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Nos une la misma luna por Shizu Chan

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Notas del capitulo:

Hola a todos y todas :D

Uff... Al fin :3 aqueí está el cap :3

Nuzelia, tranquila ahí, que vas a Asesinar a Borya D: Aunque se lo merece mucho más AnToine Jajaja. Espero no hacerte enfadar en este cap ya que Jess y Sasha siguen distanciados :( Con otro acercamiento que sucede en la trama espero convencerte :3 ¡Sigo prendiendo velas por ti! Así me das mi ración de Andy

Ryusand, me alegra que te atrape la trama :D y que con esto te emociones :') Mmm mira que tienes olfato.. Sí, Emily se quiere acercar a Zina con "otras intenciones" que luego se verán (adverti el yuri de un principio, no se enfaden jejeje) Y gracias por desearme suerte con mi carrera :3 Espero que tu tambien logres alcanzar todos tus sueños :D

Empoleon, sucia incestosa, cómo va a gustar asi el lemon >:3 Jajaja ¡Me alegra que te haya gustado y no me hayas lanzado tomates por eso! El olor a fiebre de Jess es irresistible para todos <3

Hola, Perla :D Te doy la bienvenida a este fic :3 Puedes compartir tus escritos o tus gustos si quieres, incluso puedes añadirme a facebook. Es "Shizu Chan" y la foto es la tapa de este fic :3 Gracias por leer y ¡Amo el nombre Perla! :3

Sweet Princess gracias por leer.. amo tu fic y tu forma de expresarte :3 No hagas sufrir tanto a Gregory TwT Nos estamos leyendo :D Muchos saludos.

Ahora sí, en nombre de Adri, Romi, Yaru y varias lectoras fantasmas TwT

~Corre fic...

Capítulo 16


Entró al almacén y dejó sus cosas a un lado. El señor Bonnet no estaba como de costumbre esperándolo en la entrada. Supuso que se había quedado dormido. Las primeras horas apenas atendió a un anciano y una niña que buscaban dulces. Era cerca del mediodía y su jefe no aparecía. Se atrevió a ingresar a la casa.

—Señor Bonnet… ¿Señora?

Un llanto desgarrador se oía desde el cuarto. Jess sintió el miedo recorrerle la columna vertebral. En la cama estaba recostado el señor Bonnet, con la piel cetrina y los ojos perdidos en la nada, mientras su esposa se abrazaba a su cuerpo acuciada en lágrimas. Estaba… ¿Acaso estaba…? ¡No, no podía ser así!

Se acercó al anciano y le tocó la frente con cuidado. Estaba helado. No respiraba.

—P-por favor… S-señora Bonnet… ¿qué sucedió?

—L-lo dejé dormir, Toby… hip… T-tu papá… tu papá estaba tan cansado que lo dejé dormir… hip… ¡Pero no despertó! No…

Continuó hundida en su llanto. No había teléfonos en la casa. Salió corriendo y le avisó a un vecino que al instante llamó a emergencias.

Llegaron luego de diez minutos. Jess se quedó para tratar de consolar a la pobre anciana. Le declararon muerte por un infarto cardio-respiratorio.










Tomó la hoja de papel, la desdobló con cuidado y comenzó a escribir. Su caligrafía había mejorado mucho desde la última vez y estaba un poco orgulloso de escribir la carta sin la observación de nadie. Una alegría momentánea, por así decirlo.



Lunes, 17 de junio, Kansas, EEUU.

Queridos mamá y papá:

Sé muy bien que hace tiempo no les he escrito, pero las cosas no han estado nada bien. Muchos asuntos difíciles de explicar en papel. Los tíos y los cuatrillizos están bien, no se preocupen. Sólo es que las cosas se han movido un poco aquí en el pueblo.

Espero no defraudarlos, pero no estoy en el asunto de los estudios. Desde hace un mes que trabajaba en un almacén cerca de la casa de los tíos, para la pareja Bonnet, pero como el dueño ha muerto y han internado a su esposa en un hospital ya no he podido volver. La fui a visitar estos últimos días, pero ya no iré más. Siento que la hago sentir peor de lo que está.

Eso hizo que pensara muchas cosas. No quiero perder el tiempo lejos de ustedes. ¿Qué voy a hacer si de un momento para otro te pierdo, mamá? ¿Qué va a ser de mí si algo malo sucede contigo, papá? Soy el mayor y cuidaré siempre de mis hermanos, pero no soporto estar lejos de ustedes, de mi hogar, de todo lo que amo. De lo que más amo y no debo olvidar.

Lo he pensado mucho y he decidido una cosa. Quiero volver a casa. Ya no hay nada que me ate a estar aquí.

Lyod se ha ido hace tiempo y ni siquiera nos llamó. Mary está muy preocupada. Él al menos les avisaba a sus padres cuando llegaba al hotel, ¿no se comunicó con ustedes de casualidad? No soporto ver a Karl tan triste.

Avísenme cuándo preparo mis cosas para partir. Hablé de esto con los tíos y están de acuerdo. No hay escuela pública por aquí que me acepte. El profesor particular que tenía…


Se detuvo un momento con un nudo en la garganta. Tachó la frase y continuó.


Lo que aprendí aquí no lo voy a olvidar, pero la realidad es que no sirvo para esto. Soy como ustedes; un chico de campo, de granja. No sirvo para soñar alto.

Quiero volver y abrazarlos. Sólo eso.

Con amor,

Jess Owen.



Introdujo el papel dentro del sobre y pasó la lengua sobre la solapa para que se aplicara el pega en la superficie.

El jovencito que antes usaba la ropa holgada y los jeans gastados ahora llevaba una campera de algodón azul Francia, con la capucha puesta, y un par de pantalones negros. Con el dinero que ganó les devolvió una buena suma a sus tíos y en recompensa su tía Mary lo llevó de compras a la ciudad, para distraerlo, pues lo notaba demasiado deprimido, más aún sabiendo lo alegre que solía ser Jess.

Si Lyod lo hubiera visto usando esa clase de ropa no faltarían sus burlas ocultando los halagos indirectos que solía dirigirle: “Ah, el jovencito Jessy ahora se viste de gala, ¿vas a ir a buscar chicas y dejarás a tu primo solo?”

Pero Lyod no estaba. Nuevamente desapareció, como una pompa de jabón que vuela alto, sin rumbo, hasta romperse en millones de gotitas que se pierden en el vacío del aire. En el vacío inescrutable de la nada misma.

Antes estaba enfadado por su reacción. Sentía que era un inmaduro, un idiota por hacerle eso a sus padres. No a él porque no le debía nada, pero sí a su pobre familia que quedaba devastada al perder a un hijo y un hermano. Sin embargo en ese último mes… sólo pudo asumir la culpa. Lo utilizó para llenar su necesidad de cariño. No le importó detenerse a pensar en lo que él podría sentir. Al menos quería verlo para disculparse, o siquiera saber que estaba bien… No, no debería estar nada bien en realidad.

El hecho de… cierta persona que ni siquiera quería mencionar, lo estaba superando. Tanto tiempo sin acercarse, sin ver su rostro, o siquiera una milésima de segundos perderse en sus ojos, fue suficiente para ir olvidándolo. La realidad es que Jess no podría olvidar aquello nunca en el transcurso de su vida, pero al menos lo cubría con otros intereses, llenando su mente de otros asuntos como un narcótico que lo embobaba para no pensar en él. Pero cuando la noche caía y estaba solo en el cuarto… sólo podía llorar. Y pensar que era un completo idiota.

Tal vez a estas alturas estaría casado, o viviendo con ella en una bonita casa en Rusia, o… detuvo su mente. Pensar eso no era más que cavar su propia tumba.

No iba a negar que también echaba mucho de menos a Misha y Zinaida. Lamentaba no tener al menos su dirección para enviarles una carta, o un fax. Pero quizás las cosas estaban mejor así…

Su tía Mary se acercó y le tendió una chocolatada caliente. Jess le sonrió y bebió un sorbo con cuidado.

