Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Piedad por room304

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Inspirado en la película coreana Pietà (2012).

 

Día 1.

- Por favor, sólo dame un poco más de tiempo. Te juro por Dios que ahora no tengo el dinero -suplicó un hombre de unos cincuenta años parado fuera de una panadería, el hombre frente a él lo miraba imperturbable-. Unos días más, ¡en unos días te lo pagaré todo!

- ¿Tiempo? -preguntó con su voz rasposa- De eso no tengo...

El hombre que vestía pantalón, botas y chaqueta negra lanzó un puñetazo. El viejo cayó al suelo con nariz sangrante, sujetándose la cara con ambas manos, llorando.

- ¿Papá? -preguntaron desde dentro de la panadería. Una niña pequeña salió de ésta, asustándose con la escena que tenía enfrente- ¡Papá! -corrió hasta el lugar, intentando levantarlo con sus manitos pequeñas, sin conseguirlo. Se volvió al hombre parado frente a ellos- ¡¿Quién es usted?!

- ¿No eres muy viejo para tener mocosos? -preguntó medio indignado, medio divertido- No tienes dinero ni para tragar y crees tener el derecho a coger y parir... Debería darte vergüenza...

- ¡Váyase de aquí! -gritó la niña, había comenzado a llorar y tenía la cara mojada en lágrimas y mocos- ¡Llamaré a la policía!

La pequeña de no más de cinco años se soltó de su padre y se acercó al hombre, empujándolo sin conseguir moverle ni un poco. El hombre arqueó la ceja y chasqueó la lengua.

- No me gusta que me toquen -soltó un golpe con el puño cerrado, el cual impactó de lleno en la cabeza de la niña. Cayó desmayada al suelo. El viejo no paraba de gritar y llorar suplicando piedad. El hombre le miró serio, se llevó la mano a la espalda y le mostró en su mano un cuchillo.

- Córtate la mano.

El hombre le miró sin entender, sin estar seguro si aquel matón hablaba en serio.

- ¿Qué?

- Córtate la mano. Tienes seguro médico, te he investigado. Cobraré lo que debes.

- Y-yo... -el hombre lo miraba incrédulo- No puedo hacer eso, tengo que trabajar, si no manejo la panadería-

- Si no te cortas la mano aquí y ahora yo quemaré tu panadería. De cualquier forma no tendrías con que pagar. ¿O prefieres la mano de tu hija? Es joven, no necesita trabajar... Aún...

El hombre lo miró horrorizado, miró a su hija en el suelo por unos segundos y sin siquiera pensarlo tomó el cuchillo tendido frente a él.

A pesar de que el cuchillo tenía mucho filo no pudo hacerlo de un sólo tajo. El cuchillo quedó incrustado en el hueso, proporcionándole un dolor inimaginable.

"Ni eso puede hacer bien...", pensó con fastidio.

Sin embargo, apiadándose del hombre que, después de un rato en que no se podía escuchar más que los alaridos de dolor, no dejaba de retorcerse cual gusano, lo decidió ayudar. Dio un fuerte pisotón al cuchillo, haciéndolo entrar y trozar el hueso. La mano desprendida por completo del brazo.

- Dame mi cuchillo... -pidió.

El hombre, tirado en el suelo el brazo sangrante ni siquiera le escuchó por el dolor.

Volvió a chasquear la lengua, se puso de cuclillas y lo recogió el mismo.

- No vuelvas a pedir más dinero del que puedes pagar... -recomendó.

Se retiró del lugar a paso tranquilo. Mañana iría a cobrar el seguro y entregaría el dinero a su jefe. Había sido una buena noche.

 

Al caminar unas cuantas cuadras sacó una cajetilla de cigarros del bolsillo de su chaqueta. Sacó uno, se lo llevó a la boca y guardó de nuevo la cajetilla. Tanteó en todos sus bolsillos intentando encontrar su encendedor, al no hacerlo gruñó. Fue entonces cuando una llama se acercó a su rostro; la miró sorprendido, pasó su vista por un momento al rostro de la persona que le ofrecía fuego y se animó a encenderlo.

Inhaló, la punta del cigarro se encendió y exhaló humo por la nariz al tiempo que soltaba un ronroneo de placer.

