Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Yuu gatto meeru por eigengrau

[Reviews - 28]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Uh, hola.

Uhmm qué nervios, este es mi primer fanfic de esta serie.

Antes de que se aventuren a darle una leída debo advertir que, aunque puede que no lo parezca en este primer capítulo, esta historia será muy oscura y perturbadora. Tendrá escenas muy explícitas de sexo (consensual y no), violencia y tortura. Pero no será todo tan malo, y al final quizá hasta triunfe el amor, así que...

Es un AU. No hay reyes ni clanes ni poderes increíbles. La historia de los personajes es similar pero no exactamente igual. Misaki y Saruhiko no se conocen hasta después. Y uh... más cosas.

Pero espero que lo disfruten.


EDIT: ¡Aaah! No puedo creer que olvidé añadir esto: K Project no me pertenece; es propiedad de GoRA y de las mentes creativas que lo imaginaron primero. Gracias.

Notas del capitulo:

Espero que no les parezca muy corto. Trataré de alargarlo para la próxima.


ówo)/

Esta historia comienza con un misterioso e-mail.

 

 

Pero entonces, eso no es del todo cierto. No, la historia comienza mucho antes, con un Rikio Kamamoto sumamente deprimido y un Misaki Yata cabeza hueca que decidió que aquel era un buen día para brindar apoyo emocional a su compañero de trabajo, aún si no tenía ningún conocimiento relevante en el tema de su preocupación o experiencia alguna, para el caso.

 

 

Pero Yata siempre se ha considerado un buen amigo, y los amigos se dan consejos y  se ayudan, ¿no es así?

 

 

—¡¿Eeeh?! ¡¿Miki-chan dijo eso?!—preguntó Yata ruidosamente.

 

 

El restaurante-bar HOMRA estaba más o menos vacío y ya habían tomado las ordenes de todos los clientes, por lo que ahora se encontraban simplemente en la barra, fingiendo que limpiaban los aparadores cuando en realidad sólo pasaban el trapo por el mismo lugar una y otra vez. Las puertas dobles de la cocina se abrieron ligeramente y el cocinero, Mikoto Suoh, a quien Yata admiraba con una pasión aterradora, asomó la cabeza parcialmente. Su rostro estaba completamente inexpresivo, pero ellos ya sabían para ese momento que aquella era su forma de decir que estaban siendo una molestia.

 

 

—¡L-lo siento, Mikoto-san!—se disculpó el castaño a susurros, haciendo una reverencia exagerada. Como era de esperarse, Suoh simplemente desapareció, la abertura cerrándose sin ningún sonido y con un movimiento tan sutil que se preguntaron si alguna vez había estado ahí, para empezar—Uh... ¿en serio dijo eso?—murmuró de nuevo, volviéndose a su amigo. Kamamoto le miró de lado, sus ojos totalmente desprovistos de vida y las pesadas ojeras formándose debajo haciendo un juego perturbador en su rostro. Suspiró.

 

 

—Sí... dijo que así era mejor, que no quería forzar las cosas entre nosotros y que si servía de consuelo deseaba que continuaramos como amigos... —su voz era monótona y rasposa, con un toque casi fantasmal. Yata tragó duro.

 

 

—¡Pero, pero no! Estaba seguro de que Miki-chan... bueno, de que tú y ella...

 

 

Yata no conocía personalmente a Miki Amagawa. Pero claro, eso no era sorpresa cuando apenas podía mirar a una chica a los ojos por escasos dos segundos antes de salir corriendo, totalmente aterrado. Aún así, Kamamoto siempre le estaba contando historias sobre ella, sobre cómo se habían conocido hacía algunos años de manera casi divina, predestinada, diría a veces, y sobre cómo usaban todo su tiempo libre para pasarlo el uno con el otro. Yata no era muy fan del romanticismo, principalmente porque era una tortura saber que él nunca podría ser como esos galanes perfectos de las historias. Si hablar con una chica le provocaba un ataque epiléptico no podía ni imaginarse tomándola de la mano, besándola o... o haciendo... cosas. Pero había quedado prendado con la historia del rubio. Kamamoto y Miki se habían convertido en su idea de lo que era el verdadero amor. Y si para él era duro pensar en que eso ya no sería posible, para su amigo debía ser debastador.

 

 

Así es. Su amigo lo necesitaba. Y él estaría ahí.

