Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Nos une la misma luna por Shizu Chan

[Reviews - 117]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Holaaa :D

No se quejen, traté de apresurarme esta vez D: Tengo un examen dentro de poco y mi tiempo libre se reduce a nada D: Que lean y comenten es ánimo suficiente :3

SweetPirncess, gracias por comentar :3 Siempre trato de estar al día Jeje

Adriana, sí, la historia da para más. Hay mucho de mí para ustedes :3 Jaja Me alegra que hayas comprendido el momento de reflexión de Mary.

Nuzelia, tú lo sabes :3 una madre siempre sabe... Nuze siempre lo sabe Jajaja. No, no voy a romper tu corazón de melón ni separaré a esos tortolitos :3

Marta, ahi tienes tu puñetero MishaxLyod -.- ¡Exijo ese video! Jajajaja

ZeroNanda D: Aqui está el cap, por favor, no te enfades TwT Jajaja ¡Gracias por leer! No sabía que seguías la historia :3 Me pasaré por tu cuenta a ver qué publicas :3

Mi linda Damma, al fin te pones al día Jajaja :3 me alegra que leas con tanto ánimo :D Tu historia me encanta, disculpa si durante un tiempo no leo y luego te mando como tres rws seguidos Jaja es mi ritmo de lectura :3

Yoshino Chaki, cuando leí tu nombre me emocioné :O Amo tu fic, Alberich es mi amor platóncio en cuanto a doctores sexys XD Y hace tan linda parejita con Louis, los amo ♥

Bien, sin más preámbulos...

~Corre fic...

Capítulo 21


Tomó su barbilla entre las manos. Tenía los dedos tibios. El vapor caliente que salía de su boca lo estaba embriagando. Sus ojos negros eran un abismo en el que se sumergía irremediablemente. Su cuerpo quería sentirlo. Lo estaba añorando. El tacto de su piel, el calor de sus besos. Era su completa perdición.

La cabaña se meció al son de la tormenta. Fuera arreciaba unas nubes borrascosas que amenazaban con tragarse al mundo. Y ellos dentro de su guarida se consumían en su propio fuego embravecido.

Se aferró a su pecho con las manos trémulas. Los rayos de la luna le acariciaban el rostro. Era hermoso. Así, sencillamente. Con la camisa entornada, el vello rubio naciente en la longitud de sus brazos, y el aroma a libros que emanaba de su persona. Eso era Sasha.

Intentó besarlo pero él se lo negó. Su corazón se contrajo en una pequeña bola que latía sin cesar. Se comprimía cada vez que él se alejaba, cada vez que agrandaba la brecha que los separaba.

—Sé que te pedí que vinieras a mi cuarto en la noche, Jess, pero no era para esto…Lo siento.

El castaño permaneció cabizbajo.

—E-extraño besarte.

—Quiero darnos una segunda oportunidad a ambos. No puedo abusar de la confianza de tus padres obligándote a venir para… No puedo. Y quiero cuidarte—acarició sus mejillas con suma ternura— Te amo demasiado como para perderte.

El rubor subió hasta su cabeza. Se escondió en el pecho de Sasha para que no lo notara. Era cálido sentir su abrazo.

—Sasha… ¿Cuándo voy a poder besarte?

Un hondo silencio se cernió entre ellos. El rubio soltó un suspiro. Las motitas de agua se iban deslizando por el vidrio de la ventana.

—Cuando ambos estemos listos.

Se recostó en la cama y acomodó el menudo cuerpo de Jess sobre el suyo. Acarició despacio las hebras de su cabello oscuro. No podía evitar sentirse cohibido ante sus caricias. Se sentía vulnerable.

¿Qué sucede cuando el fuego de la pasión no se consume incluso luego de que la lujuria desapareció? ¿Acaso eso es el amor? ¿O la castidad? ¿Sasha estaba dudando de sí mismo?

Acalló todas sus dudas depositándole un beso a la altura de la frente. Sus ojos eran dulces. Lo miraba como siempre lo hizo. Sasha no lo deseaba, él lo amaba. Y eso iba más allá de cualquier atracción física.

—Cuando pase la noche regresaré a mi casa, pero… ¿puedo volver a quedarme, Sasha? Sólo a dormir.

—No quiero que tus padres noten algo raro, cachorrito. Tienen razón en cuidarte. Si estás casi todo el día aquí, no hace falta que vengas de noche. Va a cambiarte el sueño—le pellizcó la punta de su nariz en gesto divertido.

