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Más allá del jardín de rosas descoloridas por Sweet Honne

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Salí de mi respectiva habitación a las ocho en punto, una hora antes que todos los demás. Me dirigí a la salida a paso rápido, quedaba poco para marcharme de allí. Cuando ya estaba fuera, a punto de introducir la llave del coche en este, vi como se acercaba una limusina a mi. La ventanilla de la parte trasera comenzó a bajar.

 

-Disculpe.-Me preguntó un hombre de cabello canoso, tenía ojos azules y era bastante moreno. Se percibía perfectamente que era alguien adinerado sin preocupaciones.- ¿Usted es uno de los profesores del Internado Luz de Luna?-Vaya, hasta ahora ni si quiera recordaba que se llamaba así el lugar.

 

-S…Sí.

 

-¿Conoce a Miller Honneko?-Supongo que en mi cara se reflejó el completo fastidio que me provocaba tener que escuchar aquél nombre de nuevo.

 

-Es uno mis alumn…alumnas.-Me corregí en el último momento.-Soy su profesor de matemáticas.

 

-Ya veo. Es a usted quién estaba buscando. Soy su padre.

 

Oh dios mío, ¿y si Honneko le había dicho lo que le hice hace unos días? Taparle los ojos y fingir que estaba a punto de hacerle cosas… que alguien como yo no debería hacerle.

 

-¿P-para?-Estaba realmente asustado, alguien con tanto dinero, aparentemente, como él, podría eliminarme en un santiamén.

 

-Mi hija no es demasiado buena en matemáticas, por lo que me solicitó pedirle que usted le diese clases los fines de semana.

 

¿No me podía dejar tranquilo ni los fines de semana?

 

-Imposible, no puedo. Estoy realmente ocupado…

 

-Vaya. Bueno, si cambia de idea llámeme.-Me acercó un papel con un número de teléfono. Lo tomé.-Que pase un buen día, adiós.-Su limusina se alejaba poco a poco, mientras subía la ventanilla.  Muy bien, ahora sí que debía irme a mi casa.

 

Ya siendo domingo, caminaba por los pasillos del hospital con un ramo de flores en la mano, específicamente un ramo de bromelias, las favoritas de mi madre. Esa fue una de las razones por las que le puse a mi gata el nombre de aquella flor. Entré en la habitación nº298, donde nada más entrar, vi a mi madre recostada en la cama, mirando hacia la ventana. Ella se había caído por las escaleras accidentalmente, doblándose la muñeca y recibiendo un gran golpe en la cabeza, por lo que actualmente le están haciendo pruebas para ver si se hizo alguna lesión cerebral grave.

 

-Mamá.-Susurré tratando de llamar su atención. Ella me miró y esbozó una sonrisa. Cómo quería a esa mujer.

 

-Eunices, ven, siéntate a mi lado.-Hice lo que me pidió, cogí una silla y me acomodé en ella junto a mi madre. Le di el ramo de bromelias.-Son preciosas, gracias cielo.

 

-¿Cómo estás mamá?-No pude evitar apenarme al ver como los años estaban acabando con su belleza y vitalidad, pero oculté mi malestar por ello y le dediqué la misma sonrisa que ella me estaba regalando.

 

-Bien, bastante mejor. Puede que hoy me den el alta.-Me respondió tomándome de la mano. Sus manos eran pequeñas y suaves.

 

-Me alegro…Mamá, ¿y papá? –Le  pregunté notando la ausencia de mi padre. Su expresión cambió radicalmente de una expresión radiante y alegre a una rígida y entristecida. Algo no iba bien. La última vez que vi a mi padre fue en la entrega de diplomas, después de mi fallida declaración con Vicent. Mi padre en seguida se enteró de que era homosexual, me gritó y se enfadó muchísimo, mas mi madre ni si quiera se percató de que me gustaban los hombres.

 

-No está aquí.-Hice una larga pausa, mientras me sostenía la mano con más fuerza.-No está con nosotros.-He de admitir que le cogí cierto rencor a mi padre después de que me demostrase lo homófogo que era, pero aun así no pude evitar sentirme tan preocupado. Sea o no homofóbico, es mi padre, y le quiero igual.

 

-¿A qué te refieres?

 

-La semana después de la entrega de tus diplomas… tuvo un accidente de coche.-Mi vista se empezaba a nublar.-Parecía bien, no tenía heridas, nada. Solo se golpeó la cabeza.-Su mirada comenzó a pasearse por la habitación, buscando escape de la mía.- Pero…

 

-Para.-Dije cortante. No quería oír más, no estaba preparado.-No quiero saber más. No puedo.-Le solté la mano para llevarme las mías a la cabeza.