Cuando el chiquillo frente a él estornudó fue cuando volvió a reparar en su presencia.

No parecía de más de 13 o 14 años, vestía un suéter color salmón demasiado grande para su cuerpo, un short color caqui hasta poco antes de las rodillas y converse cortos del mismo color, no llevaba calcetines. De piel blanca, cabello oscuro y un estúpido corte de cabello de hongo (aunque un poco más largo y sutil). Con aquella mirada fija pero a la vez distante en su rostro apostaba porque fuera retrasado, seguro.

Le dedicó una mirada hostil y siguió su camino. Media cuadra después de haber reanudado el paso notó que le seguían. Volteó hacia atrás con precaución, deteniéndose por un momento, preparándose mentalmente para pelear o huir en caso de tratarse de un enemigo. No fue eso. El chiquillo, quien le seguía unos cuantos pasos atrás notó la mirada sobre él y tensó los labios en una mueca que intentaba parecer sonrisa. Eso sólo irritó más al hombre. Se volvió, dio otra calada al cigarro y aceleró el paso, esperando perder al retrasado en el camino.

 

Al final terminó por llegar a su departamento casi corriendo. Sin mirar atrás se metió al edificio, subiendo de a dos escalones las escaleras. Al llegar a su piso entró al departamento, dando un fuerte portazo y recargándose después con cansancio sobre la puerta.

Fue resbalando por esta hasta quedar sentado en el suelo. Luchaba por recuperar la respiración.

- Joder, ¿desde cuándo quedo bofo después de correr? –se quejó.

¿Quién era ese tipo y porqué lo seguía?, se preguntaba, ¿sería alguien en busca de venganza, o un retrasado al que le dio por seguir extraños? De igual manera no lo quería cerca.

Se levantó como resorte del suelo, apurándose a llegar a la ventana que daba a la parte frontal del edificio. Corrió la cortina levemente para mirar por esta con precaución, encontrando al chiquillo sentado afuera, en la banqueta del frente, tan cansado como llegó él mismo. Dejó caer la cortina y se dio la vuelta para recargarse en la pared junto a la ventana, con el entrecejo fruncido.

- ¿Quién carajo es él…? –se preguntó.

 

 

 

Día 2.

Despertó con una inusual erección matutina. Ignorándola se levantó de su lecho dirigiéndose hacia la ventana. Miró a través de esta dirigiendo sus ojos hacia el mismo punto en el que había visto al chico. Su corazón palpitó de forma extraña cuando lo vio allí durmiendo. Repentinamente se sintió irritado; se dirigió al baño para tomar una ducha rápida y vestirse. Quince minutos después salió de su departamento para continuar con su trabajo.

Nada más verlo salir el chico se levantó de un salto y con la misma expresión estoica se echó a andar tras él. Ya ni siquiera intentó perderlo, tenía la impresión de que sería imposible, intentó ignorarlo y que el tipo no le arruinara el día.

 

Se dirigió a una carpintería al sur de la ciudad, al llegar vio un sitio humilde, como todo lo que estaba alrededor. Empujó la puerta del lugar y entró. Al hacerlo unas campanitas junto a ésta sonaron. Estiró su mano para arrancarlas del techo de un tirón; con una mueca de desagrado las observó, acto seguido las tiró al suelo y camino encima de estas hasta llegar al mostrador, donde un hombre joven le miraba alarmado.

- Tendrá que pagar por eso… -murmuró inseguro.

Jonás alzó una ceja, mostrando una sonrisa sardónica.

- Quiero hablar con tu jefe –habló demandante, logrando que el joven se encogiera un poco sobre sí, intimidado tanto por su voz como por su presencia.

- N-no está aquí… -su tono bajo descendió hasta ser casi inaudible.

Le agradaba tener ese efecto en la gente, a pesar de estar complacido no lo demostró.

- Quiero hablar con tu jefe –repitió, avanzando unos pasos más, recargándose sobre el mostrador para acortar todo lo posible la distancia; le divertía verlo sudar-. Ahora.

