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Violeta por room304

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Podría comenzar diciendo que el día me despertó con el esperanzador canto de los pájaros en el cielo o la cálida caricia del sol entrando por la ventana sobre mi cara, que abrí lentamente los ojos, acostado ahí, sobre mis sabanas suaves en la cama. Podría comenzar diciendo que el día me despertó así, como lo hace para aquellas personas idiotas u optimistas (que bien podrían venir siendo lo mismo), pero claro, no fue así.

Entonces pues, me desperté en algún punto de la mañana (supongo), el trino de los pájaros cubierto por el desquiciante sonido de las manecillas del reloj al avanzar, segundo a segundo, tic toc. Las persianas completamente cerradas impidiendo el paso de intrometidos rayos del sol. Yo, recostado sobre el sillón en una posición de lo más inapropiada que a lo largo de la noche dejó mi cuerpo adolorido, mirando al techo y de mal humor por no poder dormir un poco más.

El teléfono sobre la mesa de centro empieza a sonar, es cuando decido levantarme.

Podría decir que me dirigí a la cocina para prender la cafetera y así poder beber su delicioso producto, que tomé un baño después y una vez limpio y fresco salí del departamento entusiasta por comenzar un nuevo día. Tampoco fue así.

Me levanté del sillón apesumbrado y arrastrando los pies por el suelo, me dirigí a la mesita donde estaba el teléfono, al llegar jalé el cable para desconectarlo. El insipiente chillido cesó y por un momento mi ya considerado normal dolorcillo de cabeza cesó también (consideremos este uno de los momentos más interesantes de mi mañana).

Una vez despierto y de pie me dirigí a la cocina para beber agua, mi garganta estaba seca y mi boca pastosa, una sensación desagradable. Abrí la llave del agua en el fregadero pero no salió agua. Suspiré. Fui entonces al refrigerador, abrí la puerta y tampoco prendió su luz, la poca comida que había en este ya olía mal.

Sin luz ni agua, perfecto. Masajee mi frente saliendo de la cocina.

Caminé a mi cuarto, pisando toda la ropa sucia en el suelo llegué al closet, tomé un pantalón negro, una camisa blanca sin mangas y unos boxers limpios. Entré al baño, dejé la ropa sobre el cancel e intenté abrir la llave de la regadera.

- ¡Chingado! –gruñí al recordar que no había agua.

Rasqué mi cabeza con desesperación, el día comenzaba y ya estaba harto.

Me vestí rápido dispuesto a salir del departamento, el lugar me ahogaba.

Apenas salí y me topé con la vecina chismosa, una momia de pelo blanco que siempre vestía batas de cama, estaba regando sus adoradas macetas cuando me vio. Me miró con desagrado por un momento y continuó con su labor, tratando de ignorar mi presencia.

La maldecí internamente mientras me alejaba por el pasillo, bajé hasta la primera planta y apenas salí a la calle el ruido de los carros me taladró los oídos.

 

 

 

Me llamo Jairo Mendoza, tengo 22 años, vivo solo en un departamento que pagan mis papás. No trabajo, estudio, a veces. No tengo novia, ni amigos, apenas tengo una vida (o algo parecido). No tengo pasatiempos, ni intereses, ni algo que disfrute haciendo. Tomo seguido, hasta perder el conocimiento. Duermo mucho, a veces por días enteros.

Ahora camino por la acera a un 7-eleven que está en la esquina, antes de llegar siento un carro pararse a mi lado, luego un jalón en mi brazo.

- ¡Jairo!

Miro a mi espalda, es Carlos, mi hermano mayor. Me suelta y se planta frente a mi, parece enojado. Hoy de nuevo viste de traje lo que significa que trabajará, eso me da una pista y ya por lo menos sé que estamos entre semana.

- ¿Se puede saber porqué no contestas el teléfono? –exige saber- ¡Si no vengo a buscarte, tu ni tus luces!

Le miro fijamente por un momento, luego desvío la mirada bostezando.

- No lo escuché –mentí.

- Ya, claro –rodó los ojos-. Mi mamá está triste porque no la has ido a ver y mi papá… mi papá está encabronado porque le llamaron de la universidad, ¡estás en problemas!

