Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Camino de Colores por Steel Mermaid

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Disclaimer: Junjou Romantica y sus personajes son completa propiedad de Shungiku Nakamura.

II.-Demons

—Tenga—Dijo extendiéndole no tan cordialmente el libro a su compañero—. Espero que esta sea la última vez en la que tenga que responsabilizarme por su trabajo.

El otro no se inmutó por las palabras poco amigables, estando ya demasiado acostumbrado a ese trato tan tosco. Sin embargo aprovechaba gustoso cada oportunidad, por mínima que fuera, para aplicarle sus bromas de humor ácido. Hiroki se enfurecía momentáneamente y lo que fuera que traía en su mano siempre terminaba aventando la cabeza de Miyagi, quien se quejaba exageradamente preguntándole al cielo qué hizo para merecer un colega de esa categoría.

Hiroki rodaba los ojos y prefería ignorarlo. Entre hacerse mala sangre y amargarse solo era mejor pasar de esas situaciones, mal que mal no era su culpa si era Miyagi quién comenzaba.

—Ay, qué fastidio—dijo el mayor de ambos abriendo el libro. No tenía planeado construir una clase demasiado compleja para ese día.

—Será mejor que deje de quejarse y se ponga a hacer lo que debe hacer—Espetó el otro, más como una orden que como un consejo, sin dejar de teclear en su computador.

Miyagi se le acercó por detrás sin abandonar la silla; le daba una flojera enorme pararse para ir hacia Hiroki. Miró detenidamente su cabello y su piel.

—Últimamente te veo más consciente de ti mismo.

—¿A qué se refiere?—Preguntó sin prestarle real atención, sin girarse a mirarlo.

—A que hay algo que te tiene más… cómo decirlo…, contento.

Hiroki alzó una ceja y movió sus pupilas hacia Miyagi.

—¿Contento?—le cuestionó incrédulo.

—No sé si será exactamente eso, pero así te veo. Comúnmente eres más cascarrabias—Rió unos segundos.

—No sé de qué habla—le contestó y volvió a fijar la vista sobre el teclado—Y no soy cascarrabias, es que usted se toma todo muy a la ligera.

—Sí, claro, sigue haciéndote el tonto—Espetó y volvió a su escritorio.

Minutos después Hiroki se puso de pie y se dirigió a su clase. Debía aplicar examen a esa hora y debía estar atento a sus alumnos para vigilar que no se copiaran. Implacable, repartió las hojas a cada uno y anotó en el pizarrón el horario de comienzo y el de término mientras daba las instrucciones, más por costumbre que por querer advertirles realmente. Dio la orden y se dedicó a pasearse por toda el aula. Incluso podía jurar ver a varios de sus alumnos sudando frío, lo cual hizo que se sintiera un poco culpable.

Pensó que quizás era demasiado malo con ellos. Pero recapacitaba a su favor y se respondía que ellos se lo buscaban por no tomar en serio a la Literatura.

Cuando decidió sentarse, faltaban un par de minutos a que el horario permitido llegara a su fin. De a uno fueron dejando los exámenes sobre su escritorio y una vez estuvieron todos en su poder, la clase terminó.

Se dirigió a su casa antes de ir a la plaza, esa solitaria y fría que la mayor parte del tiempo estaba vacía. Aún era temprano, pero prefirió comer rápidamente y salir de ahí, esas paredes no le traían buenos recuerdos, ni siquiera las ventanas abiertas dejaban escapar el aire pesado, cargado de nostalgia. Resolvió cambiarse de casa lo más rápido posible. Por lo pronto, sólo saldría de allí.

Comenzaba a caer la noche pero la oscuridad disipada por las luces eléctricas no le impidió volver a hacer acto de presencia en la misma plaza, en el mismo banco. Lo volvió a ver, en la misma posición de siempre, con el cuerpo inclinado hacia adelante, arrodillado sobre el suelo. Se fijó en su vestimenta de esa ocasión, un abrigo azul marino y unos pantalones negros, las uñas negras y unos dibujos extraños sobre las caras externas de las manos que desaparecían tras las mangas de la ropa. Hiroki se sobresaltó ante su descubrimiento reciente: tatuajes, pero no pudo descifrar exactamente qué clase de dibujos o textos eran.

