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Mutismo por TsukiNokuroUsagui

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Notas del capitulo:

¡Hola! Gracias a todos los que leyeron el oneshot, los que me dejaron reviews y especialmente a quellos en donde me animaron a que lo continuara, tomé sus palabras a corazón y bueno, aqui esta el capitulo 2. Tan solo espero les pueda seguir gustando =)


 


-Los personajes de Gravitation no son mios, le pertenecen a la sensei Maki Murakami-   

Capítulo 2

El Cordero

 

—¡Me voy a un sanatorio! —le había gritado y ahora heme aquí. Sentado. Aburrido. Mirando la fría y estática naturaleza que me hace recordar como la vida avanza, como me llega la noche y muere un día, como pasan los días mientras yo me quedo inmóvil, aquí, recostado sobre el tronco de un árbol, en este efímero jardín del centro de rehabilitación, mientras voy perdiendo el tiempo, los minutos que ya pasaron y que nunca volverán.

Sé que siempre me mofé de la idea de un ir a un centro de rehabilitación, me parecía que aquello era el final de una persona que estúpidamente había querido autoeliminarse queriéndose muy poco o nada hacía a sí mismo. Siempre me burlé y ahora entiendo que más que nada sentía miedo y recelo al lugar donde ahora me hallo, y lo mas cómico es que es por voluntad propia.

Después de mi última discusión con Eiri, caminé como autómata buscando un lugar donde llegar, deambulé por las calles sin rumbo porque si bien había proclamado de la manera más desenfada que me iba liberar de él, desde el segundo que puse un pie fuera de aquel departamento el recuerdo de Eiri me seguía como el verdugo de la muerte, listo para cercenar mi cabeza con su guadaña cuando sucumbiese al miedo a la soledad o a mi dependencia hacia Eiri y retomase mis pasos para regresar al quinto infierno de donde había salido.

Mientras caminaba me temblaban las piernas, sentía ese cosquilleo incómodo en la planta de los pies, como cuando de niño te alejabas de tu madre y te descubrías solo y desamparado, esa sensación horrible y pegajosa que subía por tus pies hacia las demás extremidades de tu cuerpo impulsándote a correr pero a la vez a quedarte ahí, petrificado, esperando a que regresen por ti.

Siempre me parecieron las calles de Tokyo frías y lúgubres pero esa noche parecía que no solo eran ajenas a mi dolor sino que también me habían vuelto invisible, porque no había nadie en las calles y las pocas personas con las que me había cruzado, no me habían prestado ni atención. A lo mejor había sido muy entrada la noche cuando decidí partir de aquel lugar que alguna vez pensé llegaría a ser mi hogar.

Mi hogar. Qué gran burla. Tantos planes, tantos sueños, sueños hechos para dos que solo se quedaron en fantasías, fantasías más inverosímiles que las mismas que Eiri se mata por redactar todas la noches cuando se queda en casa liberando su mente y no decide ir a las calles para liberar su cuerpo.  

Sí, era de madrugada. Las luces intermitentes en los semáforos me lo aseguraron y mientras los carros que circulaban pasaban como rayos, tropecé con algo y caí en la acera, mordiendo el asfalto. Más que dolor con el orgullo herido intente pararme pero me pregunté para qué, que de importancia tenia, a nadie le hacía falta y nadie me esperaba o me buscaba.

—¿Shuichi?

Fue casi un susurro, pero esa voz llamando mi nombre me sobresaltó. Por un instante sentí que mi corazón dejaba de latir. ¿Podría ser Eiri? Me había buscado. Había seguido mis pasos, por primera vez su palabrería de borracho eran palabras del corazón, mal que bien, tras tantos años de convivencia el me había extrañado.

Pero al levantar la mirada, me topé con los ojos celestes profundos de quien más que mi manager era casi como un padre. Y al reconocerlo su gesto me dolió. Por el rostro de K lucia preocupación pero también decepción, como si hubiese caído tan bajo de hacer el ridículo en la calle sin importarme nada, mandando todo al drenaje de haber sido fotografiado por algún paparazzi; ya que según la prensa yo me encontraba fuera de Japón y de saberse engañados no dudarían en desprestigiarme y manchar mi aún intacto nombre, como aves de carroña. Decepción... porque me había rendido por las circunstancias que él no sabía, pero que tampoco le interesaban, porque como él me decía, no importa que pase, uno debe seguir hacia adelante.

Cuando recordé esa última frase fue como si todo lo que no había llorado en su momento pugnase por salir, irritándome los ojos por las desbocadas lágrimas que salían sin mi permiso, quebrándome más el rostro, dejando cuencas de llanto por mis mejillas e hipando como un niño pequeño.

