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Letters From Nobody (5927) por Mahiko

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Notas del fanfic:

Bienvenidos a un nuevo long-fic creado por Mahiko~ 

Oh, a decir verdad, hasta a mí me sorprende estar publicando esto xDu. Tenía bastantes cosas planeadas para hacer cuando terminara Time Breaker y les puedo asegurar que esta no era ninguna de ellas, sin embargo, esta idea me golpeó repentinamente en la cabeza un día (?? y no me pude resistir uvu.

De qué trata? mi especialidad: drama del arco del futuro. Pero no será drama crudo y apresurado como el de mis anteriores one-shots, sino que esta vez irá mezclado con algo de romance~ no explicaré la trama en concreto porque me dá una vagancia que no vieran xDDD pero bueh, aquí los dejo con el primer capítulo de mi flamante nuevo proyecto que me haría muy feliz si por un milagro les gustara :'Du

Como saben, ni los personajes ni KHR me pertenecen, todos los derechos van para los creadores originales, yo sólo hago esto cofcofporquesoymasoquistacofcof por diversión (?.

Notas del capitulo:

Yay, nuevamente tendré algo en qué ocupar este espacio :'DDDDDu

Bueh, por esta vez sólo mandarle agradecimientos a mi beta que fue la que me convenció de seguir adelante con esta historia aunque probablemente moriré en el intento (???? y a mi grupo 5927 fans unite que siempre me tiene paciencia con mis locuras de escritora <3.

Guardianes, reúnanse, derroten a Shoichi Irie y todo volverá a la normalidad.

Tsuna dejó escapar un suspiro apenas audible. Aquel era el escueto pero escalofriante mensaje plasmado con grandes letras en la hoja de papel que descansaba sobre el escritorio, sin embargo, sólo él lo sabía.

No. Esa última afirmación no era del todo cierta. Existía cierta persona muy cercana a él que también sería capaz de leer aquella misteriosa nota que sonaba a declaración de guerra. Esa persona no era sino quien había inventado el extraño alfabeto japonés que había usado para escribirla y que se había ocupado personalmente de enseñarle a utilizarlo. Sin embargo, esa nota ocuparía un rol crucial en el intrincado plan que daría inicio a primera hora del día siguiente y que, de salir como era esperado, culminaría con la derrota de Byakuran y todos sus subordinados. Pero, para que dicho plan tuviese éxito, esa cierta persona no debía leer la nota en cuestión, al menos no hasta que el peligro hubiese pasado.

Dio un rápido vistazo alrededor. Se encontraba solo en la amplia habitación que constituía su oficina como Jefe de la Familia Vongola. La tenue luz de una lámpara de escritorio representaba la única fuente de iluminación de la estancia. Adosado a una de las paredes, un reloj digital intentaba cortar la predominante oscuridad del lugar con sus luces color verde fosforescente que indicaban que faltaba un poco más de 10 minutos para la medianoche.

La habitación estaba sumida en el más absoluto de los silencios. Este hecho no sorprendió en lo más mínimo al castaño. Tiempo atrás, la base subterránea de los Vongola en Namimori rebosaba de actividad, incluso a aquellas altas horas de la noche. Sin embargo, cuando la loca Cacería Vongola liderada por los Millefiore dio inicio, había sido él mismo quien había dado a muchas de las personas que la habitaban la orden de abandonar el lugar y ocultarse en algún lugar más seguro, permitiendo que sólo permanecieran en la base las personas necesarias para defenderla en caso de ataque enemigo y para procurar su normal funcionamiento. Y a aquellas horas de la noche, no era de extrañar que dichas personas ya se hubiesen retirado a dormir, dejando el lugar sumido en un inquietante silencio.

