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VIVA MEXICO por Mahozahamy Arisugawa

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Notas del fanfic:

Se suponía que iba a ser publicada el día 17 de Septiembre, y sin embargo las cosas de la vida y el trabajo. En fin al menos aún lo logré publicar este mes. 

Para quienes gustan de esta pareja. (Y me han apedreado por no escribir de ella) (Lo siento ) m(- -)m

Una historia cortita y tierna. Para celebrar el cumpleaños de mi querido, querido México.

Notas del capitulo:

Espero que se diviertan y al menos logre sacarles una pequeña sonrisa. 

Esta era La Noche.


 


Noche Libre.


 


Era el 15 de Septiembre de 2013 y José Juan, con un enorme sombrero de paja, rotulado con la septiterna leyenda de VIVA MEXICO, y una corneta ruidosa de plástico en una mano, estaba parado como cada año en el zócalo de su capital, en el centro mismo de su corazón.


 


Este año había terminado cerca del mástil desde donde la orgullosa bandera, su bandera, ondeaba a pesar de la fina lluvia que había persistido por el lento paso de sus dos tormentas tropicales más recientes. Llevaba ropa casual, y encima una bolsa de transparente plastico azul hacía las veces de impermeable. Por que era un engorro llevar paraguas, o un impermeable de verdad.


 


Medio mojado, y un poco ebrio ya, estaba esperando por el evento principal, amontonado con toda la gente, su pueblo llenándole el corazón era una sensación realmente hermosa.


 


Se sentía feliz. En lo general cabe aclarar.


 


Por supuesto que tenía muchísimos problemas como siempre y opinaba casi todos los días que su jefe era un imbécil, un reverendo burro, bueno casi tan burro como él mismo.


 


Encima, la primera dama era una cara sonriente y sus hijas lo consideraban un sucio plebeyo... se comportaban como unas reinas y se horrorizaban cuando se les acercaba, como si pudiera ensuciarlas. A pesar de que el era la representación del pueblo que habían explotado y engañado lo suficiente para llegar a donde estaban. El había visto tanto y probablemente seguiría vivo cuando los huesos de ellas fuesen polvo.


 


Jose Juan se rió con ganas. Por que de verdad sentía lástima por ellas. La posición que ocupaban como hijas de su jefe aquellas niñas ellas era por reflejo de su padre nada más. Y lo trataban con tanto desprecio como a un pobre jardinero de casa rica. Eso le encabronaba como pocas cosas. Pero ¿Qué hacerle? No por que les diera una buena cachetada, ya con eso se iban a componer ¿No?


 


Incluso la madre que no era otra cosa que un bonito decorado de fondo parecía comprender que se debía al pueblo. Esto era lo peor. Había elegido a unas estrellas de telenovelas como gobernantes, eran la clásica familia rica y déspota de cualquier mala tenelovela ¿Podía haber algo que fuera peor?


 


¿Era esta la calse de personas que debían cuidar de sus intereses? ¿Ser un ejemplo?


 


Una idiotez. Era una patraña, muy bien arreglada. Tan conocida era la estrategia que ya ni siquiera se hacían demasiadas cosas para esconderlo todo.


 


Engañarlo. Eso era lo que esta gente hacía. Explotarlo.


 


Pero siempre se le olvidaba, a la primera de cambio. Deseaba no olvidar tanta facilidad. Desearía que su gente dejase de sentir desesperación, miseria, y coraje, para empezar a sentir responsabilidad. Respeto por ellos mismos. Y cuidarse los unos a los otros. Castigar a quienes lo merecieran. Y quisiera el mismo dejar de ser tan “guey”. Por desgracia, sus gobernantes ya sabían como hacerlo olvidar. Por la fuerza, bombardearlo con información inútil, confundirlo, era casi como estar borracho.


 


Siempre confundido, siempre dividido.


 


Lo mejor era renunciar. Al final de cuentas era lo más fácil. Aquí estaba él otro año más, esperando a que la farsa comenzara. Lo peor, era que estaba feliz, muy feliz por el espectáculo que estaba a punto de empezar. Era un pueblo esclavo, hasta en parte por su propia voluntad. Un pueblo felizmente esclavizado, explotado. ¿Pero no lo había sido siempre? Propiedad de España, explotado y abusado por unos reyes al otro lado del mar.