— ¿Vas a enviarles eso a tus padres, cariño?

—Sí, la llevaré al correo en mi bicicleta.

—Oh, ¿podrías hacer las compras de paso? Necesito algunos botones y varios ovillos de lana para hacerles algunas prendas a los niños… Te haré un gorrito a ti si quieres, cariño—le acarició los cabellos de la nuca.

—Me lo llevaré de recuerdo—susurró por lo bajo.

La mujer sonrió.

—Entonces haré varios para tus hermanitos también.

Las crecientes visitas que hacía Jess al pueblo le habían hecho ganarse varios amigos. El carnicero de la esquina frente a la estación, que acostumbraba a sentarse con su barriga al descubierto frente al local para disfrutar del sol matutino, cada vez que lo veía pasar lo saludaba con la mano. El costurero, a quien solía recurrir con bastante frecuencia, ya lo había invitado a tomar el té en su casa, pues era un inglés muy arraigado a sus costumbres, y le presentó a su hija menor, una jovencita de ojos iridiscentes y cabello castaño que usaba recogido sobre la cabeza. Apenas lo veía sonreía tontamente y trataba de sacarle conversación a como diera lugar. Pero el soso sobrino de los Owen apenas respondía con monosílabos.

No podía olvidar a la señora que atendía en el local de ropa, que infortunadamente solía preguntarle acerca del hombre misterioso que lo acompañó a comprarle el regalo a su tío. Y el desganado Jess siempre respondía lo mismo: “No lo recuerdo, debería haber sido un desconocido que estaba ayudándome. Estaba algo perdido ese día” aunque ella seguía insistiendo.

Esa tarde recurrió al costurero. Para sorpresa del joven él no se hallaba, y en su lugar lo atendieron el primogénito de aquel y la pequeña que no paraba de coquetearle con sus sonrisas de colegiala. Era algo descortés irse y esperar en la acera a que regresara el dueño, así que aceptó su invitación de pasar tras el mostrador a jugar un juego de naipes.

El mayor, que luego supo que se llamaba Maxwell, empezó a repartir las cartas, haciendo ínfulas de lo audaz que era. Su hermana revoleaba los ojos hacia un lado y luego se volteaba a sonreírle a Jess. Si no recordaba mal le dijo que su nombre era Josephine… o tal vez Jane… no le prestó demasiada atención.

—Bien, aquí comienza la magia— se frotó las manos.

—Siempre haces trampa, no alardees, Max.

—Yo no hago eso. No me hagas quedar mal frente al chico.

Sinceramente no comprendió demasiado en qué consistía el juego. En el transcurso, Max sacaba nuevas reglas y por alguna extraña razón siempre tenía más puntos que el resto.

El dueño del local llegó a la media hora. Al verlo a Jess le estrechó la mano y se acercó a grandes pasos al mostrador del local, ajustándose el cinturón.

— ¿Venías a buscar algo, pequeño?

—Hum—librándose del par de jóvenes, salió del lobby por la puertecilla de barrotes y se paró frente al costurero, como todo cliente— Necesito cinco botones color negro y tres ovillos de lana de color rojo, verde y blanco.

El vendedor buscó los utencillos que le había pedido y se los guardó dentro de una bolsa de papel.

—Toma, hijo. Dile a tu tía que entraron nuevas agujas de tejer de metal por si está interesada. Son en total tres dólares.

—Oh, bueno—le tedió el dinero—Hasta luego.

Los hijos del dueño lo saludaron con un movimiento de la mano y él les respondió amenamente. No necesitaba hacer demasiados amigos al fin y al cabo partiría dentro de poco.

Camino a la casa de sus tíos, andando en bicicleta, creyó ver a lo lejos un auto rojo muy similar a la Chevy de su primo. Se apresuró a acercarse, pero al ver que el conductor era una chica de unos veinte años, corrió la vista y siguió su camino. ¿En qué estaba pensando? Obviamente Lyod no volvería a verse cerca de Kansas.

Sólo quería saber, al menos tener la certeza… ¿dónde estaría él justo en ese momento? ¿Estaría bien?










Resopló con molestia y trató de acomodarse un poco los cabellos, que le caían desordenadamente sobre la frente. Ya no tenía gel para usarlos como de costumbre, y debía adaptar su revoltoso pelo como diera lugar. El sonido de la bocina del auto detrás de él le retumbó en los oídos. Se asomó por la ventanilla para gritarle:

— ¡Maldita sea, me vas a dejar sordo!

El tipo le hizo un gesto obsceno con la mano y continuó apretando la bocina repetidas veces. La vena de la sien comenzó a temblarle. Si sabía el suplicio que sería cargar nafta a esas horas hubiera alquilado algún hotel en Arkansas. Pero no, él quiso huir lo más pronto posible, y allí estaba a medianoche, en medio de una carretera desolada en Mississippi, haciendo una fila de aproximadamente cinco metros para conseguir algo de nafta. No recordaba que fuera tan complicado antes. Hacía tan sólo unos meses sólo debía tomarse cinco minutos en la estación de servicio. ¿Es que el mundo conspiraba en su contra?

Encendió la radio, tratando de distraerse. Llevaba varias semanas conduciendo y estaba rendido de sueño y carcomido por los nervios. No veía el momento de llegar a su piecita de hotel en Florida, tomarse un baño caliente y dormir durante horas y horas. Luego bebería algunas cervezas en el bar. Unas dos. No, tal vez unas cinco cervezas, para quedar algo embobado y borrar algunas cosas de su cabeza.

Aún recordaba su pequeño rostro invadido por el placer, cómo se aferraban sus manos a las mantas, cómo se ruborizaba y respiraba agitado…

Ayer todos mis problemas parecían tan lejanos... Ahora parece que estuvieran aquí para siempre... Oh, creo en el ayer...

¡Malditos Beattles, maldito Jess, maldito él por creerse que iba a enamorarlo sólo con una maldita noche!

Le dio un golpe a la radio y miró hacia la oscuridad del barranco, tratando de desviar sus pensamientos.

¿Por qué tuvo que irse? No lo sé. No quiso decírmelo. Yo dije algo que no debía. Ahora anhelo el ayer...


Soltó una risilla nerviosa y buscó desesperadamente en la cajuela del auto… ¿qué? ¿Un par de cigarros? ¡Diablos, Lyod no fumaba! Ahora comprendía por qué ciertas personas ahogaban los nervios tras una bocanada de humo. Quería al menos algo que masticar. Por suerte encontró una pastilla de menta de dudosa procedencia en los bolsillos de su chaqueta, y comenzó a degustarla.

La fila no aceleraba. Las personas ya estaban fastidiándose, y la mujer que estaba frente suyo ya acomodaba a sus críos en el asiento para que se durmieran. Lyod pensó que no era lugar para andar una mujer sola… y justo en ese momento, oyó los pasos erráticos de alguien que se acercaba. Era un vagabundo que olía a alcohol rancio y apenas podía mantenerse en pie. Se acercó a la ventanilla de la señora y como esta lo fulminaba con la mirada siguió su camino. Lyod lo observó con cuidado. El resto de los pilotos dormían o estaban inmersos en su fastidio.

Unos pasos al frente, en un Porsche amarillo estaba una jovencita tarareando una canción de The Beatles que sonaba en la radio, y no le prestó atención al vagabundo. Lyod observó que el tipo golpeaba la ventanilla, y cuando la chica se asomó, cuando la muy estúpida lo hizo, tironeó de ella con fuerza y en un par de minutos ya estaba jalándola hacia la masa tupida del bosque.

El camionero tras él le gritó algo al sujeto pero él no se detuvo, y la chica comenzó a gritar del miedo. La mujer con sus hijos se ocultó tras el volante, y ningún piloto de la fila parecía querer intervenir.

¡Maldita sea, ese tipo estaba jalando a una chica hacia lo oscuro y nadie era capaz de mover un maldito dedo!