—Oh Shuichi, sabía que no debía darte vacaciones —me dijo con ese típico gesto suyo de explotador y su voz socarrona, pero mientras me tendía la mano para pararme supe que no era más que un intento de no meter más leña al fuego.

 

 

En las afueras del centro de Tokyo, en uno de los barrios más adinerados pero también más discretos de las zonas pudientes, se erguía la gran lujosa y sobreprotegida casa de K. Hacía años que no entraba a su casa.

Al cruzar el gran portón pude ver como todas las cámaras de seguridad se movían siguiendo nuestro rumbo. Había al menos una cámara por cada diez metros que andaba, era algo casi psicótico. Después de cruzar el gran jardín que nos llevaba a la puerta de la entrada principal, una irritante sirena sonó gritando repetidas veces: ¡Intruso! ¡Intruso! ¡Intruso! ¡Protejan al cordero!

Era tan estridente que tuve que tapar mis oídos con ambas manos y cerrar los ojos por temor a que algo o que mis tímpanos explotasen. A los pocos segundos la alarma dejó sonar para poder nuevamente abrir mis ojos y preguntar qué rayos había sido eso.

—Siento la acogedora bienvenida pero no había informado que iba a traer invitados. — Me explicó como la cosa más obvia del mundo. "Ahora entiendo porque no venía a esta casa hace años, esta tan loca como su dueño."

—Guau, si así fue mi recibimiento como será mi despedida... ya tengo miedo K, prefiero tu antigua mágnum a esta sirena ­—le dije de manera socarrona.

—Nadie puede olvidarse de mi magnum.

—Y hablando de magnum, a que se refería con el "cordero"­—le pregunté haciendo comillas con los dedos, porque no creía que se refiriese a un cordero en realidad, ¿O sí?

—Es un secreto de Estado mocoso, no creo que pueda confiarte algo tan confidencial —me respondió serio. No sé que me traumó más: que el Estado fuese tan idiota como para confiar algo a K, la persona más loca, después de mi, o que alguien me volviese a llamar mocoso, como hacía años nadie me llamaba.

—No dilates tanto las pupilas, no me haré responsable si se te salen de tus cuencos.

Entonces intente poner cara de cachorro bajo la lluvia abandonado para que sucumbiese y me contase de que trataba aquello pero en vez de ello comenzó a reírse.

—No te pases Shuichi, eso no me convence en lo más mínimo. Sabias que debes hacer teatro, te sale muy bien las caras estúpidas, pero bueno quiero que tú me cuentes porqué rayos estabas en las calles de Tokyo pidiendo limosna, no creo que te halla pagado tan mal como para que ya no tengas dinero... ¡Ah, ya sé!

Me dijo con un rostro tan optimista y sabiondo como quien había encontrado la cura para el cáncer.

—¡Gastaste todo tu dinero en pokys de fresa!

Y yo que pensaba que K me podía ayudar, que equivocado me encontraba...

—No pongas esa cara mocoso, mira todo lo que sea tiene solución y te puedo ayudar, claro siempre y cuando no me digas que te ayude a robar el banco mundial, la seguridad es muy difícil de violar ahí.

—K el paso de los años te ha atrofiado más de lo que estabas —le dije mientras contenía la risa. No podía creer como mi manager pudiese ser tan excéntrico, bueno al final los dos habíamos podido trabajar juntos tantos años porque éramos agua de un mismo caño.

  —Eso es Shuichi. Ríe. No importa que haya pasado tus amigos te ayudaremos, pero primero debes contarme que paso esta vez.

Entonces por más que intente seguir con el ritmo de conversación superficial y sin ningún tema comprometedor, el rostro de K me señalaba que el preámbulo había acabado y que era tiempo de ponernos serios.

K había cambiado bastante desde que en uno de sus años sabáticos se había ido a la India. Allí había hecho contacto con un antiguo maestros de yoga, el cual no solo le había enseñado más disciplina sino que también le había hecho cambiar su perspectiva de la vida. Suena irónico porque mi manager sigue siendo el mismo loco empedernido que cuando puede le mete bala a cualquier cosa que se mueva, pero ahora sus ojos tienen otra profundidad distinta cuando conversan contigo.

Quizá yo también necesitaba eso. Ver la vida desde otra perspectiva. Cambiar para bien. Evolucionar y no involucionar.

Entonces tomando una gran bocanada de aire, le dije todo. No me guarde nada. Desde la verdadera razón de porque estaba en vacaciones forzadas por Tohma y como todo lo relacionado a Eiri me había envenenado hasta putrefactar mi carne y gangrenar mi corazón.

