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El amor nace del recuerdo por Nami Takashima

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Notas del capitulo:

Me disculpo por haber dejado que pasara un mes sin actualizar ._.

Fue cosa de un descuido, hace mucho que este capítulo estaba listo para subir pero no me había dado el tiempo de terminarlo y sin querer lo fui postergando.

En fin, para colmo de males es un capítulo corto, pero espero les guste. Los dejo leer

Hacia rato que estaba preparado para hacer frente a una nueva vida. Un reluciente traje nuevo lucía sobre mí y sólo me restaba esperar a que Emile y los mellizos concluyeran con su parte.

No podía estar más satisfecho con el rumbo que estaban tomando las cosas. Desde el regreso del rubio hacía ya unos meses todo parecía ir viento en popa… o al menos la mayoría de las cosas, pero era perfectamente consciente de que al final no todo podía ser maravilloso.

Mi padre había muerto mientras que yo no estaba presente; no estaba seguro de sí en el fondo tenía algún tipo de remordimiento o simplemente era que la sensación de libertad me estaba agobiando. Luego estaba el asunto de Carlota…

Esa cobarde mujer que había buscado una salida fácil poniendo fin a su inútil vida. Lo único que era una lástima, era que se le hubiera ocurrido hacerlo mientras aún vivía en el palacio; pues a pesar de que el anciano médico había tenido la atención de informarle a aquellos que eran relativamente “cercanos” a ella y aún cuando se tomaba el tiempo para aclarar la situación a todo el curioso que tuviera el valor para preguntar, siempre se podía contar con las afiladas lenguas que ávidas de salir de su aburrimiento, no habían dudado en esparcir la información a su manera.

Sabía de antemano que en la corte se rumoraba que el responsable de la muerte de Carlota había sido yo y puesto que la gran mayoría estaba en conocimiento de que nuestra relación no era precisamente la mejor, tenía la certeza de que más de uno                                                                                     me tomaba por asesino…

¿Pero acaso alguien lo había mencionado?

Por supuesto que no.

Preferían mantener las apariencias sólo por salvaguardar su cómoda posición en la corte, sin contar que a gran parte de ellos realmente les resultaba indiferente, puesto que no les afectaba directamente.

Toda esta gente estaba podrida hasta lo más profundo de su ser y eso sólo me dejaba una opción para actuar.

Tenía que deshacerme de todos, luego podría ocuparme de elegir cuidadosamente a aquellos que valía la pena conservar, pues estaba convencido de que algunos todavía conservaban bondad en su corazón.

Lo mismo debía hacer con la guardia real. Quería a mi lado a aquellos que en el campo de batalla habían arriesgado su vida conmigo aún cuando sólo era un insignificante príncipe, porque necesitaba poder confiar en aquellos que me rodeaban… Porque quería construir un lugar seguro en donde estar con los mellizos y Emile.

Ese rubio de frágil apariencia que causaba estragos en mí y que me hacía sentir que debía protegerlo por encima de todo… Ahora podría hacerlo y estaba seguro de que sin mucho esfuerzo conseguiríamos ser felices.

Podíamos estar completos sólo teniéndonos el uno al otro. Estaba dispuesto a demostrarle a Emile que no necesitábamos de un niño para ser felices… y menos aún de ese por el que recientemente mostraba tanto apego.

¡El hijo de Carlota!

No podía dejar de preguntarme si Emile estaba buscando molestarme con todo este teatro que estaba montando… Eso para mí era algo inaceptable, bajo ninguna circunstancia aceptaría a ese niño. No estaba dispuesto a jugar a ser un feliz padre al lado del rubio, porque sin importar cuanto quisiera consentir su capricho de cuidar de un bebé, no podía olvidarme de que al final, y por poco que me gustara, ese niño era mi medio hermano…

No podía siquiera tolerar la idea.

Miré por la ventana, me di cuenta de que el sol se acercaba a su cenit y fuera del palacio la gente del pueblo comenzaba a aglomerarse, en espera de ver ascender al trono a su nuevo rey… era un gran reto, ¿sería capaz de estar a la altura de sus expectativas?

Había tanto para pensar, tanto por hacer…

Pero ahora no era el momento, se estaba haciendo tarde y Emile no aparecía, Mía ya tendría que haberme venido a buscar para avisarme que todos estaban preparados para salir, pero no había sido así y mi paciencia se estaba agotando. Quería ver al rubio y hacer que todas mis dudas se despejaran estando a su lado, tomándolo en mis brazos y perdiéndome en sus labios.

No deseaba nada más, así que aburrido de esperar, decidí que era hora de correr buscando por él… Entonces, no tenía ni idea de cual literal se iban a volver mis palabras.