El joven, quien traía sobre su delantal sucio de mezclilla azul el nombre “Miguel” bordado en hilo blanco, bocadeó por un momento más ningún sonido salió de su garganta. Observó como sus ojos comenzaban a aguarse, quería ver el momento exacto en que se formaran las lágrimas y cayeran de sus ojos.

No obstante, el joven despegó su mirada de él por un momento para mirar hacia la puerta, pues unas pisadas sobre las campanas que tiró anteriormente le confirmaron que alguien había entrado al lugar.

Recomponiéndose un poco el joven volvió a hablar, pero no se dirigió a él.

- Lo siento, ya cerramos – se disculpó con el cliente.

Al esperar un rato sin escuchar respuesta ni el sonido de la puerta al abrirse giró levemente su cabeza para mirar de reojo.

Sintió un apretón en el estómago al ver a ese chiquillo mirando distraídamente el lugar, claramente sin intenciones de irse.

Se volvió a Miguel frunciendo el ceño, viéndole estremecerse cuando notó le volvió a poner atención.

- Mi papá no está… -reveló al fin, murmurando. Así que era su hijo.

El sonido de algo pesado estrellándose contra el suelo le hizo girarse rápidamente. El chiquillo había destrozado un detallado reloj de madera el cual recordó sobre la puerta. Miraba la madera con desprecio.

- ¡Oye, tú…! –gritó Miguel enojado. Salió de detrás del mostrador, caminando hasta con el chico. Le tomó fuerte del brazo, zarandeándole un poco- ¡¿Tienes idea de cuánto costaba eso?! ¡Ni siquiera podrías pagarlo! –le estrujó un poco más.

Miguel era alto, no tanto como él mismo pero le calculaba poco más del metro ochenta. En cambio el chiquillo era más bien bajo y un poco delgado. Se le antojó como un muñeco al cual mover a su capricho. El tal Miguel también lo había notado, dándoselas de valiente y maltratándolo.

Apretó tenso los labios, recién se daba cuenta Miguel tenía algo que le molestaba, le molestaba bastante. Reprimió sus ansias por acercarse y partirle la cara sólo por ver qué sucedía, si el chiquillo reaccionaba.

- ¿Acaso estás sordo? ¡Mírame, te estoy hablando! –Miguel alzaba más la voz al ver al chiquillo impasible. Ni siquiera le miraba, sus ojos estaban fijos en Jonás. Y éste tragó en seco, sin separar sus orbes de las otras, sintiendo su boca seca.- ¡Ya veremos si no hablas con la policía! –amenazó. Lo arrastraba con dificultad hacia la puerta cuando de la puerta detrás del mostrador salió alguien.

- ¿Qué sucede aquí? –preguntó otro hombre, muy parecido a Miguel pero con facciones más adultas; su padre- ¿Qué significan estos gritos?

Miguel se quedó estático donde estaba, aún sin soltar al chiquillo.

- Papá, yo –intentó explicarse pero la voz del hombre le interrumpió.

- ¡¿Quién ha hecho eso?! –gritó furioso, mirando el reloj hecho pedazos. Luego volteó su vista a Miguel y después al chico junto a él- ¿Fuiste tú? –preguntó, más por su tono ya lo estaba asegurando. Sin esperar respuesta se acercó a paso rápido- Ahora verás…

El chiquillo cayó al suelo cubriéndose la mano con la otra. El hombre le había empujado con demasiada fuerza y al caer se había hecho daño con las trizas del reloj. Jonás no se lo pensó más, sacó su pistola, dándole un tiro a Miguel en la pierna, haciendo que cayera al suelo junto al chiquillo.

El hombre se volvió, apenas reparando en él, su expresión denotaba pánico.

- ¿Vienes por el dinero? –preguntó temeroso. No había ni rastro de la furia con la que atacó al chico- No lo tengo aún, si pudieras esperar un poco más…-

Jonás disparó de nuevo, ahora en la otra pierna. El joven se revolvía en dolor.

- No puedo –respondió tajante.

El hombre sudaba como un puerco, Miguel chillaba como tal.

-H-he escuchado rumores –le explicó-, si fueran verdad, si lo fueran, en ese caso te podría pagar…

- ¿Qué rumores? –se aseguró de no demostrar la curiosidad que sentía, y lo logró.

