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Nos une la misma luna por Shizu Chan

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Notas del capitulo:


Hola a todos :D hoy es un gran día para... Tada-tada... Leer yaoi :3

Bueno, como odio la gente que tarda en actualizar fics, yo trataré de romper esa brecha y ser rápida *-*)/ si algún día llego a tardar es porque me mori XD Jejeje

En respuesta a un review:

Siii, es verdad Adri-chan :3 Jejeje decidi llamarte así, espero no te moleste. Gracias por leer mi fic :3

A 3 días del flechazo…



Acomodó las flores de cada mesilla, con cuidado, lentamente. Desde hacía horas que su padre había salido al banco, y su hermana aún no se despertaba. Alex como siempre, encerrado en la biblioteca, con una alumna. Suspiró y se apoyó en la madera, mientras los volados de su vestido nacarado revoloteaban sobre su figura esbelta.

“Esto es muy aburrido… ¿habrán muchachos por aquí? No aguantaré mucho este lugar si nadie me presta atención”

Mirando para cada lado, y cuando se aseguró de que nadie observaba, se lanzó a la puerta y emergió de ese mar oscuro y sombrío. Fuera el día estaba fresco, con un sol resplandeciente. Cruzó el jardín, recogiendo unas flores cercanas. Se las acomodó en el cabello y caminó a la salida. Los árboles se mecían sobre su cabeza, con el escaso follaje de otoño a la vista. Los rayos del sol se colaban entre las hojas y la cegaban momentáneamente, incluso se puso a juguetear con ellos.

A pocos metros, en la entrada, lo vio. Un jovencito pasó, con paso apurado. Fue tras él con presurancia, y tomada del muro, vio que intentaba vanamente de dejar las cartas en el buzón. Se acercó por detrás y le pellizcó una nalga, haciendo que diera la vuelta, sorprendido. La jovencita rió y le tendió una mano.

—Hola, soy Inna—al ver que este seguía en silencio, abrazando la correspondencia con temor, añadió: — Si quieres dejar eso, puedo hacerlo yo, vivo aquí ahora.

—Emmm… bueno, pero deben firmar algunas.

—Ven, pasa—lo tomó de la mano, y tiró de él hacia el interior. El cabello café del joven se revolvió al caer su gorra de trabajo. Se detuvo a tomarla, y la traviesa Inna alzó su rostro desprovisto y besó sus labios— Tienes una boca muy linda.

El muchacho se lanzó hacia tras, y amagó a huir, más al ver la sonrisa de esa pequeña, no pudo negarse a devolverle el ademán. Trató de seguir besándola, pero ella lo detuvo.

—No me dijiste tu nombre.

—Ya…—la tomó de la mejilla, y miró sus labios con deseo—Ya no recuerdo.

— ¡Mentira! Mira, ahí dice Bill—señaló su chaqueta azul, con la insignia laboral donde citaba: Bill Moore— ¿No vas a pasar, Billy?

Se levantó y desfiló lentamente hacia la mansión, oyendo los pasos desesperados del muchacho por seguirla. Se aseguró de que nadie podía vigilarla, y lo hizo esconderse en el descanso de la escalera.

— ¿El señor de las cartas no está? Tiene que…

Lo acalló de un beso, mientras lo hacía ingresar y cerraba la puertecilla. Dentro era estrecho, en medio de los escobillones casi no podían moverse, por lo que aprovechó a pegarse contra el cuerpo de Bill.

—Primero quiero dejarte mi firma por tu cuerpo, gatito.

Lo tomó de la barbilla y metió su lengua, fisgoneando su calor interno. Los labios le sabían a caramelo, y su mano cálida se paseaba por su escote, queriendo desnudarla. Tomó sus cabellos y tiró de ellos con fuerza, obligándolo a detenerse.

—Yo seré la que te lo haga, ¿está claro?

Por la mirada del joven, pudo denotar que había sido realmente aterradora. Sonrió con gozo por haberlo asustado y le quitó esa molesta ropa de trabajo. Tenía un cuerpo atlético y bien formado, con una boca voluptuosa y un cabello exquisito. Desnudo se vería mucho mejor, así que lo despojó con rapidez de sus atavíos.

El joven permaneció quieto, ya que cada vez que intentaba moverse, la pequeña le pellizcaba el trasero. Cuando estuvo sólo vestido de piel y el frío comenzó a atacarlo, Inna se pegó a su pecho y le pasó la lengua por cada pliegue de músculos, por cada centímetro de calor. Subió hasta su cuello y lo mordió, demasiado fuerte a decir verdad, dejándole una marca amoratada.

Pudo sentir sobre su vestido, cómo el miembro del hombre se levantaba. Era largo y ligeramente inclinado a la izquierda, con la punta redonda. Contuvo el deseo de libarlo, y se levantó las faldas, dejando que se frotara con su entrepierna. Bill dio cuenta de su sensibilidad ante el roce, y no desaprovechó el momento para intentar tocarle los pechos, pero ella no se lo permitió. Inna se rozó contra él, casi enloquecida de excitación.

Alejó al joven de un empujón, dejándolo mudo del anonadamiento. Cuando vio el rostro serio y ardiente de Inna, el muchacho podría haber jurado que era igual al de un hombre en celo. Antes de dejarlo siquiera reaccionar, lo obligó a ponerse de cuclillas en el estrecho recinto, quedando contra la pared y su parte trasera a la merced de la joven.

—Espera… ¿ahora me dirás que eres un chico? —rió este, con cierto nerviosismo.

Sin dignarse a responderle, la muchacha le metió los dedos en su entrada, de a dos, sacándolos y volviéndolos a ingresar, observando con arrobo cómo el muchacho se debatía por no gritar. Por un momento creyó que huiría, pero al poco tiempo se acostumbró, e inclusive dejó escapar un débil gemido de placer.

— ¿Te gusta? —le susurró al oído, metiendo ahora de a tres dedos— Tienes un rostro tan adorable cuando sufres.

—P-para… ahmm…

Un fragor proveniente de fuera la paró en seco. Era el sonido de una camioneta estacionándose ¿Otros alumnos de Sasha? Ya con otra idea en su mente, dejó al muchacho de lado, se acomodó el vestido y salió a la entrada, cerrando la puertecilla tras de sí.

—Esp-pera, niña…

—Cámbiate y vete de una vez.

La dejó sobre sus goznes. Caminó de a poco, viendo bajar a un hombre de unos 45 años, de aspecto activo, con un delantal blanco de almacenista aún puesto. Se apoyó en la puerta y lo saludó moviendo los dedos, con su sonrisa inocente.

— ¡Ah, usted debe ser la niña Inna! Cómo has crecido, cariño—se acercó a besarle la mejilla, y al ver que esta fruncía el ceño, rió— Soy Karl, tengo un local a unas cuadras. Traía a Jenny y Sussy antes, ¿lo recuerdas? Por un tiempo viniste, pero luego te llevaron de nuevo. Eras una pulga de diez años para ese entonces.

Revolviendo en las entrañas de su mente, recordó la sonrisa simpática de ese hombre, y cómo le regaló una paleta al verla. Más que nada, aquello recordaba. Durante esos días su padre la había castigado sin permitirle dulces, pero Karl la había llamado aparte y le dio de hurtadillas aquella deliciosa golosina.

—Sí, por supuesto, ¿cómo le va todo, señor Karl?

—Bien, ahora traigo a mi sobrino, no sé si Sasha te hablo de él…

Un muchacho delgado, con las manos ocultas en sus bolsillos y la cabeza baja, estaba mirando de lejos, con cierto temor. El cabello negro le caía sobre sus ojos azulados, resaltando esa piel lechosa y joven. Le sonrió, invitándolo a entrar. Este enarcó las cejas con asombro y, ruborizado, se acercó.

— ¿Cómo se llama? Es un chico bonito.

Vio el rostro extrañado de Karl.

—Para una señorita como Inna decir algo así… debo estar algo miope y no ver la belleza de mi sobrino, por lo que parece.

Al llegar a la entrada, el muchacho le dedicó una mirada irritada a su tío. Inna se sonrió sólo de ver esos mohines tan infantiles en ese rostro.

—Jess—le tendió una mano, dubitativamente. La joven se la tomó— Hola.

—Inna, es un gusto conocerte… tienes una cara adorable, ¿te lo han dicho?

Contemplar cómo volvía a enrojecer acrecentó su deseo de conocerlo. Lo tomó del hombro e hizo que pasara al hall.