Mientras tenía mi verborrea, también me desquitaba conmigo mismo porque mientras hablaba, tomaba conciencia de ciertos actos y sabia que muchos de ellos pudieron haber sido distintos si yo hubiese tenido una mejor reacción hacia ellas y no solo haberme quedado como un simple espectador, la pobre víctima que se deja hacer daño por el victimario.

No podía ver los ojos de K, porqué sabia que mucho de las cosas que le estaba diciendo eran muy personales y que tal vez descubriese algo en sus ojos que me hiciese detenerme y no terminar de contarle todo. Pero necesitaba hacerlo, necesitaba decirle todo a alguien así luego me juzgasen, como lo que era, un cobarde.

Cuando terminé de hablar, en algún momento de mi largo monólogo había comenzado a llorar nuevamente, sintiéndome desastroso y sin saber dónde mirar. Tras unos minutos intenté controlar mi llanto mientras ahogaba con mi saliva la dura piedra en mi garganta que me asfixiaba. También en algún momento de mi silencio después de mi perorata, K desapareció, lo cual me dio tiempo para limpiarme el rostro con la manga de mi casaca.

—Toma, bébelo. Había desaparecido para traerme un vaso de leche caliente, el cual me ofrecía humeante.

—Ya no soy un niño K. Ya no tomo leche. —Le dije aún con el rostro desencajado.

—Hay veces es mejor volver atrás, no para añorar el pasado sino para recordar lo bueno que fuimos y lo bueno que podemos volver a ser... Anda toma la leche y no me obligues a sacar la magnum, que me confesó mientras te calentaba la leche que extraña tu sien.

—Así que no soy el único loco, diagnosticado con depresión severa. Tu sufres esquizofrenia, ahora entiendo porque hemos trabajado juntos tanto tiempo.

—Jo, no te quieras pasar de listo pinkboy. Aunque prefiero tus comentarios rebeldes que verte como alguien que ha perdido la guerra.

—Es que la he perdido K. Qué más puedo...

Pero sin dejarme terminar mi pesimista frase sacó su magnum para apuntarme con ella, ya no en la sien sino en la frente y mirarme con esa mirada de enfermo sicario capaz de jalar el gatillo por mera diversión. El tan conocido escalofríos recorrió toda mi columna vertebral haciéndome temblar.

K se sonrió al ver mi reacción, y con movimientos ágiles y marcados guardo su magnum.

—Pensé que ya no la cargabas contigo —le recriminé mientras acompasaba mi respiración.

—Y yo pensé que ya no querías seguir viviendo...   

Aquello me pescó frio. Sonaba crudo pero así era como me sentía la mayoría de las horas en los últimos meses de mi vida. Avergonzado, bajé el rostro.

—Mocoso no debes pensar lo peor de ti, aún tienes esperanzas.

—¿A qué te refieres? —le pregunté con desgano, pensando con cual posible sandez me saldría ahora.

—Puede que tu pienses lo contrario, que tengas todos lo motivos para no continuar viviendo pero tus acciones dicen lo contrario, tu quieres continuar viviendo.

Levanté el rostro dubitativo, por un instante no entendí a qué diantres se refería.

—Si no quisieras seguir hacia adelante no tendrías porque temerle a mi magnum, deberías por el contrario esperar ansioso que llene tus sesos con plomo.

Entonces entendí que k era visionario. No solo porque de verdad era un potente asesino sino porque sus palabras, por muy extrañas y sádicas que hayan sido, me habían mostrado una luz que yo había pensado ya no era para mí.

—Creo que... puedes tener razón K pero ¿Y ahora qué entonces?

—¡Oh! No te quieras pasar de listo conmigo mocoso, tampoco te voy a solucionar toda la vida, tú tienes que pensar y decidir por cuenta propia que crees que debes hacer con tu vida porque es tuya.

No pude evitar mirarlo con recelo. Era como mostrarle a un niño el dulce más ansiado para luego decirle que no se lo podían dar porque simplemente no le daba la gana.

—No creo poder llegar a ninguna a ninguna resolución en la que queda de esta noche. ¿Al menos me podrías dar cobijo por unas horas?

—Eso depende... —me respondió pensativo.

—¿Y de qué? —le pregunté con miedo a sus posibles condiciones.

—No te puedes quedar por unas horas, te vas a quedar aquí hasta que me des una solución valedera a tu problema y solo recién podre dejarte ir... No puedo dejar que mi protegido deambule nuevamente por las calles, tengo una reputación que cuidar y matar a cuanto testigo te haya presenciado sería muy fastidioso.

