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Por siempre en penumbras. por Maira

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Notas del capitulo:

Bueno ouo tendría que estar publicando el capi de El escudo negro pero aquí estoy dejando esto para aliviar las ansias (? mientras lo termino. 

 

Es ByoxRui uwu~ de Screw. 

¿Alguna vez te has enamorado de alguien que no te correspondió?
Eso no te impidió dejarlo de amar o ser capaz de... entenderlo o bien... perdonarlo.
Solo era otra... niña desubicada, era solo... un alma perdida y tenía esa voz que, bueno... temerosa.
Era como si pudiera tomar todo el mal y toda la ira del mundo y con solo una palabra elevarlos al cielo y yo... la ayudé. Y le prometí que siempre estaría ahí... para protegerla.


Durante su época de escuela le había conocido. Mientras él era el matón que se encargaba de molestar a los más débiles, Rui era el chico más inteligente de la clase. Estaba claro que a cada uno en particular el mundo los odiaba. Pero seguían el curso de sus vidas día a día como si ese hecho formara parte de algo secundario.

No era como si el hilo del destino no los hubiera enredado. Byo solía molestarlo a la salida del colegio. Junto a sus amigos solían quitarle la mochila y vaciar el contenido en el cubo de la basura, golpearle, arrojarle cosas asquerosas que robaban de la cocina o los baños. Muchas veces Rui había esperado mucho tiempo en la biblioteca antes de volver a casa y así evitarle, pues no pertenecía a ningún club. Pero tardara lo que se tardara, siempre terminaba por ser el objetivo de aquel grupo de pequeños maleantes que incluso a veces le seguían a casa.

A partir del segundo año de preparatoria, concurrieron al mismo curso. La pesadilla de Rui se volvió real. Byo junto a un par de amigos que a pesar de ser un año mayores, ahora lo compartían con el pequeño al haber reprobado todas las asignaturas. Así la tortura se volvió continua hasta llegar a extremos impensables: no solo había dejado de dormir bien, sino que ya no era capaz de comer, ni de pensar. Ni siquiera podría concentrarse en sencillas tareas. Y los dolores de su cuerpo no ayudaban en absoluto. No había una semana en la que sus costillas o su rostro no presentara un moretón o una cortada. Se estaba volviendo loco.

Pero el gamberro le hacía la vida imposible por el simple hecho de que secretamente le gustaba Rui. No podría habérselo dicho a nadie más. ¿Qué iban a pensar si todos se enteraban de que le gustaba aquel sabelotodo? Por lo que el camino más viable había sido el molestarle permanentemente con el propósito de estar cerca suyo, poder tocarle y escuchar su voz. De esa manera con el tiempo las torturas pasaron a ser más psicológicas que físicas. Muchas veces le llamaba al móvil, cuyo número había obtenido en los legajos de la escuela, en plena noche con el propósito de escuchar su voz entredormida. Pero bien éste respondía, en medio de un sepulcral silencio cortaba la llamada.

Sin embargo el destino se encargó de hacerle pagar cada una de las fechorías que le hacía a los demás. No solo su hermano menor murió al caer accidentalmente en las vías del tren ese año. Sino que la muerte del pequeño conllevó a una grave enfermedad de su madre la cual terminó por suicidarse. Debido al hecho, su padre definitivamente se hundió en el alcohol dejándolos a ambos en banca rota.
Si eso no era pagar por todo lo malo que había hecho en su vida, no podía imaginarse como realmente era hacerlo.
Nunca había sido alguien que tuviera planes o una meta en la vida. Se divertía mucho haciendo abuso de su fuerza con los más débiles. Quizá creía que el resto de su vida se iba a desarrollar de esa manera, sin un futuro certero.
Pero lo definitivo fue que al poco tiempo de haber comenzado el último curso, pues aquel verano había estudiado duro por el simple hecho de volver a compartir el salón de clases con Rui, comenzó a frecuentar personas pertenecientes a la zona del Kabukicho y aledaños. Ese hecho acabó con la mitad de su vida.

