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El amor nace del recuerdo por Nami Takashima

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Notas del capitulo:

Hola a todos!!! Aquí traigo mi primera actualización del año!! ^w^

Es el capítulo que debí haber subido el domingo -.-''

Les comento que uno de mis propósitos para este año es cumplir con las actualizaciones que prometa XD así que para ya no quedarles más dejaré de estar de habladora y me dedicaré a escribir jaja

No pude tener listo este cap. antes y a pesar de ello es considerablemente más corto que los anteriores... igual espero que les guste XD

 

Dentro yacía un precioso saco rojo, con bordes y hombreras doradas, así como brillantes botones en el mismo color y ya me parecía un buen detalle por su parte cuando noté que dentro del saco se hallaba un chaleco negro combinado también con el dorado del bordado en el que se exhibían algunas rosas.

Sin demora corrí a tomar un baño y después comencé a vestirme, optando por usar una camisa negra, así como botas y pantalón del mismo color; me miré al espejo y noté que algo faltaba, la camisa ligeramente abierta dejaba ver mi pecho que lucía bastante vacío, así a pesar de que no era muy afecto a la joyería esta ocasión tuve que reconocer que sí que hacía falta.

Recordé entonces que tenía una cadena de oro de la cual pendía un llamativo rubí y que me habían regalado Brandon y Helena en uno de mis cumpleaños varios años atrás; me lo probé y  hacía juego perfectamente con el conjunto. Volví a mirarme y esta vez quedé satisfecho, el color rojo me sentaba muy bien y pasé varios minutos admirándome…

Era de esas pocas ocasiones en que realmente me gustaba lo que veía y no pude evitar preguntarme ¿qué hubiera dicho Al si en ese momento hubiera estado conmigo?

A través de los años aún mantenía mi rostro pálido y de apariencia delicada, además de mi largo cabello que siempre llevaba trenzado; sin embargo en cuanto a logros había conseguido formarme un buen carácter, era un tanto más seguro de mí mismo y había aprendido muchas otras cosas; ¿quizá Al estaría orgulloso de mí?

Llamaron a la puerta y tuve que despegar la mirada del espejo.

—Pase —dije regresando mi atención al espejo.

—¿Todo en orden? —preguntó  ese atento mayordomo al que tanto quería y que al parecer venía en condición de amigo.

—No tanto —respondí riendo mientras miraba todo el desorden que había dejado en la cama.

—No era esto a lo que me refería — él también rio y luego tomó algunas prendas para comenzar a doblar—. Por cierto, esa ropa te queda muy bien, seguro que las señoritas no podrán quitarte los ojos de encima.

—Pero que amable es usted —respondí siguiéndole el juego—. Pero supongo que no has venido aquí sólo para decirme eso, ¿o sí Isaac?

—Me tranquiliza ver que sigues siendo tan perspicaz como de costumbre, pero aun así no dejo de preguntarme… ¿Vas a estar bien? Después de todo es la primera vez que asistirás a un lugar así —concluyó mostrando un semblante más serio.

Me sentí feliz de saber que aquel hombre al que tanto apreciaba había dejado sus labores sólo para venir a hablar conmigo.

—¿Te preocupa que pueda arruinar la reputación de los Lowell? —pregunté sólo por molestar y de inmediato advertí el reproche en su mirada.

—Por supuesto que no, es sólo que esos bailes suelen estar llenos de gente frívola y me preocupa que puedan pervertir al único chico cuerdo que nos queda en esta casa; después de todo por más inteligente que puedas ser la falta de experiencia te hace bastante ingenuo —agregó con severidad en la mirada, por un momento me pareció que hablaba con mi padre…

—Lo sé —admití esbozando una de mis mejores sonrisas—. Y de verdad aprecio que te preocupes, pero te prometo que seré precavido.

—Bien, de la misma manera debes ser prudente con el trato que le des a la señorita Helena, aprovecha la oportunidad para limar asperezas —mmm… no era que no lo hubiera pensado pero era mucho más fácil decirlo que hacerlo.

—Tal vez sería más sencillo si fueras con nosotros —y si no llegaba a ser más sencillo al menos no tendría que lidiar a solas con los caprichos de Helena.

—Lamento decepcionarte, pero antes de venir aquí intenté convencerla y ha rechazado mi compañía; confío en que sabrás arreglártelas solo —asentí y con ello se dio por terminada la conversación.

