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El amor que solo soñé por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Hola, pues aqui retardada por un dia, lo siento de verdad jejejej, pero es que esta semana ha sido increible para mi. Primero mi cumpleaños y luego mi compromiso con  el hombre que amo, ha sido maravilloso y aun siento que estoy en las nubes. En fin, un beso enorme y un gran agradecimiento a todos los que comentaron, fue increible ver el apoyo, y me siento muy agradecida por eso. Les prometo traer el proximo capitulo el martes y ya nos acercamos al climax de la historia asi que espero me sigan acompañando.

 

En este capi un poco de la historia de Shinoda y la aparicion de un personaje nuevo que se las trae y causara algunos conflictos.

 

Gracias de nuevo por todos sus mensajes, espero me sigan acompañando de esa forma, unas cuantas lineas son suficientes para mi y me ayuda y me motivan a seguir.

 

Gracias por leer y nos vemos el martes.

 

Butterflyblue

14- Los sueños, sueños son.

 

 

Una semana después, la nieve seguía cayendo en la fría montaña, pero dentro de la enorme fortaleza, el calor comenzaba a arraigarse con suavidad. Ahora ya no parecía una gris mansión. No, ahora tenía color y un hermoso rostro de hogar. Los muebles que habían comprado se desperdigaban por doquier. Las finas cortinas engalanaban los grandes ventanales. Cojines delicados y vistosos adornaban los sillones y sofás. Y hasta la gente que habitaba el lugar se veía más contenta y relajada. Bueno, casi todos...

 

—Asomado en la ventana todo el día no vas a lograr que tu madre venga.

 

Hiroki se dio la vuelta y miró a su esposo con un triste puchero.

 

—Ya pasó una semana Shinoda, ya debe haber recibido la carta ¿por que aun no viene?

 

Su esposo suspiró abrazándolo tiernamente. Él imaginaba la razón por la cual la Reina no había contestado a su invitación. No quería decirle a su esposo sus sospechas, seria muy doloroso para el joven y no deseaba perturbar la aparente tranquilidad que tenia. Desde que regresaron del puerto y luego de aquel intenso beso y el bochornoso incidente de los aplausos y vítores. Hiroki se había mostrado más abierto a aceptar su relación. Estaba más animado en cuanto a su nuevo hogar y frecuentemente hablaba de la fortaleza como "nuestra casa" lo que complacía mucho a Shinoda.

 

—Hiroki. —Le dijo hablándole dulcemente. —Tu mamá es la Reina de un enorme reino, no debe ser fácil dejar todas sus obligaciones de lado para hacer una visita.

 

Hiroki suspiró derrotado y Shinoda lo abrazó con amor.

 

—Seguro está esperando que tu hermana y su nuevo esposo terminen de acomodarse. Tengo entendido que arribaron al puerto el mismo día que salíamos nosotros de allí. Eso fue lo que le dijo tu amigo el médico a Tetsuya cuando este le entregó tu carta. ¿Te imaginas, pudimos habernos cruzado con ellos?

 

Hiroki se tensó, se había cruzado con uno de ellos. O más bien este había forzado su presencia, arrastrándolo hasta la pesadilla que fueron aquellos largos minutos. Hiroki sacudió la cabeza alejando los terribles pensamientos. No quería recordar a Nowaki, ni su voz, ni su olor, ni sus besos, ni sus caricias. Odiarlo seria mas difícil si solo podía recordarlo con amor.

 

—Hey pequeño ¿que pasa?

 

Le preguntó Shinoda al verlo tensarse y sacudir la cabeza con frustración.

 

—Nada, solo me duele un poco la cabeza. Iré a recostarme un rato.

 

Le respondió Hiroki esquivo, separándose de sus brazos y caminando despacio a su cuarto. Cuando estuvo protegido en el interior de su habitación, caminó hacia la cunita que estaba acomodada al lado de su cama. Acarició con amor las pequeñas prendas que Kohana había tejido para su bebé, unas minúsculas medias y gorritos, guantes, un suetercito. Era todo tan hermoso, pero a él solo le producían dolor en aquel momento.

