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El amor que solo soñé por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Hola, les dejo con mucho gusto el segundo capitulo.

 

Gracias a Nina, Melyoan, Kyo, Mako,Patty y a Pixie por sus primeros mensajes.

 

¡Ah! Pixie, todos mis fics estan terminados solo falta el lado profundo del mar que son one shots y solo me falta una pareja de ese.
 Con respecto a este fic tratare de actualizar cada dos dias, quienes me leen saben que no me tardo mucho. Un gran abrazo y gracias por tu entusiasmo.

 

A todas, mis agradecimientos por sus mensajes, me pueden encontrar por facebook caro_caro27@hotmail.com o Carolina Santana, por alli estoy para ustedes.

 

Gracias por leer.

2- Perdido

 

 

Que tristeza se siente cuando se pierde la dicha de ver el despuntar de un nuevo amanecer.

 

Esa tristeza colmó el corazón de  un dulce príncipe, cuando los tibios rayos del sol penetraron la estancia de su habitación esa mañana. Sorprendiéndole acurrucado en un diván donde había permanecido toda la noche.

 

Hiroki suspiró, cerrando los ojos para que la luz no los lastimara mas, pues al haber llorado por largo rato los sentía pesados e irritados. En aquel momento su mente estaba en blanco. Pensar toda la noche en lo que sentia lo habia dejado vacio de toda emocion.

¿Podía sentirse algo tan intenso en tan poco tiempo? Habían sido minutos, ni siquiera habían hablado, no supo su nombre, ni lo que le gustaba ¿Como era posible sentir tanto por alguien a quien no conocía? ¿Habría sido su mirada? ¿Quizás fue su sonrisa? ¿O fueron acaso sus escasas palabras? Podía sentir aun el calor de su cuerpo acurrucado en su regazo.

 

 Al cerrar los ojos sintió cansancio, su cuerpo le pasaba factura por la larga noche en vela, por la tensión a la que había sido sometido.

 

Pensó en como había logrado esconder sus sentimientos de derrota en el poco tiempo que permaneció en la celebración del compromiso de su hermana. Nadie habría podido notar su desasosiego, toda vez que usó hasta el último gramo de su fuerza para esconder su pena.

 

Si su futuro cuñado lo había reconocido o no, él no le dio tiempo para demostrarlo. Lo reverenció con respeto, dándole cordialmente la bienvenida a su familia. Agradeció el hecho de que su hermana estuviera decidida a acaparar al joven príncipe toda la noche, pues con eso evitó estar cerca de él. Lo miró, eso si, lo miró mucho. Siguió hipnotizado cada uno de sus movimientos. Se cautivó con su sonrisa, se emocionó con sus elegantes ademanes. Lo observó bailar con su hermana, y sintió pena por el sentimiento de mezquina envidia que lo embargó. Se veían tan perfectos juntos. El, un maravilloso príncipe, ella, una hermosa princesa. Por un momento se permitió soñar que era él, quien flotaba entre aquellos brazos, que eran para él esas cautivadoras sonrisas.

 

Yayoi siempre había tenido algo que él anhelaba, lo único por lo que sentía envidia de su hermana y eso era el amor de su padre. Yayoi siempre contó con la aprobación del rey, quizás por lo parecidos que ambos eran. Hiroki se esforzaba mucho para ganar el cariño de su padre, pero este siempre tenia algo que reprocharle, algo porque descalificarlo.

 

Ahora Yayoi tendría otra cosa que su corazón anhelaba. No llegaría él a conocer el amor en brazos de aquel hombre que lo enamoró en un instante. Un precioso momento del tiempo que le robaría a la memoria, para guardarlo en su corazón.

 

No tuvo ni siquiera el consuelo de la compañía de sus amigos, al parecer el día había sido muy fuerte para Misaki y tuvo que quedarse en casa aquejado por una molesta fiebre. Shinobu, solidario y protector, se había quedado cuidando a su hermano.

 

Logró sobrevivir a duras penas a la hora del brindis. Las palabras felices de su padre y las del propio príncipe refiriéndose a su prometida, colmaron el ya adolorido corazón. Hiroki buscó a su madre y le pidió permiso para marcharse, aludiendo un extremo cansancio. Había cumplido con su hermana, y con el permiso de su madre se marchó a su habitación.

 

Las horas interminables pasaron y él, acurrucado en su sillón, no pudo dormir, pues el sueño que había anhelado, se esfumó como la noche al despuntar la mañana.

 

Se metió en la bañera para que el agua tibia barriera sus penas. Ya no había nada que hacer, no podía anhelar lo que nunca había sido suyo. Se alegró sinceramente por su hermana, la vida le había dado un hermoso regalo y deseó desde su corazón que fuera feliz. Con el alma ligera salió de su habitación. Iría al albergue, trabajar en lo que amaba era la mejor cura para su corazón dolido.

 

—Mi niño ¿donde vas tan temprano?

 

Hiroki le sonrió a su nana,  besando cariñosamente su frente.

 

—Al albergue nana, tengo trabajo pendiente.

 

—Pero no has desayunado, mi niño. Además, aún es muy temprano. —Le dijo la mujer preocupada.

 

Hiroki se despidió con un gesto de su mano saliendo rápidamente mientras le decía.

 

—Comeré allá nana, no te preocupes.

 

No le dio tiempo a Yukiko de protestar, pues ya el joven había desaparecido por uno de los pasillos. Frunció el ceño descontenta, el rostro de Hiroki le había parecido algo demacrado, decidió preguntarle cuando regresara. Por el momento tenia cosas importantes de las que ocuparse, como una caprichosa princesa que de seguro querría lucir radiante ese día para su prometido. Sonrió y se encaminó al cuarto de Yayoi, pensado que seria un largo mes hasta que su niña malcriada finalmente se convirtiera en esposa.