Muchos decían que estaba destinado a eso. Pues alguien como él no sería capaz de entrar en una prestigiosa universidad o conseguir un trabajo decente. Algunos especulaban que bien terminara la escuela, iba a entrar en algún grupo mafioso para llevar a cabo tareas sucias como las de un sicario o ser el perro de algún influyente político. Nadie depositaba su confianza en él. A los ojos del mundo, Byo con casi 18 años no tenía futuro.

Sorprendentemente, al casi finalizar el año, él y Rui habían trabado algo muy parecido a una amistad secreta. Había bastado con pedirle unos apuntes, rogarle que le explicara las odiosas matemáticas y un par de encuentros.
Se veían los fines de semana en la casa del menor y escuchaban música, conversaban o comían alguna chatarra que habían comprado en la tienda. Aunque escondida a la vista de todos, era reconfortante.
Había descubierto que Rui no solamente era un chico más dulce de lo que pensaba. Sino que era alguien inteligente de veras, más allá de los libros de historia o la tarea de literatura. Conocía muchas cosas que le enseñaba, le mostraba páginas de internet que frecuentaba e incluso juntos repasaban los objetos en la repisa que jamás hubiera creído que tenía. Le era tan agradable pasar el tiempo con él que en muchas ocasiones se quedaba a dormir en un futón improvisado con unas pocas mantas. E incluso le cuidaba de algún otro matón que rondara por la escuela y fallidamente intentara molestarle.

Con todo eso, siempre había sentido que en muy en el fondo Rui le tenía miedo. Quizá solo fuera una sensación. Lo único que tenía bien claro, era que para él lo significaba todo. Rui era como una isla en medio del océano que conformaban todas esas personas y la miseria que le rodeaban.

Pero cuando creyó que todo iba sobre ruedas, él mismo lo arruinó.

Una noche llevó a casa de Rui unas pequeñas píldoras que los pandilleros con los que se divertía entre semana le habían dado. El menor se negó a probarlas, pues no quería consumir drogas porque creía que no era lo correcto. A lo que Byo, un poco enfadado, se colocó ambas debajo de la lengua.
Los efectos no tardaron mucho tiempo en llegar. A los pocos minutos ya estaba diciendo o haciendo alguna estupidez. Repentinamente también se había “puesto caliente”. Pensaba que se trataba de la droga más maravillosa del mundo e iba a consumirla otra vez en cuanto tuviera la oportunidad.

Rui lo miraba con los ojos entornados, pendiente a través de la ventana al camino de entrada a la casa. Pues temía que sus padres llegaran en cualquier momento de una cena a la que habían concurrido. Además, estaba muerto de miedo al pensar en que Byo podría hacer cualquier cosa encontrándose en ese estado.

No se equivocaba en absoluto. Pronto Byo le había soltado cuanto lo amaba, que sentía haberlo golpeado y herido durante todos esos años de escuela. Incluso le había pedido ir a la cama juntos, le había dicho que quería hacer el amor. Pero Rui se negó rotundamente ya que no era capaz de comprender como Byo siendo un hombre, para colmo su amigo podría estar enamorado de él y no solamente eso. Le dijo que le daba asco pensar en dos hombres teniendo sexo.

Esa noche Rui fue violado sin ser capaz de pedir ayuda.
 
Dime qué es lo que crees en este mundo, en este mundo de intoxicados.
Una voz que te enfurece hace eco en tus oídos alterados.
Deseos muriendo, ¿Crees en ti?
Estas huyendo de algo vil.
Violentos cambios sufres hoy.
Brutal ausencia, ¿Crees en ti hoy...?

Los siguientes años del final del curso que nunca terminó, Byo jamás volvió a ver a Rui.
“No quiero volver a verte nunca”. Una y otra vez en su cabeza se repetía en los momentos más vulnerables. Si en aquella época no hubiera comenzado a consumir las drogas con tanta fascinación, con tanto descontrol, todo sería diferente.
Pero ahora se había convertido en lo que todas las predicciones habían señalado. Por poco no llevaba en su frente el cartel de ‹‹Perro del jefe mafioso de turno››. Estaba tan perdido que no tenía vuelta atrás.