—Ven, vamos a tomar algo, te serviré lo que quieras.

—P-pero…

— ¡Inna!

La voz espetante de Sasha le hizo poner los ojos en blanco. Se dirigió al hombre, y cruzándose de brazos, hizo puchero con sus mejillas.

—Nunca me dejan divertirme.

—Usa otra diversión que no sea con mis alumnos, por favor—adelantó varios pasos, y asió a Jess del codo.

Inna lo soltó. Levantó una ceja al ver a su hermano tan posesivo.

— ¿Tu alumno?

—Sí, lo estoy trayendo para que Alex eduque a mi cachorrito—añadió Karl, revolviendo los cabellos del muchacho.

El rostro enrojecido de Jess la tentaba a fastidiarlo un poco más, pero esa mirada asesina de su hermano hacía flaquear claramente sus pensamientos.

“Sí que es un adorable cachorrito”

Con una sonrisa cándida, besó a Jess y a su tío en una mejilla.

—Bueno, supongo que nos volveremos a ver… adiós.

—Hasta luego, señorita.

Subió hasta su cuarto, y observó a hurtadillas cómo Alex despedía al hombre y casi arrastraba al muchacho hacia la biblioteca. Al poco tiempo, Bill salió por la puerta, sin dedicarle antes una mirada de odio y dejar las epístolas desparramadas en su puerta. Se alzó de hombros y, con gesto soñador, posó su barbilla sobre la mano.

“Jess… suena a un lindo nombre de mascota”









Soltó un bufido y dejó los lentes sobre el escritorio. Jess lo observó con el ceño fruncido, y Sasha se limitó a acariciarle la barbilla. Tenía un poco de chocolate en ella. Para su sorpresa, el joven lo negó de un golpe. Lo observó con sorpresa.

—Tenías una mancha.

—P-perdón…—claramente abochornado, se rascó la nuca— Fue un impulso.

Zanjando el tema, tomó asiento, cruzando las piernas. Jess permaneció de pie, dubitativo.

—No… no sabía que tenía más hermanas.

“Ahora qué le habrá dicho esa niña”

—Mira, muchacho, te daré un consejo—se adelantó sobre la mesa, con sus brazos apoyados y un dedo acusador en alto— No te acerques a ella.
Vio la clara duda en el rostro del joven. Suspiró hondo. No podía decírselo. Jess podría tomarlo de muchas maneras. Además, aún no podía confiar plenamente en él. Y Jess sólo era suyo, sólo tenía que ser tocado por sus manos, y no dejaría que nadie más tuviera el honor de arrebatarle esa virginidad dulce y latente.

—Parecía una chica simpática.

—No dije que no lo fuera. Sólo trata de no acercarte demasiado. Podría mostrar las garras.

Se sonrió al notar que empalidecía abruptamente. Ese niño era adorable.

—Y bien… ¿qué adelantaste con la carta?

Revolviéndose nervioso en su sitio, Jess sacó el boceto del bolsillo de sus gastados jeans. No pudo evadir contemplar por un momento su buzo celeste, seguramente tejido am mano, con unas vistosas trenzas atadas en el pecho verticalmente. Ajeno a sus pensamientos, el muchacho le alcanzó la hoja, y tomó asiento en la silla de enfrente. Sasha contempló meticulosamente su escritura. Se dedicó a marcarle algunos errores.



Sábado, 12 febrero, Kansas, EEUU

Queridos mamá, papá y hermanitos:

Me alegro de leerlos. En el almacén de los tíos ahora atienden también los cuatrillizos, si los vieran se morirían de risa. Yo los ayudo por las tardes. Son muy listos esos diablillos en verdad.

Hace poco fui a una granja de por aquí, y sentí mucha melancolía por no estar en casa. Los extraño mucho. El granjero ordeñó a una cabra, y me mostró una que había tenido cría ¡Era tan pequeña! Después me enseñó a montar a una yegua que se llamaba Nieve, pero era muy movediza, y casi me caigo. No se preocupen, estoy bien. Preocupados por socorrerme, no se dieron cuenta de que las vacas huían. Fuimos a encerrarlas de nuevo, eran muy chistosas. Papá se hubiera reído mucho.

Lo más chistoso fue cuando a mi profesor le hicieron alimentar a los cerdos, y se manchó toda su camisa de porquería.

Sasha es buen profesor. Estoy agradecido de que me haya llevado. El resto de sus clases no son tan divertidas, pero aprendo bastante. El otro día aprendí a hacer cuentas con x e y, ¿saben qué es eso? Yo no tenía idea, me sorprende que la gente quiera aprender algo tan inútil.

Bueno, la tía Mary les manda saludos, y el tío Karl pregunta cuándo vendrán por los repuestos para el camión. Los diablillos les mandan saludos, ah, y quieren manzanas. Karl dice que les mandará galletas de Mary. No, mentira, no se asusten. Estamos comiendo un estofado, la especialidad de la tía. Pero creo que se enfrió mucho ya.

Los extraño mucho. No saben cómo quisiera estar allá.



—Mira, aquí te faltó una “h” y ésta “s” debería estar en mayúscula.

— ¿Cuál? —indagó, ceñudo.

—Justo en mi nombre—añadió, con una sonrisa.

Jess, como siempre cayendo en su trampa, se acercó a corroborarlo, y se mereció un beso en la mejilla de parte del hombre. Su rostro sonrojado valió la pena los insultos murmurados que le siguieron. El muchacho se alejó y desvió la mirada, abochornado.

—E-escribí bien su nombre… ¿No le parece un poco egoísta sólo notar eso? No dijo nada de la carta.

—Es lo que esperaba de un niño—se levantó, y le golpeó la cabeza con la hoja. La puso en la mesa, y lo tomó del hombro, obligándolo a mirar— Aquí, lo que dijo Karl debería estar así: “¿Cuándo vendrán a buscar los repuestos de la camioneta?” como citándolo. Y aquí, el “ah” debería ir con signos de exclamación, ¿ves? —Se lo corrigió con lápiz— “¡Ah!” Así queda mejor.

— ¿L-lo demás… está bien?

—Bueno… Excepto aquello de que no comprendes para qué sirve algo tan importante como las matemáticas, me parece bastante grave… sabes, como tu profesor, no puedo perder el profesionalismo… pero, en lo demás, es justo lo que un niño habría dicho—le sonrió abiertamente, y revolvió sus cabellos, saboreando su mirada de fastidio.

“Como si no hubiera perdido ya bastante el profesionalismo con este muchacho”

— ¡No soy un niño! —refutó, quitándole el boceto de un tirón.

—Lo dije como un halago.

Aguardó un momento otro refunfuño de Jess, pero sólo vio que escondía la cara bajo la mano, seguramente enrojecido. Le pellizcó una mejilla y revisó en su cajuela el papel con mariposas, que habían acordado en usar. Se lo entregó, animándolo con la mirada.

—Vamos, ahora pásalo en blanco. Yo te ayudaré con la caligrafía… Espera—tomó una especie de pentagrama de sus papeles, y lo puso frente a las narices del chico, junto a una pluma de tinta— Practica primero, a ver cómo la manejas.

—Emmhh… nunca usé de estas, profesor—notó el obvio dudar en su voz.

—No importa, yo te guiaré y aprenderás—le palmeó la espalda.

Observó cómo de a poco tomó la pluma y rasgó sobre el papel las letras, tratando de imitarlas. Algunas eran erráticas, otras las igualaba maravillosamente. Su letra era... inocente, sí, ciertamente. Tenía ese dejo de la niñez, de dibujarla redonda y un poco grande. Totalmente distinta a la de él, alargada y ligeramente inclinada a la izquierda.

En un momento, lanzó un bufido. Se había trabado en la H, y no podía hacerla en mayúscula. Soltando una risilla, Sasha le tomó la mano con delicadeza, y lo guió con sus movimientos, al unísono.

—Mira, tienes que hacerlo despacio. Así…

Fue dibujando lentamente sobre el papel, con movimientos calmos y casi intrínsecos, no eran movimientos en sí, era otra extensión de Sasha guiando al muchacho, sus manos uniéndolos y haciéndolos sólo uno en ese preciso instante. Notando cómo su corazón se aceleraba, miró la cara del chico, para descubrir que estaba tieso, y un brillo extraño había acudido a esos ojos marinos.

“¿Qué es lo que puede lograr en mí esta criatura?”