 

Hiroki entró corriendo a las caballerizas. Deseaba escapar antes de que el castillo en pleno despertara y se viera obligado a alternar con su cuñado. Trataría de evitarlo lo más posible por unos días, para apaciguar los sentimientos de su corazón. Tan apurado iba que no pudo evitar chocar con la persona que salía. Fue tan fuerte el impacto, que dio con todo y su trasero real al suelo.

 

—Alteza.

 

Gritó con preocupación el hombre con el que había chocado.

 

—Capitán Endo. —Logró saludar Hiroki, entre la vergüenza y la risa.

 

Endo Kazumi era unos diez años mayor que Hiroki. Diestro con la espada, con el arco y con la lucha cuerpo a cuerpo, era digno de llevar la distinción de Capitán de la guardia real del reino de  Tengoku. Era alto, con una cabellera rubia que rozaba sus hombros y que siempre llevaba recogida con una cinta de cuero. Su rostro era serio e imponente, de líneas toscas y varoniles, con una boca fina y unos ojos verdes que se asemejaba al musgo que crecía en las laderas del río. Hiroki le tenía un especial aprecio, pues él había sido en muchas oportunidades como un hermano mayor, para un joven príncipe cuyo padre no le había dedicado mucho tiempo.

 

Hiroki había aprendido con Kazumi a montar, a nadar, a escalar las nevadas montañas. Cuando era un niño de diez años y Kazumi comenzaba su entrenamiento militar, este lo había llevado a acampar al bosque y ese era un preciado recuerdo para Hiroki.

 

—¿Que hace a esta hora por aquí, Alteza?

 

Le preguntó Kazumi, mirando a todos lados para comprobar que nadie hubiese notado la presencia del príncipe en las caballerizas. La causa de esa precaución era una orden del mismísimo rey, que al notar la cercanía de su hijo con el joven soldado, les había distanciado a propósito y le había prohibido a Hiroki volver a las caballerizas. El distanciamiento le había dolido mucho al joven príncipe. Pensó que Kazumi se había alejado a propósito y que le había pedido a su padre alejarlo de las caballerizas. Kazumi nunca lo sacó de su error, no queriendo ocasionar un conflicto entre padre e hijo y la amistad con los años se enfrió.

 

Hiroki , rechazó la mano que el capitán le extendía y se puso de pie, sacudió su ropa rápidamente y rodeó al hombre para entrar a buscar  su caballo.

 

—Vengo por mi caballo, Capitán.

 

Kazumi lo siguió. —¿Quiere que mande a llamar al cochero?

 

—No. —Respondió Hiroki sin mirarle, sacando a su caballo del establo.

 

—Pero...

 

—¿Tengo que pedirle permiso para salir del palacio, Capitán?

 

Cortó Hiroki groseramente la protesta de Kazumi.

 

—Lo siento. —Murmuró arrepentido, al ver el rostro desconcertado del hombre.

 

Kazumi lo ayudó a ensillar el caballo y sin que Hiroki lo esperara lo tomó de la cintura subiéndolo con cuidado sobre el manso animal.

 

—Ten cuidado. —Le dijo Kazumi tratándolo como en antaño, cuando eran amigos y no un príncipe y un sirviente.

 

Hiroki se sintió triste, la familiaridad de aquel trato lo hizo sentirse desvalido en aquel momento en el que necesitaba a un amigo más que nada en el mundo. Kazumi  lo había sido una vez y el extrañaba esa amistad.

 

—Kazumi...¿Por qué?

 

—Soy el Capitán Endo y usted su Alteza Real príncipe Hiroki. —Respondió Kazumi endureciendo el rostro. Había recibido una orden y aunque le doliera debía cumplirla, el rey lo quería lejos de su hijo y él no podía hacer nada al respecto.

 

—Ahora váyase, antes de que alguien lo vea. No quiero tener que informar de su presencia en las caballerizas.

 

A Kazumi le dolió cada palabra, pero no más de lo que le dolió al frágil corazón de Hiroki escucharlas. Agitó con fuerza las riendas del caballo y con una orden de su voz rota, el animal corrió saliendo del lugar. El Capitán miró alejarse al brioso corcel y llevarse con él no solo a un amigo, se llevaba un sueño, un deseo que había madurado con los años. Un amor que había nacido en la inocencia de la juventud. Tan irreal como imposible.

 

******

 

—Me quedaré unos días más. No puedo dejarte aquí en ese estado. Estás imposible.

 

El que discutía no era otro que Miyagi, y la discusión giraba al rededor de un príncipe, que no era a quien su hermano había ido a desposar.

 

—No necesito niñero. —Gruñó Nowaki hastiado de la disputa.

 

—No, lo que necesitas es un poco de cordura.

 

Miyagi, ecuánime y comedido, siendo el mayor, siempre trataba  de mediar entre los conflictos de su hermano y su padre. Nowaki era un joven rebelde e impetuoso. Dado siempre a romper las reglas, a ir en contra de las normas. Eso lo metía en constantes problemas y Miyagi vivía para resolver esos problemas.

 

—Mi padre fue el que mi impuso esto. Yo no tuve ni la oportunidad de decidir.

 

Miyagi se sentó al lado de su hermano que lo miraba furibundo.

 

—Lo hiciste por mamá,  Nowaki, ella quiere verte casado antes de...