 


Creía lo que le decían, hacía lo que le ordenaban.


 


Pero se decia que nada podía ser peor que los años pasados con Antonio. Mucho de lo que él era antes de ser un esclavo, se había perdido ahí. Cuando España hizo y deshizo con él. El había conocido el peor lado de un sanguinario Imperio. ¿Cuántas veces aquella hacha se había cebado en su tierra, en su gente? Cuánta de su sangre había templado aquel acero.


 


Y España le decía que lo amaba. Que era el favorito. El privilegiado. Se lo creía casi siempre al principio. Siempre había caído con eso. Tan hambrienta era su necesidad de ser amado.


 


Pero había llegado este día, hacía 203 años. Muchísimo tiempo. Maltratado, herido. Con la tergiversada ayuda de gente que solo quería ser el beneficiario de los recursos que producía....


 


Se había levantado con piedras y palos. Con el odio de cuatro siglos pulsándole en la sangre. Y al final la visión de un Antonio sorprendido de que unos simples palos, unas piedras, hubieran podido vencer un ejército, era cierto que el enorme Imperio ya estaba mal internamente, José Juan lo sabía, pero si se arrepentía ahora, sería esclavo para siempre.


 


Recordó aquella mirada verde, sus lágrimas. Su arrepentimiento.


 


¿Habrían sido la mitad verdaderos?


 


El jefe España se había marchado de México, ofendido como nunca antes, odiando al que había llamado Alejandro con todas sus fuerzas. Señalándolo y asegurándole que nunca sería amado, ni feliz, que había nacido y crecido gracias a él. Le habia arrojado cuando se fue unos espejuelos dorados, ridículos. Para que viera con claridad. El último regalo. Pensaba dárselos de todos modos. Así que como desprecio los arrojó a sus pies.


 


Pero Alejandro, impulsado por otros españoles que también querían privilegios decidió que no había caso en responder.


 


Ese mismo día empezó a discutir como iba a llamarse y México se puso el nombre que mejor le parecía. Dejó de ser Nueva España, dejó de ser Alejandro. Portó orgulloso los lentes que no le quedaban a su cara, como símbolo de su Independencia.


 


Lo había logrado. Ya nunca más Antonio le pegaría con saña. Ya no habría saqueos. Cuidaría de su gente.


 


Sin embargo el pequeño, débil, México-kun, era aún demasiado confiado, a pesar de todo lo que le había pasado, creía que Antonio era el único tirano en el mundo, era demasiado inocente. Estaba realmente enfermo. Y todos querían un pedazo de esta nación recién nacida... Huérfana. La maldición de Antonio era grande. Él le había condicionado tanto la vida, por tanto tiempo, que cuando fue traicionado una y otra vez, empezó a olvidar para seguir sobreviviendo.


 


Soportar y olvidar, esa era su rutina. Obedecer. Cocinar, beber, sonreír y cantar a todo pulmón.


 


Tirar balazos al aire. Por que esto era una celebración.


 


Su cumpleaños. México estaba cumpliendo un año más de libertad.


 


¿Libertad?


 


Bueno, libertad para elegir su propio infierno.


 


Y apareció su televisivo presidente, acompañado de su actriz principal. Y las malcriadas reinas que opinaban que el no era más que un trabajador a su servicio.


 


México era tonto. Nunca exigía nada. Por que tenía miedo, miedo a lo que pudiera pasar. Antonio le había enseñado la indefensión aprendida.


 


Si, podía verse como un arrabalero, como un indígena gobernado por blancos reyes de otro país. Pero hasta él sabía este principio básico de psicología.


 


Y a estos “reyes” se les olvidaba que los que lo habían gobernado al principio, habían sido lo peor de la gente de Antonio.


 


Criminales y delincuentes sentenciados a cadenas perpetuas.


 


....No, no, en todos estos años no había cambiado tanto en realidad.


 


Seguían siendo criminales los que lo gobernaban. Solo era que ahora se veían mejor en la tele.