 

 

—O-oye, tranquilo—dijo torpemente, colocando una mano sobre su hombro a señal de consuelo—. ¡Tienes que quitar esa cara! Uhm... ¡ya sé! ¿Qué tal si, saliendo del trabajo, vamos a los videojuegos? La distracción es lo mejor para olvidar los problemas, ¿no?—rió nerviosamente. Kamamoto agachó la cabeza, el aura de depresión severa profundizándose.

 

 

—No, Yata-san. Esto no es algo de lo que se pueda uno distraer...—Yata le miró con preocupación y un poco de miedo, para ser sinceros. Su mano, la mano que tenía sobre el hombro de su enorme amigo, estaba comenzando a sentirse sumamente fría.

 

 

—Oh... ¡entonces, entonces...! ¡Vayamos a las películas! Las películas siempre tienen la respuesta—sonrió incómodamente. Su mano parecía estar atrapada en un bloque de hielo. Comenzaba a sudar frío—...o quizá, ¿has considerado pedir consejo a Kusanagi-san? Oí que es un experto en estos temas. Además ya es viejo, él debe haber pasado por miles de situaciones así antes, ¿no?

 

 

—Yata-san—dijo el rubio, irguiéndose de golpe y, por un momento, el pequeño castaño pensó que le había enfurecido y que recibiría un inclemente golpe en el rostro. Apartó la mano con rapidez para colocarla frente a él a manera de defensa—. Vayamos a beber.

 

 

—...—el chico le miró atónito por unos momentos. Kamamoto no le estaba mirando, pero su expresión era totalmente seria y decidida—Pero... estamos en horas de trabajo—balbuceó al fin—. A-además idiota, soy menor de edad, no me van a vender nada. Y uh... en realidad no creo que sea buena idea...—terminó en un susurro.

 

 

—Iremos después del trabajo—explicó el hombre, volviéndose a mirarlo fijamente. Sus ojos cafés ahora parecían arder con desesperación—. Sólo faltan cuatro horas. Y yo compraré las bebidas, así nadie te dirá nada—todo su cuerpo temblaba y su voz se había tornado extremadamente tétrica. Yata pensó que estaba a un paso de perder la chaveta.

 

 

Aquello era de lo más extraño, especialmente considerando que, cuando sentía curiosidad y comentaba la idea de beber, siempre era Kamamoto quien le decía que no debía hacerlo hasta que cumpliera los veinte. El hombre, grande, gordo y fornido como era, era algo así como una mamá gallina para él, y Yata siempre lo había encontrado un poco molesto. Pero ahora que se invertían los papeles se sentía infinitamente horrorizado. Probablemente él no sabía mucho de alcohol, o sería más propio decir que no sabía absolutamente NADA, pero sabía que no era una buena idea que alguien con sentimientos tan oscuros y trastornados se refugiara en la bebida. Abrió la boca para decir algo, algo que se asemejara lo más posible a 'NI LOCO' pero mejor verbalizado.

 

 

—Oye, Kamamoto...—un par de golpes se escucharon detrás de las puertas de la cocina. Aquella era la señal de que acababa de salir una orden—¡Yo, voy yo!—gritó exageradamente, agradeciendo infinitamente la interrupción. Quizá podría pedir consejo a Mikoto-san antes de tratar con un desquiciado con el corazón roto. Tomó con rapidez un par de bandejas y se apresuró a entrar a por la comida. Kamamoto dio por sentado que aquel había sido un 'sí'.

 

 

 

...

 

 

 

—¡Gracias, Mikoto-san! Se ve delicioso, ¿los ha hecho de la manera tradicional?—preguntó el castaño.

 

 

En una de las bandejas descansaba un humeante sukiyaki con una orden de arroz frito y en la otra un popular miso ramen con ajo extra. Suoh le miró intensamente, su rostro carente de expresión pero evidentemente extrañado. Era la norma preguntar si había algo diferente en el platillo, por si el cliente lo cuestionaba más tarde, claro. Pero Yata era atolondrado por naturaleza y no lo hacía hasta que le interrogaban y no sabía cómo responder. Entonces entraría agitado a la cocina y el chef Mikoto-san, que para entonces ya sabía de qué se trataba, le informaría de manera aburrida antes de darle un pequeño golpe en la cabeza. Tatara Totsuka, el ayudante de cocina, se encontraba a poca distancia ordenando el inventario y no pudo evitar una risita al ver aquello.

 

 

—¿Hmm? ¿Sucede algo, Yata-chan?—dijo alegremente.