El alcohol lo llevó a las drogas, las drogas lo llevaron al sexo desenfrenado con el primero que se le cruzara. A los veinticinco años, se había vuelto un seropositivo que se acostaba con jóvenes prostitutos al igual enfermos que él.
Pero por más alcohol, drogas y sexo que tuviera, Rui siempre estaba ahí en su mente.

Muchas veces en la oscuridad de su asquerosa habitación de renta, durante altas horas de la madrugada mientras el chico de turno dormía, él se preguntaba cuánto habría crecido Rui, qué haría con su vida en ese mismo momento, de qué manera habría logrado sanar aquella herida que había abierto en él. Pero a veces no podía imaginarse absolutamente nada. Pues en su mente aquel seguía siendo el mismo pequeñito ángel que había conocido, con esa sonrisa tan preciosa y ese cariño que había perdido por completo. Entonces acariciaba la espalda del dormido, le besaba la mejilla con los ojos cerrados imaginando que aquel era el querubín que jamás podría olvidar. Incluso entre trago y trago de una nueva botella, les susurraba bonitas frases de amor al oído, siempre bajo el nombre de Rui.

Su padre había muerto de cirrosis hacía unos pocos años. No tenía pareja ni verdaderos amigos. Después de inyectarse caía en la cuenta de que estaba perdido, muerto en vida. Era un huérfano del mundo cuyo trágico destino había sido entretejido por él mismo y ya no existía nada que fuera eficaz para librarse de él. Es que lo sabía muy bien. Una noche simplemente iba a terminar con una bala en el cráneo, pagando así el mal absoluto que le había causado a su amado en aquellos años en los que había creído divisar una luz de esperanza.

¿Sabes...? ¿Estas muriendo o agonizando?

Trastorno límite de la personalidad. Eso era lo que había diagnosticado el psiquiatra de la cárcel.
Había ido a parar tras las rejas durante un año entero luego de que unos policías encontraran una gran cantidad de drogas entre sus ropas. No había podido mentir, pues una pequeña parte del total era para consumo personal.  

Su bienvenida al infierno fue entre golpes y violaciones por parte de unos cuantos a los que durante toda su “carrera”, había delatado, traicionado, enviado al mismo lugar en donde ahora se encontraba. Que se pudrieran, iba a esparcir su maldito padecimiento por todo el lugar si era necesario, pues lo peor no era ser maltratado sino la falta de drogas y la presencia constante de Rui en su mente.
A veces soñaba con él o con momentos del pasado. Se despertaba gritando o llorando mientras permanecía en posición fetal sobre su derruida litera. Y los golpes continuaban llegando, las peleas continuaban sucediendo. Incluso tenía miedo de ducharse.
Aquel lugar era la miseria encarnada. La comida le resultaba asquerosa. No había nada peor en el mundo que morirse de hambre cuando los más fuertes le quitaban su charola o simplemente no le apetecía comer aquellos restos de a saber dónde los habían sacado. Se había convertido en algo más parecido a un cadáver que a un hombre.

Después de haber sido liberado supo que nunca más iba a ser el mismo. La cárcel había cambiado por completo su existencia.

Y simplemente decides encarar lo que aborreces y quieres acabar.
Y hasta ahora decides despreciar lo que te enferma y no puedes curar.

Lo primero que haría si sobrevivía, se había dicho a sí mismo durante todo ese tiempo, sería buscar a Rui. Primero iría a su casa, vigilaría la misma durante días enteros si era necesario hasta dar con él. Pues sabía que no podría volver a aproximarse a esa puerta nunca más en su condenada vida. ¿Qué creía que sucedería al acercarse, tocar el timbre y decir: “Hola, madre o padre de Rui. Soy Byou, aquel amigo que ha violado hasta el cansancio a Rui hace unos cuantos años mientras estaba drogado. Pero no es algo de lo que preocuparse, vengo a saber que es de su vida ya que no puedo quitármelo de la maldita mente.”?
Tenía que limitarse a vigilar aquella puerta de entrada hasta lograr verle. No sabría decir exactamente si pudiera ser tan descarado como para acercársele en caso de encontrarle, pero con su manera impulsiva de ser, la cual se había desarrollado hasta alcanzar extremos que incluso a él le asustaban, no podía prometerse nada.