Fui hasta la habitación de Emile sin encontrarlos ahí, busqué por las habitaciones de Ian y Mía, los baños, la estancia principal, los pasillos, el jardín y no conseguía encontrar rastro de alguno.

No podía entender que era lo que estaba ocurriendo, sin embargo mi agitado corazón me decía que algo no andaba del todo bien. Mi desesperación crecía más a cada instante y sin ser capaz de ocultarlo, corrí de un lado a otro por el palacio intentando encontrar una respuesta lógica a todo esto.

Pero tal respuesta no llegó. Sin importar a quien le preguntara el resultado era el mismo, nadie sabía en donde estaban, nadie los había visto; por un momento llegué a preguntarme si realmente sabían de quién les estaba hablando.

—No debería correr así o podría lastimarse… —aquellas repentinas palabras hicieron que me detuviera—. ¿Todo está en orden majestad? Luce muy alterado —y aún cuando sus palabras podían sugerir preocupación, lo cierto es que en el rostro del conde no podía disimularse la burla.

—¿Acaso no tiene que atender sus propios asuntos conde? —respondí de mala gana sin intenciones de quedarme a perder más tiempo y me disponía a reanudar mi búsqueda cuando sentí un tirón en el brazo y vi que el conde me sujetaba con fuerza, negándose a dejarme ir.

—No tiene caso que siga gastando su aliento en una búsqueda tan inútil, le puedo asegurar que no conseguirá encontrarlos —dijo esbozando esa sonrisa socarrona que conseguía terminar con mi paciencia en cosa de un instante.

—¡¿Y qué diablos sabes tú de esto?! —bufé arremetiendo contra el hombre frente a mí y estrellándolo contra la pared, sujetándolo con fuerza por la camisa.

—Bueno, es precisamente de eso de lo que quiero hablar, aunque personalmente preferiría hacerlo en un lugar más privado… claro que si su majestad desea que todos se enteren entonces no tengo mayor problema —todo en él proyectaba una inquietante tranquilidad que me sacaba de quicio, pero debía admitir que tenía razón, pues no resultaría nada conveniente si se llegaba a saber la verdad sobre el rubio.

Sin perder tiempo entramos en una de las habitaciones y tras asegurar la puerta me volví buscando al conde, quien al parecer no había perdido de vista ni uno sólo de mis movimientos.

—Como seguro ya sabes, fui el hombre en el que tu padre depositó toda su confianza —comenzó a hablar con tono solemne— a tal punto en que aún después de muerto me asignó una última tarea… Veras, luego de que conoció a la “encantadora rubia” que le presentaste —dijo haciendo un ademán con sus dedos, insinuando el sarcasmo— quedó muy preocupado. Él estaba convencido de que aún no estabas listo para ir por la vida solo y es aquí donde entra mi labor —se detuvo y me observó, como intentando comprobar de que aún seguía atento a sus palabras— se me encargó ocuparme de tu matrimonio y déjame decirte que conseguí un estupendo trato, así que nos entregarán a la princesa del reino vecino acompañada con una cuantiosa dote… no te imaginas todos los beneficios que esto nos traerá…

—¿Y de verdad creíste que iba a bajar la cabeza y acatar obedientemente cada estupidez que saliera de tu repugnante boca? —repliqué desafiante, olvidándome de las formalidades puesto que ahora que había mostrado sus verdaderas intenciones no tenía sentido seguir con esto.

—Por supuesto que no, es por eso he decido tomar algunas medidas drásticas —afirmó con tono sombrío.

—¿Entonces piensas asesinarme? ¿Qué harás luego? ¿Usurparás el trono? —lo reté con la mirada.

—Pero que cosas dices Allen… ¡Desde luego que no! A excepción tuya nadie más es digno de llevar la corona sobre su cabeza; sin embargo soy consciente de que no vas ceder de buena gana y por ello es que he tomado a Emile y a los mellizos.

—¿Emile? Pero… ¿cómo? —interpelé incapaz de ocultar la sorpresa al enterarme de que este hombre conocía la verdad sobre el rubio, olvidándome por un momento que acababa de confesar que él se lo había llevado.

—Es una larga historia… pero quisiera aclarar que si deseas verlos de nuevo con vida más vale que cumplas con cada una de mis exigencias.

—Tienes que estar bromeando… ¡te mataré y luego me ocuparé de encontrarlos! —dije a la par en que desenvainaba la espada, apuntándola contra el conde que ni aún así se inmuto.

