hiroki rindió el último examen del año para disfrutar de unas vacaciones bien merecidas. La universidad le consumía muchísimo tiempo, más ahora que era posible que se quedara allí para hacer clases de Literatura. La idea le encantaba, por cierto, aunque implicara elaborar otra tesis.

Esa noche se acostó tardísimo, con Akihiko a su lado. Recibió un tosco beso de su parte y giró hacia el lado contrario para dormir. Hiroki quería contarle sobre sus planes, hace mucho tiempo que la comunicación entre ambos se había hecho casi inexistente.

—¿Sabes? Hoy salí de vacaciones… Y me ofrecieron quedarme en la Universidad. Aún no estoy seguro si quedarme o no—se giró hacia él para mirarlo, quien le daba la espalda—, ¿tú qué opinas?

No recibió más respuesta que una respiración profunda. Quiso gritarle que lo escuchara pero prefirió no hacer nada. No tendría sentido obligarlo a prestarle atención. En su lugar se acomodó sobre su costado y abrazó su almohada, llorando de rabia.

Ya no parecía tan certera esa idea del amor eterno.

Al otro día en la mañana, Hiroki se ocupó de preparar el desayuno. Tenía la cocina permanentemente a su cargo por las nulas habilidades de Akihiko en materias gastronómicas. No era un disgusto, y no lo tomaba por obligación, sin embargo solía fantasear bastante seguido con la idea de que su pareja le llevara el desayuno a la cama, por ejemplo, u organizara una cena, o alguna clase de atención.

Mientras comían, Hiroki mantuvo su ceño fruncido y sus actitudes muy toscas. Akihiko no tardó en notarlo.

—¿Pasa algo?—Le preguntó. El castaño sintió deseos de lanzarle su café en la cara.

—No, nada—respondió, pero su tono de voz delató todo lo contrario.

—… Ya. ¿Dormiste bien?—Insistió sin creerle.

—Sí—tomó un sorbo de su té sin dignarse a mirar a su pareja.

Akihiko se encogió de hombros y siguió con su desayuno. Hiroki cerró los ojos ante el gesto de indiferencia, esa que dolía muchísimo cuando era tan explícita.

Al terminar lavó los trastes. Guardó el último plato en la alacena y escuchó la puerta del departamento cerrarse. Cuando fue a ver a la sala, Akihiko no estaba. Lo llamó mientras lo buscaba por las habitaciones pero no lo encontró. Lo llamó por teléfono y segundos después escuchó la molesta grabación.

Se abandonó sobre el sofá y lanzó el celular lejos. Se masajeó las sienes con frustración y lo esperó hasta las cuatro de la madrugada, cuando el desaparecido se dignó a aparecer.

La discusión se prolongó por más de treinta minutos y Hiroki no hacía más que gritarle con toda la rabia que traía dentro. Lo último que quería era actuar como un paranoico o un obsesivo, pero el idiota de su pareja no le daba más opciones. Al final optó por gritarle que hiciera lo que quisiera cuando Akihiko le replicó, luego de todo el griterío de Hiroki, que todo eso no tenía nada que ver con él.

Los años se hicieron eternos a su lado y sin embargo no se dio cuenta cuando ya se había convertido en profesor titular en la universidad, teniendo veintiséis años. Fue una alegría inmensa la que lo embargó; la idea de poder enseñar algo que a él lo llenaba de vida, alegría que anhelaba compartir con alguien. Alguien en específico, aunque ese alguien fuera el idiota más grande del mundo.

Y así, con el tiempo invertido en el trabajo, la distancia entre ambos se hizo más y más extensa, aunque Hiroki no lo deseaba así realmente, pero con el tiempo entendió que no era bueno rogarle. Sin embargo continuaron viviendo juntos bajo una monotonía, una rutina que lo estaba matando y un amor casi muerto bajo el suelo. Ya prácticamente no se hablaban, hace muchísimo que no sucedía nada entre ellos, ni siquiera un beso de despedida y mucho menos bajo las sábanas.

Poco a poco las conversaciones se limitaron a un saludo seco y un "cómo estás" rutinario. La respuesta siempre era la misma aunque no siempre era la verídica, pero preferían dejarlo así para no fastidiarse mutuamente. Y a esas alturas, para Hiroki también era lo mejor.

