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El amor que solo soñé por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Bien, llegamos al final. Con placer agradezco a Melyoan, Lau_Nith, Rorokamijou, Jessy, K-tika, Verona, Patty, Nina, Novali, Xandra, alice, Yuka-chan, Jacky. Gracias por acompañarme con sus mensajes a todo lo largo del fic y gracias tambien a los que leyeron aunque no comentaran.

 

Espero de corazon les guste el final y pueda contar con su compañia en futuras historias. Es un placer escribir para ustedes. Dejo mi corazon en cada trabajo y pongo mi mejor empeño en lograr que les guste. Cada dia tratare de mejorar para seguir contando con su apoyo.

 

Besitos, MIL GRACIAS POR LEER y nos vemos pronto.

 

Butterflyblue.

 

—Maldita ¿donde lo tienes?

 

La noticia había conmocionado hasta lo indecible al príncipe que ahora temía más que nunca por la vida de aquellos que amaba. Cuando Akihiko había aparecido por el palacio el ya sabía que se trataba de malas noticias, escuchó paralizado el relato de su hermano y sintió una enorme impotencia al no haber estado allí para proteger lo que amaba. Ni Akihiko ni Miyagi habían podido contenerlo. Corriendo se había  dirigido a la habitación de la princesa. Sabía que la encontraría allí, sabía que sería tan cínica como para negar su culpa, pero también sabía que así tuviera que matarla con sus propias manos, conseguiría que le devolviera a Hiroki sano y salvo.

 

—¿Cómo te atreves a entrar así en mi habitación?

 

Le replicó Yayoi con indignación. No pasó desapercibido para Nowaki que en la habitación estaban reunidos varios de los concejeros del Rey, lo que lo hizo pensar que su esposa estaba tramando algo muy malo. Ella estaba recostada en la cama,  con el rostro pálido y compungido, fingiendo toda la inocencia que no tenía.  Aunque no hubiese  pensado que Yayoi se traía algo entre manos,  las siguientes palabras de la princesa le corroboraron sus sospechas.

 

—¡Ven!... eso es de lo que les estoy hablando. Ni siquiera respeta mi dolor por haber perdido a mi hijo. Él me odia, solo está tras el trono de mi padre. Exijo que lo detengan. El príncipe Nowaki debe ser juzgado por traición.

 

Nowaki la miró con sorpresa y odio. Si lo detenían, se le haría más difícil liberar a Hiroki, lo dejaría completamente en las manos de Yayoi. Su primera reacción fue escapar,  cuando los guardias se le abalanzaron para atraparle, pero la voz potente de su hermano lo salvó de cometer un error.

 

—¡Alto! Detengan este atropello antes de que toda la ira de mi reino caiga sobre ustedes.

 

Yayoi no esperaba que aquello fuera a alarmar tanto a los concejeros del Rey. Pero así fue, los guardias se detuvieron al instante y los hombres importantes de la corona,  estaban lívidos ante la amenaza. No podían pasar por alto que quien les hablaba era el próximo Rey de reyes.

 

—Tú no eres nadie para interferir en mi Reino. — Le gritó Yayoi saliendo de la cama y poniéndose de pie indignada.

 

—Te equivocas querida, él es el primer hijo del Rey Fuyuhiko, el monarca del reino más grande y poderoso de toda la región. El Rey de reyes.

 

Las palabras de Nowaki salían con rabia. Quería agarrar a aquella mujer y retorcerle el cuello.

 

—Si se meten con la reina de Tengoku ocasionaran una guerra.

 

Amenazó Yayoi. Los concejeros la miraron lívidos, pues aquella amenaza en sí, podría ser el inicio de un enfrentamiento que sabían no podrían ganar. Nadie libraba una batalla con el ejército de Iami y salía victorioso. Eran conocidos como sanguinarios y letales guerreros.

 

Pero Miyagi no quería una guerra. Miyagi solo quería justicia. Deseaba que aquella infame mujer pagara por todos sus vejámenes.

 

—Si estuviera hablando con la Reina de Tengoku me tomaría eso como una amenaza. Pero tú eres solo una majadera a la que no vale la pena prestarle atención.

 

Yayoi sintió su rostro arder de furia. Miyagi  iba a pagar caro aquel insulto, todos lo iban a pagar muy caro.

 

—Yo soy la única heredera a la corona.

 

Le dijo con arrogancia al príncipe que la miraba sereno.

 

Pero para su sorpresa fue Nowaki el que la sacó de su error.

 

—Te equivocas, el heredero es el príncipe Hiroki, pues él se encuentra en la espera de su primer hijo y su embarazo está por llegar a término. —Nowaki se acercó peligrosamente mirándola con fría advertencia. — Y te juro que si le tocas un solo cabello te arrepentirás.

 

Se escucharon conversaciones asombradas por toda la habitación.

 

—Alteza. —Llamó uno de los concejeros. — ¿Es verdad eso que dice del príncipe? y ¿De qué está acusando a la princesa?

