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El amor que solo soñé por Butterflyblue

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Notas del capitulo: Hola a todos gracias por su compañia, espero les guste el nuevo capitulo. Les espero por aqui y no olviden hacerme saber si les gusta. Kyo hermosa no llores ok jejejeje.
Maikel cool un amigo de venezuela ya te agrego en el face, gracias por tu mensaje ojala sigas acompañandome.
Rorokamijou, linda tiempo sin verte, gracias por volver.
Xiva jejejeje si me encanta complicar las cosas.
Jessy gacias por tu mensaje.
Verona Melyoan, garcias lindas por su mensajes.

Lau-nith, adoro verte por aqui al igual que a Patty.

En fin gracias por acompañarme, no me abandonen aun queda mucha aventura por delante.
9- Despiértame


—¡Esto es absurdo, no puedes negarte a comer!

Las furibundas palabras cayeron en saco roto, pues el objeto de su molestia parecía no inmutarse con su furia.

—¿Piensas quedarte el resto de la vida encerrada en esta habitación? ¿Que crees que ganaras con eso?

Himeko ataviada con un fino y delicado batín blanco, caminó despacio hacia la terraza de la habitación. El Rey quiso seguirla porque pensó que saldría a la misma para evadir la discusión, pero su asombro fue grande cuando ella solo cerró las pesadas puertas, sumiendo la habitación en la semi oscuridad.

La vio pasar a su lado y meterse en la cama sin decir una palabra.

—No podrás encerrarte aquí para siempre. —Gruñó el hombre entre dientes.

Pero ella no respondió, se envolvió en las sabanas y se acurrucó dándole la espalda. El estaba furioso, pero también tenia miedo, estaba triste. La amaba, ella era su esposa, la mujer que lo había ayudado a reinar con sabiduría. Ella era sensata, bondadosa, inteligente y hermosa. Su esposa era hermosa, pero ahora solo parecía una sombra y él sabia que era su culpa.

Se sentó en la cama acariciando los largos mechones de su cabello. Ella se estremeció al toque acurrucándose mas, tratando de alejarse de él.

Kaito apartó la mano, pidiéndole con suplica. —Himeko, por favor, aun tienes una hija ¿podrías hacer un esfuerzo? te vas a enfermar si sigues así.

El cuerpo de la reina comenzó a estremecerse con ligeros sollozos. El suspiró abatido.

—Prometiste estar conmigo en las buenas y en las malas, Himeko ¿Donde está la mujer valiente y compasiva de la que me enamoré? ¿Donde está la mujer que me prometió que estaría a mi lado pasara lo que pasara?

Ella secó sus lágrimas con tristeza, respondiendo a aquella pregunta con amargura.

—Murió hace más de una semana, cuando le arrebataron a su hijo.

Tenia tanta rabia acumulada, días guardando su dolor, su pena. Había enviado muchas cartas a la fortaleza del Duque Shinoda y ninguna fue respondida. Escribía dos veces al día suplicando ver a su hijo, hacia dos días había descubierto que las cartas jamás habían salido del palacio, cinco días de cartas que nunca fueron leídas. Cuando intento subir a un carruaje, para ir ella misma a ver a su hijo, no se le permitió salir. El Rey se negó a verla sabiendo que lo había descubierto y desde entonces ella se encerró en la habitación de su hijo y se negó a comer. Tenia los nervios destrozados y estaba cansada, muy cansada. Aterrada de pensar lo que podría estar viviendo su hijo.

—Y tu hija ¿ no te importa acaso que ella sufra con tu actitud?

Ella rió amargamente y se sentó en la cama, mirando a su esposo con tristeza.

—¿Yayoi está sufriendo? ... Que ciego eres Kaito, tu hija revolotea por el palacio como una mariposa en primavera, la sonrisa no se ha borrado de su rostro y solo habla de lo feliz que es ¿Triste, Kaito? Yayoi tiene todo lo que deseba ahora que Hiroki no esta y solo le faltaría que me enviaras lejos de aquí para estar completamente feliz.

El Rey se paró furioso de la cama. —No puedo creer que estés diciendo eso de tu propia hija, no haces sino confirmar lo que ella dice. Que tú la odias. No puedo entender que una madre se comporte de esa forma. Me das... asco.

Himeko estaba demasiado saturada de dolor para que aquellas palabras le dolieran. Levantó su mentón diciéndole firmemente.

—Pues entonces que espera su Majestad ¿porque no me destierra? haga feliz a su hija, pues al parecer es lo único que le importa y libéreme del suplicio de tener que tolerar su presencia, sabiendo lo que ha hecho.

—No saldrás de aquí jamás y si quieres pudrirte en esta habitación pues hazlo, ya buscaré la forma de justificar tu ausencia. —La amenazó el hombre caminando con paso firme hasta la puerta, antes de salir giro hacia ella para hacerle una última advertencia. —No se te ocurra querer escapar Himeko, ni decirle a nadie lo que aquí pasa, porque tu hijo aún está al alcance de mi furia, que no se te olvide que yo soy el Rey y este es mi reino.

Himeko se sentó en la cama llorando derrotada, cada día de esos siete días que había estado alejada de su hijo, cada día que pensó que su pequeño estaba en manos de ese hombre, que todos decían que era un monstruo. Cada día había muerto un poco, no tenia a nadie a quien acudir, estaba encerrada en aquel palacio, y no tenía posibilidad de ayudar a su pequeño príncipe.

******

El sonido de un portazo, alertó al que con fingida tranquilidad leía. Cuando levantó sobresaltado su mirada se encontró con el rostro enfadado de una mujer.