Isaac me ayudo a cepillar mi cabello y a trenzarlo, luego de lo cual cada uno volvió a sus asuntos. Como era mi costumbre, terminé en la biblioteca con un libro al que fingía leer; fue imposible concentrarme. Debía admitir que aun cuando me había hecho el fuerte frente a Isaac, me inquietaba bastante la salida.

Resignado a que no podría leer nada, dejé el libro sobre mis piernas y me acomodé en la silla cerrando los ojos para descansar un momento. Me cuestionaba si debía regresar a mi habitación para dormir un poco, sin embargo antes de poder hacer nada ya me hallaba perdido entre sueños.

Y ahí estaba otra vez, Al se encontraba recostado a mi lado, pero cubierto por esa capa negra que solía usar apenas y podía apreciársele media cara. Él se giró y pude ver como la línea de sus labios dibujaba una dulce sonrisa como la que usaba para consolarme cuando me hallaba triste y para mí eso no era suficiente, quería ver sus ojos; que ellos me confirmaran que la sonrisa no era falsa.

Acerqué mi mano a su rostro, con intención de quitarle la capa que me impedía verlo; él articulaba algunas palabras y yo no lograba comprender que era lo que decía. Al se acercaba más a mí y podía sentir su cálido aliento contra mis mejillas…

Abrí los ojos y el rostro de Helena se encontraba a escasos centímetros del mío; vi como su rostro adquiría un vivo rubor carmesí.

—¿Qué estabas haciendo Helena? —tras formular la pregunta ella me miró disgustada.

—N-na… ¡Nada! —gritó entre enfadada y nerviosa—. Es… es sólo que… me pareció que no estabas respirando y quise comprobar que todo iba bien —¡La chica era sorprendente! ¡Había pasado de estar avergonzada al enojo y luego al nerviosismo. Ante semejante capacidad de cambio realmente no sabía si sentir admiración o miedo—. Ya es hora, así que desperézate y vámonos —dijo mientras ponía una distancia saludable entre ambos, dejándome apreciar el pomposo vestido rosa que portaba, perfectamente ceñido a su cuerpo; su cabello estaba recogido y sólo algunos rizos caían graciosamente al frente, enmarcando su rostro.

No era difícil ver por qué conquistaba a los chicos con tanta facilidad…

Corría a despedirme  de Isaac y de papá, el cual no se mostró en lo mínimo sorprendido, por lo que asumí que Helena había hablado con él antes que conmigo; después de ello iniciamos el viaje. Ambos nos sumergimos en la penumbra que reinaba dentro del carruaje, siendo la luz de la luna, la única que me permitió notar que Helena, sentada frente a mí, me estaba mirando atentamente; ella lucía… ¿triste?

No estaba seguro, pero prefería evitarme problemas y fijé la mirada en el camino, pronto me encontré recordando aquel viaje que había hecho diez años atrás, junto a papá en busca de una nueva vida; dejando atrás a una madre, a una “hermana” y a un amigo.

Después de un buen rato sometido a aquella incómoda situación, por fin llegamos a un casa tan elegante como la de Helena, pero varias veces más grande. Bajé primero y la ayudé a bajar, luego de tomarme por el brazo comenzamos a andar hacia la entrada; quedé impresionado por la cantidad de personas en aquel lugar.

Por todos lados se podía observar círculos de personas que conversaban alegremente, todos ricamente ataviados y con ese aire de superioridad que ya había supuesto que tendrían; en un extremo se ubicaban los músicos encargados de darle vida al evento y a las orillas se apreciaban algunas mesas, prácticamente vacías. Me sentí intimidado por aquella situación y me volví en busca de algo de apoyo moral por parte de Helena, pero lejos de eso, me di cuenta de que ella miraba inquieta de un lado a otro, ¿qué buscaba?

—Diviértete —dijo de pronto, soltándome y alejándose con paso apresurado.

La pregunta no era qué, sino a quién buscaba. Varios metros por delante un hombre la recibía besando su mano, haciendo uso de toda su galantería. Sentí que la sangre me hervía…

¡Esto era lo más grosero y humillante que me podía haber hecho! Algunas risas descaradas me indicaron que estaban al tanto de lo que me había hecho la chica Lowell.

Estuve a punto de salir y pedir que me llevaran de regreso a casa, pero además de que volver a casa solo sería un gran golpe para el caballero que pretendía ser, no podía darle a Helena la satisfacción de verme afectado por esto.

