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Tainted. por Agatha Shadiness

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Notas del fanfic:

 

 

Notas del capitulo:

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen…

Advertencias: Drama. AU. OOC. 

 

T A I N T E D

Los ojos mieles observan con cuidado el pizarrón, hay al menos diez nombres de diferentes escritores que le suenan medianamente conocidos, a su izquierda tiene la ventana, a su derecha a la única persona en el mundo que jamás en toda una vida le pasaría una sola de las respuestas del examen.

La situación para el rubio pintaba medianamente mortal, hasta que el maestro empezó a presionar para que copiaran las respuestas del pizarrón porque escribiría otras. Joey suspira con fuerza, era imposible que lograse sacar al menos un redondo seis como calificación final en la clase de filosofía y entonces, resignado a su cruel destino se permite voltear hacia la derecha y admirar lo único filosofal que le gusta admirar.

El aristócrata y elegante perfil de Seto Kaiba. Sus castaños cabellos brillando como canelas frescas a contra luz del sol, su finísima nariz, pulcra y siempre en una curva perfecta de pequeño tamaño, sus labios delgaditos, con un color carmín inundándolos, añora probar aquellos frescos duraznos que sabe, jamás serán para él.

Joey azuza un poquito sus ojos, el maestro está distraído vigilando a Tristán al otro lado del salón, no por nada los separó al inicio del examen, así que él puede darse el lujo de ver a Kaiba todo lo que quiera, total, si lo cachan dirán que copiaba su examen, no que admiraba su perfecta y dulce belleza, porque así, calladito, tan serio y concentrado, Seto hasta parecía dulce, después de todo hasta menor que ellos era ¿no?

Unos momentos después el castaño termina de copiar las respuestas y sintiendo esa mirada sobre su persona voltea al rubio que le sonríe como un bobo sin darse cuenta que el de ojos azules se ha sonrojado.

Luego el examen continúa y Joey hace como que medio lo contesta y medio lo copia de algún compañero, todo para que el maestro no se extrañe de su comportamiento. Seto se levanta de su butaca con el examen terminado y pasa a un ladito del rubio, de su mano pegada a su cadera cae un papel hecho bola a la banca del joven de ojos miel, y éste sorprendido lo toma.

Espera que sea un insulto o  algún “¿Idiota qué haces viéndome como enajenado?”, pero no le importa, porque si tiene la letra bonita del ojiazul se lo va a quedar, sin embargo, lo abre con cuidado y debajo de la butaca encuentra todas y cada una de las preguntas, numeradas del uno al treinta en rojo y la respuesta claramente a un ladito, con letra pequeña, pero tangible y perfecta, sólo como la mano de Seto Kaiba es capaz de escribir.

Joey, que posee de vergüenza y recato del .001% en toda su finísima persona, copia a prisas las respuestas y entrega, ante la atónita mirada del grupo total (maestro incluido), el examen y sale casi disparado hacia el sauce enorme de lado oeste de la preparatoria.

Unos minutos después lo encuentra, recargado y con la mirada clavada dentro de su libro, Joey se acerca despacito y se da cuenta de un pequeño detalle que antes no concibió, los ojos azules del joven genio muestran unas claras y largas ojeras, que ennegrecen sus ojitos claros, unas que ya le ha visto días antes y hasta ahora vino a asociar, sus labios aunque deseables como  nunca antes están resecos, su postura no es la misma de siempre, se encorva un poco y sus brazos no parecen tener la misma fuerza y energía para sostener el libro justo frente a su rostro, sino que está vez lo lee recargado en sus piernas, con las manos abriendo ligeramente las páginas.