Apagó el motor, encendió la alarma y se bajó de la Chevy con rapidez. El vagabundo se detuvo un momento a mirarlo con fijeza. Lyod alzó las manos al ver que portaba un cuchillo y amenazaba con usarlo.

“¡Genial! Vengo al infierno tras el mundo para que me asesine un tipo que apenas puede caminar… Hoy debe ser mi día de suerte”

—Tranquilo, amigo. Deja a la chica y no habrá problemas… mira, esta gente está viendo lo que haces. Va a venir la policía y te irá mal.

El tipo comenzó a reírse, y debió reconocer que sintió cierto temor al notar que estaba totalmente fuera de sí.

— ¡Suéltame, loco…!

Le dio un golpe a la jovencita, haciendo que cayera a un lado con la boca sangrando. Por más demente que estuviera el tipo y por más armas que llevaran, no iba a permitir que lastimara a una persona inocente. Se acercó y con un puñetazo en el estómago lo hizo doblegarse en dos, tomó la mano con el arma y se la retorció hacia tras, haciendo que la soltara. Las personas dentro de sus autos aplaudieron. Gracias por la alabanza. Que el chico vaya y se suicide para ser un héroe, ¿no? Malditos hipócritas.

El vagabundo huyó corriendo del lugar. Al menos ya no fastidiaría por el momento. La jovencita, que no tendría más de quince años, aún estaba tiritando del terror, echa un ovillo sobre el suelo.

—Hey, calma. Ya está, se fue—trató de palmarle el hombro, pero ella se alejó como un animal asustado— Vuelve al auto y esta vez sé más discreta.

— ¿Q-quién eres?

—Hum, Lyod—ayudó a que se pusiera de pie y la guió hasta su Porsche— Emmm, tienes un lindo auto.

—Es de mi papá— miró hacia ambos lados, bastante nerviosa. —G-gracias por…

—No hay cuidado, pero tu padre no debería dejarte sola a estas horas.

Ella se volteó y apoyó los brazos sobre el capó de su automóvil.

—Es un 911, es de último modelo— cambiando de tema, le enseñó la delantera del carro. Las luces sobresalían en dos tubos paralelos, el centro estaba ligeramente hundido y en la parte trasera, en el baúl, la cubierta tenía una extensión galante, que le daba al auto una visión de parecer una especia de nave— Está en venta.

— ¿En serio? — Preguntó con sincera curiosidad—Es una reliquia.

La muchacha sonrió mientras se sentaba en el asiento del conductor.

—No, la verdad es que si mi padre se entera que estoy usándolo va a matarme, así que es más conveniente venderlo y mentirle que se lo han robado.

—Oh… gracias por avisarme que estuviste a punto de estafarme. Entonces… no tienes licencia, ¿verdad? Ya me lo imaginaba.

—Sí, tengo una— sacó una cédula verde de la cajuela y la miró con detenimiento— “Robert Swift” de cuarenta y cinco años. Un gusto.

Lyod no pudo evitar reírse.

—Te hiciste una buena cirugía.

La fila comenzó a moverse unos metros, y los que estaban detrás se hicieron oír con bocinazos. La jovencita le sonrió en forma de despedida y encendió el motor. Lyod fue hasta su auto y lo puso en marcha también. Y esa bendita radio continuaba haciendo de las suyas…

El amor era como un juego fácil, ahora necesito un lugar donde esconderme... Oh, creo en el ayer...

Apagó la radio de un golpe y lanzó un insulto entre dientes.

—Hoy definitivamente no es mi día.

La fila tardó alrededor de dos horas más en diluirse. Cuando llegó su turno, la mujer que atendía ya estaba algo molesta, y le dijo rápidamente antes de que Lyod le dijera al menos el importe que iba a pagar:

Tenemos problemas para conseguir la nafta, no puede pedir demasiado. Si quiere quejarse puede ir a la recepción, pero a estas horas está desierto.

—Hmm… Solo iba a pedirle treinta dólares de nafta.

—Es mucho. Voy a ponerle 25, puede ir abonando.

“De acuerdo, tú elegirás cuánto voy a andar con mi auto…”

Soltó un suspiro y le entregó el dinero. No estaba de humor para discutir con nadie a esas alturas. Un hipócrita “gracias” luego de que le llenó el tanque, y se dirigió por la carretera silenciosa, cubierta por una fina capa de neblina. El peor de las situaciones para viajar solo rumbo al Paraíso de la Felicidad…

Florida estaba a 1.000 kilómetros de distancia. Alcanzaría la nafta, por supuesto, pero no sus cansados ojos. Buscaría el primer hotel a la vista y alquilaría una habitación por unas cuantas horas. Sí, sólo para dormir, sin ningún tipo de compañía femenina ni masculina.

El sonido de una bocina detrás suyo le hizo dar un buen respingo. Miró a través de la ventanilla y se extrañó al ver a la jovencita con su Porsche amarillo. Se acercó hasta él y bajó la ventanilla. El viento le daba de lleno en su rostro de piel morena.

— ¿Le puedo invitar a mi héroe un trago en el bar?

Bajó la marcha y descendió los cristales del asiento de copiloto.

—Te va a costar trabajo encontrar a estas horas un tipo así.

—Vamos, no seas aguafiestas. Sólo una cerveza.

—No quiero terminar preso por beber con una menor.

—Tengo 18 años.

Lyod puso los ojos en blanco.

—Bueno, está bien, no vas a creerlo. ¿A dónde vas?

—En realidad quisiera llegar a Florida.

—Oh… —entrecerró los ojos con extrañeza— Supongo que te veré allá quizás.

Aceleró la marcha y antes de que el joven pudiera preguntarle algo más se perdió en la oscuridad de la carretera. Se alzó de hombros y siguió su camino. Tenía mucho por recorrer.

A los pocos metros encontró un motel barato. Le costó demasiado descansar con los sonidos lujuriosos de la pareja en la habitación contigua, que estuvieron varias horas entregados a su amor. Se detuvieron cuando Lyod estrelló un zapato contra la pared lindera, harto de sus amoríos.

Alrededor de un día completo le llevó llegar a Florida. Se detuvo a comer y a gozar un poco del paisaje de Mississippi. Bueno, no había mucha belleza en un descanso de comida rápida junto a la carretera, pero era mejor que estar pudriéndose del dolor en su cuarto en Kansas.

No iba anegarlo. Le dolía dejar a sus padres y a sus pequeños hermanos. Pero no podía mirar su rostro una vez más sabiendo que jamás lo tendría, y que lo había perdido para siempre. Se elevó por un segundo a tocar el cielo con las manos, y cayó sobre un rosedal cubierto de espinas que destruyeron cada una de sus esperanzas.

Oh, demonios. No debería haberse tomado una cerveza tras su emparedado de carne. El estómago le daba vueltas, y ya le faltaban apenas veinte kilómetros. Apenas llegó al hotel, pidió las llaves y corrió a su cuarto para vomitar en el retrete.

Se volteó a ver su cuarto, igual de inmutable que cuando se marchó.

—Bienvenido a casa.












Simplemente debió entregarse. Manso, con la cabeza gacha, fue tras su futuro esposo para cenar en el lobby del hotel en Ohio. Había pedido una mesa para dos junto a la ventana, con vista a la gran ciudad, y en cada plato se serviría la especialidad de esa noche: pollo asado con papas francesas.

Apenas le prestó atención a las elegantes cortinas rojas del lugar, o al encerado casi perfecto de las baldosas de mármol, como también a los uniformes bien delineados en blanco y negro de los meseros que allí atendían, todo jugando una perfecta farsa con las luces bajas y envolventes del lugar. Una cantante de piel morena comenzó a cantar un blues, una melodía de Jazz en el escenario.

—Inna, come algo.

El muchacho apenas alzó la vista y esbozó una suerte de sonrisa. Le dio un pequeño bocado a las papas y dejó el tenedor a un lado.

—Están buenas.

— ¿Sucede algo, cariño?

Misha se consumió en su propia rabia para no desatar en gritos allí mismo

—Que me llame Inna está bien, pero no acepto que me diga esas cosas.