Entonces echando mano de todo el control que tenía, ignoré las risas y con la cabeza en alto me dirigí a una de las mesas. En donde no tardaron en atenderme y momentos más tarde m encontraba bebiendo vino y probando cuanto bocadillo me ofrecían; la música tranquila cambió y se dio inició al baile, de manera que mi único entretenimiento fue ver a las parejas ir de un lado a otro, entre ellas a Helena que se paseaba arrogantemente frente a mí, de la mano de su ahora acompañante. En verdad que no comprendía que ganaba ella con fastidiarme la noche.

Muerto de aburrimiento, me percaté de que un chico se acercaba, deteniéndose justo frente a mí.

—¿Puedo sentarme un momento? —preguntó a la vez que halaba la silla y se sentaba. Ante su actuar precipitado no me quedo más que omitir la respuesta—. ¿Está disfrutando de la velada?

—Tanto como es posible —respondí con sinceridad y olvidándome de la prudencia de mis comentarios para los desconocidos…

—Tal vez debería invitar a bailar a alguna señorita —comentó amablemente, mostrando un comportamiento absolutamente contrario a lo que yo había esperado de la gente aquí—. Después de todo no es muy correcto asistir a un baile y quedarse sentado.

—Supongo que tiene razón —dije mientras fingía reír ante el comentario—.Tal vez más tarde, ahora mejor dígame ¿hay algo en lo que lo pueda ayudar? —pregunté tajante y sin perder la tibia sonrisa, con intención de que captara la indirecta y se retirara.

—Bueno, sólo quisiera conversar un poco, al final igual que todos aquí siento curiosidad ante la caras nuevas —admitió en lo que me pareció un gesto demasiado sincero.

—Podemos conversar si así lo desea, pero no me apetece hablar sobre mí o sobre la señorita Lowell —me hubiera gustado ser más hostil pero tampoco quería rayar en lo vulgar, de cualquier manera si con esto no podía ahuyentarlo con nada lo haría.

—Comprendo y no hay ningún problema, estoy seguro de que podemos encontrar muchos otros temas —respondió con toda calma y sin dar señal de haber notado la hostilidad.

—¡Hey Jack! Te está buscando Al —dijo de pronto un chico que no tenía ni idea de donde había salido, pero tan pronto escuché ese nombre sentí como si mi corazón fuera estrujado.

—Ya veo, dile que iré enseguida —respondió logrando que el chico se retirara con cara de hastío al verse convertido en mensajero—. Si me disculpas iré a ver que necesitan, regreso en un momento —luego de eso se retiró dejándome al borde de un ataque de ansiedad.

Me sentía sofocado y decidí salir en busca de un poco de aire fresco; afuera la brisa era fresca y agradable, la música alegre era reemplazada por el canto de los grillos y se respiraba la tranquilidad por doquier.

Sin tanto ruido, no tuve más remedio que prestarle atención a mis pensamientos, en los cuales no rondaba otra cosa que no fuera el pelirrojo. Qué tontería alterarse por algo así, después de todo ¿cuál era la probabilidad de que ese Al del que hablaban y mi viejo amigo fueran el mismo?

Y aun cuando mi razonamiento era bastante lógico mis sentimientos se negaban a comprenderlo. Más allá del escepticismo con el que pretendía convencerme, en mi interior aún albergaba la esperanza de que el pelirrojo estuviera en este mismo lugar…

Caminando encontré una banca bajo el espeso follaje de un árbol y me pareció el primer lugar reconfortante que veía por aquí. Entonces me percaté de que el molesto chico de antes me había alcanzado y esta ocasión venía en compañía de otro hombre.

—¡Vaya por fin te encuentro! —intenté poner buena cara pero era difícil ocultar lo tedioso que me resultaba esto—. Me disculpo por la tardanza, ahora permíteme presentarte al conde y también poeta Albert Midford —dijo Jack entre risillas, que no parecían hacerle gracia en lo más mínimo a su amigo.

—Un placer conocerlo, mi nombre es Emile Fenette—dije levantándome con claras intenciones de retirarme.

—El placer es mío, pero por favor no se levante, aun quisiera que conversáramos un poco —se sentó en la banca y con una mirada “despidió” a su amigo.

—Bueno caballeros, me están esperando dentro, así que porque no se conocen mientras regreso —se excusó vagamente antes de salir casi corriendo. ¿Y ahora como me iba a librar de esto?