Atacado por la curiosidad, y dándole vana atención a la caligrafía, Sasha lo tomó del mentón a Jess, y miró esos faroles azules, como luces taciturnas, empañadas. Respiró hondo varias veces. Su pecho palpitaba alocado, fuera de sí, pero no lo denotó ni un segundo en su rostro, ¿Y si él no sentía lo mismo, si se burlaba de que un viejo se sintiera así por un chiquillo?

Enfadado con sus ridículos pensamientos, de un golpe seco le mordió el labio inferior. Jess se quejó y trató de zafarse, pero no se lo permitió. Lo acorraló entre sus largos brazos, fuertes y letales como pitones, y para acallarlo recurrió a la mejor técnica: un beso lento en esos labios suaves como pétalos. Siempre le dejaba entre los dientes un dejo de vainilla.

— ¿Por qué tienes un sabor tan dulce?

El rubor que se entreveía en esas mejillas lo enloqueció. Le pellizco el hoyuelo que amanecía en su lado derecho y posó su boca sobre esa frente desprotegida. Cuando alzó la mirada, Jess no estaba enrojecido como habitualmente reaccionaba; tenía la mirada vidriosa, casi ausente, y sus manos no se negaban, pendían ajenas a su voluntad, a toda merced de Sasha. Pero en vez de aprovecharse de ello, lo soltó, y comenzó a andar por la biblioteca, fingiendo que miraba unos ejemplares. Una punzada lo había atacado, incómoda, familiar. Esos deseos ocultos de retenerlo y no dejarlo ir ya.

“¿Qué diablos fue eso?”

—P-profesor…

Sasha suspiró hondamente. No podía caer. Carraspeó y volvió su tono unipersonal cuando le señaló la hoja.

—Vamos, sigue, no tenemos todo el día. Esa “H” ya está.










La dureza y frialdad en su voz le provocó un retorcijón en las entrañas, tenía que reconocerlo. No es que aguardaba ser acosado, pero… como un impulso reflejo, su miembro latió, y se maldijo nuevamente a sí mismo por caer tan bajo. Se enfrascó en su tarea, y fue completando las letras. Si tenía algún inconveniente con alguna, se limitó a permanecer en silencio y escribirla como mejor le saliera. Le entregó el pentagrama.

Su profesor lo revisó por encima y prosiguió a entregarle el papel de mariposas. Dejó una pluma de tinta china junto a su mano.

—Intenta no manchar. Vamos, pásala.

Sin mucha convicción, la tomó y mojó la punta. Se detuvo a pocos centímetros de comenzar, pero para cuando quiso detenerse, ya había caído la primera gota, y debió continuar para no estropearlo. Tenía el pulso nervioso, él mismo se percató de ello.

—Jess.

El muchacho alzó la mirada, y accidentalmente hizo un borrón.

— ¡Mierda!...

—Quita la mano—lo detuvo, y retiró la hoja— Escúchame, tengo que preguntarte algo.

Jess lo miró inquisitivamente, y pudo entrever cierta angustia en el rostro de Sasha.

— ¿Sabes cuándo vendrán a buscarte tus padres? Karl no habló sobre ello…

—No lo sé—bajó la mirada— Si quiere la paga por adelantado, no…

— ¡Mira la estupidez que dices!

Un estrépito lo obligó a observar de reojo. Había lanzado la tinta por los aires, y rebotó en el zócalo junto a la puerta. Respiró dos veces, y tomó coraje para contemplar su cara. Sasha se cubría con una mano, y los cabellos rubios le acariciaban los dedos. Incluso allí dentro brillaban mucho.

—No estoy seguro de si puedo seguir así—oyó que murmuraba.

Una punzada le atravesó el pecho. Quería lanzarse a sus brazos, quitarle esos pensamientos. Pero no podía. No debía. En su lugar, la ira lo embargó.

— ¿Qué?... ¿Me usas y luego me dejas tirado como a un perro? —Se levantó de un salto, alzando la voz— ¡Y luego vienes con esas idioteces de que soy especial!

Sasha lo escudriñó entre sus dedos. Los mechones de cabellos cubrían parcialmente esos ojos felinos. Debió respirar con calma para no perder los estribos de la situación.

—Si no fueras especial, no pondría en riesgo incluso mi trabajo, ¿no crees?

Jess estaba acorralado. No podía refutarle. Un color rojizo le tiñó bajo la nariz, y el calor de su pudor lo sofocó. Bajó los ojos al suelo e hizo un mohín inconsciente. Sasha quiso acercarse a tocarlo, pero se lo negó de un golpe. No podría soportar el tacto de ese hombre. Caería otra vez, irremediablemente.

— ¡Deja de tratarme así! ¡Me das asco!

— ¡Pues vete entonces! —Señaló la puerta, con una expresión fiera en su rostro — ¡LÁRGATE!

Se quedó de piedra, mirando esos ojos hostiles por un momento. El corazón le latía desbocado. Si corría ahora, no volvería a mirar atrás. Lo sabía. Por ello permaneció inmutable, quieto, como si no lo hubiera oído. Pero Sasha estaba fuera de sí, y con una fuerza animal, lo lanzó fuera de la biblioteca. Sus manos fuertes y pesadas dolían.

Pero aún más le pesaba el corazón, desbocado en su pecho.











Soltó un quejido, y se lamió el dedo pulgar. Las agujas eran muy filosas. Karl se acercó a mirar qué había sucedido, y Mary le sonrió para calmarlo. Dejó el suéter de Cindy, la menor, para continuar cosiéndolo luego. Se había rasgado a la altura del omóplato. Ya comenzaban a crecer muy rápido, y no habían tenido oportunidad de comprarles ropa.

“Espero que las ventas mejoren. Desde que abrió ese hipermercado aquí cerca no han venido como antes. Quizás deberíamos vender también algunos artículos de librería, ahora que Jessy está estudiando, también le servirán a él”

Miró por la ventana, mientras su esposo se sentaba a su lado en la reposera, y contempló un sol naciente, invernal, que descansaba sobre los tejados herrumbrosos de las casa, y hacían brillar los cabellos de sus hijos al jugar a las escondidas en el patio.

—Karl, ¿hubieras creído terminar así?

El hombre soltó un suspiro, y tomó las manos de ella. Eran suaves, a pesar del extenuante trabajo que sufría. Las acarició de a poco.

—No, creí que me dejarías por algún muchachito más joven.

Se miraron y soltaron unas carcajadas. Mary apoyó la mejilla sobre los dedos de su esposo, y los besó. Una brisa fresca entró por la ventana, revolviéndole los cabellos castaños. Oyeron unos ruidos por la puerta trasera, y la escudriñaron, con alarma.

La figura jadeante de Jess se presentó ante ellos. Tenía los ojos rojizos, y trataba de ocultarlos bajo su flequillo negruzco. Mary se acercó, amagando a abrazarlo.

—Mi pequeño…

—Estoy bien, solamente vine más temprano.

Su tío se levantó de un salto, ceñudo.

— ¿Pero qué pasó con la clase?

El muchacho se rascó la cabeza, y trató de evadirlos, yendo a su cuarto.

—Se suspendió, Sasha tuvo que salir.

—Cariño.

Jess se volteó a mirarla, y estuvo un par de segundos inmóvil.

“No veas a tu tía con esos ojos llorosos, Jessy”

—Ve a darte un baño, voy a prepararte un té con galletas.

El jovencito asentó con la cabeza, y se perdió tras la puerta de la toilette. Tomó del brazo a su marido, obligándolo a ir con ella a la cocina. No quería que oyera al niño sollozar. Suspiró y comenzó a calentar el agua.

—Mmm… este chico abandonó la clase—murmuró Karl, con cierta molestia.

—Conoces al padre de Sasha, los negocios que tiene ese hombre—acomodó la pava y preparó las tazas— El pobrecito de Alex vive de un lado para otro con el señor Ivanov.

—Sí, es verdad—se puso detrás de ella y apoyó la barbilla sobre su hombro— Hoy tienes un aroma diferente.

—Debe ser el jabón de miel, amor—quitó la pava que había comenzado a silbar, y sirvió el agua en las tazas. Su marido comenzó a besarle tras la oreja— Karl, nos van a ver los niños.

El hombre la tomó de la cintura, obligándola a voltearse, y dedicó un suave beso sobre esos labios. A pesar de los años, un gesto así de él seguía logrando que su corazón galopara desbocado en su pecho.

