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Bacteria. por BacterialError

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Notas del capitulo:

Esta es una especie de introducción, por lo que no es muy larga. Espero que les guste la historia.

Allí, en el calor sofocante de la ciudad, entre la indiferencia de un desconocido y el sol que se burlaba de su amor al frío, odió al mundo entero. No poseía el conocimiento ni noción de cuándo había perdido el interés por la rutina diaria, pero, en el momento en que fue consciente de su inminente desinterés, supo que no era nada nuevo: había sido un desenlace lento y sigiloso con la realidad. Hasta allí había quedado su “sentido común”, las reglas que le habían enseñado a seguir, la moral que debía regir su mente; nació de lo más recóndito de su corazón una nueva política de vida, una que le llevaría a apartarse del mundo.

Recluso por elección propia. Renunció al contrato al que le llaman “vida”.

 

 

 

 

  1. 1.      La habitación oscura.

 

¿Desadaptado? Tal vez podríamos describir de esa manera a nuestro protagonista. Su nombre era Kaito, y esta historia se sitúa en la primavera de sus 17 años. Este muchacho, a pesar de poseer la edad que muchos califican “la mejor de la vida”, creía que pasaba por la peor de toda su historia; claro, esto es de esperarse, considerando su forma de vivir. No se le daba bien entablar conversaciones, aún menos amistades estables, y su autoestima iba más y más para abajo desde que la persona de quien había estado enamorado por años, le rechazó de una manera bastante cruel y descarada.

Entonces, podría suponer que dirían, “¡oh, pobre chico!”. Pero no, la verdad es que él solo recibía a cambio de la vida lo que había cosechado. Era maleducado, malhablado, con cero sentido del tacto y cordialidad, su amabilidad estaba por allá en el polo norte, trataba a todos con rudeza ­–sin importar si se tratara de un desconocido o incluso su familia– y no acataba ningún principio de solidaridad. Vivía por él y para él, sin llegar a considerar que su forma de vida era lo que le hacía infeliz.

El punto de esta narración es, la forma en la que una vida puede afectar tanto otra.

 

 

Con un ritmo desganado, se las arreglaba para caminar entre las multitudes. Iba tarde para la primera clase, alguna excusa nueva tendría que inventar para convencer al profesor de matemáticas. ¿Qué más daba si llegaba a tiempo o no?, no le interesaba ni en lo más mínimo el instituto; le entretenía más pasar sus días con vanas distracciones, como videojuegos y tontas películas.  No quería afrontar sus dudas, se le facilitaba más caminar cuando no pensaba en lo que hacía.

“No es como si estuviese huyendo, solo no quiero pensar en el futuro.”

En su apuro, chocó contra otro chico, de menor estatura y contextura delgada. Ambos cayeron al piso, Kaito no se hizo mucho daño, el extraño se raspó las palmas de las manos; su quejido no se hizo esperar, y bien podría haberse quejado, pero el primero en discutir fue el culpable de tal tropiezo tan patético.

–¡Estúpido! Ponga más atención cuando camina.

Sin ofrecer ayuda ni disculpa, se levantó, agarró sus cosas y se fue, con el mismo paso malhumorado. El contrario se quedó arrodillado en el suelo, recogiendo los papeles regados en el suelo. Algunos fueron pisoteados por los demás, más apresurado, intentaba juntarlos con la mayor rapidez posible, como si se tratase de los pedazos de su alma, rotos y esparcidos por la deteriorada acera. Apenas lo logró, se apuró a salir de la concurrida avenida, adentrándose a callejones solitarios, siendo libre allí de dejar correr las lágrimas que delataban su pésima condición psicológica, afectada por cada mínimo detalle que empeorara su día.

Su camino siguió hasta llegar a un apartamento, vivienda que compartía con sus padres. Se encerró en la oscura habitación del fondo, su habitación. La luz se ausentaba entre esas paredes, las cortinas siempre permanecían cerradas; apenas se apreciaban los numerosos afiches que estaban pegados en las paredes: la mayor parte era de bandas y animes. La escasa luminosidad la proporcionaba la computadora sobre el escritorio. A ese artefacto le llamaba su “desahogo”, su escape, la única cosa que podía hacerle olvidar todo por un momento.

¿No es maravilloso ser otra persona, aunque sea por unos momentos?

Y este es nuestro segundo protagonista. Mikuo, 15 años. No hay mucho que decir de él, él era solo… alguien cansado de vivir.

 

Volviendo a la vida de Kaito, llegó muy tarde a clases y por ello se llevó un buen sermón. Conforme el día avanzaba, más repulsión sentía por el lugar; casi podía escucharlo, casi podía sentirlo, los comentarios morbosos acerca de él, las miradas desaprobadoras. Asco sentía, asco por la gente, por la vida y por él mismo. “Soy repugnante”, se repetía.

“Oye, oye, no me malinterpretes. Eres bonito, pero no saldría con un hombre, menos tratándose de una persona tan vacía como tú.”

“La verdad es que siempre me has parecido asqueroso.

Comió solo, se fue a casa solo, y la casa estaba vacía. Se lanzó al suelo y abrazó sus rodillas. ¿Qué estoy haciendo?

 

Ahora ustedes se preguntarán, ¿de qué manera estos personajes se relacionarán? Realmente no era su destino el conocerse, tal vez solo debían avanzar en sus vidas y arreglárselas a como pudiesen, sin embargo, como narrador de historias, tengo la habilidad de cambiar el destino de las personas. Así es como pensé, ¿qué pasaría si ocurriese algo que los impulsara a encontrarse una vez más? Por aburrimiento, coloqué algunos papeles de Mikuo en el bolso de Kaito. Hasta acá llega mi derecho a intervenir, que el destino sea quien decida qué sucederá con ellos.


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