 

Media hora después salí en busca de alguna máquina de refrescos, necesitaba tomar algo. Una limonada fue lo que compré. Nada más. Al volver al lugar donde estaba mi madre, algo por detrás se chocó conmigo.

 

-¡Lo siento!- Era una voz femenina, una chica de cabello blanco que corría por el pasillo. No, no era cabello blanco, sino un rubio muy claro, con mechas rojas, vestía la ropa de paciente de hospital.

 

-¿Honneko?-Se me heló la sangre, no podía ser verdad. La persona que parecía ser Honneko se giró y me miró, como si me hubiese escuchado. Ojos azules como el cielo, aunque los recordaba más azules y con un rostro más maduro. Se me quedó mirando unos segundos, pudiendo ver que llevaba la misma rosa descolorida del jardín en el pelo, también llevaba un collar que tenía una placa de plástico, en el que ponía:

 

                                   Habitación nº130 Paciente: Honneko…

 

 Se fue antes de que pudiese terminar de leer lo que ponía.

 

La rosa se le cayó del cabello al suelo, cuando iba a decírselo ya estaba demasiado lejos. La recogí mirándola, ya estaba algo marchita. Me mordí la mejilla por dentro, dudando.

 

¿Se la devolvía? ¿No se la devolvía? ¿Qué tenía que hacer?

 

Suspiré con fastidio. Habitación 130, si no recuerdo mal.

 

Me dirigí hacia aquella habitación, encontrando a Honneko en el borde de la cama sentado. Movía las piernas mientras jugaba con una consola.

 

-Honneko.-Le dije.-Se te cayó esto.-Le fui diciendo mientras entraba, solo estaba él y yo en aquel cuarto. Me miró con inquietud, como si me tuviese miedo. Le di la flor.

 

-Ah… gracias.-Él la cogió, mirándome extrañado.

 

-¿Qué haces aquí? ¿Te ocurrió algo?-Me senté a su lado. Tenía que saber la razón por la cual él estaba aquí, en cierto modo me preocupaba.

 

-¿Perdona?-Se alejó de mí.-¿Te conozco?-Me quedé bastante pillado, ¿y si tuvo un accidente en el que perdió la memoria?

 

-No me digas que… Honneko, perdiste la memoria.-Dije ya afirmándolo.

 

-¿Qué? –Él parecía estar muy confuso.

 

-¿No me recuerdas?

 

-Nunca me olvidaría de un tipo tan feo como tú.-Me hundía por momentos, no me esperaba esa reacción.

 

-Honneko…-Me acerqué a él, mientras más me acercaba yo, más se alejaba él.-Déjate de juegos.-Se quedó acorralado entre la pared y yo. Le agarré los hombros firmemente.

 

-¡Bennet! ¡Mira que te traje! ¡Son tus donuts favoritos!-Al ver quién entró, comencé a pensar que Arthury me había contagiado con su paranoia de complementos directos. Había dos Honnekos.

 

-¿Honneko?-Dije mirando al que estaba en la puerta, y después al que tenía acorralado.-¿Honneko?

 

Me estoy volviendo loco.

 

-¿Qué c…? ¿Qué demonios haces, profesor pervertido? –Me agarró el cuello de la ropa, lucía muy enfadado. El otro Honneko se apartó de mí aprovechando la oportunidad.

 

-Miller, ¿quién es este hombre?-Parecía que estaba a punto de llorar.-Me ha intentado meter mano.

 

-¡¿Qué?! ¡No inventes Honneko!

 

-Miller, ¿Cómo sabe mi apellido? ¿cómo sabe nuestro apellido?-Dijo con temor, remarcando la palabra "nuestro".

 

-¿Apellido?-Pregunté. El que parecía muy enfadado, me echó de la habitación, de la misma manera que yo lo había echado de la mía días atrás.-¡Espera! ¡Ábreme! ¡Explícame qué está pasando!-Honneko se asomó, mirándome  con una sonrisa aparente en los labios.

 

-Como me dijiste el otro día… -Decía con una voz más femenina que de costumbre, para luego poner una voz muy grave y mirarme con molestia.-“No vuelvas a molestarme”.

 

Volví a la habitación de mi madre, por la cara de sorpresa que puso, debo de adivinar que se reflejará en mi cara lo completamente confuso y liado que estoy. Dos Honnekos, madre mía, dos.

 

¡Dos travestis!

 

-Cariño… ¿qué te pasa? No tienes buena cara.-Me senté en la silla y apoyé la frente en el borde de la cama.

 

-Mamá, me estoy volviendo loco. 


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