—¿Se te olvidó como tocar la puerta, Kohana?

—No su señoría. —Le respondió la mujer con una sonrisa que no escondía su enfado— . A usted en cambio si se le olvidó que debía recibirme desde hace días para hablar.

El la miró con desden y luego volvió sus ojos al libro. —¿Desde cuando tengo que recibir a todo el que desee hablar conmigo?

—Desde que esa persona es tu madre. —La respuesta de ella fue rápida y directa.

El rió sin dejar de mirar las líneas que hace tiempo habían perdido su interés.

—No recuerdo que ese haya sido nunca tu papel en esta casa.

Levantó su rostro y la miró con desprecio antes de seguir. —Si estas aquí es porque eres una buena ama de llaves y te encargas de todo con discreción. No quieras venir ahora a querer ocupar un puesto que no te corresponde.

Ella suspiró pero no se sintió amedrentada por el tono de desprecio. Había ido a decir algo y lo diría.

—No te queda bien comportarte como tu padre, él era cruel y despiadado, pero tu no eres así, aunque intentes aparentar lo contrario.

El tiró el libro sobre un escritorio y la miró con furia.

—No madre tienes razón, soy un crédulo, un imbecil que confió. Mira lo que trajo eso, mira en lo que me convirtió ese corazón calido que tu me heredaste. Soy el Duque maldito, hasta tu deberías temerme.

Se podía sentir físicamente la amargura en sus palabras, el dolor, la soledad. El vio el cambio en el rostro de su madre, su compasión, pero el no deseaba su lastima, no deseaba la compasión de nadie.

—Di lo que viniste a decir y déjame en paz.

Le dio la espalda y se concentró en mirar el fuego que crepitaba en la chimenea.

Kohana respiró profundo, no era fácil llegar a él.

—Vine a hablarte de tu esposo.

Desde que Hiroki había llegado a la casa, ella lo había adorado. No había nada en aquel joven que dijera que el era lo que su padre había dicho. Kohana, acostumbrada a los hombres viles, supo de inmediato que todas aquellas calumnias eran mentira.

Hiroki seguía sin decir palabra, ella entraba con el alba a la habitación que le habían asignado y ya lo encontraba despierto, mirando con una profunda soledad, hacia la pequeña ventana de su habitación. Aquella parte de la casa era por demás fría y oscura, los muros altos de las habitaciones tenían pequeñas ventanas por las que apenas podía apreciarse el cielo, pero en aquellas montañas el sol no parecía nunca salir, el cielo siempre estaba cubierto de nubes grises que desataban tormentas a cada momento.

Kohana le hablaba animadamente, lo tomaba de la mano y lo llevaba a la bañera. Lo aseaba tiernamente, contándole historias. Luego de dejarlo limpio y peinado, lo sentaba en un pequeño comedor y lo alimentaba con delicadeza, despacio, cucharada tras cucharada. El apenas comía, y su mirada siempre estaba perdía en la lejanía, como si dentro de él, estuviera viviendo su verdadera vida, como si de verdad no estuviera allí. Repetía el proceso en cada comida, y en la noche le ponía un suave pijama y lo acostaba en la cama arropándolo dulcemente y meciéndolo con una dulce canción hasta que el cerraba los ojos, se quedaba allí hasta cerciorarse que dormía profundamente y salía en silencio de la habitación.

Había llorado mucho aquellos días, su corazón de madre se sentía dolido por aquella criatura. Su esposo le había arrebatado la oportunidad de ser una madre para Shinoda y por eso abocó todo el amor que tenia retenido en su alma, en ese niño que ella intuía llevaba un infierno en su interior.

—Que pasa ¿ya comenzó a exigir que le den trato de príncipe? El Rey me dijo que tendría que modificarle el orgullo ¿acaso ya sacó las garras? Imaginé que iba a durarle poco el teatrito de niño desvalido.

Shinoda no había dejado ni un minuto de pensar en su esposo. Eso lo tenía fuera de si. Por más que lo había instalado en la habitación mas alejada posible y se había mantenido al margen de su presencia, dejando a su madre encargarse de él. No podía dejar de pensar en su rostro hermoso, en la tristeza que había visto en él, en sus lagrimas. Pensó que no podía estar actuando, pero no quiso creer que no fuera así y si ahora su madre estaba allí era porque el había tenido razón y el príncipe se había hartado de actuar dejando salir su verdadera naturaleza.

—El Rey te mintió, te engañó para que fueras tú el que cargaras con su pecado, pues esa criatura es una victima. Y no, no ha sacado sus garras, y como él no puede defenderse por si solo, lo haré yo.

—Vaya, se te da bien adoptar a los de tu calaña ¿no, madre?

Ella ignoró el comentario desagradable. Decidió terminar lo que había ido a hacer para ir a atender a Hiroki.

—Piensa lo que te de la gana. Vine a decirte que el invierno no tarda en llegar, están por caer las primeras nevadas...

—¿Que quieres, que hagamos un muñeco de nieve juntos? ¿No es muy tarde para eso... madre?

Kohana contuvo su rabia.

—Quiero que lo cambies a esta ala de la mansión. Sabes que el ala norte es casi inhabitable en el invierno. Podrías ponerlo cerca de mi habitación y así yo podría estar al pendiente de él. Tiene pesadillas en las noches Shinoda, y esta completamente solo, no hay nadie en esa ala que pueda escucharlo si acaso necesitara ayuda o algo...