 

Se sentó en la cama y miró su habitación. Todo estaba bellamente decorado, sus sabanas de fina seda, las cortinas con delicados bordados, el sillón donde se sentaba a ver la nieve con una linda cubierta azul y hermosos bordados de flores. Una enorme y mullida alfombra que calentaba sus pies. La chimenea que siempre estaba encendida calentando el lugar. Los tapices, los cuadros, los adornos. Era una hermosa habitación, cómoda, confortable. No le faltaba nada. Shinoda le daba todo ¿por que no podía ser feliz?

 

Tenía ese vacío en su corazón, esa tristeza. Las palabras de Nowaki estaban en su mente. Le hacían daño y no sabia como dejarlas ir. Estaba cansado de sentirse triste y aunque quería odiarlo, sabía que, ese sentimiento lo desgastaba, pues tenía que obligarse a sentir algo que no sentía. Pero necesitaba seguir adelante, quería seguir adelante y no sabia como. Deseaba que su mama viniera a visitarle, desahogar su corazón con ella y que en su sabiduría ella lo ayudara a encontrar el camino, pues quería ser feliz y tenía un esposo que le daba todo para que pudiera lograrlo. Merecía la oportunidad de ser feliz con él.

 

Pensando y recordando se durmió. Tan profundo que no sintió el suave toque de la puerta en su habitación. Shinoda entró al no tener respuesta después de llamar dos veces. Lo vio acurrucado en la cama y se sentó a su lado. Acarició con delicadeza su cabello.

 

—Cariño...Cariño, despierta.

 

Le llamaba con suavidad. Cuando Hiroki abrió los ojos, le sonrió con ternura. El descanso le había hecho bien y siempre era agradable, ver el rostro dulce y varonil de su esposo y esa mirada de cariño que este siempre le dedicaba.

 

— ¿Te sientes mejor?

 

Hiroki asintió, Shinoda le extendió la mano ayudándolo a pararse.

 

—Que bueno, porque te tengo una sorpresa.

 

Cuando el príncipe lo miró asombrado, Shinoda sonrió con cariño.

 

—Alguien te espera abajo.

 

Hiroki no esperó que su esposo dijera algo más. Corrió feliz esperando ver el rostro amado de su madre.

 

******

 

La habitación estaba semioscura, cuando alguien entró. Himeko ni siquiera volteó a mirar quien entraba. Intuyó que se trataba de su esposo, que trataría de obligarla una vez mas a comer y obviaría cualquiera de sus suplicas para que la dejara ir a ver a su hijo.

 

—Pierdes tu tiempo, no voy a comer. Prefiero morirme a dejar que hagas lo que te de la gana conmigo.

 

Dijo con desprecio, acurrucándose más en el pequeño sillón donde estaba sentada.

 

Ya ni siquiera tenia el consuelo de ver a Yukiko, la amable mujer que había servido por años en el palacio, siendo en un principio la asistenta de la Reina y luego la nana de sus hijos. Había sido despedida por el Rey, pues este sospechaba que la mujer era la que le había proporcionado a la Reina las cartas que la alentaban para que esta deseara ver a su hijo. El Rey nunca había visto las cartas pues Yukiko las había hecho desparecer. Si este se enteraba que Hiroki esperaba un hijo, pondrían al joven príncipe en un grave riesgo. Al ser el primero de los dos hijos en quedar en estado, se convertiría automáticamente en el próximo heredero al trono. Eso lo haría un blanco para el odio de Yayoi y para el del mismo Rey que había probado con creces que despreciaba a su hijo.

 

Pero aun así el hombre conocía la existencia de dichas cartas pues Himeko en su desesperación, había cometido la imprudencia de decirle que su hijo le había escrito invitándola a su hogar. Desde ese momento solo el Rey tenía acceso a las habitaciones donde se confinara la Reina y la visitaba a diario llevándole la comida y tratando de hacer que entrara en razón. La llegada de Yayoy y Nowaki antes de lo esperado había empeorado las cosas para Himeko, pues su esposo esperaba que ella se comportara como una buena madre para su caprichosa hija y olvidara por completo a Hiroki.