Él se percató de su presencia inmediatamente, como si hubiese captado su olor en el aire. Levantó la cabeza y dejó a un lado las pinturas en aerosol luego de haberse dedicado casi por completo a una obra igual o más bonita que todas las que Hiroki lo vio hacer. Lo miró igual que siempre, le sonrió después y su sonrisa llenó el espacio que los separaba. Hiroki se sonrojó cerrando los ojos y el chico, aprovechando la poca concurrencia de gente a esas horas en un día lunes, se le acercó. Cuando Hiroki abrió los ojos, lo miró detenidamente, estando peligrosamente cerca uno del otro y teniendo poquísimo tiempo para decidir qué hacer, como si le hubiera bloqueado todos y cada uno de los músculos, hizo polvo su voluntad.

—Hola—Lo saludó. Hiroki se echó un poco hacia atrás dispuesto a retroceder un paso, pues era una situación demasiado extraña, pero el otro lo tomó del brazo impidiéndole cualquier escapatoria y le clavó los pies al asfalto—, me llamo Nowaki—Volvió a sonreírle, tan lleno de vida, de gracia, de un brillo cegador—, es un placer verlo de nuevo por aquí.

Hiroki parpadeó repetidas veces sin acabar de entender semejante presentación, sintiéndose como un idiota. Frunció el ceño al no encontrar una respuesta a ese tal Nowaki, siendo incapaz de deshacerse de su agarre.

Pero no tardó en reaccionar.

—¡¿Q-Qué te has creído?!—le retó sin sonar tan determinante como quiso. El otro no hizo más que soltarle el brazo.

—Lo lamento… es que siempre me emociona verlo, desde la primera vez que lo vi.

No supo si había sido una declaración, o una sugerencia a seguir visitándolo en ese mismo lugar a la misma hora todos los días. Lo cierto es que Hiroki deseó que fueran ambas.

—¿Qué demo…?

—¿Puedo saber su nombre?—Lo interrumpió en seco. Hiroki, no acostumbrado a ser interrumpido de una forma tan irrespetuosa, bufó molesto, chistando la lengua.

No le respondió la pregunta, ni siquiera siguieron hablándose. Se quedaron mirando durante un rato, como en un concurso de miradas, y Nowaki no volvió a insistir en saber cómo se llamaba ese castaño con el ceño eternamente fruncido y la boca torcida, de gesto antipático. Volvió a su puesto de trabajo, estando completamente seguro, sin saber por qué en concreto, de que él no se iría.

Y así fue. Hiroki no se movió de su lugar y de vez en cuando recibía miradas de Nowaki, demasiado impetuosas, vehementes, aunque sus ojos no retrataran más que una ternura inigualable.

Se sintió extraño, y es que jamás nadie lo había mirado así, y le gustaba.

Le gustaban esos ojos más que cualquier cosa.

Pronto comenzó a oscurecerse cada vez más y la luz eléctrica de las calles seguía dándole en la contra, con las ventanas de los edificios y las tiendas. La gente y su vida nocturna comenzó a amontonarse alrededor del artista y Hiroki recibía varios empujones pero no se movió de allí. Por supuesto respondía a esas agresiones supuestamente no intencionales, ya sea con miradas frías o incluso palabrotas. Ya poco le importaba, estaba fuera de su lugar de trabajo.

Pronto el pintor dio el aviso del cercano fin de su obra; el gentío de difuminó entre las calles. Nowaki se dispuso a guardar sus instrumentos de trabajo en un bolso que traía consigo la mayoría del tiempo. Pensó en volver a acercarse al castaño, pero cuando se puso de pie, él ya había desaparecido.

A lo lejos lo vio caminando en dirección hacia unos edificios más o menos cerca de la plaza y Nowaki no dudó un segundo en seguirlo. No se preguntó qué hacía, por qué lo hacía y ni mucho menos a qué sentimiento correspondía esa complacencia extraña que, al parecer, el otro no se atrevía a aceptar como la realidad pura.

Cuando lo vio entrar, cruzó la calle hacia el edificio y quiso preguntarle al conserje a cerca del hombre que había entrado recién, pero se retractó luego al recordar que no sabía su nombre y podría levantar sospechas inciertas.

Se resignó a volver a su departamento, ensimismado en la idea de conocerlo y ganarse más que su mirada atenta y unas monedas.

.

Pasaron los días y la rutina de Hiroki era siempre la misma. El trabajo, la plaza, las miradas extrañas, su fijación en las manos de Nowaki y sus ahora negras uñas. Le extrañaba un poco la apariencia del pintor pero no se dejaba intimidar aunque su aspecto lo fuera en alguna medida, pues sus ojos reflejaban esfuerzo vivo, una forma de hacer historia, de sangrar la vida. En él no había ese pesimismo maltrecho que a todo el mundo termina pesándole en la espalda y que derrumba los sueños, que busca en el contraste de lo anhelado al anhelo mismo, como si trataran de consolarse a sabiendas de no lograrlo.