- ¿A eso viniste?

Se gira un momento y camina de un lado a otro, como león enjaulado. No quiero seguir hablando con él, tengo mucha sed.

- ¿Qué te estás haciendo, Jairo? –pregunta desesperado. Frunzo el entrecejo, confundido.

- ¿De qué rayos me hablas?

- ¡No te hagas el tonto! ¡Sólo mírate! –su voz se eleva cada vez más, sus gritos tamborileando en mi cerebro.

Hago lo que me dice y miro hacia abajo. Veo mi camisa blanca, mi pantalón, mis dedos y mis huaraches, nada fuera de lo normal, creo. De verdad no sé de qué me habla… Mi expresión me ha de delatar.

- Olvídalo… -se rinde- Ven a la casa en la tarde, después de tus clases, mis papás quieren hablar contigo…

- ¿De qué?

Me mira fijamente. Su mirada es distante, como si no me conociera, sus ojos buscan en mí, tal vez los retazos de lo que un día fui.

Se da la vuelta para dirigirse a su carro, se había estacionado en doble fila y los demás conductores lo maldecían a él, a mí y a nuestra madre.

Carlos es sólo dos o tres años más grande que yo pero es muy diferente. Primero que nada ya es un profesionista hecho y derecho, yo en tanto año aún ni he podido terminar, qué puedo decir, me cambio de carrera como de calzones. Es el hijo favorito de nuestro papá, pues claro, si hasta llevan el mismo nombre. Carlos tiene trabajo, carro, prometida y ya hasta está buscando casa, cuando se case dejará la casa de mis padres. Es un buen tipo aunque algo pesado, se preocupa más por mí que mis papás.

Lo veo alejarse. Desvío mi mirada al 7-eleven, exhalo.

- Para qué me hago pendejo, no traigo dinero… -murmuro.

 

 

 

- ¡Jairo, qué milagro! –me saluda Elena al verme llegar- Ya hasta creía que te habías dado de baja…

Sonrío levemente y me siento en la banca junto a ella. Mis demás compañeros platican animados mientras esperan al profe.

- ¿Cómo estás? –me pregunta, poniendo su mano sobre la mía, no sé si para darme apoyo o para llamar mi atención.

- ¿Qué hiciste el 14 de febrero? –ignoro su pregunta y desvío la conversación. Ella aprieta sus labios un momento pero luego me habla animada.

- Luis me compró un ramo de rosas, grandote grandote y bien bonito. Después fuimos a cenar y…

Elena mueve sus labios, contándome sus días, mis oídos ya no la escuchan, mi mente divaga. Ella es lo más parecido que tengo a una amiga, es chaparrita, pelo negro corto y cuadrado, con fleco, lentes de armazón grueso, negro. Viste muy diferente a todas las demás, un día llega con falda larga como hippie y al siguiente un look de soldado militar. Elena Alemán es lo más interesante que he encontrado en la uni.

- ¡Jairo! –escucho una voz chillona que interrumpe el monólogo de Elena. Ya sabemos quien es, por algo borra su sonrisa y pone una mueca.

- Jessi –saludo.

Jessica López es otra compañera. Una chica alegre, castaña clara, bonita y siempre viste colores brillantes. Es algo así como popular, todos la quieren y ella quiere al mundo. Esa es la Jessica pública, por lo menos. Yo conozco a la otra Jessica, una Blogger que no para de escribir sobre sus amigas Ana y Mía ni deja de hacerse llamar princesita. Me agrada más la Jessica secreta.

- Hace mucho que no te veía, ¿por qué no has contestado mis mensajes? –hace un puchero y Elena como si fuera a vomitar.

- Perdí mi celular… -miento de nuevo.

- ¿En serio? ¿Dónde? –se acerca una silla para sentarse junto a nosotros.

- ¡Si supiera dónde no lo habría perdido! –obvia Elena. Se voltean a ver y por poco veo chispas de odio saliendo de sus miradas. Si las miradas mataran…

Me levanto en silencio y las dejo en lo suyo pese a los reclamos.