—Kaiba— Le llama el rubio cuando ha terminado por acercarse.
—Wheeler— La voz, que siempre había sido orgullosa, energizante hasta la médula, hoy suena un poco casina, vacía, hueca  o tal vez rasgada, la incertidumbre crece dentro de su pecho.
—Quisiera agradecerte por lo del examen.
—No sé de qué me hablas— Dice el castaño volviendo su vista desinteresada hacia el libro, lo cierto es que estaba hecho un nudo de nervios, primero por ser descubierto, segundo por tener tan cerca al rubio, que hasta podía oler su fresco aroma a mentol.
—De este papelito que me diste con las respuestas— Dijo Joey extendiendo frente a él dicha hoja.
—Fue un desliz, olvídalo.
—Pues desliz o no, te lo agradezco mucho.
—Bien, estoy enterado, ¿algo más?— La sonrisa de Joey se amplia, ahí frente a él tiene esa clara respuesta para entrar en el juego al que más gusto y amor le tienen ambos.
—Eres un amargado limoncito ¿sabías? Sabes que, como no me gusta deberle nada a niñatos mimados y engreídos como tú, dime, ¿hay algo que pueda hacer para pagarte el favor?

Golpe bajo, Seto, aunque indiferente en su faz frente al rubio siente una profunda y profusa herida, su gesto había sido tomado más como alguna otra forma de ofensa que como lo que había sido realmente, una manera simple de tender la ayuda a quienes había considerado sus amigos en algún punto de su retorcida historia.

—No lo hice por esa razón Wheeler, así que puedes quedarte con tu pago, de ti no me hace falta nada.
—Y si no fue por eso, ¿entonces por qué fue?
—Porque me dio lastima un perro ignorante que siempre tiene la cara de idiota papador de moscas en clases.
—Maldito ricachón, uno que viene con buenos modales a agradecer. — Joey se embravece, le causa cierta punzada estomacal ser tratado como algo referente a un canino por el castaño.
— ¿A eso llamas modales, perro inútil? — Seto se agita, levantándose del sauce ante lo que presentía era una nueva pelea. —Sólo lárgate de aquí y déjame estar solo y en paz.
—Te voy a enseñar a respetar a tus mayores.
—Eso es lo más ridículo que pudiste haber dicho en tu vida Wheeler.

Joey no lo soporta más y se lanza contra Seto, atrapando sus manos entre sus muñeca y estrellándolo contra el sauce, un quejido agónico sale del cuerpo del castaño, que cierra los ojos esperando que el rubio lo golpee, pero dicho dolor nunca llega, sino una extraña mirada sobre su persona, la misma que le caló hasta el alma en el salón.

— ¡Maldita sea Kaiba!, ¿es qué acaso no podemos tratarnos ni medianamente bien?, me estoy hartando de esto. — Un poco preocupado por  la debilidad con que se ha prestado el cuerpo del castaño al suyo Joey libera un poco de presión.
—Entonces déjalo ya y dime qué demonios quieres conmigo, ¿por qué te pasas la vida viéndome con cara de idiota?
—No tengo cara de idiota, idiota Kaiba, deja de llamarme así. — Los rostros de ambos se acercan con lentitud, entre gritos y alaridos cada vez más fuertes se va haciendo corto el espacio, hasta que el último insulto de Seto muere en los labios de Joey.

No hay ternura en esa entrega, son dos bestias mordiéndose los labios y robándose el aliento con las lengua, Joey toma con fuerza la nuca de Kaiba y lo restriega entre sus manos, Seto aprieta la camisa del uniforme blanco del rubio entre sus puños, su gemido nace en la garganta al percibir como ese beso se hace demandante, lleno de un ardor placentero, pero incrustándose con dureza en su frio corazón, resquebrajándole el alma en esquirlas.

Luego Seto se separa con rapidez, cortando el momento de ambos y llevándolos al infierno de la realidad.

—Nunca — Dicta Seto con los ojos azules convertidos en dos encharcadas lagunas — ¡Jamás en tu vida vuelvas a hacer eso Wheeler!

El castaño levanta sus libros y sale casi corriendo a tropezones hasta la puerta de la preparatoria, pronto le dejan salir sin mayor preámbulo, Joey se ha quedado embobado viendo el sauce, con un nido de abejas en la cabeza, sin saber a ciencia cierta si lo que había hecho traería mayores consecuencias el día de mañana y pensando en por qué esas hermosas lagunas azules parecían desbordarse en un agónico dolor.