Nowaki era vida, era arte, era esa perfección imposible de encontrar. Y tanta esencia, tanta complejidad era imposible de contener en un solo cuerpo, entonces chorreaba por sus poros, por sus ojos, y acababan en obras maravillosas que quizás para Nowaki no tenían valor monetario.

Muchas veces pensó en comprar algunas para tener una parte de él consigo siempre, un pedacito de su esencia, pero luego se arrepentía: no quería parecer un psicópata. Suficiente era con ir a mirarlo todos los días, aunque estaba seguro de que no le molestaría si le preguntaba ya que Nowaki se había mostrado extrañamente interesado en él desde el principio, lo confirmó ese día, donde le dijo su nombre y se le presentó.

Un día luego del trabajo, pasó a la plaza y no lo encontró. Grande fue su decepción al no encontrarse con su mirada, esa que últimamente era lo único que le daba las fuerzas suficientes para volver a sumergirse en la soledad de su casa. Y peor aún se encontró su ya adolorido corazón al pensar en que quizás se había ido, que sólo se había aparecido por un par de semanas en esa parte de Tokio y quién sabía si mañana podía partir a otra ciudad, ¡o a otro país!

Se encontró desamparado y la angustia ante la idea de que Nowaki fuera a desaparecer le oprimió el pecho. Se sintió miserable por no haber podido adelantarse un poquito a los hechos. Como tantas veces hizo durante su vida, luchó con todas sus fuerzas para no llorar, pero las lágrimas cayeron de todas formas sin poder hacer nada al respecto. No se entendía, no se terminaba de entender, ni mucho menos entendía lo que le sucedía, la situación era como un montón de hilos con vida propia, enredándose en sí misma.

Resignado, volvió a casa. Y no le importó que aún no fuera fin de semana para tomar unas copas. Tomó lo primero que vio en el supermercado, y en la dolorosa soledad, bebió lo que más pudo hasta perder la consciencia.

Al otro día despertó con un horrible dolor de cabeza, pero no podía abandonar sus obligaciones así que partió a trabajar. Grande fue su sorpresa cuando al salir del edificio, encontró una silueta alta y unos ojos azules bellísimos apoyados contra el muro.

Se espantó por acto-reflejo cuando chocó con él y le pidió disculpas de inmediato, aún sin darse cuenta de quién se trataba. Al mirarlo hacia arriba, la luz del sol le dio de lleno en los ojos y tuvo que entrecerrarlos para evitar algún daño. En medio de tanto brillo, Nowaki estaba frente a él.

—¡¿Qué demonios estás haciendo aquí?!—Le gritoneó en plena calle, llamando la atención de varios de los transeúntes.

—Lo siento mucho, pero quería verlo lo antes posible—Contestó sin pensarlo dos veces. Hiroki se sintió incómodo otra vez—, moría por hacerlo.

—¿Hacer qué?—Preguntó como un idiota distraído, sin reparar en preguntarle cómo había dado con su dirección.

—Verlo, hablar con usted—Contestó risueño ante el gesto—. Hubiera subido pero no sé dónde vive y ni siquiera sé su nombre.

Hiroki palideció ante ese ser tan extrañamente directo. Al parecer no tenía reparos en decir lo que pensaba, cosa que lo hacía sentir raro.

—Qué simple parece ser para ti—Espetó. Se masajeó las sienes un poco—. Ahora, si me disculpas, debo ir a trabajar—Y se dispuso a caminar.

—¿Puedo acompañarlo?

Hiroki resopló hastiado elevando unos mechones de pelo sobre su frente.

—Está bien—Resolvió.

Caminaron juntos durante un rato en el que Hiroki quiso mantenerse lo más callado posible. No porque en realidad no quisiera hablar, sino porque le gustaba escuchar a Nowaki, por más simples que fueran las cosas que le decía. Un retorcijón extraño en el pecho le decía que lo mirara, que enfrentara sus ojos cargados de vida y brillo cegador, que se dejara cegar, pero el otro extremo de lo vivido, del miedo a ser herido de nuevo, le mantuvo la mirada pegada hacia adelante o al piso, como si el asfalto fuera lo más interesante del mundo.