Rió, y le devolvió el beso, acariciándole los cabellos de la nuca. Un sonido de pasos y la figura de Jess en la puerta la detuvieron, haciendo que empujara lejos de ella a Karl. Se cubrió el rostro como una niña y siguió preparando el café.

—Toma asiento, cariño, ya te sirvo.

—No hace falta que se pongan así, no tengo diez años—murmuró por lo bajo, acatando la orden de su tía.

Llevaba el pelo húmedo, y los ojos se le habían descinchado. Karl se puso a su lado, y masticó unas galletas que había en la mesa. Le tendió una a su sobrino, quien la negó cortésmente.

—Tienes cara rara… ¿pasa algo?

“Los hombres son tan lentos acerca de los sentimientos…”

Mary se acercó por detrás y le sacudió fraternalmente los hombros al muchacho.

—Debe estar cansado.

Contempló por unos momentos al niño de cabellos desarreglados y sonrisa reluciente, que jugaba a cazar insectos con su hijo mayor, brincando a su lado sin cesar. Hacía tiempo que Lyod no iba a visitarlos, debía llamarlo pronto para darle las noticias sobre Jess.

“Esos dos sí que se llevaban bien… seguramente para el cumpleaños de Karl venga, y vea a Jess tan grande… se pondrá muy feliz realmente”

El muchacho de ya veinte años se fue a Idaho desde los diecisiete, sólo un año mayor a lo que Jess contaba ahora… Tomó sus maletas y viajó sin rumbo. Dejó incluso varias prendas que se las cedieron al niño. Los ojos verdes y calmos de Lyod los echaba mucho de menos. Con una sonrisa sabía manejar cualquier situación.

Le alcanzó la taza y las galletas a su sobrino, quien lo recibió con ominoso ánimo. Se sentó a su lado, y con un suspiro, trató de alegrar el panorama.

—Karl, cariño, ¿puedes ir a ver cómo están los pequeños?

Su esposo amagó a replicar, más se levantó y acató la orden. Quedaron solos, con una atmósfera de incomodidad cernida entre ellos. Mary rompió la burbuja con una risilla. Jess la miró con el ceño fruncido.

—Estuve pensando mucho en tu primo. Le enviaré dentro de poco una carta para que venga la semana que viene, pero no le digas nada a tu tío, quiero que sea una sorpresa—puso un dedo sobre sus labios— Aunque… podrías decirle a Sasha que te ayude a escribirle tú, ¿qué te parece?

Levantó la cabeza abruptamente, y por la sombra sobre sus ojos, había recordado a Lyod. Bajó la cabeza, y jugueteó con los dedos nerviosamente.

—Sí, le preguntaré… supongo…

—Cariño, ¿qué sucede con Sasha?

Aguardaba un bufido de su sobrino, una negación, y este la dejó pasmada al recorrer por esas mejillas unas lágrimas platinadas. Lo acurrucó en su pecho, y le acarició los cabellos cuidadosamente.

—Tía Mary jamás va a abandonarte, si quieres desahogarte, aquí estaré.

Las manos trémulas del pequeño se aferraron a su vestido. Era una criatura indefensa. Necesitaba a su madre. Lo apretó contra sí, acunándolo de a poco.

—Si quieres puedes contarme.

—Es que…—se secó el rostro con el dorso de la mano— Le dije cosas que no debía, y la situación se fue de control.

—Jessy, sabemos que Alex no es el más adecuado para ser profesor de un muchacho tan grande como tú, pero es el mejor de la zona, y aunque no lo parezca es un hombre de muy buen corazón. Si llegaras a conocerlo, te percatarías de ello—soltó un suspiro, y le tomó la mejilla— Lo hacemos por tu bien, cariño. Tienes que esforzarte. Yo creo en ti.

A través de la ventana, las carcajadas de los diablillos les llegaban como a cientos de kilómetros. Le tironeaban la camisa a su padre, haciendo que cayera de bruces sobre el césped. Sus jugueteos y risas los fueron envolviendo, haciéndolos retroceder en el tiempo, cuando Jess y Lyod también brincaban de un lado hacia otro, absortos en su mundo.











Se dejó caer en la cama, rendido por el cansancio. No, no era eso. Estaba deshecho. Simplemente destrozado por dentro. Él venía, lo alzaba hasta el cielo, y en un fragmento de segundo lanzaba al vacío todos sus sentimientos. Y aun así no hallaba lugar en su corazón para odiarlo.

Un largo suspiro se escapó de sus labios. Se rozó la boca casi inconscientemente. Él no lo había besado aquel día. Enrojeció de sólo pensarlo y se puso de costado en la cama. No necesitaba que lo haga. Es más, lo detestaba. Entonces… ¿por qué se sentía así?

Sacudió la cabeza, tratando de deshacerse de las telarañas que agobiaban su mente.

Lyod. Unos ojos verdes y alargados, el cabello castaño siempre peinado hacia arriba y esa sonrisa calma que sabía envolver a las personas. Lo más conveniente eran las ropas que dejó al irse. El suéter naranja que siempre se lo rogaba, ahora era suyo. Recurrió a su memoria las tardes que atrapaban mariposas en el campo de sus padres, mientras sus hermanos pequeños los contemplaban con ojos asombrados.

—Lyod es increíble. Cuando sea grande quiero ser como él.

—No digas eso, Jessy, tú tienes que ser como tu padre.

El niño hacía un mohín de disgusto con sus mejillas, y él se las tiraba graciosamente, haciendo que chillara y se revolviera en su sitio.

Era la clase de hermano mayor que todo niño querría imitar. Alto, fornido, con las mejores notas en la escuela, con una novia diferente cada mes al año, y un empleo desde los catorce años. Repartía frascos de leche junto a Jess, a cargo de un conocido de su padre. El niño lo acompañaba cuando se lo permitía, ya que estaban muchas horas en la labor, e inclusive a veces bajo la lluvia. En una ocasión, Lyod se enfermó gravemente por mojarse durante las entregas, y sufrió una neumonía que casi no lograba superar. Desde entonces se notó el cambio. Comenzó a alejarse de sus padres, de no ir recurrentemente a su granja, y a los tres años más tarde, huyó a Idaho, junto a su pareja de turno.

Por lo que se enteraron, a los pocos meses rompió con ella, pero se las arregló por su cuenta. Consiguió un alquiler a precio razonable, y se dedicaba a tocar el piano y la guitarra en las reuniones de un bar cerca de pueblo. Todo filtrado a través de Mary, a quien cada año la llamaba o le enviaba cartas para saber cómo iban en su hogar.

Jess nunca recibió ninguna carta, pero sí sus padres. En menor grado que las de Mary. Siempre se dirigía a ellos, y nunca lo mencionó a él. A decir verdad, Jess tenía la curiosidad de saber qué diablos había hecho para enfadarlo de esa manera. Con el tiempo, esa figura de héroe se fue quebrando. Para él, Lyod ahora no era más que un traidor a su sangre.

Se largó sin dar una explicación, abandonó la granja y el almacén, jamás se acercó a dar una mano, y creía que yendo a algunos cumpleaños y un día en las fiestas, era suficiente. Lanzó un bufido y se masajeó la frente.

“Vamos, Lyod no tiene la culpa… Él me puso de esta manera. Siento que podría gritar de la rabia si lo viera. No pienso ir mañana. Él tendrá que rogarme si quiere que vuelva. Sí, señor, tendrá que besarme los pies”

El resplandor de la luna le acarició los párpados. Allí arriba, en medio de la noche estrellada, la luna lo acompañaba, recordándole que no estaba solo.

—Jessy—su tía golpeó débilmente la puerta. Como este le gritó que pasara, asomó la cabeza con vacilación— Cariño, ¿No podrías atender por un momento el almacén? Iremos a comprar al pueblo con Karl.

El muchacho se puso de pie y acomodó su ropa arrugada.

—Claro que sí, tía, no hay problema.












El viento golpeaba fieramente su rostro, filtrándose por la ventanilla. El agradable aroma de invierno le refrescó la cabeza. Aumentó la velocidad, y se dejó llevar por la adrenalina del momento. La oscuridad que se perdía como manchas y borrones a cada lado del coche, desfigurando los árboles y las luces de algunas cabañas.

Necesitaba despejar su mente. La sien el latía ferozmente a punto de estallarle. Aún no creía haberse dejado llevar de esa forma por sus emociones. Lo empujó, lo echó de su casa y además lo dejó a la deriva.