El tal Jack era una cosa, pero este tipo era algo completamente distinto, un hombre de apariencia madura, probablemente próximo a los 30. De cabello corto y oscuro, ojos cafés, tez blanca y cuerpo delgado; todo en él destilaba cierta sensualidad y eso me resultaba muy intimidante…

Tenía que encontrar una manera de zafarme de esta situación cuanto antes.

—¿En qué tanto piensas Emile? —cuestionó en un intento por atrapar mi atención que yacía dispersa.

—Realmente en nada —él me miraba fijamente y por su expresión adivine que no estaba satisfecho con la respuesta—. ¿Entonces escribe poesía? —pregunté en un intento desesperado por distraer la atención con un tema cualquiera.

—Sí, ¿te gusta la poesía? —preguntó con renovado interés.

—No precisamente, suele ser muy rebuscada para mi gusto, así que prefiero otro tipo de literatura —Albert levantó una ceja e hizo una mueca de decepción.

—La poesía es todo un arte, para apreciarla hace falta sentirla, tal vez comprendería de lo que hablo si te dedicara algunos versos —¡No! La conversación estaba perdiendo su rumbo…—. ¿Sabes?, me hubiera gustado presentarme personalmente, vi cuando llegabas junto con la señorita Lowell y he de admitir que llamaste mi atención en el primer instante —Bien… había llegado el momento de la retirada.

—Ya veo… sabe… creo que comienza a hacer frío, será mejor que regrese —dije mientras me levantaba, entonces mi intento de huida fue arruinado por Albert que me haló por el brazo y me hizo regresar a mi lugar de un sentón.

—¿Tienes frío Emile? Puedo ayudarte a resolverlo —En un solo movimiento le había puesto fin a la distancia entre nosotros y ahora su rostro se hallaba justo frente al mío.

—¿Qué es lo que pretende exactamente conde Midford? —pregunté haciéndome el tonto mientras intentaba retroceder.

—Llámame Albert, ¿y no es obvio lo que pretendo? —exclamó mientras colocaba una de sus manos sobre la mía.

—P-pero… ambos somos hombres —respondí tartamudeando al no ser capaz de controlarme, la situación se me escapaba de las manos…

—¿Y eso debería importar? Estás muy equivocado si piensas que eso es algún tipo de impedimento, te aseguro que te puedo dar más placer del que te provocara alguna mujer en toda tu vida —insistió con arrogancia encontrándose prácticamente sobre mí. Ya no podía más, a quien le importaban las apariencias, si era necesario correr, iba a hacerlo.

Y me disponía a empujarlo para ponerme en pie cuando una silueta que se acercaba a toda prisa llamó nuestra atención.

—¡Emile! —se escuchó el grito de una voz familiar, agucé la mirada y confirmé que era Helena, que como caída del cielo venía en el momento más oportuno. Albert se incorporó y de pronto pareció que aquí no ocurría nada.

—Buenas noches señorita Lowell —saludó Albert besando la mano de Helena con toda naturalidad.

—Buenas noches conde Midford —respondió mientras se volvía a mirarme frunciendo el ceño—. Emile es hora de volver a casa —anunció, dejándome escuchar por fin las primeras palabras agradables de toda la noche.

—¿Se van tan pronto? Pero si el joven Fenette y yo recién nos estábamos conociendo —comentó fingiéndose afligido por las palabras de Helena. ¡Pero qué hombre más descarado!—. Bueno Emile, estoy seguro de que ya encontraremos la ocasión de terminar nuestra conversación —una sonrisa “amable” se dibujó en sus labios y sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo.

—Seguro de que así será —respondí rogando a todos los dioses porque tal suceso jamás ocurriera.

Después de nuestro atropellado encuentro, el carruaje vino por nosotros y terminamos en una situación todavía más engorrosa  que la que habíamos pasado al venir aquí y como si compartir un espacio tan pequeño no fuera suficiente, esta vez Helena había insistido en viajar justo a mi lado; ciertamente eso me dejaba más campo visual disponible pero no por ello dejaba de ser tortuoso.

—¿Estás bien Emile? —preguntó de la nada; tuve que pensarlo un poco para atinar cuál de todos los sucesos de la noche la llevaban a hacer esa pregunta.

—Lo estoy —respondí a secas y sin hacer el mínimo esfuerzo por mirarla.

—¿Ese hombre no te hizo nada? —insistió dejando ver cuál era su preocupación con exactitud.

—No —¿Pero que esperaba? ¿Qué de pronto me echara a llorar a sus pies mientras le contaba sobre el extraño coqueteo de Albert?