—Q-quiero verte más seguido…

Sus miradas se cruzaron por un largo tiempo.

—No me lo hagas más difícil, Jess. Yo también extraño estar más tiempo a tu lado… pero es lo correcto. Están detrás de mis pasos y en cualquier momento pueden tomar represalias. No quiero que eso incumba a tu familia.

El jovencito pasó los dedos sobre la contextura del pecho de su amante. Efectivamente, aún no estaban seguros de su porvenir.

—Ya la he escrito a Misha para que venga dentro de unos días.

—Gracias, Jessy.

—N-no hace falta que digas eso. Lo hago porque quiero ayudar a los dos.

—Aun así quiero agradecerte. Aprecio mucho tu esfuerzo—le corrió los mechones de cabello que llevaba desordenados sobre la frente— El lunes trae tus apuntes de matemáticas. Sabes que no te puedes retrasar con esa materia.

—Sasha…

El hombre le jaló una oreja con cuidado, para llamar su atención. Jess frunció el ceño pero no pudo evitar sonreír cuando Sasha le besó una mejilla.

El mes de agosto había arreciado con ímpetu sobre su vida. Retomó la escuela y cada día debía habituarse a seguir el ritmo del resto. Sasha era su guía principal. Sus padres lo dejaban ir por las tardes a la casilla a varios metros para que él lo ayudara con sus estudios.

Podía comprender la molestia de Sasha. Era incómodo saber que sus padres estaban a sólo pocos metros, y que nada sospechaban que había entre ambos. No creía estar haciendo nada malo. Él amaba a Sasha. Pero también lo amaba lo suficiente como para esperarlo el resto de su vida si era necesario.











Estaba en extremo nervioso. No tenía pensadas sus palabras con seguridad. Sasha no iba a interpretarlo bien si decía literalmente lo ocurrido. Era su hermano. Estaría feliz de verlo sano y salvo.

Las clases habían comenzado hacía unas semanas y no encontraba el momento adecuado para viajar a Kansas. No creyó que sería tan densa la vida académica. Lyod lo costeaba la inscripción y los libros que precisaba para estudiar, y Misha se encargaba de que su mente retuviera toda la información posible.

En un principio, la experiencia nueva de caminar por las calles vestido como un hombre fue extraña. No se sentía cómodo ni seguro de sí mismo, más aún cuando la mayoría de las miradas se desviaban hacia él. Luego descubrió que sólo era por curiosidad, ya que era un alumno muy joven para ingresar a aquella universidad. Incluso varios jovencitos y algunas chicas se acercaban a hablarle durante los recesos entre las clases.

Los profesores americanos no eran radicalmente opuestos a los rusos. No estaba seguro de a cuáles prefería. En su país natal la educación era muy valorada, los temas eran dictados siempre desde la visión política y social de la URSS, y en las clases había cooperación de los alumnos y una constante discusión contra el sistema capitalista que imperaba en occidente. En América, al menos esa porción del Norte, no se tocaban los temas políticos, se prohibía nombrar al comunismo o al fascismo como si fuera la mayor de las pestes, y las clases se centraban en la temática de la materia. Pero que eran densas, de eso estaba seguro.

Muchas veces se quedaba leyendo hasta altas horas de la noche bajo la lumbre del velador, y a cada hora miraba el rostro de Lyod de perfil mientras respiraba calmadamente, hundido en las nubes de Morfeo. Era muy cálido verlo suspirar entre sueños. Le acariciaba la frente y sentía cómo sus músculos se relajaban con el tacto.

Podía sentir su preocupación. En la fábrica donde habían tomado al moreno estaban haciendo limpieza de los recursos humanos, y no sabían a quién podían llegar a despedir. Había hombres que llevaban años de experiencia y eran despedidos de la noche a la mañana. Era un constante movimiento de innovación, y los que quedaban detrás sólo significaban un número más.

Había recibido clases de informática, lo básico para manejar ciertas tecnologías, y al ser un empleado tan joven ponían mucho entusiasmo en él. Por ello Misha confiaba en que iba a encontrar un puesto más estable.