—Has lo que te de la gana. —Espetó él con desprecio, interrumpiendo las palabras de su madre— .Ponlo en alguna de las habitaciones de servicio, así lo tendrás cerca para que sigas satisfaciendo tu tardío sentimiento maternal.

—Gracias. —Dijo ella, saliendo sin decir más.

El sintió el portazo y se dejó caer en el sillón.

"Pesadillas"

Que sabía un príncipe mimado de pesadillas. …l si lo sabia, él sabia del miedo a dormir por no experimentar el horror que en los sueños le esperaba. Se sirvió una copa de vino y se quedó mirando el fuego, pensando en el rostro hermoso de aquel príncipe que había ido a importunar su amarga soledad.


******

—No puedo dejar de pensar en él, han pasado quince días Shinobu, quince días.

Misaki recibió en sus manos una taza de humeante té. Shinobu tomó la suya acomodandose a su lado en la cama.

—Yo tampoco, hermano, trato de imaginar su rostro los últimos días que lo vimos y no logro recordar algo que diga que estaba pasando algo.

Shinobu sorbió un poco de té y miro a su hermano compungido.

—Nos habría dicho, el nos habría hablado de ese hombre. Hiroki no podía estar manteniendo un romance con él sin habérnoslo dicho.

Misaki no miró a su hermano, pues entonces el pequeño vería en su rostro que guardaba un secreto. Aun así Shinobu lo conocía y desde hace tiempo sabía que su hermano ocultaba algo.

—Que es Misaki, dilo de una vez.

Misaki suspiró. —No puedo ocultarte nada ¿verdad?

Shinobu negó con la cabeza.

—Cuando nos quedamos en el palacio, la noche en la que el prometido de Yayoi se fue. Yo me desperté con un ruido, pensé que era Hiroki pues era en el pasillo, me levanté para ver si necesitaba algo y cuando me asomé en la puerta vi que alguien salía de su habitación. Era él, Shinobu, era el príncipe Nowaki el que salía de la habitación de Hiroki. Por eso no quería decir nada ¿entiendes porque estoy tan agustiado? Si alguien mas lo sabia, si los descubrieron, puede que eso haya sido lo que desencadenó todo esto.

—Un castigo. —Murmuró Shinobu aterrado.

Se paró de la cama caminando por la habitación agitado.

—Esa maldita lo sabía.

Shinobu puso una mano en su pecho y su cara se volvió fría. Se sentó al lado de su hermano murmurando con dolor. —Cielos Misaki, lo descubrió, ella debe haberlo descubierto e hizo que el Rey castigara a Hiroki. Por eso todo este secreto, por eso la extraña desaparición y todo este circo.

Misaki sollozó al oír en las palabras de su hermano lo que su corazón había temido por días.

Shinobu tomó la mano de su hermano apretándola con cariño.

—El Capitán Usami dijo que estaba investigando, Misaki y la carta que le escribimos al Duque debe estar por ser respondida. Pronto podremos ver a Hiroki y él nos contará que paso.

Pero Misaki no era tan optimista como su hermano.

—¿Y si ese hombre no nos deja verlo? Shinobu, tu sabes lo que dicen de él. Todo el mundo le tiene miedo, él... él...asesinó a su familia. —Misaki rompió en llanto al imaginar el infierno que pudiera estar viviendo su amigo. —No puedo dejar de pensar... en Hiroki encerrado y a merced de ese hombre, Shinobu. No puedo dejar de imaginar lo que puede estar sufriendo. Y por otro lado pienso ¿y sino esta allí? ¿Si todo es una mentira y el Rey encerró a Hiroki en alguna parte?

Shinobu consoló a su hermano un largo rato hasta que este, vencido por el agotamiento se durmió. Lo dejó arropado en la cama y silenciosamente salió de la habitación. Caminó por los oscuros pasillos y entró al estudio de su padre, había una espina en su costado que debía confirmar, las palabras de Misaki eran sus propias dudas, el tampoco creía que Hiroki estuviera con el Duque Shinoda. Con una pequeña vela escarbó en los papeles que estaban en el escritorio. Pasó largo rato buscando en cajones y estantes, cuando ya iba a darse por vencido se le ocurrió un sitio donde no había escarbado. Se metió bajo el escritorio y hurgó en la basura. Allí estaba lo que había buscado, la carta que hace unos días él y Misaki habían escrito.

Shinobu cerró los puños con rabia. Su padre era cómplice de aquel engaño, por eso no habían recibido respuesta, la carta jamás había sido enviada y eso solo confirmaba mas sus sospechas. Salio de la casa por una puerta que solo él y Misaki conocían y como pudo sacó su caballo del establo. Le costó un poco escapar sin ser visto, pero un rato después estaba cabalgando velozmente hacia su destino.

Miyagi estaba leyendo en su habitación, cuando sintió el toque leve en su puerta. Le extrañó y dio la orden de entrar pensado que seria su padre o alguno de sus hermanos, pero mayúscula fue su sorpresa cuando vio a la nana de Hiroki en su puerta.

—Lo siento alteza, por molestarlo a estas horas, pero hay alguien que quiere verle.

La mujer miraba a todos lados nerviosa, como temerosa de que alguien la descubriera. Miyagi se puso un abrigo y caminó tras la mujer sin hacer preguntas. Se vio caminando por pasillos por los que antes no había pasado, supuso que se encontraba en el alojamiento de la servidumbre, la mujer caminaba deprisa. Cuando abrió una puerta que Miyagi pensó seria su habitación, una voz conocida lo hizo sonreír.

—¿Lo encontraste Yukiko? ¿Miyagi viene contigo?