 

—Si que eres toda una reina del drama. Encerrada aquí, en esta oscuridad, dando lastima con el recuerdo del traidor ese. Como si él lo mereciera.

 

Himeko volteó a mirar a su hija con frialdad. —Veo que tu padre envió al mejor verdugo que tiene.

 

Le dijo con tristeza.

 

—No me envió mi padre. Vine a hacer un trato contigo... Madre.

 

Yayoi, estaba harta de que su padre solo tuviera cabeza para su madre, a pesar de que ella había regresado. El Rey estaba abatido y preocupado por la actitud de su esposa, ignorando a su hija y eso era algo que Yayoi no iba a permitir. Menos ahora que su matrimonio estaba peor que nunca. Nowaki estaba irritable. No la toleraba en lo mas mínimo. Salía cada mañana a dar largos paseos a caballo de los que regresaba casi al anochecer, no cenaba junto a ella y tampoco compartía su habitación y de todo eso apenas su padre se había dado cuenta, pues estaba mas preocupado por su madre que por ella.

 

Si las cosas seguían así se le saldrían de las manos. Nowaki no había resultado ser alguien a quien ella pudiera manipular fácilmente y eso había hecho que muchos de sus planes se frustraran. Ahora tenia que tratarlo con manos de seda, pero este no pasaba el tiempo suficiente con ella para lograrlo y su padre que podría ayudarla estaba más ocupado en recuperar a su madre. Así que tomó la decisión de desaparecer de la mejor forma a uno de los obstáculos que la incomodaban.  

 

Cuando su madre la miró sin entender, se sentó frente a ella diciéndole con desden.

 

—Te ayudaré a irte del palacio. Solo tengo una condición.

 

Himeko la miró perpleja. Pero aun así decidió escuchar su propuesta.

 

— ¿Cual es la condición?

 

—Que no regreses nunca más.

 

Le respondió Yayoi con serenidad, como si le hablara del tiempo.

 

—Tu...Tu padre me... me buscará.

 

Himeko estaba apesadumbrada por la dureza de su hija, apenas podía pronunciar las palabras.

 

Yayoi se puso de pie y la miró con dureza. —Por eso no te preocupes, de mi padre me encargo yo. Cuando te hayas largado, ni se acordará de ti.

 

Le dio la espalda a su madre y caminó hacia la salida.

 

—Piénsalo, vendré mañana para saber tu respuesta.

 

Cuando iba a abrir la puerta, Himeko le dijo con serenidad.

 

—No tengo que pensarlo. Lo haré.

 

Ya no tenia nada que perder, era evidente que su hija la odiaba. Su esposo había traicionado el amor que le tenia y le había hecho daño a su hijo, un hijo que habían creado los dos, con un amor que ella pensó invencible. Lo mejor que podía hacer era aprovechar esa oportunidad e irse, para poder estar con su hijo, que era lo único que le quedaba.

 

Yayoi sonrió satisfecha. —Bien, entonces prepara tus cosas, vendré por ti esta noche para sacarte de aquí.

 

Se dio la vuelta para marcharse y su madre le preguntó con tristeza.

 

—Yayoi, hija ¿por que me odias tanto?

 

Esta suspiró con desden y se giró para ver a su atribulada madre.

 

—No te odio, ese es un sentimiento muy pasional que tú no mereces. Es solo cuestión de supervivencia, me estorbas en el camino y todo lo que me estorba lo desaparezco, sino mira a mi querido hermanito. Muy pronto seré Reina y tendré a todo el mundo a mis pies, tú eres un obstáculo para lograr eso y solo me estoy asegurando de que no me estorbes más.

 

Dicho aquello salió de la habitación, dejando a su madre destrozada por la crueldad de sus palabras.

 

******

 

— ¿No deberías hablar con él? Misaki,  ya ha pasado una semana, no puedes estar molesto con tu esposo toda la vida.

 

El aludido estaba acurrucado en un sillón sin prestarle atención a las palabras que continuamente le había estado diciendo su hermano a lo largo de toda la semana. Pero finalmente algo en ellas llamó su atención, volteó su mirada hacia Shinobu que lo veía con preocupación.