Cualquier expectativa que podría haber tenido entre manos el joven rubio no se comparaba con la dicha de estar en aquel apartamento de California. La compañía de su amante y el hecho de estar ocupado en algo que le agradaba era alegría suficiente. Tanto que incluso sus miedos se estaban esfumando, al punto de acercarse a la cornisa cada vez más amplia del peligro.

Un tarde, cuando regresaba de la Universidad, un Audi negro se detuvo a pocos metros, frente a una tienda. No le prestó real atención, pues se hallaba muy enfrascado en su lectura. Llevaba entre las manos un libro de bolsillo que contenía las tablas periódicas de física. Sólo cuando pasó cerca de ambos hombres y oyó su voz, su corazón se detuvo en ese preciso instante.

—Borya, no te tardes. Hay que seguir buscando.

—Sólo bastará un momento…

El hombro de aquel sujeto de gran altura rosó contra el suyo. Ambos alzaron la mirada y se quedaron en silencio por un largo momento. Los ojos castaños del anciano, tan parecidos a los del jovencito, se dilataron de la sorpresa. Su acompañante que estaba apoyado sobre la puerta del auto alzó una ceja al ver la situación, resaltando el tono serpentino de sus ojos verdes.

— ¿Boris?

—Ah… Bueno…—alejó sus ojos de los del muchacho, y siguió su camino sin voltearse— No tardaré mucho, Antoine.

—Más te vale.

El anciano de crines color ceniza entró al local, con las manos ocultas en sus bolsillos y la cabeza gacha. Antoine echó un vistazo a Misha y desvió los ojos, al tiempo que encendía un cigarro y se ponía a fumar. El muchacho siguió su camino, con las rodillas temblando por el pavor que aún recorría sus venas.

¿No lo habían reconocido siquiera un poco? Antoine no podía ver más allá de su nariz y la única figura que evocaba era a Inna, pero su padre… él algo debió notar. ¿Por qué calló? ¿Por qué no dijo nada, ni intentó detenerlo?

Cuando dobló la esquina comenzó a correr. No lo estaban persiguiendo. No era Borya quien venía tras él, o Antoine. Era su pasado que lo estaba acechando entre las sombras otra vez.








La mañana había sido terrible. El dolor de cabeza lo estaba matando. No podía concentrarse. Debían partir al día siguiente a Francia, donde los esperaban su esposa y las hijas de Antoine. La ex mujer de su amigo había fallecido. A causa de un coma alcohólico. La noticia de todas formas no afectó a su compañero de finanzas, quien apenas asentó con la cabeza ante su pregunta:

— ¿Estás bien con eso?

No estaba seguro de qué pasos debía seguir. Sus hijos no estaban ya en su caudal de intereses. Era tiempo de dejarlos partir. Se iban todas las posibilidades de mantener el apellido Ivanov en alza… pero era algo que debía haber aceptado hacía muchos años ya.

Iban a partir, y según los planes de Antoine, quería volver a América para seguir con la búsqueda de Inna. En todos los meses que habían transcurrido esa idea obsesiva no escapaba de su mente. No podía comprender la razón. Era una persona más. Podía encontrar una joven mucho más atractiva en cualquier parte de París… incluso una que en verdad fuera una fémina. Cada día más estaba seguro de que su amigo intentaba encubrir su latente homosexualidad con sus refutaciones acerca de “el amor a primera vista” que sintió al ver a su hijo.

Sabía que Misha no iba a seguir sus pasos. Los sueños que había erigido para Sasha se habían esfumado, y nada esperaba del niño mimado que iba a llorar a las faldas de su mamá. Por ello cuando Antoine le propuso cambiar su sexualidad no creyó que fuera algo perjudicial para él, puesto que se comportaba como una niñita.

Sólo estaba decepcionado de Zina. Ella había sido su luz fulgurante durante mucho tiempo. Era callada y se atenía en su mayoría a sus órdenes. Era su primogénita.

Soltó un suspiro y se levantó del asiento cuando Antoine apeó el coche en la tienda. Quería comprar unos habanos antes de continuar el trayecto.

—Borya, no te tardes. Hay que seguir buscando.

—Sólo bastará un momento.

La gente pasaba rápidamente a sus espaldas. Cuando sintió el choque en su hombro alzó la vista como reflejo instintivo. Y ahí estaba él. No, no era él. Pero a la vez guardaba esa esencia en su mirada que solamente un padre sabría reconocer. El color de sus ojos. ¿Alguna vez se detuvo a mirar los ojos de sus hijos? Él los tenía chocolatosos. De una forma única. ¿Acaso era herencia suya? ¿O una magia cruel que obraba más allá de eso? ¿Él era capaz de haber engendrado un ser que podía mirarlo de esa forma?

