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Letters From Nobody (5927) por Mahiko

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Notas del capitulo:

¿Alguien esperaba actualización de esta cosa? ¿No? ¿Nadie? Bueno, les guste o no aquí la tienen, así que hagan lo que quieran con ella, hmph. (????

Como siempre, dedicado a mi beta Ricchan y a mi grupo 5927 fans unite <3

Presa de un repentino y abrumador impulso, Gokudera echó a correr a toda velocidad, dejando atrás a un desconcertado Yamamoto.

Un torbellino de incontables pensamientos, cada cual más inquietante que el anterior, se agolpaba intentando acudir a su mente, sin embargo, esta sólo le había permitido el paso a uno entre todos ellos, el cual resonaba con fuerza y lo llenaba todo.

No. No puede ser. No es verdad. No lo creo. No lo aceptaré. Me niego a aceptarlo. No hasta que lo vea con mis propios ojos.

Bajó escaleras y corrió a toda prisa a través de pasillos sin siquiera darse tiempo a pensar hacia dónde se dirigía. Sólo recuperó la plena consciencia del lugar en el que se encontraba cuando se detuvo, jadeante y con el corazón latiéndole aceleradamente producto del esfuerzo físico, ante la puerta de la amplia estancia que usaban como sala de reuniones. Era lo más lógico. Después de recibir semejante noticia, era de sentido común esperar que se convocara a una reunión general para discutir la situación, y no había lugar más adecuado en toda la base para dicho propósito que aquella habitación. Abrió las puertas de golpe.

Una parte importante de él no quiso reconocerlo, pero tuvo la confirmación que tanto temía nada más poner un pie en la estancia.

Tal y como había anticipado, todos los habitantes de la base se encontraban reunidos al interior de aquella sala, sentados alrededor de la larga mesa que ocupaba la mayor parte de la superficie de esta. Incluso Hibari había acudido a la reunión, hecho que no resultaba tan sorprendente tomando en cuenta la gravedad de la situación actual.

Al percatarse de su presencia, los presentes se limitaron a alternar entre intercambiar miradas entre ellos y dirigírselas al peliplateado. Eran miradas que no decían nada y lo decían todo a la vez. Miradas frías, duras, inexpresivas. Miradas de melancolía, miradas de tristeza y de ira. Miradas confundidas. Miradas carentes de cualquier brillo de alegría o vitalidad. Miradas vacías. Miradas que al ojiverde le parecieron como si examinaran hasta el último rincón de su ser.

— ¿¡Dónde está el reporte!?— Pareció que transcurrió una eternidad hasta que finalmente Gokudera rompió el asfixiante silencio de la habitación luego de cerrar las puertas de la misma tras de sí con un estruendo.

—Así que ya te enteraste...— Ryohei fue el único de los presentes que se atrevió a esbozar una respuesta.

— ¡Eso no importa! ¡Pregunté dónde está el reporte!— reiteró el peliplateado sin disimular su molestia

—A-aquí está— Fue Giannini quien respondió esta vez con voz entrecortada a la vez que tomaba entre sus temblorosas manos una hoja de papel que descansaba sobre la alargada mesa y extendía su brazo hacia el ojiverde. Este último se acercó y arrebató el mensaje de manos del mecánico con un movimiento rápido, reparando sólo en aquel instante en el temblor de sus propias manos. Acto seguido, se dirigió a tomar asiento en su lugar habitual en aquella sala, inmediatamente a la derecha del mullido sillón con la insignia de la Familia Vongola grabada en el respaldo que se encontraba en el extremo de la mesa y que, por razones obvias, en ese momento se encontraba vacío para luego iniciar la lectura del reporte.

Sus ojos, temerosos de encontrar en dicha misiva una confirmación irrefutable de la fatídica noticia, repararon en el nombre de quien la firmaba antes que cualquier otro detalle de la misma.