 


Apareció en el balcón. Un hombre pequeño, con complejo de galán. Miró en derredor. La gente se divertía. Y eso era todo lo que necesitaba para estar bien. Se suponía que debía estar vestido con traje, allá arriba metido en alguno de los cuartos de Palacio Nacional.


 


Pero desobedeció, por que se le daba la gana. No tenía pensado pasarse el maldito cumpleaños encerrado haciéndole la reverencia a su jefe. Quería estar con su gente. Ellos estaban ahí para celebrar, para exclamar a grito pelado sus deseos de vivas, por él. Por la nación que ahora mismo estaba ahí con ellos, mojándose bajo la fina lluvia, mirando al balcón presidencial de Palacio Nacional.


 


Mientras su nuevo jefe, orgulloso, como un pavorreal, gritón y mandón, pronunciaba los nombres que leía de las notas que le habían preparado, para que no hiciera el ridículo.


 


Y por esta noche, La Noche de su cumpleaños, se permitió sonreír.


 


No claro por la familia presidencial que miraba a la gente como si se hubiesen congregado para verlos hacer una pobre y burguesa imitación del grito que había dado hace tantísimos años, Don Miguel Hidalgo.


 


Recordó aquella noche, uno de sus fundadores, quien con todos sus errores, con todas sus fallas, con su limitada visión humana, pero que lo había querido.


 


Y a pesar de que había querido que otros españoles lo gobernaran, realmente le dolía el maltrato que Antonio siempre le daba por que lo veía acudir al catecismo cubierto de morados, y con heridas, le veía dormir en misa el tiempo que no había descansado. El cura, con todo ello, realmente había peleado y levantado las armas para defenderlo.


 


¿Qué tenía que ver esta ridícula parodia con lo que sintió en aquel entonces?


 


Se acordaba perfectamente cuando aquellos limpios hombres acaudalados lo habían sacado del campo donde labraba a escondidas, sobornando generosamente al capataz que tenia que cuidarlo, llevándoselo hasta aquella hermosa casa en la que se conspiraba contra Antonio.


 


Con rostros serios hablaron mucho con él, diciéndole que pensaban que algo debía hacerse para que su situación cambiara, ellos bebieron café mientras que aquella amable, hermosa señora, Doña Josefa le había puesto delante una hogaza de buen pan, pero también un jarro de barro con chocolate caliente algo que el no probaba a menudo, es más no recordaba haberlo tomado desde que Antonio era su propietario.


 


Ahí en esa casa bonita le dijeron que pelearían por él que llamarían a las armas que la lucha ya estaba empezando, la gente hablaba, y estos hombres llevaban el comunicado a otras casas a otros lugares donde también pelearían.


 


Por que fuera libre...


 


Se habían manchado sus mejillas de lágrimas transparentes. Por que aquella gente realmente sentía, si no quizá el dolor de su piel que partía los cuerpos de su gente, si la injusticia, que sus ojos, tan mimados que daban tanto por sentado, al vivir aquí entre la abundancia, les permitían vislumbrar.


 


Ojalá su pueblo de hoy, su gente amada también pudiera sentirlo, su cumpleaños no era solo ponerse borracho y beber tequila como si fuese agua, cantar rancheras y corridos hasta salir el sol.


 


No era preparar mucha comida. Hacer pozole desde un día antes, y abarrotar los centros comerciales hasta el último minuto comprando provisiones o alcohol. Usar los colores de su bandera. O colgar pequeñas banderas por todas partes. Esto no tenía nada, pero en serio nada que ver con aquel día.


 


Cuando un ser humano tomó en sus manos la cuerda que accionaba la campana, la furiosa campana que llamó a misa a deshoras, llamó a empezar a lucha, a morir si era necesario a dejar de estar de rodillas, a morir de pie por este suelo, que era suyo. Cuando aquel hombre, aquel cura se volvió su padre. Se volvió un héroe.


 


Agarrando el estandarte de la Virgen Morena, que en cierto modo era el símbolo de su última esperanza, un último consuelo en el seno de algo divino. Aquel pobre cura de pueblo, había encendido en el corazón de México una chispa que se hizo llama, que ardió en odio, ardió en venganza, en dolor, también en fuerza, sembró la muerte.


