Los oídos me pitaban de manera terrible, y solo sentía ese asqueroso olor a quemado…a carne quemada. El chisporroteo de las llamas seguía oyéndose, y me llamaba la atención que aún no me hubiesen consumido. La piel me ardía tanto…Tal vez debería haberlo intentado, pero no podía moverme. No quería abrir los ojos, ni siquiera sabía si podía hacerlo. Notaba como mi brazo izquierdo colgaba inerte mientras la sangre se deslizaba hasta mis dedos, goteando una y otra vez…
¿O no…?
Entreabrí los ojos, mareado, intentando enfocar la vista en aquella penumbra. ¿Cuánto tiempo había pasado? Sentía como si hubiese estado entrando y saliendo de un estado febril durante días. Los recuerdos se confundían con los sueños y mi mente no conseguía situar las imágenes inconexas que iban apareciendo. Pero el olor a quemado había sido tan intenso…
Giré la cabeza lentamente, sintiendo un fuerte dolor en el rostro y contemplé aquél brazo que apenas sentía como mío, envuelto casi totalmente en unas vendas con restos de sangre. Con la mano derecha rocé mi cara lo suficiente para notar la piel rugosa y destrozada. Cerré los ojos con fuerza…aún seguía quemando.
Volví a abrirlos con sobresalto al sentir el alivio de un paño frío sobre mi piel. De pié junto a la cama había un chico alto y pelirrojo, con vaqueros y camiseta a rayas. Parecía casi tan sorprendido de verme despierto como yo de, simplemente, verle ahí. Abrió la boca para decir algo, sin embargo la cerró cuando alargué el brazo, mi brazo malo, para quitarle esas estúpidas gafas de protección y tirarlas lo más lejos posible. Por fin me encontraba con esos ojos verdes llenos de preocupación. Compuse una sonrisa con el lado bueno de la cara mientras le apartaba a duras penas un mechón de pelo.
-Matt…
La voz me sonó pastosa y ronca después de tanto tiempo sin usarla, y sin pedir permiso tiré de su camiseta hasta tener su boca al alcance. No me rechazó, nunca lo había hecho. Los besos de Matt sabían a tabaco barato, y aún así me parecieron más dulces que el chocolate. Su piel estaba salada y sus manos, frías al contacto con mi cuerpo; pero no era algo que me importase. Sus labios tocaban cada centímetro de mi rostro, como si nada más le importase. Sus dedos borraban el dolor y hacían aparecer el deseo allí donde tocaban. La piel me ardía, y ahora no solo por las quemaduras.
Aprisioné sus labios en un beso que ahogaba nuestros gemidos mientras hacíamos el amor. Adoraba escuchar sus suspiros de placer, pero adoraba aún más los besos de los que no había podido disfrutar en tanto tiempo. Arañé con fuerza su espalda en el momento del orgasmo mientras rodeaba su cadera con mis piernas. Aún no habíamos olvidado como acompasarnos para llegar a la vez.
Tras acabar nos abrazamos bajo la sábana, mientras yo apoyaba la cabeza en su pecho. No habíamos cruzado ni dos palabras, pero no había prisa. Toqué con cuidado las heridas que acababa de hacerle mientras pegaba el cuerpo aún más contra el suyo, sintiéndole mío por completo. Nunca, ni Kira, ni nadie, podrían quitarme aquello.
¿O si…?