 

 

—¿Uh? No, ¿por qué?

 

 

—Es inusual que recuerdes algo tan importante como preguntar por la receta—se burló, pero su sonrisa era amable en lugar de maliciosa, así que Yata lo dejó pasar—. ¿Hay algo que quieras preguntar?

 

 

—¡Agh! Totsuka-san, ¿cómo lo hace? ¿Sabe leer mentes?—hizo puchero, dejando las bandejas un momento sobre la mesa de la cocina. El hombre le sonrió con afecto—De hecho... quisiera que me ayudaran con algo...

 

 

 

...

 

 

 

Habían comenzado a caer unas cuantas gotitas cuando faltaban poco menos de dos horas para el fin de su turno.

 

 

Eso también era extraño: ya estaban a finales de noviembre, tres días más y oficialmente iniciaría la temporada navideña y el pequeño castaño no recordaba ningún otro año con un clima similar por esa época. Pero quizá era un cambio de buena suerte. Con el ambiente frío y ahora también mojado seguramente los planes de Kamamoto se vendrían abajo. Echó un vistazo al cielo a través de la ventana mientras limpiaba con pereza la mesa cinco, que acababa de ser desocupada. Ahora faltaban escasos minutos para su salida, las nubes se habían oscurecido y la ligera llovizna se había convertido en un aguacero. Suspiró.

 

 

"Sólo ve con él," había dicho Mikoto-san, con su usual voz lacia y carente de emoción.

 

 

"Pero, Mikoto-san, ¿en verdad cree que sea buena idea? Kamamoto está deprimido, ¿no sería peor si se embriagara?" el hombre le miró fijamente sin responder. Totsuka parecía pensativo.

 

 

"Bueno, Yata-chan, quizá sólo debas hacerle compañía," expresó tras un momento. Yata le miró confundido y él se permitió sonreírle de nuevo. "Ser un buen amigo no significa siempre que debas obligarle a hacer lo correcto. A veces basta con estar con él en sus peores momentos."

 

 

Ah, supongo que Totsuka-san tiene razón. Pero con este clima no hay manera, ¿verdad? No hay forma. ¿Será malo que me sienta aliviado por eso? Además era una idea muy estúpida.

 

 

La puerta principal del restaurante tintineó, anunciando la llegada de alguien al establecimiento. Se volvió con desgano y, al ver que solamente se trataba de Izumo Kusanagi, regresó a su trabajo de frotar la mesa. Kusanagi era un hombre atractivo y ciertamente misterioso. Yata le tenía respeto, por supuesto, aunque no tanto como a Mikoto-san, lo que podía ser un problema considerando que el rubio alto era el dueño del negocio. Siempre entraba a trabajar a las cinco, que era la hora de salida del castaño y su gordo compañero, y hacía de barman hasta altas horas de la madrugada. Aparentemente hacía un trabajo estupendo.

 

 

—Bienvenido, Kusanagi-san—bostezó Yata con apatía sin volverse a verlo. El rubio colocó el paraguas húmedo a un lado de la puerta, se sacó las gafas oscuras que llevaba puestas, colgándolas despreocupadamente del cuello de su camisa y se acercó al pequeño.

 

 

—Ah, Yata-chan, tan gandul como siempre, ¿eh?—bromeó, aplastando una mano contra su cabeza y empujándolo hacia abajo.

 

 

—¡Uwaah! ¡Déjeme, maldita sea!—gruñó el castaño con fastidio, tomando el brazo del otro e intentando separarlo en una posición incómoda. El hombre solamente rió, sin dejar de presionar.

 

 

—Izumo, ya déjalo en paz, no querrás hacerlo encoger aún más—se mofó Totsuka, que acababa de salir de la cocina para no perderse la escena.

 

 

—¡Oye!—chilló Yata con indignación, pero nadie le prestó atención.

 

 

—Buenas tardes, Tatara—saludó Kusanagi, dando un último empujón antes de soltar al castaño, que se desequilibró momentáneamente—. ¿Cómo ha ido todo? ¿Y Mikoto?

 

 

—Adentro, como siempre—sonrió el de cabellos cenizos, apuntando en dirección a las puertas dobles con el pulgar—. Ya encontramos la sartén que hacía falta, estaba guardada en el horno viejo, ¡no sabes la de cosas que había ahí! Oh, y nos está haciendo falta tofu, el miso se ha estado vendiendo como pan caliente.