No, no era suyo. Nunca lo fue. No lo merecía.

Corrió la vista y fingió un tono neutral.

— ¿Boris?

—Ah… Bueno… No tardaré mucho, Antoine.

—Más te vale.

Él siguió su camino. Como si nada hubiera sucedido.

Y así estaba bien.









El calor agobiante de septiembre arribó a Kansas de una forma devastadora. Las grandes parcelas de tierra se erosionaban ante la falta de riego, y los pobres animales se echaban a la hierba buscando al de frescura en ella.

Cada aurora Jess proveía de agua suficiente a los animales de la granja, y luego iba a la escuela. Caminar tantas millas bajo los rayos del sol era nefasto. Al menos la compañía de Edith hacía más fácil soportar el tiempo tan agobiante. La niña hablaba de cualquier banalidad y eso lograba distraerlo.

Sin embargo, su mente no dejaba de revolotear en aquello que consumía su pensamiento desde que despertaba hasta que iba a dormirse, y que incluso le robaba parte de sus sueños: Sasha.

Recordaba claramente que su cumpleaños estaba próximo a la fecha, y no se decidía por qué regalo debía darle. A él le gustaban los libros, pero ¿cuál? Jess no tenía ni un poco de sapiencia en cuanto a literatura, y quería sorprenderlo. Edith le recomendó ciertos títulos pero viniendo de alguien como ella debían ser netamente románticos o infantiles. Y a sus padres no podía cuestionarles. No eran personas que conocieran ese tipo de informaciones en realidad.

La única persona a quien podía preguntarle y no debía hacerlo, era a Sasha.

Se dio por vencido entonces a la idea de darle un libro, y pensó en otras alternativas. No quería caer en la cursilería, pero cada vez que remetía a Sasha en sus pensamientos las ideas de darle un ramo de flores o algo que demostrara su relación, que iba más a allá de simplemente profesor-alumno, fluían en un reguero constante. Tal vez no pudiera exteriorizar lo que sentía hacia él, pero siquiera podía reafirmar su relación entre ellos dos.

Pero entonces otra cuestión aparecía, ¿qué flores podía agradarles? Sasha no parecía un hombre muy abocado a la horticultura ni nada por el estilo. Supuso que si en una pregunta hipotética le cuestionaba qué regalo le gustaría recibir, Sasha diría que cualquier cosa de parte suya. Lo importante, como decía su mamá, era el gesto, y no el regalo en verdad.

La visita de Misha estaba poniendo nervioso a Sasha. Lo notaba en la forma que tenía de caminar, y cómo golpeteaba la mesa con la yema de sus dedos mientras él hacía sus ejercicios de matemáticas. Se hallaba ansioso por ver a su hermano.

La tarde de fin de mes, el muchacho envió un fax avisando que llegaría al día siguiente. Jess lo recibió en la entrada del pueblo, y su sorpresa no pudo ser mayor cuando vio al jovencito de cabello rubio bajar de un Porsche amarillo. Su estilo de caminar y lo forma de vestirse había sufrido un giro radical, que a duras penas logró reconocerlo. Sino fuera porque se acercó a abrazarlo habría dudado de su intuición.

—Jess… No me mires así, parece que hubieras visto un fantasma.

—T-tú… tu auto…

—Oh, no es mío. Me lo prestó una amiga—abrió la puerta e hizo un gesto de invitación con la mano— Sube, y tú me guías en el trayecto.

Puso en marcha el motor y comenzó a seguir su trecho. Los ojos de Misha inspeccionaban cada parte del terreno con indisimulada curiosidad. Su semblante estaba calmo e incluso esbozaba una media sonrisa. Sasha los estaba aguardando en la entrada de la cabaña. Cuando su hermano bajó del auto se percató de que apenas daba crédito a sus ojos. Frunció el ceño.

Misha se acercó y lo estrechó entre sus brazos. Jess se apartó un poco de la escena. Podía ver la incomodidad en ambos. No era habitual en ellos un gesto así. De a poco, los músculos de Sasha dejaron de tensarse y le acarició los cabellos a su hermano, apoyando la barbilla sobre su hombro.

