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Más allá del jardín de rosas descoloridas por Sweet Honne

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<< Y al otro lado de la puerta, nada de nada. Un muro de ladridos anaranjados negando la luz y el aire exterior, puro y fresco. Nunca más volvería a contemplar el magnolio en flor del fondo del jardín, ni la base del pozo coronada de petunias, tampoco el camino de piedra que conducía al invernadero de rosas descoloridas. La muchacha muda, atrapada en el escondite secreto del sótano que nadie conocía, no pudo gritar ni advertir su presencia en el lugar cuando las llamas devoraban la vivienda. La dieron por desaparecida. Puertas, ventanas y cualquier entrada al lugar fue tapiada para impedir que tomasen la casa. Cuando recobró conciencia ya era demasiado tarde para pedir auxilio. Tiempo después, corrió el rumor de que se oían rumores dentro. >>

 

-¡Magnífico! ¡Excelente!-Gritaron las alumnas emocionadas desde sus asientos a Miller, el cual se encontraba en el escenario. Estábamos en una competición de relatos cortos, y Miller siendo el último en recitar el suyo, parecía ser el ganador definitivo. Nadie había aplaudido tanto en los relatos anteriores.

-No ha estado demasiado mal.-Comentó Vicent ajustándose las gafas. Le miré de reojo: en primera fila, con unos pantalones negros ajustados, camisa marrón oscuro con una corbata de color pardo pálido. Su cabello rubio y largo recogido en una coleta baja, junto con unas gafas que no estaba acostumbrado a ver. Era el profesor de lengua, aunque también lo era de física y química. Él se encargaba de la competición de relatos. - ¿Siguiente?

-Yo soy la última, señor profesor.-Vicent le miró incluso con desquicio o molestia. Las dos palabras aunque eran distintas definían bien su mirada.-¿Puedo bajarme del escenario si no es molestia, por favor?

 

Observé la figura de Miller: zapatos rojos, medias grises con un lacito a cada lado, una falda algo corta ( y provocativa a mi parecer) de color negro, y un jersey holgado que dejaba al descubierto su cuerpo de escote para arriba. No había rastro de nuez, no me lo explicaba. Su piel lucía blanca y tersa, suave e incluso apetecible. Llevaba una trenza a un lado con su flequillo recogido. Por un segundo me correspondió la mirada de ojos sonriéndome con sus labios pintados de color carmín suave.

 

Aún sabiendo que era hombre, parecía enteramente una mujer.

 

-Bueno.-Se levantó Vicent del asiento, cerrando su libreta en el que anotaba todas las puntuaciones.- ya es la hora de la cena, vayan a comer todas… las que quieran.-La última frase la dijo observando a Miller de bajar por las escaleras del escenario, el cual tenía mala cara al escucharle.

-¿Cómo no íbamos a ir a comer? ¡Es muy importante para la salud!-Gritó eufórica Ai.

-¿Y tú que haces aquí? –Le preguntó mi ex – amor a la muchacha de cabello largo negro azabache.-No eres de esta clase.

-¡No podía perderme a Miller de recitar su cuento! No lo he entendido, pero me ha gustado mucho, ¡mucho!

 

Seguramente se habría llevado un parte por estar en un espacio utilizado por una clase que no era la suya si no fuese por que era viernes por la noche, el único momento en el que todos podían vestir como quisiesen.

 

-Um…-Murmuró a lo bajo Miller. Parecía inquieto y todavía incómodo. Me acerqué a él disimuladamente, aprovechando que todos se estaban yendo.

-¿Qué tal si tú y yo nos vamos al jardín a cenar juntos? No es una cita demasiado romántica ni lujosa, pero no está mal.-Le susurré al oído con suavidad.-Llevo mucho tiempo sin poder estar contigo a solas por culpa de los exámenes finales de este trimestre, te necesito bastante.-Fui acariciando su trenza lentamente, hasta llegar a la goma que la sujetaba, con la dulce tentación de desatarle el cabello. Su cara enrojeció sorpresivamente.

-S…sí, pero mi cena…-No dejé que terminase de hablar.

-Yo me encargaré de eso.

-Per…

-Shh…-Le puse un dedo sobre sus labios.-Dije que yo me encargo. Déjamelo a mí todo. Tú ve al jardín.

 

Y sin dejar que dijese una palabra más, me dirigí al comedor, cogiendo toda la comida que podía y poniéndola en mi bandeja. Tenía una sonrisa de oreja a oreja. No estaba seguro de sus gustos en la comida ya que no lo solía ver comer nunca, pero fui cogiendo lo que me pareció: hamburguesa, ensalada, zumo, coca cola, patatas, estofado…

 

-¿Vas a comer tanto?-Me preguntó extrañado Vicent mientras colocaba en su bandeja la hamburguesa y coca cola de cada día.