 

 

 

 

 

 

            Y el día de mañana había llegado hacia casi una semana, Joey estaba que moría de preocupación y nervios, Kaiba no se había presentado en días a la preparatoria, sus maestros no daban información alguna y no es como si alguien más aparte de él se preocupara por saber la razón de las ausencias del castaño, pues tal vez todos lo atribuían a sus múltiples ocupaciones en la KC.

Joey se da cuenta, al llegar temprano esa mañana a la preparatoria y sentarse en el mismo lugar de siempre que extraña de sobre manera la presencia del castaño, pronto el aula comienza a llenarse y sus amigos entran saludándole. Al fin el grupo de Yugi está completo y extrañamente para todos, el rubio no está haciendo el escándalo y bullicio acostumbrado cuando en escasas ocasiones llegaba temprano, su hiperactividad era tan famosa como la mona lisa.

— ¿Joey, te sucede algo?— Pregunta el joven de cabellos en pico, quien siempre ha tenido una susceptibilidad sorprendente.
—Nada Yugi estoy bien.
— ¿Seguro viejo, te vez algo preocupado?— Cuestiona el otro mejor amigo recargando su brazo sobre los hombros del rubio —Tú sabes que siempre puedes contar con nosotros Joey.
—Gracias Tris, pero de verdad no es nada chicos.
—A mí me parece que Joey sufre mal de amores —Bromea la castaña amiga y todos se sonríen, aunque al rubio no le ha causado gracia. — Y dinos Joey, ¿quién es la afortunada?
—No hay afortunada Tea, de verdad.
—No mientas amigo, tienes ojos de loco y enamorado, de por si tus ojos de loco ya son peligrosos, pobre de la que sea la víctima — Bromea el moreno más alto y luego le da unas palmadas en la espalda, pero Joey se arma de valor y siguiendo un poquito esa locura que todos tienen en el momento lo comenta.
—Y si no es una chica, porque es un chico, ¿ustedes qué pensarían?

El grupo guarda silencio y se observan los unos a los otros, los ojitos mieles del rubio esperan un veredicto, uno que llega en forma de carcajadas entre sus amigos.

— ¡Ah que Joey siempre tan bromista!
—Claro, Joey Wheeler, el chico más mujeriego del colegio un marica declarado, como no — Dicta Tristán aun acompañado de los otros dos con sus risas.
—Vamos chicos, consigámosle un novio a Joey, tal vez Zusuki, el chico rubio de tercer grado— Le dice Tea acompañando a sus otros dos amigos con la broma.

Joey se aterra ante la reacción de sus amigos y finge reír junto con ellos, los nervios le comen la boca del estómago, nunca creyó escuchar tal puñalada blanca por parte de sus mejores amigos.

—A que se van a ver chulos — Comenta Tristán para acabar la broma.
—Vamos chicos. Ya basta, es sólo un juego —Dice Joey, que al fin ha comprendido la crueldad de la sociedad donde vive.

Luego de un rato de más bromas pesadas suena la campana y ante la vista atónita de todo el mundo, Seto Kaiba llega diez minutos después que la clase iniciara. Con una disculpa y trabajo extra el joven castaño se sienta en su mismo lugar y comienza a tomar la clase y aunque para todo el mundo el hecho no trascendió más allá de la sorpresa inicial, Joey había sentido que una losa se bajaba de su cansada espalda una vez que el joven cruzó por la puerta del aula.

De nuevo sus ojitos mieles volvieron a recorrer la figura cansada del castaño, las ojeras de Kaiba seguían ahí y tal vez más pronunciadas que la última vez, su piel un poco más pálida y sus manos más delgadas, Joey se da cuenta que ha bajado de peso de una semana a la otra, no puede calcular cuántos kg, pero si es preocupante la perdida, también nota que la espalda del castaño se ve más tensa que la última vez, le cuesta trabajo mantenerse recto como en otrora.