—...¿Ok? —Darle una contraria sería peligroso porque ya se encontraba observando muy concentrado su magnum, casi como si se pudiese comunicar con ella.

—Bien, entonces está decidido. Pasaras la noche aquí en la sala, porque la mucama se encuentra durmiendo y despertarla a ella o Judy sería peligroso, son peores que yo; así que nos vemos en unas horas.

¿Qué su mucama y su esposa eran peor que él? Dios, en qué lugar había llegado a parar. Me sonreí por la imagen de Judy, su esposa a la cual ya nos habíamos conocido bajo circunstancias extrañas años atrás, persiguiendo a K con rifle mientras la mucama la animaba gritándole que no deje escapar a K de nuevo en las madrugadas porque trae visitas extrañas a la casa.

Y de nuevo sentí el bajón. Era como ser un drogadicto en donde en este caso no era la heroína mi adicción sino el dolor, el autodolor que yo mismo me infringía diariamente. Todos tenemos algo de masoquista pero mis niveles ya no estaban dentro de los normales y los sanos... Al recordar lo que hacía horas había sucedido con Eiri, recostado sobre el mueble y cobijado bajo unas mantas, me abrace a mis rodillas. Había hecho lo que siempre mi voz interna me gritaba: ¡Lárgate de esa casa! ¡Escapa de esa persona! 

Lo había hecho, pero el dolor era casi asfixiante. Pero aún más asfixiante era vivir cerca de él y ver su indiferencia hacia mí. Apreté más mis rodillas contra mi pecho, llegar a esa conclusión era doloroso porque me sentía atrapado, no importaba si seguía hacia adelante o si daba la vuelta e iba hacia atrás, siempre había dolor en mi vida...¿Por qué? ¿Por qué las cosas se habían vuelto así?

Con esa gran incógnita debió venir mi gran placebo, el sueño, el sopor que me arrastraba hacia tierras lejanas donde no existía ni dolor ni Eiri, solo ese fondo negro que te engulle, ese negro infinito, frio pero extrañamente acogedor; ese negro que sin dejar soñar me trajo una respuesta.

Después de una horas cuando amaneció, supe que ya tenía una solución, una posible solución que quizá podía sonar a capricho pero no se me ocurría nada más, e internamente algo pugnaba por decirme que si no hacia algo respecto a mi situación yo mismo iba a terminar destruyéndome... y ya no quería volver a presenciar ese cuadro.

—K estoy listo —le dije ni bien se apareció ante mis ojos.

—¿Y qué decidiste?

 

Y por ello estoy aquí. Cortado de toda comunicación hacia el mundo exterior porque según mis consejeros, que no les gusta que les digas doctores, dicen que primero debo sanarme internamente para poder afrontar lo que está afuera. Llevo menos de una semana y lo que el primer sentí que era la mejor solución posible, ahora me resultaba una reverenda estupidez.

Que tanto meditar, escribir, presenciar la naturaleza, leer libros, intentar socializar con las personas que también se encontraban ahí contigo... ¡Para mí era una cárcel!

Según mi consejero personal, era normal que yo me sintiera así porque no importa que circunstancias a nadie le gusta verse privado de su libertad, pero que no podía olvidar la verdadera razón de por qué me encontraba ahí y que una vez que ese motivo desapareciese yo podría salir y retomar las riendas de mi vida, pero ¿Y si no lo hacía? ¿Y si nunca desaparecía?

Pero antes de desesperar recordaba que cuando K me trajo para internarme, antes de traerme fuimos a dejar a Michael en su colegio. Ese niño era un héroe para mi, tenía diez años, los cuales no sé como había logrado teniendo como padres a k y a Judy. El me miraba curioso por el espejo retrovisor del auto. Yo me encontraba sentado en la parte de atrás, intentando no cruzar mirada con el porqué no creía correcto tener una conversación con el niño cuando de seguro lucia deplorable.

Llegando a su colegio, K estacionó el auto y estando el niño apunto de bajar, K se despidió diciéndole "cuídate cordero", a lo cual el niño no le cayó nada en gracia, dándole un certero gancho en la boca del estomago a su padre y bajando raudamente intentando que no me diese cuenta de su ruborizado rostro por como lo había llamado su padre.

—¿Le haces bullying hasta a tu propio hijo? —le dije riéndome una vez que el niño se encontrase lejos para que no me escuchase reír.

K no podía hablar porque seguía agarrándose la boca del estomago y respirando con dificultad. Michael era peor que su madre y su padre juntos, las maravillas que creaba la genética.

