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Summerhill por StarryNightXIX

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Notas del capitulo:

Hola otra vez! 

Bueno, no han pasado ni tres días desde que subí la primera parte, pero como ya he tenido dos personas maravillosas que han dejado comentarios, no veo justo retrasarme más. 

Un abrazo muy grande a las shippeadoras de thorki del otro lado <3

Loki detestaba madrugar. Si había algo que odiara de tener que ir a clase todos los días no eran los trabajos eternos, ni los profesores aburridos, ni los exámenes a primera hora, y ni siquiera eran los imbéciles con los que tenía el infortunio de compartir clase, sino tener que despertarse temprano. La sensación de cortar sus sueños a la mitad y de privar al cuerpo de las horas de descanso necesarias era algo horrible. En verano, sin embrago, tenía la suerte de poder eludir aquella obligación entre tantas otras. Adoraba quedarse en la cama hasta el medio día, despertarse sin prisas y desperezarse docenas de veces antes de decidirse a salir de entre las sábanas para tomar su tardío desayuno. Y, por suerte, Farba le permitía concederse aquellos caprichos tan poco rutinales... casi siempre.

Aquella mañana, su madre había entrado a la habitación a las ocho, cuando tan sólo hacía cuatro horas que Loki se había acostado después de pasarse toda la madrugada terminando de leer un libro que era imposible dejar a mitad. Farba había descorrido bruscamente todas las cortinas, permitiendo que los primeros rayos del sol laceraran a Loki, a quien no le sirvió de nada cubrirse con las sábanas y fingir que no existía. La mujer había continuado moviéndose por su habitación, siendo todo lo ruidosa que pudo y tarareando una melodía que a Loki le resultó familiar. Finalmente, Farba se sentó sobre la cama y palpó las sábanas hasta que encontró el vientre de su hijo y pudo someterlo a una buena sesión de tortura en forma de cosquillas -a veces se le olvidaba que Loki había cumplido ya los dieciocho años-.

No importó lo mucho que Loki se retorció en la cama. Farba no le prestó clemencia hasta que se hubo incorporado del todo, ya bien despierto y murmurando maldiciones.

–¿Las ocho? –fueron las primeras palabras de Loki después de dedicarle una mirada desesperada al despertador–. ¿Por qué?

Farba le estampó un beso en la frente, haciendo caso omiso a su mal humor de madrugador, antes de levantarse de la cama y dirigirse hacia la puerta.

–Porque hoy viene Gaea y su familia. ¿Te has olvidado o qué? –respondió ella, fresca como una rosa, antes de perderse por el pasillo–. ¡Hay que adecentar la casa y preparar las habitaciones de invitados!

Y así fue como Loki comenzó a sentir antipatía por personas a las que ni siquiera había conocido aún.

Durante toda la mañana se había dedicado a quitar el escaso polvo que se había posado sobre los muebles del comedor, a barrer las hojas del porche y a apartar los trastos del cobertizo para que entraran dos coches en vez de uno. Luego, y mientras su madre se encargaba de vestir la cama en la que dormirían Gaea y su esposo, él había tenido que hacer lo propio con la que ocuparía el hijo de ambos. Era una suerte que la casa fuera lo suficientemente grande como para tener habitaciones de sobra, aún cuando algunas de ellas estaban totalmente desocupadas la mayoría del tiempo. De hecho, a Loki le gustaba que estuvieran así. Desde que era un niño, se había sentido encandilado por el encanto antiguo, elegante y solitario que tenía la casa en la que vivía con su madre. El hecho de que fuera tan grande y estuviera perdida entre los árboles del bosque le proporcionaba una esencia melancólica y algo siniestra que había aprendido a apreciar.

Por otro lado, tener tanto espacio libre les venía muy bien. Él tenía sitio de sobra para acumular libros, cómics, sus blocs de dibujo y tocar el violín, y su madre había podido convertir una habitación en su estudio, donde se pasaba las horas pintando mientras tarareaba aquellas extrañas melodías suyas. Aunque claro, según parecía aquél verano tendría a varios huéspedes rondando por el santuario que era su hogar.