Así luego de que en el hospital público le colocaran la pulsera roja característica que los marcaba a ellos, los enfermos del HIV y le largaran de patitas a la calle, lo primero que hizo fue ir a disculparse con el jefe el cual con sus mismas manos le dio una gran golpiza. Tenía que pagar por su idiotez, comprendía los códigos. Una vez tuviera la oportunidad, se largaría con el maldito dinero que ganara a otro lugar lejos. Pero lo primero era lo primero.

Se mantuvo largos días y noches paseando por el vecindario que tanta nostalgia le trajo. A veces tomaba asiento sobre la acera opuesta a la casa, a veces observaba desde la esquina. Pero no notaba demasiado movimiento, nada que le diera indicios de que allí aún viviera alguien.
Era demasiado extraño pero obvio a la vez. Después de todo, ¿Qué demonios sabía él acerca de lo que había sucedido tras aquel episodio? En determinado momento al cuarto día después de notar que un coche se aproximaba a la casa, prestó atención.

El vehículo había subido hasta la entrada del garaje, pero no lograba recordar bien si el color era aquel. Nunca le había prestado especial atención al auto, pero algo en su mente le decía que ese color no coincidía con el que los padres de Rui habían elegido para el mismo.
Luego supo que quienes se apeaban ni siquiera se asemejaban a ellos. Una pareja quizá demasiado joven. La mujer abrió la puerta trasera para sacar de allí a un bebé mientras que el hombre se encargaba de asegurar bien las puertas. 
Su última esperanza se desvaneció cuando él sacó las llaves y abrió la puerta de entrada a la casa, cediéndole el paso a ella.

Esa tarde volvió totalmente abatido al trabajo. Asesinó como nunca, lo hizo a pesar de que no fuera necesario. Sentía como la sangre le hervía de pura impotencia al haber sido tan idiota. ¿Cómo habría podido pensar siquiera que Rui continuara en la misma ciudad luego de lo que había sucedido? Idiota, mil veces idiota.

Pero luego de haber llegado a la segunda botella de Ron, en su mente apareció una idea que rozaba la irrealidad. Era como si el alcohol hubiera disparado aquella hacia el centro de su mente para dejarla enterrada de manera firme, profunda, tal cual una espina: Cuando se encontrara por completo lúcido, quizá en la mañana, se escurriría hasta las oficinas del Registro de los Civiles y con alguna barata excusa le buscaría allí, entre los numerosos archivos apilados sobre los muebles o los cajones. Averiguaría el paradero de Rui. Estaba seguro de que lo lograría. Solo era cuestión de mostrar la mejor de sus pintas, hablar correctamente y rogar. Quizá debería llevar un poco de dinero para acelerar los trámites. La excusa que utilizaría por si acaso alguien notaba el ligero moratón que aún no desaparecería de su mejilla, sería que había sufrido una caída. Era un plan perfecto el cual no comprendía cómo alguien tan poco brillante como él había llegado a idear, pero procuró besar la botella que sostenía en su mano.

Así fue como al día siguiente se vistió con las mejores prendas y se escurrió hasta la salida para ir rumbo a la susodicha oficina. Tras un par de viajes en metro y en tren, cruzó una calle justo por la esquina para finalmente adentrarse. Estaba nervioso, jodidamente nervioso, pero tenía que disimular. No se había equivocado al llevar dinero extra. Luego de una barata excusa de un primo lejano buscando a su pariente, obtuvo lo que necesitaba: una dirección.
Al parecer Rui ahora vivía solo en un departamento en un octavo piso. La zona era buena, comercial. Por lo que supuso que el menor había logrado varias cosas en la vida.

Dobló el papel en dos partes y volteó luego de agradecer, pero antes de dar el primer paso se detuvo. Pues necesitaba saber algo más… ahora la intriga lo carcomía. Sacando un par de billetes de los grandes, preguntó por la ubicación de su trabajo. En qué registros aparecía o qué obra social poseía. Para su sorpresa, Rui era médico.

No es lo que pasa por su mente, sino lo que pasa por la mía.
No puedo olvidar mi promesa, es todo lo que me queda.