Tomó la hoja de papel entre sus manos, y tras comprobar que no había ningún error en la escritura del mensaje que contenía, la dobló meticulosamente y la guardó en el cajón de su escritorio que permitía ser cerrado con llave. Cuando aquella cierta persona le propuso intentar aprender ese alfabeto especial, argumentando su utilidad para escribir mensajes secretos, su primera reacción fue negarse. Dudaba seriamente de la mencionada utilidad del mismo, además, estaba prácticamente seguro de que por más que se esforzase, no conseguiría aprenderlo, y no quería ponerse en vergüenza frente a dicha cierta persona. Sin embargo, fue tanta la insistencia que esa persona puso en el asunto que terminó por ceder. No tardó en darse cuenta que no estaba equivocado en cuanto a la dificultad del aprendizaje, ya que dominar ese extraño alfabeto le llevó mucho más tiempo del que quisiese admitir y, aun así, utilizarlo le provocaba una enorme inseguridad, la que lo llevaba a revisar sus escritos  de forma compulsiva una y otra vez. Sin embargo, el trascendental mensaje que acababa de escribir le había demostrado que todo ese esfuerzo había valido la pena.

¿Y quién era esa cierta persona? Pues nada más ni nada menos que Hayato Gokudera, el mismo que hace ya aproximadamente 10 años se había autoproclamado como su mano derecha y hace un poco más de 4 años era su novio.

Y, muy probablemente, quien más sufriría con todo esto.

El ojimiel movió rápidamente la cabeza de un lado a otro como queriendo deshacerse de aquel último pensamiento. Posó los codos sobre el escritorio y descansó su cabeza sobre sus manos al tiempo que dejaba que su mirada se perdiera en algún lejano punto del horizonte y se concentraba en el imperturbable silencio que reinaba en la estancia, esperando que este le proporcionara la calma necesaria para lograr poner sus ideas en orden.

Por alguna razón, en aquel momento acudió a su mente cierta frase pronunciada por Shoichi Irie, el responsable de idear el complicado plan por medio del cual pretendía acabar definitivamente con los Millefiore además de su cómplice en la ejecución del mismo, durante una de las tantas reuniones que en último tiempo habían sostenido con el fin de coordinar los detalles de la susodicha estrategia.

—Engañar al otro tú, engañar al mundo, esa es la única oportunidad que tenemos de derrotar a Byakuran-san—

Tsuna creía que aquella afirmación, además de resumir bastante bien los acontecimientos que se desencadenarían a partir del día siguiente, tenía mucho de cierta. Aunque no terminaba de entender a cabalidad cómo funcionaba todo ese asunto de los viajes en el tiempo y los mundos paralelos, no tenía razón alguna para dudar de la veracidad de las historias que el pelirrojo le había contado acerca de los diferentes mundos que habían sucumbido ante la ambición del Jefe de la Familia Millefiore, y no veía otra forma de evitar que aquella catástrofe alcanzara al suyo. Sin embargo, los riesgos que suponía el plan que pensaba llevar a cabo eran altísimos y no lo afectarían únicamente a él y a sus más cercanos, sino que también a todos aquellos a los que pretendía hacer acudir en su ayuda desde el pasado.

A decir verdad, involucrar en la complicada situación actual a su yo de hace 10 años atrás, que poco o nada sabía de cómo funcionaba el mundo de la mafia y de lo que implicaba liderar una de las familias más influyentes dentro de dicho mundo, era lo que menos quería. Sin embargo, no podía dejar de admitir que, si había alguien con el suficiente potencial para desarrollar un poder que le permitiera enfrentarse de igual a igual contra Byakuran en el limitado tiempo con el que contaban, esa persona era aquella versión pasada de sí mismo.