Cuando Farba le dijo a Loki que tenía la intención de invitar a unos amigos, él no se lo había tomado excesivamente bien. Era demasiado dueño de su privacidad, demasiado receloso con sus asuntos como para asumir la idea de estar viviendo durante semanas enteras con completos desconocidos que podrían acceder sin ninguna dificultad a sus cosas. No obstante, y después de que su madre le dijera que se trataba de una gran amiga suya y su familia, Loki supo contener su fastidio y hacerse a la idea de que aquél verano distaría mucho de ser tranquilo y usual. Al fin y al cabo, Farba le había hablado cientos de veces de aquella querida amiga a la que quería tanto como a una hermana, de la cual se había visto obligada a separarse cuando aceptó el trabajo en Summerhill, y de lo mucho que la echaba de menos. ¿Cómo podía negarle que volvieran a encontrarse?

Pese a todo, la idea continuaba sin gustarle, especialmente por aquél detalle de cuatro letras y veinte años: Thor. Sabía que Farba mantendría a Gaea y su marido ocupados durante todo el tiempo, pero ¿qué pasaba con su hijo? ¿Se quedaría en la casa siempre, con él? Loki aborrecía la idea de verse a si mismo manteniendo conversaciones forzadas y esbozando falsas sonrisas todo el tiempo. No quería tener la obligación de ser un anfitrión entretenido, si bien sabía ser educado cuando la ocasión lo precisaba. Además, aquél sujeto sería el típico chico de cuidad, tan... tan poco parecido a él. Farba le dijo que era deportista, el primero en el equipo de fútbol americano de su facultad. No tenía que echarle mucha mano a la imaginación para saber que sería tan egocéntrico, superficial y vacuo como los universitarios que retrataban las malas series que ponían en la tele. Y, sin embargo, tendría que convivir con él durante prácticamente todo el verano.

El coche llegó bastante entrada la tarde. Farba se había adelantado más de un cuarto de hora a su llegada, y había salido al porche a esperar a los invitados mientras hablaba con sus mimadas plantas. Loki, por el contrario, había pasado el rato en su buhardilla, intentando concentrarse en el nuevo cómic que había adquirido mientras disfrutaba de los últimos minutos de tranquilidad que le quedaban.

En cuanto escuchó como el vehículo recorría la carretera que desembocaba en la casa, dejó el cómic a un lado y lazó un suspiro de resignación antes de acercarse a la única ventana de la estancia, que a la vez era la más especial de la casa gracias a su forma circular. Le resultó muy extraño ver como un coche que no era el de su madre atravesaba la entrada del jardín para colarse en el cobertizo. Lo cierto era que ni él ni su madre solían tener invitados, y mucho menos que vinieran de tan lejos para quedarse tanto tiempo.

Loki observó detenidamente a cada uno de los extraños que pisaban su jardín. No pudo contener una pequeña sonrisa al ver como Gaea, que resultó ser una mujer alta, sofisticada y rubia, abrazaba a su madre con una emoción que sólo podía ser producto de años de amistad insondable. Tampoco pudo evitar alzar una ceja, divertido al ver como un hombre entrado en años que correspondía a la descripción que le habían dado de Oden, cargaba con su maleta, evidentemente abrumado por su peso.

Sin embargo, todo signo de expresión se desvaneció de su rostro en cuando fijó la mirada sobre el tercer individuo, que no debía ser otro más que Thor. Loki entornó los ojos, analizándolo con un interés especial. Contempló su cabello rubio, clara herencia materna, que parecía centellear bajo la luz del mismo sol que también bañaba sus brazos, los cuales evidenciaban horas de trabajo en el gimnasio. Aquello, sumado a la seguridad en si mismo que derrochaba cada uno de sus movimientos, le daba toda la pinta de ser un auténtico modelo estándar de un chico deportista y popular. Y, no obstante, había algo en él que llamó la atención de Loki, aunque ni él mismo supiera determinar de qué se trataba en un primer momento. Tal vez fuera aquella sonrisa tan ridículamente radiante y cordial que se dibujó en sus labios, o la repentina expresión de curiosidad que adoptó cuando se puso a observar tan interesadamente la fachada de la casa... y la ventana desde donde él lo estaba mirando.