Shinobu no había visto a su novio, pero cuando este cruzó la puerta internándose en la habitación, se lanzó a sus brazos suspirando con alivio.

—¿Que haces aquí a esta hora mi amor? ¿Viniste solo? Es peligroso que andes por allí solo a estas horas...

—Miyagi... Miyagi, te necesito. —Interrumpió Shinobu la preocupación de su novio. Cuando este se calmó lo sentó en sus piernas mirándolo con preocupación.

—Esta bien cuéntame, pero después te voy a seguir regañando por haber venido aquí a estas horas.

Recibió un beso dulce de su novio, antes de que este le dijera con aplomo. —Lo que pasó hace quince días es una vil mentira, Miyagi. Misaki y yo creemos que Hiroki esta encerrado en alguna parte. Le escribimos una carta al Duque de Shinoda para que nos dejara ver a Hiroki y la carta jamás salió de nuestra casa, mi padre esta interceptando la correspondencia ¿Por que Miyagi? ¿Acaso no es para que no podamos descubrir la verdad?

Cuando Miyagi iba a objetar aquella loca teoría de su pequeño rubio. Yukiko que había permanecido en silencio habló con voz trémula.

—Mi niño Shinobu tiene razón, alteza. Mi reina, descubrió hace unos días que sus cartas tampoco habían salido del palacio y cuando ella quiso ir a ver a mi niño no la dejaron salir. Desde entonces esta encerrada en la habitación de mi niño Hiroki, lleva más de cinco días encerrada allí. —La mujer sollozó con tristeza y Shinobu se bajó del regazo de Miyagi para ir hacia ella abrazándola con amor.

—Casi no come la pobrecita, por mas que le ha rogado al Rey que la deje ir a ver a mi niño, él está inflexible... y no le importa verla sufrir. Han pasado quince días desde que mi niño Hiroki se marchó y mi reina no ha tenido paz.

La mujer lloraba con amargura y Miyagi comenzó a sentir que algo no encajaba en la historia que había relatado el Rey la noche del juramento. Pensándolo bien, él tampoco había creído aquello del todo. No se imaginaba a Hiroki siendo un egoísta, él lo había conocido, lo había visto en su entorno, con los niños, con los enfermos. El corazón del príncipe era noble y bondadoso ¿como podía imaginarlo como un mentiroso manipulador? No, no lo era, pero aun quedaba algo por dilucidar, el motivo que había acarreado toda aquella mentira.

—Bien, digamos que lo que dices es cierto. —Le dijo a Shinobu con serenidad. — ¿Por que el Rey le haría algo así a su hijo? ¿Que razones tendría para someterlo al escarnio público? La corte entera habla del príncipe, todos concuerdan en que lo que hizo fue deplorable ¿Porque el Rey se expondría a que despreciaran así al príncipe?

—Su majestad desprecia a mi niño, siempre lo ha tratado mal. —Contestó Yukiko antes de que Shinobu pudiera decir algo.

Para Miyagi aquello no podía ser posible y tampoco era un argumento valido para tal actitud de parte del Rey. Pero Shinobu le dijo lo que si era el detonante de lo que había pasado.

—Hay algo peor que eso Miyagi. Tu hermano se metió en la habitación de Hiroki la noche en que se marchó, no sabemos porque, ni sabemos si Hiroki lo esperaba, pero Misaki lo vio salir muy tarde. Miyagi ¿y si no fue solo Misaki el que lo vio?

Yukiko tapó sus labios ahogando un gemido, allí estaba la confirmación de sus temores. Era Yayoi, Yukiko sabia que había sido ella la causante de todo aquello.

—Yayoi. —Balbuceó la mujer en estado de shock.

Shinobu la llevó a sentarse en un sillón, caminó a una mesita y le sirvió un vaso de agua. Mientras la mujer bebía le dijo a su novio.

—Yayoi siempre ha detestado a Hiroki, desde que recuerdo le ha hecho la vida imposible, y siempre consiguió que el Rey lo castigara por cada cosa que ella hacia para culparlo. Si Yayoi vio a tu hermano salir de la habitación de Hiroki no me extraña que ella sea la que esté detrás de todo esto.

Shinobu se acercó a Miyagi tomando sus manos. —Tienes que ayudarme Miyagi, Hiroki no está con ese hombre, por algo no nos dejan comunicarnos con él, allí donde se supone debe estar. Nuestras cartas no han salido porque Hiroki no esta allí y tú tienes que ayudarme a encontrarlo.

Miyagi estaba estupefacto con aquella nueva información. —Nowaki y Yayoi se casan en tres días. —Dijo mas para él que para los que le escuchaban.

Shinobu besó sus labios con amor. —Por eso debes actuar rápido mi amor, para evitar que tu hermano cometa un grave error y se case con esa mujer que es una loca despiadada.

Un rato después Miyagi lo acompañó hasta la puerta secreta por donde había entrado.

—Debería ir contigo. —Le dijo besándolo con amor.

—No, nos descubrirán y no podemos dejar que nadie sepa lo que vamos a hacer. Si el Rey se entera puede tomar represalias contra Hiroki y no podríamos encontrarlo nunca. Miyagi, estaré bien, el caballo esta oculto en el bosque y yo he hecho este camino muchas veces, Hiroki, Misaki y yo solíamos escapar por las noches para ir al lago, así que no me va a pasar nada. Has lo que acordamos y ven mañana a mi casa, te estaré esperando muy temprano. Tú, Akihiko, Misaki y yo tenemos que buscar la forma de dar con Hiroki.

