I: El viaje
Mostré mi boleto al subir al tren, la mujer encargada lo tomó con una sonrisa cortés; pero antes de que me lo devolviera miró a mi alrededor y hacia la pequeña mochila que llevaba conmigo.
—Hola pequeño—, saludó agachándose a mi altura— ¿dónde están tus padres?
Sin demostrar la molestia que me causa que se fijen en mi altura o que me digan ¨pequeño¨ solo señalé hacia dentro del tren donde una pareja de ancianos se acomodaba en sus asientos.
—¡Abueltita! — llamé su atención, la anciana giró, sonrió y saludó en mi dirección. Giré a ver a la mujer y solo me sonrió devolviéndome el boleto.
—No te separes de tus abuelitos, ¿ok?
Yo solo asentí y seguí mi camino dentro del tren salvado por los abuelitos que conocí en la estación. Era suficiente molesto tener esta edad, tener esta altura no ayuda nada cuando quieres viajar solo.
Tomé el asiento al lado de la pareja de ancianos y apoyé mi mochila sobre mis piernas.
Papá nunca me ha mentido.
Abracé la mochila fuertemente, solo habían pasado unas horas y ya extrañaba a papá.
Pero es porque siempre ha sido honesto conmigo en todo, que cuando le hice la pregunta más importante para mí y mintió, me sentí traicionado.
Sea la pregunta que fuera, sean para las tareas del colegio o conocimiento general, si sabía me lo decía y si no, me decía honestamente que no sabía y juntos buscábamos la respuesta. Hasta cuando le pregunté cómo nacían los bebes, pregunta que muchos de mis compañeros creían saber en base a una ridícula historia de cigüeñas y abejas, papá suspiró, se sentó conmigo en el sillón, apagó el televisor y me explicó todo. Estaba nervioso, avergonzado y tartamudeaba y esquivaba mi mirada constantemente, pero no mintió. Lo estaba probando. Siempre lo estuve probando y eso me hacía sentir mal pero orgulloso de que dijera la verdad. Todos los adultos mienten. Todos excepto papá.
Esta era la pregunta más importante, era la más importante y por eso le di tiempo. Le di tiempo porque sabía que dudaría en responder, que no me respondería fácilmente. Y cuando le pregunté y me mintió, cuando me mintió por primera vez no pude evitar sentir molestia, traición, frustración y una horrible tristeza.
Papá no miente.
Así que fue ese momento, ese sentimiento, esa molestia la que guió mis acciones. Cogí mis cosas y me fui en busca de mi ¨padre¨. De Uchiha Sasuke.
Yo sabía que él no estaba muerto, sabía que Sasuke no estaba muerto así como dijo papá. Tenía su diario y una fotografía. Pistas suficientes para poder ubicarlo me dirigí a la capital. Me escapé de casa cuando papá dormía y con la molestia aún en mí no giré en ningún momento, ni siquiera al pasar por su cuarto.
En la estación conseguí un boleto con ayuda de una señorita y gracias a mis ahorros. Ya estaba en el tren directo a la capital. Solo tenía que buscar al hombre llamado Sasuke Uchiha y… y… No sé. Aún no había pensado que hacer. Solo quiero conocerlo. Conocer al hombre capaz de dejar a papá, al hombre capaz de dejarme a mí, a su hijo.
Todos los adultos mientes, excepto papá.
Todos mienten Kou, pero yo no te mentiré. Nunca te mentiré. Susurraba papá cuando regresaba de trabajar tarde en la noche, cuando creía que yo dormía. Podía escuchar su voz entrecortada, las lágrimas que caían y mojaban mi almohada, la angustia en su postura cuando hundía su rostro en sus brazos y no se daba cuenta que lo veía, y aquel diario que presionaba bajo una de sus manos.
Pasaron horas y el tren se detuvo.
Ya había llegado.