 

Los concejeros que antes estaban dispuestos a apoyarle, convencidos con sus sutiles manipulaciones, ya no estaban tan seguros de que ella estuviese diciendo la verdad. Yayoi estaba comenzando a entender que solo su padre estaba dispuesto a creerle con fe ciega.

 

—Salgan... salgan todos de mi habitación. Le diré a mi padre que está rodeado de traidores. — Gritó con furia.

 

Pero Nowaki no estaba dispuesto a irse, no si obtener respuestas.

 

—Primero me dices que hiciste con él. —Le dijo agarrándola con fuerza por el brazo.

 

Ella se sacudió como una fiera y acertó una sonora bofetada en el rostro de Nowaki. Alejándose lo escupió, mirándolo con asco.

 

—No me vuelvas a poner una mano encima asqueroso animal. No sé de qué hablas y sal de mi habitación... ¡LARGATE!

 

Nowaki se sentía impotente, cuando su hermano lo tomó por un brazo sacándolo de la habitación.

 

Los concejeros salieron tras los hermanos. Dejando a Yayoi sola y con una pequeña sonrisa de triunfo. Akihiko llegó entonces con varios soldados, Miyagi al verlos suspiro con alivio, su padre estaba próximo a llegar y parte de la guardia se había adelantando.

 

—Que vigilen esa puerta y todas las salidas del palacio, la princesa no debe salir de aquí de ninguna forma.

 

Ordenó a su hermano que de inmediato movilizó a sus hombres.

 

—Iré...iré a buscarlo, no debe estar lejos.

 

Dijo Nowaki tratando de soltarse del agarre de su hermano. Miyagi no lo dejo ir, con suavidad le habló al atribulado príncipe.

 

—Es muy tarde, la noche está por caer. En la oscuridad no lograras rastrear las huellas, además no conoces el terreno. Debes esperar hasta mañana. Akihiko y los soldados iran contigo.

 

Nowaki se reveló ante la idea. Imaginaba lo que podría estar pasando Hiroki y su corazón se retorcía en un dolor que apenas era soportable. ¿Como dejarlo indefenso en la oscuridad de la noche? ¿Como podría sobrevivir a aquellas horas sin saber de su paradero, sin saber que podrían estarle haciendo?

 

—No... no voy a esperar— Murmuró casi sin fuerzas.

 

—Nowaki escúchame. —Intentó Miyagi,  hacerlo razonar.

 

Pero Nowaki estaba más allá de la razón, más allá de la ira. El dolor que sentía en su pecho era tan grande que parecía que una mano gigante le había arrancado el corazón de un solo tajo. Apenas podía respirar de la angustia que sentía. Era tanta su desolación, que se mataría si llegara a saber que había llegado tarde para rescatar a su amor.

 

— ¡NO VOY A ESPERAR MALDITA SEA! —Gritó con frustración.

 

Cuando el nudo que sentía en su garganta lo dejo hablar de nuevo, lo hizo con un tono tristemente desolador. — ¿Esperarías tu? ¿Dejarías a Shinobu a merced de alguien desconocido? ¿Podrías estar tranquilo sin saber que le han hecho?

 

El dolor de Nowaki le desgarró  el alma a Miyagi, y tan certeras eran sus palabras que le conmovieron. Porque era cierto, él tampoco esperaría, por aquello que mas amaba sería capaz de dar hasta su vida. Se moriría si no volviera a ver más la sonrisa traviesa de su pequeño rubio.

 

—Lo siento Nowaki... lo siento. Tienes razón.

 

La voz de alguien los hizo girar el rostro.

 

—Alteza,  tenemos buenos rastreadores en el reino.

 

Dijo con calma uno de los concejeros. Nowaki con su juventud, su jovialidad, su manera de acercarse a la gente y ganarse al pueblo, se había ganado el aprecio de todos los que le habían enseñado y acompañado aquellos días que tuvo que tomar el lugar del Rey.

 

Akihiko se acercó al hombre. —Dígame quiénes son y prepararé un equipo de búsqueda de inmediato.

 

El hombre asintió y se fue con Akihiko. Cuando Nowaki iba a irse tras ellos, otro de los concejeros se le acercó.

 

—Alteza ¿está seguro que la princesa está detrás de todo esto?

 

Nowaki suspiró con abatimiento.

 

—En la Abadía hay dos hombres que atestiguaron haber entrado en la casa del Duque Shinoda para secuestrar y asesinar al príncipe, por órdenes de Yayoi.

 

El hombre frunció el ceño con preocupación. Nowaki sabía que aquellas eran malas noticias, pero no iba a callar más. Yayoi merecía un castigo.

 

—No son las únicas pruebas que tengo. Puedo probar que el hijo que esperaba no era mío y también puedo probar que lo único que desea Yayoi es hacerse con la corona y tener poder absoluto en el reino. Si no he hecho publico todo esto antes, es por consideración al Rey, pero ya no puedo más. Yayoi va a pagar por sus crímenes.

 

El hombre asintió silencioso, no había palabras que decir tras aquellas acusaciones. Si resultaba que todo aquello era cierto, el hombre pensó que Nowaki había sido muy noble al no exponer al Rey a tan terrible verdad, pero como el príncipe había dicho, Yayoi debía pagar por sus crímenes.