Suspiró. Si para poner fin a la Cacería Vongola sólo hiciese falta invocar gente desde otro tiempo, entonces las cosas serían mucho más fáciles. Había hecho los preparativos necesarios para que su otro yo y todos quienes lo acompañarían tuviesen todo lo que podrían necesitar, y confiaba en que con eso serían capaces de adaptarse a la situación rápidamente. Sin embargo, alterar el normal transcurso del tiempo y el espacio era sólo una etapa de aquel intrincado plan, y era precisamente la otra etapa del mismo la que le había dificultado sobremanera tomar decidirse a llevarlo a cabo  y que causaba que aún en aquel momento, a menos de 24 horas de su inicio, no estuviese seguro de haber tomado la decisión correcta, ya que implicaba mentirle a todos sus conocidos y seres queridos de la forma más horrible que pudiese imaginar.

No había querido pensar mucho en ese asunto. Por mucho que Shoichi se esforzara en convencerlo de  que, una vez que el peligro pasara, todos comprenderían los motivos que lo llevaron a mentir de semejante manera y nadie se atrevería a odiarle por eso, y por mucho que se repitiera a si mismo esas palabras hasta el cansancio, no lograba hacer desaparecer aquella presión que se instalaba sobre su pecho cada vez que pensaba en lo mucho que su cruda pero inevitable mentira afectaría a todos quienes lo rodeaban.

Sin que pudiera evitarlo, una leve risa salió expulsada de sus labios. Jamás se le había dado bien mentir, y nadie que lo conociera ignoraba aquel hecho. Seguramente, cuando todo cayera por su propio peso y la verdad saliera a la luz, nadie sería capaz de creer que él hubiese podido convertirse en la mente maestra detrás de semejante plan. Sin embargo ¿Sería eso suficiente para que le perdonaran por el dolor que les iba a causar?

Era precisamente en medio de las dudas y la culpa que cierta posibilidad aterradoramente real acudía a su mente con más fuerza que cualquier idea.

¿Y si Gokudera-kun termina odiándome después de esto?

Por mucho que sabía lo egoísta que era preocuparse por su relación amorosa cuando estaba en juego no sólo su propio futuro y el de todos sus cercanos, sino que el del mundo entero, y que el nada despreciable tiempo que ya llevaban como pareja debería ser suficiente para proporcionarle la certeza de que, cuando llegara el momento en que pudiera explicarle al peliplateado sus motivos para mentir, este los entendería a la perfección, cada vez le era más difícil sacar esa idea de su mente.

Hizo un esfuerzo por ver el asunto de un modo objetivo. Se conocían hace más de 10 años y apenas unos pocos meses los separaban de su 5to aniversario como pareja. Podía permitirse ser optimista y creer que Hayato entendería la situación y lo perdonaría en cuanto tuviese una oportunidad de explicarle los motivos que lo llevarían a hacer lo que pensaba hacer en cuanto el sol volviese a salir desde el oriente en unas cuantas horas. Es más, estaba completamente seguro de que así sería.

El problema era, precisamente, que aquella certeza no contribuía a calmar su inseguridad en lo más mínimo, sino que tenía el efecto exactamente opuesto.

Precisamente porque lo conocía tan bien era que Tsuna se atrevía a afirmar con absoluta seguridad que el peliplateado sería sin duda el más afectado con todo esto. Si bastaba con recordar el enorme esfuerzo que había puesto en convencerlo de declinar la oferta cuando le dijo que había recibido una invitación para acudir a la base secreta de los Millefiore en Namimori a negociar una tregua. Y esa era apenas la primera de todas las mentiras que aquel plan le obligaba a decir. Cuando el susodicho plan en sí diera comienzo en menos de 24 horas, el dolor cegaría al ojiverde al punto de no atender razones. En el momento en que la verdad fuese expuesta, se mostraría bastante sorprendido, lo normal. Aun así, en cuanto el castaño se presentara ante él con la intención de aclarar las cosas, todo aquello pasaría a un segundo plano. Y es que así era Gokudera. Siempre se estaba esforzando al máximo, y muchas veces más de lo debido, para no hacer nada que pudiese entristecer a Tsuna. No, para él sólo tenía sonrisas, palabras dulces y amor. Así que en cuanto le contase la verdad, se guardaría para sí todo el dolor previo. No le recriminaría nada ni diría una sola palabra acerca de cómo lo sucedido le había destrozado. En lugar de eso, le diría que todo está bien y que las cosas volverían a la  normalidad a partir de ese momento. Pero bien sabía el ojimiel que no era así. Porque el dolor no desaparecería, y sin importar lo mucho que Gokudera se esforzase por ocultar el dolor, este no desaparecería, y el castaño sería capaz de verlo claramente cada vez que mirara aquellos ojos color esmeralda. Y bien sabía que en ese momento, la culpa sería tan grande que terminaría por destrozarlo también a él.

