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Contraste Mental. por Agatha Shadiness

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Estas perras no son mías.

Advertencias: OOC. AU.

CONTRASTE MENTAL

           

Lo había visto un par de veces antes, tan cerquita que casi lo podía tocar. Era una estrella, una que no se dejaba alcanzar, no por lejana sino por inmensa.

Kaiba le llamaban.
Bombón le apodaban.
Mío era su nombre.

Caminé entre los pasillos de la universidad, con los dedos apretando las agarraderas de mi mochila, mis ojos siguieron con sigilo su silueta desde atrás, con lentitud forjándose el brillo alegre que me arrancaba cada día. Era tan alto que parecía rasgar el cielo con su presencia. Me encantaba.

Le vi entrar en la biblioteca y le seguí los pasos, tenía que saber qué libros leería esa ocasión. No es que fuese un obseso acosador que paso pegado de él a cada santo momento, pero… ¡Dhu!, ¿a quién engaño?, si fui su enamorado desde preparatoria, lástima que nunca lo supiera. Me mezclaba en su belleza y me embebía de ella hasta embriagarme con su aroma. Lo único malo es que él nunca, nunca de los nuncas, me dio una sola oportunidad, lo más malo, tal vez, fue que  nunca lo intenté.

Pero de hecho a nadie se la daba. Por eso mismo yo no me sentía perder, sabía muy bien que su corazón era como un palacio, mejor dicho, estaba en un palacio, rodeado de murallas e inmensas puertas de madera cerradas con miles de candados y después de esta, no sólo había dragones custodiándolo, sino todo tipo de cocodrilos hambrientos, perros rabiosos y cualquier clase de guardián que mantuviera a salvo ese hermoso tesoro que guardaba en su pecho.

¡Dhu de nuevo!

Mis ilusiones se morían cuando veía sus ojos azules, sabía muy bien que nunca me mirarían de la forma que yo quería, sino con su tan marcada y renombrada indiferencia, que bien le sentaba. Ante él me sentía tan chiquito e insignificante.

Ese día que le seguí a la biblioteca, tenía todo calculado, desde el minuto en que despertaba, hasta el que se iba a dormir, él no era impredecible, su siempre limpio historial de asistencia y puntualidad le impedían faltar a clases o llegar con retardos, tan perfecto. Era perfecto para mí. Poco a poco con el paso del tiempo me convertí en su sabueso, su seguidor a escondidas. Su admirador secreto.

Kaiba tenía muchos admiradores, por montones, si quería podía guardarlos (es decir, guardarnos) en uno de sus closets y usar uno para que lo adulara cada día, tendría cuando menos uno para cada mes, por el resto de su vida. Pero en lugar de eso nos ignoraba, a cada  uno de los fans que usaban ropa blanca o gabardinas extra largas como las de él, porque hay que admitirlo, a nadie se le ven tan bien.

Luego él subió al segundo piso, aquel día, se metió entre los anaqueles de libros y yo le seguí, fue una mala impresión (tal vez) o buena, pero parecía ansioso, sus ojos azules destellaban tan bellos que juraría haber perdido una docena de neuronas cuando sonrió a alguien que estaba metido en el pasillo final, donde terminaban los anaqueles, no pude ver a primera instancia quién era, pero a Kaiba era más que obvio le daba alegría verle y yo me sentí fatal, fatalmente celoso, ¿a quién sonreía tan contento?, ¿Por qué?, tanta felicidad le causaba.

¡Ash!

Si, debo admitirlo, me hirvió la sangre, se me subió a la cabeza, se me trepóa la consciencia y ya no supe que más me movió. Caminé hasta quedar aproximadamente cerca para verlo, pero no cerca para que él me viera, una estrategia que aprendí con la práctica.

Noté una mano delgada y blanca que tiró de su corbata, mi Kaiba traía un traje azul marino que se le veía tan bien…me dio rabia ver que esa que lo tocaba lo hacía con tanta familiaridad, se perdió su cabellera castaña entre el anaquel último y la pared, y de ahí empezaron a brotar gemidos y ruidos húmedos. Lo estaban besando.

Y mi cerebro lo proceso… ¡Lo, estaban, besando!

Iba a matar a quien fuera el maldito o maldita (porque a ciencia cierta nunca supe las inclinaciones de mi Kaiba, bueno hasta ahora), iba a torturarlo a cortarle la lengua, los dedos, los brazos y las piernas y luego los arrojaría al mar, para que nunca más se atreviera ni pudiera, tocar, abrazar, acercarse o hablarle a mi Kaiba. Y me acerqué presuroso, mi Kaiba, mío, porque nunca consentiré que haya sido de nadie más, estaba estrellado en el anaquel, con su perfecta y delineada espalda sobre los libros y el cuello hecho hacia atrás, su rostro volteado hacia la izquierda y pude verlo en todo su esplendor, con las mejillas rojas, los ojos cerrados, los labios brillantes y esa sonrisa, perfecta sonrisa, sus dedos estaban sujetando los antebrazos delgados de su compañero, entonces me sorprendí, cuando noté una melena rubia encajada en su cuello, con los ojos cerrados, besando, lamiendo, restregándose contra su piel.

Me quedé callado, ellos no notaban nada que no fuese el uno y el otro, entonces los escuché hablar.

—Seto, —Le llamó el rubio con una voz llena de melosidad contagiosa, luego le buscó en los labios un beso que fue bien correspondido. — ¿me amas?

Preguntó cínico, rogué a los Dioses para que su respuesta fuera un claro y tajante no, pero tenía que responder aquello, tenía que hacerlo porque así es como era él, así era su forma de ser.