 

 

 

Camino por el campus a paso distraído. No tengo un lugar al cual ir. Quiero decir, tengo clases, sí, pero cuando estoy en las aulas siento como si no perteneciera allí, como si no debiera estar allí. Me pasa lo mismo con cualquier lugar.

Recuerdo el mensaje de Carlos y decido volver a casa, aunque casa no se un lugar al que quiera volver. Pienso en mi lúgubre departamento sin luz ni agua y resuelvo que a casa será.

 

 

 

Para cuando llego ya dan las cinco de la tarde, el carro de papá está estacionado en la entrada y el de Carlos frente a la casa. El vecindario sigue callado, limpio y cuidado, justo como cuando me fui.

Llego frente a la puerta, alzo mi puño para tocar, indeciso, sin saber muy bien si quiero hacerlo, pero antes de siquiera tener oportunidad de arrepentirme la puerta se abre de improviso, mi madre me mira sorprendida, con los ojos muy abiertos.

- ¡Jairo! –me mira de nuevo y entonces me abraza con fuerza.

- Déjalo, Mayela, lo vas a ahogar –la regaña mi padre, parado detrás de ella.

Me suelta a regañadientes, invitándome a entrar a la casa.

Miro el lugar con atención, sigue imperturbable.

Entro al comedor, mi padre ya ha tomado asiento, también está Carlos y su prometida, Fernanda. Mamá se sienta junto a papá y dejan el asiento frente a él para mí.

- Buenas tardes… -saludo.

- Hola, Jairo –me sonríe Fernanda. Carlos no me mira, papá tampoco.

El sonido de los cubiertos es lo único que se escucha, si alguien no habla me volveré loco.

- Hijo, sírvete –rompe el silencio mamá-. Pensamos que no vendrías, por eso no te serví yo…

- Ah… -hago lo que me dice- Gracias…

El silencio reina de nuevo.

- Jairo, ¿estás a dieta? Te veo más delgado hoy –comenta amablemente Fernanda, ingenua Fernanda, aún no lo sabes pero ser amable está prohibido en esta casa-. Estoy tratando de perder peso para la boda, si no me queda mi vestido me muero…

Ríe. Sola. Alguien carraspea. Yo sólo le devuelvo la sonrisa.

- Ten, prueba esto, querida –Carlos le sirve más comida, quiere llenarle la boca para que no hable más.

- Uy, gracias –ríe de nuevo.

¿Por qué rayos está tan feliz? No lo entiendo…

- Y, dime Jairo, ¿cuándo es que dejaste de asistir a la escuela? –comenta casual papá mientras come, la ira latente en su tono de voz.

- Fui hoy.

- Hoy, ¡pero has faltado los últimos tres meses! –no le duró la serenidad.

Fernanda da un brinco por el susto, Carlos le toma la mano.

- Querido, estamos comiendo… -dice mamá, intentando amenizar la comida.

- Ya lo noté, querida –contesta-. ¿Entonces, Jairo?

- Papá, ahora no… –habla Carlos.

- Quedamos en que te pagaría un lugar donde vivieras solo pero solo si cumplías con tu parte, Jairo: ir a la universidad y no dejar el tratamiento. Dime, ¿hace cuándo has dejado de ir a las terapias? –da un puño contra la mesa.

- Querido… -murmura mamá, tiene miedo de hablar más alto.

Estoy sentado junto a ellos a la misma mesa, estoy siendo el tema de conversación, se me está exigiendo una respuesta, sin embargo… no estoy aquí. Me siento flotante…

Comida maravillosa en un día maravilloso.

 

 

 

Empujo la puerta con fuerza pero antes de entrar a un cubículo vomito en el suelo. Escucho a alguien decir “qué asco”. Me encuentro en el baño de un bar de mala muerte, he bebido hasta vomitar, la cabeza me da vueltas. Me siento en el suelo antes de caerme de bruces. Miro alrededor, las luces brillantes me ciegan. Siento como si fuera a explotar. Poco después caigo inconsciente.

Lo siguiente que siento son unos golpecitos en mi costado, un hombre me pide que me levante pues ya cerrarán.

Me levanto como puedo y agarrándome de las paredes intento salir. Salgo a la calle, el aire me da de pronto, las luces, los sonidos, la ciudad no descansa.

