Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El amor nace del recuerdo por Nami Takashima

[Reviews - 53]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Bien, aquí el nuevo capítulo n_n

No estaba en mis planes regresarme dentro de los sucesos de la historia, pero decidí hacerlo para que no se perdiera la perspectiva de Allen.


Pff... me parece que esto comienza a tomar rumbo de nuevo y que los cabos sueltos son cada vez menos.

Aun adormilado pude percibir las gotas de agua que completamente heladas resbalaban sobre mi rostro. El álgido viento soplaba agresivamente y sumido en aquel extraño sopor sólo pude aferrarme al agradable calor que emanaba bajo mi pecho desde alguna fuente desconocida.

 

¿Qué era lo que estaba ocurriendo?

 

El peso de mis brazos que colgaban sin ningún cuidado estaba empezando a molestarme cuando de pronto mi espalda se encontró reposando sobre algo suave. Finalmente conseguí abrir los ojos descubriendo al instante que me encontraba en la penumbra y alguien ya se ocupaba de cubrirme con una manta.

 

Todavía confundido me incorporé de golpe, sintiendo un extraño mareo que me obligó a detener mi precipitado actuar.

—Por fin despiertas, estaba empezando a preocuparme —mis ojos comenzaban a acostumbrarse a la escases de luz cuando fui capaz de distinguir algunos de los rasgos del hombre delante de mí.

 

Aturdido parpadeé un par de veces convencido de que mis sentidos me engañaban, mis ojos veían a un desaliñado pelirrojo y mis oídos escuchaban una profunda voz que aún al paso de los años podía lograr que mi cuerpo se estremeciera.

 

Allen se encontraba delante de mí…

 

El pelirrojo acortó rápidamente la distancia entre nosotros y no dudó al llevar su mano hasta mi mejilla en una suave caricia que me hizo recordar tiempos pasados en los que su ternura, amabilidad y amor eran sólo para mí… El dulce momento duró menos de lo que me hubiera gustado, pues de pronto sentí que mi estómago se encogía y que la sangre se me iba de golpe a la cabeza.


—¡No me toques! —grité exaltado alejándolo bruscamente y el rostro de Allen no fue capaz de ocultar el desconcierto—. Tú… ¿no podías simplemente dejar las cosas como estaban?

—Pero Emi...

—¡Deja de llamarme así! No va a funcionar esta vez, ¡¿crees que soy estúpido?! ¡¿Qué no sé que tienes una esposa e hijos?! ¿O quizá ya te cansaste de ellos y es por eso que decidiste volver? —un nudo se formó en mi garganta al escucharme haciendo semejante reproche. Probablemente en cinco años me había olvidado de lo que era la vergüenza, ¿sino de dónde había tomado el coraje para reprochar algo que ya no me correspondía?

—No tienes una idea de lo que estás diciendo —replicó por lo bajo—. Midford no escatimó al llenarte la cabeza de estupideces ¿eh? —y por primera vez, gracias al leve destello de la luna pude percatarme de que la aparente indiferencia de su voz sólo era una mala actuación para disimular el dolor que asomaba a su rostro.

           

Mi boca se abrió en un intento por negarlo todo, pero no fui capaz de decir algo en mi defensa porque ver al pelirrojo de aquella manera me hacía sentir tremendamente desdichado.

 

—Sabes… cada día no hice más que añorar tu presencia, seguí buscándote en contra de los deseos de aquellos que me rodeaban y ahora no puedo más que sentirme como un imbécil, porque viniendo a recuperar al amor de mi vida resulta que sólo encontré al amante de otro hombre —la voz de Allen parecía ir apagándose y no pude más que agachar la cabeza incapaz de soportar la intensidad de su mirada que de pronto parecía capaz de ver a través de mí…—. ¿Por qué no me miras Emile? ¿Ni siquiera tienes el valor para sostener tus palabras?