- Pues… Que cobras el seguro médico quitándoles un miembro a las personas…

Jonás sonrió, pues sí, era cierto.

- P-puedes tomar las piernas de Miguel, mi hijo, cobras el dinero y te largas de una buena vez.

El hijo le miraba incrédulo. Se encogió de hombres, a él le importaba el dinero, nada más.

Después de tomar una sierra que convenientemente se encontraba en el lugar se acercó a Miguel, quien intentaba arrastrarse lejos de él. Antes de cortar sus piernas comentó: “Tienes al peor padre del mundo”.

 

Luego de terminar el trabajo tomó al chiquillo de la muñeca y lo levantó con facilidad del suelo. No esperaba que reaccionara, su vista se encontraba aún sobre las piernas (o parte de) sangrantes del joven; había observado todo, lo había tenido al lado.

Lo arrastró para salir del lugar, pero antes de cruzar la puerta se soltó y caminó de regreso hasta Miguel. Le vio patearlo con fuerza varias veces.

- Cerdo –escupió con rencor al viejo.

El chiquillo volvió tranquilo hasta su lado, tomándole del bajo de la chaqueta para caminar junto a él, Jonás no pudo reprimir su sonrisa.

 

Entró a su departamento quitándose la chaqueta. La dejó caer al suelo, entonces miró hacia la puerta. Se encontraba abierta a propósito, poco después vio entrar al chiquillo por esta.

- Ciérrala – ordenó.

Se dirigió a su cama, en el camino se sacó la camisa y los zapatos, al llegar se sentó en la cama para sacarse los pantalones. Alzó su vista, el chiquillo le miraba fijo, aún parado junto a la puerta ya cerrada.

Sintió aquellas molestias que le habían incomodado todo el día, aunque ahora no sólo en el pecho y estómago sino también le inquietaba el tirón en la entrepierna.

Gruñendo se echó en su cama, cubriéndose con las sábanas. Mantuvo sus ojos cerrados pero eso no le impidió sentir al chiquillo recostándose junto a él, aunque en el suelo.

- ¿Cómo te llamas? –le preguntó después de un rato, curioso.

- … Vicente –respondió después de un largo silencio.

- Ah… -se dio la vuelta hacia la pared, de espaldas a Vicente- Yo soy Jonás.

Fue sumergiéndose en un sueño pesado, ni siquiera pudo escuchar cuando le murmuraron un “Lo sé”.

 

 

 

Día 3.

Un olor delicioso le despertó. Removiéndose entre las cobijas frunció el seño, intentando descifrar de donde venía, sin dignarse a abrir los ojos por el momento. Al escuchar ruido en la cocina los abrió, levantándose de un brinco fue por su pistola y se encaminó cauteloso.

Todo su cuerpo se estrujó un poco más al ver al joven Vicente cocinando, concentrado y sonriente.

- Buenos días –le saludó con voz increíblemente tierna.

Frunció el seño confuso, sin saber qué hacer. Dio media vuelta sin contestar para encerrarse en el baño, poco después escuchándose la ducha.

Para cuando salió Vicente le esperaba sentado a la mesa, había servido el desayuno para los dos y aún no tocaba el propio.

Sin dirigirle la palabra, o siquiera la mirada, salió del departamento, ofuscado.

Salió del edificio, cruzó la calle y mientras se alejaba no pudo evitar mirar atrás hacia el edificio, a su ventana.

Vicente le miraba tan serio como siempre desde arriba, despidiéndolo con la mano. Sintió como si su cuerpo se tensara, algo doloroso pero agradable al mismo tiempo. Regresó su mirada al frente para seguir su camino.

 

 

 

Día 5.

No volvió a casa hasta un día después, el trabajo no se lo permitió.

Metió la llave en la cerradura, giró el pomo y empujó la puerta con pereza para entrar.

Se sacó la camisa y los zapatos rumbo a la cama, como hacía siempre, mas al llegar a esta hubo algo que le impidió continuar con su ritual.