 

Akihiko impartía órdenes cuando llegaron Nowaki y Miyagi a los establos.

 

—Tenemos veinte rastreadores y dos oficiales médicos. Conocen el reino, podemos  hacer dos grupos y recorrer los caminos cercanos al rio.

 

Nowaki asintió y otra voz conocida también dio el visto bueno.

 

—Eso suena perfecto, yo también iré.

 

Miyagi se volteo indignado, pero el regaño se ahogó en su garganta al ver la mirada resulta de Shinobu. Tras aquellos ojos había una férrea resolución y ni que lo amarrara conseguiría impedir que fuera. Aun así Shinobu se aseguró de dejar claro su punto.

 

—Conozco muy bien todos los caminos, al igual que Hiroki. Desde niños hemos ido y venido por todo el bosque y las montañas. Hiroki y yo conocemos lugares que ni los soldados conocen, así que yo también iré.

 

Akihiko suspiró resignado y dio la orden de que le ensillaran un caballo a Shinobu, el rubio sonrió complacido. Miyagi se acercó y lo abrazó con ternura, todos estaban preocupados y mientras más ayuda tuvieran sería mejor.

 

—Misaki se quedó dormido. El Doctor Katsuro le dio un sedante para que pudiera descansar.

 

Le dijo a su cuñado, cuando este se acercó para  entregarle las riendas del caballo. Akihiko le sonrió y este entonces le entregó un papel donde  había pasado toda la tarde dibujando un mapa con las posibles rutas. Todos se acercaron a escuchar cuando el rubio expuso sus ideas.

 

—Se fueron rio abajo. Yayoi quiere utilizarlo para lograr sus planes, así que no puede tenerlo muy lejos. Por ese lado del rio está, la montaña de la ceniza, y la montaña azul, el bosque se extiende a lo largo de la montaña azul, pero la montaña de la ceniza está completamente despejada. Así que yo creo que está en la montaña azul, allí hay varias cuevas y el bosque es espeso fácil para esconderse.

 

Nowaki vio luz entre tanta oscuridad, y esa luz era la esperanza hermosa que brillaba tras los ojos de Shinobu. Lo abrazó y besó sus dorados cabello.

 

—Te estaré agradecido la vida entera. —Le dijo al borde de las lágrimas.

 

Shinobu lo miró con una valiente sonrisa, que escondía sus propios temores.

 

— No tienes nada que agradecer, es mi amigo... mi hermano,  el que está en peligro y yo quiero tanto como tú,  verlo a salvo.

 

Minutos después se dividieron en dos grupos. Shinobu iba con Nowaki y diez soldados. Akihiko y Miyagi lideraban el otro grupo. La madrugaba comenzaba cuando se internaron en las profundidades del bosque.

 

******

Hiroki se despertó aturdido, pero la oscuridad ya no reinaba en el lugar. Abrió y cerró los ojos varias veces, buscando aclarar su visión.  Respiró profundo y tosió de inmediato, ahogado por la inmundicia de aquel lugar. Cuando logró aclarar su mente recordó todo lo que había pasado, pero lejos del terror que pensó iba a sentir, lo inundó una sensación de ira.

 

Estaba cansado de ser una víctima, harto de llorar y de esconderse. El sueño aunque incomodo e intranquilo, le  había traído paz, le había ayudado a encontrar dentro de él, al príncipe valiente que siempre había sido. No podía sentarse allí a esperar que Nowaki viniera a rescatarle. No, él tenía, necesitaba salir de allí antes de que Yayoi o aquel malhumorado hombre le hicieran algo a su bebé.

 

Miró a su alrededor con calma, las paredes eran rocosas y el piso irregular. La luz que medio iluminaba el pequeño espacio provenía del lugar por donde había desparecido el hombre la noche anterior. Estaba en una cueva y no en una cabaña como había creído, se sentó en silencio en la silla que, aparte de la destartalada mesa que estaba en un rincón eran los únicos muebles que había. Trató de reconocer los sonidos a su alrededor. A lo lejos podía escuchar el correr del agua ¿Una cascada? ¿Un riachuelo?

 

"Hay cuevas en la montaña azul, y también cascadas"

 

Pensó Hiroki. Se puso de pie y caminó hasta la reja. No había señales de su captor. Se alejó buscando a su alrededor algo que le pudiera servir de arma. En un rincón notó que una piedra sobresalía. Con cuidado de no hacer ruido la pateo hasta hacerla desprenderse de la pared. No era muy grande, pero si pesada, le serviría para hacer lo que quería.

 

Retrocedió asustado al escuchar los pasos de alguien que se acercaba. Escondió la piedra tras él y se sentó en el suelo tomando en su mano un puñado de tierra. No era momento de tener miedo, era momento de actuar. Respiró profundo y esperó.

 

—Estás despierto... Tu hermana debe estar por venir.

 

Aquello estremeció a Hiroki, ahora más que nunca debía salir de allí.