 

Allen había terminado y ante mi nula respuesta aquella diminuta habitación se tornó en algo insoportable. El pelirrojo se alejó de mí y  en gesto de derrota, se dejó caer sobre una silla cerca de la ventana,  desapareciendo prácticamente tras el haz luz que se colaba.

 

No tuve el valor para volver a levantar la vista, así que simplemente me recosté mirando al lado contrario y deseando ser capaz de desaparecer.

 

Esto no era lo que yo quería. Había deseado durante tanto tiempo ver al pelirrojo aunque fuera sólo por un instante y ahora que él estaba aquí ni siquiera me atrevía a decir una palabra; porque sabía que si abría mi boca de nuevo lo único que saldría sería otro reproché que no haría más que aumentar la brecha que existía entre nosotros.

 

No podía sacarme de la cabeza que nuestra relación ya no era más lo que antaño y aún a sabiendas de que yo había aceptado de buena gana ser el amante de Midford, no podía perdonar que Allen hubiera hecho su vida sin mí.

 

¿Qué era este sentimiento que me atormentaba? ¿Por qué aún cuando ansiaba volver a su lado, sentía unas incontrolables ganas por hacerle daño? Debía reconocer que muy en el fondo deseaba ver al gran rey destrozado a mis pies.

 

Estaba siendo egoísta, obstinado y tonto; ¿pero cómo hacía para evitar que el rencor hablara por mí? ¿Cómo recuperar la confianza que se había perdido?

 

No obstante el sólo hecho de saber que ahora el pelirrojo estaba tan cerca de mí, era suficiente para hacerme volver a sentir lleno de miedos e inseguridades, ¿no era que con mi forma de actuar terminaría alejando a Allen?

 

Y en conocimiento de ello no sabía cómo ignorar a mi dolido corazón.

 

¿Qué debía hacer ahora que él estaba de vuelta?

¿No había dicho que me había buscado durante años? ¿Que todavía me quería a su lado?

 

Con la mente saturada de preguntas sin aparente respuesta terminé sumido en un liviano sueño que al menos de momento había sido el escape a tan incómoda situación. Sólo un par de horas después mis ojos se abrían nuevamente en la negrura de la noche y recordando enseguida en donde me encontraba, me giré lentamente buscando al pelirrojo.

 

La luz de la luna se había retirado y no tardé en notar que seguía exactamente en el mismo lugar completamente dormido. Su cabeza reposaba sobre el marco de la ventana y no pude más que sentirme mal por haberle arrebatado lo que seguramente sería una buena noche de descanso.

 

Me levanté muy despacio, cuidando de no perturbar el sueño del pelirrojo y caminé centrando toda mi atención en no tropezar con algo por el camino. Me acerqué hasta la puerta y giré el viejo pomo de metal tomando mi tiempo antes de tirar para salir; todo iba a la perfección hasta que se dejó escuchar el sonoro chirrido de la puerta haciéndome contener la respiración al tiempo en que me volvía en dirección a Allen sólo para comprobar que seguía dormido.

 

Una vez fuera de la habitación pude dejar salir todo el aire que guardaba sintiéndome aliviado y localizando con la vista las escaleras de aquel solitario lugar, comencé a andar pretendiendo despejar mi mente.

 

Abajo la pequeña estancia giraba en torno a la chimenea en la cual el fuego ardía vivaz, consiguiendo atrapar mi mirada y mis pensamientos, pues ciertamente a pesar de ser un sitio viejo y humilde resultaba bastante hogareño… era una visión cargada de melancolía.

 

Casi parecía que en cualquier momento mis padres aparecerían en el umbral de la puerta, luciendo agotados y sucios, pero dispuestos a regalarme su mejor sonrisa y a hacerme olvidar cualquier cosa desagradable en la seguridad de un fuerte abrazo…

—Disculpe, ¿ya se encuentra mejor? —aquella pregunta me tomó por sorpresa, especialmente porque no me había percatado de que no estaba solo. Intenté localizar al dueño de aquella voz, fallando en el intento al ver mi visión afectada por el intenso brillo de la chimenea.