¿Y si algo le había sucedido, si no había llegado sano y salvo? Por suerte había pedido a su sirvienta que llamara, y le dio la buena noticia de que Jess estaba allí con ellos. No tuvo el valor de hablar por sí mismo. Tenía deseos de ir hasta el almacén y pedirle perdón, pero no sabía cómo reaccionaría. Seguramente se enfadaría.

¿Y si al día siguiente ya no regresaba? ¿Si convencía a sus tíos de volver a Kansas? ¿Si sus padres aceptaban que fuera de vuelta a la granja?
Él no era más que su profesor. Si se marchaba, no tenía excusas para ir detrás de él. Ni para retenerlo tampoco.

Recordó su rostro herido cuando lo trató con tanta brusquedad. La sangre le corrió vertiginosamente por las venas, creándole una sensación de ahogo. Sentía una gran presión en el pecho, una que no sentía hace tiempo...

Cada día temía más perderlo. No se explicaba la razón. Estaba loco, ese debía ser el punto. No había otra forma de comprender tal situación. Sólo supo que al ver a ese muchacho leer la carta con la melancolía empañándole sus ojos azules como el mar, su corazón se estrujó de a poco. Si le daban la oportunidad de volver a su hogar, lo haría. Dejaría todo detrás. Porque no eran nada.

Vio el cartel a poca distancia. Comenzó a bajar la velocidad, y apeó el coche en la esquina. Dentro estaban varias personas, con sus abrigos haraposos, pidiendo un plato de comida ante la recepción. Un grupo de mujeres mayores les servían, con una sonrisa amable en sus rostros regordetes.

Sasha ingresó y saludó a varios con un movimiento de la mano. Un anciano que conocía de hace tiempo se acercó a abrazarlo, y le palmeó paternalmente el hombro. Una muchacha de unos catorce años que había sufrido un ACV y apenas lograba hablar a través de tartamudeos, intentó darle la bienvenida, y Sasha se limitó a acariciarle los cabellos largos de la nuca y pellizcarle una mejilla.

Otros los había visto pocas veces. Algunos les sonrieron, otros lo observaron con recelo. A todos les respondió con un movimiento de cabeza. Una mujer con un rodete alto se acercó a hablarle.

—Buenas tardes, señorito Ivanov. Hace tiempo no se lo veía, ya lo extrañaban por aquí.

—Estaba ocupado, ya sabes, mi padre anda muy persistente últimamente... ¿y cómo van?—señaló los delantales detrás del mostrador con las olas de comida caliente— ¿Sigue el mío por ahí?

—Oh, por supuesto, cariño—tomó uno de entre todos, y se lo tendió. Era uno de los más largos, y a pesar de ello apenas le llegaba hasta por un poco debajo del pantalón. — Mira que eres alto para usar uno de estos.

—Bueno, Careen, deberíamos conseguir más ayudantes masculinos—comentó una anciana, legándole a Sasha una sonrisa.

— ¿Conmigo no está bien? no vayan a hacer que me ponga celoso—les guiñó un ojo y se puso el delantal crema. Se metió entre ellas y tomó un cucharón— A ver, mis queridas damas, vamos a comenzar.

La fila fue disminuyendo con rapidez gracias al hombre. Las muchachas se atiborraban para que él les sirviera, y le dedicaban una sonrisa nerviosa. Las mujeres cargaban varios niños en brazos, y cuando un pequeño amenazaba con caerse de su alcance, Sasha corrió a socorrerla, y entretuvo al niño con sus llaves, mientras ella organizaba sus demás hijos. Los sentó en la larga mesa con las sillas paralelamente, y les sirvió los platos de guiso humeante.

—Muchas gracias, joven—le dijo la señora, con sus ojos arrugados por el trabajo y el cansancio, sonriéndole en gratitud.

Sasha colaboraba con ese alojamiento de personas pobres y desvalidas desde hace tiempo. Desde que vivía en Rusia, colaboraba con un proyecto social, que lo llevó incluso hasta América. Hacía algunos años abandonó sus cruzadas por el mundo, y se limitaba a visitar ese establecimiento.

Una mujer del pueblo adornó el lugar, lo que notó con atención. Habían colgado cuadros vistosos, y pintaron los muros de un rosa pálido. En una zona pusieron sillones pequeños y muñecos para los niños, por lo que ahora un par jugueteaba acaloradamente.

— Han mejorado bastante por lo que veo, ¿verdad?

—Sí, muchos vecinos están contribuyendo. Nos ha venido muy bien. La mayoría fue por obra de Celia, se da mucha maña en decoraciones.

— ¿La viuda no vino? La vi hace poco vendiendo en la ruta.

—Se ha sabido manejar sola, cada tanto viene a pedir comida, pero ha mejorado mucho desde entonces. Pobrecilla, Toby era un hombre tan bueno... como tú, cariño.

—No me compare con alguien como él, es blasfemia.

La mujer sonrió y le tomó una mano fraternalmente.

—Si hubiera tenido un hijo varón hubiera querido uno como tú, Sasha... ¿De veras no quieres conocer a alguna de mis hijas? Son buenas chicas...

Este rió, y negó con amabilidad.

—No, gracias, no soy bueno con las damas.

—Si tu madre oyera, cariño...

—Diría lo mismo porque me conoce muy bien.

Le guiñó un ojo, y siguió sirviendo a los platos, asentando con la cabeza a un muchacho de atavíos haraposos y manos nudosas de tanto trabajar.

—Señor Ivanov, ¿le gustaría ver algo que traje para usted?

Sasha alzó una ceja, extrañado. El muchacho lo guió fuera del establecimiento, y le señaló una bicicleta baja, cubierta por un acrílico azul Francia, e incluso conservaba las ruedas auxiliares por detrás.

—Con el dinero que donó la semana pasada pude comprarme un carro a buen precio, y creí que al menos podría darle esto a cambio... no sé si tendrá un hermanito menor, o alguna hermana, y si quiere puedo ayudarlo a pintarla de rosa o violeta...

—Mis hermanas están un poco mayor, muchacho, igual ya conociste a Zina el mes pasado cuando la traje a colaborar un poco, ¿no?

El joven se ruborizó al recordarla, y trató de ocultarlo tras una risilla nerviosa.

—Sí, pero no sabía si tendría más pequeños.

Sasha contempló la bicicleta, acariciándose la barbilla.

—Tal vez pueda dársela a un niño que conozco...

— ¿Quiere que lo ayude a lavarla antes de...?

—No, no hace falta, joven—le sonrió y palmeó su espalda afectuosamente— Muchas gracias.

—No, a usted, señor.

Lo ayudó a subirlo sobre la parrilla del Peugeot, y varios niños se acercaron a observar con curiosidad. Sasha se acercó a la anciana y le dejó un fajo de billetes, a pesar de las negaciones de ella. Este le encerró el dinero en su palma, y le sonrió con compunción, manipulándola para que acepte. Esta se lanzó a su cuello y lo abrazó por unos segundos, y al soltarla notó que unas lágrimas se escapaban de sus ojos.

—Vamos, que no hago esto para verla llorar.

—Gracias, hijo.

Cuando se alejó con el auto, lo saludaron con un movimiento de la mano. Así todo lo valía. Ahora sólo debía llegar hasta él.

"Espero que no esté durmiendo ya"











Le sonrió con cortesía a la niñita y le entregó su paquete de caramelos. Sus coletas castañas bailoteaban sobre la pechera de su campera de algodón. Se alejó dando saltitos, para encontrarse con su hermano mayor. La tomó de la mano y caminaron por las calles solitarias, bajo la luz anaranjada del ocaso.

Jess soltó un suspiro y apoyó la mano sobre su barbilla. Recordó a su hermana menor, Lucy, y la forma en que siempre lo fastidiaba para llevarla a dar una vuelta con su lazarillo de cuatro patas. Ahora la llevaría sin refunfuñar ni bufar, sólo para ver su sonrisa surcada de pecas.

En media hora debía cerrar. Sus tíos ya deberían llegar. Los cuatrillizos seguían jugueteando en el parque, desde allí oía sus risas infantiles, desprovistas de toda preocupación.

"Hum... como quisiera volver a tener diez años sólo por un segundo..."

Acomodó las monedas de la caja expendedora de lo aburrido que estaba. En el transcurso de la hora que estuvo atendiendo, vinieron tres chicas, un anciano y un muchacho. Se sorprendieron al verlo, incluso las muchachas dijeron haberlo visto de más pequeño, a lo que Jess les respondió con una sonrisa y cerró el tema. Seguramente lo confundían con Lyod. Él se fue de muy joven del hogar, y tenían ciertos aspectos similares, sólo que ahora Lyod creció el doble y era mucho más fornido. Rodó los ojos al cielo de sólo pensarlo, y se miró el suéter celeste que debía llevar en recordatorio a ese bastardo traidor.