 

— ¿Molesto, eso es lo que crees que siento, molestia? Se está molesto con alguien cuando este te quita algo que te gusta, cuando llega después de la hora acordada, cuando no desayuna contigo en la mañana, cuando no le presta atención a lo que dices. No, Shinobu, yo no estoy molesto con Akihiko, estoy decepcionado de él, estoy dolido porque me mintió. Me mintió Shinobu, todos y cada uno de los días que compartimos juntos. Eso no se arregla con un discúlpame lo hice por tu bien.

 

Shinobu suspiró derrotado, su hermano tenía razón. Akihiko no había tomado las mejores decisiones y tampoco había sabido como enmendar sus errores. La única vez que habían hablado después de que Misaki se fuera de la casa, solo había argumentado estar haciendo lo que creía era lo correcto. Aquella declaración tan falta de sentimientos, había hecho que Misaki se alejara aun más. Aunado a todo aquello estaba la celebración de la ceremonia del sol, acto en el cual se le daba la bienvenida al invierno en Iami y que reunía a todos los nobles de la región en una fiesta que duraba casi quince días. La algarabía en el enorme reino era frenética y la seguridad debía ser absoluta, lo que exigía que Akihiko trabajara casi las veinticuatro horas del día.

 

Era por aquel motivo que Misaki y Akihiko apenas habían podido hablar en aquellos días y por lo que el alejamiento se estaba haciendo peligrosamente grande entre la recién casada pareja.

 

Shinobu iba a decir algo más cuando Misaki se puso de pie y salio de la habitación dando por terminada la conversación. Caminó por los largos pasillos del palacio hasta adentrarse en los imponentes jardines. Le gustaba caminar allí por horas, para pensar. Pero esa vez solo fue para calmarse pues ya había pensado lo que haría. Esa noche cuando todos estuvieran celebrando como los últimos días. Se excusaría para ir a su habitación y se marcharía, aprovechando la algarabía del palacio. Shinobu no tendría ni tiempo para estar pendiente de él, pues su lugar como príncipe consorte le exigía estar al lado de su esposo en aquellas celebraciones. Akihiko iba a estar muy ocupado siendo el encargado de la seguridad. Y así se quitaba de encima sus dos más grandes obstáculos.

 

Iría a Tengoku y se quedaría en el albergue, hasta que Hiroki recibiera su carta pidiéndole permiso para irlo a visitar. Ya lo tenia todo planeado, solo faltaba que llegara el anochecer.

 

Las horas fueron benévolas con Misaki y corrieron con rapidez. Estuvo un rato compartiendo en la alegre celebración y se despidió tal y como lo había planeado. Shinobu no tuvo tiempo ni de replicar pues fue requerido por su suegro para que conociera a un grupo de nobles de otra región. Ni siquiera vio a Akihiko entre el tumulto de gente. Caminó hacia su habitación y recogió las cosas que ya había empacado. Silencioso caminó por los pasillos en dirección a la caballeriza, sacó su corcel y camuflándose entre un grupo de invitados que abandonaba la fiesta entre carruajes y hombres a caballo, salio sin ser notado del palacio.

 

La algarabía de su corazón fue absoluta al verse lejos del lugar, por primera vez hacía algo por si mismo. Por primera vez vivía bajo su propio cuidado. Sintió un poco de pena por la tristeza que le causaría a su hermano, pero en la carta que le dejó sobre la cama, le rogó por primera vez que lo dejara vivir. Había pasado toda su vida viviendo bajo el cuidado de los demás, era hora de que viviera por él mismo. Quería demostrarse que podía.

 

Se separó del grupo con el que había salido del palacio y cabalgó por el camino que recordaba era por el que habían llegado cuando vinieron de Tengoku. La noche estaba fresca y la luna lo acompañaba con sus hermosas estrellas titilando en el oscuro cielo. Cuando ya llevaba horas cabalgando se sintió cansado, las estrellas comenzaban a perder su brillo, así que intuyó que estaba próxima la madrugada. Decidió detenerse un poco cuando escuchó un ruido entre la alta maleza y unas luces como de antorchas llamaron su atención.