Respondía con monosílabos y esa era toda la conversación. Hiroki pensaba que un chico con la apariencia de Nowaki no debería comportarse precisamente como él lo hacía, con esa amabilidad y ese sumo respeto que le mostraba al tratarlo de “usted”; ni ganarse la vida de esa manera, tan noble y tan bonita.

Llegaron a la universidad y Hiroki se detuvo en seco frente a la puerta de ésta, con sus enormes edificios detrás.

—Ya llegamos—Dijo, sintiéndose un idiota por mencionar algo tan obvio—, ahora sí que debo irme.

—¡Espere!—Nowaki le sujetó el brazo otra vez, y lo miró a los ojos, suplicante—¿Ahora me dirá su nombre, no?

Hiroki suspiró cansado. No deseaba decírselo porque, al fin y al cabo, Nowaki seguía pareciéndole un extraño. Intentó zafarse del agarre pero la mano fuerte de Nowaki no se apartó.

—Si no me lo dice, no lo dejaré entrar—Amenazó.

—Mi nombre es Hiroki, ¿bien? Ahora deja que me vaya, estoy atrasado—Soltó bruscamente y de un movimiento rápido con su brazo, se soltó de Nowaki.

Se alejó de él rápidamente sin estar seguro si de verdad estaba atrasado. Miró la hora en su reloj de muñeca y lo confirmó: treinta minutos tarde.

.

Soportó con más paciencia de la normal las bromas de Miyagi, y un montón de preguntas acerca del chico que lo acompañó hasta la universidad. Hiroki no se dio el trabajo de responder ni siquiera una porque sabía que si lo hacía, la sesión no terminaría. Así que tomó sus cosas y se despidió toscamente de él para irse a casa.

Pasó por la plaza calmadamente para ver si Nowaki estaba allí como de costumbre, pero no estaba. Volvió a sentir ese vacío inexplicable llenarle el pecho, haciéndose de un lugar importante en su corazón. Tenía la misteriosa esperanza de volver a verlo.

Olvidándose finalmente del asunto, pero con una asfixia que no lo dejaba respirar, retomó su ritmo habitual de caminata y llegó al edificio donde vivía.

Allí estaba otra vez, esperándolo, con su abrigo largo y sus argollas colgando alrededor de su oreja. Sus llamativas uñas, sus ojos vivos, azules y puros. Tan puros que llegaban a dolerle.

Cruzó la calle una vez que pudo y llegó a su lado. El dolor en el pecho se había esfumado. Al parecer no lo había oído y cuando lo miró bien, se percató de los audífonos que tenía puestos. Frunció el ceño un tanto y con su dedo índice tiró del cable para retirarlo de su oreja, mientras lo miraba con semblante serio.

—¡Hiro-san! Lo siento, no lo oí llegar—Dijo girándose hacia él y sacando su reproductor mp3 de su bolsillo para apagarlo.

—¿Qué hacías?—Le preguntó ignorando la noticia.

—¿Aparte de esperarlo? Escuchaba música, siempre me relaja—dijo. Hiroki sintió una felicidad retorcida dentro de sí por serle de confianza y que se desenvolviera tan fácilmente con él.

—¿Estabas nervioso por algo? ¿Qué escuchabas?—Intentó mostrarse lo más calmado posible. Giró hacia la puerta del departamento, entrando y siendo seguido por Nowaki quien captó la invitación inmediatamente.

—Siempre que lo veo me pongo un poco nervioso, supongo que es normal—admitió mientras entraban al ascensor. Hiroki apretó el botón que indicaba el cuarto piso, escuchándolo con muchísima atención aunque no lo demostrara en lo absoluto—. Ah, y escuchaba… una banda que no creo que usted conozca—Se rascó la nuca en un acto ingenuo que a Hiroki le sacó una sonrisa a pesar de no quererlo.

—¿Tan anticuado me crees, mocoso?—El ascensor se abrió y ambos salieron. Hiroki sacó las llaves de su bolsillo e introdujo la correcta en la manilla de la puerta—Dudo que hayan más de cinco años de diferencia entre tú y yo.

—¡No, no! No quise decir eso, lo lamento…—Se disculpó atropelladamente viendo a Hiroki entrar.

Giró hacia Nowaki cuando entró y lo quedó mirando sin saber qué decir, pero no apurado por soltar palabra alguna. Sólo lo miraba, y con eso sabía qué hacer, lo sabía todo, lo veía todo.