Soltó un largo suspiro y se acostó sobre el mostrador, apoyando su cabeza sobre los brazos. Quería ir a dormir, no quería pensar en nada, tener la mente en blanco. Aun le pinchaban los ojos de lo que había sollozado.

"Ese idiota..."

El sonido de un auto al estacionarse le llamó la atención. Apeó el coche frente al almacén. No lo prestó atención al modelo del automóvil, un Peugeot, hasta que bajó de él un hombre de cabellos rubios y una chaqueta de cuero, fumando un cigarro despreocupadamente. Procurando que no lo hubiera visto, se ocultó detrás del mostrador.

"¡Mierda! ¿Acaso lo invoqué?" lo miró furtivamente, procurando que no lo notara "¿Seguirá enfadado?"

Oyó el tintinear del llamador de ángel colgado en la puerta de cristal del local, y los pasos sordos de sus zapatos de charol marrón. Se detuvo a pocos metros de él.

—Sé que estás ahí debajo, Jess.

— ¡Ya estamos por cerrar, váyase!

—Tengo mucha urgencia por ver al vendedor.

Se cubrió el rostro con las manos, ruborizándose.

—T-tome lo que quiera y lárguese.

Cerró los ojos con fuerza al ver que su sombra se acercaba hacia donde estaba. Lo tomó por la pechera del suéter, y tiró de él, logrando ponerlo de pie.

—Bueno, te quiero a ti.

Se deshizo de su mano con rapidez y alejó varios pasos hasta chocar contra el muro revestido de paneles de madera. Sasha sacudió el cigarro y tiró la colilla sobre el mostrador, afilando sus ojos de felino. Jess puso los ojos en blanco ante su conducta y aspecto malevo.

“¿Qué esto es la mafia rusa?"

— ¿Qué quiere?

—Ya lo dije, ¿qué estás sordo?

"Idiota"

—Mis tíos salieron al pueblo, más tarde volverán... además ya se acerca la noche, podría haber venido mañana si...

—Necesito que veas algo—cruzó el aparador que los separaba y tiró de su brazo con resolución— De paso ayúdame a lavarla.

— ¡¿Eh?!—Intentó zafarse con desesperación, sin lograrlo— ¡Suélteme!

Lo sacó del establecimiento y tiró de él hacia el auto. Por un segundo creyó que lo obligaría a entrar, pero para su sorpresa lo soltó. Jess se cubrió el rostro con las manos, y parpadeó con anonadamiento al ver que no le hacía nada.

— ¿Estabas ilusionado con que te raptara?— Sasha alzó una ceja en gesto divertido.

— ¡D-de usted se esperaría cualquier cosa!—exclamó con molestia, rojo de pudor.

Sus miradas se encontraron por un momento que pareció eterno, y Jess bajó los ojos a sus zapatillas. No tenía indicios de estar molesto, pero ahora frente a él, no encontraba las palabras para hablarle adecuadamente. Carraspeó con timidez, y sin mirarlo aún, murmuró:

—Por lo de hoy....

—Lo siento—dijeron al unísono, y se miraron con sorpresa al notarlo.

—Creí que estarías enfadado—comentó Sasha.

—Bueno, es que...

Paró en seco al ver que el hombre se acercaba y lo tomaba de la barbilla. Contempló sus ojos por un momento, y se sumergió en esas aguas de café, dulces y fuertes. Tenía la mirada tan calma, y sus pestañas largas se abanicaban cuales alas de mariposas… Le pasó los dedos por el cuello desnudo, y al ver que un rubor rojizo le subía hasta la cabeza, lo soltó con una risilla traviesa.

— ¿A qué viene eso?—se cubrió el rostro con las mangas del buzo, y ocultó los ojos bajo su flequillo despeinado.

—Nada... extrañaba esa expresión tuya—cambiando de tema, apuntó hacia la parte superior de su coche, donde estaba la bicicleta— ¿Me ayudas a bajarla?

Jess parpadeó varias veces, anonadado. Frunció el ceño.

— ¿Para qué necesita una de esas si tiene auto?

—Es para ti, tonto—le dio un suave coscorrón sobre la frente— ¿Puedes traer alguna manguera? Hay que lavarla un poco nada más.

El muchacho permaneció sin habla, quieto en su sitio. Parecía no comprender sus palabras. Se señaló el pecho, vacilante.

— ¿Para mí?

—Sí, ¿ahora eres sordo?

"Sí, sí... ya sabía que era demasiado dulce para seguir así por mucho tiempo"

Puso los ojos en blanco y se subió sobre el capó del auto, mientras Sasha desataba las sogas. La sacaron con cuidado, y depositaron la bicicleta sobre la vereda. Se hallaba cubierta por miríadas de polvo, y ciertas manchas de aceite.

—Podemos darle una lavada en el garaje, llenaré algunos tachos de agua y buscaré la manguera— se dispuso acarrearla desde los manubrios, pero lo detuvo.

—Hey, Jess—tomó su codo— Déjamelo a mí.

La alzó en vilo como si pesara menos que una pluma y fue tras los pasos del muchacho, que lo guió con los ojos en blanco y una expresión muda. Fueron por la parte diestra de la casa, luego de pasar la celosía de maderas finamente pintadas de blanco. El césped ciertamente largo y las flores silvestres creciendo hasta alcanzar las ventanas se enredaron con sus pies, y debió patear algunas. Amagó a levantar el portón, que cedía ante una fuerte sacudida, pero Sasha volvió a detenerlo, y lo hizo en su lugar.

“No soy la damisela en peligro… bastardo”

— ¿La dejo por aquí?

—Sí, yo prepararé el agua… por ahí está bien, de todas formas se llevaron la camioneta.

El recinto era pequeño, apenas cabía el coche cuando lo ingresaban, pero ahora que se hallaba vacío podía vislumbrarse contra la pared varias cajas cenicientas, y los tachos tirados a un costado, junto a la manguera verde enrollada. La desanudó, conectó el extremo a la canilla y abrió el grifo, llenando algunos baldes. Sasha dejó la bicicleta a su lado.

—Ten cuidado con el agua, no vayas a mojarte.

—No tengo cinco años—murmuró por lo bajo, con cierta molestia.

El hombre le revolvió los cabellos, logrando que sus nervios se crisparan y tirara uno de los tachos, desparramando el agua por el suelo, llegando a empapar sus zapatillas. Soltó un chasquido.

—Ve a cambiarte si…

—No, de todas formas hay que lavarla.

Sasha alzó uno y lo tiró con cuidado sobre la bicicleta, mientras Jess le pasaba un retazo de tela, quitándole el polvo que llevaba encima. Se vislumbró un fuerte color azulado sobre la superficie de esta. El muchacho sonrió complacido.

—Sí que queda bonita.

Con un movimiento brusco de la mano, Sasha le lanzó un poco de agua sobre el pecho, haciendo que se alejara de un salto, fulminándolo con la mirada cargada de sorpresa y molestia.

—Ups… vas a tener que quitarte la ropa, supongo.

Sonriéndole socarronamente, el joven se quitó el suéter sin dudarlo. Por suerte, esa mañana decidió ponerse debajo una remera, ya que estaba bastante fresco. Incluso el agua llegó a mojarle esta, haciendo que se ajustara a su pecho. Tragó con fuerza y se ocultó disimuladamente, con cierto rubor.

Sasha, sin notarlo, continuó lavando la bicicleta. Le pasó la franela por los manubrios, dejándolos brillantes.

—La cadena tiene mucho aceite, habrá que usar la manguera.

—Sí, ahí la traigo.

Tomó el tubo de plástico, y abrió el grifo. Observó por un momento los cabellos rubios cayéndole por la frente, inclinado, totalmente indefenso, y no contuvo la tentación; le dirigió el chorro directamente al rostro, ya que justo en ese instante alzó la mirada. Soltó un bufido, cual felino, y se alejó moviendo los brazos acuciadamente. Jess se dobló en su sitio, descostillándose de risa.