 

La repentina enfermedad de su madre los había llevado a aquella situación, la reina sabia que Miyagi encontraría a alguien adecuado para casarse, pero Nowaki era otra historia y ella deseaba que su hijo menor encontrara el equilibrio, la felicidad.

 

Nowaki suspiró, sus padres llegarían en dos semanas para esperar la celebración de la boda. Una boda que ahora menos que nunca deseaba.

 

—¿Lo viste Miyagi?... ¿Lo viste? No lo soñé, existe, es incluso más hermoso de lo que pensé. Él me salvó, limpio mis heridas, me sonrió, hermano. Y yo, yo perdí mi corazón con esa sonrisa.

 

Miyagi lo miró con tristeza.

 

—El será tu cuñado Nowaki, y si es verdad lo que dices, que él fue el que te rescató, pues está muy claro que no quiere mencionarlo o sino ¿por que fingió que no te conocía ?

 

Nowaki lo miró confuso. La verdad él tampoco entendía porque el príncipe lo había tratado con frialdad, saludándolo como si fuera la primera vez que le veía. Cuando lo había sostenido entre sus brazos le había hablado con calidez, con ternura. Pero en la fiesta se había mantenido alejado todo el tiempo y se había retirado temprano dejándolo lleno de dudas, de preguntas.

 

Miyagi vio a su hermano perderse en sus pensamientos. Tomó su mano, mirándolo con cariño.

 

—Tu novia es hermosa, Nowaki.  Será una buena esposa y estoy seguro que te hará feliz. ¿Porque quieres ahora dañar las cosas? Ese joven es solo una ilusión, la reticencia de tu corazón a hacer algo que te parece una imposición. Pero nuestra madre no haría nada para lastimarte, tú sabes que te adora. No hagas nada que después pueda hacer que te arrepientas.

 

Miyagi dejó solo a su hermano con sus pensamientos, le daría tiempo para reflexionar. Decidió ir al pueblo, quería cumplir su promesa de agradecer a los jóvenes que habían ayudado a su hermano y quizás también averiguar algo del joven príncipe que había trastocado la vida de Nowaki.

 

******

 

 

—Alteza, que sorpresa. No sabía que vendría hoy.

 

Hiroki descendió del caballo saludando al médico que trabajaba en el albergue.

 

—Buenos días Doctor Katsuro. Hace una bonita mañana y pensé en llevar a los niños de picnic.

 

El médico sonrió alegre. Todos en el albergue le tenían un enorme respeto al joven príncipe, su dedicación era inigualable y todo lo hacia con un cariño devoto.

 

—Es una gran idea, le avisaré a las mucamas para que los arreglen para salir y al cocinero para que les prepare la comida que llevarán.

 

—Gracias.

 

Hiroki sonrió cortésmente. El médico se dio la vuelta agregando entusiasmado.

 

—Me imagino que ya debe saber que el paciente desconocido era su futuro cuñado. Su hermano vino a buscarlo y fue muy amable, hasta dejó una gran suma de dinero en agradecimiento. Con eso podremos ampliar el hospital, su alteza. Todos estamos muy entusiasmados.

 

Hiroki sonrió consternado , asintiendo distraídamente. Cuando el médico se marchó, la sonrisa se borró de su rostro. Ahora se vería forzado a agradecer al príncipe Miyagi su donativo. Tendría que buscar la forma de hacerlo en un momento en que estuviera solo.

 

Cuando Hiroki ultimaba los detalles para su salida. Escuchó unas agradables y esperadas voces.

 

—¿A donde vas tan temprano?

 

Volteó y se encontró con el rostro dulce de Misaki. No pudo evitarlo, sin pensarlo, se abrazó a su amigo y lloró con desconsuelo. Misaki lo abrazó con ternura, preocupado y confundido, por la reacción de su amigo.

 

Shinobu entró y al ver la escena y escuchar lo sollozos, hirvió de furia. Se acercó a su hermano, mirando a Hiroki con preocupación.

 

—¿Que pasó? Si la bruja esa te hizo algo otra vez, la voy a dejar sin pelo. Se va a tener que casar con peluca y te juro que el día de su boda se la quemo y tendrá que pasear por la iglesia toda calva como la cacatúa horrorosa que es.

 

No pudieron evitarlo, el ataque infantil de rabia de Shinobu, los llenó de risas. Hiroki olvidó por un momento su pena y rió con Misaki hasta quedarse sin aliento. Después de tanta risa sus amigos le abrazaron unos segundos. Una vez recobrado el equilibrio, Shinobu salió a mirar si estaban los niños listos. Todos irían al día de campo.

 

Cuando se quedaron a solas. Misaki miró a Hiroki con ternura.

 

—¿Me contarás que paso?

 

Hiroki asintió. —Mañana iré a cenar en tu casa y hablaremos.

 

Tomó la mano de Misaki , diciéndole con preocupación.

 

—Tú también tienes cosas que contar ¿verdad? Esa fiebre de ayer tiene nombre.

 

Misaki asintió, suspirando respondió mirando a la puerta para ver que Shinobu no estuviera para escuchar.

 

—Ayer en la mañana llegó una carta del Duque de Kotaro. Insisten en el compromiso con su hijo. Mi madre esta haciendo todo lo posible por evitar dar una respuesta, pero mi padre es otro tema. Está decidido a que es lo mejor para mi.

 

Misaki de pronto se sintió débil. Hiroki lo ayudó a sentarse, entendió la tribulación de su amigo y se apenó por cargarlo con sus preocupaciones.

 

—No pueden obligarme a casarme con ese hombre Hiroki, apenas lo conozco y ... No es que Haruhiko sea mala persona, al contrario,  es apuesto y agradable, pero...