—Pero eso insinuaste—Le reprochó sin reprocharle realmente.

Nowaki insistió en pedirle disculpas pero Hiroki acabó ignorándolas todas. Se quedaron en silencio un momento, con el único sonido de su respiración y las puertas de las demás viviendas abrirse y cerrarse continuamente. El atardecer se filtró por los ventanales del edificio, con sus colores cálidos. Se miraban solamente, y juraban ver a todos los relojes detenerse al mismo tiempo.

Al final nada importó más que ellos mismos. La incontrolable necesidad de verse, tendida con miedo sobre sus ojos.

El más alto alcanzó el rostro de Hiroki con su mano, acariciándole la mejilla, consciente del castigo que Hiroki pudiera darle pero sin importarle realmente, no cuando lo miraba así y el tiempo se detenía para gritarles que, aún sin unirse como Nowaki lo deseaba (como lo deseó desde el principio), él lo tocaba y el otro se dejaba tocar, y eso; tan simple y tan lleno de desesperación, era amor.

En un arranque, un ataque de no querer separarse de ese que tanto le gustaba poner al límite sus sentimientos, jugando a las escondidas, lo invitó a pasar. El otro aceptó de inmediato. Se sentaron en la sala, Hiroki le ofreció un té pero Nowaki lo rechazó cordialmente, diciendo que no se molestara.

Siguieron mirándose sin saber qué hacer, qué decirse. De pronto Hiroki reaccionó y cayó en cuenta de dónde estaban, en esa eterna prisión vacía que por más que quería abandonar no podía, envuelto en promesas rotas. Ahora estaba allí con Nowaki, y Nowaki estaba en el mismo lugar que Akihiko usaba cada vez que estuvieron en la sala. Tan fuerte era la ola de recuerdos y reproches, de juramentos de no volver a enamorarse nunca, que se sintió mareado, embobado por el mundo. Nowaki se alertó sentándose a su lado, abrazándolo contra su pecho y acariciando su cabello.

Tan cálido. Tan distinto y tan igual. Quería ver a Akihiko en Nowaki para no sentirse un mentiroso consigo mismo, pero no podía, por más que lo intentaba, y cuando Nowaki lo volvió a mirar a los ojos, con apenas centímetros entre su boca y la suya, sus fantasmas se fueron, y no pudo ver ningún espectro en esos ojos que podían ser su salvación.

Lloró, gimió sin consuelo. Nowaki no lo abandonó en ningún momento. ¿Cuántas veces había llorado de rabia solo, teniendo a alguien que debió consolarlo? No le importó mostrarse débil ni mucho menos verse a sí mismo tan expuesto. Nowaki lo obligaba a enfrentar cada uno de sus miedos, sus falencias, sus virtudes deshechas.

Lo agarró fuertemente del abrigo arrugando la tela sobre el pecho, mostrándose desesperado. Jamás dejó de sentir sus manos cálidas rodearlo, queriendo abarcar cada centímetro de su cuerpo. Y era su culpa, era su responsabilidad por ser tan dolorosamente puro, insistente, desconocido e impredecible.

—Hiro-san—Lo llamó, pero Hiroki no lo escuchó porque no quería escuchar nada. Nowaki le tomó el rostro con ambas manos e hizo que sus ojos se enfrentaran—, Hiro-san, escúcheme…

El susodicho se mantuvo en silencio, cerrando los ojos y liberando un par de lágrimas más. Nowaki las limpió con sus propias manos.

—Hiro-san, te amo.

Se sobresaltó y un temblor le recorrió la espalda. Cuánto añoraba que le dijeran algo así.

—Dilo otra vez…—Suplicó, tironeándole el abrigo, mirándolo a los ojos, queriendo hasta arrancárselos y ser su dueño absoluto.

Nowaki sonrió complacido, estrechándolo con más fuerza.

—Te amo, te amo…—le insistió, apretándolo cada vez más, adueñándose de él con sólo tocarlo—, por eso, no llores, por favor…

Hiroki se deshizo en su abrazo y en sus palabras. Bastó un solo segundo para que sus labios anhelaran tocar los ajenos, y así lo hizo. Humedeció el rostro de Nowaki con sus lágrimas, lo marcó de por vida y no se arrepentía de hacerlo.

El contacto se deshizo de pronto y Nowaki volvió a hablarle.

—No sé por qué lloras, Hiro-san, pero yo te juro que jamás, mientras viva, te haré llorar. Jamás.