 

—Dame lo que llevas en las alforjas del caballo marinero. No querrás que destroce tu cara con mi espada.

 

Una risotada resonó en la noche, era rica, varonil, sensual, dura. Misaki se estremeció al escuchar la risa y acercó su caballo lentamente entre los matorrales. Los ojos del hombre que de rodillas estaba, se encontraron por un fugaz momento con los de Misaki, del que nadie se había percatado que estaba allí observando entre la maleza. Misaki acarició con cariño a su caballo que pareció entender el juego del silencio. Contó a cuatro bandidos, todos con espadas y cuchillos. El hombre al que sometían movió su mano de forma casi imperceptible, Misaki vio el brillo de un cuchillo. Todo fue tan rápido.

 

—Te ríes bastardo, ya veremos si te seguirás riendo cuando terminemos contigo.

 

El hombre miró a Misaki asintiendo y este jaló las riendas de su caballo que salio corriendo llevándose a todos por delante. En un segundo, el hombre había reducido a los otros cuatro. Misaki lo miró moverse con una rapidez casi felina, le tomó solo un instante subir a su caballo y tomar las riendas del de Misaki. Comenzó un potente galopar alejándose del lugar donde sus asaltantes quedaron inconcientes y mal heridos.

 

Después de un largo rato comenzó a detenerse. Misaki estaba en estado de shock, no podía creer lo que había hecho. El hombre en algún momento del camino lo había tomado por la cintura sabiéndolo con él a su caballo. Aun sujetaba las riendas del de Misaki por lo que este los seguía a la par.

 

Se detuvieron en un claro y el hombre bajó primero. Tomó a Misaki con cuidado y lo ayudó a bajar sentándolo en la grama que ya comenzaba a verse verde por las primeras luces de la mañana. Sacó de las alforjas del caballo una botella con un líquido ambarino y vertiendo un poco en un vaso mojó los labios de Misaki, que miraba ido a la nada. Misaki arrugó la cara al sentir el liquido quemar su garganta y escupió, tosiendo con dificultad.

 

Unos segundos después ya recobrado de su primer trago de whisky,  miró al hombre que lo veía expectante. Su voz fuerte y sensual salia con naturalidad, erizándole la piel.

 

— ¿Ya estás conmigo? pensé que te había perdido por el susto ¿Estás bien?

 

Misaki estaba embelezado con el sonido de su voz, o quizás era con la profundidad de aquellos hipnóticos ojos negros. Asintió respondiendo a su última pregunta y entonces el hombre sonrió con amabilidad. Una perfecta sonrisa de blancos dientes.

 

—Por cierto, gracias por lo que hiciste. Esos tipos me agarraron desprevenido, pero gracias a ti pude darles su merecido.

 

Misaki de nuevo asintió silencioso y entonces el hombre rió con aquella masculina y excitante risa.

 

— ¿No hablas? ¿Tienes un nombre? ya sabes, Ryota, Yuta, Riku. —Le preguntó mirándolo con ternura.

 

—Mi... Misaki. —Murmuró el pequeño castaño casi sin aliento.

 

El hombre sonrió y extendió su mano tomando la de Misaki.

 

—Pues hola Misaki. Mucho gusto, yo soy Kyo Ijuuin.

 

 

******

 

Shinoda sonrió complacido en lo alto de las escaleras, cuando Hiroki rió entre lágrimas al ver a la mujer que lo esperaba al borde de las mismas.

 

—Nana. —Murmuró Hiroki entre sollozos, hundiéndose en los preciados brazos de la otra mujer que amaba, la que había velado sus sueños, la que lo alimentaba y mimaba desde que era un bebé.

 

—Mi niño, mi pequeño principito, cuanto te extrañaba.

 

La mujer lo abrazaba con fuerza, con amor, con nostalgia.

 

 

—Kohana es tu hermana, es increíble nana. Ya veo porque siempre defendiste a Shinoda.

 

Decía Hiroki mucho rato después, recostado entre los brazos de su nana, sentado en el gran sillón de su habitación.