 

—Me... me duele el tobillo. No puedo ponerme de pie y quisiera sentarme en la silla,  por favor ayúdeme. —Dijo con voz lastimera.

 

El corazón se le aceleró hasta el punto que lo ensordeció, cuando el hombre abrió la puerta. Este estaba confiado, después de todo ¿qué podría hacerle aquel inocente joven?

 

Pero el inocente joven tenía algo por que luchar. Cuando Hiroki vio la puerta abierta y el hombre entró, le lanzó el puñado de tierra al rostro encegueciéndolo.

 

—Maldito infeliz… te voy a matar. —Gruñó el hombre lanzado sus manos  con violencia, buscando a ciegas al escurridizo príncipe.

 

Hiroki trató de pasarle por un lado,  pero el espacio era muy pequeño y este logró atrapar su cabello, halándolo con crueldad.

 

—Te tengo. —Gruñó con satisfacción.

 

Hiroki aprovechó que el hombre aun no podía fijar su visión y lo atacó golpeándolo en la cabeza con la piedra. El hombre cayó con Hiroki aun sujeto por el cabello, lo que lo hizo caer junto con él. El príncipe hizo un giño de dolor, pues aunque logró proteger su vientre de la caída, el golpe en sus caderas lo hizo jadear. Respiró profundo tratando de recobrar el aliento y de inmediato soltó su cabello del agarre del semiinconsciente hombre. Tomó las llaves de sus manos y salió cojeando del pequeño cuarto encerrando a su captor allí.

 

—Cuando te agarre te voy a matar. — Gruñó el hombre entre murmullos, mientras intentaba superar el mareo que lo embargaba.

 

Hiroki corrió como pudo a la salida de la cueva. La reja no detendría mucho tiempo a aquel hombre furioso.

 

La luz de la mañana lo encegueció un momento. Aferrándose de la pared rocosa dio pasos inciertos hasta que logró acostumbrarse a la claridad. Una enorme cascada se presento ante él y entonces supo donde estaba. Era la montaña azul y tendría que descender por el empinado camino e internarse en el bosque que la circundaba.

 

Hizo un respigo de temor al escuchar al hombre gritarle improperios, mientras estrellaba algo contra la reja. Caminó con prisa aun a pesar del dolor en su pierna, pues el tiempo se le terminaba y debía llegar al bosque para esconderse. Las piernas le dolían, comenzó a sentir la cabeza pesada y cuando ya estaba por descender por el último tramo, sintió entonces un dolor que lo dejó sin aliento. Se sujetó el vientre recostándose de la pared de piedra.

 

Los temores mas grandes estaban por hacerse realidad. Su bebé venia en camino y estaba solo en aquel lugar, con un hombre que muy pronto estaría libre para ir a buscarle.

 

—Por favor... por favor,  aun no.

 

Le rogó a su bebé acariciando su vientre con miedo. El estruendo que escuchó en lo alto del camino le dijo que las cosas no hacían más que empeorar. El dolor le dio tregua el tiempo suficiente para caminar el trecho que le faltaba y llegar al bosque. Donde se escondió tras un grueso árbol. En lo alto puedo divisar la entrada de la cueva y al hombre que salía de ella, mirando a todos lados con furia.

 

—Te voy a alcanzar, maldito principito y en lo que lo te tenga haré el trabajo por tu hermana.

 

Hiroki miró a todos lados con temor y cojeando se encaminó a otro árbol. Escondido observó como el hombre comenzaba a descender con grandes zancadas. Miró a su alrededor tratando de escoger el mejor camino y se decidió por una senda que estaba cubierta de espeso follaje.

 

******

 

—Alteza... venga, por aquí.

 

Nowaki corrió hacia el lugar que el soldado le señalaba. Un bote estaba escondido entre la maleza.

 

—Es ese... ese el bote donde se llevaron a Hiroki —Dijo Shinobu reconociéndolo.

 

—Debemos estar cerca. —Murmuró Nowaki con un dejo de alivio.

 

Siguieron el camino y  no muy lejos encontraron las huellas que les guiaron hasta la cueva. Pero allí no había nada, solo signos de lucha y sangre derramada, que dejaron a Nowaki y a Shinobu más angustiados de lo que ya estaban. Cuando bajaron, Nowaki le ordenó a uno de los soldados ir en busca del otro grupo. Aquel bosque era muy grande y necesitarían ayuda.

 

—Nowaki mira. —Le llamó Shinobu.

 

Pequeñas gotas de sangre hacían un camino internándose por una senda en el bosque. Las siguieron con la esperanza en sus corazones de que no fuera la sangre de Hiroki la que se derramaba.

 

Hiroki se detuvo en un pequeño claro. No tenía noción del tiempo que había pasado, aunque intuía que que había sido largo. El cabello se le pegaba al rostro febril y sudoroso. Las fuerzas poco a poco lo estaban abandonando. No quería darse por vencido, pero la inminencia de la llegada de su hijo le tenía exhausto. El dolor que lo había atacado al principio en lejanos intervalos, ahora era algo constante, que apenas le daba escasos segundos para respirar. Las piernas temblaban bajo su peso.  Ya no podía seguir caminando, no tenía fuerzas para seguir luchando. Estaba cansado y la agonía del dolor que sentía, lo dejaba ajeno a todo lo demás.