Miyagi asintió y lo besó con amor antes de dejarlo ir. Lo miró perderse en la oscuridad del bosque con aprensión. Con el corazón oprimido camino rápidamente hasta la habitación de Akihiko, no esperaría hasta el día siguiente para ponerse en acción.

******

—Hoy te ves muy hermoso cariño ¿Será porque te gusta tu nueva habitación?

Una semana más había pasado Hiroki en aquella helada mansión. Kohana finalmente lo había cambiado al ala de servicio, su habitación nueva era pequeña y acogedora, con grandes ventanas que daban a un pequeño patio interno que protegido por las grandes murallas de la casa, le daba al lugar la calidez que en el invierno tanto se necesitaba.

La mujer se había avocado a cuidar del joven príncipe, empeñada en hacerlo volver de su ensimismamiento. Ese día había pasado casi todo el tiempo con él en la habitación, leyéndole y hablándole animadamente. En ese momento cuando ya terminaba de alimentarlo y lo preparaba para dormir, le dio un beso en la frente despidiéndose con dulzura.

—Duerme tranquilo mi querido niño.

…l, cerró los ojos casi de inmediato, y ella salio silenciosa de la habitación.

—Señora...señora, el... el amo la llama.

La mujer suspiró con fastidio. Había evitado a su hijo toda esa semana, él había sido muy grosero con ella la ultima vez que habían conversado y también le molestaba que ni una vez se hubiese tomado la molestia de preguntar por lo menos como estaba su esposo.

—¿No te dijo que quería, Keiichi?

Le preguntó al joven que le había ido a avisar, el muchacho parecía azorado y nervioso, pero eso no la sorprendió pues siempre se ponía así en presencia de su hijo. La familia Sumi había servido a su esposo por años y cuando este murió y ocurrió la tragedia ellos siguieron siéndole fieles, siendo Keiichi el único hijo de la pareja. La madre del joven era la cocinera y el padre del chico servia como cochero , dos hombres mas que se encargaban de la vigilancia y de los establos conformaban la servidumbre de aquella casa.

—No señora, el amo solo dijo que fuera a verlo... Se... se veía un poco preocupado.

Ella sonrió, Keiichi casi siempre tenia la facilidad de leer el estado de animo de su hijo ¿seria la admiración que le profesaba lo que lo hacia conocerlo tan bien? Era una lastima que Shinoda no quisiera dejar el pasado atrás y ser feliz. Kohana se lamentó por el dulce chico pues aunque así fuera, su hijo ahora era el esposo de un hermoso joven que tendría todas las de ganar si este decidiera abrir su corazón.

—Esta bien Keiichi, iré a ver que quiere el Duque cascarrabias.

El chico rió contento. Antes de irse ella le pidió con ternura.

—Si me tardo mucho por favor dale un mirada al príncipe antes de irte a dormir.

El joven sonrió asintiendo, todos le tenían aprecio al dulce joven que parecía sumido en un sueño profundo.

—Si mi señora, estaré pendiente.

Shinoda escuchó el toque de la puerta.

—Pasa.

—Me dijo Keiichi que querías verme.

Shinoda colocó la copa de vino que saboreaba sin interés sobre el escritorio.

Kohana lo vio permanecer unos largos segundos en silencio, se tragó una sonrisa pues imaginó que quería su hijo saber, pero no se atrevía a preguntar.

—Ha ganado un poco de peso. —Dijo ella sentándose en un sillón frente al escritorio. Su hijo la miró con molestia, al verse descubierto, pero aun así la dejó continuar— .También se ve menos pálido, supongo que el cambio de ambiente le hizo bien, en lo que la nieve deje de ser tan espesa, lo llevaré a dar un paseo.

Ella se sobresaltó al oír el estruendo que hizo el puño de su hijo al estrellarse contra el escritorio.

—¡No lo sacaras de aquí sin mi permiso!

—¡No puedes tenerlo encerrado en esa habitación toda la vida, así nunca va a recuperarse!

Los gritos de ella, fueran tan furibundos y aterradores como habían sido los de él.

—Tú eres una estupida confiada y no sabes si él esta fingiendo todo para conseguir la forma de escaparse.

La retó él con molestia. Ella no se dejó amedrentar. Sabia que Hiroki no mentía, era imposible inventarse un dolor como el que ella veía cada día en sus apagados ojos.

—Si te tomaras la molestia de ir a verle, de pasar con él aunque fuera un rato, verías que no miente. El único estupido, desconfiado eres tú.

El iba a gritarle cuando ella lo interrumpió poniéndose de pie y mirándolo con suplica.

—Shinoda, ese niño está sufriendo. No sabemos que le hicieron, su padre lo encerró en un lugar espantoso, donde solo llevan a criminales. Su familia ni siquiera a escrito una carta para saber de él. Han pasado quince días, a estas alturas todo el reino debe saber que es tu esposo, nadie ha venido o escrito para verle. Lo abandonaron Shinoda, solo nos tiene a nosotros ¿No puedes aunque sea por caridad hacer un esfuerzo?

Ella lo tocó con sus palabras, pero su corazón también estaba solo, a él también le habían abandonado una vez.

—¿Quien fue caritativo conmigo? ¿Acaso no todos me dieron la espalda? La gente me acusó y me juzgó sin dejarme defenderme. Me pusieron el estigma de asesino, me odiaron, me temieron, me pusieron un nombre que se conoció en todos lados y me obligaron a exiliarme en este maldito lugar. Por su puesto que lo abandonaron madre, el es mi esposo y lleva mi estigma, ahora está tan maldito como yo.