Loki se apartó rápidamente del cristal, impidiendo así que el otro lo descubriera. Inspiró con fuerza, sintiendo como el pulso le latía más rápido de lo normal, y frunció el ceño al descubrir lo infantil que había sido aquella reacción. ¿Por qué demonios se había escondido? Estaba en su casa, en una de sus habitaciones, y no había nada de raro en mirar por la ventana, ¿no?

Después de dedicarse a si mismo un avergonzado carraspeo, Loki volvió a asomarse cautelosamente a la ventana, descubriendo así que Thor estaba mirando fijamente hacia aquella zona. Al principio pensó que le había visto, pero luego se percató de que no había sido así, ya que las cortinas y la ligera oscuridad de la habitación lo protegían de la mirada del rubio.

En cuanto Thor se marchó, Loki dejó escapar un suspiro que empañó el cristal de la ventana. Era consciente de que lo mejor sería bajar para saludar a los huéspedes, aún cuando no le gustaba demasiado la idea. Así pues, se apartó de la ventana y caminó hacia el primer tramo de escaleras.

Un par de minutos después estaba entrando en el salón, donde Farba había iniciado el tour por la casa. Gaea parecía impresionada por la decoración europea que tenía la estancia, mientras que Oden admiraba la enorme televisión de plasma que reposaba en un lado de la habitación. Thor, por su parte, lo observaba todo a la vez, sorprendido por las nuevas diferencias respecto a su hogar que iba descubriendo en aquella casa. Sus ojos azules volaban de un rincón a otro del salón, pero no tardaron en centrarse sobre Loki en cuanto captó su presencia, previamente anunciada por el tintineo de las cadenas que colgaban de sus pantalones.

–¡Oh, Loki! –exclamó Farba, y se aproximó en un par de zancadas para tomarlo por la muñeca y tirar de él, acercándolo a sus invitados y dándole una indicación innecesaria:– Saluda.

–Hola –dijo divertido, dedicándole una sonrisa a los invitados.

La sonrisa de Loki era muy diferente a la sonrisa de Thor. Mientras la del rubio era reconfortante, sincera y amable, la del otro era afilada, ladeada y algo irónica. Aún así, ambas resultaban agradables para aquellos que las recibían.

–Oh, mira cuánto has crecido, jovencito –Gaea se adelantó, tomando una de las manos de Loki entre las suyas–. Ya eres todo un hombre... aunque seguro que a Farba se le ha pasado eso por alto.

–¡Oye! ¿Qué quieres decir? –mientras Farba se encargaba de darle un pequeño y vengativo empujón a Gaea, Oden dio un paso hacia Loki para dale un par de cordiales palmadas en el hombro y dedicarle un amistoso saludo.

Luego llegó el turno de Thor. El rubio se aproximó también a Loki, que a pesar de su altura tuvo que alzar la babilla para poder devolverle la mirada que le dedicaba.

–Soy Thor –se presentó, tendiéndole una mano, y Loki tuvo que esforzarse para contener las ganas de esbozar una sonrisa burlona.

–Loki –dio en cambio, alargando el brazo para poder estrechar la mano del otro.

–Lo sé.

Loki alzó una ceja, contrariado tanto por aquellas últimas palabras -las cuales, por cierto, habían sido totalmente innecesarias- como por el firme apretón que recibió en la mano. La piel de Thor parecía arder en contraste con la suya; Loki continuó sintiendo el fantasma de su calor aún después de que liberara el agarre de sus manos.