—Adelante, mátame… si no vuelvo a casa antes de media noche mis hombres tienen órdenes de asesinar primero a Emile —mi respiración se detuvo por un momento al contemplar la idea—. ¿No crees que sería como si hubieras sentenciado a muerte a tu preciado rubio? —no tuve más opción que bajar la espada consternado y lleno de ira —Eso es, buen chico…

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté rendido al darme cuenta de que me encontraba a su merced.

—Simplemente lo mejor para este reino y por supuesto para usted —habló retomando esa estúpida formalidad—. Hoy será coronado rey y tal como se había planeado, se anunciará su compromiso con la princesa Isabella, más tarde ambos tendrán que encargarse de darle herederos a la corona y ocuparse de que el reino prospere como es debido.

—¿Qué demonios planeas hacer con Emile y los mellizos? —pregunté sintiendo como una sensación de terror me inundaba al darme cuenta de que ninguno de ellos figuraba en sus planes.

—Bueno, estoy seguro que podemos llegar a un acuerdo sobre ello… —llevó una mano hasta su mentón y mirando fijamente al techo se tomó un tiempo como si estuviera buscando mi respuesta—. Quizá puedo devolverlos sanos y salvos si cumples con todo lo que ya te he dicho… después del matrimonio con la princesa puedo entregarte al mellizo, tras el nacimiento del primer heredero podría entregarte a la chica.

—Creo que me equivoqué al pensar que podíamos negociar esto —respondí logrando que la fría mirada del conde se posara sobre mí.

—¿Y qué piensa hacer? ¿Cancelar el compromiso con la princesa? ¿No cree que podrían considerarlo una afrenta? ¿Sería capaz de desatar una guerra por un capricho juvenil? ¿Estaría dispuesto a derramar la sangre de su pueblo sólo para tener de regreso a un chico? Me temó que no está pensando de forma racional majestad.

—Bastardo… ¡cierra la boca de una buena vez! —sin pensarlo más terminé estrellando mi puño contra su rostro, haciéndolo caer estrepitosamente contra el piso—. ¡Te juro que encontraré la forma de recuperar a los tres y luego me ocuparé de matarte con mis propias manos!

Salí de la habitación, dando un fuerte portazo dejando atrás a aquel hombre que me resultaba por demás repugnante. Enseguida me percaté de que dos guardias esperaban por mí para “guiarme” hasta el lugar donde sería nombrado rey… todo estaba perfectamente planeado, ¿cómo es que no me había dado cuenta antes?

¿Qué iba a hacer para recuperar a Emile y a los mellizos?

Estaba completamente atado de manos, si terminaba con la miserable vida de Albert Midford existía la posibilidad de que alguien más pusiera fin a la vida de Emi. No me quedaba más que buscar a hombres de mi confianza para encargarles la búsqueda de los chicos, si acaso conseguía encontrarles entonces no habría nada que evitara el que me deshiciera del conde.

Sin embargo ahora el problema parecía ser más grave. No tenía ni idea de que se había concertado un matrimonio a mis espaldas… ¿Cómo me deshacía de la princesa sin ganarme a su reino como enemigo?

Ya no estaba seguro de nada.

Sólo tenía plena consciencia de que necesitaba a Emile, quería verlo, tocarlo, hacerlo mío una vez más… pero de nueva cuenta lo había perdido. Sentía un vacío en el estómago. Una extraña mezcla de emociones se apoderaba de mí… ansiedad, odio, tristeza, desesperación…

Me parecía que mi cuerpo iba a colapsar en cualquier momento y al final probablemente no sería tan malo. Tenía más que claro, que la posibilidad de volver a ver con vida a Emile era casi nula, me daba rabia sólo de pensar en todo lo que Midford haría con él antes de poner fin a su frágil existencia.

No conseguía entender por qué la vida era tan cruel con nosotros. ¿Qué era lo que habíamos hecho para ser acreedores a semejante desgracia? ¿Este era el precio que debía pagar por haberme enamorado de un hombre? ¿Por haber amado a aquel que sólo debía haber sido mi amigo?

En medio de mi caminata cerré los ojos por un instante, deseando con todas mis fuerzas desaparecer. Sin Emile a mi lado ya no tenía sentido seguir luchando, todo a mi alrededor parecía desconocido, ajeno a mí, como si de pronto mi realidad hubiera cambiado…

Y poco después ahí estaba yo, exhibiendo en mi cabeza una brillante corona, siendo aclamado por todo el pueblo. Intentando guardar la compostura en tanto el propio conde, adjudicándose más importancia de la que le correspondía, anunciaba a las multitudes el compromiso que pondría fin al sueño que con tanto esmero habíamos hilado Emi y yo.