—¿Quién?

—A su derecha, venga a tomar asiento —insistió aquella voz con tono amable. Tras dar unos cuantos pasos visualicé a un hombre regordete de aspecto bonachón—. Vamos, con confianza que soy el dueño de la posada —insistió con una enorme sonrisa.

—Gracias —murmuré sin estar muy seguro de cómo debía manejar aquella situación. Lo último de lo que tenía ganas era de fingirme amable mientras me esforzaba por sostener una conversación con un completo desconocido.

—Dígame, ¿ya se encuentra mejor?

—¿De qué habla? —cuestioné enarcando una ceja, sin comprender a qué se estaba refiriendo.

—¿No es usted el hombre al que traían a cuestas? —insistió lleno de curiosidad.

—Estoy mejor—respondí desviando la mirada—. No ha sido nada—mentí, pues no tenía ni la menor idea de los detalles sobre cómo había llegado hasta el lugar, ¿había mencionado que me llevaban a cuestas?

 

De pronto me cruzó por la mente la posibilidad de interrogar al hombre para que me contara todo lo que sabía de mi llegada, pero antes de que pudiera seguir mi estómago me había traicionado delatando el hambre que tenía, ¿hacía cuántas horas que no probaba bocado? El hombre delante de mí sonrió nuevamente divertido.

—Parece que su estómago es realmente sincero —comentó entre risas—. Todavía tenemos un poco de la comida que se sirvió por la tarde, espero no le importe.

 

Y así, terminé tomando una agradable cena en tanto aquel hombre me hacía compañía, dispuesto a contarme cada detalle de lo que parecía una vida realmente pacífica… casi sentí envidia de que algunos pudieran llegar a ser felices aún si sus vidas eran tan simples que casi rayaban en lo aburrido.

                                                     

—Bien, creo que es hora de ir a dormir, mi esposa y mis hijos se han adelantado hace un rato así que más vale que los alcancé ahora —anunció tan pronto terminé mi plato—. Será mejor que vuelva a su habitación.

—¿Hay algún problema si me quedo aquí? —una mirada extrañada me cuestionó en silencio—. El calor de la chimenea es realmente agradable —si claro, por qué iba a querer dormir en un sofá si arriba había una cama…

—De acuerdo —el hombre se agachó rebuscando en uno de los muebles y me ofreció una manta—. Descanse y nos vemos por la mañana.

 

Por fin, luego de una eternidad estaba solo y sin más que hacer me acurruqué contra el sofá más cercano a la chimenea, conciliando el sueño poco después. Fue un sueño liviano del que apenas y podría decir que había conseguido descanso, pero aún así en algún momento seguro me habían tomado con la guardia baja pues nada más abrir los ojos hallé al pelirrojo que ahora dormía apaciblemente en el sofá frente a mí.

 

En ese hombre todavía podía alcanzar a ver al niño que había conocido hacía tantos años, pero sus facciones parecían haberse endurecido un poco haciendo difícil ignorar el hecho de que el tiempo pasaba implacable para ambos.

 

Movido por aquellos impulsos a los que no podía engañar por más que lo intentara, me levanté y con un sigilo casi depredador me acerqué al durmiente pelirrojo, que sumido en el sueño se mantenía ajeno a la forma en que mis sentimientos hacían sucumbir a cualquier atisbo de razón que quedara en mí.

 

—¡DETENTE AHÍ! —cumpliendo con su cometido la potencia de aquel grito que resonó por toda la habitación  me hizo paralizarme justo en donde me encontraba. Allen prácticamente saltó de su lugar de reposo y antes de que lograra abrir la boca para decir nada, ya me encontraba en el piso tras la embestida de uno de los soldados que ahora me mantenía sometido bajo su peso.

 

—¡Pero qué demonios! —exclamó Allen mirando perplejo toda la escena.

—Creo… ¡creo que estaba intentando hacerle daño! —gritó el sujeto que me derribó. No pude más que propinarle un fuerte golpe y sacármelo de encima con una patada, aprovechando la oportunidad que tan bondadosamente me ofrecían.