Se dejó caer sobre la espesa hierba. El dolor de nuevo lacerando su cuerpo. Sollozo asustado, triste. No vería el cielo a través de los ojos de su hijo, no sonreiría feliz al ver lo mucho que se parecería a Nowaki. La vida había sido cruel con él hasta el último momento quitándole hasta la dicha de ver a su hijo y de volver a estar en brazos del amor de su vida.

 

—Te encontré. — Dijo la voz siniestra de su captor. —Te va a pesar haberme hecho sangrar,  infeliz.

 

Hiroki se acurrucó en posición fetal esperando recibir el golpe. Pero solo escuchó el gemido de dolor del hombre y el sonido de su enorme cuerpo estrellándose en el suelo, con una espada atravesándole el corazón.

 

De no haber sido por el dolor que aun sentía, habría creído que estaba muerto, toda vez que el rostro hermoso de Nowaki se presentó ante su borrosa visión.

 

—¿Nowaki? —Murmuró con cansada emoción.

 

El príncipe arrodillado junto a él,  lo envolvió en sus brazos con ternura.

 

—Aquí estoy mi amor. Aquí estoy. Todo va estar bien, te lo prometo.

 

Lo siguiente que pasó fue muy confuso para Hiroki. Sabía que Nowaki estaba allí, sentía sus lagrimas caer sobre él. Sentía su calor envolviéndolo, pero el dolor tenía sus sentidos embotados.

—Tengo miedo —Gimió adolorido.  No era capaz de aguantar el dolor ni un minuto más.

 

Nowaki gritaba órdenes por doquier y de pronto Hiroki fue recostado sobre una sabana. Shinobu estaba también allí sosteniendo su mano, hablándole con cariño, pero él apenas lograba escuchar lo que decían.

 

Ni siquiera supo cuando su pantalón fue sacado. El grito de miedo de Shinobu se perdió en su mente.

 

—¡Está sangrando!

 

Dijo el rubio consternado.

 

 La cabeza del bebé comenzaba a asomarse por el canal, no tardaría mucho en nacer. Pero Hiroki estaba demasiado exhausto.

 

—Pídale que empuje alteza, sino lo hace podría morir él o el bebé.

 

Le dijo uno de los solados que estaba preparado para atender emergencias como aquellas. Este se posicionó entre las piernas del príncipe limpiando la sangre con una toalla empapada de agua.

 

Nowaki le rogó a Hiroki con ternura.

 

—Se que estas cansado cariño, pero por favor... por favor. Tienes que ayudar a nuestro hijo a nacer.

 

Las contracciones eran casi continuas. Hiroki tomó aliento durante unos breves segundos. Entre la neblina que lo inundaba, escuchó la suave suplica de Nowaki. Su bebé lo necesitaba, y él deseaba verlo vivo, saber que estaba bien. Lo había llevado por meses en su vientre, le había hablado, contado historias, cantado canciones. Ese bebé era su amor, su vida. Por él debía sobreponerse al dolor, a la muerte.

 

Reunió el valor que le quedaba y comenzó a empujar entre gemidos.

 

 

— Muy bien mi amor, empuja... empuja.

 

Le animaba Nowaki con los ojos llenos de lágrimas al ver que su hijo venia al mundo, pero Hiroki parecía estar perdiendo cada vez más el color de su rostro.

 

"Por favor... por favor que no lo pierda. Por favor, a quien quiera escucharme, le suplico, le suplico que no lo aparte de mi lado"

 

Rogaba Nowaki en su mente, mientras de sus labios seguían saliendo palabras de aliento para su amor.

 

 

Hiroki lo estaba logrando, aun a costa de si mismo iba a lograr darle la vida a su hijo. Empujaba con el cuerpo, con el alma, con el corazón. La monstruosa presión que crecía dentro de él, le robaba el aliento, las fuerzas. No podía durar mucho más; él,  ya no podría resistirlo mucho más. Las lágrimas corrieron por sus mejillas, solo su corazón lo mantenía luchando, solo su amor lo mantenía allí.

 

—Vamos mi amor, un último empujón — Le rogó Nowaki cuando el soldado le indicó que lo hiciera.

 

Hiroki casi no lo escuchaba, la presión era insoportable y lo aislaba de todo lo demás. Solo su cuerpo le decía que hacer, la maravillosa naturaleza obrando de la manera más perfecta.

 

—Empuja mi amor... empuja. —Escuchaba a los lejos

 

Empujo. Estaba sorprendido de que su cuerpo aun a pesar de su agotamiento, fuera capaz de ejercer tal fuerza. Dio un grito que ni siquiera escuchó. Su mundo sólo consistía en una tremenda presión que amenazaba con partirle en dos y un dolor sordo que lo dejaba sin aliento.

