Making my way... making my way...
- Zi Tao..
I need you, now I miss you...
- Tao..
I walked a thousand miles if I can just see you...
- ¡Tao!
Me quité los cascos y miré al la mujer que estaba sentada junto a mí, con el ceño fruncido y mirándome con reproche.
- ¿Qué? -escupí con ganas apenas, dispuesto a ponerme los cascos de nuevo y subirle unas 5 rayitas a la música-.
- Te he preguntado si no quieres de comer... la señorita justo se ha pasado a ofrecer algo -me explicó-. No has comido desde poco antes del vuelo.
Miré a mi madre con mi mejor cara de '¿Es enserio que me estás diciendo eso?' y me puse los cascos de nuevo. Subí 6 rayitas, sólo para asegurarme de que no dejaba la opción de prestarle atención y me recosté en mi cómodo asiento, pensando que si de menos no estaba haciendo un viaje gustoso, que el trayecto me fuera por lo menos tranquilo. Creo que después de un rato dejó de importarle que la ignorara, después de todo no es como que ella tuviera algo que decir tampoco. Tan sólo estaba tratando de no hacer tan incómoda la situación, pero… ¡Vamos! Era difícil no pensar en ello. Creo que incluso se acomodó los audífonos de su celular y pretendió que no había pasado nada.
La canción que hacía tan solo unos minutos me parecía prefecta y conmovedora se había convertido en un canto pegajoso e irritante, por lo que opté por reproducir la siguiente canción relajarme aún más mirando por la ventana.
El viaje de China a Corea no tomaba más de un par de horas, luego serían unas cuantas más en tren y estaría en Seúl. Ugh. Corea. China me parecía un recuerdo lejano y tan sólo lo había dejado momentos atrás, nada más de una hora.
Había dejado mi vida entera: Mi hogar, mis recuerdos, mis pocos amigos... a mi padre. Ese pensamiento inminente hizo que mi corazón se hundiera en mi pecho un poco más.
Mi padre… el... Bueno, el ya no estaba vivo, pero de todas maneras dolía dejarlo atrás. Empacar sus cosas, guardar sus fotografías, limpiar la cochera en la que trabajaba a diario, dejar el jardín que había cuidado mucho tiempo… abandonar la casa donde crecí. Sí, fue un trago amargo.
No recordaba exactamente cuando el cuadro se había deformado tanto así. Eran, en su mayor parte, páginas en blanco, cosas tan simples que no eran dignas de mencionar, vivir mecánicamente, decía yo. Tampoco recordaba el momento en que mi vida había dado un giro tan drástico:
Vivir en Corea. Con el esposo. Con el nuevo hijo. Con mi nueva vida.
¿De dónde había sacado mi madre esa alocada idea? Sobre todo cuando me incluía a mí. ¿Cuándo dije yo que quería dejar China? Debí de haberlo dicho mientras dormía porque ni loco diría algo así estando consciente. Mucho menos a la Sra. Huang, mi madre, la susceptible Sra. Huang. La mujer que volvió a enamorarse y se dejó llevar. Que me ancló a mi, su hijo.
Odio todo eso.
..
“Bienvenidos a Corea, esperamos que su estadía sea placentera” dijo la aeromoza con una sonrisa jovial y mecanizada, mientras bajábamos del avión. La maldije por lo bajo en Chino y mi madre me golpeó en la nuca.
Que se joda.
Que se jodan todos.
Quiero regresar a casa.