 


Y trajo la libertad.


 


Esta campana era un recordatorio de su orgullo, del dolor sufrido, de tantos de los suyos muertos, de tanta sangre que manaba de las heridas abiertas por el yugo español. Esa sangre que ondeaba en su bandera. Su rojo. El verde de su territorio, comprado con aquellas muertes. Su esperanza. Lo que debía proteger. Y en el corazón la paz del blanco. El águila sagrada de sus ancestros. El poder sagrado del espíritu venciendo sobre la trivialidad de lo material.


 


Cada repique contaba una historia secreta, un recuerdo callado, que hacía eco en su corazón.


 


-- ¡¡VIVA MÉXICO!! --gritó por último el presidente casi desgañitándose. ¿Qué era todo este protocolo? Una farsa, pero el pueblo respondió, haciendo vibrar su corazón.


 


Y se sintió feliz de que todo el mundo celebrara su cumpleaños.


 


¿Que importaba que fuera este hombre quien hiciera sonar la campana? Aunque no lo supiera, o peor aunque creía que lo sabía estaba haciendo homenaje a uno de los grandes hombres ilustres, que le dieron a México lo que hoy desperdiciaba todo el mundo, pero le dieron algo que ni siquiera su pueblo tan volátil y olvidadizo podía perder, por que eso se lo habían dado a título personal.


 


LIBERTAD


 


Se la había entregado un hombre que le había enseñado que podía enfrentarse a la opresión, que había gente que lo quería en verdad.


 


Para bien o para mal, seguía existiendo como país, con todos sus problemas, con todas las heridas, con el empobrecimiento, con la crisis económica y laboral que enfrentaba. Y por ello estaba hoy aquí, quería sentir en la piel a su pueblo, vagar en los recuerdos.


 


Se permitió ser un México orgulloso. Por que gracias a todos aquellos que habían dado su sangre, su carne, sus privilegios, aquellos héroes, el podía seguir siendo México. El México de siempre.


 


Murmullos, pláticas sobre lo maravillosos que eran siempre los “cacahuetazos”, emocionados gritos pelados llenaban su corazón.


 


Su Zócalo. Inacabado como él. Una vez uno de sus jefes había querido hacer una columna para conmemorar su independecia, pero al final solo había quedado constuida la base, el Zócalo, y por eso se llamaba así aquella plaza.


 


Estalló en el cielo el primero de los muchos fuegos artificiales que se quemarían aquella noche en su honor. Una “bomba” de color rojo. Griterío general. Los “cacahuetazos” habían dado oficialmente inicio.


 


Silbidos, tronidos, brillantes flores aparecían en el cielo. Algarabía. Mucha, mucha felicidad. Y México-kun sonaba su pequeña corneta, emocionado, con el corazón a rebosar.


 


 


....Entonces una mano atrevida se deslizó por su cintura. ¡CON UNA CHINGADA! Que si, era pequeño, más o menos delgado de esa zona. Y estaba cubierto con un plástico como la maryoría de las chicas... una venita empezó a palpitar en su frente.


 


¡¡¡Era hombre, joder!!!


 


No estaba enojado no, estaba encabronadísimo, chingado, no faltaba el mendigo que tenía que estar de pervertido, ya no se podía ni estar en paz, carajo.


 


Y el que se estaba poniendo sentimental, pero ya le iba a cantar las cuarenta, tan pronto como sintió aquella mano aferrarse volteó con mirada de basilisco para fulminar al maldito pervertido que se atrevía a tocarlo y meterle un madrazo ya que estaba, jodida forma de arruinarle el cumpleaños.


 


Chingado con la seguridad, hoy no podía traer su pistola ni siquiera con su permiso, por que estaba prohibido. Si, los honorables soldados de su ejército tenían miedo que alguien le pegara un tiro al presidente y le hiciera a México un favor. Intimidaban de modo bastante hosco a cualquiera que por hacerse el gracioso le apuntara con un láser...


 


Pero este desgraciado...