Un día, luego de clases mientras caminaba a casa, se propuso querer arreglar la situación aunque no ameritaba que lo hiciera, porque lo que él entregó no era correspondiente ni proporcional a lo que Akihiko entregaba. Estaba claro quién había sacrificado más para que aquello superara las adversidades, partiendo por el alejamiento de sus padres. Hiroki jamás dejó de mantener contacto con ellos y siempre recibía sus llamadas y hablaban durante un rato, especialmente cuando estaba de cumpleaños. No faltaba el obsequio entregado por correo o una carta más emocional, pero el joven sentía que algo estaba causando molestias en sus padres, y le mantenía dando vueltas en la cabeza la idea de que era porque su pareja fuera un hombre y no una mujer, cuando su madre siempre le mencionaba que anhelaba la presencia de dos o tres niños correteando por su casa para regalonearlos y malcriarlos. Quería nietos, y con la situación de Hiroki era claramente imposible. De seguro había roto una ilusión muy grande en el corazón de su madre.

No se enorgullecía de ello, pero era consciente de que hay que sacrificar algunos sueños por otros, y debía aprender a vivir con eso. Así que, con la idea de hacer renacer ese sueño de ser feliz con la persona que quería, caminó a casa deseando calmarse cuando tuviera que hablar con él.

Pero el sueño inocentón se rompió al momento en que Akihiko se le apareció en la puerta del departamento con unas maletas a un lado. Hiroki quiso morirse y se quedó estático en su lugar, esperando a que lo que estaba pensando no fuera lo que realmente estaba sucediendo.

—Me voy—le había dicho con ese tono indiferente que siempre lo había caracterizado—, esto no está funcionando.

Hiroki soltó todo el aire de sus pulmones en una exhalación pesada, y quiso llorar pero no se lo permitió.

—¿A dónde te vas?—Le preguntó con un nudo en la garganta. Tragó duro esperando hacerlo bajar, pero se quedó allí.

—Por ahí…, en realidad no importa mucho.

Hiroki desvió la mirada y sus párpados tiritaron. La vista se le nubló aún más.

—¿Y por qué?—Insistió, y fue recién en ese momento donde reparó en lo segundo que Akihiko le había dicho, mas prefirió que lo repitiera y así asegurarse de que en realidad era un mal sueño.

—Porque esto no está funcionando—Repitió.

Hiroki desistió inmediatamente de sus intenciones, por más nobles que hayan sido. Apartó la mirada y dejó que el pelo le cubriera los ojos. No iba a rogarle, aunque ello doliera muchísimo más que hacer trizas su orgullo.

No, no lo haría.

—Bien, vete entonces—Se limpió rápidamente las lágrimas y lo miró a la cara. Maldijo esa expresión que en otro tiempo le causó las más ingenuas sonrisas.

Akihiko tomó sus maletas y pasó por su lado mientras caminaba. Hiroki se mantuvo quieto en su lugar, esperando a que la brisa que le traía el perfume de Akihiko se fuera junto con si silueta, y desapareciera por la puerta siempre abierta del departamento y se esfumara de sus recuerdos y de su corazón.

—No voy a olvidarte nunca, Hiroki—le dijo antes de desaparecer junto con el sonido incesante de sus zapatos Hugo Boss.

—Sí, sí; lo que digas—Espetó con la voz más firme que pudo.

Entró al departamento encontrándolo más vacío de lo que pensó encontrarlo. La habitación que compartían estaba con la puerta abierta y desde donde Hiroki estaba se veían los roperos abiertos de par en par, y la cama desordenada que ninguno de los dos se había dignado a tender en la mañana. Pegó su espalda contra la puerta ya cerrada y se dejó caer al suelo, tapando su cara con sus manos.

Frías, ausentes y solitarias. Como las baldosas del piso o los lazos rotos para siempre.

Como sus dedos mojados y sus gritos ahogados que le reprochaban haber sido tan estúpido, queriendo arreglar lo irremediable.

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Su vida comenzó a transcurrir otra vez, con una lentitud mucho más tortuosa. No sabía si prefería estar en el trabajo teniendo que soportar a Miyagi o estar en casa para estar tormentosamente solo. Extrañaba a Akihiko a pesar de todo, más por la costumbre de extrañarlo que por quererlo.