—¿Jamás?—Preguntó, ingenuo, queriendo creerle y haciéndolo. Le creería incluso las mentiras.

—Jamás—Respondió, como si fuera lo único que sabía decir.

Y esta vez fue Nowaki quién lo besó con ahínco, callando sus sollozos por peticiones de aire y el aliento que con cada caricia el más alto le arrancaba. Perdieron el control entre besos y jadeos inquietos, vivos, demasiado explícitos. Se besaron como jamás habían besado a nadie, reteniendo el aliento ajeno a máximo dos centímetros cuando sus narices se rozaban. Hiroki se acomodó sobre el sofá, extendiendo su cuerpo a lo largo de éste sujetando a Nowaki del rostro para no permitir que se apartara de él.

Se despojaron de sus ropas, de sus máscaras, y sólo quedaron sus almas desnudas, las bocas jadeantes y entreabiertas. Las manos curiosas de Hiroki calcando los tatuajes en los brazos de Nowaki, jugando con la argolla de su ceja, sujetándose de sus hombros para volver a alcanzar su boca, ahora hincados sobre el sofá. Se mordieron, se invadieron, se conocieron hasta en lo más íntimo y en lo desconocido de la desesperación. Allí, Nowaki lo amó no sólo con sus ojos, y se dejó amar por la curiosidad de Hiroki al mirar sus detalles, quien memorizaba cada relieve, cada dibujo y dejando su propia huella en esa piel tersa, en el pecho amplio y en los brazos fuertes.

Así, Nowaki jamás se atrevería a olvidarlo. Lo sellaría para siempre, como si fuera un tatuaje más, y se clavaría con obstinación en su corazón.

Dejó que Nowaki hiciera crujir cada uno de sus huesos, su propia respiración y sus palabras entrecortadas repitiéndole que lo amaba, y esa palabra maravillosa que lo hacía olvidar hasta su propio dolor. Lo dejó tomar total posesión de su cuerpo y sus deseos, lo manejó a su antojo, se lo permitió totalmente envuelto en ese placer tan distorsionado. Se abrazó a su cuerpo con piernas y brazos cuando la verdadera unión comenzó. Le enterró las uñas en su espalda y las arrastró hasta su cintura, tironeó su cabello, volvió a juguetear con sus aretes, con cada uno que pudo tocar, rozar con sus dedos. Cada contacto era único, todo en Nowaki lo invitaba a perder el control.

Y no se contuvo porque no quiso, porque era inhumano resistirse a sus ojos entrecerrados y esa sonrisa agradecida. Le decía que no tuviera miedo, que con él estaría seguro, y volvió a creerle. Se lo gritó cuando las sensaciones acabaron en un grito desgarrador de ambas gargantas y la respiración agitada, la vista nublada por el placer y la felicidad.

—Te amo…—Volvió a insistirle—por eso, ámame, por favor…

No dijo nada más cuando Hiroki lo abrazó con fuerza, y se dispuso a descansar sobre su pecho escuchando los latidos de su corazón agitado.

Se juró llegar a él, porque qué más podría ser Nowaki sino una extensión de la propia vida de Hiroki, o un resultado vivo de su aliento. Ya nunca más sería alguien sin rostro ni silueta, una carcasa vacía buscando su propio sitio en el mundo. Ya no estaba solo, ya tenía a quién proteger, y le era tan normal como cruzar la calle o mirarlo entre la gente mientras pintaba, abrazarlo y decirle que lo amaba sin saber por qué.

Antes de irse a su casa, lo tomó en brazos como si de la porcelana más fina se tratara y lo recostó en la cama.

Qué ganas de resguardarle hasta el sueño.

Notas finales:

Y aquí está el segundo cap., un poco más pícaro de lo normal (?) pero sentí que la cosa tenía que suceder rápido para así convencer de una vez a Hiroki de lo que siente, sino me llevaría mucho tiempo. Espero hayan comprendido.

La idea de que Nowaki no tutee a Hiroki es algo que me venía planteando hace bastante tiempo y creo que es un detalle muy tierno de su parte. Espero que no resulte tan extraño, pero sentí que debía incluir algo así en esta historia, pienso que le da un toque especial.

No creo que Nowaki haya provocado sustos, ¿cierto? xD está raro pero sigue siendo el mismo, o eso intenté al menos. No me linchen ;_;!

En fin, ¡muchísimas gracias por leer! y no olvide, estimado/a lector/a, que los reviews son siempre una fuente de alegría para esta loca pseudo-escritora.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).