—¡No me mientas Emile! ¿Es que no ves que me preocupo por ti? —chilló perdiendo ese brillante autocontrol que solía mostrarle al mundo.

—¡Entonces no lo hagas, ya ves que estoy bien! —respondí elevando también el tono de mi voz ante la irritación que me provocaba la actitud que ella estaba tomando. Con disgusto volví a fijar la mirada en el camino.

—¡No es que quiera hacerlo! Pero… simplemente no lo puedo evitar… ¡Maldición Emile! Estoy enamorada de ti como una tonta y ni siquiera te molestas en ponerme un poco de atención —dijo con la voz quebrada y amenazada por un inminente llanto. Mis ojos se abrieron más de la cuenta ante lo sorpresivo de la confesión—. Tal vez… Tal vez pienses que es otro de mis caprichos, pero llevo 5 años soportando estos sentimientos cuya intensidad no disminuye y peor aún… ¡Llevo 5 años soportando tu indiferencia! Te amo y ya no sé qué hacer —en medio de la penumbra advertí una súplica en su mirada, luego de lo cual se llevó las manos al rostro y rompió en llanto.

Mientras tanto yo me encontraba inmóvil a su lado; sospechaba lo del enamoramiento desde mucho tiempo atrás, ¿pero que me amara? Eso era más de lo que podía esperar. No podía comprender con exactitud los sentimientos de la castaña.

Lentamente la obligué a bajar las manos, dejándome apenas apreciar sus ojos llorosos.

—Helena… Perdóname, yo no he sido más que un estúpido y no merezco tus lágrimas —a pesar de mis palabras ella seguía sollozando sin detenerse, así que me acerqué un poco más y la abracé, igual que había abrazado a un triste pelirrojo varios años atrás; pronto sus brazos pasaron por detrás de mi espalda y se estrechó contra mi pecho.

Me preocupaba que no encontrara un latir agitado después de semejante momento; me sentía mal al verla así, pero no había nada más…

Y tal vez no había sido lo más adecuado considerando que yo no la amaba y no estaba enamorado, pero no soportaba la idea de ser tan cruel con ella; que más daba si se había mostrado tan descortés al botarme durante el baile o si había tenido que aguantar sus insultos de niña consentida después de peleas todavía más infantiles.

Éste, bien podría haber sido el momento para desquitarme; al confesarme su amor, ella se estaba mostrando absolutamente vulnerable frente a mí, ¿pero cobrarme por todo lo que había hecho me iba a hacer más feliz?

Por supuesto que no y en todo caso yo le debía a ella y a su familia más de lo que podría pagarles en toda una vida. Mimé a Helena hasta que se hubo tranquilizado y al final mi actuar me valió el recuperar nuestra vieja “amistad”.

En la casa otra vez se respiraba la paz y tanto mi padre como Isaac no tardaron en hacerme saber lo felices que se sentían de ver que nos estábamos llevando tan bien.

Después de aquella noche, la castaña dejó de asistir a los bailes y en lugar de ello nuevamente buscó pasar cada segundo del día conmigo; al principio me resultó extraño y hasta fastidioso, sencillamente no estaba acostumbrado a tener tanta compañía.

Pero fue cuestión de esforzarme un poco para integrarla a mis actividades diarias. Las prácticas de esgrima, los paseos en el jardín, las cabalgatas por el pueblo e incluso mis ratos en la biblioteca, en donde ella solía pedirme que le leyera novelas románticas.

—Emile —llamó logrando que detuviera la lectura—. Me siento realmente feliz, ¿tú no? —preguntó con es coquetería que había adoptado desde su confesión de amor.

—También estoy feliz —respondí sonriéndole amablemente.

—¿Y no te gustaría que estuviéramos así para siempre? —¿Para siempre? Esas palabras parecían retumbar en mi cabeza. La última vez que le había dicho eso a alguien habíamos sido separados, ahora no estaba seguro de querer decirlo de nuevo—. Dime, no sería maravilloso si el resto de nuestros días pudieran ser así? —insistió provocando que mi mente comenzara a viajar en un intento por saber que sería de mí en un futuro como el que ella proponía…

No fui capaz de responderle a Helena, pero ella se mostraba paciente conmigo; hacía demasiado tiempo que las cosas no iban tan bien y a pesar de ello no conseguía la felicidad que buscaba.

¿Por qué?