 

—No lo amas. —Terminó Hiroki la frase. —Y tú mi querido soñador, solo te casarás por amor.

 

Misaki lo miró triste. —¿No harías tú lo mismo?

 

Hiroki lo abrazó con ternura. —Es por eso que te adoro, porque ambos somos iguales de soñadores y románticos.

 

—Deberíamos casarnos. — Le dijo Misaki sonriendo.

 

Ambos estallaron de nuevo en carcajadas.

 

Hiroki lo miró tratando de parecer serio y aguantando la risa. —Pues espero que estés dispuesto a que sea yo el que te embarace, porque ni loco me dejaré hacer aquello que vimos en el libro que le robamos a tu padre.

 

Misaki se puso rojo hasta las orejas. Aquella vez por pura curiosidad habían entrado de madrugada a la biblioteca de su padre y buscaron por horas algo que hablara sobre el sexo, cuando finalmente lo encontraron robaron el libro y se encerraron en el cuarto de Misaki. Pasaron mucho rato mirando las imágenes. Aquella madrugada habían tenido sueños extraños y sintieron tanta vergüenza que devolvieron el libro al día siguiente y no volvieron a mencionar el tema.

 

—Ew, Hiroki, yo tampoco me dejaré hacer eso jamás.

 

Dijo Misaki indignado y luego volvieron a reír.

 

Shinobu los encontró riendo. —Ya están listos los pequeños demonios.

 

Misaki se levantó y Hiroki lo tomó del brazo.

 

—Estoy bien. —Le dijo Misaki sonriéndole.

 

Hiroki lo soltó a regañadientes y se encaminaron a pasar un día de locos con los niños.

 

Ya estaban todos subiendo a las carretas. Misaki y Shinobu los acomodaban en los asientos. Hiroki trataba entre risas de poner orden en el caos. El sonido de unos jinetes que se acercaban hizo que Hiroki volteara a mirar. Su sorpresa fue mayúscula al ver al príncipe Miyagi acompañado de un hombre al que no conocía, descender de sus caballos y acercarse a ellos.

 

Hiroki saludó con extrema educación al príncipe, por todos era conocido que estaba a pocos meses de ser coronado rey de su nación.

 

—Majestad.

 

Miyagi sonrió. —Oh no, por favor, aún no me de ese titulo. Mi padre aún es el rey y yo solo vine a expresarles mi agradecimiento por lo que hicieron por mi hermano ayer. Por favor príncipe Hiroki, llámeme solo Miyagi.

 

El hombre tenía unos ademanes muy suaves y amables, era imposible negarse a su pedido. Hiroki pensó que si así iba a gobernar a su pueblo, seria un rey muy amado.

 

—Está bien, pero solo si usted me llama Hiroki.

 

Miyagi le sonrió asintiendo.

 

—Bien, Hiroki. Creo que interrumpimos una salida.

 

—Vamos de picnic. Puedes venir si quieres Miyagi.

 

Dijo Shinobu muy entusiasmado con toda la frescura que su inocencia le daba.

 

Misaki quería que la tierra se lo tragara.

 

—Sus sirvientes son un poco atrevidos, Alteza.

 

Dijo entonces el hombre que acompañaba a Miyagi. Hiroki lo miró sorprendido.

 

"¿Sirvientes?"

 

Hiroki iba sacarlo de su error y a reprenderlo por grosero. Pero las voces de Misaki y Miyagi al unísono lo interrumpieron.

 

—Alteza/Akihiko.

 

Los aludidos voltearon sus rostros a quienes les llamaban.

 

Misaki le hizo un gesto a Hiroki que el castaño entendió enseguida.

 

—Alteza. —Habló Misaki con fingida preocupación. —Disculpe a mi hermano, es muy joven e imprudente.

 

Shinobu afortunadamente siguió el juego, algo se traía  Misaki entre manos y él no le llevaría la contraria.

 

—No, por favor. —Dijo Miyagi apenado. —Disculpen ustedes a Akihiko, es demasiado apegado a las normas.

 

Se acercó a la carreta donde Shinobu estaba y le dijo con una dulce sonrisa. —Pueden llamarme Miyagi, y si Hiroki lo permite, me encantaría acompañarlos.

 

Shinobu sonrió con timidez, sonrojado ante la cercanía del apuesto príncipe. Misaki miró de reojo a Akihiko que apretó la mandíbula con evidente molestia. Rió para sus adentros, aquella seria una interesante mañana. Hiroki no pudo negarse. Unos minutos después partían las dos carretas, con Hiroki,  Misaki y dos ayudantes en una de ellas y Miyagi y un muy sonrojado Shinobu en la otra. Akihiko los seguía en su caballo mirando todo con absoluto desden y Misaki se preguntó por qué aquel hombre parecía tan amargado.

 

Entre gritos y risas de entusiasmo, se establecieron un rato después en un hermoso prado, que colindaba con un pequeño pozo de aguas cristalinas. Coloridos manteles fueron colocados en el medio del lugar. Las cestas colmadas de alimentos y las refrescantes bebidas estaban protegidas del sol por grandes  sombrillas. Una de las chicas que habían acompañado a Hiroki, acomodaba junto al príncipe la comida. Misaki y Shinobu ayudaban a los niños a ponerse sus trajes de baño, pues los pequeños estaban ansiosos por entrar a las calidas aguas del riachuelo.

 

—¿No es peligroso?

 

Preguntó Miyagi señalando a los niños que ya corrían hacia el pozo.

 

Hiroki sonrió. —No se preocupe, no es profundo.