—De acuerdo, respetaré eso.

El hombre extendió su mano y atajó los delicados dedos del muchacho entre los suyos. Tenía la piel fría, casi escamosa. Todo en él le recordaba a una serpiente, que iba reptando y olfateaba el lugar con su venenosa lengua de yarará. Respiró hondo y aceptó su gesto con cortesía.

—Esta noche pensaba clausurar tu cuarto y que ya vinieras a dormir conmigo.

Misha se atoró con la copa de vino que estaba bebiendo, y se cubrió la boca para no escupir de la sorpresa.

—Creí que acordamos que eso sería luego de la noche de bodas.

Esos ojos oblicuos se entrecerraron con lascivia, al tiempo que se pasaba la lengua sobre los labios.

—No voy a soportar tanto.

“¡Pues entonces calma tus malditos instintos y vete a buscar alguna zorra para descargar todo lo que tienes!”

Se acomodó las faldas de su vestido de lentejuelas verdes y fingió arreglarse el maquillaje, para evitar mirarlo a los ojos.

—Eso no habla nada bien de un hombre de familia, señor Bubbier.

—Cuando estoy contigo sólo soy Antoine, no es necesario…

— ¿Me permite ir al baño? Creo que se me ha corrido el rouge…

Amagó a levantarse de su asiento, pero el hombre lo tomó por la barbilla y le acarició los labios mientras esbozaba una sonrisa, haciendo que Misha volviera a caer sobre la silla.

—Estás perfecta justo así… aunque te verías mucho más bella con el cabello largo.

—La peluca es molesta. Acepté el vestido, confórmese con eso.

—Me refiero a que te lo dejes crecer, Inna.

“No soy tu maldito juguete”

—Veré si decido o no. Es cómodo para mí llevarlo así de corto.

Antoine se estaba fiando de que el comportamiento manso de su pequeña mascota había regresado, lo que no sabía que es Misha estaba conteniendo toda su rabia en un nudo dentro de su pecho. Sabía lo que sucedería por no obedecer. Luego de huir, el servicio de seguridad del hotel volvió a llevarlo con su padre, y la plática que tuvo con él le dejó en claro que ya no tenía escapatoria. Era propiedad de Antoine Bubbier por más que le pesara.

Además, la única persona con quien podía resguardarse, su hermana Zina, prácticamente había desaparecido. Sólo la veía en las noches, y el resto del día estaba fuera. Misha sospechaba que hubiera conseguido algún empleo para recaudar un buen monto de dinero y huir de esa prisión por sus propios medios.

Ojalá para él también fuera así de sencillo…

—En unos días iremos a comprar tu vestido de boda. Me ha pedido Borya que haga los preparativos aquí, pero como ya he decidido por contrato nos casaremos en la Catedral de Louvre, en París.

—Ajam— por un segundo, una idea totalmente loca le recurrió a la mente— ¿En Florida hay buenas tiendas para comprar vestidos?

—Hum, he de suponer que sí, Inna. ¿Quieres ir a buscar suerte en Florida? — Le sonrió, satisfecho de que estuviera colaborando.

—Sí, sí—asentó ferviente con la cabeza.

—De acuerdo—tomó una servilleta y extendió el brazo para limpiarle la comisura de los labios a Misha, ya que se había manchado con un poco de salsa— Pero el ramo lo traeré directamente de Belice. Es el único sitio donde crecen las orquídeas negras, y con tu porte se verían maravillosas. ¿Conoces esas flores?

Negó amenamente, sin prestarle mucha atención.

—Te van a encantar. Son flores hermosas.

Alzó los ojos hacia el gran ventanal que conducía a las calles de Ohio, y por un segundo recordó la sonrisa cálida de su rostro, la forma que sus manos le pasaban por encima de la piel, esa mirada verdosa que brillaba incluso en la más absoluta oscuridad. ¿Por qué debía recurrir a su mente justamente en ese momento? Viró la mirada hacia otra parte, tratando de ocultar sus pestañas empañadas.

—Inna, ¿no tienes hambre?

—La verdad es que quisiera descansar un poco—dejó a un lado su plato y se quitó la servilleta que llevaba a la altura del cuello— Con permiso.

Antoine también lo imitó y fue tras él, siguiéndolo de cerca. Misha fingió que no le prestaba atención y caminó despacio escaleras arriba, hacia su cuarto. Le incomodaba demasiado tener a ese sujeto veinte centímetros más alto que él pisándole los talones, en especial con esa postura tan acechante. Sentía que en cualquier momento iba a hincarle sus venenosos dientes sobre el cuello.

Al pararse frente a la puerta, se volteó a mirarlo con agudeza. Antoine retrocedió unos pasos al notar lo que el joven le estaba dando a entender.

—Necesito mi espacio.

—Está bien, voy a respetarlo. Sabes que quiero…

—Lo mejor para mí, lo sé—lanzó un largo suspiro. Procuró sonreírle quedamente— Gracias por la cena de hoy.

—Oh, Inna— tomó su codo con posesión— Prometo que esta semana te daré tu regalo.

— ¿Mi regalo?

Antoine le sonrió.

—El 6 de junio cumpliste quince años.

Su mente se quedó en blanco. Habían sucedido tantas cosas que lo había olvidado por completo. Ni siquiera su hermana se lo recordó. Sintió ciertas ganas de llorar. No quería pasar el resto de su vida con ese tipo siendo su dueño.

Insinuándose para besarlo, Antoine quiso tomarlo por la nuca, pero el muchacho se difuminó tras la puerta sin darle tiempo a reaccionar.











Se acercó a su lado y le tendió un dulce. Ella le sonrió y lo desenvolvió de a poco. Lo saboreó con apatía, volviendo a perderse en sus pensamientos.

— ¿Tu prometido sigue en cama?

—No quiere levantarse bajo ningún concepto.

—Aún puedes elegir a otro candidato, hay muchos que querrían casarse con una jovencita tan capaz como tú.

Su hija le sonrió quedamente y se dejó caer sobre los brazos de su padre, quien le palmeó la cabeza con cierta frialdad.


— ¿Cuándo será la boda, papá?

—Bueno, bien sabrás que esto fue inesperado, ya que no creí que Pierre fuera capaz de abandonarte tan pronto. Antes que nada, primero está mi contrato con Inna.

Emily torció el gesto con cierta repulsión, sin que el hombre lo notara.

— ¿De verdad dejarás a mamá por ese niño?... Bueno, está bien: por esa niña.

—Inna es tan mujer como tú o tu madre, y vas a respetarla. Sí, quiero que sea mi esposa lo más pronto posible.

— ¡Oh, papá! Pero si no me apresuro, Alex terminará negándome como a Zara.

El hombre alzó una ceja, con cierta sorna.

— ¿Acaso no dijiste que te amaba?

Ella soltó un largo suspiro. Los primeros rayos del sol bañaban las costas de Ohio. Varias personas disfrutaban del calor invernal cobijándose en los asientos del parque mientras sacaban a pasear a sus perros de colas peludas y ojos amigables.

—Sospecho que haya alguien más.

Antoine rió por lo bajo, al tiempo que sacaba un habano y comenzaba a darle una extensa pitada.

—Lo vi demasiado pegado a ese niño, a ese jovencito de mala muerte… Creo que era su alumno.

Emily trató de recordar ese momento, pero apenas podía recordar al moreno alto que conducía una Chevy roja. Por más solitario que estuviera Alex no se dejaría someter por un tipo así.

— ¡Papá, ese sujeto era enorme!

—No, ese no— dijo entre dientes— Ese tipo era quien estaba detrás de Inna. Si no fuera por mis principios le habría dado una buena lección.

Su hija dilató sus orbes azules con asombro. ¿Acaso no se percató de absolutamente nada?

— ¿Entonces de quién hablas, padre?

—Del que lo acompañaba. El bajito— como su hija no reaccionaba, exclamó— ¡Por Dios, estaba frente a ti todo el tiempo!