—Joey, creo que si te soportara, no te amaría.
—Idiota.
—Perro…ahh—Joey le mordió el cuello y él se aferró a su abrazo, entregado como nunca antes lo había visto con nadie y yo me morí de celos, me bañe por dentro en ellos y volví a renacer, para vengarme.
—Y yo a ti, ricachón engreído.
—Cachorro.
—Gatito.

Y los vi hacer el amor. Me escondí entre los anaqueles  y los espié en su esplendor, sus besos, sus caricias, sus ansias de amar, luego de un rato se separaron entre besos y sonrisas. Pero mi ira mutó y le seguí hasta su casa. Nunca lo había hecho hasta su mansión, el camino es largo y si no conoces bien la ciudad te pierdes, pero yo lo logré esa tarde. El tenía que pagar por sus pecados, los Dioses nunca consentirían que un ser de sangre pura se revolcara con un ser de sangre campesina, por eso, por esa razón yo me escondí en su mansión y esperé que todos durmieran, incluso él. No me sorprendió ver la luz de su habitación encendida hasta altas horas de la madrugada, entré a su recamara, sigiloso, silencioso como un gato y saqué la navaja que traía en mi bolsillo, mi hermoso Kaiba dormía apacible sobre su lecho, no le alcanzó la energía para quitarse la ropa y meterse bajo las sabanas.

Me acuclille junto a él, pase una mano sobre su rostro y casi imperceptible rose sus hermosos labios, luego tomé su barbilla y la levante, dirigiendo mi mano firme hacia su cuello, cuando mi navaja marcó ligera su fina piel, sus ojos azules se abrieron entre la oscuridad, con un rictus de dolor incrustado en su profundidad.

Luego de eso todo fue un caos, el logró gritar el nombre de su hermano Mokuba, yo hice aún más grande el corte, su garganta se abrió para mí y yo le sostuve, pero su fuerza siempre fue descomunal, me empujó hacia el suelo y se levantó sujetándose el cuello, luego le vi tratar de cubrir la herida, su hermosa sangre se derramaba entre sus dedos y palma, su camisa de seda llenándose de aquel líquido tibio.

Después sus rodillas comenzaron a flaquear, detrás de la puerta todo era pánico y horror, su hermano menor gritaba acompañado de los guardias, yo había puesto seguro a la puerta y mi Kaiba se desangraba frente a mí. Observé sus ojos, estaban dilatados y sus labios temblaban, entraría en shock muy pronto y no habría nada que hacer, se tiró sobre la alfombra, tratando de ocultar su dolor, yo me acerqué y le bese una mejilla húmeda de su caliente sangre y él me habló trastocado por el miedo y la incertidumbre, era la primera vez que me ponía tanta atención y yo me derretí en el bello momento.

— ¿Por qué? — Preguntó con sus ojitos cristalinos.
—Porque te amo y no pienso dejar que tú te manches con la suciedad de Wheeler, eres demasiado valioso para él.Te amo. Mi Kaiba. Te adoró, desde hace tanto tiempo, ¿por qué no me notaste?, ¿por qué?, tú y yo somos descendientes de la misma sangre real, no sé por qué pusiste tus preciosos ojos sobre un perro sin valor como Wheeler. —Le dije en ese instante y sus labios temblaron con fuerza antes de toser y al final, cerrarse apretados junto con sus ojos, quedó inconsciente ante mí y yo. Yo simplemente esperé a que abrieran la puerta.

El resto ustedes ya lo saben, su hermano menor entró con sus guardias, fui separado de su cuerpo rápidamente, me tumbaron en el suelo y me colocaron esposas, su hermanito lloró y lo tomó entre sus brazos, los sirvientes llamaron al doctor, pero mi bello Kaiba ya no tenía pulso, así murió, sin que nada se pueda hacer y ese, ese que dicen que tengo ante mí, no es más que un fantasma que reclama por la vida que le robé, pero por siempre será mía, sólo mía, como debió ser desde un principio.

— ¡Maldito! —Grita un rubio desde la audiencia cuando el acusado al fin termina de dar su declaración.

Joey Wheeler se levanta de entre el público, con los ojos llenos de lágrimas e ira, se dirige con fuerza hacia el estrado de aquel juicio y habla fuerte y claro para que todos lo oigan.

¡Este maldito casi mata a Seto! ¿Acaso no lo ven?, ¡se está haciendo el loco para no ser juzgado! —Una mano delgada y pálida le sujeta, frente a él, Seto Kaiba tiene una venda en el cuello y unos lentes negros puestos, le sonríe despacio y le niega en silencio perpetuo con la cabeza.—No Seto.  No dejes que salga libre, ahora fue tu voz, la próxima vez te matará. Por favor gatito.

Kaiba vuelve a sonreírle y ahí, frente a todos, incluso frente a su agresor, besa a Joey con opresiva pasión, con amor tranquilizador y lleno de paz, antes de volverse al estrado y esperar con paciencia la sentencia para el acusado. El abogado de Kaiba supo, cuando vio los ojos cafés de Marick Isthar que su mente divaga y sus acciones no están conectadas con la realidad, supo, que aquel chico está perdido en una locura profunda, donde él es el amante perfecto para Seto, donde éste sólo debe corresponderle a él y si no lo hace, debe morir, entonces sabe que ese chico es peligroso para su jefe y es esa razón la que le impulsa a pedir el máximo cargo de castigo, es esa razón la que le ayuda a ganar el juicio.

Al final, Marick Isthar es recluido en un sanatorio mental por el resto de sus días, se llevó entre sus pocas horas de cordura le felicidad de su hermana mayor, la preocupación de su amigo Odión, la dignidad de la familia Isthar y la voz de Seto Kaiba.


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