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Mi encantadoramente desagradable salvador por aleii

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Notas del capitulo:

Buenoooo yo se que algunos han leído mis otras historias

y diran "¡pero como se atreve a escribir una nueva sin haber

terminado las otras!" haha pues bien, ni yo lo se.

Pero desde hace mucho quería escribir algo así,

además de que la inspiración llego a mi de una manera

extraña... así que espero de todo corazón que les guste

esta historia. 

Un saludo!

-No fue tu culpa-repitió por tercera vez Helena, pasando su mano por mi espalda, en un intento por reconfortarme-no es culpa de nadie

Alce mi rostro, observando a la chica de grandes ojos grises y tez morena, que me miraba con preocupación. Solté un bufido, y me levante de aquel incomodo sillón, alejándome de ella. En este momento lo que menos quería era escuchar esa tonta frase, que la mitad de las personas continuaba diciéndome cada que podían.

Si realmente no fuera mi culpa, entonces no sentiría una fuerte opresión en el pecho, ni tampoco un molesto nudo en la garganta… y mucho menos tendría ganas de llorar al pensar en ella.

Y no me seguirían diciendo esa idiota frase de “no fue tu culpa”, una y otra vez. Preferiría mil veces que me dijeran, “claro que fue tu culpa”, antes que volver a escuchar sus falsas palabras.

-Sebastián-murmuró Helena, clavando sus intensos ojos sobre los míos. Parecían estarme diciendo “detente”, pero los ignoré una vez más, desviando mi rostro hacia otro lado.

-Solo estoy… un poco cansado-dije, cerrando mis ojos y recargando la espalda contra la dura pared de caoba del cuarto de invitados. Lo cierto, es que ahora solo tenía ganas de dormir y olvidar. Y si se podía, quería regresar el tiempo. Quería regresar el tiempo y salvarla.

De nuevo, una vez más, su rostro apareció frente a mí. Últimamente se había vuelto una costumbre para mi cerebro el repetir esa escena una otra vez… como si quisiera que no la olvidara nunca. Y bueno, aunque deseara no recordar aquello, me era imposible. Ya que se había quedado grabado en mi memoria.

 

 

“Todos nos encontrábamos en el suelo,  en un inútil intento por pasar desapercibidos. Los calmados pasos de Ana se hacían escuchar por toda la escuela, y por primera vez, todo el  mundo parecía  estarle prestando verdadera atención.

A mi lado, se encontraba Helena. Ambos habíamos logrado huir de la cafetería y ahora, habíamos encontrado refugio, junto con otros estudiantes, dentro de la pequeña aula de música.

Sus enormes ojos grises me observaban asustados, mientras que su mano se aferraba a la mía con fuerza. Podía notar lo asustada que se encontraba. Y tal vez, si yo mismo no hubiera estado que me orinaba en mis pantalones, le podría haber dicho alguna frase reconfortante. Pero no podía, me era imposible. Cada pequeño músculo de mi cuerpo se mantenía en extrema tensión, esperando poder detectar cualquier movimiento o sonido.

Y así fue.

Minutos después de haber llegado al salón de música. Las doce personas que nos encontrábamos dentro, pudimos observar cómo se abría lentamente la puerta, dándole el paso a una menuda y pequeña chica, de largos cabellos castaños.

Sus ojos eran alargados y curiosos. Y pronto, comenzaron a observar todo a su alrededor. Con demasiado detalle.

Helena se pegó aún más contra mi cuerpo, mientras que su respiración se aceleró descomunalmente.

Por un momento, me pregunté qué es lo que sucedería sí cerraba mis ojos tan solo por unos segundos. Solo sería un momento, y nada más. Así que lentamente fui cerrando mis parpados, e intente concentrarme en cualquier otra cosa. Quería dejar de escuchar los golpes de mi asustado corazón… “pum, pum”, que resonaban dentro de mi pecho. Y quería dejar de pensar en la chica que acababa de entrar al salón, cargando una pistola entre sus pequeñas manos. Quería dejar de recordar quién era ella.

Pero entonces, no pude resistir la tensión. Los nervios parecían estar carcomiendo mi estómago, y no tuve más remedio que abrir mis ojos.

En cuanto lo hice, sentí como toda la sangre que fluía por mi cuerpo, se desvanecía.

Frente a mí, se encontraban aquellos almendrados ojos cafés. Y aquella pequeña nariz llena de pecas. Y aquellos largos rizos color chocolate.