 

Miyagi asintió aliviado y sonrió ampliamente al ver a Shinobu con unos largos pantalones blancos y una camiseta del mismo color, correr hacia el agua y sumergirse entre risas como si fuera otro niño más.

 

—Debe ser todo un dolor de cabeza.

 

Dijo Miyagi sin pensarlo, observando al hermoso rubio chapotear y reír jugando con los niños. Hiroki siguió la ruta de su mirada y notó que no hablaba de ninguno de los niños en particular, que se refería a Shinobu. Eso le causó gracia y ternura.

 

—La mayoría de las veces lo es. Pero debo decir a su favor que es un joven increíblemente maduro cuando se le necesita y con un corazón muy noble.

 

Miyagi se sintió descubierto. No había notado que había expresado su pensamiento a viva voz y miró a Hiroki apenado. El príncipe le sonrió cómplice, haciéndolo relajarse al instante.

 

Misaki, sentado en una piedra cerca del rió observaba a atentamente a los niños.

 

Miyagi le preguntó entonces a Hiroki. —Creo que su hermano no se divierte tanto como él.

 

Hiroki miró a Misaki con ternura. Extendiéndole un vaso de limonada al príncipe le aclaró las dudas.

 

—No es que no quiera, solo no puede. Misaki nació prematuro y eso hizo que fuera un niño muy enfermizo. Aun ahora es bastante delicado, por eso tratamos de que no haga muchos esfuerzos.

 

En ese momento Shinobu salio del agua, sonriéndole a su hermano con esplendorosa felicidad. Le extendió la mano y Misaki la tomó sonriendo. Shinobu lo llevó con cuidado hasta la horilla del pozo y lo ayudó a sentarse para que metiera sus pies en el agua. Hiroki suspiró con emoción, Shinobu adoraba a su hermano y quería incluirlo en la diversión. Miyagi también se sintió emocionado con el gesto y algo mas se instaló en su corazón.

 

Akihiko tampoco había perdido de vista a los jóvenes. Lo fastidiaba estar allí, pero no podía dejar de sentir que no lo molestaba aquella situación tanto como debería. Y todo era debido al pequeño joven de ojos verdes, que lo miraba con reto, con burla. Se preguntó que podía tener ese sirviente que le llamara tanto la atención. No pudo evitar relajar el mal humor cuando lo escuchó reír. Una risa abierta, espontánea, feliz. Su hermano lo mojaba con travesura y el solo reía, ajeno al caos que estaba creando en un corazón marchito y amargado como el de Akihiko.

 

Miyagi aprovechó entonces que estaba a solas con el príncipe para aclarar con tacto, algunas dudas.

 

—Y dígame Hiroki ¿trabaja de voluntario siempre en este albergue?

 

Hiroki le sonrió. —Sí, en realidad yo lo inicié, junto con el doctor Katsuro. Él fue una vez al palacio y le habló a mi padre de la necesidad de tener un hospital aunque fuera pequeño en las afueras del pueblo. Para los granjeros en especial. La mayoría de los nobles contratan los servicios de médicos privados y el hospital del reino esta un poco alejado de la zona rural. Mi papá en ese tiempo estaba ocupado con otras cosas y le pidió a mi madre que se encargara. Ella me contó y yo me entusiasme tanto con la idea que le pedí que me dejara hacerlo. Ella lo pensó claro, yo apenas tenía quince años, pero al final confió en mí y bueno, terminó siendo un albergue. En las zonas rurales había mas necesidades que solo un hospital y mi padre es un gran rey pero no puede encargarse de todo. Conseguimos esa casona,  la remodelamos y aquí estamos.

 

Hiroki sonreía animado mientras le relataba todo a Miyagi, y este comenzaba a entender la fascinación de Nowaki por el joven príncipe. No solo era realmente hermoso, sino inteligente, espontáneo, dadivoso. Esperaba que su hermana tuviera las mismas virtudes.  También rogaba porque las circunstancias mantuvieran a su hermano lejos de Hiroki, pues si solo se había enamorado con su belleza, si llegaba realmente a conocerlo como persona, se perdería definitivamente.

 

—Tenemos el hospital, una pequeña escuela, la casa de los niños, un salón de fiesta y hasta una granja con animales de todo tipo que han sido abandonados por enfermedad o por vejez.

 

Culminó Hiroki su relato y Miyagi le sonrió emocionado.

 

—Es un gran trabajo y una loable labor ¿Viene su hermana a ayudarle?

 

Hiroki se quedó de piedra con la pregunta ¿Como decirle a Miyagi que su hermana detestaba ese tipo de cosas? Se arriesgaría a dejarla expuesta como una egoísta y no quería que el futuro rey tuviera esa mala impresión de la que seria su cuñada.

 

—Ateza, ateza... men a juga.

 

Lo salvó un pequeño ángel que mojada de pies a cabeza halaba su ropa llamando su atención.

 

—Miyo, querida, pareces una pasita toda arrugada.

 

Hiroki tomó a la nena en sus brazos y se excusó con Miyagi, caminando hacia el riachuelo, para jugar con sus niños.

 

Pasaron mucho rato jugando y divirtiéndose. Miyagi se incorporó a las actividades como si lo hubiese hecho desde siempre. Shinobu estaba encantado con las atenciones del futuro rey. Akihiko, que lo vigilaba de cerca, se preguntaba si Miyagi estaba conciente de su comportamiento.

 

—¿Desea un poco de limonada?