Shoichi Irie. Un nombre que el peliplateado conocía tal vez mejor de lo que le gustaría. Era el nombre de un chico pelirrojo, tímido y torpe, con un destacable desempeño académico y unas gafas evidentemente demasiado grandes para él que hace aproximadamente 9 años había entablado amistad con el décimo. En lo que a él respecta, había desconfiado del chico casi instintivamente desde el momento en que lo conoció, desconfianza que hace 5 años había probado ser justificada cuando el pelirrojo forjó una profunda amistad con Byakuran mientras ambos estudiaban juntos en cierta universidad norteamericana, lo que con el tiempo derivó en la incorporación de Shoichi a la familia Millefiore, organización en la que escaló rápidamente hasta ocupar el puesto de Corona Funeraria del Sol, cargo que para el pelirrojo trajo consigo un radical cambio de personalidad acorde a sus nuevas responsabilidades.  

Hizo acopio de todo el valor que le quedaba y leyó el contenido del mensaje como tal. En este, el pelirrojo explicaba con escuetas palabras que Byakuran había tenido un imprevisto que le había impedido abandonar el Cuartel General de los Millefiore en Italia, por lo que Shoichi, en su calidad de encargado de las operaciones de la familia en Japón, había recibido la misión de presentarse en su lugar a la tan esperada reunión de negociación. Reunión que, según aquel relato, no había llegado a concretarse, debido a que pocos minutos después de la llegada del Décimo a la cita, se habían producido ciertos altercados que habían culminado cuando este recibió una mortal herida de bala. El mensaje finalizaba pidiendo que se designase a alguien para que acudiese al lugar de los hechos en representación de los Vongola y así poder disponer del cadáver lo más pronto posible.

Aquellas últimas palabras provocaron que un escalofrío recorriera su cuerpo por completo. Ira, desolación, deseos de venganza, culpabilidad, frustración, miedo. Todas esas emociones se mezclaban caóticamente en su interior, llevándolo más cerca de la locura a cada segundo. Quería gritar, quería llorar, quería encontrar a todos y cada uno de los involucrados en aquella tragedia y hacerles pagar por el daño que habían causado. Sin embargo, debía controlarse. No podía permitirse mostrar debilidad, no ahora.

—Yo iré—Declaró Gokudera con el tono de voz más sereno y decidido del que fue capaz luego de dejar el mensaje nuevamente descansando sobre la mesa. Eso era lo mínimo que podía hacer después de no haber sido capaz de evitar la tragedia, y tal vez su única oportunidad de recuperar un mínimo grado de tranquilidad.

—Sobre eso, verás, Hibari se ofreció para ir y hacerse cargo de todo— Explicó Ryohei imprimiéndole tal seriedad y solemnidad a su voz que casi no parecía suya—Y todos creemos que es lo mejor—

— ¿¡Pero qué dices!?—se apresuró a objetar el peliplateado, sorprendido y sumamente molesto— ¡Ese deber me corresponde a mí, y lo sabes!—

—Lo sé, y todos los demás también lo saben—Continuó el Guardián del Sol—Pero Hibari siempre ha sido de ese tipo de personas que son capaces de mantener la calma y pensar con la cabeza fría sin importar la situación—hizo una pausa para dejar salir un suspiro antes de seguir—Y ahora mismo, todos los demás estamos demasiado tristes como para hacer eso ¿O acaso tú no lo estás?—

Al concluir, bajó la mirada, y la mayoría de los presentes imitaron el gesto. La tristeza era visible en sus semblantes. Por un instante, al ojiverde le pareció que podía explorar hasta el último rincón de las almas de quienes se encontraban allí reunidos, y entender cuán profundo era el dolor de cada uno. Era una visión tan abrumadora, sombría y escalofriante que lo dejó sin palabras y le hacía difícil respirar.

— ¡P-por supuesto que sí!— continuó al fin— ¡Precisamente por eso es que tengo que ir! ¡Tengo que- —

—Permíteme que te diga la verdad, Gokudera— lo interrumpió Yamamoto desde el umbral de la puerta. Su voz denotaba una frialdad nunca antes vista en él— Antes de que llegaras, estábamos discutiendo este tema y decidimos que lo mejor no es sólo que Hibari sea quien vaya a la base de los Millefiore, sino también que tú te quedes fuera del funeral y todos sus preparativos— Concluyó mientras se dirigía a ocupar su lugar habitual alrededor de la mesa.