Definitivamente el chico ojiazul se veía como si cargara en su propia espalda la loza que Joey había tirado en alguna parte del aula. Las clases pasan con lentitud, a Joey le toca ver cerrarse de cansancio esos ojos azules un par de veces, hasta que por fin suena el timbre  y todos se apresuran a salir al descanso, Joey hace lo propio escurriéndose entre los pasillos sin ser notado.

Llega antes que el castaño hasta el sauce y lo espera escondido detrás, pronto la figura del joven se asoma, su caminar es armonioso pero lento, tan altivo como siempre, pero fatigado en cada movimiento que hace, se sienta despacio en el verde césped y saca uno de los libros, esta vez no lo abre, sino que comienza a sobarse los ojos con las puntas de sus finos dedos.

— ¿Estás fatigado? —Pregunta el rubio caminando hacia el frente del castaño, sus ojos azules se abren sorprendidos, como pidiendo que el rubio se marche antes de que otra cosa suceda.
—Eso es algo que no te importa, lárgate de aquí, te dije que no te acercaras más a mí.
—No, tú dijiste que no te besara de nuevo, no hablaste sobre acercarse.
— ¿Te quieres pasar de listo Wheeler?
—No en realidad, sólo quiero hablar, Seto.
— ¡Cómo te atreves a llamarme por mi nombre!, jamás te he dado tal permiso.
—No lo necesito, eres menor que yo y puedo llamarte como me dé la gana.
—Sobre mi cadáver, ¿entiendes Wheeler? — Seto se ha levantado rápido y le sujeta de la camisa, pero un mareo atenta con echarlo al suelo directo, cierra sus amenazantes lagunas azules y con una de las manos que sujetaba la camisa del rubio se sujeta la frente, Joey, que en ningún momento se perdió sus reacciones le abraza para evitar que caiga.
—Creo poder esperar un par de días, aunque, yo no quisiera que eso pasara nunca.
—Suéltame Wheeler— Seto aún siente que el mareo no se aleja del todo, está seguro que si se suelta del abrazo de Joey caerá duramente, pero no quiere seguir tocándole porque tiene miedo de quemarse la piel a fuego lento con su simple calor, uno que es puro, trasparente, sin pecado alguno. —Cómo te atreves a hablarme de esa manera, a tocarme ¡Suéltame ya!

Los delgados brazos de Kaiba intentan inútilmente separarle de sí, pero Joey no lo permite, porque está perdido en la hermosa sensación que nace al tener al castaño acurrucado entre sus brazos como un niño chiquito.

— ¿Cómo te atreves tú a descuidar tanto tu salud?
— ¡Qué te importa!, no voy a repetírtelo perro pulgoso, suéltame.
—Si claro, para que te vayas de bruces al suelo, como no.  —Seto se mueve un poco más fuerte cuando el mareo pasa lento, Joey quiere seguir robándole ese abrazo hasta que la vida se le termine en ello, puede sentir cada musculo en el cuerpo de Kaiba tan tenso como una cuerda de guitarra afinadísima, a punto de romperse en cualquier instante que la halasen con fuerza. —Voy a colocarte en el suelo, no quiero que te des un golpe si te suelto, así que tranquilízate, porque lo creas o no esto es sólo por tu bien.

Una vez sentado entre el pasto, lo recarga en el tronco grueso del sauce, el castaño se sujeta la frente y cierra los ojos cuando nuevos mareos le quitan la estabilidad.

—Eres un testarudo Kaiba, yo solo quiero ayudarte.
—No necesito tu ayuda Wheeler.
—Pues la tendrás de todas formas, la semana pasada, yo no necesitaba tu ayuda, —Unos ojos azules intensos en furia se abrieron con reproche y Joey tuvo que ceder y conceder la razón. —de acuerdo, si la necesitaba, pero no la pedí y tú me la diste ¡Y no me digas que no!, desliz o no desliz. Así que ahora, aunque no la quieras, aunque la desprecies, aunque la aborrezcas o le tengas asco, te la voy a otorgar.
— ¿Y qué pretendes?, ir por medio colegio gritando para que todos vengan a verme.
—Nop, algo más simple.