 

Le preguntó una de las chicas acercándose a él. Pero Akihiko no le respondió, hacia rato que su mirada estaba perdida en el joven que sentado en la grama parecía más blanco de lo normal. Sin pensar en lo que hacia tomó el vaso que la mujer le ofrecía y camino rápidamente hacia el joven.

 

—Toma, creo que necesitas esto.

 

Misaki miró al hombre con impresión. Su brusquedad contrastaba con la preocupación de su rostro.

 

—Gracias. —Le dijo tímidamente, la debilidad que estaba sintiendo desde hace rato le impidió contestar como hubiese querido.

 

—¿Te sientes bien?

 

Preguntó Akihiko agachándose para quedar frente a Misaki. Este lo miró con detalle aprovechando la cercanía. Tenía un rostro severo, pero para nada desagradable. Era guapo, se podría decir que sensual, su mirada era expresiva y el color de sus ojos era tan raro como hipnotizante. Misaki sintió que su cuerpo se llenaba de un calor sofocante, y su corazón se aceleró más de lo que ya estaba. Sintió que el vaso se le caería de las manos y entonces como si tenerlo tan cerca no fuera suficiente, la mano de Akihiko tomó la suya para evitar que el vaso cayera.

 

—Tienes fiebre. —Murmuró Akihiko al sentir la mano pequeña y caliente entre la suya.

 

Misaki adivinó su intención antes de que este intentara ponerse de pie. Apretó la mano con fuerza. —No, por favor, no digas nada. Me obligaran a ir a casa y no quiero, no quiero volver aun.

 

—Pero, estás enfermo. —Protestó Akihiko.

 

Misaki le sonrió, desarmando todas sus objeciones.

 

—Es solo fiebre, ya se me pasará. —Misaki lo miró con suplica. —Por favor, no digas nada.

 

Akihiko se soltó de su agarre como si la mano del pequeño lo quemara. No sabia que hacer con el enorme sentimiento de protección que lo llenaba. Así que reaccionó como mejor sabia.

 

—Haz lo que te de la gana, al fin y al cabo es tu problema.

 

Misaki se sintió ofendido y molesto, pero sobre todo profundamente triste al verlo marcharse con rapidez. Sintió rabia consigo mismo, con su cuerpo débil y endeble. Se sintió rechazado como siempre se había sentido, y supuso que le había dado una mala impresión a aquel hombre que le gustaba, pues no se iba a negar que lo atraía Akihiko como nadie lo había atraído jamás. Pero también estaba seguro que un hombre así, tan viril, arrogante y fuerte no se fijaría jamás en alguien tan frágil y pusilánime como él.

 

Hiroki y Shinobu estaban jugando con los niños cuando un grito los alertó. Había gritado una de las jóvenes y Hiroki solo vio la carrera de Akihiko. Volteó asustado al lugar donde Akihiko corría y se puso de pie rápidamente para también correr al lugar seguido de cerca por Shinobu.

 

—Maldita sea. —Gruñó Akihiko al arrodillarse y tomar en sus brazos el cuerpo laxo de Misaki.

 

Hiroki llegó mirando todo con angustia, Shinobu llamó a su hermano desesperado.

 

—Misaki... Misaki.

 

—Tiene fiebre, pero no quiso decir nada.

 

Akihiko se veía molesto y consternado.

 

—Llévelo a la carreta, iremos al albergue para que el doctor lo atienda.

 

Hiroki caminaba tras Akihiko que ya había tomado una decisión. Se montó en su caballo con un ágil movimiento que les pareció a todos increíble, pues aun llevaba a Misaki sostenido con uno de sus brazos.

 

—Iré en mi caballo, es más rápido y ustedes necesitan la carreta para llevar a los niños.

 

Shinobu iba a protestar, pero Miyagi  no lo dejó.

 

—Deja que lo lleve él,  pequeño. Akihiko es un excelente jinete y su caballo es muy veloz.

 

Miyagi le habló entonces a Akihiko. —Llévalo Akihiko, en lo que acomodemos a los niños iremos tras de ti.

 

Akihiko asintió marchándose a toda velocidad.

 

Hiroki miró a Miyagi agradecido por hacerse cargo de la situación, él y Shinobu estaban hechos un manojo de nervios. Era verdad que no era la primera vez que Misaki se desmayaba, pero si era la primera vez que su rostro se veía tan demacrado.

 

—Voy a recoger las cosas. —Dijo Hiroki apresurándose a guardar la comida y los manteles, mientras las muchachas ayudaban con los niños. Shinobu parecía estar en shock mirando el camino por donde ya no se vislumbraba al jinete que se había llevado a su hermano.

 

—Estará bien, en unos minutos iremos tras  ellos, ya veras que todo saldrá bien.

 

Miyagi expresó cada palabra con suavidad y ternura, limpiando con sus largos dedos las cristalinas lagrimas que bañaban las mejillas de Shinobu.

 

Shinobu asintió, mirándolo con emoción. Ese hombre le hacia sentir cosas que no sabia como explicarse. Con sus calidas palabras lo había confortado y de pronto le parecía que Miyagi era lo más maravilloso que había visto jamás.

 

—Gracias. —Murmuró emocionado y alzándose en la punta de sus pequeños pies, le dio un tímido beso en la mejilla a Miyagi, para luego correr a ayudar a Hiroki y poder ir pronto con su hermano.

 

Guardaría para siempre Miyagi en su memoria, el día en que un pequeño rubio robó su corazón.