Movió su cabeza del cómodo lugar entre sus manos en el que descansaba y estiró los brazos, llevándolos tan arriba como pudo para luego dejarlos caer perezosamente hasta que sus manos reposaron sobre su regazo. No le gustaría por ningún motivo que las cosas se dieran así, sin embargo, Shoichi había sido enfático desde el primer momento en que el éxito de su plan dependía en gran medida de que permaneciera en el más estricto de los secretos, al menos hasta que llegase el momento indicado. Además, el reloj de la pared indicaba que la medianoche había llegado hace ya 5 minutos. Aún si estuviese dispuesto a contarle toda la verdad a su novio, traicionando así el pacto de confidencialidad que había hecho con el pelirrojo, era demasiado tarde para hacerlo.

¿De verdad lo era?

Una sonrisa se dibujó en su rostro. Una idea acababa de cruzar su mente como un rayo. Buscó frenéticamente entre los cajones de su escritorio hasta que encontró un lápiz y una hoja de papel. Aún podía escribirle una carta. En ella le explicaría toda la situación y le pediría que mantuviese en secreto la existencia de dicha misiva. Si la escondía en el lugar adecuado y tenía un poco de suerte, nadie más la encontraría antes que él, y si la escribía en aquel alfabeto especial, nadie más la podría leer aunque la encontrara. Tomó el lápiz entre sus dedos y escribió en el papel el saludo de rigor junto con la primera frase que cruzó por su mente.

Querido Gokudera-kun:

Espero que, para cuando encuentres esta carta, aún no sea demasiado tarde.

Por un momento, su mente se quedó completamente en blanco. ¿Por dónde se supone que debía comenzar? Respiró profundamente. Al instante siguiente, las palabras acudieron a él por su cuenta y se plasmaban sobre el papel de manera casi automática. Cuando quiso darse cuenta, la misiva ya estaba terminada.

Guardó el lápiz en el lugar en que lo encontró, dobló la carta con mucho cuidado y la guardó en el bolsillo de su chaqueta. Lo único que quedaba era decidir dónde esconderla. La respuesta acudió instantáneamente a él, tan obvia que le arrancó una débil risa. Si lo que quería era asegurarse de que nadie más encontraría la carta antes del peliplateado, entonces existía un único lugar en aquella enorme base subterránea donde podía guardarla. Con esa idea en mente, se levantó de la silla, apagó la lámpara de escritorio y, con la pericia que sólo da la costumbre, avanzó hacia la puerta de entrada de la oficina y salió al pasillo.

Dicho pasillo, como todos los demás de la base a tan altas horas de la noche, se encontraba débilmente iluminado por tenues luces. El ojimiel caminó rápida y sigilosamente por aquel camino. Llegó hasta donde se encontraban los ascensores, sin embargo, pasó de largo. En una situación como aquella, lo más conveniente era usar las escaleras.

El sector de los dormitorios, 3 plantas más abajo, lo recibió con las puertas de todas las habitaciones cerradas y sin el menor rastro de actividad, envolviéndolo con un manto de absoluto silencio.

Puso una mano sobre la carta por encima del bolsillo de su chaqueta. A esas horas, intentar esconder algo en ese lugar era prácticamente una locura. Sin embargo, no había mejor lugar en toda la base para ocultar un mensaje así.