Emily se concentró y guió su mente a esa noche. Se percató de que Alex estaba perdido en sí mismo y apenas le hablaba, pero nada más allá de eso… Oh, un segundo. Sí, notó que alguien los estaba observando de lejos. Esa sensación hormigueante de que alguien se queda mirando fijamente tu nuca. Y allí estaba ese muchachito de cabello castaño y ojos claros, que no le quitaba la vista de encima.

¿Alex fue capaz de abandonar sus sentimientos hacia ella por redimirse ante un jovencito que ni siquiera le llegaba a los talones? Sospechó que tal vez había caído en la telaraña de alguna atractiva mujer americana, pero ¿de un jovencito que apenas sabía atarse los cordones de sus zapatillas?

—Oh, padre, si eso es así… ¿Qué ha sucedido con Alexandr en estos años? Él no era así.











La enfermera se acercó a darle una bandeja con papas al aceite, sin una pizca de sal, y un vaso de agua acompañándolo. El hombre hizo un gesto con la cabeza y le pidió que lo dejara sobre la mesilla junto a la cama. Con su cautela lo dejó y se despidió con una esmerada sonrisa, volviendo a hundirse en la soledad del cuarto.

Apenas miró el platillo y volteó el rostro con rapidez. Le sacaba aún más el apetito. Sólo bebió un sorbo de agua. Tomó uno de sus libros, que había ocultado bajo la almohada, y continuó leyendo de manera superflua, sin prestarle verdadera atención a la historia.

Necesitaba despejar su mente para no volver a caer. ¿Qué haría si iba a buscarlo? ¿Iba a pedirle que se quede con un hombre que no tenía trabajo, ni una casa, ni un centavo en el bolsillo? ¿Con alguien que no podría jamás asegurarle un buen futuro? ¿Qué pasaría con los años, cuando la diferencia de edad sea aún más notoria?

Pensar en eso sólo lograba enfermarle. Sí, Jess prometió amarlo a pesar de todo, pero no podía condenarlo a quedarse con alguien como él. Lo amaba tanto, tanto, que era capaz de renunciar a él para permitirle su propia felicidad, su propio futuro.

¿O acaso era un idiota por pensar así?

—Con permiso…

Emily ingresó al cuarto, recogiendo sus faldas de seda. Llevaba pintada en el rostro una reluciente sonrisa.

—Hola.

—Buenos días, cariño—se sentó a su lado y le echó un vistazo a las papas— ¿No vas a almorzar?

—No tengo apetito.

—Si vinieras a comer lo que sirven en el buffet se te despertaría rápidamente… ¡Tienen unos platos deliciosos!

Sasha apenas le prestó atención y continuó con su lectura. Por la tapa podía apreciarse que era un clásico antiguo. Emily frunció el ceño y se lo quitó de las manos para verlo de cerca.

—Hum… Sí que te gustan estas cosas, ¿está bueno?

—Es un libro—lo recuperó con un ágil movimiento—No puede estar bueno o malo. Hay algunos mejores que otros pero todos por igual son una obra de arte.

—Lo defiendes como si fuera tu mujer— comenzó a reírse.

Sasha fingió no oírla y se incorporó de a poco. Sentía los huesos débiles. De la poca movilidad el dolor en la espalda era insoportable. Trató de arquearse como un felino para ir hacia el baño. Emily al instante fue tras él y lo abrazó por la espalda.

—Hablé con mi padre y parece que se extenderá un poco el plazo de nuestra boda. El mes siguiente iré a buscar el vestido y el ramo de flores. ¿Dónde te gustaría comprar tu traje? ¿Querrás un traje negro?

Él se deshizo de sus manos para apoyarse sobre la pared de caliza.

—No lo sé, no me interesa. ¿Dónde pretende que vayamos a vivir luego?

—Lo más importante es la luna de miel— replicó ella torciendo el gesto— ¿No quieres irte conmigo a Roma o a Milán?

Sasha soltó un bostezo, haciendo que la muchacha se enfadara aún peor.

— ¡Alexandr! Estoy hablando de algo importante.

—No tengo donde estar, no sé qué va a ser de mí o de mis hermanos y quieres que me ponga a pensar en algo como una luna de miel— soltó una carcajada amarga, tomándose la cabeza con las manos, ya que estaba presionando un dolor agudo su nuca— Emily, Emily… ¿Por qué diablos tenías que regresar? ¿Por qué? ¿Acaso no bastaba con rechazarme tantas veces?

Alzó la vista. Ella sólo pudo encogerse de hombros. No, ya no podía verla como algo hermoso, como ese ángel que llegaba ante sus ojos para darle felicidad. Era un lobo que mostraba su piel de cordero para hacer lo que le placía a su antojo, sin importarle los sentimientos del otro.

— ¡No sólo tenías que despreciarme, encima has llegado para arruinar por completo mi vida!

—Alex, no es mi culpa los problemas financieros de tu familia…

—Sabes que no me refiero a eso.

Compartieron una profunda mirada. La jovencita frunció los labios, reprimiendo su rabia.

— ¿Quién es ella? Vamos, dilo si eres tan hombre, ¿quién es esa rata que te está carcomiendo la cabeza, Alexandr? ¿Es más bonita que yo, es eso?

El hombre se peinó los cabellos de la frente hacia tras. Un sudor frío estaba desprendiendo de su piel.

—Te dije que estoy enamorado de otra persona.


— ¿Quién es? ¡Dímelo!

Al percatarse de la mirada aguda en esos ojos negros, en su mordaz silencio, Emily cayó en la cuenta al instante. Soltó una carcajada apagada.

—Oh, qué bien… Me ha ganado un estúpido niño. Alex, sabía que estabas necesitado de amor, pero abusar así de la inocencia de tu alumno…

—Si no sabes de lo que hablas será mejor que cierres esa boca.

Era la primera vez que oía una amenaza dirigida a ella por parte de Sasha. La primera vez que no la trataba con cariño y cuidado. Estaba viéndola de una manera fría y distante. No era el mismo. Definitivamente alguien había cambiado esa forma de ser tan sumisa y aplacada.

—Alex, Alex… Ese chico apenas puede saber lo que quiere. Lo más seguro es que haya aceptado por tu dinero.

Abrió la puerta del baño y antes de cerrarla frente a su rostro, dijo con determinación:

—No, no es como tú. Y nunca lo será.












Realmente algo sucedía con ese muchacho de cabello oscuro y ojos agudos que solía verse caminando por las calles de Florida. Los vecinos que allí habitaban, el dueño del bar cercano, el “Black Tower”, las meseras que atendían el lugar, los muchachos que servían las bebidas tras el mostrador, la anciana solterona del piso superior del hotel, la pequeña hija del hombre de mantenimiento, todos podrían estar de acuerdo que algo había cambiado en aquel casanova de sonrisa provocativa.

Cada vez que caminaba hacia su trabajo, iba con la cabeza gacha, ni siquiera alzaba los ojos para saludar a los vecinos del lugar. A la jovencita con quien solía juntarse en su estadía en Florida, la mesera más atractiva de todo “Black Tower”, la rechazó sin pensarlo dos veces cuando ella se le insinuó para ir a su cuarto. Al muchacho que servía las bebidas solía pedirle varias copas antes de irse de su turno laboral, hasta quedar borracho como una cuba sin poder moverse fácilmente, y cuando su leal acosador, el hijo del dueño del local, lo llevaba hasta su hotel, en lugar de hacerlo pasar y dejarse amar un momento por él, lo echó vanagloriosamente de allí. Sí, ese chico ya no era el mismo.

Una tarde, mientras tomaba la orden de una cariñosa pareja que no dejaba de besarse, al pasar hacia la cocina dio un golpe al cuchillo de carnicero que pendía de la mesa, haciendo que girara vertiginosamente hasta caer al suelo. Los cocineros del bar se voltearon con alarma, incluso el chef profesional del lugar amagó a detenerlo con enfado, pero la bonita mesera Jenna lo detuvo con un movimiento de la mano. Se acercó hasta Lyod y sin dirigirle la palabra le dio una bofetada.