 

—Es una historia larga mi niño, dejaré que tu esposo te la cuente algún día. Lo único que puedo decirte es que Shinoda es un buen hombre y estoy contenta de que sea tu esposo, él va a cuidar de ti y del bebé.

 

Hiroki se separó de los brazos de su nana y la miró con preocupación.  —Nana y mamá. Dime la verdad ¿por que estás aquí, por que no vino mamá contigo?

 

—Ella va a venir cariño, ella vendrá pronto. —Le dijo la mujer, acariciando su rostro con cariño. No quería decirle la verdad, no podía pues sabia que le haría daño.

 

Pasaron el día conversando y cenaron reunidos todos amenamente. Cuando ya en la noche la nana se había despedido de su príncipe con un dulce beso. Shinoda entró a la habitación. Se sentó en la cama donde ya Hiroki arropado se disponía a dormir. Besó su frente y este le sonrió con ternura.

 

—Que duermas bien dulce príncipe.

 

Le dijo Shinoda con una dulce sonrisa. Hiroki tomó su mano antes de que este se fuera.

 

—Shinoda, ¿por que nunca hablas de tu mamá o de tu vida anterior?

 

El rostro del hombre se tensó y Hiroki se arrepintió de preguntar.

 

—Lo siento no debí preguntar.

 

Shinoda, se relajó al ver la cara de turbación de Hiroki. Besó sus labios con inusitada ternura y le dijo con suavidad.

 

—No te pongas triste, es tu derecho preguntar, pero es una historia larga y dolorosa, ¿de verdad quieres escucharla?

 

Hiroki asintió.

 

Shinoda se recostó a su lado y este se acurrucó entre sus brazos.

 

—Mi padre era un noble de esta región, rico, muy rico, y tan cruel como nadie. Tomaba a las mujeres y las dejaba como si fueran trapos viejos, así tuvo una fila de amantes, pero nunca una esposa. Sus empleados le temían, todo el mundo le temía.  Un día conoció a mi madre, ella era sirvienta en el palacio, apenas tenia diecisiete años. Se enamoró de ella cuando la vio en una de las fiestas que daba el Rey. Como el Rey y él eran amigos, la pidió y tu padre no tuvo reparo en dársela, como si fuera un objeto.

Fue la primera vez que se le vio a mi padre con una mujer fija. La llenó de joyas, de lujosos vestidos, pero no era amor lo que sentía por ella, era lujuria, un sentimiento malsano de poseer lo más hermoso que sus ojos habían visto. Mi madre no era feliz, pero entonces quedo embarazada y todo cambió, él se encaprichó con la idea de tener un heredero y se casó con ella. A los meses nació mi hermano, y dos años después nací yo.

 

Ella no pudo tener más hijos porque quedó mal después del parto donde me tuvo a mí. Mi padre estaba satisfecho con sus dos hijos y fue cuando decidió que no la quería más. Cuando yo tenia cuatro años y mi hermano seis, escuchábamos a escondidas los gritos y los golpes, un día mi hermano intento detenerlo y él lo golpeó tanto que estuvo días en cama. Ella lloraba y suplicaba pero él jamás le tuvo piedad. De pronto comenzó a parecer más y más distante, no nos hablaba como antes, ni nos leía cuentos por las noches. No salía con nosotros a pasear. Se veía triste y desolada, hasta que un día no la volvimos a ver. Yo cumplí cinco años y ella desapareció.

Mi padre nos dijo que nos había abandonado. Nos contó que tenía otra vida, con otro esposo y otros hijos, que los prefiririo antes que a nosotros. Lloré por días y mi hermano parecía ausente. Cuando mi hermano cumplió dieciséis, una noche se marchó, por más que me rogó para que fuera con él yo no lo hice. Yo creía que mi padre era un gran hombre, y de alguna retorcida forma lo amaba. Él no resintió la ausencia de mi hermano, puesto que siempre había sido un rebelde y discutían por todo. Yo era todo lo contrario sumiso y obediente.

Cuando cumplí veintidós años, ya era un experto con las armas de todo tipo. Mi padre me pagó los mejores entrenadores, quería que fuera el Capitán de la guardia del reino, era experto en combate y estrategias, pero un accidente de caballo me dejó impedido para lograr ese objetivo. Estuve caminando con dificultad por dos años y ya en ese momento solo me dedicaba a instruir a los soldados del Rey.