—Fue… fue… —lo señaló, con los ojos llorosos— Hubiera visto su cara…

Se pasó la mano por las lágrimas de la risa, y se tomó el vientre, que comenzaba a endurecérsele. El hombre se sacudió el agua, que se deslizó por su chaqueta hasta cubrir la camiseta de algodón que llevaba debajo. Se quitó el saco y lo dejó a un lado, mirando cuánto estaba de mojado.

—Está bien, acepto la venganza…Pero vas a pagarlo de todas formas.

El profesor esbozó una sonrisa aviesa y se acercó con lentitud, estirando una mano. Jess se cubrió con los brazos como un cachorro asustado.

“N-no me toques… por favor”

Penetró en su fortaleza con fiereza, y le dejó los brazos a cada lado, pasándole su nariz por el cuello, amagando a besarlo pero sin llegar a rozarlo. El joven soltó un gemido ahogado y se odió a sí mismo por caer tan fácilmente.

—Pídeme que te bese… o no lo haré.

— ¡C-como si quisiera algo así!

Le pasó las manos por el pecho del joven, descubriendo como se ponían erectos sus pezones ante la poca fricción. El agua que había mojado su remera ahora dejaba ver los botoncitos rosados y húmedos, que se amoldaban tan dulcemente en sus dedos. Se acercó a su oreja y le mordió el lóbulo derecho, con cuidado, metiendo su lengua por el orificio. Jess dejó escapar otro gemido, y se tomó de su brazo con histeria.

—Nhhm… No… ¡Basta!

Intentó quitarlo, pero Sasha lo arrastró hasta la pileta del lavamanos, donde había una pequeña tarima de cerámicas. Lo levantó ligero como una pluma, haciendo que se sentara allí, como un niño pequeño. Pero en lugar de tratarlo como tal, le arrebató un beso de esos labios suaves. Tenía la lengua hirviendo, y hurgó cada pequeño hueco en su boca. A pesar del gélido ambiente, de estar mojados y con poca ropa, un calor abrasador le subió de los pies a la cabeza, y sin poder negarlo, se abrazó a su cuello, pasándole los dedos por sus cabellos sedosos y húmedos.

“Dios… Siento que voy a asfixiarme del calor”

Sasha se detuvo un momento, y ante la mirada atónita del muchacho, se quitó la camiseta. Antes de que volviera a unirse a su cuerpo, le tocó los pliegues de sus músculos sobre el vientre, nudosos como serpientes. Las gotas de agua se resbalaban en su piel de una manera casi lujuriosa para Jess; realmente estaba cayendo muy bajo.

—Toca más abajo—lo invitó con una sonrisa seductora, guiando su menuda mano al cinturón, cerca de la bragueta de su pantalón caqui.

—Está… está duro—farfulló por lo bajo, mientras un rubor le subía a la cabeza.

Sasha se lo desabrochó y dejó al descubierto su miembro, aún dentro de la tela de su ropa interior. Podía notarse que le latía de a poco la punta. Jess le pasó los dedos con temor, y se le erizó la piel al notar que se agrandaba en su mano.

—Hazlo más fuerte.

—N-no sé hacerlo…

Le guió cada movimiento tomándolo de las manos, provocando una fricción en su pene cubierto. El calor que tenía en ese punto estaba hirviendo. Los ojos de Sasha estaban encendidos, acechantes como los de una fiera. El pudor lo estaba destruyendo. Quería dejar de mirarlo, soltarlo, irse de allí… Pero su erección lo desmentía totalmente. Podría quemarse vivo en ese mismo sitio si no se detenían. Se estaba derritiendo.

— ¿Quieres que lo saque?

Le respiró sobre su boca, llenándole de su aroma. Embriagado por su seducción, ya no controlaba claramente los sentidos. Le quitó el miembro de debajo de la tela y lo tocó directamente, percibiendo lo húmedo y esponjoso de la cabeza de su falo. No se atrevía a mirarlo, lo percibía con el tacto, de a poco, enrojeciendo hasta las orejas.

—S-sa… Sasha…

— ¿Qué sucede, mi cachorrito? —su voz era profunda y cargada de excitación.

—Yo…

“Tócame, bésame, devórame otra vez…”

— ¿Estás pidiendo atención también? —comprendiendo su lenguaje corporal, le sonrió aviesamente, abriendo la boca y preparando su lengua, pasándosela por los labios. — Voy a comerte lentamente.

Le alzó las piernas sobre sus hombros, y le levantó la remera, para chuparle los pechos con arrobo, deleitado ante los quejidos de placer del muchacho. Ya no ponía ninguna resistencia, y dejó las manos a cada lado, arqueando la espalda para que saboreara desde un mejor ángulo cada parte de su cuerpo.

Sasha subió hasta su cuello, y le dejó una marca con los dientes. Le frotó su sexo contra los pantalones. Jess sintió varios latidos justo allí, en su trasero, y se maldijo en su fuero interno por desear algo así.

—S-se-señor profesor…

— ¿Quieres más fuerte? —amagó a morderlo con mayor fiereza, pero Jess lo detuvo con una de sus pequeñas manitas. Contempló sus ojos vidriosos y extasiados. El corazón le latió con esa extraña sensación otra vez: podría vivir eternamente sólo por contemplar ese rostro— ¿Qué quieres, cachorrito?

—Házmelo… ahora… Estoy derritiéndome.

Amagó a quitarse los pantalones, mordiéndose el labio inferior. Un fuego más poderoso que las llamas del averno se colaba por su interior, obligándolo a desear más y más de ese cuerpo masculino, fuerte y dulce como el café.

Los ojos de Sasha se transformaron en dos hendijas negras, que refulgían de pasión. Por un momento sintió temor de esa expresión ferviente en su rostro de jaguar. Lo acorraló contra la pared, y le metió las manos bajo la ropa, acariciando la entrada de su trasero, rozándole el dedo por entre sus voluptuosas carnes. Sintió cómo el miembro del hombre se levantaba hasta lastimarlo, y quiso alejarlo del miedo, pero era muy tarde.

—Tú me provocaste… ahora tendrás que hacerte cargo.

— ¡N-no, no...! Por favor…Hmm… Nhmmm…

—Voy a penetrarte muy rico por aquí, ¿quieres? Mira como me pide tu cuerpo que te toque, eres un niño muy sucio, Jessy.

—Ahmm… Ahmmmm… No, no…

— ¿Entonces por qué me absorbes tan rápido los dedos? Estás buscando atención.

Le metió de a tres, sacándolos y volviéndolos a ingresar, lubricándolos con lo húmedo de su entrada. Jess miró a un lado, con un rubor en sus mejillas y los ojos vidriosos del placer. Se abrió más para él, aferrándose a sus anchas espaldas. El hombre le bajó la ropa interior y amagó a penetrarlo, pero entonces…

Se oyó la bocina de la camioneta de sus tíos, y soltó un grito ahogado, aún embriagado por el roce. Un arrobo sádico recorría todo el cuerpo de Sasha.

— ¿Qué pasaría si te ven así? Estás todo mojado aquí dentro.

—Sasha, por favor… ya pare… Nhmmm…

El tintinear de las llaves y la voz extrañada de Karl se oyeron más cerca. Sasha cubrió la boca de Jess, y le guiñó un ojo.

—Si no haces ruido, no sospecharán que estamos aquí.

Presa de la rabia, el muchacho se zafó de un golpe, y exclamó en un susurro:

— ¡Guardará la camioneta!

Por la mirada del hombre, seguramente no pensó esa opción. Se vistió con rapidez, y lo bajó del lavabo, acomodándole la ropa fraternalmente.

—Ciérrate el pantalón, y trata de calmarte, estás muy rojo.

Levantó la mirada furibundamente.

“Adivina de quién es la culpa… ¡Te dije que pararas!... Dios, mi cuerpo sigue igual de caliente de todas formas”

—Usted también está desarreglado—echó una mirada significativa a su cinturón desabrochado, mostrando una erección aún latente.

Se acomodó los pantalones, y antes de que se alce el portón del garaje, le murmuró al oído, en tono seductor:

—Luego te daré gusto tocándote allí donde tanto te gusta.

— ¡N-no… yo….!

— ¿Alex? —la voz visiblemente extrañada de su tío le crispó los nervios. Ingresó al recinto, con Mary detrás de él. Le echó una mirada a su sobrino— Pero…

—Hola, Karl—se acercó a estrecharle una mano, y le dio un beso a Mary— Vine a traerle un regalo a Jessy, y debí robártelo un momento para limpiarla… aunque nos distrajimos y no terminamos de lavarla.

Lo miró de reojo, y este no pudo evitar que un rubor le tiñera las mejillas.