Una semana después, allí se encontraba. Sentado en la sala de espera, aguardando a ser atendido por el joven cardiólogo. A pesar de haber obtenido la dirección del departamento, no se había atrevido a ir, tampoco había tenido el coraje de hacerle una llamada. Ahora el cuerpo le temblaba casi descontroladamente. Era el primer paciente del día.

Las manos le sudaban tan horriblemente que tuvo que dejarlas contra sus oscuros jeans, mientras que su pierna se movía nerviosamente una y otra vez. Miraba hacia los lados, luego a la secretaria, a los pacientes que aguardaban luego de su turno, esos que realmente necesitaban de Rui. Entonces casi siendo la hora, le vio llegar.

No podía creer lo que sus ojos le enseñaban. Allí iba el amor de su vida, casi diez años después, hecho por completo un hombre.
Se había dejado crecer el cabello y lo había teñido, ahora se vestía bien bajo la bata blanca de médico. A su hombro, cargaba con un portafolio negro que dejó sobre el escritorio de su secretaria a la que saludó muy amablemente, esbozando aquella sonrisa tan tierna como la recordaba.

Quiso colocarse de pie e ir a abrazarle, quiso hacer demasiadas cosas fuera de lugar. Pero a cambio se removió en su asiento para quedar lo menos a la vista posible. Quería continuar observándolo sin que lo viera. Pero… vamos, que ni siquiera lo reconocería. A él los años se le habían venido encima y nadie sería capaz de reconocerle. Lo único que pensaba no había cambiado, era su mirada. Por lo que procuraría no quitarse las gafas oscuras hasta encontrarse dentro del consultorio.
El doctor tomó la ficha de cada paciente, su portafolio, finalmente las llaves del consultorio antes de desaparecer a través de la puerta.

Byo sentía que el corazón le golpeaba violentamente contra el pecho. No podía creer lo que estaba a punto de suceder. Y aquellos días de sufrimiento, repentinamente se le hicieron nada. De hecho se preguntó si acaso todo eso había sucedido en verdad.
Se puso de pie como impulsado por un par de resortes al escuchar su nombre falso, aquel que había dado junto con la documentación para obtener la consulta. El tiempo se le hizo eterno mientras dio los pocos pasos hasta saludar al médico con una reverencia.

-Puede ponerse cómodo, señor Tanaka-. Le indicó con una amabilidad que al otro le derritió por dentro. Byo escuchó como la puerta se cerraba con un ligero click mientras tomaba asiento.
De nuevo el tiempo se detuvo, escuchaba que Rui le decía o le indicaba algo más pero el sonido se había esfumado. ¿Qué demonios sucedía? Al volver a caer en el planeta Tierra, el menor había ojeado la ficha, le había preguntado si venía por un control. Estúpidamente asintió mientras ahora éste, le indicaba que se quitara la camisa y se recostara en la camilla que descansaba a un lado en la pared.
Los antejos oscuros casi resbalaron de sus dedos, las manos le temblaban notablemente. Si no quería actuar como un idiota, de verdad tenía que controlarse. Pero la suave voz le indicó que no estuviera nervioso. Muy bien, aún no lo había reconocido.

Los siguientes momentos, los dedicó a dejarse examinar sabiendo muy bien que en ese sentido no padecía nada en absoluto. Pero repentinamente el médico le tomó la mano, aquella de la muñeca en la cual la pulsera lo delataba. Se tensó tanto ante ese simple roce, esa calidez que creyó su cuerpo se iba a levantar por voluntad propia para plantarle un beso en los labios.

-¿Está tomando la medicación correcta, señor Tanaka?-. Entonces le preguntó –éste hospital la provee de manera gratuita, por si acaso llegara a tener algún problema en conseguirla-. Una sonrisa que terminó por derrumbarle el mundo.

-Sí, la estoy tomando. Muchas gracias-. En eso no mentía. Pensó en que tal vez no estaba tan mal un poco de sinceridad.  