Vicente ocupaba su lugar, vistiendo nada más que su ropa interior. Ni se dio cuenta cuándo fue que se quitó la ropa ni cómo terminó sobre él. Se puso duro con sólo verlo. Su piel desprendía un aroma agradable, embriagante. Aquella piel tan blanca como la propia en el chiquillo se veía suave, tersa, apetecible.

Mordió ese delgado cuello, escuchando un quejido bajo en su oído. Al volver su rostro al de Vicente lo encontró despierto, mirándole. Su expresión era la misma de siempre, estoica, mas algo en sus ojos le comunicaba algo a gritos; Jonás decidió que era mejor no entenderlo.

Con una mano le sujetó del mentón, mientras que con la otra bajaba los boxers del más joven. Este comenzó a revolverse bajo él, intentando librarse de su peso, la excitación subía al sentirlo frotándose contra su erección.

Se cumplió el capricho y después de un lengüetazo rápido comenzó a besar esos dulces labios. Su lengua tomó acción una vez que el otro abriera la boca para gemir. Fue notando como poco a poco el miembro que acariciaba con su mano derecha comenzaba a endurecer.

Mordió los labios de Vicente, ahogando su gritito con sus labios. No entendía porqué ese niño lo ponía tan mal.

Sn poder aguantar más entró en su cuerpo de una estocada, y, una vez dentro, no pudo parar de embestir hasta terminar.

Sus sentidos se bloquearon al placer, de no haber sucedido tal vez hubiera visto las lágrimas recorrer el rostro de Vicente, escuchado sus gritos de dolor o sentido su sangre sobre su piel…

Al venirse dentro de él cayó pesado encima suyo, para luego abrazarle fuerte, otro impulso que no pudo reprimir, como ya se le estaba haciendo costumbre.

En ese mismo instante Jonás se dio cuenta que sin Vicente no podía vivir.

 

 

 

Día 6.

Ambos amanecieron en la cama, Vicente miraba pensativo hacia el techo, Jonás le apretaba contra sí. Aún seguía durmiendo, no le había soltado en toda la noche ni se le notaban ganas de hacerlo. El más joven tomó una resolución.

Se levantó de la cama con dificultad después de haberse escurrido entre los brazos del más grande. Ignorando el dolor haló de las sábanas debajo de Jonás con toda su fuerza hasta sacarlas, se dirigió al fregadero determinado a sacar las manchas de sangre. Después de hacerlo las arrojó al cesto de ropa sucia, cogió ropa de cama nueva y arropó al durmiente Jonás. Se echó al suelo, cerró sus ojos y jugó a dormir.

Cuando Jonás despertó sintió un vacío tremendo, casi insoportable. Se encontró solo, al mirar alrededor de la habitación vio al chiquillo durmiendo en el suelo. Le supo mal haber soñado lo que soñó, sobre todo porque Vicente era muy joven, tanto que hasta podría ser su hijo.

Resopló molesto, sentándose en la cama. Con su pie descalzo estirado todo lo que podía empujó el cuerpo menudo en el suelo, jugando.

Lo vio despertar con un puchero molesto que encontró de más adorable, sonrió.

- Hoy es mi cumpleaños –dijo-. Salgamos juntos.

Vicente asintió sin sorprenderse.

- ¿A dónde vamos? –preguntó.

- No lo sé –contestó con simpleza, encogiéndose de hombros; lucía muy contento-. A donde sea.

 

Luego de haberse arreglado salieron juntos. Jonás tomó de la mano a Vicente y Vicente no le rechazó.

Pasearon juntos por la ciudad haciendo cosas ordinarias que la gente ordinaria hace, aunque asegurándose de disfrutar y atesorar al máximo esos momentos.

Fueron al cine, entraron a ver una comedia, la cual les aburrió y terminaron lanzándose palomitas y maldiciendo en voz alta hasta que les sacaron a empujones de la sala. Compraron helados de diferente sabor y los compartieron. Pasearon por el parque de diversiones y le compraron globos a un payaso. Rieron mucho. Disfrutaron su compañía.

 

Al llegar a casa Vicente le sorprendió con un pastel, también le entregó un regalo. Jonás apagó las velas, pidiendo un deseo. Devoraron el pastel, sonrientes. Al terminar el día y antes de que Jonás se fuera a la cama se le acercó en silencio y le abrazó.

