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Bello durmiente por desire nemesis

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¿Te parece tan peculiar que esté de buen humor, ah?—preguntó el supuesto príncipe al capitán Kurogane.

 

Estaba mirándolo fijamente desde la ventanilla de la puerta.

 

Aún no decido si eres un valiente o un loco—le dijo con algo de fingido desdén el ojos rojos.

 

Dicen que van de la mano—respondió sonriéndole sentado en el piso para luego mirarlo y guiñarle el ojo.

 

Yo no lo creo—respondió el pelinegro.

 

Es obvio. Si no no estarías ante tal disyuntiva—le explicó el alegre ojos azules.

 

¿Hay algo que desees antes de tu ejecución?—preguntó el normando.

 

Pregunta peligrosa—acotó el sajón--¿Puede ser la llave de mi celda y un caballo para escapar?—preguntó luego.

 

¡No!—respondió seco el otro.

 

Entonces nada. Gracias—le dijo Fye y se volvió hacia la ventana. Se preguntaba como estaba su amigo. ¿Habría sobrevivido? ¿Esto valdría la pena?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Casarse? ¡Qué locura!

 

El verdadero príncipe Joseph estaba furioso y confundido con todo lo pasado en el invernadero. Antes si un hombre le hubiera  hecho esas cosas le habría dado una paliza de recuerdo pero junto al otro se sintió de pronto tan débil, tan… ¿Femenino?

 

Esto le estaba afectando de verdad. Inspiró y decidido se marchó de sus habitaciones donde se había encerrado dejando afuera a los demás para decidir que hacer después de tal insulto.

 

¡Alteza! ¿Qué va a hacer?—preguntó bajito el baluarte asustado y el otro no se dignó a contestarle pues estaba incoherentemente ofendido con él por haberle llevado hasta allí en esas condiciones. Él como miembro de una familia real de larga data estaba deshonrando a todos sus ancestros con su actitud y apariencia. --¡Piense alteza! Si llegan a saber…--pidió el viejo.

 

Wheeler se detuvo para mirarlo a los ojos que parecían querer calcinarle--¡Ni una palabra más!—ordenó y se fue dejando atrás a un muy preocupado Emerich.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Paseaba por la casa tratando de calmar sus ímpetus de matar al dueño de casa cuando tras una puerta semiabierta oyó las risotadas de varios hombres lo que le provocó gran curiosidad.

 

¿Y habéis dicho eso?—preguntó un vozarrón.

 

¡Mi conde, es usted un Maciavelo!—dijo otro.

 

Así que Kaiba estaba ahí, se preparaba a interrumpir la conversación cuando el susodicho habló, deteniendo su actuar.

 

De seguro saben ustedes que nada conmueve más a una mujer que un pedido de matrimonio. Eso sirve como magia para que ellas crean que uno es un sincero pretendiente y le entreguen a uno todo lo que les pida—se ufanó Seto.

 

¡Qué canalla!—exclamó el joven príncipe para sus adentros.

 

Pero usted no piensa casarse con ella. ¿O me equivoco?—preguntó el vozarrón.

 

¡Por supuesto que no!—respondió el ojos azules. –Todos saben que tengo que elegir otra clase de pretendienta aunque les confieso que si ella fuera de sangre noble no sería mala la perspectiva. Mi padre me ha dicho en repetidas oportunidades de que es hora de sentar cabeza pero para eso tengo muchas pretendientas en Francia que me esperan con los brazos abiertos—dijo el conde.

 

¡Y otras cosas abiertas también! Jaja—dijo el vozarrón soez.

 

Joseph se alejó de allí hecho una furia.

 

 

 

 

 

 

 

Cuando lo vio entrar en la sala, tan confiado y altanero al joven príncipe le dieron ganas de darle una paliza, si algo lo detenía era la vida de todos los que dependían de él. Él que era un hombre de muchísimo más rango que él nunca hubiera osado hablar así de una conquista. Su sangre sajona hervía. Esos normandos eran en todo más salvajes que los mismísimos celtas.

 

¡Buenos días, señorita Ladybell!—le dijo el castaño galantemente ofreciendo su mano después de inclinarse ante la joven que en medio del jardín estaba sentada en un banco de madera.

 

“Ella” lo miró con los ojos que echaban chispas, su voz sonó forzada cuando dijo--¡Buenos días!—

 

Es un bello día para dar una caminata. ¿Os gustaría acompañarme?—preguntó el conde.

 

Si me perdonáis debo dejar pasar ese momento tan exclusivo—respondió “la rubia” con los brazos cruzados y sus ojos mieles miraron hacia otro lugar para dar por terminada la conversación.

 

Sois muy descortés mademoiselle. Rechazar una invitación de vuestro anfitrión después que os he alojado con toda la bienaventuranza de mi corazón—indicó el de ojos azules y “ella” encajó el golpe.

 

Se levantó muy “tiesa” y estiró su mano hacia el idiota esperando que todo terminara pronto y sin percances. Seto la miraba de soslayo y estaba pensando en la manera correcta de abordarla para que cayeran sus defensas cuando uno de sus vecinos apareció montado en un caballo albo y les saludó.

 

¿Qué os trae a mis tierras?—preguntó Kaiba y Joseph agradeció la presencia de este pues no tendría que aguantar los desfachatados avances del conde.

 

Quisiera saber si sabéis la nueva—dijo el hombre.