Estaba destrozado por dentro, probablemente en otra situación inevitablemente habría derramado lágrimas por haber perdido al ser que más quería, pero sabía que no tenía ningún sentido hacerlo. Sentía ganas de acabar con mi propia vida, cruzó por mi mente que tal vez esa sería la única forma de escapar al dolor que inundaba cada recoveco de mi cuerpo.

Sin embargo, aún estando aturdido por mis propios sentimientos, seguía moviéndome. Cómo una marioneta que baila siguiendo la voluntad del hombre tras los hilos; porque aún cuando una parte de mí estaba dispuesta a morir con tal de no sufrir más, algo dentro me decía que aún había una esperanza de recuperar al rubio.

Y así, engañándome a mí mismo, me aferré con todas mis fuerzas a esa pequeña luz que palidecía en lo oscuro de la inmensidad a la que me asomaba.

*

Abrí los ojos y lo primero que noté fue que me encontraba completamente cubierto por una delgada manta, a través de la cual se alcanzaba a colar la luz. Me incorporé lentamente, cayendo en cuenta de que mi cabeza dolía tanto que parecía que iba a reventar de un momento a otro.

¿En dónde me encontraba?

Era una habitación completamente desconocida, casi tan lujosa como las del palacio pero muy distintas a su vez. Todo aquel lugar transmitía una sensación de soledad, vacío…

Pero quizá este sentimiento no era causado aquel lugar.

Era que yo estaba completamente solo. Por mi mente se repetían con insistencia lo último que podía recordar antes de haber despertado aquí, para cuando fui consciente de ello algunas lágrimas se me escapaban…

Porque otra vez estaba sólo… porque ahora sabía lo que era amar y ser amado. Pero ya todo daba igual puesto que se había perdido. Igual que la huella del fuego se extingue después de que el viento sopla y no queda más que una nota de humo que lentamente va desapareciendo.

De un momento a otro sentí que el miedo se apoderaba de mí y completamente desesperado me abalancé contra la puerta, en un intento por querer derribarla. Cuán grande fue mi sorpresa al descubrir que extrañamente ésta no estaba cerrada y que a causa de ello había seguido de largo hasta caer estrepitosamente en el piso.

¿Pero que era todo esto?

¿Acaso no era un prisionero aquí? Todo se tornaba extraño. No obstante, aún cuando mi mente daba vueltas al asunto tratando de comprender algo, mi cuerpo ya había emprendido la carrera en busca de una salida que me permitiera regresar a casa.

No tarde demasiado en dar con las escaleras, que bajé tan aprisa como aquel estúpido vestido me permitía. Llegué hasta el vestíbulo y me encontré con algunas personas que supuse serían parte de la servidumbre; me observaron extrañadas por mi comportamiento y poco después, como si tarde se hubieran percatado de mis obvias intenciones comenzaron a perseguirme.

Abrí la enorme puerta que se alzaba frente a mí y por fin vi el exterior que se expandía llamándome a la libertad. Titubeé por un momento, sin saber qué debía hacer. Luego corrí con todas mis fuerzas mirando de cuando en cuando, sólo para darme cuenta de que me estaban alcanzando; había conseguido salir de la que supuse sería propiedad del conde, pero ellos no parecían tener intenciones de dejarme ir tan fácilmente.

Delante de mí, aún a una considerable distancia pude observar como un carruaje se detenía y entonces vi que un hombre descendía… ¡era Albert!

Plantado delante de mí había logrando que detuviera mi alocada carrera, pero no estaba dispuesto a ser atrapado tan fácilmente, no iba a desistir si lo que quería era regresar con Allen. Desviándome del camino comencé a correr en otra dirección y finalmente vislumbre lo que parecía ser la solución a mis problemas. Un caballo que tranquilamente pastaba…

Sin dudarlo demasiado me acerqué a él y como pude me las arreglé para montarlo…

—¡Se va a escapar! —escuché que alguien gritaba tras de mí y por un momento creí que ellos definitivamente tenían razón. ¿Lo había logrado?

Intenté poner al enorme animal en marcha, sin embargo el caballo no parecía estar muy de acuerdo con mis planes de escape y molesto por el repentino asalto, comenzó a sacudirse con fuerza, mientras que yo hacía mi mejor esfuerzo por mantenerme arriba. Corría sin dirección, dando brincos de cuando en cuando y sin poder resistir más terminé volando por los aires…

**

La sensación de dolor que invadía todo mi cuerpo me hizo despertar.