—Buenos días, Jenna. Si querías golpear a alguien podrías haber elegido a otro idiota, ¿no crees?

— ¿Qué diablos pasa contigo?

—No estoy de humor para pelear ahora.

Trató de hacerla a un lado, pero el chef se acercó y de un empujón lo acorraló contra la ensenada donde colgaban los utencillos de cocina.

—Escucha un cosa, niño. Si estás de malhumor puedes irte a descargar toda esa mierda pero hazlo fuera de mi cocina, ¿está claro?

— ¿Qué está sucediendo aquí?

El dueño fue hasta donde se originaba el pleito. Era un anciano barrigón de robusto bigote canoso y su cabeza exenta de todo cabello. Siempre acarreaba un trapo en la mano para espantar a las moscas del lugar. Le guardaba mucho cariño a Lyod. Era como un hijo para él. Por eso, al verlo tan nervioso, lo sacó de allí dándole una palmada en la espalda.

—Tranquilo, lobo. No muestres así los dientes.

—Hoy no es mi día, viejo—repuso compungido por su comportamiento—Discúlpame.

—No te preocupes, hijo. ¿Algo sucedió con tu familia?

—Son… problemas míos.

—Ah— le guiñó un ojo— Problemas del corazón.

Lyod meneó la cabeza, dando la conversación por cerrada.

— ¿Sabes qué? Tómate el día y regresa mañana con la cabeza fresca.

—No voy a fallar en mi trabajo, yo…

—Hazme caso. Sal a mirar un poco Florida. Hace tiempo no venías.

Al moreno nunca le gustó dejar su labor, en especial cuando necesitaba despejar su mente con alguna actividad que pudiera mantenerlo al hilo por un momento. Tomó su chaqueta de cuero, antes de irse le pidió un vaso de alcohol a su amigo el barman y se marchó del bar por ese día, oyendo a sus espaldas que Jenna susurraba:

—Comenzaré a ponerme histérica también yo para que me den el día.

Era una ciudad agitada. Para ser pleno invierno había mucha gente a la ribera del mar, bajo las altas palmeras que costeaban las calles, sentadas bajo sus sillas reclinables. Algunos niños corrían en la orilla, mojándose los pies mientras reían. La belleza de la gran ciudad contrapuesta a un paisaje natural tan sublime como las olas del mar, agitadas por la brisa gélida, lograba reposar su mente en una nube de sosiego, dejándola en un sopor.

Se levantó el cierre de la chaqueta para sentarse sobre un pilar que limitaba la llegada del agua hacia las calles del lugar. Con una pierna balanceándose a tres metros de distancia, la otra aferrada a uno de los ladrillos sueltos del mural, y sus brazos cruzados sobre el pecho, cerró los ojos un momento para sentir… tan sólo sentir, el susurro del viento golpeando en sus oídos.

“Quisiera que esta sensación durara una eternidad…”

El sonido estrepitoso de una bocina detrás suyo le hizo dar un respingo, tan gran que casi cae cuesta abajo. Se tomó del mural con desesperación y terminó en tierra firme temblando como una hoja. Alguien detrás de su espalda comenzó a reírse a carcajadas de su reacción. Lyod se volteó. Era una jovencita de piel morena, con la oreja izquierda cubierta de aretes y sobre esta una porción de cabello la llevaba rapada, y con el restante se tejió una larga trenza que le rosaba la cintura. Usaba una camisa a cuadros abierta sobre el pecho, y no tendría más de quince años.

Pero en especial, estaba conduciendo un Porsche 911 amarillo chillón.

—Deberías haber visto tu cara…

— ¿Acaso me estás persiguiendo?

—No. Mi padre salió de casa así que decidí dar un vuelta— palmeó el asiento de copiloto— ¿Vienes?

Lyod se rascó la nuca.

—No sé si valga la pena.

—Pagaré la cerveza que te debo.

—Trato hecho.

Los bares de Florida eran los mmás costosos, y también donde se servía el mejor alcohol de toda América. Se bebió hasta el último trago y quedó tendido sobre la barra, mientras varias personas del lugar se lo quedaban viendo con mala cara. Su joven acompañante no bebió ni una gota de alcohol, por lo que estaba rosagante y no dejaba de reírse del comportamiento de Lyod.

—Eres pésimo con la bebida.

—Tú, enana… hip… No vas a venir a decirne a mí… hip…

Apenas lograba concordar sus palabras, y ya lo había ataco el hipido de la borrachera. Ocultó el rostro en su antebrazo, y para sorpresa de la muchacha y de varios clientes, comenzó a llorar.

—Oh, amigo, no te pongas así…— le palmeó la espalda— ¿Quién te hizo esto?

Lyod la miró por el rabillo del ojo.

—Vamos, es obvio que es un asunto de amores, ¿qué te hizo ella?

—Ni siquiera sé tu nombre, no pienso…

—Keisha Swift. Ya está, ¿feliz? —Al notar que continuaba en silencio, soltó un suspiro—Mi papá es dueño de varios moteles en Florida. Por eso supuse que te vería dando una vuelta por aquí. ¿Sueles venir seguido?

Lyod chasqueó la lengua como respuesta. No estaba de humor para hablar.

—Vamos, responde.

—Trabajo en “Black Tower”… hip… y… y me hospedo en el hotel que está a unas cuadras.

—No eres bueno bebiendo, ¿eh?

—No, no soy bueno para nada— se llevó a la boca otro gran sorbo de alcohol y dejó con un golpe el vaso sobre la barra— Ni siquiera para enamo… hip… rar a alguien. Por más que lo intente siempre es en vano… ¡En vano!... hip… Soy un desastre…

Se acarició las sienes. El dolor de cabeza era insoportable. En un intento de consolarlo, Keisha le dio unas palmaditas en la espalda. Lyod le sonrió tímidamente.

—Mira el lado positivo: eres bueno para salvar a las personas.

—Yo no te salvé… hip… Hice lo que ninguno de esos idiotas tenía los cojones para hacer… Recuerdo cómo… hip… se quedaron viendo, ¡y me da más rabia!

— ¿Lo ves? No eres un bueno para nada.

El moreno soltó una risilla, y la niña también comenzó a reírse.

— ¿Tu padre no debe estar buscándote?

—Lo más probable es que busque al auto, pero no. No regresa hasta tarde.

Se acomodó la larga trenzaba que llevaba, mientras sus aretes platinados brillaban a la luz del sol. Lyod frunció el ceño.

—Mira la pinta que tienes. Ojalá mis hermanas no se perforen como tú.

— ¡Hablas como un viejo! Está a la moda. Es cool.

— ¿Cool? ¿Qué diablos es eso?

—Genial, buena onda… ¿Eres tan viejo?

—Tengo 22 años, viejo será tu padre.

—Sí, está algo arrugado ya.

Poseía una risa frisca, jovial. Le recordaba a la forma que reían sus hermanas. A pesar de estar en la pubertad, no era más que una niña. Se sintió algo enfadado al recordar lo que ese vagabundo muy seguramente hubiera pretendido de ella.

—Escucha una cosa, niña… hip… En cuanto vuelva a verte sola en la noche voy a acusarte con tu padre, y le diré que usas ese auto tan bonito… hip… ¿Oíste?

—Sí, sí…—sin prestarle mucha atención, llamó con un gesto de la mano al barman— ¡Hey, chico! Tráele un poco de café.

— ¿Para mí?— Se señaló el pecho, algo mareado.

—Eres divertido estando borracho, pero ya es hora de que te pongas sobrio.

Le tendió una taza pequeña con café humeante. Lyod probó un poco y no pudo evitar hacer un gesto de repulsión. Su acompañante comenzó a descostillarse de risa por su reacción.

—No es nada atractivo tomar un café luego de beber tanto, ¿eh?

—Está fuerte.

— ¿En qué hotel te estás hospedando?

—En el “Luxe”, uno que está aquí cerca, ¿por qué?

Ella sonrió misteriosamente. No le gustó para nada esa sonrisa.