De lo que no tuvo la suerte de librarse tan inmediatamente fue de la mirada de Thor. Sus ojos, de un centelleante e intenso color turquesa, continuaban fijos en los suyos, que luchaban por no rehuirlos. ¿Qué demonios se suponía que estaba haciendo? ¿Por qué lo estaba mirando así? La gente no miraba así a alguien a quien acaba de conocer; era una falta de respeto a la intimidad personal, además de una clara muestra de indiscreción. Pero Loki no estaba dispuesto a ceder, y mucho menos a dejarse intimidar por aquél estúpido y evidentemente arrogante chico de cuidad que había llegado para destrozar sus vacaciones de verano.

–Qué bonitos son los reencuentros –la emotiva voz de Farba fue la que le puso fin al extremadamente extraño momento, dándole una excusa a Loki para apartar por fin la mirada.

–Vaya que sí –coincidió Gaea, poniendo una mano sobre el hombro de su amiga antes de dirigirse a los más jóvenes:–. Vosotros dos os adorabais cuando erais niños. Tendríais que haberos visto.. era de lo más tierno.

–Y eso que Loki a penas tenía tres años –apuntó Oden, lo cual hizo que el aludido se sintiera instantáneamente incómodo con la conversación.

–¡Es el destino! –exclamó Farba, ignorando expresamente la discreta mirada de advertencia que le dedicó su hijo–. Gaea y yo somos inseparables, y lo mismo os pasará a vosotros.

La madre de Thor asintió enérgicamente antes de estallar en unas risas que contagiaron tanto a Farba como a Oden mientras Loki los miraba a todos, intentando decidir cuál de los tres estaba peor. El rubio, por su parte, se limitó a sonreír, sintiéndose divertido por la situación.

–Bien, sigamos, que aún tengo muchas cosas que enseñaros por aquí –en cuanto las risas cesaron, Farba se puso en marcha de nuevo. Loki pudo haber suspirado de puro alivio al creer que podría volver a su habitación y encerrarse allí lo que quedaba de día, pero por desgracia el destino tenía una horrible tarea preparada para él–. Loki, ayuda a Thor a subir las maletas de la entrada. ¡Y enséñale su cuarto!

Los adultos abandonaron la sala, dejando a Loki con las ganas de soltar una réplica que jamás llegó a cruzar sus labios. Se quedó mirando durante unos segundos el hueco por el que se había marchado su madre, pero centró la mirada en Thor cuando se percató de que éste lo estaba mirando tan fijamente como antes, sólo que esta vez parecía especialmente interesado en la ropa que llevaba puesta.

Loki frunció el ceño, harto de la indiscreción de aquél individuo. No le gustaba que lo miraran de aquella forma, como si fuera un bicho raro o extremadamente curioso. Ya tenía más que suficiente teniendo que aguantar aquellas estupideces en las clases, como para encima tener que tolerarlas en su propia casa.

–Vamos –dijo sin molestarse en tratar de sonar tan cordial como antes, y puso rumbo hacia la entrada, donde aguardaban las maletas al pie de la escalera. Se dispuso a coger una de ellas cuando Thor se adelantó.

–Espera –le pidió, levantando la maleta que Loki había estado a punto de coger–. Yo me encargo de subir estas. Será mejor que tú lleves mi bolsa, que pesa menos.

Loki observó la bolsa a la que se refería el rubio, y que era notablemente más pequeña y ligera que las enormes maletas. Estuvo a punto de decirle a Thor que era perfectamente capaz de cargar con cosas más pesadas que eso, pero para cuando se volvió hacia él ya estaba subiendo los primeros escalones, llevando una maleta en cada mano.

–Como quieras –murmuró Loki, tragándose una réplica por segunda vez en menos de cinco minutos. Se echó la bolsa de viaje a la espalda y siguió a Thor por las escaleras, fijándose sin poder evitarlo en la forma en la que se le tensaban los músculos de los brazos al aguantar el peso de las maletas. Tal vez el no tuviera aquél potencial, pero aún así era lo suficientemente fuerte como para que nadie tuviera que llevar las cosas por él.