-¿Seb?-preguntó con dulzura la chica, mostrándome una media sonrisa-te estaba buscando

Trague saliva, al tiempo que pensaba en mi vida. En lo poco que la había disfrutado, y en todos los errores que había cometido… entre ellos el de Ana. Pensé en lo idiota que había sido con ella, sobre todo durante el último año.

-No te asustes-susurró, al tiempo que pasaba tiernamente su mano por mi mejilla-solo quería despedirme-añadió

Sentí como mis ojos se abrían de la sorpresa. ¿De que hablaba? ¿A qué se refería?

Entonces se puso de pie,  aun mostrándome aquella tímida sonrisa. Sus ojos se mantenían fijos sobre los míos, pero en ellos no había odio, ni rencor, ni resentimiento, como yo había pensado… simplemente había una profunda tristeza, y dolor.

Al instante, algo dentro de mí me alerto. Sentí que… debía decirle algo… lo que fuera. Pero… hace tanto que no hablábamos, que ahora no sabía cómo hacerlo. Y me daba miedo. Me sentía paralizado, pegado al frío suelo de mármol, como si fuera una dura estatua de piedra.

Así que solo pude observarla. Ver cada movimiento que hacía…  mirar como aquellos ojos se inundaban de lágrimas, y lentamente alzaba su brazo. En ese momento quise gritar, quise ponerme de pie y correr hacía ella… quise detenerla… pero ya era demasiado tarde.

Su delgados dedos se aferraban con fuerza a la pistola, mientras que sus ojos se detuvieron un momento, observándome fijamente, como diciendo “adiós”. Y entonces, apretó el gatillo.

¡Bum!

Un chorro de sangre choco contra el suelo, y al instante miles de gritos inundaron el cuarto.

Helena me jalo del brazo, intentando levantarme del suelo, y salir huyendo de ahí como todos los demás. Pero no podía moverme. En mi cabeza seguía repitiéndose la voz de Ana… como un disco rayado… “solo quería despedirme”, “solo quería despedirme”, “solo quería despedirme”…

Y no podía alejar aquella terrible sensación que recorría mi cuerpo.

-¿Sebastián?-murmuró Helena, tirando una vez más de mi brazo. Alce mi rostro y pude sentir como unas gruesas lágrimas caían una tras otra, deslizándose lentamente por mis mejillas y  mi mentón… hasta llegar a mi cuello.”

 

 

-Yo sé que fue mi culpa-afirmé, abriendo mis ojos

Helena aún continuaba con aquella expresión preocupada en su bonito rostro.

-No lo fue, tú no tiraste del gatillo-insistió, poniéndose de pie, caminando hasta donde me encontraba. Sus manos tomaron las mías firmemente, envolviéndolas.

-No. Pero nunca intente ayudarla…-me detuve, clavando mis ojos sobre los de ella; quería que me entendiera, que comprendiera lo que sentía-Helena, ni siquiera podía saludarla cuando me la encontraba en los pasillos, nunca lo hice-mascullé

-No era tu deber el saludarla-refuto

-Yo sé que no. Pero se suponía que éramos amigos… o al menos lo habíamos sido alguna vez

-La gente cambia, y por eso no debes sentirte culpable solo por el hecho de que ya no la saludabas por las mañana

-Tendría que haberme preocupado un poco más por ella, en vez de estar pensando todo el tiempo únicamente en mí-insistí

 

“Ana haló suavemente de la orilla de la camisa de mi pijama, mientras me mostraba aquella bonita sonrisa suya.  Sus pecas surcaban dulcemente sus mejillas y no pude evitar sonreír también.

-Está bien, te perdono-murmuré, sentándome por fin a su lado. Algo a lo que me había estado negando durante toda la noche

-Te prometo que algún día, cuando sea grande y tenga mucho dinero, te regalare un videojuego igualito al que perdí…-afirmó, sonriendo aún más, enseñándome aquellos blancos dientes suyos

-Bueno, confiare en ti-dije, dando por olvidado el tema del videojuego perdido,  encendiendo la televisión. Ese era nuestro símbolo de la paz.

Así que ambos comenzamos a mirar con atención un divertido programa de concursos, donde una persona tenía que pasar por varias pruebas, para poder ganar el premio final. Y pensé que ahí había quedado todo,  pero entonces sentí de nuevo que Ana tiraba de mi pijama.

-¿Seb?-preguntó de pronto, interrumpiendo mi concentración

Me gire durante un segundo

-¿Mmm?

-Eres mi mejor amigo-murmuró, al tiempo que sus mejillas se coloreaban de un divertido color rojo-el mejor de los mejores”


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