 

Y entonces, sin esperarlo, la presión cesó y Hiroki lentamente se dejó caer en los brazos de Nowaki, jadeando. Sintió una gran liberación. Muy poco a poco el dolor empezó a desaparecer y la luz del día se transformó en algo demasiado brillante para sus ojos. Los cerró lentamente, Nowaki le llamaba, él lo sabía, pero estaba cansado, muy cansado. Apenas podía abrir los ojos, la luz cegadora no se lo permitía. El llanto del bebe lo hizo sonreír en su letargo.

 

—Cuídalo... Nowaki... te amo.

 

 

Susurró con la poca fuerza que le quedaba y se abandonó al cobijo de aquella potente luz, que lo reclamaba, llevándoselo muy lejos.

 

Nowaki gritaba, Shinobu lloraba. Todo parecía haberse vuelto un caos.

 

—Lo siento alteza.

 

******

 

Yayoi se asomó por quinta vez en la puerta de su habitación, los dos guardias que la custodiaban la miraron con recelo. Ella despedía odio en su mirada, entró de nuevo cerrando con un sonoro portazo. Estaba atrapada, aquellos hombres no iban a dejarla escapar. Se asomó al balcón y vio que la tarde comenzaba a caer. Fue entonces cuando escuchó el escándalo en la entrada del palacio. Alguien gritaba y lloraba y sonrió con malicia al fijarse mejor y notar que era Nowaki el que hacia aquel alboroto.

 

Entró a la habitación sentándose satisfecha frente a su cómoda. Mirándose en el espejo cepillo su brillante cabello. Su hermano estaba muerto, supuso que su hombre había hecho lo que le había pedido. Si ella no aparecía antes del medio día el debía matar a Hiroki. Su venganza estaba casi completa, ahora que su hermano no estaba de por medio, solo le quedaba acabar con Nowaki.

 

Sintió un toque en su puerta, de inmediato alguien entró.

 

—Su alteza, el príncipe Nowaki quiere verla. La espera en la sala del trono.

 

 

Cuando Yayoi entró al lugar. Nowaki estaba sentando en los escalones que daban a los tronos de su padre y su madre. Ella sonriente se le acercó. El príncipe se veía demasiado cansado y demacrado. Estaba disfrutando mucho verlo así de derrotado.

 

—¿Encontraste a tu principito?.. Querido.

 

Le preguntó con una amarga dulzura.

 

Nowaki alzó el rostro mirándola desolado.

 

—Ganaste Yayoi. Espero que ya estés satisfecha. Me quitaste lo que más amaba.

 

Ella rio con arrogancia, estaba plena de triunfo, su corazón henchido de satisfacción.

 

—Te dije que me ibas a pagar muy caro lo que me hiciste Nowaki. Tú estabas destinado a ser el Rey de Tengoku, tu lugar estaba conmigo, pero lo despreciaste por ir tras el imbécil de mi hermano. A mí nadie me rechaza Nowaki, yo soy la reina de Tengoku.

 

Nowaki se puso de pie mirándola con tristeza.

 

—¿Porque matarlo Yayoi? Él era inocente.

 

Ella rio con amargura. —¿Y crees que me importa que haya sido inocente? Nunca me importó Nowaki. Él era un obstáculo en mi camino, el príncipe tierno, el príncipe con gran corazón, el príncipe hermoso que todos amaban. Hasta mi madre lo quería más que a mí. Pero yo me encargué de que él único que importaba lo odiara, yo hice que mi padre despreciara todo lo que él hacía. Me alegro de que esté muerto, me alegro, pues ya no hay obstáculos en mi camino, me deshice de mi madre, me deshice de mi hermano y ahora solo me faltas tú. Mi padre se mejorará pronto y yo haré que tú seas juzgado por traición. Mi venganza estará completa cuando te vea en la horca.

 

Yayoi se sentó complacida en el trono de su madre. —Alégrate Nowaki. —Dijo con marcada ironía. —El día que te cuelguen volverás a estar con tu asqueroso principito, allá en la muerte. Mientras yo disfrutaré de mi triunfo.

 

 

—Como pude ser tan ciego.

 

Dijo una voz, que heló la sangre de Yayoi. Sus ojos se salieron de las orbitas cuando ante ella apareció su padre que salió de una de las habitaciones contiguas al salón del trono.

 

—Papá yo...

 

—¿Por qué Yayoi? Lo tenías todo.

 

Ella estalló en llanto. — ¡No tenía nada! Él era el mejor en todo. Todos le amaban a él.

 

—Yo te amaba. —Le dijo el Rey acercándose y mirándola con tristeza. —Le di la espalda a mi hijo, a mi esposa, por creer en ti.

 

El poderoso Rey de Tengoku se sentía desolado. Acarició el rostro lloroso de su hija y de inmediato dio una orden.

 

—Soldados, escolten a la princesa Yayoi a la Abadía.

 

Ella lo miró con terror. Cuando vio a los hombres acercarse sacó un enorme cuchillo de entre la falda de su vestido. Con calculada frialdad lo puso en el cuello de su padre.

 

—Como has tomado esa decisión, significa que ya no tengo padre. Entonces no dudaré en matarte si alguno de esos hombres se me acerca.

 

Nowaki le grito a los soldados que se alejaran.