 


En los segundos siguientes México no solo sintió que todo su coraje se iba por el caño y su expresión de odio se disolvía de su cara, si no que se quedó ahí, con una expresión de absurda incredulidad. Mirando unos brillantes ojos azules, refulgir bajo el brillo de la pirotecnia, que se reflejaba en unas gafas de montura cuadrada. Una sonrisa que descolocaba, inocente como ninguna otra que hubiese visto jamás.


 


---Heeeey Joseph!!--chilló espantosamente la criatura que tenía enfrente—How are you? I fouuund you!! Ha, ha, ha, ha...


 


Tenía puesto un sombrero de cowboy, camisa de franela a cuadros y vaqueros. Chamarra de cuero.


 


No sabía que zapatos llevaba puestos por que no podía ver, así de abarrotada estaba la plaza, pero si se fijó que tenía pintada una mejilla con el corriente maquillaje tricolor que tenía puesta quizá la mitad de la gente que estaba reunida.


 


En la mano que no le sujetaba la cintura tenía una malteada del Mcdonald' s y una banderita de México.


 


La personificación del país vecino. Estados Unidos.


 


--- ¡¿Qué chingados quieres?! --espetó empujando a Alfred cuando pudo reaccionar, pero este solo se aferró más a él— ¡¿Que carajo haces aquí maldito gringo?!


 


---You are so cute!--dijo estúpidamente Alfred—This is great!! Those Fireworks... Are pretty!! Hey, by the way I like your hat.... I want one!! Let's buy me one! Yes?--México estaba siendo ignorado como siempre. ---Te llamé unas quinientas veces—declaró de la nada Alfred hablando español de pronto, sin mirarlo.


 


--- ¿Qué?--fue el exabrupto de José Juan. Siempre, pero siempre Alfred decía estas cosas en los momentos menos esperados. Lo descolocaba. Le frunció el ceño.


 


--- ¿Por qué no me contestaste?--le preguntó Alfred, otra vez ignorándolo.


 


La mirada azul de Alfred, era tan intensa que México-kun empezó a sentirse incómodo. Para desviar la atención miró hacia abajo y empezó a revolver entre su ropa un poco preocupado, José Juan encontró por fin su celular, se le había olvidado por completo.


 


508 llamada perdidas


 


¿En serio? No jodas... ¿Tantas?


 


Consultó la lista de las llamadas.


 


502 llamadas perdidas de “Gringo”


 


Esto tenía que ser un chiste. Había sido literal—pensó José Juan sin poderselo creer—Pero había más.


 


2 Llamadas perdidas de España


 


1 Llamada perdida de Japón


 


2 Llamadas perdidas de Canadá


 


1 Llamada perdida de Brasil


 


1 Llamada perdida de Chile


 


--Se supone que me tienes que contestar cuando llamo—dijo inflando graciosamente las mejillas— Para eso es el teléfono. Pero me preocupé tantísimo que te empecé a llamar cada minuto desde entonces. ¡Soy el increíble héroe salvador!


 


--N-no oí el celular—dijo y era la verdad a medias. Lo cierto era que había visto la llamada entrante de las cuatro de la tarde. Pero decidió ignorarlo... por que... por que si chingado, por que sí.


 


--Creí que te habían secuestrado los alienígenas. Tony se puso en contacto con algunos de sus conocidos en la Federación de Galaxias Turísticas, pero en todos decían que eras amigo también, así que no te secuestrarían. Raro ¿Verdad? En fin creía que te habían secuestrado entonces La Mafia o Los Carteles. Vine inmediatamente, tuve que usar el Air Force One, ha sido bastante malo, mi presidente se enojará conmigo, pero estás a salvo—dijo apretando su agarre sobre la cintura de José Juan—y esta fiesta está muy buena. Tengo hambre. Quiero una hamburguesa... no, ya se. Quiero que Joseph me prepare algo ¿Si?--le dijo poniendo su mejor rostro tierno para tratar de conmoverlo.


 


México se dió cuenta que se estaba sonrojando. Maldito gringo.


 


---Suéltame--dijo tratando de safarse.


 


---No quiero—le dijo sacándole la lengua.


 


Esto estaba empezando a ser realmente incómodo para México. Pero no parecía que alguien les prestara especial atención, medio mundo estaba gritando.


 


Además el ruido de la pirotecnia era ensordecedor.