 

¿Cuál?—quiso saber el conde y Wheeler prestó atención pues todos los movimientos podían tener que ver con él.

 

El príncipe Wheeler será ejecutado mañana—le respondió el vecino.

 

El corazón del verdadero príncipe dio un vuelco. Tenía que hacer algo por evitarlo. Se disculpó diciendo que se sentía indispuesta cosa que no hizo muy feliz al castaño que se la quedó mirando mientras partía. El ojos azules no era para nada tonto y pensaba que era otra táctica para eludirlo.

 

Pero ya la atraparía…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Alteza! ¡Entrad en razón! Si os atrapan todos…—dijo el baluarte.

 

¡Callad! Sabéis bien que si estáis aquí es por su sacrificio así que no os atreváis a…--gritó Wheeler.

 

Por eso es mejor…--dijo el anciano.

 

¡Callad, os he dicho!—reclamó el joven poniéndose el disfraz que había elegido para sortear a los sirvientes del castillo y montado en un alazán ir en pos de su amigo—¡Yo iré a donde quiera y vos no sois nadie para prohibirlo!—gritó y se fue hacia la ventana para saltar por ella al lomo del caballo pero al llegar a ella volteó a ver al viejo que lucía una cara triste y avergonzado de haber gritado a un hombre que de seguro estaba preocupado por su bien y por el de todos a su cargo añadió--¡Volveré con bien! ¡No os preocupéis!—

 

Emerich le miró a los ojos y Joseph le sonrió tranquilizadoramente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El capitán de la guardia del palacio, ahora sede de un regimiento, Kurogane fue informado de que un monje estaba intentando ver al prisionero.

 

Dice que el convicto merece que alguien escuche su confesión—dijo el guardia.

 

¡Bien! Pero no le quitéis el ojos de encima. Recordad que falta muy poco para su ejecución y de seguro sus aliados están tramando algo para liberarle—dijo el pelinegro y despidió a su subalterno que fue a cumplir con su cometido.

 

Fye se sorprendió de que la puerta de su celda fuera abierta y miró con algo de inquietud hacia ella. Sonrió amargamente al ver que entraba un padre. Sabía a lo que había venido.

 

Lo siento padre pero salvar mi alma no es cosa que pueda hacer en una noche—le dijo el rubio acercándose afablemente al encorvado hombre que lucía una sotana con capucha, color miel.

 

¡Lo sé, hijo mío! Pero mi deber es intentar salvar a tan díscolo caballero—dijo una voz cascada desde debajo de la capucha, el monje se apoyaba en un bastón y estaba tan doblado que era imposible ver su rostro. Fue hacia el único mueble del lugar, un catre hecho con un atado de paja.

 

¡Esto es demasiado lujoso para alguien como vos, alteza!—dijo la voz cascada mientras los ojos azules que habían quedado tras él lo escudriñaban.

 

Igual que esas costosas botas para vos padre. Suponía que los monjes tenían voto de pobreza—dijo divertido el rubio.

 

Es que aprovechamos que nuestro abad es ciego—dijo la vocecita y enseguida unos risueños ojos mieles le miraron cuando el otro levantó su rostro.

 

¡Sois el rey de los idiotas!—dijo el ojos azules.

 

¡Y vos uno de mis súbditos!—dijo antes de abrazarlo el ojos mieles.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Salían despacio, bendiciendo a los soldados. Dos monjes devotos saludando antes de volver a su abadía. Habían cambiado la guardia. El capitán Kurogane estaba justo saliendo al patio del palacio cuando al verlos supo que pasaba algo raro pues le habían dicho que se trataba de un monje solo.

 

¡Deténganlos ahí!—gritó el pelinegro pero como los monjes estaban cerca del portón poco lograron hacer los guardias y los rubios corrieron hacia fuera, uno largando su bastón chifló haciendo que un alazán apareciera.

 

De un salto subieron a él y en un momento estuvieron alejándose de la guardia armada que los perseguía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Seto estaba ardiendo en furia. Tiró un perchero de pie en su afán de desquitarse con algo y preguntó a voz en grito--¿Dónde está?—

 

Estaba en el dormitorio de la damisela que ayudara y que al entrar como dueño por su casa no encontrara. El baluarte temblaba pues presentía el peligro que todos corrían--¡Contestadme o todos os arrepentiréis!—exclamó con voz inflamada.

 

El viejo no diría palabra, no importa cuanto gritara el otro pero una de las sirvientas, realmente muy asustada admitió que su señora había salido.

 

¿A dónde? ¡Decídmelo o os encerraré en un calabozo y nadie volverá a saber de vosotros!—amenazó el dueño del castillo.

 

¡Fue a buscar a alguien!—admitió la joven sin decir nada más.

 

¿A alguien?—preguntó él y luego recordó que “ella” le había dicho que tenía un prometido. Era posible que asustada por sus avances fuera a por él.

 

¿Acaso es una idiota? ¿Cómo se le ocurre salir en tales condiciones? Hay maleantes y asesinos en los derredores de estas tierras. ¡Si algo le llega a ocurrir vos seréis el culpable!—dijo el conde señalando al viejo.

 

Molesto el castaño mandó a preparar a su caballo y sus hombres. Saldría a buscar a su huésped. Era una cuestión de honor para él.

Notas finales:

gracias por esperar

^^

aqui tienen el sig cap

mata ne


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