 

—Yayoi por favor, baja el cuchillo. No te hundas más. —Le dijo acercándose sigilosamente.

 

Ella apretó aun más el cuchillo en el cuello de su padre, sacándole sangre.

 

—Aléjate maldito infeliz, lo mataré si das un paso más. Quiero que todo el mundo salga de aquí, ensillaran un caballo y me dejaran irme con mi padre. Lo dejaré en libertad una vez que esté a salvo.

 

Nadie quería moverse del lugar. La vida del Rey estaba en riesgo. El reino entero estaba siendo amenazado.

 

Nowaki no lo vio venir, el Rey se liberó del agarre de su hija, despojándola del cuchillo. Los movimientos eran tan agiles que Nowaki apenas tuvo tiempo de seguirlos. El brillo del acero se movió en el aire. Yayoi blandía otro cuchillo que también llevaba escondido en su vestido y con furia lo enterró en el pecho de su padre.

 

Cuando el Rey calló ella le dijo con satisfacción. —Tú me ensañaste a pelear ¿Lo olvidaste?

 

Pero antes de poder celebrar su triunfo, gimió al sentir la filosa hoja del otro cuchillo que estaba enterrada en su estomago.

 

—Aprendiste...bien, mi querida niña —Murmuró el Rey cuando la vio caer a su lado con las manos llenas de sangre.

 

—Te veré en el infierno... pa...pá.

 

Sus ojos se cerraron, el Rey tomó su mano besándola con amor.

 

Nowaki se abalanzó a él. Ordenado trajeran un medico. Pero ya era tarde, era muy tarde.

 

—¿Mi hijo está muerto?

 

Preguntó con la voz cansada. Nowaki negó con la cabeza.

 

—Debía hacer que ella lo creyera, para lograr que confesara. Lo siento majestad no quería causarle este dolor.

 

El Rey negó con la cabeza. —Serás un gran Rey Nowaki, eres todo lo que yo no fui. Por favor cuida de mi pueblo y sobre todo cuida de mi esposa y de mi hijo. Diles que en mis últimos momentos mis pensamientos fueron para ellos, que estoy muy arrepentido por lo que hice.

 

El Rey gimió, su corazón comenzó a apagarse. —Diles... que... los amo...

 

El corazón finalmente se detuvo y toda la sala se quedó en un profundo silencio.

 

******

 

—La ceremonia de coronación fue muy bonita.

 

Akihiko abrazaba con ternura a Misaki. Después del horror de los últimos días todo parecía volver a la calma.

 

Shinobu se sentó al lado de ellos. —Nowaki va a ser un gran Rey, todo el reino lo adora.

 

Miyagi se sentó junto a él sonriendo tranquilo. —Estoy contento de que mi hermano al fin encontrara su camino.

 

— ¿Donde está ahora? —Preguntó Misaki.

 

Todos rieron cómplices. Cuando Akihiko con una gran sonrisa, respondió.

 

 —¿Donde crees?

 

Después de una semana, el corazón parecía volver a la calma. Pero se agitaba de nuevo, esta vez de felicidad cuando entraba a su habitación y los encontraba allí, sanos, a salvo y felices.

 

—Por eso está tan gordito, si come como si la leche se fuera a acabar.

 

Su hijo,  ajeno a la observación de su padres, comía con avidez prendado del pecho de Hiroki. Este sonrió y recibió de los labios de Nowaki un dulce beso.

 

Le había llevado dos días despertar de su sueño. El doctor Katsuro por un momento había temido que no despertaría. Nowaki no se había apartado de su lado, rogándole que no le abandonara y tal vez esas suplicas habían obrado el milagro, pues en la mañana del tercer día el príncipe despertó, alegrando al reino entero.

 

Ahora Nowaki no podía alejarse mucho tiempo de él y de su pequeño príncipe. Kazumi, le habían llamado, en honor al hombre que había dado su vida para salvar al príncipe. Solo esperaban que la anulación del matrimonio con Shinoda fuera aprobada, para casarse.

 

Cuando el principito terminó de comer, su papá lo tomó en sus brazos meciéndolo con ternura. Cuidadosamente lo acostó en la cuna ya dormido y en seguida se metió entre las sabanas para acurrucarse con el amor de su vida. Hiroki estaba aun débil, pero fuera de peligro y su bebé aunque era prematuro, tenía una salud envidiable.

 

—Te amo. —Le dijo Nowaki, besándolo dulcemente.

 

—Yo también te amo. —Susurró Hiroki, perdido en aquellos labios.

 

Nowaki lo aferró con fuerza a su pecho, aun sentía la angustia por casi haberlo perdido.

 

—Eres como un sueño. —Le dijo Hiroki recostándose en su pecho. —Tú y Kazumi son mi sueño hermoso.

 

Nowaki sonrió, besó su cabello diciéndole con ternura. —No somos un sueño cariño, somos realidad. La más perfecta y hermosa realidad. La vida nos puso obstáculos pero aquí estamos más fuertes que nunca. Ustedes son la otra mitad de mi alma, la razón de mi vida. Hoy soy más feliz de lo que jamás creí.