—Imbécil… —murmuré, mirando con despreció al responsable de ponerle fin a mi apacible mañana.

 

Lamentablemente más tiempo me tomó ponerme en pie que volver al piso, esta vez sometido por tres más de los acompañantes de Allen.

 

—Majest… —el hombre carraspeó cortando de tajo la palabra—. ¿Qué debemos hacer con él? —el pelirrojo tardó en reaccionar pues tal parecía que tan ruidoso despertar todavía lo tenía confundido.

—Explícate Emile —y esta vez fui yo quien enmudeció por la sorpresa. Estaba seguro de que él pediría en cualquier instante que me liberaran, pero contrario a ello de pronto me encontraba enfrentado a esto—. ¡Ahora! —bramó furioso por mi imperturbable mutismo—. ¡Emile! —gritó esta vez arrodillándose a mi altura y sosteniéndome por el mentón para obligarme a mirarlo.

 

Clavé la mirada en aquellos ojos esmeralda que me contemplaban de forma lastimera y tuve que preguntarme nuevamente si lo nuestro aún tenía oportunidad. ¿Allen realmente me creía capaz de terminar con su vida?

 

—Se acabó… —sentenció soltándome con desdén—. ¡Escuchen todos, desde ahora este hombre es nuestro prisionero, atenlo y llévenselo fuera de mi vista! —ordenó irguiéndose frente a mí con mirada severa.

—¡¿Qué?! ¿Qué creen que están haciendo? —cuestioné entre forcejeos.

—Pero que sorpresa, ¿has recuperado el habla? —intervino el pelirrojo sin ocultar la mofa.

—¿A dónde me llevan?

—Eso no importa y te sugiero que quites esa repugnante cara de angustia, después de todo a donde sea que decida llevarte puedo jurar que no volverás a ver a tu problemático amante —el comentario realmente me había descolocado, pues no esperaba la alusión al conde.

—¿Y qué te hace pensar que no vendrá a buscarme? —insistí sabiendo que aquello provocaría la ira del pelirrojo y por un momento casi disfruté del resultado, pero de alguna forma Allen se las había arreglado para recuperar la compostura y valiéndose de su elegante y grácil andar se acercó nuevamente, susurrando en mi oído lo último que hubiera esperado escuchar.

 

“Es simple… Los muertos no caminan”

 

*

 

Las palabras que durante tanto tiempo había ansiado escuchar por fin me habían complacido dejando escuchar la armoniosa cadencia de su pronunciar.

 
"Los encontramos" y esa simple frase fue suficiente para rehacer los planes de aquella noche.

 
Ni siquiera me moleste en disimular lo alterado que me tenía aquella noticia y la discreción de la salida se fue por la borda cuando a base de gritos dispuse todo lo que mi pequeña tropa debía revisar antes de la partida.

 
Horas más tarde, el hombre que me había dado tan grato aviso, nos guiaba sin demora y sólo en la apacible compañía de la luna fui capaz de encontrar calma.
Para entonces descubrí que en la premura de todo aquello no me había despedido ni de los mellizos, ni de mis pequeños hijos...

 

De alguna forma este asunto seguía haciendo que perdiera la cabeza.

Cuatro semanas habían pasado desde la noche en que abandoné el palacio en compañía de mis siete mejores guerreros y el camino por delante aun me resultaba incierto, pues aunque nuestro guía no dejaba de repetir que "llegaríamos dentro de muy poco" lo cierto es que ahora más que nunca la espera se sentía casi como una eternidad.


No dejaba de repetirme que el infeliz de Midford había hecho cada una de sus jugadas con admirable astucia pues no sólo se había llevado a Emile bajo mis narices, sino que me había burlado al punto de alejarlo en un viaje de semanas. Ahora comprendía porque mis esfuerzos por encontrarlos habían sido inútiles y probablemente sin la ayuda de alguien dispuesto a vender su "amistad" con Midford a cambio de una generosa recompensa, jamás habríamos vuelto a saber de ellos.