 


---Mira, Alfredo, estás pidiendo a gritos un buen chingadazo.


 


---Aww you are no fuuuun!!--lo soltó.


 


México se creyó libre por fin, así que miró hacia abajo buscando sus pies para darle al menos un buen pisotón pues no todos los días tenía la oportunidad pero en ese momento el alto rubio le pasó el mismo brazo por los hombros.


 


Sorprendido Jose Juan sintió algo de frío en la cabeza. Solo por un segundo. Alfred se las había arreglado de alguna manera sobre humana para quitarle el sombrero. Cuando iba a reclamarle a gritos, el rubio le puso a José Juan su propio sombrero de cowboy en la cabeza. Y le puso en las manos la malteada que traía consigo. Se sentía caliente al tacto.


 


---Much better this way, don't you think?--dijo acercándolo hacia sí


 


Había que reconocer que Alfred lucía gracioso con el sombrero enorme y le protegía ciertamente mucho más de la lluvia de este modo. Mucho mejor así, había dicho, y pedido su opinión. Su sonrojo iba a cada segundo a peor, agachó un poco la cabeza pero no le contestó.


 


---Bebelo, estás helado—dijo Alfred al cabo de un rato.


 


José Juan se dió cuenta en ese momento, abrazado por el tibio cuerpo de Alfred y con aquello caliente en las manos que en verdad tenía frío. Tiritó y en un acto reflejo el enorme rubio estrechó su abrazo sin dejar de mirar asombrado como un niño pequeño entusiasmado a los fuegos artificiales. Agitaba su banderita mientras sonreía con ganas.


 


José Juan decidió ser muy valiente (por que las cosas que Alfred comía, rara vez eran comestibles) y tomó un sorbo a la bebida.


 


Resultó ser un café muy caliente de Starbucks. ¿De donde lo habría sacado? El por qué Alfred había decidido vaciarlo en un vaso de malteada con popote del MacDonald's era y siempre sería un misterio.


 


---Gracias... --murmuró quedito, pero incluso por el ensordecedor ruido, el anormal oído del rubio pareció escucharlo.


 


--- ¡Por nada!--gritó para hacers oír—México-kun es...--vaciló y México-kun abrió los labios en un gesto de ingredulidad, por que ver al gringo dudar de algo, era imposible ¿Sería esta su señal del apocalipsis? Que no carajo, que acaba de librarse de uno, o bueno, si contabas al jumento que estaba parado en el balcón de Palacio Nacional, pues bueno, quizá no estaba tan salvado, ¿Se habría equivocado con las cuentas?--México tenía una grave tendencia a divagar. Siguió perdido en sus pensamientos cada vez más bizarros, haciendo muchos gestos, sun hacer caso del balbuceo incoherente de Alfred, hasta que este volvió a gritar trayendo a José Juan otra vez a la realidad.


 


—¡Como sea! Tengo que cuidarte, aquí hay un montón de gente ebria y hasta muchos pervertidos ¿Sabes?—dijo con todo descaro como si él no hubiese actuado como uno—Por que yo soy el héroe— dijo como siempre, incansable, su mantra y José Juan se irritó nada más un poco.


 


Con todo lo que estaba pasando en el mundo, no era posible que siguiera pensando eso. ¿No tendría algún daño cerebral? Lo había criado (estropeado y consentido) Inglaterra, así que a saber.


 


 


En mitad del estruendo, Alfred abrazó otra vez a México por la cintura, y haciendo gala de su usual falta de verguenza le sujetó el rostro, que volvió a teñirse de rosa ante el toque.


 


 


Le miró muy fijamente...


 


Sus rostros se acercaron, más y más. Lentamente se atraían como el uno al otro, como siempre lo habían hecho. Mirándose así, recordaban sus tiempos inmemoriales, cuando eran solo unos niños, cuando sus abuelos los cuidaban.


 


Cuando Alfred no era el niño mimado del señor Cejas, al que tanto rencor le tenía, cuando no era el abusivo que quería quitarle sus cosas, cuando le hacía llorar.


