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Ninguno de los dos quería parar por blueous

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 En aquella historia siempre estuvieron mal puestas las comas, los puntos y las mentiras. Javier se dio cuenta más tarde que temprano, pero al menos lo hizo antes que nunca. Uno, dos, un poco más de tres meses quizás habían pasado desde la última vez que fue devorado por los mismos labios que ahora se movían frente a él y aunque en realidad ya ha comenzado a superarlo con ayuda del tiempo, simplemente no puede evitar que sus ojos recorrieran al mayor nuevamente: pasando por su cabello negro coronado con el beanie rojo (porque si Javier creyó que nunca algo se vería mejor que el gorro verde eléctrico que Pablo solía llevar, se equivocaba), siguiendo su camino por las facciones más bien redondeadas en el rostro claro del más bajo, luego los labios rosáceos que tanto ha probado y, para demostrar que en realidad eso no es nada, aterriza de su viaje visual en las marcadas clavículas que, de seguro, aún tienen su nombre grabado en alguna parte. De allí no puede seguir. «Mucha ropa», piensa antes de cerrar los ojos e intentar llevar su mente a la imagen de su novio actual.

 Pablo habla con Lindsay, solo con ella, por lo que no se ha dado cuenta del escrutinio al que le han sometido. Javier sabe que incluso si el mayor sintió en algún momento su intensa mirada acariciándole se ha hecho el tonto, como sólo él puede hacerlo.

 Y lo viene haciendo hace un mes. Eso le recuerda a Javier que hoy se cumple un mes desde el inicio su relación, pues Pablo se ha dedicado a ignorarlo desde que supo del noviazgo oficial entre Javier y un tal Sebastián.

—Aah —Javier ha dejado escapar un suspiro al pensar en su novio y sin querer atrae las miradas de sus amigos.

 Lindsay le sonríe, porque encuentra en sus ojos almendrados el rastro de amor que ha dejado el recuerdo de Sebastián. Pablo rueda los ojos, por el mismo motivo. Javier entonces sonríe también, ¿cómo es posible que alguien sea tan hipócrita?, piensa rápidamente. Después de todo es Pablo quien se ha comenzado a «enamorar», había sido el mayor quien hablaba sin parar, a todos, de cuanto comenzaba a atraerle uno de los tipos que conoció en sus noches de fiesta, fue Pablo quien le cortó con acciones las alas a su amante, fue por el mayor que siguieron juntándose (sólo a follar) incluso cuando este había comenzado una relación, todo, todo, había sido culpa de él. Javier debe recordárselo a sí mismo antes de comenzar a divagar entre los recuerdos acalorados que aún guarda con recelo en su memoria. Se recuerda después que fue Sebastián el que le aconsejó y secó varias de sus lágrimas.

 Vuelve a sonreír, por pura inercia.

 La chica anuncia que debe irse, a Pablo se le escapa una mueca de desesperación. Es desde hace un mes también que ambos no se quedan solos entre cuatro paredes. Por primera vez parece ser el mayor a quien le cohíbe la situación. Al moreno eso no deja de parecerle satisfactorio.

—¿Qué día es hoy? —Pregunta Pablo algo harto del silencio y la sonrisa del menor que se han impuesto desde que Linds se fue, sobre todo si sabe las razones de todo lo anterior.

—Dieciséis —Javier no puede evitar sonar feliz.

 Parece que Pablo va a hablar, pero no lo hace. Sólo se muerde el labio mientras anota algo en el móvil.

—¿Qué estás haciendo? —Inquiere Javier vencido por la curiosidad.

—Arreglo la fecha, se volvió loca esta máquina —Dice mientras mueve el pequeño teléfono frente a él, como si tuviera vida —Yo te dije que se vendría la revolución robótica.

 Javier bufa, nunca deja de asombrarse de las cosas que pueden salir de los labios ajenos.

 El silencio vuelve, pero para el menor no tan incómodo como recordaba, con el relajo que encuentra ahora en el espacio vacío de palabras, es Javier quien rompe el silencio.

—¿Y? ¿Cómo van las cosas con Cristian?

—... —Pablo parece demasiado absorto en la pantalla luminosa para responder, demasiado para alguien que sólo configura una fecha —Bien.

—¿Y con esas ganas de bien? —Mofa mientras comienza a picar, porque la respuesta no suena a lo que él esperaba.

—Pues. No lo sé —El más bajo guarda el móvil en el bolsillo trasero de su pantalón y encoje los hombros —. Ya sabes que siempre peleamos, a veces es cómo si sólo peleáramos, pero supongo que si terminamos nadie nos creería, digo, ya he terminado yo al menos siete veces y él me ha dejado otras siete más.

 Mientras Pablo comienza a sincerarse se ha sentado en una de las esquinas del salón. Javier debe recordar a su novio, debe hacerlo, porque es este Pablo del que se enamoró: el joven estúpido, sincero, que siempre se deja llevar, pero es siempre testarudo.

 Definitivamente no lo hace bien estar entre cuatro paredes con ese chico, debería irse.

 Sin embargo se acerca hasta él y le quita el gorro, para sacarlo del estado en que parece haberse sumergido. El pelinegro le observa entonces, encontrándose con los ojos castaños y sonríe. Javier sonríe también.

—Me pregunto por qué terminó lo nuestro.

—¿Lo nuestro?

—Sí. Eso que teníamos, tú y y...

—Tú y yo no tuvimos nunca nada más que buen sexo.