—Estás alto—murmuró por lo bajo.

—Sí—rió este, apretando fraternalmente sus hombros antes de separarse— Pero sigues siendo el mayor.

—No me hagas sentir viejo.

Misha sonrió.

—Voy a servir algo fresco… Ven, pasa—al notar que Jess se estaba alejando, lo tomó por la pechera de su saco y tiró de él como una madre lobo caza a su cachorro del cuello— Tú no vas a ninguna parte.

—P-pero…

—Jess, tú también vas a ser parte de la conversación—intervino Misha, mientras ingresaba.

Dentro, el recinto guardaba una calidez más honda que de costumbre. A pesar del calor, se estaba muy a gusto en aquel cuarto de paneles de madera. El pequeño rubio se sentó alrededor de la mesa, observando con curiosidad cada mínima parte.

Sasha le alcanzó un vaso de agua y tomó asiento a su lado. La camisa blanca que llevaba se la arremangó con cuidado. No disimuló su mirada crítica hacia la remera de lycra de Misha y sus pantalones Jeans cortos.

— ¿Dónde se supone que estabas metido?

—No en una tienda de ropa si estabas pensando eso—le sonrió fugazmente, y al instante su tez se tornó compungida— Perdona si te preocupé…

—Lo importante es que estás bien. ¿Dónde te estás quedando? ¿Quieres que vaya contigo? ¿Estás a salvo?...

—Estoy bien—detuvo su reguero de preguntas con un movimiento de la cabeza— Quería verte para que lo supieras. Estoy en Chicago.

— ¿Antoine…?

—Ya no es un problema. No va a reconocerme estando así.

La conversación fue fluctuando hasta desaparecer en el silencio. Ambos miraron a Jess casi de forma mecánica, haciendo que el castaño se ruborizara un poco. Estaba sentado sobre la cama, como de costumbre, con sus menudas manos juntas.

—Misha creció diez centímetros y tú apenas pasas el metro sesenta—susurró Sasha, para sí mismo, pero en un tono lo suficientemente alto como para que Jess pusiera los ojos en blanco.

— ¡Ya voy a crecer!

—No digas eso, es lo que te hace adorable—repuso Misha con una sonrisa.

El resto de la tarde su visitante les contó acerca de su cursada en la Universidad de Chicago, y para sorpresa del castaño, Sasha no interrumpió en ningún momento su relato ni le cuestionó dónde se estaba quedando, ni tampoco con quién. La expresión alegre de Misha y su relato era suficiente para mantenerlo feliz.

Antes de marcharse, el pequeño rubio se paró en la entrada de la cabaña, y sacó de su bolsillo algo que dejó pasmado a Sasha.

—Supongo que este es el adiós, así que… quería darte tu regalo de cumpleaños siquiera.

—Misha…

Lo tomó entre las manos. Era un ejemplar antiguo. En el título rezaba: El Capital, de Karl Marx.

—Lo había perdido.

—No podemos negar lo que somos, y yo apoyo lo que eres, Sasha. No importa lo que diga el resto. Si eso te hace feliz, está bien por mí—esbozó una sonrisa— Al menos así vas a recordar un poco de Rusia y de nosotros a pesar de estar tan alejados. Y aunque no sean los mejores recuerdos.

Permaneció un momento hundido en sus pensamientos. Cuando alzó los ojos, estaban empañados. Se acercó hasta Misha y le susurró algo al oído que Jess no llegó a escuchar, pero que parecía dicho en otro idioma:

—My yavlyayemsa odmin. Nikodga ne zabudu.








Se puso de pie cuando el párroco terminó de darle sus votos a la difunta. Todo el antro estaba repleto de franceses con trajes oscuros y sus esposas de velos negros y zapatos de tacones. Sus hermanas continuaban llorando sobre el cajón. Su padre apenas echó un vistazo y fue a encerrarse en su cuarto.

Hacía un momento había llegado a Francia, y todo el amor que sentía por su tierra natal estaba reducido a un ápice. Antes de marcharse le dejó una carta a Sasha y depositó por última vez sus esperanzas en América, deseando reencontrarse con Zina antes de irse. Pero eso no fue así. Ella no volvió a aparecer.

Otra vez la soledad la ataca como un millar de agujas incrustándose en su nuca. La importancia que podía guardar hacia ciertas cosas se reducía hasta el punto de que no comprendía la razón por la que estaba viva.