 

Akihiko llegó en pocos minutos al albergue. Misaki tenía el rostro enrojecido por la fiebre. Cuando el médico lo vio entrar con el chico en los brazos, corrió hacia a él pidiéndole que lo pusiera en una de las camas. Akihiko fue sacado de la sala. El médico le pidió que esperara mientras  revisaba a  Misaki. Caminando por el pasillo, pensó que jamás se había sentido tan impotente, ni siquiera todas las veces que tuvo que luchar para sobrevivir.

 

Llevaba ya media hora esperando cuando llegaron las carretas. Shinobu bajó corriendo y sin reparar en el hombre, entró al lugar para ver a su hermano. Varios ayudantes salieron para atender a los niños,  mientras Miyagi se acercaba a Akihiko y Hiroki  entraba también al lugar.

 

—¿Como está?

 

—El medico no me dijo nada, me pidió que esperara afuera y aun no sale a informar, Alteza.

 

Miyagi lo miró molesto.

 

—No me llames así, sabes que me molesta y ahora no hay nadie mirándonos para que estés con esos formalismos.

 

Suspiró viendo la cara de asombro de Akihiko. Con calma le dijo finalmente.

 

—Ve al palacio. Nowaki querrá saber donde hemos estado. Yo me quedaré hasta que se sepa algo.

 

—No voy a dejarlo aquí solo, Al...

 

Miyagi lo miró con desafió, retándolo a terminar la frase.

 

—Si te empeñas en tratarme como tu superior y no como tu igual, entonces te daré gusto. Es una orden Capitán, váyase al palacio, yo volveré con el príncipe Hiroki.

 

Una orden, era una orden y más si venia del que seria el futuro rey.

 

—Como ordene, Alteza.

 

Gruñó entre dientes y se montó en su caballo para marcharse. No estaba molesto solo por dejar al  príncipe allí, cuidarlo era su responsabilidad. Estaba molesto por no poder esperar para saber como seguía el chico y se encontró con la contradicción de que le molestaba su preocupación por el joven. Respiró profundo, desterrando así los sentimientos que lo perturbaban.

 

—Ya deja de llorar, no pasó nada. Solo es una tonta fiebre.

 

Hiroki se detuvo en la puerta, y escuchó conmovido la voz suave de Misaki, que trataba de calmar los sollozos de Shinobu.

 

—Estabas pálido ¿porque no me dijiste que te sentías mal? Yo te cuido, soy tu hermano.

 

Shinobu protestaba acurrucado en la cama con su querido hermano mayor.

 

—Está bien, la fiebre está bajando. Parece un pequeño resfriado.

 

Le dijo el médico a Hiroki cuando notó su presencia.

 

—Nos diste un buen susto.

 

Hiroki se sentó al lado de Misaki, mirándolo cariñosamente.

 

—No es la primera vez. —Refunfuño Misaki, molesto por tanta atención.

 

El príncipe sonrió, su amigo era un cabeza dura de primera.

 

—Mandé un mensajero a tu casa para que envíen el carruaje. En lo que baje la fiebre irás directo a descasar y no te quiero ver aquí en unos días.

 

Misaki lo miró con angustia y Hiroki entendió rápidamente la situación. Tratando de enmendar su error, propuso una idea que les favorecería a todos.

 

—Hablaré con mi padre mañana para que le diga a tu padre que te deje pasar unos días en el palacio. Así puedo cuidarte y tú me harás compañía.

 

—Yo también voy. —Protestó Shinobu.

 

Misaki y Hiroki  blanquearon los ojos con fingida molestia. Hiroki apretó la pequeña nariz.

 

—Claro tonto, a quien si no, tendremos para molestar.

 

Shinobu frunció el ceño y se relajó al escuchar las risas de su hermano.

 

—Gracias.

 

Misaki estaba encantado con la idea, alejarse unos días de su casa seria genial. Su padre no podría hablarle de compromisos y bodas, dejaría la presión atrás y si lograba relajarse dejaría de sentirse enfermo.

 

—Veo que se encuentra mejor, es un alivio.

 

Miyagi entró y el rostro de Shinobu se iluminó con una sonrisa. Misaki y Hiroki notaron sorprendidos el gesto, pero decidieron no decir nada. Shinobu apenas estaba por cumplir los diecisiete años y ninguno de los dos creía que el futuro rey se fijara en Shinobu.

 

—Miyagi, mandaré a buscar mi carruaje para que lo lleven al palacio.

 

El príncipe sonrió, parecía que solo Shinobu se relajaba en su presencia.

 

—No te vas a quedar cuidándome. —Regañó Misaki a Hiroki al intuir sus intenciones.

 

—Ya me vienen a buscar y tú no debes regresar tarde al palacio.

 

—Pero yo puedo regresar después.

 

Protestó Hiroki. Misaki entrecerró los ojos con advertencia.

 

Finalmente fue Miyagi el que medió en la discusión.

 

—Esperaremos a que vengan por ustedes y luego yo llevaré al príncipe al palacio.

 

No hubo replica alguna. Cuando el carruaje vino por Misaki y Shinobu, uno de los ayudantes avisó al príncipe de su llegada. El medico revisó al paciente y al constatar que la fiebre casi desaparecía, lo dejó marchar. Miyagi esperaba una carreta, no un suntuoso carruaje con cochero y valet. Su sorpresa fue mayúscula cuando el valet se dirigió a Misaki que caminaba apoyado de Shinobu y colocó un abrigo sobre sus hombros.

 

—Señoría, no debió salir hoy. Su señoría el conde esta muy molesto por su recaída.

 

Misaki se tragó toda la sarta de contestas que hubiera querido darle al entrometido paje, pues había sido expuesto delante de Miyagi, descubriendo su mentira.

 

Miyagi no dijo nada, su soberbia educación se lo impedía. Misaki se despidió con una leve reverencia.