Se detuvo frente a la puerta, cerrada al igual que las otras, del dormitorio que desde hace un tiempo compartía con su novio. Hizo girar la cerradura con extrema precaución y abrió la puerta lo suficiente para mirar hacia el interior. Como esperaba, todas las luces se encontraban apagadas. Sin embargo, le sorprendió enormemente comprobar que la ropa de cama estaba perfectamente estirada y que no había nadie en la habitación.

Eso hacía las cosas mucho más fáciles.

Terminó de abrir la puerta y la cerró tras de sí al entrar. Buscó a tientas en la pared el interruptor y prendió las luces que colgaban del techo. Se dirigió directamente hacia el amplio clóset donde ambos guardaban sus pertenencias, abrió las puertas del mismo y, tras unos segundos de rebuscar en el lugar preciso, encontró lo que andaba buscando.

Sostuvo entre sus manos la pequeña caja de madera pintada completamente de negro mientras rebuscaba en sus bolsillos hasta encontrar una diminuta llave. La hizo girar en el candado que aseguraba la tapa de dicha caja, logrando acceder a su contenido. Guardó la llave en su bolsillo. La caja en cuestión guardaba todo tipo de objetos que poseían gran valor sentimental para la pareja que utilizaba aquella habitación como dormitorio compartido en relación a sus vivencias juntos. Generalmente, mirar el contenido de la caja y sumirse en los recuerdos que este le evocaba siempre llenaba al ojimiel de gran felicidad. Sin embargo, esta vez experimentaba sentimientos encontrados, ya que los gratos recuerdos se mezclaban con una repentina consciencia de la extrema fragilidad de aquella felicidad.

Sacudió la cabeza de un lado a otro para recuperar la concentración. No tenía tiempo para eso. Extrajo la carta desde su bolsillo y la acomodó al interior de la caja de tal forma que pasara casi desapercibida entre otros tantos mensajes guardados en la misma con anterioridad y no fuera visible con sólo abrir la caja y mirar al interior de esta. Si había un lugar seguro para esconder un mensaje así, era aquel.

Cerró la caja con llave y la regresó a su lugar al interior del clóset, y estaba a punto de cerrar las puertas del mismo cuando una voz muy familiar llegó hasta sus oídos.

— ¿…Décimo?—

— ¡Gokudera-kun, me asustaste!— Reprochó el aludido mientras se volvía para mirar a quien lo llamaba desde el umbral de la puerta— ¡Pensaba que estarías durmiendo! ¿Qué haces despierto a esta hora?—

—Pues, no tenía sueño, así que estaba en la Biblioteca leyendo un poco…—respondió el peliplateado—Aunque lo mismo podría preguntar yo…—

—Bueno, tenía mucho que hacer así que estaba en la oficina…—afirmó Tsuna ligeramente apenado mientras desviaba la mirada—y se me hizo tarde...y ahora estaba buscando algo y pensaba irme a dormir…—Cerró la puerta del clóset de un golpe. No importaba cuando tiempo pasase, mentir siempre se le daría fatal.

—Es cierto que hay mucho trabajo últimamente, pero debe procurar descanzar— Comentó el ojvierde en un tono de tierno reproche al tiempo que le dedicaba una sonrisa.

—Lo mismo va para ti—respondió el ojimiel mientras correspondía a aquel gesto y deseaba con todas sus fuerzas que las cosas pudiesen seguir así una vez el peligro hubiese pasado.

Acto seguido, se dispuso finalmente a dormir. Le esperaba una jornada extensa y agotadora. Lo más sabio que podía hacer era apartar de su mente toda preocupación y descansar.

Notas finales:

Oh dios, qué he hecho...

Como sea, para las personitas que con justa razón crean que quedé en deuda con el romance, no se preocupen, vendrá más adelante~ 


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