¿Qué era ella? ¿Acaso se refería a la nada misma, al orejón último del tarro? ¿Si moría iban a llorar por un instante y luego nada importaría? ¿Había alguien que la necesitara realmente, por quien su vida guardara siquiera algo de sentido?

Al finalizar la ceremonia y despedir a sus tíos lejanos, subió a su cuarto. Estaba tal y como lo dejó antes de su partida. Las sábanas pulcramente ceñidas a la cama. Sus cajones finamente ordenados donde guardaba sus vestidos de niña.

Un par de golpeteos le ocasionaron un respingo. Alguien llamaba a la puerta. Era Pierre. Le tendió un ramo de rosas.

—Emily, yo…

La joven sacudió la cabeza, acallando sus palabras. Tomó el presente y lo olfateó con cuidado. Despedían un aroma embriagador.

—Son hermosas.

—No, Emily, tú eres hermosa. Tus ojos son como los pedazos de cielo que quisiera contemplar siempre—se arrodilló frente a ella, tomando sus faldas con respeto— Por favor, dame la oportunidad para demostrártelo. Estuve como un loco perdido en este tiempo sin ti.

Un largo suspiro escapó de sus pulmones. Extendió la mano y lo invitó a ponerse de pie. Le acarició la barbilla con una incipiente barba oscura. Le agradaba el tacto áspero en sus delicados dedos.

—Está bien.









Desdobló la carta con cuidado mientras Jess estaba acarreando la manada de ovejas a su corral. El lazarillo de cuatro patas que lo acompañaba no dejaba de ladrar, extasiado por la situación. Antes de que el joven se acercara, comenzó a leer:


Lunes, 18 de septiembre, París, Francia.

Alexandr:

No encuentro otra forma de remitirme a ti. No merezco llamarte de otra forma. Sé lo que hice, y por tanto no puedo sentirme culpable pues ya es muy tarde para lamentaciones, pero ten por seguro que no volveré a interferir entre tú y tu felicidad, que bien podrías llamarlo “Jess”, pero eso es tu asunto.

Voy a regresar a Francia. Falleció mi madre y no tengo más nada que hacer en América. Lo único que me ataba a estas tierras era mi orgullo, y eso ya no es necesario. Por más que me pese decirlo.

No espero volver a verte, y no creo que tú lo quieras mucho menos. Sólo espero que puedas ser un poco feliz. Debe ser porque estoy sensible con esta situación. Al menos siente una condolencia pagana sobre mí y dame en silencio el pésame que necesito.

Te despide para siempre,

Emily Bubbier.


La cabecita curiosa de Jess se estiró para ver lo que llevaba entre las manos. Aprovechando su guardia baja, Sasha le besó una mejilla, haciendo que el rubor volviera a aparecer en su rostro. Sólo esbozando una sonrisa le tendió la epístola y dejó que el muchachito terminara de leerla.

—Hum…

—Creo que tiene razón.

Los ojitos azules de Jess parpadearon mientras lo observaba con atención. Lo tomó por las caderas y abrazó su menudo cuerpo desde la espalda, ocultando la nariz entre la mata de sus cabellos negros, que despedían un aroma subyugante.

—Mi felicidad tiene tu nombre.

—S-sasha…

Saboreó un poco más de su calor. La piel de su cuello era sensible.

—En verdad estás bajito. Deberías crecer al menos un poco.

Jess intentó zafarse de su agarre, molesto por su comentario.

—Cállate.

—Sólo diez centímetros más. No es mucho.

Lo tomó por el largo de sus brazos, intentando medir la longitud de su torso. El castaño intentó deshacerse de sus manos pero lo presionaba muy fuerte contra su pecho. Lo estaba asfixiando.

— ¡D-deja de pensar en voz alta!

El sol de verano iba muriendo tras los últimos vestigios de la tarde, y una luna llena que brillaba en su esplendor, cuyos rayos platinados descansaban sobre aquella pequeña cabaña de Kansas, se alzaba imponente en el firmamento.

Notas finales:

NOTA:


La frase que dice Sasha en ruso significa: "Somos uno. No lo olvidaré" y lo puse en su lengua natal para demostrar el vínculo que lleva tan afín con sus hermanos y con sus raíces, más allá de lo que haya vivido en su propia nación en cuanto a la incomprensión de sus ideas propias.

Saluditos :3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).