-Muy bien. Su corazón está sano. Pero va a tener que cuidarse mucho-. Respondió antes de dejar de lado todo lo que había usado para dirigirse al escritorio y redactar el informe. Pero al ser detenido, frunció el entrecejo ligeramente extrañado -¿Sucede algo?- no hubo respuesta.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué había hecho eso? Estaba actuando como un demente cuando lo que menos pretendía era asustar a Rui. Se sentó viéndolo fijamente, sin soltarle pero manteniendo cierta presión sobre su antebrazo durante largos minutos -¿No me recuerdas, cierto?- las palabras brotaron de su boca mientras sentía como poco a poco se iba hundiendo en aquella espiral que conformaba la desesperación.

Sí que lo sabía… la transición que sufrió la expresión de Rui le rompió el corazón. ¿Qué había esperado? ¿Qué el chico se lanzara sobre él y lo llenara de besos? Lo había violado y eso le había marcado de por vida. Ahora el menor no solo estaba aterrorizado, sino que sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

-¿Qué diablos quieres?-. Preguntó colocándose a la defensiva, deshaciéndose del agarre con una fuerza que Byo no creyó que poseería.   

-No vengo a hacerte daño…- comenzó a explicarle con la voz quebrada. La tensión había llegado a su punto máximo –solo… solo quería saber cómo estabas. Qué había sido de ti. Saber cuánto… cuánto habías crecido. Te busqué-.

-Supongo que ya lo sabes- respondió de una manera tan fría que logró lastimar al mayor, luego volvió a dirigir sus ojos hacia la pulsera roja.

-Sí, lo sé-. Respondió totalmente afligido –has crecido mucho y has logrado algo bueno, Rui. Mírate, eres médico… supongo que tienes una bonita vida. En cambio yo…-.

-Soy médico porque estudiar algo que ocupara mi tiempo por completo me ha salvado la vida. ¿Cómo crees que me sentido durante todos éstos años? Tienes lo que te mereces y aún falta que te suceda algo aún peor-. Sentenció el menor volteando para ir a buscar las cosas del “paciente”. Se las arrojó a la cara y acto seguido, cruzó sus brazos sobre el pecho –ojalá te mueras rápido-.

-Yo… - suspiró profundamente bajando la vista hacia sus cosas que ahora mantenía sobre las piernas –lamento todo lo ocurrido. Jamás pude disculparme, ni siquiera ese día. Aún te amo. Aunque no sirva de nada ya… ojalá… ojalá las cosas hubieran sido diferentes. Pero tienes razón- comenzó a colocarse la camisa nuevamente, poco a poco –tengo mi merecido. He estado en la cárcel, me han…-.

-No quiero volver a verte. No me interesa lo que te hayan hecho en la cárcel. No me interesa nada de ti. ¡Vístete y vete! En cuanto se te ocurra volver a acercarte a mí, voy a hacer que te encierren otra vez. Estás loco. ¿Acaso no tienes idea de lo que has hecho? Eres un maldito descarado, siempre lo serás-.

-L-Lo siento, de verdad lo siento. Pero si me permitieras enmendar mi error…si… si me permitieras verte tan solo una vez al mes…-.

-Llamaré a seguridad para que te saque de aquí si no te vas ahora mismo- respondió con seriedad mientras a grandes zancadas se dirigía a su escritorio.

Así, secándose las lágrimas y volviendo a ocultar los ojos tras las gafas oscuras, Byo se despidió para siempre de aquel tierno muchacho que continuaría cautivándolo de por vida. Prometió no volver a molestarle, no quería volver a pasar por aquello. Había sido un idiota al durante todos esos años haberse hecho falsas ilusiones. Después de todo el único que había estado enamorado era él, hora estaba pagándolo muy caro.
Bajó las escaleras casi al trote, intentando secar las lágrimas que resbalaban por debajo de las gafas. No podía detenerse, pero tampoco podía detener el llanto. Si continuaba así, pensó, iba a tener un accidente.

Bien salió del hospital, se internó en el callejón a un lado para dejarse resbalar por la pared mientras las lágrimas le escocían los ojos. Se golpeó a sí mismo contra el muro de ladrillos varias veces, hasta que las gafas cedieron y un fino hilo de sangre resbaló desde su frente. Luego se dejó caer hacia un costado, entregándose a la sensación de poco a poco perder la conciencia. Si tenía suerte ya no despertaría.