Joey se remanga la camisa y luego le quita la mano de la frente a Kaiba.

— ¿Qué haces?— Pregunta cuando siente la palma fría del rubio en su piel, su corazón se acelera, su respiración se hace un poco más rápida.
—Me aseguro que no tengas fiebre. —El aliento de mentol del rubio le da directo en el rostro, refrescándole todas las ideas, sus ojos azules, cansados, pesados y llenos de ardor se centran en los mieles de Joey, añorando el beso que antes había recibido y estúpidamente rechazado con miedo. —Bueno, recuéstate en el césped.
—Y eso para que —Pregunta el castaño sin moverse ni un ápice.
—Estas sumamente agotado, lo pude notar en las clases, mi padre me ha enseñado a dar masajes relajantes, él dice que siempre hay que saber un oficio y el de él es curar a las personas enfermas de cansancio, así que recuéstate y deja que te libere de él.
—No vas a ponerme una pata encima perro.
—Si empiezas de nuevo con eso te morderé.
—Sólo eso te faltaba pulgoso.
— ¡De acuerdo! Tú te lo buscaste. —Joey se acerca peligrosamente al castaño y antes de que pueda moverse atrapa entre sus dientes el lóbulo derecho del ojiazul, quien pega un gritillo, no precisamente de dolor. Joey sigue pegado de ese pedacito de piel sin soltarse y recarga su cuerpo en el más delgado, luego, siente como este va cediendo hasta quedar completamente recostado en el verde césped, se separa enrojecido, sólo para observar unos ojos azules completamente cerrados por su dueño.

Su respiración es cada vez más pesada y antes que pueda siquiera pensar en otra cosa se sienta arrodillado a un lado del castaño y comienza a sobar sus hombros, notando los duros nudos que existen en sus tendones, sus manos pasan a los delgados brazos de Kaiba, tentándolos con cuidado y extendiendo entre sus palmas los músculos de esas delgadas articulaciones, aprieta con cuidado los antebrazos, como si extendiese con ello dos suaves masas de algodón que por alguna razón se encuentran endurecidas hasta el punto del dolor.

Seto pega un pequeño gritillo y luego un gemido, las manos desnudas de Joey han abierto su uniforme.

—Demonios Seto, no sé cómo alguien soporta el uniforme abotonado hasta el último ojal, ¿es qué acaso no sientes ahogarte con él? — Los ojos azules se abren, sorprendidos ante la incesante preocupación que nace en el rubio.
—Me gusta así, es una forma de controlar lo que sucede dentro de él.
—Pues vas a tener que dejarlo descontrolarse, porque voy a quitarte el uniforme.
— ¡No espera!
—¿Qué?, vamos Seto, no seas pudoroso, estamos completamente solos.— Las manos del castaño han ido a parar sobre las de Joey, la ansiedad por querer sentir lo que el rubio propone y la necedad de no permitirlo para no traspasar esas barreras se lo come en pedacitos, su piel pegándose a la lisa del rubio, sus manos apretando con incontenible miedo a perder la razón entre aquellos brazos le dicen a Joey lo aterrado que Seto esta, por más que trate de esconderlo entre sus fríos gestos.
—Pero es un lugar público, cualquiera podría mirar.
—Todos están en la cafetería y como la preparatoria completa sabe que “este” es el sauce de Seto Kaiba, nadie se acerca aquí, jamás. Por favor, déjame ayudarte.
— ¿Porque haces esto?
—No lo sé, porque quiero…realmente quiero. — Seto se esparce con un poco de tensión en el césped ante un ligero silencio que se arma de un momento a otro, luego sus manos que habían atenazado las muñecas del rubio van soltándole, dedo tras dedo, como finos hilos de seda se desprenden con elegancia de la piel de Joey y se postran a los lados de su cuerpo.
—Está bien — Sisea despacito y cerrando los ojos, Joey sonríe, antes de comenzar a abrir la camisa blanca del joven empresario.