 
Dos semanas más tarde finalmente conseguimos llegar, dando con una casa bastante modesta considerando quién era el dueño y que de forma muy conveniente se hallaba internada en el bosque; lejos de todo el barullo que se observaba en el centro del pequeño pueblo.

 
Un discreto recorrido a los alrededores precedió al ataque, que muy a mi pesar se pospuso hasta el anochecer, esperando contar con la oscuridad como una ventaja.
—¿Estás seguro de que no hay guardias ahí dentro? —cuestionó una vocecilla tras de mí.
—Seguro, los he observado durante una semana completa y sé que durante el día una familia campesina les ayuda con las tareas domésticas, pero luego de servir la cena ellos se retiran, dejando únicamente al conde, al joven rubio a quien buscamos y a un niño —afirmó nuestro guía.

—Bien, de todas formas tenemos que ser rápidos y movernos de forma precisa o podrían escapar —un movimiento de cabeza colectivo asintió a mi intervención—. Nos dividiremos en dos, la mitad entrará por el frente de la casa, la otra mitad vendrá conmigo a la parte trasera y vigilará la parte en tanto que yo entro... Recuerden no lastimar a Emile —tragué saliva sin sentirme preparado para lo que pudiera ocurrir, si acaso él resultaba lastimado...

—¿Se refiere al hombre rubio? —preguntaron interrumpiendo mi pensamiento.
—Desde luego. 

 
Y sin más que decir nos pusimos en marcha, siguiendo el improvisado plan que había construido en cuestión de un momento. Nos separamos y con tres hombres siguiendo mis pasos conseguí localizar una puerta trasera que cedió sin oponer gran resistencia.
—Quédense aquí y no dejen que escape nadie —los hombres se miraron entre sí dubitativos y sin saber cómo decir algo que capté enseguida—. Estaré bien, no es necesario que se preocupen por mí.

 
Entré con gran sigilo y me disponía a revisar el lugar cuando escuché que una puerta se cerraba con singular cuidado, como si no quisieran que emitiese ruido alguno... No podían ser mis hombres.


Dispuesto a descubrirlo avancé, encontrando que mi tropa también se había percatado de ello y ahora intentaban forzar una puerta cercana al vestíbulo. Sabiendo que aquel asunto estaba cubierto volví a la parte trasera de la casa esta vez encontrándome de frente con Midford, cuya mirada reflejaba una mezcla de ira e incredulidad.

 
—No sabes cuándo rendirte, ¿cierto? —y sin darme tiempo a mediar palabra desenvainó la espada lanzándose en un improvisado e inútil ataque.

—¿Qué es esto? —reí ante la facilidad con que estaba esquivando los frenéticos movimientos—. ¿El estilo de vida hogareño te ha entorpecido o es sólo que estás envejeciendo?

El ataque cesó y el agitado conde parecía estar sopesando su siguiente movimiento.
—Un par de años más no suponen una desventaja cuando te enfrentas a un mocoso que no tiene noción de la vida —acusó en medio de una sonrisa burlona—. El pequeño príncipe que vivió escudándose tras una fantasía amorosa... el rey que pretende ser un hombre ejemplar y que sigue aferrado a su melancólico pasado, ¿a qué se supone que debo temerle? Eres el único que se quedó en el pasado... Incluso Emile pudo seguir sin ti.
—¡Basta! —bramé sintiéndome incapaz de seguir escuchándolo y llevado por la ira guíe los movimientos de mi espada, acorralando al soberbio conde y consiguiendo arrebatarle la espada en un mandoble.

 
Él estaba indefenso y apenas fui consciente del momento en que la hoja de mi espada se hundió en su hombro con agónica lentitud. De un modo a otro su peso se apoyaba sobre mí, como siguiendo la trayectoria que mi brazo marcaba al arma alojada en su cuerpo.