 Pablo transforma la mueca en una sonrisa derrotada. Javier por su parte siente cómo el corazón se vuelve a romper en su pecho, jamás, jamás, pensó que sería capaz de decir esas palabras frente al mayor. Muchas veces quiso, es verdad, pero nunca encontró el valor necesario. Ha pasado tanto, y aún duele decirlo, parece que el contrario nunca estará conforme al momento de masacrar aquel órgano vital tan cansado de latir siempre por el mismo nombre.

—Tienes la razón. Siempre tienes la razón —Se recuerda a sí mismo el mayor —Fue mi culpa.

—Wow, esta es la hora de las confesiones ¿o qué?

 En los oídos de Javier todavía vibra el dolor de la superación y no encuentra otro modo de salir de todo aquello que no sea un poco de acidez.

Pablo se ha tragado sus palabras de nuevo, porque ha intentado con su mejor esfuerzo por hacer las cosas como, se supone, debió, pero el moreno no se lo está dejando fácil. Acaba por abrazarse las piernas y dejar reposando la barbilla en las rodillas, simplemente para contemplar con más comodidad a Javier.

—Supongo que sí —El pelinegro respira pausadamente, algo en su semblante cambia antes de que abra la boca y comience a hablar —Entonces te voy a confesar algo más: no hablamos desde que tu empezaste una relación, supongo que ya lo notaste, pero es que jamás pensé que me fueras a superar, cuando lo hiciste fue como si me patearan en el estómago y, quizás, me di cuenta de lo que había perdido. Cuando te vi acariciándole el cabello y a él sonriendo —Javier se muerde los labios, apunto de llorar, porque cuando Pablo se lo propone, puede llegar a ser un verdadero capullo —Pero te confieso además que nunca quise hacer nada para recuperarte, porque no le hallé sentido, tú siempre volvías y me acostumbré, el de las cagadas era yo, pero el que volvía eras siempre tú…

—Para...

—Y me encantaba, me hacía sentir bien, tú sabías que yo tenía otra relación, sabías que lo nuestro era un usa-desecha y de todos modos volvías. Saber que no te iba a perder nunca me hacía sentir que dominaba, eras como un juguete, mi favorito, porque sería un mentiroso si dijera que no comencé a sentir revoltijos en el estómago cuando bajas por mi cuello hasta...

—No. Ya no.

 Pablo pasa saliva, porque se había mordido la lengua, y vaya que tenía veneno guardado allí. Se miran unos segundos y el encanto se rompe de inmediato.

—Ya no soy tu juguete, ya nada, ya no vuelvo, desde hace un mes que jamás he pensado en volver —Y si miente, porque es necesario.

 Javier se apresura a tomar su bolso y salir de la habitación, malditamente consiente que si Pablo se levantara y lo obligara a quedarse, lo haría. Porque ciertamente, ha analizado la posibilidad de encuentros rápidos con el mayor al menos unas tres veces en los últimos dos días, pero no los concretó y ahora se lo agradece a sí mismo y al auto-control perdido que siente haber reencontrado.

 Si antes pensaba que necesitaba algo para desenlazarse de Pablo, cree que ya lo ha conseguido.

 Pero mientras avanza hasta la calle hay una frase que ahora le taladra el cerebro: puedes volverte adicto a cierto tipo de tristeza. Porque, tal vez, Javier es adicto a cierto tipo de dolor, el de Pablo. Es que aunque sienta el corazón molido y seco en su pecho justo ahora, siente más (de todo un poco) de lo que ha sentido en un mes, sin embargo no, decide que esto no anunciará una próxima vez y no necesita repetirlo en su cerebro por más de cinco veces para creérselo. Le asalta pena, rabia, frustración, importancia y paz. Paz, porque sabe que esta es la última ocasión en que se deja pisotear por un hombre de cabello negro y clavículas deliciosas, no tiene nada más que él pueda romper y, de alguna forma, espera que hoy, a un mes de noviazgo con un tal Sebastián, pueda empezar a juntar las piezas de su amor que se ha ido rompiendo en el camino una por una.

 Está más que seguro que cierra un capítulo al mismo tiempo que deja la puerta de los salones de ensayo sonar con un estruendo, cerrándose también.

 

—Si cariño, ya voy, ya voy. Había un poco de taco en el centro.

Vale, vale. Te espero —La voz suena contenta del otro lado del teléfono y cuando Javier va a cortar siente un gritito —¡Hey! Te amo feo.

—... —El moreno sonríe mientras mira por la ventana del autobús que lo dejará en la casa de su novio —Te amo más —Y es sincero cuando lo dice.

 Suspirando al tocar el timbre del vehículo para bajar en una parada cercana a la casa de su novio, Javier repara que a veces el amor nos juega malas pasadas, cuando los sentimientos se mezclan y nos nublan la visión de las cosas más simples; como para dónde está la felicidad aunque la brújula nos indique con claridad el norte. Pero luego, cuando una leve luz nos muestra el camino (aunque sea por un instante), notamos que el difícil camino que hemos recorrido, sirve para algo. Al final, la, felicidad es más grande, más sentida más placentera, cuando cuesta conseguirla. A Javier le ha costado un mundo, y un poco más, olvidar a Pablo, quizá ni siquiera lo ha hecho, pero cuando toca el timbre de la casa de su novio, se da cuenta que su felicidad estaba a un solo paso: superación.

 Sí, esto está bien, está bien para Javier, que, al sentir los labios de Sebastián impactar con los suyos en un sonoro «Feliz un mes», por una vez en su vida está pensando en sí mismo y, exclusivamente, en su propia felicidad.

Notas finales:

¿un poco más claro ahora? u n u 


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