Shinoda evadió la mirada de su madre y se acercó a la ventana donde pudo apreciar el manto blanco de nieve que caía sin cesar.

—¿De verdad quieres que despierte de ese sueño en el que vive? ¿Quieres que sepa que lo han abandonado a su suerte, que nadie pregunta por él? Yo lo dejaría seguir soñando madre, a lo mejor en esos sueños es feliz, a lo mejor allí si sonríe. Yo no lo quiero ver llorar por mi culpa si algún día despierta y descubre el infierno que es esta vida, en estas grises montañas.

Kohana quiso acercarse para abrazar a su hijo, tanto dolor en aquellas palabras. Tan lejana la redención de aquel triste corazón, que parecía haberse congelado con el invierno eterno de aquella casa.

—Puedes retirarte Kohana, solo te llamé para decirte que iré con Tetsuya al puerto mañana, traeré un cargamento de leña y todo lo que nos falte para el invierno, regresaré en unos días.

La voz cortante le hizo entender a ella, que no había mas nada que decir. Shinoda no aceptaba su amor, mucho menos aceptaría su lastima.

—Me encargaré de la casa en tu ausencia.

Shinoda sintió la puerta cerrarse y se cubrió el rostro con tristeza, con rabia. Hacia tanto tiempo que no se sentía tan débil, hacia tanto tiempo que no sentía nada. Maldijo al Rey por lo que le había hecho a su hijo y por lo que le había hecho a el mismo, obligándolo a cargar con su culpa.

******

El viento arreció esa noche. Hacía rato que ya todos dormían, pero algo en aquel lúgubre zumbido que hacía la brisa al pasearse por entre los muros de la mansión, despertó de sus sueños a Hiroki. Era como si alguien lo llamase, como si finalmente hubiesen venido a buscarle. Sonrió con su rostro lleno de lágrimas susurrando en su olvidada voz.

—¿Kazumi?

Sus pequeños pies se posaron en el frío suelo, la hermosa pijama de seda que lo vestía se arrastraba en la fina piedra que cubría los pisos. Hiroki caminó hacia la ventana abriéndola despacio. El paisaje ante sus ojos era espectral, en el pequeño patio la ventisca jugaba con los cristales de nieve, estos se arremolinaban en fantasmales formas y corrían entre la brisa como en una danza feliz.

Hiroki rió por primera vez en días, viendo el jugueteo de las motas de nieve, extendió sus dedos atrapando algunos de los traviesos copos, que se derritieron en su mano.

Cerró los ojos con emoción. —Ya voy Kazumi, ya voy.

Salió de la habitación atraído por aquella voz que le llamaba, sus pies se movían ligeros, así como su alma en busca del final de su tormento. Los pasillos oscuros vieron su menuda figura cruzar presurosa, la brisa zumbaba fuerte en las afueras de la mansión, retumbando en los ventanales.

Alguien más había sido despertado por la tormenta. Shinoda caminaba en el piso superior de la casa, en sus manos una copa de brandy calmaba el frío de su cuerpo. Veía por el vidrio de una de las ventanas, la cortina de nieve que caía fuera. Entonces algo llamó su atención, una blanca figura que se movía en la oscuridad del pasillo inferior.

Lo reconoció en seguida, la copa de brandy cayó de sus manos. —El maldito se va a escapar. —Gruñó entre dientes.

Corrió por las escaleras lleno de furia.

"Te voy a enseñar que conmigo no se juega, maldito mentiroso"

Pensaba mientras corría para alcanzar la menuda figura.

Hiroki abrió las puertas de par en par, cerró los ojos cuando la nieve le dio la bienvenida. Toda la entrada estaba cubierta por el blanco manto, sus pies se hundieron en la frialdad, pero él no sentía sino nostalgia, dolor por los recuerdos que venían a su mente. Abrió los brazos recibiendo los copos sobre él, y lloró, lloró como hacia días no lloraba.

Shinoda llegó casi sin aliento a la entrada y cuando lo vio el corazón se le detuvo, la ropa húmeda se pegaba a su estilizado cuerpo, sus pies desnudos hundidos en la nieve, su rostro lloroso, sus ojos cerrados, los brazos abiertos hacia el firmamento. Hiroki lo presintió antes de verlo, abrió sus ojos colmados de lágrimas y extendiéndole un mano lo llamó entre sollozos.

—Kazumi, ven... mira la nieve ¿No es hermosa?

Shinoda comprendió lo que le decía su madre, le creyó cuando vio aquel rostro perdido y agobiado, aquel dolor tan palpable en cada lágrima.

—Hiroki aquí afuera está frío, porque no vienes conmigo, te pondré un abrigo y veremos la nieve juntos.

Hiroki sonrió entre lagrimas, caminó hacia él y tomó su mano. —Estamos muertos Kazumi ¿No lo recuerdas? no podemos sentir frío.

Shinoda quiso llorar, por primera vez sintió que alguien había sufrido tanto como él. Dejó que Hiroki lo llevara y caminó a su lado por la espesa nieve. Hiroki reía, reía con desesperación, tomaba los copos de nieve y los alzaba en blancas cascadas. Shinoda se unió a su locura, lo alzó en sus brazos y comenzó a dar vueltas con él riendo, mientras la nieve los envolvía.

Cansados de reír y de llorar, Shinoda se sentó con él en su regazo en un banco en medio del patio. Hiroki hundió su rostro en el cuello de Shinoda.

—Pensé que no vendrías a buscarme Kazumi. Pensé que me habías olvidado. Yo ya no quería vivir más y te rogaba cada noche que vinieras por mí.