—Ahora ya sabes quién es el cordero, así que más te vale cuidar el secreto con sangre

—¿Michael es un secreto de Estado? ¡Desgraciado! ¡Has experimentado con tu propio hijo!

K me dirigió la típica mirada que le daba cuando de joven lo rogaba que me diese pokys y que si no lo hacía iba a contarle a un tabloide como él era un explotador y un sádico que era capaz de atravesarme algo por el trasero sino le hacía caso... esa mirada de "te voy a asesinar por solo hablar estupidez"   

—Sabes Shuichi, sigo pensando que debes actuar —me dijo cuando se le bajo la bilirrubina— cuando salgas le vamos a dar un giro a tu carrera, le vendrá bien.

—¿A mi carrera o a mi? ¿Y porque le dices cordero a Michael?

—¡God! no se que prefiero más si tu yo emo que se quiere matar o tu yo antiguo que habla y pregunta estupideces como pagado...

—Eso si me dolió K... eres malo —le dije con cierto tono de resentimiento. Sabía que no lo decía de corazón y de cierta forma me gustaba que me hablase así porque sentía que de verdad podía traer a mi antiguo yo, ese que no se dejaba amilanar tan fácil.

K me miro por el retrovisor y pudo ver mi fingido puchero, que para él no lo era.

—Está bien, mira, para que no te molestes conmigo te diré, no te contare los detalles porque son muy largos pero te diré la razón; Michael es mi cordero porque es quien vino a este mundo para limpiarme los pecados y enseñarme una poderosa razón para vivir: protegerlo hasta el final de mis días.

Cuando terminó de decirme aquello, el carro se encontraba detenido porque estábamos en luz roja, nuestros ojos se encontraron en el espejo retrovisor y pude ver una seriedad en los ojos de K, una gran profunda dedicación y amor que me hizo sentir mucho respeto por él, y a la vez envidia.

El tenia su cordero pero yo nunca podría tenerlo... 

—Michael es mi cordero, pero para todos su cordero no viene de la misma forma. Un hijo no es necesariamente lo que una persona debe tener para añorar vivir con intensidad. Al final de cuentas una decide aceptar el cordero que la vida nos da para protegerlo y amarlo, o descuidarlo y dejar morir.

—¿Eso también lo aprendiste en la India?

—Te dije que no te iba a contar los detalles, pero para tener ese conocimiento no tienes que viajar a la India para obtenerlo, puedes asimilarlo ahora, aquí, en las calles de Tokyo, dentro de un auto...

Entonces supe porqué quería a K como un padre. Él,  el día anterior me había dicho que era mi vida y que yo debía decidir qué hacer con ella y que por tanto el no iba a decirme que hacer con ella. Sin embargo, lo acababa de hacer. Debía encontrar mi cordero, debía recuperarlo e intentar sanarlo, para poder disfrutar de la vida.

—Gracias —. Le dije de la manera más sincera y agradecida.

—No me agradezcas aún baka, que todo este periodo tuyo dentro del centro va a ser difícil para todos, pero aceptare tus gracias si cuando salgas encuentro un brillo diferente en tus ojos.

—Y espero así sea.

 

Por ello no podía desesperar. Debía recordar respirar profundo y continuar mi estancia aquí, mientras me intentaba sanar y buscaba un nuevo sentido a mi vida, mientras buscaba mi cordero herido dentro de mí, para intentar amistarme con él. Algo así como perdonarme a mí mismo, proceso que aun no podía.

Por ello solo me recostaba en el jardín apoyado en el tronco de aquel alejado árbol que me gustaba, porque extrañamente su tronco era cómodo y su sombra era casi como un abrigo y sus hojas siendo acariciadas por el aire, parecía que cantasen una nana suave que me adormilaba. Me quedaba dormido, acurrucado bajo aquel árbol sintiendo que quizá sin darme cuenta estaba comenzando a apreciar nuevamente las pequeñas cosas de la vida.

Notas finales:

Gracias por leer hasta el final n.n


Si bien no tenia planeado continuarlo, lo voy hacer y me gustaria que me comentasen para saber que opinan y que si hay algo que no les parece me lo digan, siempre y cuando sean críticas constructivas ^.^


Total todos estamos aqui para mejorar, aunque si les digo que la historia es triste y no quisiera poner melancolicos a aquellos que no desean, asi que tenganlo en mente si desean continuar leyendo.


Espero saber que opinan  atraves de sus reviews, cuidense mucho todos y nos leemos en unas semanas =D   


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