La oficina. Un lugar más gris que el cielo a punto de llover y más aburrido que esos mismos días. Tres y media, pilas de papeles, lápices y lapiceras por todos lados, un reloj jodiendo mi paciencia.
Treinta minutos más tarde estaba afuera. Agotado caminé hacia la plaza donde solía sentarme. Era rutinario, mantener esa monotonía.
Mi mundo era una nube gris, todos los días mantenía la precipitación de lluvia y no existían días soleados. A mi alrededor se encontraba una muralla, tan bien construida hace años, que era imposible derrumbarla, por lo menos para mi. Cada ladrillo representaba una pequeña proporción de odio, junto era lo que producía que las personas me evitaran. Todos los días pensaba qué hacer para cambiar, al otro día seguía manteniendo la misma actitud del día anterior. Tal vez era así, yo era así.
Agarré el mismo libro sin sentido y comenzé a leerlo. Era el mismo que había leído ayer, anteayer, y el día anterior, ya que mi tiempo era limitado, o mi cabeza no tenía muchas ganas de mantener una nueva historia. En fin, cuando el manojo de palabras me aburrió, caminé hacia mi casa, cruzando por el parque. Un payaso con un moño en el cuello entretenía a los niños. De pronto, tomó un sombrero y se lo colocó en la cabeza, dando la apariencia de un mago. Trajo una mesa y prosiguió con su show. Mostró el sombrero hacia el público y al hacer una especie de movimientos mágicos, sacó una pequeña paloma blanca que, al ser liberada, voló sobre un árbol y desapareció.
Realmente, no entiendo a los payasos. Para mi son personas con corazones fríos que mantienen a los niños en mundos elevados en el cielo, hasta que caen y se golpean con la realidad. Es un cuento de hadas colgado de un hilo fino, hasta que es vencido por la gravedad. Es muy fuerte la caída, lo he vivido en carne propia.
Los niños del costado aún creían en el truco realizado, pero uno se da cuenta que es totalmente falso, y que si le prestas atención, se observa como el mismo payaso la agarra de la jaula y la coloca en el sombrero debajo de la mesa , justo antes de levantarlo y sorprender unos cuantos idiotas.
Continúe caminando, aún observando las distintas caras de los niños, hasta que alguien me interrumpió, haciéndome caer.
El muchacho, había estado sentado, aparentemente jugando con dados, ya que estos habían terminado en el piso. En su mano tenía un cuaderno, con letras y números muy mal escritos, y ,por lo que pude ver, apretando muy fuerte la lapicera. Al tropezarme con el, se cayó boca abajo al piso, y esta se le raspó un poco. Su libreta quedó en el banco. Él se encontraba en el piso, tanteando con la mano hasta hallar los dados. Justo en el suelo, debajo del asiento estaba un bastón, blanco de punta negra. Al lado de la banca donde se supone que anteriormente estaba sentado, se encontraba un chico, un poco más morocho que comenzó a ayudarlo.
Ignorando las palabras inadecuadas y las caras de las personas a mi alrededor, simplemente me levanté y me fui.