Me está mirando, él me está mirando y eso es raro. Siento su penetrante y oscura mirada con cada paso que doy, la siento así aun sin haberlo visto por primera vez. Pero sé que él es oscuro. Al menos escalofriante. Pone mi piel chinita con tan solo quedarse allí, sin moverse, sin decir nada aunque tampoco es como si pudiera, no a esa distancia. No sé qué hacer, sé qué esto pronto va a acabar. Aunque no sé cuándo. Quiero que termine. Quiero llorar. Su mirada sobre mi espalda me hace querer llorar. De repente. Todo está ocurriendo y a la vez nada. Mi cuerpo tiembla, mis ojos lagrimean, mi garganta se cierra y quiero voltearme. Quiero mirar, pero a la vez no porque esto está mal. Algo anda muy mal y tengo miedo.
Mi curiosidad sobrepasa a mis acorazados sentimientos, me armo de valor y giro sobre mis pies. Más allá de la ventana, sobre el risco en el monte de enfrente. Mi respiración se detiene por una fracción de segundo.
Es oscuro, pero no lo es. En cambio es rubio, deslumbrantemente rubio, cabellos de oro y piel lechosa. Él sonríe. Un escalofrío recorre mi espina dorsal. Vuelvo en mis talones y finjo no haberlo visto. Me doy cuenta de dónde venía tanta oscuridad porque quiero llorar de nuevo. Quiero tirarme al piso y tapar la ventana para que él deje de mirar. Sé que lo sigue haciendo. Sigo fingiendo que no sé nada.
Pero no puedo apartar mis pensamientos, tampoco mis ojos y caigo de nuevo en el juego porque él es adictivamente hermoso. Esta vez él se asegura de mantener mi mirada por más tiempo. Algo está por venir. No aparto la vista.
Él sostiene el dobladillo de su camiseta negra, lenta y concienzudamente la levanta, aguanto la respiración sin saber que lo hago. Él no está mirando su propio acto, porque no aparta su vista de mis ojos. Yo no la aparto de él tampoco. Su mirada me dice cosas. Es sensual, prohibido y terrorífico. Sigue sonriendo aun cuando lo hace. Todo sucede tan rápido que mis ojos apenas logran captarlo y ya estoy gritando, fuerte. Pero ningún sonido sale de mí.
Apenas había alcanzado a descubrir la mitad de su blanco abdomen cuando su mano ágil y certera voló con cuchilla en mano hasta su propio vientre. Él no hizo ninguna mueca. En cambio yo, me retorcí en dolor. Para el momento que mis espasmos pasaron, quise salir de casa, correr hacía él. Necesitaba de mi ayuda.
¿Acaso era estúpido? ¿Un sádico masoquista exhibicionista? ¿Quién demonios se causaba daño a sí mismo para capturar la atención de alguien? Aunque fuera la criatura más hermosa vista en mi vida, ¡me iba a escuchar! ¡Ese loco! …
Corrí por el estacionamiento del edificio, pasé las rejas como nunca antes, me detuve un momento frente al gran monte para ubicarlo, levante mi vista. Ahí, sobre el árbol en el que él había estado recargado, solo era eso. El árbol, sólo. Crucé mi vista por toda la extensión de matorrales y todo era igual que siempre. Desierto. Muerto. Sin vida más que la de los autos pasar por la carretera contigua.