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Ninguno de los dos quería parar por blueous

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Notas del capitulo:

 Un poquito de la historia vista desde el punto de vista de Pablito, para que lo entendamos en parte y porque él es simplemente otro hijo de puta en el mundo en busca de un amor que ya no es suyo.

Fueron muchas primaveras después, muchas lunas escondiéndose, muchos bailes asfixiantes y varios labios que nunca fueron lo mismo. Fue tanto tiempo después que ya no valía la pena, pero al menos Pablo abrió los ojos a la realidad.

 Pablo Carril ya no es el joven alegre de antes, los errores y los intentos desesperados de cariño le han pasado la cuenta, de las fiestas interminables sólo llegan hasta él los murmullos de una disco cercana a su pensión, ya acabó la carrera de nutrición y tiene un empleo desde hace poco, el que aunque no es el de sus sueños, puede ser el inicio de algo importante, sin embargo mientras la luna niega su brillo por aquella noche él se siente vacío y estúpido.

 Unos perros pelean en la calle y el ruido de sus gruñidos se filtra por la ventana mal cerrada, Pablo se recuerda que, al menos, esta es su última noche allí, al día siguiente se irá a vivir con Javier.

 ¿Satisfacción?, muy por el contrario. Se le remueve el estómago.

 Pablo mira el reloj y se sorprende que ya sea el inicio de un nuevo día, asume que no va a dormir y que, como cada vez que el sueño se le niega, se dejará llevar por sus pensamientos (los que al otro día enterrará tras una sonrisa molesta y chistes hipócritas). Unas risas suenan ebrias afuera de su ventana, el chico debe recordarse a sí mismo que él era así también para no gritar algo hacia los jóvenes que ya han dejado de oírse. Nuevamente se abandona a sus divagaciones.

 Pablo sabe que ha tenido varios errores en su vida, lo sabe porque, incluso mientras mete la pata siente que está haciendo algo mal, aunque eso no le ha frenado nunca. No lo frena ahora.

 Pablo recuerda a Javier nuevamente.

 Suspira.

 Piensa otra vez.

 Esta vez su mente viaja hasta los primeros días, comienza a crear en su mente una línea de tiempo. Sabe que el primer encuentro de ambos probablemente esté perdido entre muchos otros recuerdos que, en su momento no fueron tan importantes, pero recuerda la primera vez que hablaron de verdad, más que un simple «mi nombre es…». Fue en una fiesta, cuando Javier apenas superaba la desilusión amorosa de otro chico, Pablo recuerda habérselo llevado a la pista de baile sólo porque no quería seguir oyendo de ese tal «Cristian», no tenía ganas de animarlo en realidad, no tenía por qué, apenas se habían visto algunas veces, pero a Pablo le gustaban las cosas más agitadas y, si para eso debía arrastrar al moreno hasta el cúmulo de cuerpos meneándose pegados, lo haría. Lo hizo. Hay un vacío en su memoria, sólo sabe que después eran despertados por el sol en la cara y estaban en una de las habitaciones de la casa anfitriona: solos, desnudos y le dolían las piernas. Supo que a Javier le molestaba algo en la espalda baja y eso fue suficiente para recrear su actuar a la mañana siguiente.

 Pablo se seca el sudor de la frente, recuerda que antes le encantaba rememorar ese tipo de escenas, le hacía sentir pleno (de alguna forma perversa), mas ahora le molesta. Le molesta saber que lo tuvo todo y lo dejó ir, detesta haber sido sólo una piedra en el zapato de Javier.

 Antes de seguir torturándose decide mejor perderse en su propia memoria, el corazón se le acelera de inmediato. Es inevitable rememorar los detalles de la historia, los altos-y-bajos, las despedidas que nunca lo fueron en realidad, los besos apurados y los roces ardiendo a fuego lento. Aprieta los dientes, sin poder comprender por qué nunca aprovechó a ese hombre idóneo que el destino le plantó en frente. Cierra los ojos al mismo tiempo que se responde que fue por eso, es que el destino le puso todo en bandeja y a Pablo siempre le ha gustado un poco el drama, con Javier las cosas eran muy simples y, aunque lo intentó, nunca pudo forzarse a amar una vida tan calma. Se muerde los labios, asumiéndose a sí mismo que si hubiese aceptado al mayor en su vida cuando pudo, probablemente ahora serían de esas parejas que todo el mundo detesta por ser demasiado perfectos.

 Si tan sólo Pablo hubiese pensado antes cómo lo hace ahora. Pero eso no dependía de él, no dependía de nadie a decir verdad. Fue sólo como las cosas se dieron, porque, le pese o no ahora, en el pasado se mostraron todos los factores favorables para él y desafortunados para Javier, sin embargo ahora la vida se volcaba en su contra y nostalgia, mientras para el más alto parecía ir el mundo de mil maravillas.