Simple, yo no podía olvidarme por completo de Al; aún con Helena a mi lado no dejaba de preguntarme cómo hubieran sido las cosas si el pelirrojo estuviera aquí y no ella.

Pero a cada día que pasaba me hacía más consciente de que no podía vivir aferrado a un recuerdo; era la cosa más tonta que podía hacer… Ya ni siquiera podía recordar cómo lucía exactamente y de recordarlo tampoco hubiera sido muy útil ya que ese niño ahora era un hombre.

¿Qué clase de idiota se aferra a una “relación” así? Probablemente a estas alturas él no recordaba ni mi nombre…

Algo estaba mal conmigo… No, algo estaba muy muy mal conmigo.

No era posible que lo hubiera idealizado hasta el punto en que había terminado enamorándome de un recuerdo. Vivía constantemente en un dulce sueño de amor y lo único que me volvía a la realidad eran las atenciones de Helena, el sensato Isaac y mi padre que constantemente me recordaba que estaba envejeciendo y todavía esperaba mucho de mí.

En más de una ocasión me había echado en cara que a mis 21 ya no era precisamente un jovencito y que estaba esperando que por lo menos le diera un nieto antes de morir. Pero el asunto no era tan sencillo, los niños no crecían en los jardines…

Fastidiado de la situación tomé una decisión.

Logré que Isaac dejara sus deberes de mayordomo para acompañarme y terminamos en una renombrada joyería; mirando piedras preciosas. Estábamos rodeados por diamantes, rubíes, zafiros, esmeraldas y otras gemas que mantenían atrapada la mirada de más de uno.

Esta ocasión necesitaba del sabio consejo y refinado gusto de Isaac para hacer la elección correcta, ya que aun cuando las joyas no eran muy lo mío, estaba decidido a gastar aquí hasta mi última moneda…

¿Quién iba a decir que el fruto de las horas ayudando a papá con el trabajo en el viñedo se irían así?

Y ahí estábamos reunidos en la sala, reposando tras la comida. Mi padre y Brandon hablaban de las ganancias obtenidas recientemente; Helena sentada junto a ellos, me estudiaba con la mirada y yo fingía no darme por aludido.

Momentos después las puertas se abrían dejando entrar a Isaac que venía acompañado por un par de las chicas de la servidumbre, sólo para ofrecernos té; hasta ese punto todo iba como cualquier otra tarde, excepto porque en mi mente todavía se debatía sobre si era correcto lo que estaba a punto de hacer.

Isaac, en su papel de mayordomo me miraba a la distancia discretamente y estoy seguro de que ya había visto la duda asomar en mi semblante; puesto que me asintió como dándome ánimos; supongo que de no haber estado presente en aquel momento fácilmente habría optado por dejar las cosas para otro día.

Pero la decisión ya estaba tomada, así que pacientemente esperé a que la conversación de mi padre y Brandon terminara, tragué saliva por última vez y me levanté dejando la comodidad y seguridad que me brindaba el sofá, para solicitar la atención de todos los presentes.

Y tal como yo lo había pedido, esperaban atentos por mi siguiente acción; entonces recordé que ser el centro de atención nunca había sido mi fuerte, pero ahora ya había dado el primer paso y me dije a mi mismo que no había marcha atrás.

En ese momento demasiadas dudas me asediaron, estaba ridículamente nervioso y me di cuenta de que toda la literatura romántica que había leído no me había preparado para nada, no estaba seguro de las palabras que debía decir y las miradas que se posaban sobre mí no me estaban ayudando en nada.

Respiré profundo, me acerqué a Helena, me arrodillé frente a ella y sacando de mi bolsillo el anillo que Isaac me había ayudado a escoger, le pedí que fuera mi esposa…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Bueno siendo la 1:30 am espero no haber cometido ningun error fatal en cuanto a redacción u ortografía, pero si encuentran alguno sería bueno que me lo hicieran saber XD Lo mismo si les ha gustado o mejor me enfoco en escribir otro fic jaja

Espero poder hacer un poco más extenso el siguiente capítulo y como siempre les agradezco a todos los que leen y a los que dejan review n_n

En cuanto tenga listo el cap. 4 estaré de regreso.

Oh por cierto, si por aquí hay alguna de las personas a quienes prometí continuación de mis otros fics pues les ofrezco una disculpa ._. estoy estancada y ahora mismo soy incapaz de escribir lemon T^T así que cumpliré pero me tomará un poco más de tiempo del que había previsto XD

Ok, ya, cuidense todos y nos estamos leyendo!!!


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