Daba la impresión de que había sido golpeado por un montón de sujetos. Tardé algunos momentos en recordar que la causa del dolor era la caída del caballo…

Por segunda vez me incorporé y esta vez noté que el conde se encontraba sentado al lado de la cama en la que me encontraba.

—¿Te encuentras bien Emile? —preguntó amablemente sin desviar la vista de los papeles que sostenía entre manos.

—Mal… Maldito —murmuré en tanto intentaba incorporarme sobre la cama—. ¿Cómo te atreviste a… —no podía decirlo, ¿cómo te atreviste a separarme de Allen?, no deseaba causarle más problemas a mi amado pelirrojo.

—¡Oh vamos querido! Ya he tenido que escuchar los reproches de amante herido de Allen, no pretenderás que también te escuché a ti, ¿o sí?

—¿Qué? ¿Tú lo sabes? —pregunté asombrado.

—¿Qué eras amante de Allen? ¡Por supuesto! Admito que a pesar de que en un principio dudé de que fueras tú el que se escondía tras los pomposos vestidos, no tardé en confirmar lo que sospechaba.

—¿Cómo? —insistí lleno de incredulidad—. Carlota…

—Te equivocas, de hecho fui yo quien le contó a ella la verdad sobre ti, pero eso ya no importa… Fue gracias a Helena que lo descubrí  —¿ella me había traicionado? —¿Recuerdas aquella noche en que llegamos y se ofreció un baile en el palacio? Fue justo esa noche cuando Helena se encontró contigo nuevamente, es una chica perspicaz, pero demasiado transparente. Desde que te descubrió era obvio que algo le ocurría y no erré al seguirla de cerca… aquella noche oculto entre los árboles pude escuchar que hablabas con ella en el jardín —entonces, no sólo Allen nos había estado escuchando esa noche…—. Después de que dejaste la casa de los Lowell me decepcioné al pensar que te había perdido para siempre, pero creo que la vida desea que estemos juntos Emile —dijo mientras se acercaba acorralándome contra la cama.

¿Qué ocurría con todo esto? ¿Habíamos estado cuidándonos de Carlota, cuando aquel que nos estuvo acechando todo el tiempo había sido este sujeto?

—Déjame ir —pedí mientras me alejaba de el tanto como me era posible.

—¿Y para qué? ¿Planeas regresar al palacio? —Albert suspiró y puso cara de preocupación—. Creo que sólo porque en verdad te aprecio te diré esto, en ese lugar ya no eres bienvenido.

—¡No mientas!

—No estoy mintiendo Emile, ese chico sólo jugaba contigo. ¿Sabes que aún cuando has desaparecido de su lado él siguió adelante con la coronación? Además anunció su matrimonio con la ilustre princesa de un gran reino.

—¡Ya basta! —grité empujándolo lejos—. Estas perdiendo tu tiempo si crees que voy a escuchar algo de lo que digas, sé que Allen jamás haría algo como eso.

—¡Pero que ingenuo eres! Casi siento lástima por ti, ¿no ves que te han utilizado? Allen seguramente pasó un buen rato contigo, pero ahora es momento de que tome el lugar que le corresponde y no ha dudado en lo más mínimo. Sin embargo no hace falta que te pongas triste porque yo cuidaré bien de ti —afirmó con gesto amable y voz suave, deslizando su mano sobre mi mejilla y ganando un leve golpe por mi parte que hizo que se retirara.

—Preferiría morir antes de que algo así ocurriera, ¿acaso no entiendes que siento nauseas sólo por tenerte cerca? —y sin poder detenerme una sarta de disparates salió de mi boca, en un intento por liberar toda la rabia que me causaba escuchar sus venenosas palabras.

—Ya veo, creo que las cosas serán un poco más complicadas de lo que esperaba, tendré que enseñarte algo de modales querido Emile —su fría mirada me confirmaba la amenaza y esa dulzura que hacía unos momentos había mostrado desaparecía con la velocidad de un pestañeo. Un momento después por la puerta entraban dos enormes sujetos, que tras el llamado del conde habían puesto su atención sobre mí—. Enciérrenlo —la orden fue pronunciada y con ello me veía en un nuevo aprieto. Ahora no podía más que preguntarme si iba a ser capaz de volver a ver a mi dulce pelirrojo.

Allen... ¿Puedo consolarme pensando que también estás buscando la manera de encontrarme?

Notas finales:

Bueno, esta vez espero no pase tanto tiempo para subir el próximo capítulo. Máximo espero tomar dos semanas n_n

¿Les gusto? Espero que si

Y bueno muchas gracias a los que sigan el fic, a los que me dan animo con sus reviews y a los que todavía no se animan a comentar XD

Nos leemos luego!!

 


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