 

 

—Ah, sí, con este frío las comidas calientes son las que más salen—coincidió Kusanagi. Yata, al ver que estaba siendo ignorado, se apresuró a terminar su tarea y regresó a la barra, que estaba vacía en ese momento.

 

 

—¿Uh? ¿Y Kamamoto?—preguntó a nadie en específico.

 

 

Echó un vistazo al reloj: 5:03 p.m. Podría irse en cuanto llegara su reemplazo, que adivinaba sería en un par de minutos más. Saburouta Bandou tenía la extraña costumbre de llegar cinco minutos tarde, fuere cual fuere la situación. Entonces sólo tenía que encontrar a Kamamoto; probablemente no podrían ir a beber como había planeado el rubio, pero tenía la intención de al menos acompañarlo a casa para asegurarse de que estaría bien. Miró los alrededores. Totsuka y Kusanagi seguían conversando de asuntos triviales, después de todo eran buenos amigos. Las mesas del restaurante estaban vacías y con el chaparrón que se apreciaba allá afuera era fácil adivinar que no tendrían mucha concurrencia esa noche. Sin pensárselo dos veces se adentró a la cocina, que era el único lugar donde se le ocurría podría estar su amigo.

 

 

—¿Kamamoto?—preguntó al asomar la cabeza. Mikoto-san, que se encontraba recargado contra la pared, levantó la mirada y le observó por un momento. Tenía un cigarrillo encendido entre los labios. Claro que estaba prohibido fumar en el restaurante, especialmente si se estaba en contacto directo con los alimentos, pero eso al pelirrojo no le interesaba en lo absoluto. Kusanagi tampoco decía nada al respecto así que, ¿qué importaba una pequeña violación a la salubridad?—Ah, disculpe, ¿ha visto a Kamamoto?—el hombre se limitó a señalar con la cabeza hacia la salida de emergencia—Gracias.

 

 

 

...

 

 

 

Hacía frío afuera.

 

 

Eso ya lo sabía, pero quizá lo había minimizado gracias a la calidez que brindaba la calefacción del restaurante. Además, la lluvia helada que repentinamente caía sobre su piel intensificaba la sensación. Comenzó a temblar en cuanto salió, el aire glacial lastimando sus fosas nasales y poniendo sus ojos vidriosos.

 

 

—¡Ah, maldición!—gimió, apretando los brazos contra su pecho para intentar conservar algo de calor.

 

 

—Yata-san—habló una voz a su izquierda. Kamamoto se encontraba de pie bajo la lluvia, con un par de bolsas de plástico repletas en ambas manos. Ya no vestía el delantal de HOMRA y, aunque la lluvia apenas sí dejaba ver más allá de la propia nariz, traía puestas unas gafas totalmente oscuras—. Ya tengo las bebidas.

 

 

—Oh...—musitó el castaño. Así que esas bolsas estaban llenas hasta el tope de alcohol. Bien. Eso sonaba bien—Oye, en serio no creo que...

 

 

—Vamos al parque—le interrumpió el rubio, dándose la vuelta en dirección a aquel lugar.

 

 

—¿Qué? ¡Oye, espera! Aún no termina nuestro turno, Saburouta y Chitose no han llegado todavía—gritó Yata, avanzando un poco hacia su amigo. Kamamoto no se detuvo—. ¡Óyeme, estúpido! ¡Nos van a despedir! Y no sé tú pero yo en serio necesito el dinero--

 

 

—Yata—el hombre paró en seco. Yata tragó duro. No hubo un respetuoso '-san' ahí—. Necesito esto.

 

 

La lluvia caía a chorros. No llevaba más de cinco minutos ahí afuera y ya estaba completamente empapado. El sonido del agua contra el asfalto era imposiblemente alto, tanto que no había notado que habían estado gritando su conversación. Las calles, por una vez, parecían desiertas, desprovistas de actividad. Era un momento muy dramático, uno que suponía sentaba bien para hundir aún más a su amigo en la miseria. Si no hacía esto quién podía saber lo que sucedería con Kamamoto. Quizá lo llevaría al suicidio. Quizá podría haberlo impedido con pasar una noche a su lado en un parque bajo la lluvia. Tal vez podría convencerlo de que no necesitaba beber. Las cosas iban a mejorar, sólo tenía que hacerle saber eso. Suspiró con resignación, acercándose a su lado a pisotones.

 

 

—Ah, maldita sea. Vámonos.