Fue en ese tiempo que conocí a Hikari, era hermosa y delicada. Era tímida y dulce. Me enamoré perdidamente y su padre estuvo encantado de entregármela como esposa. Los primeros meses de matrimonio fueron perfectos. De pronto mi padre se antojó de vivir con nosotros, con una excusa que ya ni recuerdo. Fue así cuando descubrí el verdadero rostro de mi esposa, se volvió fría y exigente. Por todo discutía y gritaba. Me echó de la habitación matrimonial alegando no soportarme y yo la amaba tanto que todo lo acepté como un idiota. Un día se acercó a mí como antes, cuando me amaba. Me besó y sonrió, me llevó a su cama e hicimos el amor toda la noche. De pronto pasó un mes y todo había vuelto a ser como en un principio.

Pero algo me dijo que estaba pasando algo malo, pues cuando me informó de su embarazo no me sentí feliz. Aun así celebré y sonreí tratando de no advertirla de mis sospechas. Comencé a mirar roces de mano, miradas esquivas, sonrisas tenues, conversaciones calladas que se terminaban abruptamente cuando yo entraba al lugar. Un día me harté y armé un escándalo, los acusé de infieles, rompí todo a mi paso, la grite y zarandee y eché a mi padre de la casa.

Todos los sirvientes comentaron por días el incidente, pero fui yo el que quedó como un imbecil, él que a los ojos de todos quedo como un celopata, como un malagradecido con el padre que me lo había dado todo y con la mujer que tan devotamente me amaba.

Despedí a todos los sirvientes, solo los Sumí se negaron a irse. Una tarde cuando regresaba del palacio, la casa me pareció extrañamente solitaria. Se suponía que yo no regresaría ese día pues iría con los hombres del Rey a buscar a un forajido en las montañas, pero el hombre se entregó y yo pude volver a casa. Más vale que no hubiese regresado.

Los escuché conversando y riendo en nuestra habitación. Ella se ufanaba de su engaño, él se reía de su estupido hijo. Hablaron del hijo que ella esperaba, de su hijo. No era mío aquel bebé, era de ellos. Me enfurecí y entré a la habitación. Allí estaban desnudos, entre las sabanas revueltas. Sentí tanto asco, tanto dolor. Todo pasó tan rápido, mi padre buscó su espada, pensando que yo lo mataría. Ella gritó y trató de quitársela. Yo estaba mirándolo aturdido cuando me gritaba algo que no recuerdo ahora, él la empujó apartándola de si y ella cayó el suelo. Se lastimó y yo en mi inmensa estupidez traté de ayudarla. Entonces él pensó que me abalanzaba hacia él y atacó con la espada,  pero fue ella quien recibió el impacto de la misma. Un poco mas y hubiese sido yo, siempre pensé que hubiese sido mejor que yo muriera aquella noche.

Él la miró frenético, la espada atravesando su corazón cuando ella trataba de impedir que cometiera una estupidez. Yo la tenia en mis brazos, llena de sangre. Su pequeña barriguita apenas se notaba entre su ropa.

"La mataste" le dije con impresión, él se vistió con rapidez y la tomó en sus brazos. Yo corrí tras él y subimos al carruaje. No sabía hacia donde se dirigía, repetía una y otra vez que no había querido hacerlo. Cuando íbamos en al ruta hacia el pueblo, me miró de una manera aterradora. "Tu la mataste" me dijo antes de enterrarse un puñal en el pecho. Los caballos perdieron el paso, comenzaron a desbocarse. Todo fue tan rápido. Cuando recobré el conocimiento,  estaba en el hospital, mal herido y confundido.