— ¿¡Qué!? ¡Eso no puede ser! ¡No lo permitiré!— replicó enfáticamente el aludido alzando la voz.

—Por favor, entiende que está decisión la tomamos pensando en lo mejor para ti—

— ¡Lo mejor para mí es ir a la base de los Millefiore y hacerme cargo de todo! ¡Lo mejor para mí es confirmar lo que dice ese maldito papel con mis propios ojos! ¡Y eso será lo que haré, ustedes no me lo impedirán, ya verán!— insistió el peliplateado prácticamente fuera de sí a causa de la ira.

—Si crees que tienes el valor suficiente para hacerlo, entonces ve— Declaró Hibari con absoluta calma.

Aquellas palabras fueron como un balde el agua fría para el ojiverde. Intentó buscar las palabras más adecuadas para replicar, sin embargo se le había formado un nudo en la garganta que impedía que sonido alguno pudiese salir de su boca. Admitiendo que se había quedado sin argumentos, bajó la mirada, se levantó de su silla y abandonó rápidamente la estancia, apretando los puños con fuerza y haciendo caso omiso de las miradas que le dirigían los presentes.

Eso era mucho más de lo que podía soportar, ¿¡Quiénes se creían que eran para tomar una decisión así por él!? ¡Y más encima se atrevían a decir que lo hicieron pensando en lo mejor para él! ¡Ellos no entendían nada! ¿Cómo podrían comprender lo que sentía en ese momento, si el dolor de perder a la persona amada y la certeza de que dicha pérdida pudo haber sido fácilmente evitada era algo que nadie entendería completamente al menos que lo viviera en carne propia? No, pero las cosas no podían quedarse así. Habían sido precisamente una sucesión de errores suyos los que habían contribuido en gran medida a que la situación llegase a aquel punto de no retorno, no podía cometer uno más. Ya que no pudo hacer nada por salvarle, era su deber despedirse del décimo por última vez, y nadie se lo podía impedir. Insistiría. Usaría otros argumentos mejores. Haría cualquier cosa que hiciese falta para que los demás cambien de opinión. Pero antes de eso, necesitaba pensar. Necesitaba imponer un poco de orden en el caos que en aquel momento era su mente. Y para eso, necesitaba un lugar donde pudiese estar tranquilo y a solas.

La primera reacción de cualquier persona cuando necesita de un momento a solas para pensar es encerrarse en su habitación, en aquel espacio personal que siempre proporciona seguridad, tranquilidad y privacidad. Esa lógica siempre había funcionado a la perfección para él, sin embargo, sabía que ahora tendría el efecto exactamente opuesto. Y es que, ¿Qué calma podría encontrar en un lugar donde sus recuerdos junto al décimo llenaban hasta el último de los rincones? Por esa razón es que encaminó sus pasos hacia las salas de entrenamiento, donde muy probablemente nadie vendría en todo el día. Al llegar ante la puerta de la que utilizaba habitualmente, la encontró vacía, tal y como esperaba. Entró y cerró la puerta tras de sí.

En el absoluto silencio del lugar, las emociones que había estado conteniendo por lo que le había parecido una eternidad finalmente se vieron liberadas y encontraron su camino hacia el exterior. Las piernas le fallaron, y cayó de rodillas al suelo mientras las lágrimas brotaban desde sus ojos color esmeralda sin ningún tipo de control.

No se había equivocado. La realidad resultaba muchísimo peor que cualquier cosa que pudiese haber experimentado en sus recurrentes pesadillas, principalmente porque parecía salida de una. Lo repentino de los hechos había dado espacio para que una importante parte de él se empeñara en no aceptar lo sucedido, en creer que lo que vivía en ese momento no era más que otro mal sueño, que eventualmente despertaría en su habitación como siempre, y que al voltear en la cama encontraría al décimo a su lado como todas las mañanas, y que este le dedicaría una sonrisa y un “Buenos días, Gokudera-kun” que harían que sus miedos se desvanecieran al instante y sus pesadillas no fueran nada más que un lejano recuerdo.