 

 

 

Camino a  tropezones por la acera, no tengo idea de donde me encuentro ni de cómo llegué ahí. Lo último que recuerdo fue…

- ¡Ey, cuidado! –he tropezado con alguien, una mujer con un vestido muy corto.

- Lo siento –me disculpo, entonces la miro con todo el detalle que me es posible en el momento-. ¿Eres una puta?

- Qué sutil, chico –comenta con molestia- ¿y qué si lo fuera?

- Es solo que nunca había visto una tan de cerca…

- Hablas como si fuera una reliquia o lo que sea, soy una puta cualquiera, ahora largo.

Era muy delgada, además de alta, más que yo, probablemente por los tacones enormes que llevaba. Cabello lacio, rubio y largo, hasta la cintura, vestido muy corto y escotado color morado, sus zapatos, maquillaje y todos sus accesorios combinando.

- No sé donde estoy –le comenté, echándome a reír.

- Dios santo… -rodó los ojos- Tal vez si no anduvieras tan borracho… Toma un taxi y vete, es peligroso para los chiquillos andar fuera a esta hora.

Fui resbalando por la pared y acabé sentado en el suelo. Miré hacia arriba, ¿era mi imaginación o esa mujer había crecido más?

Metí las manos a las bolsas de mi pantalón y saqué la tela, para probar mi punto.

- No tengo dinero –me encogí de hombros.

Seguía sintiéndome flotando y no era por el alcohol, eso pasaba desde que me tenían medicado.

- Nora Violeta, tan rápido atrapaste presa –comentó otra mujer, quien se acercaba a paso presuroso, vestía aún más extravagante que la tal Nora Violeta.

- No es mi cliente, Susi-su –aclaró con molestia.

Al llegar a mi lado, la mujer me acarició la cabeza con su mano, sus largas uñas me molestaban, ella no me agradaba.

- Ey, ey, ey, cuidadito con esa mano. Es tan sólo un chiquillo y además anda hasta atrás –cerré mis ojos, aunque eso no ayudaba a sentirme mejor.

- Un cliente es un cliente, Violetita, con que tengan dinero… -la escuché reírse.

- Entonces pierdes tu tiempo, Susita, no trae ni cincuenta centavos.

Escuché un resoplo y el sonido de unos tacones alejándose tan rápido como llegaron. También escuché una risa burlona.

- No te duermas aquí si no quieres que te desvirguen, y no necesariamente nosotras –me advirtió.

- Llévame a mi departamento, Nora Violeta –le pedí.

 

 

 

- No entiendo porqué me metí en esto… -seguía quejándose.

Caminábamos juntos, o más bien me llevaba en rastras hasta mi departamento. Ningún taxi quiso subir a una prostituta y un tipo semi-consciente. Tropecé, mis pies dejaron de tocar el suelo pero todo lo contrario a lo que esperé, no me partí la cara contra el asfalto. Nora Violeta me seguía sujetando del brazo que pasé por sus hombros.

- Eres más fuerte de lo que pensaba… -no pude evitar comentar.

Resopló.

- No me digas…

Poco después llegamos al portón de los departamentos, ella me soltó.

Saqué mis llaves del pantalón, achiqué los ojos, intentando descubrir qué llave buscaba.

- Dame –me las arrebató con un gruñido, abrió la puerta del portón y volvió a pasarse mi brazo por los hombros, yo me dejé hacer, sin ella no estaba seguro si llegaría a mi destino.

Subimos al segundo piso, caminamos por el pasillo y nos detuvimos en la puerta de mi departamento, Nora Violeta metió llave por llave hasta poder abrir el cerrojo. Cuando lo hizo me ayudó a entrar.

- Dios santo, eres un puerco –exclamó tan solo ver el lugar. Pues sí, estaba sucio.

- Gracias –me separé de ella y caminé a la sala-. Siéntate, voy por tu dinero.

Trastabille por el cuarto pero pude llegar al velador. En uno de los cajones de este guardaba el dinero que mis padres y Carlos me mandaban, tomé unos billetes y lo volví a cerrar.