 

 

 

...

 

 

 

—Solíamos venir aquí, ella y yo—dijo el rubio con voz ronca. Iba ya por su cuarta cerveza y no parecía tener intenciones de detenerse. Yata le miró simplemente, abrazando sus rodillas contra el pecho y tiritando levemente. Habían decidido sentarse bajo uno de los árboles, que honestamente poco hacía para resguardarlos de la lluvia—. ¿Seguro que no quieres una?—hipó, sosteniendo una botella oscura frente al muchacho.

 

 

—Ya te dije que no—gruñó Yata, malhumorado. No era que no tuviera curiosidad, pero si su amigo se iba a poner borracho prefería estar atento ante lo que pudiera pasar. Kamamoto se encogió de hombros y le dio un trago a la botella, sosteniendo ahora una en cada mano. Yata rodó los ojos—. ¿Sospechaste alguna vez que ella ya no quería nada contigo?

 

 

—Ni por un momento—el castaño guardó silencio un momento.

 

 

—¿Crees que conoció a alguien más?

 

 

—¡Ni lo digas!—gritó irritado, agarrándolo con fuerza de la camisa. Yata suspiró con cansancio.

 

 

—Ya, ya—el hombre le soltó, de súbito pareciendo derrotado.

 

 

—Creo que conoció a alguien más...—admitió.

 

 

—Hmm.

 

 

—Pero no lo entiendo... ella dijo que nunca había conocido a nadie como yo—dio un trago largo al licor y exhaló—. Supongo que encontró a alguien mejor.

 

 

—Eres un idiota—bufó el chico—. No hay nadie mejor para ella, eso lo sé. ¡Lo sé!—bramó, alterado—Pero si ella no quiere verlo, es su problema, ¿no es así? Se dará cuenta algún día y regresará suplicándote.

 

 

—¿Lo crees?

 

 

—¡Claro! ¡Soy un experto en esas cosas!—mintió.

 

 

—¿En serio? Pero, Yata-san, la última vez que atendiste a una cliente casi te desmayas.

 

 

—¡E-eso no es verdad! Tenía baja el azúcar, es todo—hizo puchero. Kamamoto sonrió, aunque ligeramente, y eso hizo que el castaño sonriera también. Quizá el drama ya había terminado, ahora sólo debían ir a casa y...

 

 

—Yo siempre quise atender a Miki-chan en el restaurante...—susurró el hombre. Su rostro se tornó oscuro de nuevo—... ¡MIKI-CHAAAAAAN!

 

 

Con aquel grito de guerra, el enorme rubio volvió a la carga, bebiendo alcohol a tragos descomunales y vaciando botellas en cantidades industriales, ante la mirada horrorizada del joven Yata.

 

 

 

...

 

 

 

—¡Ugh! ¡Bastardo, estás pesadísimo!—refunfuñó el pequeño Yata de ciento sesenta y siete centímetros de altura y cincuenta y tres kilogramos de peso que, por azares del destino, se vio obligado a arrastrar a su enorme amigo Kamamoto de ciento ochenta y cinco centímetros y ciento cinco kilogramos de masa corporal. Pero no había otra manera, ¿verdad? El rubio había caído noqueado por ahí de la cerveza número veinte y, aún entonces, la lluvia no había cedido nada y el aire se había enfriado aún más. Pasar la noche en el parque era una petición para morir de hipotermia o a manos de un psicópata insomne.

 

 

El apartamento de Kamamoto no quedaba muy lejos, y vaya que el castaño estaba agradecido por eso. No podía llevar al rubio a cuestas por más de cinco minutos sin tener que detenerse la misma cantidad de tiempo a tomar fuerzas. De vez en cuando echaba una mirada a su amigo para asegurarse de que seguía respirando y al encontrarse con esa patética expresión de inconsciencia absoluta sólo podía bufar con fastidio.

 

 

Yo te lo advertí, idiota. Mañana no vas a querer ni levantarte. ¿Dirás después que esto valió la pena? ¿Te ayudó de alguna manera? Claro que no, porque eres un idiota. Y más te vale ir mañana al trabajo, sin excusas, porque esto te lo has buscado tú.

 

 

Fue una suerte que, para cuando llegaron al edificio, ya pasaran las dos de la madrugada. No había nadie en los corredores, ni siquiera el celador que se suponía rondaba toda la noche, y eso significaba que no habría miradas indiscretas. Por algún milagro divino el elevador estaba funcionando, y una vez que se metió en él con todo y rubio gordo, se relajó un poco. Lo que hacía por sus amigos, en serio. Que no se dijera que no era una buena persona. Estornudó. Dos, tres veces.