 


Este era el chico rubio raro, uno de los dos niños que el antiguo sabio piel roja. El gran Jefe del norte había encontrado y querido. El que sabía cazar, el que conocía la naturaleza, el que vivía subía las rocas. El que corría con caballos, jugaba con los búfalos y acechaba con los lobos. El niño extraño que sería su aliado. Tal como sus abuelitos lo eran del Gran Jefe.


 


Secretos, perdidos en sus corazones, guardados bajo llave en sus almas. Tiempos sin memoria, recuerdos de dos naciones. Que hoy tenían una historia que contar. Heridas. Cuánto habían cambiado. Cuánto habían olvidado. Promesas que habían tejido con sus palabras.


 


---Féliz Cumpleaños, México-kun—le dijo Alfred.


 


El tibio y gentil roce, de sus labios, el suave suspiro mientras se profundizaba el tímido beso. La música, que era solo una así pasasen doscientos años, quinientos o mil, sería la música de la tierra, ese suave murmullo que escucharían para siempre.


 


Finalmente la quema de fuegos artificiales menguó, hasta que el cielo volvió a quedar silencioso, y la plaza impregnada con los humos de la quema. El ruido de la gente hablando volvió a escucharse y ellos se separaron.


 


Volvieron a mirarse, de algún modo sorprendidos por lo que había sucedido. Ninguno de los dos parecía saber que decir...


 


---.....--José Juan se preparó para decir algo, cualquier cosa con tal de salir de esta situación. Miró a Alfred, pensando qué podría decirle cuando...


 


....El estómago del rubio gruñó con fuerza, haciendo, que un bebé llorara y varias personas se rieran incontrolablemente.


 


---Eh.... --empezo inteligentemente Alfred—Yeah, I am a bit hungry—declarando lo obvio.


 


---Pues andándole gringo, hay que llegarle—dijo tratando, en serio tratando de aguantarse la risa, pero fallando miserablamente—Ja, ja, ja, ay, gringo, en serio que ¡Eres un desmadre!--dijo mientras él y toda la gente caminaba hacia el metro más cercano...


 


--- ¡Te estás burlando!--acusó siguiéndole


 


---Pues, sí—le contestó México-kun simplemente.


 


Dandose cuenta que aún con todas sus rarezas, con todas sus tonteras, con su reverenda idiotez Alfred era y siempre sería parte de su corazón.


 


Quizá odiara sus decisiones. Quizá odiara que Alfred siempre quisiera hacer uso de su casa como si fuera la suya. Trataba de imponerse por la fuerza.


 


Pero es que era pendejo. Aún así no podía evitar, sentir su corazón latir más rápido al mirarlo. Al sentirlo cerca.


 


Y ese beso, había significado muchas cosas.


 


Tal vez debían aclararlo antes de que algo saliera mal. Pero como siempre decidió postergarlo. Después de todo, incluso aunque el tiempo siga su curso, aunque sigan cambiando como ahora.


 


Aunque los reinos se sigan volviendo gobiernos y los gobiernos caigan. Ellos dos iban a estar por siempre juntos.


 


Su luminosa sonrisa declaraba que este había sido, en definitiva un cumpleaños de VIVA MEXICO CA... RAY.


 


—A llegarle o nos vamos a ir peor de retacados que sardinas—dijo México-kun bajando la escalera.  


 

Notas finales:

 

++OMAKE++

 

-- ¡Pica!

-- Que no.

-- ¡En serio pica!

--No seas chillón Alfredo, termínate los chilaquiles. 

-- ¡Pero pican! Quiero una soda, una malteada, algo para beber.

--Ya te puse café.

--Está caliente y me lastima.

--A como jo... robas--dijo sacándole una coca cola del refri y tendiéndosela. 

--¡Te amo!--dijo feliz Alfred abrazándolo (estrujándolo más bien) y de algún modo extraño bebiéndosela de un sorbo. 

José Juan no se decidía si estar más perturbado por que aquel estúpido arranque de felicidad por un simple referesco le hubiera hecho sonreír... O por que en serio ¿Cómo podía comer tan rápido?

--Acábate los chilaquiles. 

--Ya no quiero--dijo. 

Agh, realmente Alfred era imposible, ¡Por que me haces esto Dios mío por que!--lloró internamente José Juan. 

 

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¡Mucha gracias por leer!

 


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