Ante sus mieles ojos un pecho delgado y unas costillas finas y marcadas en los costados de un estómago plano suben y bajan con intempestiva furia, Joey sabe que el castaño nuca ha permitido, ni permitiría, de no ser porque él se tomó la molestia de ver más allá de esos ojitos azules, que alguien le pusiese una mano encima, así que con delicadeza comienza a acariciar aquellos tendones del cuello, los hombros, los brazos y la clavícula, arrancando de Seto algunos suspiros al sentir la forma tan cuidadosa y tierna en que Joey le tocaba el cuerpo.

—Sólo relájate — Le pide el rubio y luego procede a sacarle la camisa con el mismo cuidado que siempre, los ojos azules permanecen cerrados como dos cortinas negras impidiéndole aceptar por completo su osadía de dejar por un minuto, la máscara de frio e impenetrable hombre sin corazón. —Recuéstate boca abajo.

Sus nervios se tensan un poco, pero con los ojos aun cerrados se gira y le deja espacio a Joey para observar sus músculos contraídos, las manos lisas del rubio comienzan a frotar su espalda, en largos y cadenciosos círculos comienza a deshacer aquellos nudos sobre los brazos del cuello, Seto suelta un par de quejidos mal contenidos, siente un esquicito y delicioso cosquilleo viajar por su cuello, traspasando su columna, recorriéndole la médula hasta incrustarse en lo más profundo de su cerebro, con un placer y descanso que nadie nunca le había proporcionado.

—Eso es, relájate —Le dice Joey acercándose un poquito al oído del castaño, apretando con un poquito más de presión los hombros y luego pasando a su espalda contrayendo contra el suelo sus costillas y la columna, donde la piel blanca se enrojece un poco ante la sensación.

Seto se deja ir y comienza a caer en un descanso incomprensible para él, sus manos pierden fuerza y se siente, por primera vez en su vida, completamente tranquilo. Joey comienza a meter sus dedos entre sus finos cabellos, jalando un poco, provocando en Seto una deliciosa sensación eléctrica que recorre la piel de su cráneo, luego pasa a su cuello que acaricia en círculos extendiendo entre sus pulgares la tensión tras ellos.

— ¿Lo ves?, ahora te sientes mejor. — Joey para su trabajo un momento y toma entre sus brazos al castaño, ayudándolo a girarse y volver a estar sentado aún sin la camisa puesta, Seto nunca ha sentido tanto que un momento se termine como ese — Sé que dijiste que no lo volviera a hacer, pero tendrás que perdonarme, porque no puedo contenerme.

Joey, que nunca en su vida había sido el chico con más autocontrol del mundo, toma entre sus manos el rostro aun impávido de Kaiba y se acerca con lentitud, los labios sellados, así como sus ojos no pueden si no detectar escasamente el movimiento que el rubio hace, pero aun así, el castaño no hace absolutamente nada por detenerle y tampoco lo desea hacer.

Un beso cálido y tierno llega a su boca, los labios de ambos rozándose en una exquisita electricidad levantada con el toque de sus pieles, las manos de Seto apretando de nuevo el uniforme de Joey, pero esta vez, reteniéndolo en un deseo urgente por emanar, su cuerpo entregado por completo al momento, Joey recibiendo lo que Seto le obsequiaba con el gusto de quien encuentra un valioso tesoro.

Se besaron con el alma  misma, en caricias que provocaron en Joey abrazar el delgado cuerpo de Kaiba, acariciar su espalda desnuda, lamer de extremo a extremo los rojizos labios. Y cuando al fin la separación se hizo inevitable, Joey abrió sus ojos para notar aún los del castaño, sellados.