 

 

—Maldición—gruñó, pateando levemente el pie de Kamamoto—. Si me enfermo será todo tu culpa.

 

 

Abrió la puerta del apartamento 406 con la pequeña llave oxidada que encontró en el bolsillo del rubio. Sí, le había rebuscado en los pantalones. No quería ni pensar en qué había sido esa cosa enorme y suave que le había sentido por ahí. Pero una vez adentro, se sintió mucho mejor. No estaba totalmente cálido, pero no estaba helado como en el exterior. Prendió el interruptor de la luz, cerró la puerta tras de sí y soltó al rubio sobre el sofá de la sala de estar. Ni loco se iba a aventurar en la habitación de otro chico; lo había hecho una vez, en el secundario, y se había encontrado con pósters y revistas eróticas de chicas que casi le provocan una embolia. Tuvo que mentir al día siguiente sobre por qué había huído de esa casa, corriendo y chillando como un hamster torturado.

 

 

—Mierda, te vas a enfermar si te dejo así...—contempló Yata, al percatarse de que el hombre estaba mojando el sofá—Hmph... te cambiaré la ropa, pero ni pienses que lo volveré a hacer en ninguna otra circunstancia, ¿me oíste?—refunfuñó molesto como si el otro pudiera escucharle y se alejó en dirección a la habitación de su amigo—Y al final sí tuve que entrar...

 

 

Al prender la luz se encontró con una habitación bastante normal. Un poco sucia, claro, pero eso era normal, ¿no? Eso era un alivio. Se acercó a la cómoda, donde suponía estaba toda la ropa de Kamamoto. En el espejo que la completaba se encontraban algunas fotos pegadas con cinta adhesiva. Una hermosa muchacha de cabello azabache sonreía a la cámara. Esa debía ser Miki. Yata la miró con reproche, aunque igual se le sonrojaron las mejillas y apartó la mirada tras unos segundos. Rebuscó en los cajones hasta encontrar ropa cómoda. Unos pantalones deportivos, una camisa holgada y medias limpias.

 

 

—Maldición, esta camisa es enorme—masculló mientras llevaba las prendas a la sala—. Si me la pusiera me quedaría como tienda de campaña.

 

 

Se posicionó frente al hombre y se preparó mentalmente para lo que venía. No fue suficiente. Se trató una labor titánica, con todo el juego de palabras previsto, principalmente porque Yata se sintió como un pervertido al desvestir a alguien inconsciente. Además de todo, la ropa interior del gigantesco rubio estaba empapada y se transparentaba y aunque el castaño intentaba no mirar ahí abajo era como si le llamara. Pensó que se le sobrecalentaría la cabeza de vergüenza. Un chico no debería ver las partes de un amigo. No solo estaba mal, era traumatizante. No sabía si sería el mismo después de eso. Hizo todo el procedimiento lo más rápido que pudo, la mayor parte del tiempo con los ojos fuertemente cerrados. Una vez terminado se separó del rubio como si le quemara.

 

 

—B-bueno, listo, no puedes decir que te deje a morir—murmuró con las mejillas aún rojas, su mirada inquieta nunca deteniéndose en Kamamoto. Tras unos momentos decidió que lo mejor era irse a casa, después de todo él también debía cambiarse y mañana entraba al trabajo a las ocho, pero el gruñido proveniente del abdomen del rubio lo detuvo—. ¿Hah? ¿Tienes hambre?—se recargó en el costado del sofá, observando a su amigo. El hombre estaba haciendo una cara de incomodidad. Patético—Hmph. Pero sólo porque sé que no puedes cocinar por tu vida...

 

 

 

...

 

 

 

Eran las 3:56 a.m. cuando Misaki Yata dejó el apartamento 406 donde residía Rikio Kamamoto. El hombre, intoxicado, recostado sobre su sofá, vestido con ropa limpia y cubierto por un edredón viejo, roncaba abiertamente. En la cocina, un tazón grande de Kayu o gachas de arroz descansaba sobre el encimero. Una pequeña nota estaba adherida al refrigerador. Decía, con letras grandes y escandalosas:

"Idiota,
te dije que no.
Yata."

Notas finales:

Uwahh... se pondrá mejor, lo juro Uu


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).