—¿Por que no querría vivir mas un dulce niño como tú?

Hiroki, sintió que su corazón se rompía en mil pedazos, se acurrucó más en el regazo de Shinoda. —El me engañó Kazumi, llenó mis sueños de promesas y todas eran mentiras, me engañó Kazumi, rompió mi corazón. Yo quería escapar... quería irme lejos, para no verlo mas, para no pensar mas en él y ...

Shinoda sintió el cuerpo de Hiroki tensarse. En un segundo Hiroki se bajó de su regazo, las manos cubriendo su boca, ahogando sus gritos. El horror pintado en su rostro, la amargura, la rabia, el dolor. Las lagrimas saliendo a raudales, las manos finas temblando como todo el esbelto cuerpo.

Shinoda se puso de pie e intentó acercarse, pero él se alejó. Poniendo las manos en sus oídos, los recuerdos acudieron a su mente. Aquella noche, aquella terrible noche, sucediendo una y otra vez. La espada de su padre, el desagradable chasquido cuando atravesó la piel de su amigo, la sangre, los gritos, las lagrimas, Kazumi muriendo en sus brazos, el odio en los ojos de su padre, la espantosa carreta, la abadía.

Alguien gritaba, los gritos eran lúgubres, se perdían en la blanca ventisca. De pronto se dio cuenta que era él, él era quien gritaba. Miraba sus manos pero no había sangre, y alguien lo abrazaba, lo consolaba, finalmente dejó de gritar y su voz se perdió en el llanto.

—Kazumi esta muerto, él lo mató... él lo mató. —Balbuceaba entre sollozos.

—¿Quien lo mató Hiroki, que fue lo que pasó?

Preguntó Shinoda tratando de que el joven dejara salir todo el horror que llevaba dentro.

Hiroki se aferró a la camisa de quien lo protegía del viento. Sus manos asidas con fuerza como si aquella camisa fuera su ancla en aquel infierno.

—Yo no quería... no quise, él insistió en ir conmigo. Yo solo quería huir, huir lejos. Pero nos descubrieron...

Hiroki se echó a temblar. Shinoda pensó que iba a desmayarse, apenas podía contenerlo.

—Dime que paso pequeño, déjame ayudarte.

Hiroki lo empujó con fuerza y corrió alejándose de él.

Cuando por fin lo alcanzó, el príncipe se debatió con furia, para liberarse. —Tu no eres Kazumi... no eres Kazumi, él está muerto... está muerto.

Shinoda lo abrazó con fuerza, estaba helado. El calor del cuerpo del hombre hizo que Hiroki se calmara y se abrazara a él.

—El Rey mató a Kazumi, lo mató por defenderme y yo perdí a mi mejor amigo. Fue mi culpa... mi culpa. Mi padre me encerró en la abadía, para casarme con un hombre que me odiara tanto como me odia él y para que este me castigara por haberme enamorado de quien no debía. Debieron dejarme en la abadia, por mi culpa se murió Kazumi, yo soy el culpable.

Shinoda sintió que Hiroki perdía las fuerzas, en su rostro un gesto de dolor y cuando lo cargó vio la blanca tela de su pijama manchada de sangre.

Kohana se despertó con los gritos de su hijo, que despertó a toda la mansión. Los minutos se transformaron en horas. Shinoda paseó por el pasillo de su habitación lo que a su parecer fueron unas mil veces, no escuchaba nada, y a veces salía la madre de Keiichi con el rostro serio. Nadie le decía nada, el médico había llegado hacía mucho rato y nadie salía a condolerse de su preocupación. Después de mucho rato su madre salió con el rostro cansado y el amanecer asomándose por el ventanal.

Shinoda vio que su madre titubeaba, pero finalmente la mujer habló.

—…l y el bebé están bien, está de pocas semanas, casi un mes cree el doctor. Le puso muchos medicamentos y recomendó que evitemos que se angustie. También dijo que con estas nevadas seria mejor que lo lleváramos a otro sitio mas calido.

Ella apretó los puños con miedo, temía la reacción de su hijo al saber del embarazo. No quería que Hiroki tuviera que aguantar sus reproches, no era su culpa, lo habían engañado como a tantos otros.

—Por favor hijo, te lo suplico, no...

—¿Puedo verlo?

La sorprendió su pregunta, pero aun así asintió. Cuando iba a advertirle que no le dijera nada que lo hiciera alterarse, fue muy tarde pues él había entrado casi corriendo a la habitación.

Hiroki estaba despierto, mirando los vidrios de las ventanas, la nieve ahora caía lentamente. El médico se apartó silencioso y Shinoda, bajo la mirada atenta de su madre que estaba dispuesta a intervenir si él hacia o decía algo desagradable, se sentó a su lado en la cama.

Hiroki volteó a mirarlo y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Quien eres? —Le preguntó con tristeza cuando Shinoda limpió sus lagrimas dulcemente.

—Tu esposo. —Le respondió sonriendole serenamente, para no asustarlo. — Y no... no te odio y tampoco pienso castigarte por nada. Quiero que te duermas tranquilito y te prometo que cuando despiertes todo será diferente.

Hiroki cerró los ojos y los hilos de cristal siguieron humedeciendo sus mejillas.

—Las promesas son mentiras, las promesas se rompen. —Murmuró dolido, recordando las dulces promesas que un hermoso príncipe había roto.

—Las mías no, nunca las romperé. Te lo juro. —Le susurró Shinoda con una convicción que hace tiempo no sentía.