—Joey —Le dijo Kaiba en un suspiro y el rubio siente que se derretirá ante su tersa voz. —Joey, —Vuelve a llamarlo y después de unos momentos de silencio habla de nuevo, con un tono de tristeza en su garganta. — esto no puede ser.
— ¿Qué no puede ser, Seto? —Pregunta el rubio con una sonrisa en los labios, besando luego con calma y tranquilidad los cerrados parpados de Seto.
—Tú y yo sabemos que no puede, ni debe ser.
— ¿Siempre haces lo que puedes y debes? —Los ojos azules se abren, mostrando dos lagunas contenidas y llorosas a punto de desbordarse, el castaño acaba de romper el encanto mágico en el que deseaba hundirse para siempre, pero en el que no tenía derecho a flotar. —Seto.
—Siempre Joey. —La sonrisa del rubio se ha ido, su ojos chocan entre sí, en el silencio ha resonado un adiós que ambos no quieren dejar llegar.

Al fin, Seto se separa del rubio, sabe bien que su utopía debe terminar, que su sueño sin sentido no tendría futuro, que su mundo, el mundo donde estaba destinado a vivir, porque así se lo enseñaron, porque así lo había decidido, no tenía cabida para el amor. Con algo de lentitud comienza de nuevo a ponerse el uniforme y peinarse el cabello, el afrodisiaco pasaba en su sangre, pero Seto sabía perfectamente que era casi un delito perderse en el.

—Lo que pretendes, lo que ambos pretendemos, es un imposible. Tú y yo somos tan iguales y a la vez tan diferentes que eso impide podernos entender. Tú tienes a tus tontos amigos que estarían dispuestos a morir por ti y tu morirías por ellos de ser necesario, yo en cambio tengo a mi hermanito en la misma situación, pero ellos jamás aceptarían algo como esto y ya lo has comprobado, yo mismo lo he comprobado con Mokuba.
—Si lo dices por lo de esta mañana — Seto levanta un dedo índice para callar al rubio y poder continuar hablando.
—Aceptémoslo Joey, mi imagen de aguerrido empresario nunca me permitiría tener un romance, mucho menos uno homosexual, la tuya de chico valiente, de héroe en pantaloncillos de mezclilla, tampoco. No estamos preparados para algo como esto, las personas que nos rodean tampoco.
—Me importan un bledo las personas que nos rodean. —Dice Joey con una convicción que ni el mismo termina por creer.
—Eso no es verdad y lo sabes, ni tu ni yo podríamos vivir con el cargo de consciencia de sabernos causantes del dolor de nuestros hermanos, tu no podrías vivir sabiéndote rechazado por aquellos que amas, yo no podría vivir sabiendo que he decepcionado a Mokuba. Además, tu vida se va por un rumbo Joey, uno en el que yo no estoy seguro de poder caminar y la mía es una vía bifurcada, donde no sabrías elegir, no podemos, ni debemos y lo sabes, ambos lo sabemos.

Las palabras del Ceo, aunque dolorosas se sienten ciertas, él no podría aprender a campear los insultos, las insinuaciones, los desprecios, todo lo que una persona de sus inclinaciones debía soportar, no podría porque sabe que ama su vida como es, ama a su hermana, a sus amigos, a su imagen de chico viril.

—Entonces, esto es el adiós, ¿Kaiba?
—Sí. Wheeler, esto es el adiós.

Seto da por entendido que todo termina ahí y pega media vuelta, con sus ojos azules chorreando en tristeza mientras los rubios perdidos en la inmensidad de las hojas del árbol divagaban en una vida que no podría ser.

Él y Seto Kaiba en un parque, sujetos de la mano, obsequiándose besos y la gente mirándolos con temor, con asco, con reproche. Él no podría soportar que Seto tuviese que pasar por aquello, él mismo no podría soportarlo. Y entonces mirando la ya lejana figura delgada perderse entre los pasillos de la preparatoria sonrió. Tal vez en otro tiempo, cuando fueran mayores, cuando pecar valiera lo mismo que un rábano.

Cuando encontraran la forma de ser libres y amarse sin medida y pensar, que aunque el mundo les reproche su cariño encontrarían la forma de estar juntos. Y así, sonrió aún más, con un sueño que nacía como ligero brillo en su corazón, el sueño de otra vida para encontrar a Seto y después, solo después, poder ofrecerle lo único que el castaño había pedido, verdadera paz.


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