Una vez en la primera planta, Loki adelantó a Thor para poder conducirlo por el pasillo, avanzando en completo silencio. Giraron por una esquina a la izquierda antes de indicarle que se detuviera.

–Esta es la habitación de tus padres –dijo, y abrió la puerta. El rubio asintió y entró para dejar los pesados bultos que cargaba. Luego salió de nuevo, no sin antes dedicarle una admirado vistazo a la habitación, que era tan elegante y espaciosa como las otras dependencias de la casa.

–Bueno, ahora puedo llevar eso –Thor se acercó a Loki, alargando una mano hacia su bolsa de viaje para quitársela. Sin embargo, y antes de que pudiera cogerla, el otro dio un paso atrás, alejándose.

–No. Puedo llevarla yo.

Thor alzó una ceja, sorprendido tanto por la reacción de Loki como por el repentinamente orgulloso y serio tono de su voz.

–Pero no hace falta –insistió, dando otro paso hacia Loki, y alargando de nuevo la mano hacia la correa de la bolsa.

–Exacto –Loki volvió a esquivarlo, y le dedicó una mirada de ojos entornados–. No hace falta.

–Pero... –Thor cambió la expresión sorprendida por una sonrisa desafiante y volvió a reducir las distancias con Loki– la bolsa es mía.

–Y tú –replicó Loki sin poder retroceder esta vez por culpa de la pared del pasillo, mientras continuaba mirando a Thor con la barbilla alzada– eres mi invitado. Y esta mi casa. Así que yo hago lo que quiero.

Thor levantó un brazo para acariciarse la nuca, confundido por aquél argumento tan inmaduro e irrefutable a la vez. Intentó buscar una nueva réplica, movido más por el ansia de vencer aquella batalla que por otra cosa. Sin embargo, Loki pasó por su lado y comenzó a caminar cargando con la bolsa, por lo que no le quedó más remedio que seguirlo, desandando el camino que los había conducido hasta allí. Volvieron a pasar por la escalera, encaminándose así hacia el lado opuesto en el que quedaba la habitación de sus padres.

Mientras Loki avanzaba frente a él, caminando rápidamente con el paso firme y pesado que le proporcionaban las botas que calzaba, Thor se entretuvo observando los diversos cuadros que decoraban las paredes del corredor. Eran imágenes muy coloridas y un tanto abstractas, lo cual creaba un notable contraste con el sobrio estilo de la casa, pero aún así tenían una considerable belleza que incluso Thor, que no sabía nada de arte, supo apreciar.

La mayoría de cuadros representaban paisajes y escenas plenamente naturales. Thor reconoció los enormes y frondosos árboles que había tenido la oportunidad de ver cuando iba en coche de camino a la casa, pero aquello no le resultó extraño después de reconocer la firma de Farba en una de las esquinas de cada imagen.

Así que Farba pintaba. Bueno, Thor estaría mintiendo si negara que aquello no encajaba bien con su personalidad tan abierta y entusiasta... y tan distinta a la de su hijo. ¿Cómo podía Loki ser tan antipático y huraño teniendo una madre así? Aunque tal vez fuera sólo un poco tímido. Gaea había dicho que era un chico solitario, puede que lo único que necesitara era recibir un poco de simpatía para dejar a un lado su seriedad.

–Ya estamos –anunció Loki, deteniéndose tan bruscamente que Thor casi choca con él.

Loki abrió la puerta de la habitación, descubriendo así una estancia bastante amplia en cuyo centro destacaba una enorme cama. Las paredes estaban recubiertas de papel de pared de un claro color rojo, lo cual le daba un ambiente cálido al cuarto, que además contaba con un armario, un escritorio y algunas estanterías prácticamente vacías. Thor se paseó por ella, admirando las tallas que se dibujaban en el techo de yeso. Luego se volvió hacia la puerta, donde Loki permanecía en pie, y señaló la bolsa de viaje.

–¿Tampoco me la vas a dar ahora?