Hasta su corazón había perdido la capacidad de sentir. Prefería recordarlo como si estuviera muerto y no como ido, así sus memorias serían de nostalgia y no de rabia.

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Escribió un par de ideas generales en el pizarrón frente a su clase luego de explicar uno de los tantos poemas clásicos occidentales (y de lanzarles borradores a sus alumnos). No era particularmente emocionante, pero en algún momento de su carrera debía ocuparse de ello y no podía ser tan idiota como para rehuirle toda la vida.

Había salido tarde del trabajo ese día, pero eso no impidió que pasara unas horas en una de las plazas más concurridas de Tokio. Sentado en uno de los bancos, se sujetó la cabeza y se lamentó, luego de seis meses de separación, no haberle insistido a Akihiko en que se quedara, que aún podían solucionarse las cosas, siendo ingenuo otra vez.

Con los codos sobre los muslos y las manos sujetándose la cabeza, miraba el piso con la vista nublada pero no fue capaz de llorar, no en la calle, no frente a ese cielo nocturno censurado por los edificios alzándose hacia arriba. Cuando alzó la vista, se preguntó por qué Tokio no podía tener un espacio en el que la luz de las estrellas fueran su única iluminación, su única nostalgia, su única razón para recordar con el corazón vivo.

Pronto vio cómo la gente se aglomeraba hacia el centro de la plaza, donde se alzaba una pileta bastante sencilla. En primera instancia no le importó pero luego de varias palabras de asombro en las personas, decidió escabullirse entre la multitud para mirar también. A paso firme y dando empujones sutiles más que pidiendo permiso, llegó a la primera fila.

Allí lo vio, con los pinceles finos y gruesos a cada lado del lienzo sobre el suelo, detrás de los tarritos de pintura y un cuadro a medio terminar que aún incompleto se veía hermosamente realista con esa escala de grises. Y el pintor, hombre joven vestido de azul y negro, dejaba ver su cabello desordenado y llamando las vistas en lugar de su rostro oculto por su concentración en la actividad. Cuando levantó la vista y sonrió con modestia, la gente le aplaudió: su cuadro estaba terminado. Agitó su cabeza con muchísima gracia para acomodarse el pelo, dejando ver la fila de argollas en una de sus orejas. Sus ojos se pasearon por entre la multitud pero sólo un par marrón fue capaz de atraer su atención, llorosos y rojizos, cargados de historias y misterios.

Allí lo amó, con la mirada y su sonrisa agraciada, la ceja enarcada y adornada con otra argolla en su extremo.

Hiroki se acercó al tarrito con las monedas que descansaba junto al chico de los piercings, dejándole alguna de las tantas que traía en el bolsillo. Él se lo agradeció con cortesía y otra sonrisa más, con la mirada azul tan viva que parecían dos llamas azules. Hermosísimos ojos que nunca más fue capaz de olvidar, de arrancarse de la memoria ni del corazón; el azul más hermoso que alguna vez vio.

Se fue caminando luego de mirarlo detenidamente mientras sus ojos se iban secando, dejando un brillo sincero e ilusionado, que lo colmó hasta los últimos huecos.

Se le hizo una necesidad dirigirse a esa misma plaza todos los días, ir a mirarlo pintar, ir a mirar qué pintaba o ir a mirarlo a él, y no se dio cuenta cuando en lugar de un par de monedas fueron al menos cinco, acompañadas de sonrisas mutuas y un toque de manos a último momento, tardío, pero bellísimo.

Notas finales:

A partir de aquí, la historia comenzará a centrarse en lo que quiero que se centre. Desde la segunda parte del primer capítulo, lo preferí así. La historia no será larga y tendrá sólo cuatro capítulos. Quería comenzar a publicarla cuando la terminara, pero es que no me pude aguantar (?).

Espero que el cambio que se comenzará a describir más adelante no sea tan... alarmante (?). En fin, espero puedan disfrutar el fic. Darle otro gustito a esta pareja tan hermosa es una tentación demasiado fuerte.

¿Algún review por aquí o por allá~?


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