Dime qué es lo que crees en este mundo, en este mundo de olvidados.
Un grito que huye de ti hacia lugares ya abandonados.
Deseos muriendo, ¿Crees en ti?
Estas huyendo de algo vil.
Violentos cambios sufres hoy.
Brutal ausencia, ¿Crees en ti hoy...?

Nada ni nadie podrá llevarse lo que sabes, nada ni nadie podrá llevarse lo que puedes ver.

Despertó en su asquerosa habitación de renta. Al instante el dolor le atravesó el cuerpo como si alguien le hubiera enterrado mil agujas. Si allí se encontraba era porque el jefe le había dado una nueva golpiza mientras se encontraba en algún extraño estado entre la vigilia y el sueño. Ni siquiera recordaba qué había sucedido luego de haber abandonado el hospital.
Lo único que rondaba por su cabeza eran las duras palabras de Rui, su expresión molesta, triste, sus lágrimas. Aquella visita había resultado ser más de lo que podía soportar.

Rodando sobre sí mismo hasta quedar de lado, se colocó a llorar ahogando los sonidos con la almohada. Ni siquiera tenía a alguien en ese preciso instante para hablar. Tendría que tragarse sus penas hasta el fin de los tiempos, continuar caminando hacia adelante. Pero… ¿Cuánto tiempo lograría vivir de esa manera?
Sus últimas esperanzas recayeron en su enfermedad. Tenía que morirse rápido, tal cual Rui había dicho. Aquella mañana, rezó como nunca lo había hecho por su propia muerte.

Y simplemente decides encarar lo que aborreces y quieres acabar.
Y hasta ahora decides despreciar lo que te enferma y no puedes curar.

Pero el tiempo pasaba y el milagro no sucedía. Prácticamente se había entregado a la muerte. No sólo había dejado su medicación, la cual era vital para levantar sus defensas, sino que más de una vez se había dado una sobredosis. Incluso llegó a cortarse las venas pero despertó luego de haberse desmayado, completamente débil para arrastrarse a la cama tal cual como el gusano que era.

La muerte se rehusaba a llevárselo. Su condición mental se había deteriorado. Para colmo, se pasaba el día borracho. Y Rui… ¿Qué estaría haciendo? ¿Habría pensado en él luego de haberlo visto? Se golpeó nuevamente hasta lastimar profundamente uno de sus nervios el cual le dejó con un ligero defecto en el párpado de su ojo derecho. Éste se cerraba violentamente dándole una sacudida completa a su cabeza. Incluso le habían puesto un cruel apodo luego de sucedido el hecho.

En otra ocasión intentó ahogarse en la sucia tina con la que el departamento estaba equipado, pero uno de sus compañeros el cual traía un recado del jefe le salvó justo a tiempo.

La noche en la que decidió ponerle un fin al problema había una tormenta perfecta. Nadie escucharía el disparo, pues éste se confundiría con el sonido de los truenos. Así cargó el arma mientras intentaba no pensar en nada más. Toda su vida había sido una completa mierda, no entendía porque había creído que iba a terminar en un final feliz cuando para personas como él no existían ese tipo de cosas.

En lo último que pensó antes de accionar el arma fue en volver a conocer a Rui en su próxima vida. No volvería a cometer errores, ya había aprendido lo suficiente bajo el castigo que los hilos del destino le habían impuesto al haber tomado la forma de la horca. Con los años se le habían ajustado tanto al cuello que el acto de respirar se había vuelto agobiante. Ya era hora de rendirse. Ni siquiera permitió que su vida pasara por delante de sus ojos.
Prometiendo que no volvería a portarse mal, accionó el gatillo y todo se sumió por siempre en penumbras. 

Notas finales:

Y pues ouo creo que cada día estoy peor de la cabeza (?) 

Creo que nunca voy a hacer finales felices o.o xD

 

La canción es esta uwu~ a mí me gusta mucho: 

 

http://www.youtube.com/watch?v=2OwFtHm7ERg

 

Se la cuidan ewe nos vemos mañana en la actu del escudo negro. Yo por ahora voy a dormir que ya es tarde y ni coordino lo que escribo xD  -besines a todos y huye- 


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