Al volver a la sala vi a Nora Violeta sentada en el sillón, más recostada que sentada y con las piernas abiertas a pesar de llevar vestido, supuse que eso era normal para los hombres y las prostitutas.

Me acerqué al sillón y le tendí el dinero, ella arqueó una ceja.

- ¿Y esto?

- Tu paga, por traerme sano y salvo…

Se levantó del sillón mirándome extrañada.

- Soy una puta, cobro por sexo, ¿sabías?

- Pues sí, sí entiendo más o menos de qué va el trabajo… -le contesté. No entendía a qué venía eso.

- Ya, entonces supongo que le das más de dos mil pesos a cualquiera que te traiga a tu departamento, ¿no? –se escuchaba molesta.

- No a todos, sólo a ti. No me partí la cara y sigo virgen, creo que hiciste un buen trabajo…

Soltó una risilla molesta y comenzó a caminar por la sala, mirando por encima el lugar.

- ¿Te burlas de mí o sigues borracho o algo así? –la vi pasar su mano por la mesa, tomando algo que le llamó la atención.

- Bueno, sí, supongo que sigo un poco borracho –contesté sincero-. Pero aún así quiero darte el dinero.

- Antidepresivos… ¿son tuyos? –preguntó de pronto, dándose la vuelta mostrándome el frasco en su mano.

- Te llamas Violeta y vistes de morado, ¿lo haces a propósito o fue coincidencia? –pregunté.

Ella al principio frunció el seño, confusa, luego soltó la misma risilla molesta y terminó por asentir.

- Fue una coincidencia, también visto de otros colores…

- Ya veo…

Quedamos en silencio por un buen rato, sin movernos de donde estábamos.

Nora Violeta dejó el frasco de donde lo tomó y volvió a sentarse al sillón, yo me senté junto a ella.

Estuvimos sentados y sin hablar por varias horas, ensimismados. La noche se escondió y el molesto sol salió de nuevo.

De pronto ella se levantó, dándose cuenta de pronto que el tiempo había pasado.

Sin palabras le volví a ofrecer el dinero y ella lo tomó.

Caminó hasta la puerta dispuesta a irse, pero antes de que girara el pomo me hice oír.

- ¿Saldrás así? –le pregunté, apuntando con mi dedo su nada discreto atuendo.

Ella se miró el vestido de lentejuelas y se mordió el labio.

- Te presto algo –me levanté del sillón y volví a mi cuarto, busqué ropa limpia. Para cuando estaba dispuesto a volver a la sala me encontré con Nora Violeta detrás de mí, mirándome fijamente.

Su mirada en la noche era cálida, durante el día había algo en ella que me incomodaba.

- Puedes cambiarte en el baño –le tendí la ropa y le señalé a donde ir-. No hay agua, no te puedes bañar.

La vi resoplar y hacer una mueca algo extraña.

- Algo así me esperaba… -caminó tranquila al baño y se encerró.

Le dejé unos tenis frente a la puerta, en caso de que no quisiera volver con zapatillas.

Volví a la sala, me dejé caer en el sillón, me recosté justo como había amanecido el día anterior. Llevé mi antebrazo a mi cara para tapar la luz del sol. Me quedé dormido.

Tiempo después escuché a Nora Violeta salir del baño, le tomó bastante tiempo cambiarse. Cuando escuché que había vuelto a la sala descubrí mis ojos, topándome con alguien completamente desconocido.

Ahí en mi sala estaba un hombre, vestía la ropa que le dejé a Nora Violeta, mis tenis también, llevaba la cara a medio desmaquillar y me miraba como analizando mi reacción.

Suspiré.

- También te va bien el negro… -comenté, puesto que la mayoría de mi ropa era de ese color, además de que fue lo único en lo que pude pensar.

Nora Violeta, o cual sea que fuera su nombre pareció sorprenderse. Entonces hizo algo que no había hecho desde que nos vimos: sonrió.

- Dime algo que no sepa… –respondió, para después negar con la cabeza, divertida.

 

 

 

Podría decir que hoy también es un día normal como ayer, como cualquier otro, pero… realmente no es así.

 

 

 

Notas finales:

Pues no sé, a ver qué sale...


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