Minho se giró y observó el cuerpo vestido a su lado. Vestido, en eso residida la clave de todo el asunto.
Llevaba algunos sábados encontrándose con ese chico en la misma discoteca. La primera vez se dedicó a observarle de lejos mientras él dominaba la pista de baile. Porque claramente la hacía suya; no había en ese local nadie que bailara la mitad de bien de lo que él lo hacía.
Así que mientras escuchaba a medias como la chica sentada a su lado le hablaba sobre lo caliente que estaba y lo mucho que le gustaría enseñarle su apartamento su mente estaba en ese culo que no dejaba de restregarse contra los cuerpos de los que pasaban por allí.
Obviamente hizo un tour turístico por el apartamento de esa pelirroja, primero el sofá, luego el sillón y para terminar su cama. Qué tres condones más desperdiciados, ni siquiera sabía a quién coño le estaba gimiendo.
La segunda vez que se encontró con él tampoco le quitó los ojos de encima. Bajo las luces de la discoteca, que creaban un ambiente algo agobiante, su cara brillaba en tonos de azul a causa del color. Y él también le miró. Le miró, se lamió los labios rosados y le guiñó un ojo. No sabía su nombre y ya lo quería en su cama.
Más o menos lo mismo se repitió por tercera ver, miradas disimuladas y una tensión sexual que no dejaba de crecer. La mamada que aquella rubia le hizo en el baño fue, en realidad, para bajar toda la excitación que ese cuerpo delgado apretado bajo esos pantalones negros de cuero le había causado al moverse.
Esa noche, la que le llevó a terminar de esa manera, salió a la pista de baile con un cubata en la mano y se acercó a él sin disimular, sin perder un segundo; tenía el objetivo fijo.
Y parecía que él también porque no hicieron falta más de diez minutos para tenerlo contra una pared del local con sus piernas apretadas alrededor de sus muslos creando fricción entre los miembros de los dos mientras sus lenguas se enzarzaban en una pelea en la que no iba a haber perdedor.
Pero nada más llegaron a su apartamento, todo pasó demasiado rápido. Bajo la luz blanquecina de su habitación el chico parecía menor de lo que aparentaba. Y realmente no parecía querer terminar lo que había empezado.
—No querrás que te denuncie por violar a un menor, ¿verdad? — Y eso fue todo lo que obtuvo de él antes de que, vestido y todo, se metiese en su cama y se tapase.
Por qué lo había permito era algo que ni sabía, pero demasiado asombrado para buscar una respuesta a qué narices estaba ocurriendo tan solo se estiró en la cama a su lado y terminó por dormirse.
Pero ahora que desperataba, a las once de la mañana de un Domingo, siendo aquel el primer fin de semana en meses que no follaba cuando había creído que iba a tener el mejor polvo de la historia... bueno, no estaba contento.