Como toda respuesta, Loki chasqueó la lengua y se quitó la mochila del hombro para lanzársela a Thor, que la agarró en el aire sin esfuerzo aparente para dejarla luego sobre la cama.

–Vivís en una casa muy bonita –dijo de pronto, intentando romper el hielo de algún modo– tiene pinta de ser antigua.

Loki observó a Thor fijamente durante unos segundos, sin poder creerse que el rubio ya sintiera la absurda necesidad de comenzar con las conversaciones triviales que no llegaban a ninguna parte.

–Lo es –respondió sin más, encogiéndose de hombros para dejar claro que no tenía especial interés en continuar con aquella charla.

–Estilo europeo, ¿no? –continuó Thor, sin darse por vencido.

–Pues sí –Loki se cruzó de brazos y alzó una ceja–. Como la mayoría de casas antiguas de esta parte del país.

Thor asintió y volvió a moverse por la habitación para acercarse a una de las ventanas. Las vistas eran realmente impresionantes, y de nuevo muy distintas a las que tenía en su casa: había reemplazado una jungla de cemento y cristal por un auténtico bosque que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

–¿Es muy grande este bosque? –quiso saber.

–Sí –la respuesta fue tan escueta como las anteriores.

–¿Hay algún río cerca?

–Sí.

–¿Y permiten el baño?

–A veces.

Aún de cara al cristal, Thor esbozó una sonrisa. Loki continuaba sin mostrar demasiado entusiasmo en mantener una conversación, pero por lo menos aún no se había ido, y además respondía a cada una de sus preguntas. Y se suponía que aquello era bueno, ¿no?

–¿Nieva en invierno?

–Claro.

–¿Mucho?

–Bastante.

Loki frunció el ceño, sin dejar de observar a Thor dese el marco de la puerta. Se preguntó si aquél chico era así de pesado y curioso durante las veinticuatro horas que dura un día o si le había entrado un arrebato especial. ¿Cómo podría aguantarlo durante semanas enteras? Terminaría volviéndose loco. Aquello era incluso peor de lo que se había imaginado.

–En fin, será mejor que ordenes tus cosas –dijo, decidido a dar por zanjado aquél inútil intento de conversación–. Cenaremos de aquí un par de horas.

Antes de que pudiera escapar de allí, Thor se dio la vuelta, quedando de espaldas a la ventana. La luz que brillaba al otro lado del cristal recortaba su imponente figura, haciendo que el rubio de su cabello se aclarara hasta volverse prácticamente blanco. Loki apretó los labios, imaginándose sin demasiada dificultad a docenas de chicas desmayándose ante aquella escena. Pensar en ello le hizo esbozar una sonrisa burlona que se esfumó en cuanto Thor separó los labios de nuevo.

–Gracias, Loki –dijo, y le dedicó una sonrisa tan radiante como la que le había visto esbozar cuando saludó a Farba nada más llegar.

Sin responder absolutamente nada, Loki se apartó de la puerta y comenzó a caminar por el pasillo hasta llegar a su habitación, que por fortuna -o por desgracia- no quedaba demasiado lejos. En cuanto cerró la puerta detrás de sí, se acercó a la cama y se dejó caer en ella, rabioso. ¿Quién se habría creído aquella desgracia rubia para ir agradeciéndole las cosas con aquellas estúpidas sonrisas de “oh, mira, soy un chico súper majo”? Apostaría cualquier cosa a que era de esa clase de gente que iba dedicándole las sonrisas de chico del año a todo el mundo, a todas horas, en cualquier situación. Sí, Thor debía ser la persona más falsa e hipócrita que había sobre la tierra.

Además, no tenía que darle las gracias, básicamente porque no había hecho absolutamente nada por él, y tampoco iba a hacerlo mientras compartieran techo. Como si lo hubiera ayudado a subir las maletas por gusto y no por obligación. Como si su presencia allí no le resultara terriblemente desagradable.

Loki lo tuvo claro desde aquél preciso instante: sentía un total y desmesurado aborrecimiento por Thor.


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