 

—Gracias Alteza, por todo.

 

Miyagi asintió sonriendo. Shinobu sin embargo, no fue tan comedido. Se acercó al príncipe sonriéndole dulcemente.

 

—¿Nos volverá a visitar antes de marcharse?

 

Miyagi tomó su mano besándola galantemente.

 

—Me temo, Señoría, que me verá muy seguido estos días, pues no tengo intención de marcharme aun.

 

Shinobu sonrió complacido y Miyagi lo ayudó a subir al carruaje.

 

Hiroki y Misaki intercambiaron miradas.

 

—Hablaré con papá esta noche. Lo mas seguro es que mañana duermas en el palacio.

 

Le dijo Hiroki para que no se preocupara. Cuando el carruaje se alejó, Miyagi se dirigió al joven príncipe.

 

—¿Le importa si lo llevo en mi caballo? Se nota que esta cansado y ya ha oscurecido, no es bueno cabalgar en la oscuridad cuando se está cansado.

 

Hiroki asintió, el príncipe tenia razón y negarse no seria prudente.

 

Miyagi lo ayudó a montar en su majestuoso corcel y se subió él, acomodándolo contra su pecho. Hiroki se sintió un poco cohibido y Miyagi sonrió.

 

—Kaminari es un caballo muy temperamental y también muy veloz, por eso lo acomodo en mi regazo, no quiero que se caiga. Aunque iremos despacio, deseo prevenir un accidente.

 

Hiroki suspiró y se relajó. Miyagi agitó las riendas y Kaminari comenzó un trote lento y elegante.

 

—Es un caballo hermoso.

 

Dijo Hiroki soñador. Miyagi aprovechó el inicio de la conversación para sacar a relucir el resto de sus dudas.

 

—Están todos ustedes llenos de sorpresas ¿no?

 

Hiroki se tensó. Miyagi continúo, ignorando la tensión del príncipe.

 

—Sus amigos son de la nobleza y no unos sirvientes y usted rescata viajeros extraviados y luego los olvida.

 

Hiroki suspiró  derrotado, no podría ocultarle nada al hombre que le hablaba con convincente suavidad.

 

—Su Capitán fue el que malentendió las cosas. —Se defendió.

 

—Una mentira por omisión sigue siendo una mentira. —Le rebatió Miyagi. Para luego preguntar — ¿No niega entonces haber rescatado a mi hermano?

 

Hiroki respondió sin mirarle.

 

—Shinobu fue el que lo encontró, yo solo limpié sus heridas y lo cuidé mientras llegaba la ayuda.

 

"E hiciste que se enamorara como un loco"

 

—¿Por que no dijo nada? Mi hermano estaba deseoso por agradecerle,  pero no sabia si lo había soñado o no.

 

—Por... porque... bueno... yo...

 

Miyagi detuvo el caballo, y buscó el rostro del príncipe entre las parpadeantes luces de las primeras casas del pueblo. Lo que vio no le gustó y supo que el problema era mas grande de lo que imaginaba. No había sido su hermano el único que se había enamorado. Pues la expresión en el rostro del joven príncipe hablaba por si sola.

 

—Yo... por favor, no diga nada. Es una locura lo sé. Ellos van a casarse y yo olvidaré todo esto, le prometo que no interferiré y...

 

La voz de Hiroki se rompió. Miyagi suspirando lo abrazó en silencio.

 

—Las heridas se notan, hasta en las más fuertes armaduras. Acabaras por romperte y cuando esos sentimientos que con tanto valor guardas, salgan, el daño será peor.

 

Hiroki agradeció el tono comprensivo y paternal, separándose un poco del abrazo, agradeció también la preocupación del príncipe.

 

—Cuando eso pase, ellos estarán lejos y yo tendré tiempo para resignarme. Gracias alteza, por sus palabras. Pero ahora solo quiero su promesa de que no dirá nada de esto.

 

Miyagi asintió. —Lo prometo.

 

Emprendieron el camino de nuevo, pero esta vez silenciosos. Lo que había que decir ya estaba dicho.

 

Cuando llegaron al palacio y el enorme portón se abrió. Hiroki sintió una presión en su corazón. Hablar de sus sentimientos era liberador, pero enfrentarse a ellos era muy difícil y en las paredes de aquel hermoso lugar vivía un sueño que no germinó, que se quedó como una pequeña semilla, dormida en su corazón.

 

Varios guardias se acercaron a ayudarles cuando ya estaban en la entrada del palacio. Miyagi bajó del caballo y agradeció la ayuda de los jóvenes.

 

—Fue un maravilloso día. Gracias por dejarme compartir con usted.

 

Le dijo a Hiroki, mientras lo tomaba por la cintura ayudandolo a bajar del caballo. Hiroki hubiese podido responder a aquellas amables palabras, de no ser porque alguien los interrumpió.

 

—Vaya, me encantaría que me relataran, que hicieron en este tan maravilloso día.

 

Miyagi se tensó, Hiroki estaba pálido. Nowaki no cabía en si de la indignación. Toda vez que sus ojos habían presenciado la más romántica de las escenas. Su hermano tomando de la cintura y encima diciéndole aquellas galantes palabras, a la persona en la que él no había dejado de pensar ni un segundo, en todo el día.

 

Ese día Hiroki aprendió que la mentira tiene patas cortas, que sus sentimientos estaban más expuestos de lo que deseaba y en ese justo instante también supo que su armadura se quebraría mas pronto de lo que esperaba. Tenia que ponerle un freno a su corazón antes de que estuviera definitivamente perdido.


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