El Rey pidió hablar conmigo a solas y me contó todo lo sucedido. Alguien había visto el carruaje desbocarse, dando aviso a los guardias del reino. Cuando nos encontraron, yo estaba inconciente, mi mujer muerta y mi padre moribundo. Él con su último aliento les dijo que yo había enloquecido, que maté a Hikari cegado por los celos, cuando los encontré juntos conversando. Dijo que le pedí que no dijera nada y que me subí al carruaje con la intención de desaparecer el cuerpo de mi mujer. Les dijo que en el camino enloquecí porque él se negaba a mentir por mi y traté de matarlo, que él al defenderse hizo que se desbocaran los caballos. Antes de cerrar los ojos para siempre me condenó como un asesino y todo el mundo le creyó.

 

Hiroki que había escuchado todo en silencio se sentó en la cama y miró a su esposo con los ojos llenos de lágrimas.

 

— ¿Por que no te defendiste? ¿Por que no dijiste la verdad?

 

Shinoda besó sus manos y se bajó de la cama. Lo recostó de nuevo y lo arropó con cariño.

 

—Tu padre no me creyó cuando le dije lo que había pasado. Mi padre había hecho muy buen trabajo inculpándome con su ultimo aliento. Era mi palabra contra la de un muerto. No fui a la abadía por tu padre, de alguna forma creo que me dio el beneficio de la duda, pero me desterró del reino. Confinándome en estas montañas. Así nació la leyenda del Duque maldito, que mató a su padre a su esposa y a su hijito no nacido, por unos celos sin razón.

 

Hiroki lo miró con tristeza. — ¿Y Kohana cuando regresó?

 

Shinoda suspiró mirando la chimenea con nostalgia.

 

—Un año después de que fui confinado a esta fortaleza. No podía creerlo cuando la vi. La odiaba, y no creí nada de su historia, ni del amor que decía tenerme. Pero creo que con el tiempo comencé a creerle. Mi padre la había amenazado con matarnos si ella no lo obedecía y al final la corrió de la casa, nunca la dejó vernos y le advirtió que si se acercaba a nosotros, nos haría daño. No me fue difícil creer eso, pues mi padre era un monstruo y yo mismo lo había vivido en carne propia. Aun así me ha costado perdonarla, creo que aun la culpo por no habernos llevado con ella.

 

—Ella te quiere mucho. —Le dijo Hiroki con ternura.

 

Shinoda solo sonrió y lo besó despacio antes de despedirse.

 

—Es hora de dormir principito trasnochador.

 

Hiroki asintió sonriéndole. Shinoda caminó a la puerta y escuchó el llamado de su esposo antes de salir.

 

—Shinoda.

 

El se giro y lo miro cariñosamente.

 

—Si.

 

—Yo nunca te creí un hombre malvado, para mi has sido generoso y maravilloso y por eso te doy las gracias.

 

Shinoda sonrió ante aquellas dulces palabras. —Yo te doy las gracias a ti dulce príncipe, por venir a llenar mi vida de luz.

 

Shinoda se sentía ligero cuando bajó las escaleras. Caminó hacia la cocina para tomarse un vaso de agua. En el medio de la misma, un joven con un fino pijama de algodón se tomaba despacio un vaso de leche mientras miraba pensativo por la ventana. Su cabello caía deliciosamente por sus hombros, la delgada figura perfecta y delineada se veía exquisita bajo la luz de las velas. Una fina cintura, unas largas piernas, unas redondeadas caderas.

 

Shinoda se sintió extraño y aclaró su garganta anunciando su presencia. Keiichi casi derrama la leche cuando vio a Shinoda en la puerta mirándolo con una extraña expresión.

 

—Amo, me asustó... ¿desea algo?

 

Shinoda sonrió amablemente, después de todo Keiichi era solo un jovencito.

 

—Nada Keiichi ve a dormir, no te preocupes.

 

El chico salió enseguida de la cocina no sin antes darle una dulce y significativa mirada, al hombre que siempre había amado.

 

Cuando Shinoda se sentó en la mesa a tomarse un vaso de agua. Kohana entró a la cocina.

 

— ¿Como está Hiroki hijo, ya se durmió?

 

Shinoda la miró con una suave sonrisa. De alguna forma pensó que haber hablado de sus fantasmas le había quitado un peso de encima —Ya se durmió... mamá.

 

La abrazó con amor y la sintió llorar por largo rato entre sus brazos.

 

 

 

 

 


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