-¡Ah, qué bien se siente!
La tina estaba llena al punto de escurrirse por los lados, el agua tibia hacía el trabajo relajando cada uno de los miembros del pelirrojo que se encontraba sumergido en ella. Todas las noches, luego de haber realizado sus deberes, tareas y demás cosas, Gaara acostumbraba darse un baño caliente pero, más que un simple chapuzón aquel acto significaba concentración. Era el único momento del día en el que podía sumirse en sus reflexiones sin temor a ser escuchado por hablar consigo mismo en voz alta, por decir lo que realmente pensaba y cuestionarse acerca de aquellas pequeñas cosas que contenían enormes significados.
Muchas veces, sumido en sus pensamientos, la mañana se hacía presente, sorprendiéndolo. Eso solía ocurrirle cuando reflexionaba a cerca de su padre, de su traición y de lo estúpido que había sido al creerse amado.
Pero esta vez el que ocupaba toda su mente era Naruto. Era bien cierto que desde el momento en que lo vio sintió algo que no había experimentado con anterioridad y eso, más que cualquier otra cosa, era lo que le causaba molestias. Aquel chico llegó a su vida cuando estaba a punto de arrojar la toalla, lanzarse al olvido y perder el interés por las cosas existentes, incluso la vida misma. Cuando él ingresó a Near todo cambió. Ciertamente no creía que el rubio hubiera hecho gran cosa, a lo mejor solo fue él mismo quien decidió que Naruto sería la persona a la que debía aferrarse para poder salvar lo que aún le quedaba. Una cosa era bien cierta: había puesto una enorme carga sobre los hombros del chico de ojos azules. Al principio eso le preocupaba un poco luego, cuando el rubio comenzó a preocuparse por él por voluntad propia aquellas preocupaciones se desvanecieron y decidió entregarle su esperanza.
Naruto era su opuesto, siempre sonreía y, a pesar de no tener recuerdos no se preocupaba por el pasado, vivía cada día como si fuera el último y apreciaba las cosas que tenía ahora en vez de lamentarse por lo que había perdido. Gaara estaba acostumbrado a las traiciones, malos tratos, a la oscuridad, se aferraba sin descanso a su pasado, siempre reviviéndolo, siempre dañándose. Ese chico era especial, a su lado se sentía optimista, vivo pero, también le causaba otras sensaciones de un toque más oscuro, esas cosas era en las que más pensaba.
¿Qué hacer? Tanto brillo, tanta felicidad… Todo era tan perfecto que parecía falso.
“Tal vez sea la simplicidad del asunto lo que nos conlleva al error” había leído hacía mucho tiempo en un libro de Edgar Allan Poe, eso parecía estar sucediéndole en ese instante. Quería ver a su padre, liberarse de los malos recuerdos y poder ser sincero respecto a sus sentimientos que ahora eran un caos. Naruto quería estar a su lado y él deseaba lo mismo, lo único que los separaba era aquella sensación de estar equivocado, de olvidar algo importante, por alguna extraña razón la idea de encariñarse con aquel joven se le hacía peligrosa y ya no estaba dispuesto a correr más riesgos.
Esa noche, la última en la que tuvo total control de sus actos, durmió tan a gusto que las ganas de abrir los ojos cada vez se hacían más insignificantes. Lo único que lo mantenía conectado con el mundo real era el dolor que no podía sacar del pecho.