Empuje su cuerpo y sin miramientos tiré de la empuñadura consiguiendo recuperar el arma que tintada en carmín goteaba la tibia y repugnante sangre de aquel bastardo.
—Estás acabado —pronuncié antes de sentir un peso extra sobre la espada. Midford sostenía la hoja y aún cuando su mano estaba resultando lastimada de negaba a permitirme dar el golpe final.

—To… davía... no —murmuró pareciendo apenas capaz de soportar el dolor.

 

Y de pronto en medio de un movimiento que me pareció demasiado fluido para alguien herido, se deslizó a través de la puerta semiabierta que había tras de él. La gruesa hoja de madera se cerró prácticamente en mi cara y presa de la frustración comencé a golpear la puerta y a gritar cuanto se me venía a la mente en un vago intento por desahogar la cólera que su reciente sabotaje había causado.

 

—¡No! ¡Maldito cobarde, sal y enfréntame! —

 

¿En qué momento había conseguido abrir la puerta?

 
Todo el barullo que estaba armando terminó por atraer a mis hombres y a base de embestidas casi habíamos conseguido tirar la puerta, no obstante nos estaba tomando demasiado tiempo y me preocupaba que aún herido Midford se las arreglara para escapar.


Agotado detuve los inútiles intentos y tome una gran bocanada de aire intentando tranquilizarme; queriendo convencerme de que teníamos la casa rodeada y él no tenía escape alguno.

 
—¡Majestad! Digo... Capitán —corrigió al momento, pues todos habían insistido en que ir gritando quien era yo traería problemas innecesarios—. Espere... Por favor, tenga un poco de paciencia, el vice capitán los tiene acorralados —comentó uno de mis soldados más jóvenes, que nada más llegar me vio dispuesto a derribar la puerta con hacha en mano.

—Idiota —reprochó otro soldado dando un golpe en la cabeza del menor.

—Silencio —pedí al percatarme de que tras las puertas había mucho movimiento.

 

Quizá Graham, mi vice capitán, realmente los había atrapado. Poco después la puerta se abrió dejándonos entrar y me encontré con que Emile yacía tendido en el piso medio inconsciente.

 
—Emi, ¿estás bien? —sin poder contenerme corrí a su lado y lo sostuve en brazos pero él simplemente cerró sus ojos—. No... Abre los ojos por favor —pedí estrechándolo todavía más.

—Él... estará bien —se atrevió a pronunciar Graham con voz apenas audible—. Sólo se ha desmayado a causa del golpe —comentó casi sin querer terminar la frase.

 
Graham parecía tener razón, después de todo el rubio seguía respirando. Asentí intentando recuperar la compostura y me volví dispuesto a terminar todo de una buena vez.

 
—Llévelo a un sitio seguro y quiero que dos de ustedes cuiden de él, los demás revisen la casa y alrededores, no dejaremos que el conde Midford escape.

 

Sin perder un momento más las ordenes fueron acatadas y quedé a solas en aquella habitación. Midford no podía estar muy lejos, ¿cierto? Estaba herido y si mis hombres habían llegado por detrás entonces, ¡¿dónde demonios se encontraba?!

¿Por qué sólo habíamos hallado a Emile?

 
Titubeé sin estar seguro de qué hacer y cómo si de pronto la fortuna se pusiera de mi lado, al bajar la vista encontré algunas gotas de sangre dispersas que sugerían que se había estado moviendo.

 
Quizá Emile lo había estado ayudando... Pero el rastro desaparecía justo bajo un enorme librero. Con renovada motivación comencé a tantear en las cercanías encontrando una puerta diminuta y tras de ella un túnel.


—¡Maldición! —bufé al darme cuenta de todo el tiempo que había perdido, sin pensarlo más me metí al túnel y anduve tras la sangre que marcaba claramente el camino a seguir—. Está herido, esta vez no tiene oportunidad —repetí buscando aliento en aquellas palabras.