Sin embargo, la realidad era radicalmente distinta. La realidad era que había perdido al amor de su vida para siempre. La realidad era que nunca más podía despertar a su lado por las mañanas, ni contemplarlo en silencio mientras dormía plácidamente. La realidad era que no tendría otra oportunidad de verlo sonreír ni oír su voz. La realidad era que jamás volvería a estrecharlo entre sus brazos, ni a besas su labios o a decirle lo mucho que lo amaba. La realidad era que todos sus proyectos de vida juntos se le habían escapado como la arena entre sus dedos. La realidad era que los recuerdos eran lo único que le quedaba del inmenso amor que habían compartido y que ambos creían indestructible. La realidad era que los milagros no existían y que retroceder el tiempo era imposible. La realidad era que el Décimo había muerto. La realidad era que él no había podido hacer nada para evitarlo, y que continuar negándose a aceptar este hecho sólo lo llevaría a la locura.

Por mucho que lo intentase, era incapaz de quitarse de encima la certeza de que esta catástrofe era completamente evitable. Hace ya más de 10 años, había hecho una promesa que cambió el rumbo de su vida, una promesa que le había dado valor para enfrentarse a las distintas adversidades que llegaron a su vida a partir de ese momento, había prometido que protegería al décimo sin importar lo que pasara, y había dado lo mejor de sí desde aquel momento hasta ahora para mantenerla. Pero, ¿De qué había servido, si no había estado junto al décimo en el momento en que más lo necesitaba? Si tan sólo hubiese entendido las señales a tiempo, si hubiese insistido más, si lo hubiese acompañado de todos modos, ¿Habría servido de algo? ¿Hubiesen cambiado las cosas? ¿Habría sido capaz de protegerlo del peligro, tal y como prometió? No tenía respuesta para ninguna de esas preguntas. Y jamás la tendría, de eso estaba seguro, tan seguro como estaba de que la duda lo atormentaría por el resto de su vida.

Y como si todo eso no fuese suficiente, los demás se habían empeñado en impedirle darle al décimo un último adiós. Todos creían que, si era él quien acudía a la base de los Millefiore y se hacía cargo de todo lo que habría que hacer después, sólo lograría perder el control y ponerse en ridículo. Las palabras de Hibari resonaban en su mente una y otra vez. Odiaba más que cualquier cosa tener que admitirlo, pero el Guardián de la Nube tenía razón. Todos tenían razón. Por mucho que se dijera a sí mismo que asistir al llamado de Byakuran y los suyos y luego al funeral era lo que necesitaba para poder aceptar la realidad, y por mucho que tal vez eso fuese verdad, lo único que eso lograría sería que la última imagen que el décimo tendría de él fuera una para nada grata. Además, si lo pensaba mejor, esperar a tener una ocasión de despedirse de él en privado parecía lo más coherente teniendo en cuenta el profundo lazo que los había unido.

Se pasó todo el resto del día ahí, en la sala de entrenamiento, dándole vueltas una y otra vez a aquellas ideas en su mente. Eventualmente, los demás habitantes de la base lo encontraron y, preocupados, le llevaron algo de comida, aunque el peliplateado apenas la tocó. Ya bien adentrada la noche y cuando el cansancio fue demasiado incluso para llorar, finalmente se retiró a dormir a uno de los muchos dormitorios de la base que se encontraban inhabitados, ya que no se sentía capaz de hacer frente al sinfín de recuerdos encerrados en el suyo.

Notas finales:

...No me miren, que ni yo sé hacia dónde está yendo este fic, en serio (?????

En cualquier caso, espero que me perdonen el intento fail de drama :'D y nos vemos a fines de abril~


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