— ¿Qué?

—Nada.










Le respiró junto al oído en un susurro bajo, cálido, que en oleadas iba descendiendo hasta su pecho. Tenía las manos algo frías que al mantener contacto con su piel le provocaba un estremecimiento. Sus ojos… Ah, sus ojos eran un abismo negro donde se hundía de forma irremediable.

Pasó sus labios finos sobre su cuello, acariciándole los cabellos con cuidado. Era sutil, como si él fuera de cristal entre sus manos. No podía evitar adormecerse por completo en sus brazos.

Oía a lo lejos el ulular del viento entre las hojas de los árboles. No había nadie más en todo el mundo. Sólo eran ellos dos en medio del abismo, caminando por una cuerda floja que cada vez era más inestable. Pero seguí aferrado a él, a su abrazo, para no caer en la nada misma.

Lo atrajo hacia sí apretando los omóplatos de la gran espalda que poseía. Arañó la tela de su camisa, tratando con desesperación de acercarlo a su cuerpo. El calor que desprendía cada poro de su piel era embriagador.

—Sasha…

Él alzó su cabeza y le sonrió. Su rostro ovalado resaltaba entre la penumbra la finura de sus labios. El reflejo de la luna se proyectaba sobre el perfil de su nariz recta, iluminando la contextura de la piel de su rostro.

Abrió la boca para hablarle, para decir su nombre, pero…


Se despertó de repente, con una capa de sudor frío cubriéndole el rostro. Él no estaba allí. Él nunca estuvo allí a su lado. Era una ilusión, una mentira. Una mentira que precisaba como el aire para respirar.

Abrazó a la almohada y se desplomó sobre esta. No debía hacerlo. No debía llorar… mas las lágrimas comenzaron a caer y no pudo detenerlas.












Tal vez, haber salido de su coche esa noche para no permitir que sucediera una tragedia en los alrededores de Mississippi no fue realmente la mejor elección para Lyod. La niña no era una mala compañía, tenía una personalidad chispeante y su manera de tomarse las situaciones a gracia hacía ver los problemas no tan graves en verdad. El problema es que el dueño del “Luxe” enviaba cada media hora a que la mucama controlara su cuarto y cada paso que él hacía, cuidando de la inocencia de su hija. Y no era justamente un hombre con quien discutir. Casi dos metros de altura, espaldas anchas y la cabeza rapada, el hombre de color era lo más parecido que se halló a Mike Tayson.

—No hagas caso a mi papá, siempre es así.

Le quitó de las manos su camisa, ya que Keisha tenía la manía de entrar a su cuarto y revolver sus cosas.

—Deberías salir con alguna amiga.

—No conozco a nadie aquí. Mis amigas y mi novio están en Orlando—se recostó sobre la cama meciendo sus piernas en el aire—Desde que se divorciaron mi mamá me envía dos meses al año a estar un tiempo con mi papá.

—Ah…—no supo realmente qué decirle. Había oído pocos casos de divorcio. Le causó cierta pena saber aquello.

— ¿Tienes papás, Lyod?

—Todo mundo lo tiene—dobló su ropa con cuidado y la guardó en los cajones—Viven en Kansas.

— ¿Y tienes hermanos? Yo soy hija única.

—Sí, cuatrillizos.

La pequeña abrió su boca con sorpresa.

— ¿Hay cuatro como tú? Digo, tres, tú eres el cuarto…

Lyod no pudo evitar reírse.

—No, tienen doce años. Yo nací antes que ellos.

—Ah—jugueteó con sus dedos de uñas pintadas con un aplique violeta— Eres el hermano mayor. Con razón tienes esa forma de ser tan…

— ¿Molesta?

—Protectora.

Sintió algo extraño en su estómago al oír sus palabras. Tuvo que ocultar su pudor soltando un carraspeo.

—Baja de la cama, vas a ensuciar las mantas con esas botas mugrosas.

— ¡Hoy las limpié! Mugrosa tu chaqueta. Nunca te la quitas ni para dormir.

Lyod alzó una ceja y sonrió de costado, tomando las solapas de la chaqueta.

—Pero me veo cool.

Keisha se descostillaba de risa.

—Sí, sigue burlándote de mí— tomó su bolso de textura al estilo militar, con motas verdes, y se lo colgó al hombro— Voy a trabajar, ve a divertirte a otra parte.

— ¿No puedo ir contigo?

—No aceptan mascotas.

Su pequeño rostro moreno hizo un mohín de enojo. Fue tras Lyod y lo persiguió por el lobby del hotel. El muchacho fingía no verla y ella tenía que apretar al paso para que sus cortas piernas lo alcanzaran.

—Deja de seguirme como un pollito.

—Estando sola me aburro.

Salieron a la jungla urbana, internándose en el sonido sibilante de las llantas de los autos andando por las calles, sumado al murmullo de voces de los transeúntes. Dio la vuelta para detenerla frenando sus pasos apoyando la palma de la mano sobre los flequillos de la frente de la niña.

—VETE.

—Oh, eres malo, no…

En una de las vidrieras del lugar, a sólo unos pasos, Lyod observó una figura que lo dejó completamente embelesado. Ni el sonido de la ciudad tan ajetreada, ni los reclamos de Keisha, lograron mosquearlo. Sus ojos devoraban esa belleza sutil, perdido en cada movimiento de ese delicado cuerpo.

Una jovencita de baja estatura, delgada y flexible como una flor, poseedora de unos ojos amarronados como el chocolate, y su piel sonrosada bajo los rayos del sol, estaba mirándose frente a un espejo el largo vestido blanco que llevaba puesto, con un corsé apretado a la cintura y una falda frondosa de volados finamente complementados. El cabello castaño le caía en ondas extensas sobre la espalda.

Casi como si hubiera leído lo que pasaba por su mente hipnotizada, volteó los ojos hacia él, y se lo quedó observando con fijeza. Lyod corrió hacia la entrada del local, sin saber claramente qué lo atraía como un imán a esa imagen femenina poseedora de una perfección inigualable.

Ella se acercó despacio. El local era inmenso, había varios maniquíes con vestidos de novia y algunos para las damas de honor sobre estos. Las cortinas doradas adornaban el lugar, combinando con las baldosas de un tono bermejo. La vendedora atendía a un sujeto en la recepción, y poca atención les prestó a ellos dos.

Cuando la tuvo frente a sí, no supo qué decir. La muchacha lo seguía observando con la boca entreabierta, como si esperara algo de él.

—H-hola…

—Lyod— tomó su mano. Tenía unos dedos pequeños y tibios—Creí que no iba a encontrarte.

Entrecerró los ojos con extrañeza. Era…

— ¡¿Misha?!

La jovencita se ruborizó.

—Ah… Hum… N-no. Me llamo Inna… S-soy su hermana.

“¿Su hermana?... ¿Su hermana no es Zinaida?... Ah, es verdad. Misha mencionó que tenía una hermana melliza”

—Oh, lo lamento. Es que en verdad son parecidos. Emmm…

“Di algo, lo que sea”

—Misha no me dijo que su hermana era tan bonita.

La joven se cubrió la boca soltando una risita. Tenía unos labios carnosos de un delicioso color sonrosado.

—Él me habló mucho de ti. Dijo… Dijo que fuiste muy bueno, y que te agradece por todo…—sus orbes chocolatosos temblaron— Q-quiere verte.

Apenas podía seguir el hilo de lo que decía. Estaba perdido en los movimientos de sus manos, de sus labios. Ese perfume a fresas que desprendía su piel.

—A-ah… La última vez que lo vi no mencionó nada de eso.

—Estaba nervioso. Las cosas no iban bien. Pero él… quiere verte urgentemente. Necesita decirte algo.

—Oh…

“Dios, tiene los ojos más hermosos que he visto”

A lo lejos, se oyó la voz gruesa de un hombre. La jovencita Inna se alarmó al ver que el sujeto terminaba de firmar unos documentos y amagaba a acercarse. Se inclinó sobre Lyod para murmurarle:

—Estará esperándote en el hotel “Central Park” de Ohio. Ve este viernes por la mañana. Pide en la recepción por mí, por Inna. Diles que traes las orquídeas.