—Una bicicleta…—murmuró Karl— No debiste haberte molestado, Alex, no me es problema llevarlo hasta tu casa por las clases.

—Es un regalo mío, así que no se dice más—replicó este, alzando una mano.

Su tía se acercó a tomársela en gesto fraternal, esbozando una sonrisa como una madre se la dedicaría a un hijo.

—Muchas gracias, Sasha.

—Me lo agradecería mejor si me invitara a cambiarme, Mary querida—alzó los brazos mostrando sus pantalones húmedos y tomó la camisa empapada del suelo— Se nos salió un poco de control la situación…

El almacenero soltó una carcajada al percatarse que su sobrino también estaba mojado. Los guió por la puerta a su diestra, que conectaba el garaje con la cocina.

—Vengan… Buscaré algo que darte a ti, Alex.

—Si encuentras de mi talla…

— ¡Pedazo de presumido! A tu edad yo tenía ese físico.

—Supongo que con el tiempo uno se vuelve más pequeño—se sonrió al ver que junto al hombre, era casi diez centímetros más alto— O es hereditario…

Le echó una mirada divertida a Jess, y este comprendió al instante lo que insinuaba. Puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.

— ¡Ya dije que creceré!

Sus tíos rieron, y se le unieron los mellizos, que venían del comedor al oír el murmullo de voces. Al ver a Sasha se lanzaron sobre él, abrazándole las piernas.

— ¿Vuelve para llevarse a Jess, señor Ivanov? —inquirió Benjamín, juntando las manos en la espalda en gesto solícito.

Jess miró a un lado y se sobó las manos.

—Vine a traerle una bicicleta.

— ¿La podemos usar? ¿Podemos, papi? —se volvieron a Karl, emocionados.

—Es un poco grande para ustedes, pequeños.

—Yo les daré una vuelta a cada uno mañana—añadió Jess, revolviéndole los cabellos a Sussan.

Los cuatro se agitaron emocionados alrededor de su primo.

—Vamos, vayan al cuarto, chicos. Jess y el profesor tienen que cambiarse, están empapados—reprimió una risilla, y guió a los niños al hall entre sus rezongos— Pasa al lavabo que te llevaré alguna camisa, Alex.

—No te preocupes, estoy bien. Aquí espero.

Sasha se apoyó sobre la mesa de pino, mientras Mary preparaba algunas tazas de café. Su aspecto, a pesar de hallarse así desalineado, se connotaba claramente con la humilde cocina. El horno derruido por el óxido, el mantel barato sobre las sillas, el florero que consiguieron a mitad de precio en un bazar, la poca luz artificial allí dentro… comparado con sus pantalones elegantes y su campera de cuero, además de ese aspecto extranjero y su cabello tan claro, era de una clase muy baja.

A su saber, Jess jamás se interesó por ello, pero ahora lo notaba demasiado. Bajó la cabeza y tomó asiento en la punta, jugueteando con sus zapatillas mojadas.

—Tú deberías ir a cambiarte, cariño—le dijo su tía con una sonrisa.

— ¡Hum! Sí, es verdad…

— ¿Puedo ir a buscar mi chaqueta, Jess? —preguntó el hombre, poniéndose de pie a su lado— Esta se mojó un poco en las mangas, y no creo que Karl encuentre mucho que digamos.

El muchacho amagó a negarlo, más el rostro calmo de su tía Mary y la naturalidad que reinaba en el lugar hicieron que su tensión desapareciera.

—Bueno, sígame.

Lo guió hasta su cuarto, cruzando el hall, uno de los que se hallaba a la derecha. De todas formas, él ya sabía perfectamente su ubicación, como lo imaginaba. Ingresó tras él con perfecta comodidad, contemplando meticulosamente el lugar al encender la luz.

— ¿Siempre eres tan desordenado? —alzó un par de medias que dejó tiradas sobre el escritorio, junto a un manojo de papeles y lápices fuera de su cartuchera.

Le hizo caso omiso y fingió buscar la chaqueta. Estaba entre las mantas de su cama, pero si iba a buscarla directamente allí, Sasha notaría que estuvo durmiendo junto a ella, y no le permitiría regodearse con ello. Echó una mirada en torno a la habitación y se rascó la cabeza, disimulando.

—No sé dónde la habré dejado.

— ¿Ah, sí? —el hombre levantó las frazadas de su camastro, y la sacó con total confianza— Ya imaginaba que la tendrías por aquí, cachorrito.

“Pero, ¿qué…? ¡Mierda, es un bastardo adivino!”

—Emmhh… supongo que mi tía la habrá puesto ahí… yo no…

Sasha se quitó la chaqueta de cuero, dejando su pecho al descubierto. Algunas gotas aún le resbalaban por el tórax, acariciando los músculos de su vientre. Miró hacia la ventana, meciendo los dedos sobre su pierna, tratando de no darle mucha atención.

— ¿Te diste cuenta de algo? —sintió su voz sobre su oído, y dio un respingo. Se volteó y sus rostros quedaron a pocos centímetros de distancia—Cerraste la puerta al entrar—le subió la remera sobre el pecho con la punta de su dedo— así que vas a quitarte toda esta ropa mojada, ¿verdad?

Sentía su respiración sobre la boca de una manera casi embriagadora. Estuvo a punto de dejarse llevar por lo suave de su tacto, cuando oyó la voz de su tía regañando a sus primos, y lo alejó de un suave empujón, procurando no mirarlo a esos ojos de fiera.

— ¿Ni siquiera ahora va a parar? ¡Estamos yendo muy lejos ya!

—Me gusta tu cama—se quedó un momento observándola, casi haciendo oídos sordos a sus anteriores palabras—Podríamos ir más lejos aún aquí.

— ¡P-pero…!

Ante su asombro, Sasha se acercó al camastro y pasó la yema de los dedos sobre la colcha. Se sentó sobre ella mirando el manojo de mantas.

—Es reparador imaginarte dormir aquí, como una criatura indefensa.

Entonces pudo ver en su mirada por un momento una ternura infinita, que hizo que se le encogiera el pecho de puros sentimientos encontrados. Se rascó la nuca con nerviosismo y alzó la voz con molestia.

—Póngase la chaqueta, para eso lo dejé pasar.

Tomó una camisa que había dejado tirada por el suelo, una de las pocas que encontró en buen estado, y amagó a cambiarse, pero al notar la mirada aguda de Sasha puso los ojos en blanco y lo señaló con un dedo acusador.

—Ahí tienes lo tuyo, ahora vete.

El hombre soltó una risilla traviesa y antes de salir, le besó la frente.

—No te tardes.

Jess vio su nuca rubia perderse tras la puerta, y el corazón comenzó a latirle como loco en el pecho.










La bicicleta estaba en unas condiciones perfectas. Algo de pintura la pondría como nueva. Le palmeó el hombro a Sasha cuando lo despidieron en la puerta. Ese hombre podía ser realmente amable cuando se lo proponía.

—Muchas gracias, hijo.

—Más le vale que vea a este niño venir a mi casa solo—le sacudió los cabellos a Jess— Mañana te estaré esperando.

Le pareció notar por una milésima de segundo que Jess enrojecía completamente al oírlo. Era un muchacho bastante tímido. Karl soltó un suspiro.


"Con Lyod también solían llevarse muy bien... ¿Dónde andará ahora ese muchacho?"

No podía negar que lo extrañaba. Que le dolía profundamente que se hubiese marchado a la ciudad. Pero así es tener hijos. Les das todo tu amor hasta que deciden marchase a rumbos desconocidos, expandiendo las alitas que con cuidado protegiste durante su niñez.

Como si leyera sus pensamientos, Mary se acercó a abrazarlo por la espalda.

— ¿Estás bien, cariño? Vamos, no pongas esa cara. Dentro de poco ya será tu cumpleaños.

"Otro más donde la familia no estará completa"

—No podría estar mal con una compañía como tú, Mary querida. Ven, hay que arropar a los niños que ya es tarde.

Despidieron con la mano el Peugeot que se perdía en la oscuridad de la noche. Jess se quedó un momento fuera, viéndolo alejarse.

Notas finales:

Apareció en escena la intrépida Inna :O Espero que les llegué a gustar este personaje, a pesar de parecer la típica "metiche" del yaoi... Tiene su historia.

En cuanto a Lyod les aviso que tendrá un papel interesante :O muajaja


Me huele a un triángulo amoroso allí...

Saludos a todos :3


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