—¿Cual es tu nombre? —Preguntó Hiroki luchando con el sueño que quería llévaselo lejos.

Shinoda no estaba preparado para responder aquella pregunta aún.

—Duerme pequeño, duerme tranquilo. —Le susurró acariciando su cabello, hasta que él se durmió.

Sonrió cuando lo vio sereno y se volteó hacia los que le miraban expectantes.

—¿Podrá viajar esta misma tarde? —Le preguntó al médico.

Este asintió. — Si van despacio y no muy lejos, si.

Shinoda miró a su madre entonces. —Prepara su equipaje, me lo llevaré a la costa unos días.

Ella asintió sonriendo y salió presurosa a cumplir la orden, el médico salio tras la mujer y Shinoda se quedó a solas con Hiroki. Acarició con cuidado de no despertarlo su vientre.

—Nadie te hará mas daño pequeño, tú y tú bebe son ahora míos y yo los protegeré. De pronto tiene sentido que la vida te haya puesto en mi camino, somos iguales pequeño, a ambos nos traicionaron.

Shinoda besó con cuidado la nívea frente y caminó a su closet para preparar sus maletas. Estaba asombrado por lo que había ocurrido aquella larga noche y agradecido por primera vez por la llegada de aquel joven a su mundo.


******

—Todavía estoy escuchando los gritos de tu novio cuando le dijiste que no podía venir.

Bromeaba Akihiko. Miyagi sonrió consternado. Habían conseguido averiguar donde vivía el famoso Duque, a Akihiko le había costado mucho conseguir aquellos datos, nadie quería hablar de aquel hombre, pero era lo único que habían podido averiguar del paradero de Hiroki, sin levantar sospechas.

—Presiento que me lo va a hacer pagar muy caro. —Dijo Miyagi con una mueca.

—Esto es una perdida de tiempo. Ni siquiera se que hago aquí. Mañana me caso no debería estar persiguiendo mentiras.

La voz malhumorada de Nowaki hizo que Miyagi suspirara agotado. Su hermano no había creído nada de lo que Misaki y Shinobu pensaban. Ni siquiera había sentido vergüenza cuando Miyagi le había dicho que Misaki le había visto salir de la habitación de Hiroki.

"Quedo claro que no fui el primero"

Había dicho con desden cuando Miyagi se lo reprochó. Tuvieron que hacer un gran esfuerzo Akihiko y Miyagi para convencerlo de que le diera aunque fuera una oportunidad a la teoría de los amigos de Hiroki. Si llegaban a casa del Duque Shinoda y Hiroki no estaba allí, entonces ellos tendrían razón. La boda se suspendería y buscarían a Hiroki hasta debajo de las piedras si fuera preciso.

Muy en el fondo de su corazón eso era lo que deseaba Nowaki, que todo aquello que había dicho el Rey fuera mentira, que Hiroki fuera tan inocente como él había creído. Si así era, si los chicos tenían razón, entonces él se casaría con Hiroki, pues no podía permitir que el príncipe pagara por algo que el había provocado. Si los habían visto aquella noche y habían castigado a Hiroki por su culpa, entonces el destino jugaría a su favor, pues tendría lo que mas había anhelado, el amor de la persona de la que se había enamorado. Y los que habian intentado dañar aquel amor no se saldrian con la suya.

Nowaki rogó, rogó todo aquel camino que su destino volviera a llevarlo a los brazos de Hiroki.

Kohana caminó a atender a los visitantes que habían llegado.

—Venimos a ver al Duque, señora.

Kohana los miró con recelo, ya estaba harta de la gente que menospreciaba a su hijo. Que lo juzgaba sin saber la verdad de las cosas. Su hijo tenia ahora una oportunidad de ser feliz y se lo haria saber al reino entero, para que todos lo dejaran en paz, para que dejaran de llamarlo el Duque maldito.

—Mi hijo no está, salio de viaje ayer en la tarde con su esposo. Están esperando un bebé y se fueron de vacaciones unos días. Están felices, querían celebrarlo en tierras mas calidas.

"Están esperando un bebé"

Nowaki se dio la vuelta y salió casi corriendo del lugar, con aquellas palabras retumbando en su mente.

Akihiko hizo una reverencia y se marchó tras su hermano dándole una significativa mirada a Miyagi. Este sacó un sobre con un carta y se la entregó a la mujer.

—Dígale por favor al príncipe Hiroki cuando regrese, que Misaki y Shinobu le envían esto y que están esperando ansiosos saber de él.

La mujer asintió sonriendo, le alegraba saber que alguien se preocupaba por Hiroki.

—Se lo haré saber, estoy segura que se alegrará mucho, ha estado un poco delicado de salud estos días.

Miyagi asintió sonriendo y se marchó haciendo una leve reverencia.

Cuando salió ya Nowaki no estaba. Akihiko esperaba en el caballo.

—Se fue.

Dijo apesadumbrado.

—No quería que viéramos sus lágrimas.

Miyagi lo miró comprensivo. —A Misaki y Shinobu tampoco les va a caer bien esta noticia.

—¿Crees que miente?

Le preguntó Akihiko volteando su mirada hacia la lúgubre mansión.

Miyagi negó con la cabeza. —No, pero no podemos hacer nada tampoco, solo nos queda esperar que Hiroki lea las cartas y responda.

Pasarían muchos días para que eso ocurriera, pues Hiroki estaba por despertar a una nueva realidad. En un lugar de ensueño, con un hombre que buscaba renacer a su lado, dejando el pasado atrás, en el corazón roto de alguien que también había sido engañado por la mentiras de un ser vil.

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