-Por supuesto que no.-Le dirigí una mirada seria.-Tampoco es de tu incumbencia.-Con mi bandeja en mano me dirigí a la salida.

-¿En serio crees que él va a comer algo?-Hice oídos sordos.- ¡Será mejor que cojas solo tu comida! ¡No se comerá nada!

 

Con un leve mal presentimiento en el pecho, andé  (o casi corrí) hasta llegar a Miller que se encontraba sentado en el suelo esperándome.

 

-Ya llegué. – Le dije sentándome a su lado, dejando la bandeja al otro. - ¿Tardé mucho?

-Un poco.-Me respondió rodeándome el cuello con los brazos con intención de besarme. Echó un vistazo por encima de mi hombro. Su cara palideció de repente y sus músculos se tensaron.-¿Qué es eso?-Parecía más que horrorizado. Desvié mi vista hasta el lugar donde él miraba, la comida.

-Es… la cena, ¿traje algo que no te gustase? Puedo comerlo yo.-Su expresión no cambiaba.-O tirarlo. No importa.-Se apartó de mí mordiéndose el labio con inquietud.-¿Qué pasa?

-No… me encuentro demasiado bien. Hoy no cenaré.-Iba a responderle un “vale, como quieras” pero las frases dichas por Vicent volvieron a mi cabeza.

 

¿En serio crees que él va a comer algo?¡Será mejor que cojas solo tu comida! ¡No se comerá nada!

 

No lo busques. Nunca almuerza.

 

La comida que me dio que supuse que era su almuerzo, las tantas veces que le busqué a la hora de la comida y no estaba. Jamás le he visto probar bocado. Lo peor era que Vicent sabía algo y yo no.

 

-Miller.-Le sujeté la cara con una mano, con la que tenía libre sujeté un trozo de pan.-Come.-Sus pupilas vacilaron al ver el pan. Me negó con la cabeza.-Come.-Repetí.-No lo diré de nuevo.-Intenté que se metiese en la boca el trozo de pan. Me empujó a un lado con su descomunal fuerza. La había olvidado. Acabé en el suelo tirado.-¡Mill…!-Le grité enfadado, pero no pude terminar de hablar cuando me lo encontré apoyado en el árbol más cercano escupiendo el pan.-¿Qué haces? ¡No lo escupas!

-¡Esa mierda engorda! ¡Ni se te ocurra volver a hacer eso!-Me chilló agarrándome de la ropa.-¡Nunca! ¡¡Jamás!! ¿¡Entendiste!?

 

Me quedé mudo. Únicamente nos veíamos uno al otro, bajo la luz de la luna. Hubo un brillo en sus ojos, lágrimas. Al momento, sus fuerzas disminuyeron drásticamente, escondiendo su cara en mi pecho mientras rompía a llorar.

 

-Lo siento.-Se tapaba todavía más la cara.-Lo siento, lo siento. Perdóname Eunices. No quise hacerlo. No era mi intención. Perdóname. No puedo comer. Lo siento.

-Tienes anorexia.-Afirmé. Su llanto cesó, quedándose callado un largo rato, sin negar mi afirmación.- Eres anoréxico.

-No es algo malo.-Susurró.

-¡Por supuesto que lo es! –Le agarré por los hombros, obligándole a mirarme.- ¡Esa enfermedad te matará! ¡Debes de comer!-Le miré de arriba abajo.-¿Desde cuando no comes?-Me empecé a explicar la razón por la cual él era tan delgado. No me respondía.-¡habla!-Le zarandeé violentamente.

-D…desde… -Esperé expectante a una mínima respuesta.- …que hicimos la obra de teatro.

 

¿Cuánto tiempo era eso? ¿Dos semanas? ¿Tres semanas?

 

-¿Y qué comiste?-Le agarré más fuerte, pareció dolerle.-¿Y por qué comes tan poco?

-¿Cómo crees que mantengo la figura sino?...Me estás haciendo daño…

-Contesta a mi otra pregunta, ¿qué comiste por última vez?

-…La manzana de la actuación.-Me empezaba a sentir mareado.

-Solo le diste un mordisco, ¡un mordisco! ¡Eso no es comer!-Él comenzó a llorar de nuevo.

-Eunices, para, me haces daño, suéltame.-Hice lo que me pidió.

 

No podía asimilar todos los problemas que tenía este chico.

 


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