 
Si el muy infeliz llegaba a escapar, aún llevándome al rubio, era seguro que no tendría un solo día de paz por tener que prever algún ataque suyo.
Cuando por fin llegué a la supuesta salida hallé un par de puertas que parecían bien cerradas...


"Sigue siendo un viejo astuto" pensé, en tanto que empujaba con todas mis fuerzas. El ruido de algo quebrándose precedió a mi pequeño éxito, cayendo en cuenta de que una frágil rama era lo que había pretendido frenar mi paso.

 

 "O quizá no tanto" reí ante el vano esfuerzo por detenerme.
Una vez fuera la tarea se facilitó hasta el punto de lo ridículo, Midford se estaba desangrando y sólo un ciego no se habría dado cuenta de ello.

 
—Este patético juego se terminó Midford —vociferé con arrogancia al verlo apoyado contra un árbol, sosteniendo a duras penas a un niño. Ese pequeño al que insistían en incluir en mis planes sólo por ser hijo de mi padre...

 
—Vete de aquí —pidió con gran esfuerzo y bajo al menor sin prestarme atención.

—¡No papi! —y el niño se aferraba a él en medio de un desconsolado llanto.
—¿Es en serio? Creo que esto es muy bajo incluso para ti —insistí, aún así estaba sorprendido por el cariño que ese niño le mostraba, ¿cómo había ocurrido algo así?
—No viniste hasta aquí sólo para decirme eso, ¿o sí?

 —Claro que no —repuse desenvainando la espada.

 —¿Y piensas enfrentarte a un hombre herido y desarmado? En dónde ha quedado tu honor... 


Era evidente que quería ganar tiempo, cosa que no iba a permitir, así que le arroje mi espada y llevado una daga en mano reanude el ataque.

 

Valiéndose de su mano izquierda comenzó a esgrimir la espada, en lo que aparentaba ser un gran esfuerzo por seguirme el ritmo. Midford estaba acabado y él lo sabía pues su expresión severa y preocupada hablaba por él.

 

Jamás en tantos años de conocerlo había visto algo igual.

Y los siguientes movimientos dictaron el resultado del encuentro...
Midford consiguió arrebatarme la daga con un giro de la espada, pero su falta de habilidad para maniobrar con la izquierda terminó por regresarme el control de aquella afilada hoja y atrapándolo justo en el instante en que bajaba la guardia, con una certera estocada conseguí atravesar su corazón.


La espada se hundió por completo en su pecho, mientras que él se aferraba a mis brazos en un intento por mantenerse en pie. Su agarre se hacía más suave y para cuando retiré la espada el conde estaba muerto.


Luego de que éste se desplomara, volví a ser consciente de que nunca habíamos estado solos y ahora únicamente quedaba un tembloroso niño, que desde el suelo me miraba con horror.

 
Cinco años habían pasado y probablemente aún sin haber tenido idea de quién era él, su parecido con mi padre era innegable, más aquello no sería suficiente para hacerme olvidar que su madre era Carlota.

 

—¡Andy! ¡Por todos cielos! —una mujer de mediana edad llegó corriendo y levantó en brazos al niño, sin dejar de actuar con gran cautela. Su mirada se posó sobre el cuerpo a mis pies y luego sobre mis ojos, dedicándome su desprecio… mirándome como si fuera un monstruo… y luego como si hubiera comprendido que la situación estaba perdida se dio la vuelta y comenzó a correr sin volver la vista atrás ni una sola vez.  

 

¿Qué era todo esto?

 

Midford había sido la causa del asesinato de miles, me había arrebatado a mi amante, había sido arrogante y embustero, capaz de usar y desechar a todos a su alrededor según su conveniencia; pero de pronto decidía cuidar de un niño, ¿y todos sus pecados quedaban redimidos?

 

¿Un solo acto compensaba una vida completa de actos viles?

 

A mi parecer la respuesta era no… y para desgracia de Midford había tenido el placer de ser su juez y verdugo.

Notas finales:

Ok, espero les guste, si fue así no duden en dejar review.

Hasta la próxima!!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).