— ¿Misha piensa venir conmigo a Florida? Es que él me había comentado algo por el estilo…

Sí, sí. Me ha contado todo. Él te aclarará las dudas ese día. Tú sólo di eso en la recepción… y finge llevar un ramo para que te crean.

Lyod no pudo evitar reírse.

— ¿Por qué tanto misterio?

Sus orbes chocolatosas se dilataron mientras sus pupilas tiritaban.

—Tú sólo hazlo… ¿puedes?

No podía negarse a su pedido cuando lo decía con esos labios húmedos. Tenía el enorme arrebato de besarla. Fue una suerte que en ese momento se acercara a ellos el sujeto vestido de traje negro, alzando su barbilla cuadrada con soberbia. Al ver a Lyod le chirriaron los dientes. Lo reconoció. Era el mismo sujeto que se llevó a Misha y Zinaida el mes pasado.

— ¿Qué haces hablando con este desconocido, Inna?

—Oh, es un amigo de mi hermano— tomó del codo al hombre con nerviosismo y jaló de él hacia la salida— No le prestes atención.

—Espera, tienen que empacar tu vestido.

La muchacha paró en seco al ver que llevaba sobre sí el vestido de novia. Su rostro se enrojeció por completo. Observó por un momento a Lyod con tristeza y luego regresó para ir a los cambiadores. Antes de ir tras ellos, le dijo en un susurro al pasar a su lado:

—No lo olvides.

Cuando se quedó a solas con ese tipo que parecía una enorme serpiente oscilando su lengua sobre el aire, Lyod no supo bien qué hacer. ¿Acaso iba a casarse con él? ¿Zinaida no le había mencionado algo al respecto? ¿Por qué Misha estaba enredado en todo eso?... Pero sobre todas las cosas ¿Por qué lo molestaba tanto saber que Inna iba a casarse con ese hombre? Pues ¡porque era muy hermosa y merecía casarse con alguien mejor!

Se quedó observando al sujeto con fijeza, y si no hubiera sido porque la ágil Keisha se entrometía y lo sacaba de allí a la fuerza, lo más probable es que todo acabara en un pleito.

Cuando la pequeña le dio una bofetada en medio de la calle, reaccionó de inmediato. ¿Qué diablos pretendía hacer?

— ¡Eh, Lyod! ¿Qué te pasa?

—Keisha.

La niña frunció el ceño.

— ¿Qué?

—Creo que estoy enamorado.

La morena se ruborizó y acomodó su trenza a un lado.

— ¿De mí?

— ¡Claro que no!

Comenzó a caminar por las calles, y antes de perderse entre la gente, vio que esos ojos de un tono chocolate lo estaban viendo a través de la vidriera. Ahora llevaba un vestido corto que dejaba ver sus piernas largas y esbeltas. Se quedó parado en medio de la acera, embobado completamente, y nuevamente su compañera tiró de él para hacerlo cruzar al otro lado de la calle.

—Si sigues así de tonto te van a atropellar.

— ¿Acaso no la viste? Es un ángel…

— ¿A esa chica? —Torció el gesto—Está algo menudita…

—Es perfecta, es… es hermosa. Huele a la primavera, a las flores…Es la criatura más bella que he…

—Ya, ya entendí. Vas a enfermarme con tus cursilerías.

Sin darse cuenta, ingresó al “Black Tower” y dejó su bolso sobre una de las mesas, con Keisha detrás de él. Se desplomó sobre uno de los asientos. Estaba totalmente perdido en una nube de ensueño.

—Ya que tanto te gustó la hubieras invitado a salir.

—Va a casarse.

La jovencita soltó un grito ahogado, escandalizada.

— ¡Te enamoraste de una mujer casada!... Mira que eres un picarón, Lyod—le pellizcó una mejilla y rió.

—Dijo que fuera a verla este viernes… Bueno, no a ella, a Misha, pero…

Permaneció un momento en silencio. Las ideas estaban desordenadas en su mente, y fueron sus neuronas las que se conectaron en menos de un segundo.

— ¡Voy a pedirle a Misha que me la presente! Es mi amigo. Va a ayudarme. Ella no puede casarse con un tipo como ese.

— ¿Misha? ¿Qué es eso? ¿El nombre de un gato?

—Es… olvídalo—sacudió la cabeza para desenredar las telarañas de su conciencia. Se levantó de un salto y al ver a su jefe lo abrazó con efusión— ¡Hola, viejo! ¿Cómo estás?

El anciano soltó una sonora carcajada.

—Hoy sí has venido de buen humor.

— ¿Cómo no voy a estar de buen humor? — Esbozó una sonrisa resplandeciente— ¡Estoy enamorado!

— ¿De mí? Preguntó el hombre en tono burlón.

— ¡De la criatura más dulce del mundo!

—Voy a vomitar arcoíris si sigue hablando así—musitó Keisha, poniendo los ojos en blanco.

— ¿Esa niña viene contigo, Lyod?

—Sí, sí, y voy a darle una bebida gratis. A nombre mío. Y a él también—señaló a un cliente cualquiera— ¡A todos los que vengan a beber les voy a servir por mi cuenta! ¡Son todos amigos de Lyod en este día!

Se fue tras el mostrador para servir una docena de licuados, con una sonrisa inmutable a pesar de la historia de su compañera Jenna y los berrinches del chef, que buscaba cualquier excusa para regañarlo. El jefe del bar parpadeaba sin comprender.

—Al menos ya está feliz.

—No se alegre demasiado—murmuró Keisha. Sacó unos cuantos billetes de su bolso con lentejuelas y se los dio al anciano— Yo pago las bebidas. Ese tonto va a quedarse en bancarrota.

— ¿Es tu hermano?

La chica de color vio cómo iba de un lado para el otro, con una torpeza innata, llevando los pedidos sobre la bandeja de plata cual si hiciera malabares sobre una cuerda floja. Casi cae de bruces sobre una anciana que iba al baño, y se abrazó a ella riendo como tonto, dejando a la pobre abuelita pasmada.

Era torpe. Tenía mal genio. Podía alegrarse de un segundo para el otro sin medir las consecuencias de su cambio. Era un completo irresponsable, incluso poniendo en riesgo su vida para salvar a los otros. No medía el alcance de sus palabras.

Y aun así, poseía una calidez inigualable.

—No, pero ojalá así lo fuera.

Notas finales: "Yesterday" de The Beattles

Yesterday,
All my troubles seemed so far away,
Now it looks as though they're here to stay
Oh I believe in yesterday

Suddenly,
I'm not half the man I used to be
There's a shadow hanging over me
Oh yesterday came suddenly

Why she had to go
I don't know, she wouldn't say
I said something wrong
now I'm long for yesterday

Yesterday,
Love was such an easy game to play
Now I need a place to hide away
Oh I believe in yesterday

Why she had to go
I don't know, she wouldn't say
I said something wrong
now I'm long for yesterday

Yesterday,
Love was such an easy game to play
Now I need a place to hide away
Oh I believe in yesterday

(Traducción)
Ayer
Todos mis problemas parecían tan lejanos
Ahora parece como si estuvieran aquí para siempre
Oh, creo en el ayer

De repente
No soy ni la mitad del hombre que era antes
Hay una sombra que se cierne sobre mí
Oh, de pronto llegó el ayer

¿Por qué tuvo que irse ella?, no lo sé
No me lo quiso decir
Yo dije algo que no debía
Ahora anhelo el ayer

Ayer
El amor era como un juego fácil
Ahora necesito un lugar donde esconderme
Oh, creo en el ayer

¿Por qué tuvo que irse ella?, no lo sé
No me lo quiso decir
Yo dije algo que no debía
Ahora anhelo el ayer

Ayer
El amor era como un juego fácil
Ahora necesito un lugar donde esconderme
Oh, creo en el ayer

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