-No suelo celebrar mis cumpleaños –confesó el mayor después de un rato.

- ¿Por qué? –preguntó con aquel tono que no demostraba ni un poquito de curiosidad.

Jonás tan sólo se encogió de hombros y apretó más el abrazo. Luego se fueron a dormir sin decir más, uno en la cama y el otro en el suelo.

 

Un jaloneo brusco le sacó despertó de repente. Jonás le miraba impaciente, se veía muy molesto.

- ¿Quién eres? –le interrogó con pistola en mano- ¿Qué quieres de mí? ¿Cómo me encontraste?

Vicente le miró fijamente, tan distanciado de la situación como del propio mundo. El mayor desesperó más.

- El pastel de ayer, también el regalo. No sabías cuando era mi cumpleaños sin embargo los compraste con antelación. ¿Cómo lo sabías? ¿Quién eres, joder!

A Vicente no le quedaba de otra, debía hablar. Abrió la boca para hacerlo cuando la mirada extraña en Jonás se lo impidió. Le miraba extrañado, entonces le echó las manos al cuello y por un momento temió que lo matara, sin embargo no lo hizo. Él le acariciaba el cuello con ternura, con amor…

- Sí pasó… -susurró.

Entonces cayó en cuenta de mordida que llevaba en el cuello, marca que se había vuelto más notoria con el tiempo. Y Jonás la había recordado. Se sintió contento e infeliz, por más contradictorio que eso pareciera.

- Dime quién eres, Vicente –le rogó a susurros, como con miedo de obtener la respuesta.

- Abre tu regalo… -pidió el otro, luego se levantó del suelo y caminó al baño, donde se encerró buscando la manera de abrir la ventana para huir de allí.

 

Jonás le siguió con la mirada hasta que entró al baño. No entendía ni un poco al chico y eso le daba miedo, pero lo hacía feliz y se encontró a sí mismo amándolo tanto, como si le conociera de toda la vida, y le necesitaba a su lado para vivir, sin él no tenía sentido hacerlo. Eran tan desconocidas esas emociones tan intensas; no hace mucho había estado viviendo como un autómata, y ahora se encontraba con que era muy pesada la carga al tener un corazón.

Caminó hasta la mesa en donde reposaba el regalo envuelto. Llevaba encima una tarjeta que ponía “Para Jonás, de D&V”. Desenvolvió el papel que cubría un suéter, un suéter rojo que de pronto recordó.

 

Un Jonás joven junto a una bella chica, su nombre era Dalia y ella era su vida.

- ¿Así que algún día nos casaremos? –preguntó el joven contento, poniéndose el suéter rojo que su novia había tejido para él.

- Por supuesto –besó su mejilla.

- ¿Y entonces tendremos hijos? –lo estiró de los bordes, le quedaba corto del torso.

- Cuantos tú quieras -rió-. Te ves guapo…

- Quiero que uno se llame Vicente.

- De acuerdo –aceptó Dalia-. Pero a las niñas yo las nombraré.

La amaba tanto y se sentía amado. Habría dado la vida por ella. Pero un día, como si nada, le abandonó sin explicaciones. Años después se enteró que Dalia había muerto, con ella se fue parte de su corazón.

 

Dejó caer el suéter, ahora más grande, al suelo, regalo que Dalia se quedó para arreglarlo. Gruesas lágrimas recorrían su rostro. Vicente…

SU Vicente.

Se dirigió al baño encontrándolo cerrado, lo forzó para descubrirlo vacío. Dejándose caer al suelo se puso a llorar a lágrima viva.

 

 

 

 

Vicente entró a la estación, compró un pasaje para un lugar cualquiera y subió al autobús. Necesitaba irse, debía hacerlo.

 

- Es complicado tener corazón… -meditó para sí mismo mientras se alejaba para no volver jamás, tal como su madre le enseñó. 

 

 

Notas finales:

El término pietà (piedad, del latín: pietas) se originó por una costumbre que había en el Imperio Romano alrededor del año 64, que se refiere al acto de postrarse, mostrando «emoción... de gran amor acompañado con un temor reverencial... hacia los dioses romanos».


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).