 El reloj marca pasada las tres de la mañana. Pablo decide levantarse, no quiere seguir pensando, porque lo ha hecho demasiado en una noche y, de alguna forma, se arrepiente de toda su vida. No lo siente del todo, porque al menos tiene bastantes cosas que recordar, además ha aprendido a no preguntarse qué hubiera sido sí, sin embargo le cuesta dejar de imaginar un posible presente utópico, donde él estuviera arreglando sus maletas tal como lo hace, dónde se diera cuenta a través de la noche que Javier es, y siempre fue, su opción más favorable, una donde tuviera una sonrisa parecida a la que tiene ahora mismo frente al espejo, pero que no fuera tan tarde. Porque mientras se peina el cabello sabe que descubrir todo lo que descubrió ni siquiera tiene sentido. No importa cuánto se arrepienta de haber jugado con el moreno a su antojo, ya es muy tarde, Javier siguió con su vida y el debería hacer lo mismo con la suya, sin embargo, justo en esa madrugada no puede.

 Se aleja del espejo y comienza a vestirse (ya se dará una ducha, cuando llegue a la casa que arrendará junto a Javier), le quedan un par de horas y, a pesar de negarse, termina sentado sobre la cama: pensando.

 Los recuerdos más fosilizados ya no son más que eso y prefiere acercarse más al final, cuando él mismo creyó que eso se había acabado. Fue cuando apareció Cristian (porque ese parecía ser un nombre maldito), lo conoció en una fiesta cualquiera pero terminaron enrollados, duraron mucho, pero Pablo no pudo resistirse a Javier, ni siquiera en medio de la relación. Sinceramente, después de la tercera, había perdido la cuenta de cuantas veces se habían besuqueado con el moreno hasta acabar follando en donde-sea. Pablo sabe que tuvo millones de oportunidades para terminar su relación e iniciar un «algo» con Javier, pero también sabe que no lo hizo jamás, porque tampoco podía negar que, en su momento, él se sintió totalmente atraído por Cristian, sin importar que más adelante no fuera más que una mala escena para el recuerdo.

Pablo se masajea la cien, frustrado, mientras recuerda a alguno de sus novios siguientes, sin embargo acaba por frustrarse más cuando se da cuenta que la sombra de Javier siempre estuvo en su vida, porque en cada nueva pareja había algo que le recordara al alto. A cada una de sus relaciones siguientes las comparó, al menos una vez, con Javier. Y de lo único que se arrepentía ahora era de no haber formalizado con el causante de todas sus rupturas.

 Llega de alguna forma a la última escena en que recuerda sentirse amado por Javier. No fue la última vez que se liaron (no, eso no se detuvo hasta hace poco), pero fue la ocasión final de su poder. Cree recordar que ya había pasado un mes desde que ambos no se dirigían la palabra, está seguro que era por Sebastián, fue la primera vez que era por Sebastián. Recuerda que estaba triste, porque su relación no había sido como la planeó, recuerda que Javier le intentó subir el ánimo y recuerda que él se aprovechó tan pronto como tuvo la oportunidad, pisoteando lo poco del amor que el menor seguía guardando por él.

 Las veces siguientes todo fue más frío. De alguna parte de su cerebro le llegan señales de que eso es lo que debió haber pasado después de todo.

—¿O qué esperabas, que sufriera por ti toda su vida?

 Nadie responde, porque no hay nadie además de él en la habitación. Pablo no quiere responderse, porque sí, eso era lo que quería, que Javier le siguiera toda la vida como un perrito faldero. En su mente siempre creyó que eso era lo que debía ocurrir.

 Cómo se equivocaba.

 Mientras el cielo aclara, Pablo acababa de ordenar sus maletas, sabe que el camión de fletes no tardará en llegar, pero ya no tiene las mismas ganas de irse que ayer. Después de todo la habitación no es tan pequeña, cabe él y su cama, ¿qué más necesita?

A Javier.

 Pablo sabe que son todas excusas así que se limita a agradecer al chofer del camión cuando este le baja las últimas maletas en la casa de Javier. No quiere llamar a la puerta todavía, se niega ahora a entrar, aunque tendrá que hacerlo en algún momento.

 La perilla se gira frente a él y un hombre alto sale con la sonrisa más brillante que le cabe en la cara. Sebastián le ofrece ayuda con las maletas, él no se niega (aunque en su mente se niegue a dejar que ese chico toque alguna de sus cosas). Al mismo momento de entrar puede divisar la figura delgada de Javier con delantal de cocina puesto, probablemente preparando algo delicioso para más tarde.

 Cuando todo está listo, Sebastián sale corriendo hasta la cocina y pasa sus brazos por la cintura del moreno, atrayéndole en un abrazo apretado, Pablo no tarda en sumarse al cuadro, pero es obvio que sobra.

¿En qué momento se le ocurrió comenzar a vivir junto al posible amor de su vida y el novio de este?

 Javier dirige su mirada al recién llegado, Pablo hace un recuento mental de cómo el amor se ha ido desvaneciendo de esas cuencas de felicidad; gradualmente y sólo se puede culpar a sí mismo.

—¿Qué pasó? —Pablo le mira interrogante sin saber a qué se refiere exactamente — Tienes ojeras.

 Pablo sonríe negando, podría decir tantas cosas, sin embargo Javier se voltea a golpea a su novio en el pecho. Sebastián abulta un labio y Javier lo besa rápidamente para sonreír después mientras le recuerda que ya no viven solos.

 Pablo responde mentalmente entonces, porque hacerlo en voz alta sería demasiado destructivo para todos; “No dormí, ¿sabes? Estuve toda la noche reconstruyendo mi vida, pensado, pensé en ti, en lo que pudo ser… Javier, estaba pensado en nosotros.”


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