 

El príncipe buscó la mirada de su amor, sus ojos azules cristalinos de lágrimas de alegría. Todo el amor y la certeza que sentía fueron puestos en palabras.

 

—Tú eres el amor que yo siempre soñé.

 

******

 

Mucho tiempo después, un palacio se agitaba con la llegada de un príncipe.

 

—¡Ahhhhh maldita sea... lo voy a matar...!

 

 —¿Sabes hermano? creo que vas a pasar un buen tiempo sin sexo —comentó Nowaki risueño.

 

Miyagi escupió el coñac que tomaba, sorprendido ante el comentario y se atragantó cuando escuchó otro alarido de su esposo.

 

—¡Miyagi infeliz. No me vas a poner otro dedo encima nunca!

 

Mientras Miyagi le lanzaba una mirada llena de furia a su hermano por lo acertado de su comentario. Akihiko sentado en un mueble sonreía discreto ante la tribulación de Miyagi.

 

En el dormitorio, Shinobu se retorcía en agonía al intentar dar a luz a su hijo. Respiró profundamente cuando el dolor cedió, diciéndole entre jadeos a su hermano.

 

—Misaki... Misaki no me dejes... no me dejes tener hijos nunca más.

 

Pero el intervalo fue breve pues volvió a sentir una nueva contracción y antes de comenzar a pujar le dijo a Hiroki que también estaba su lado y transitaba por su segundo embarazo.

 

—Tu... tu eres masoquista, ¿cómo puedes... como puedes hacer esto otra vez?

 

El castaño sonrió. Iba a decirle que sabía lo difícil que era, pero que todo lo olvidabas al tener a tu hijo en brazos. Cuando el doctor Katsuro habló con emoción.

 

—La cabeza está a punto de salir, Shinobu. No falta mucho ya.

 

El rubio agarró con fuerza las manos de sus hermanos, apretando los dientes mientras el médico le animaba.

 

—Empuje. Eso es. Grite si quiere. Lo está haciendo muy bien.

 

Shinobu gimió preso del dolor. Luchó por no gritar, pero al asomar la cabeza él bebé no pudo reprimir un alarido que dejó a Miyagi helado en el estudio, donde esperaba con sus hermanos.

Miró a su alrededor mareado por la angustia. Nowaki se acercó a él, antes de que se desmayara. Lo sentó en el mueble e intercambio miradas con Akihiko, ambos habían estado en los nacimientos de sus hijos, sabían lo que sentía Miyagi en aquel momento.

 

El grito del joven también había afectado a los hermanos. Sabían lo duro que era aquel proceso, incluso Akihiko había pensado en no tener más hijos al ver a Misaki sufrir de aquel modo. Pero su pequeño esposo lo había convencido de que aquello era normal y Akihiko estaba tan enamorado de su hermosa niña que no se cerraba a la idea de tener un varoncito.

 

Poco después, un sonriente Misaki abrió la puerta del estudio con el pequeño bultito en brazos. Se dirigió al atribulado padre mientras los otros dos se acercaban para admirar el rostro del recién nacido.

 

—Es un niño, Miyagi —le anunció—. Es un niño hermoso y sano.

 

—¡Cielos! —exclamó Miyagi entre lagrimas, enamorado del rostro hermoso y arrugado de su hijo.

 

Minutos más tarde, Hiroki abandonaba la habitación junto con Misaki. Ambos reían, pues lo último que escucharon al salir, fue a Shinobu diciéndole a su esposo, que quería una niña igualita a él. Volverían a pasar por aquello una vez más,  pues Shinobu siempre se salía con la suya.

 

En la noche, cuando todos ya descansaban. Nowaki se asomó en la habitación de su hijo, el pequeño dormía plácidamente envuelto en sus suaves sabanitas. Lo besó con amor y salió sigiloso encaminándose a su habitación. Allí encontró a su esposo mirando la noche en el inmenso balcón.  Hiroki observaba el vasto paisaje que ofrecía el reino de Iami, estarían allí unos días mas antes de volver a su reino.

 

Cuando sintió los cálidos brazos que lo rodeaban se recostó gustoso en el ancho pecho. Nada le gustaba más que estar allí cobijado en el amor de su esposo.

 

—Este lugar es hermoso Nowaki. ¿No lo extrañas? ¿ No extrañas tus aventuras?

 

Nowaki lo cargó y lo llevó en brazos, recostándolo en el lecho. Despacio lo besó quitándole la ropa con insinuante suavidad.

 

— Nuestro reino es igual de hermoso y más aún porque me dio la dicha de conocerte. Mi mejor aventura es ser tu esposo, el padre de Kazumi y de este príncipe o princesa que viene en camino.

 

Hiroki gimió al sentir los cálidos besos en su vientre desnudo. Nowaki se acercó a sus labios y besándolo con veneración le susurró enamorado.

 

—Mi hogar está en tu corazón y allí viviré para siempre. Cobijado en ese amor que siempre soñé.

 

Y así siguió su historia, envueltos en un amor tan perfecto y leal que parecía un sueño.


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